Nuestra primera preocupación nada más entrar en la Terminal 2 del aeropuerto de Malpensa era encontrar un sitio donde poder sentarnos medianamente cómodos, lo cual ya sabíamos que sería difícil, y más lo fue cuando comprobamos que estaba lleno de gente y que no se veía sitio libre alguno. Antes de nada, nos dirigimos a la zona de los baños, y, mientras uno de nosotros se quedaba fuera con las maletas, nos fuimos turnando para ir entrando al servicio, donde yo por ejemplo me refresqué y me mojé un poco la cabeza para estar más despierto. Ahora sí, nos pusimos a buscar un hueco para poder descansar unas horas antes de coger el avión; después de unos cinco minutos dando vueltas por la terminal y viendo que todos los asientos y los bancos estaban ocupados, nos tuvimos que conformar con quedarnos junto a un mostrador de facturación en la que se escondían dos sillas de oficina; necesitábamos tres más, pero solamente encontramos otra en un mostrador cercano. Al final, mi primo Alberto, mi hermana y yo nos sentamos en estas sillas, mientras que Marta se acostó en un carrito para portar el equipaje y mi primo Nacho hizo lo propio en la cinta de facturación situada al lado del mostrador.
Por fin empezaba a haber movimiento en la terminal, y casualmente donde nos encontrábamos nosotros, ya que
vimos que se acercaba un hombre que resulta que era el del mostrador de facturación que habíamos convertido en nuestra pequeña 'habitación'. Dejamos todo tal y como estaba cuando llegamos, aunque el hombre no nos metió mucha prisa; de hecho,
se puso a hablar con nosotros un rato en italiano y chapurreando algo de español al vernos con bufandas y camisetas del Málaga. Nos dijo que él es seguidor de la Juventus de Turín, por lo que obviamente estaba muy contento porque el Milan no había conseguido ganarnos; además, esa noche sería el turno de su equipo, que jugaría contra el Nordsjalland, y estaba obligado a ganar porque compartían un grupo nada sencillo con el Chelsea y el Shaktar Donetsk.
Nos despedimos de él y nos dirigimos al control de seguridad, que superamos sin problema alguno. De allí,
nos fuimos directamente a nuestra puerta de embarque, que a esa hora estaba prácticamente vacía salvo por un par de maletas que habían dejado unos pasajeros para guardar cola. Nosotros hicimos lo mismo para ser de los primeros y seguidamente nos sentamos en los bancos para simplemente descansar unos y echar una cabezada otros. Pasadas ya las cinco de la mañana, me paseé por la parte de la terminal en la que nos encontrábamos al comprobar que
las cafeterías y demás tiendas ya habían abierto. Me acerqué a ver si me compraba algo para comer,
pero los precios eran tan excesivos que se te quitaba hasta el hambre. De verdad, si una vez pasado el control de seguridad se supone que estamos en una zona libre de impuestos, no entiendo por qué todo es tan caro. Total, que me volví al banco de antes para descansar un poco más, aunque sin llegar a dormirme.
La fila de maletas que se había formado en lo que sería la cola de embarque ya era sensiblemente larga, como siempre suele pasar, pero
lo que ocurrió allí no se me olvidará nunca. Llegó una mujer tan tranquila y se puso de pie a esperar justo entre nuestras maletas y las que estaban a continuación, y claro los dueños de dicho equipaje, que estaban sentados junto a un ventanal a unos cinco o seis metros de allí, se dieron cuenta de ello y empezaron a recriminarle a la mujer que hiciera cola como todo el mundo. El problema es que esta mujer decía que de allí no se movía, así que una de las dueñas de las maletas se levantó y empezó a discutir con ella hasta el punto de que empezaron a insultarse y, por último, a forcejear. La mujer que se coló cayó de espaldas sobre las maletas que tenía detrás, y menos mal que fue en blando, que si llega a caer directamente al suelo se hubiera dado un buen costalazo. Aquello parecía de película. En fin, las dos mujeres siguieron insultándose de todo mientras los demás pasajeros trataban de separarlas para que no llegaran a más. Al final, la primera mujer se medio salió con la suya porque, aunque no consiguió colarse donde inicialmente se puso, lo hizo justo detrás de este grupo que le recriminó. Hay gente con mucha cara en el mundo.
Este incidente terminó de despertarme, a mí y a todos los allí presentes, que nos quedamos boquiabiertos con lo que acabábamos de presenciar.
Ya eran cerca de las seis cuando llegaron los azafatos al mostrador de nuestra puerta de embarque para prepararlo todo, así que me acerqué a despertar a mi hermana y a mi primo Alberto, que estaban dormidos unos bancos más allá y que no se habían enterado de nada de lo que había sucedido. La gente se puso rápidamente en la cola junto a sus maletas no fuera a ser que otro intentara colarse, aunque primero pasaron los que tenían embarque prioritario. Como he dicho antes, nosotros estábamos al principio de la cola, por lo que fuimos de los primeros en pasar, y en mi caso lo pude hacer sin tener que guardar la mochila de la cámara en mi maleta. Accedimos a un pequeño vestíbulo que nos obligaba a bajar o por unas escaleras o por el ascensor. Nosotros escogimos la primera opción; sin embargo, hubo pasajeros que se pasaron de listos porque cogieron el ascensor y una vez abajo se colaron delante de los que habíamos bajado a pie. Tendría que haberles dicho algo, pero no tenía ganas de discutir a esas horas y con lo cansado que estaba.
Después de esperar allí apiñados durante un buen rato, unos diez o quince minutos diría yo, abrieron las puertas y nos dirigimos andando al avión; todavía era de noche y hacía bastante frío, por lo que podrían habernos llevado en un autobús, digo yo. Los primeros en subir al avión fueron los que tenían prioridad de embarque, quienes ocuparon la mayoría de los asientos situados junto a las salidas de emergencia, dejando libres solamente dos o tres separados; entre esto y que además las azafatas no nos permitieron ocuparlos, nos tuvimos que sentar en otros un poco más apretados de lo que nos gustaría, sobre todo en mi caso y en el de mis primos.
Éramos bastantes malaguistas en el vuelo, ya que muchos habrían optado por la misma combinación que nosotros, o al menos ésa era la impresión que me daba, porque luego desde Barcelona lo más lógico sería coger un vuelo directo a Málaga. Pues nada, el avión tenía que despegar a las siete menos cuarto de la mañana, pero finalmente lo hizo con un ligero retraso que luego se acabaría compensando.
Nos sentamos en el lado izquierdo del avión, ya que desde ahí se podía ver el amanecer, y de paso haría unas fotos, pero me quedé con las ganas de esto último porque la inclinación del avión no me lo permitía. Mi hermana, mis primos y Marta no dudaron un segundo en aprovechar el vuelo para dormir, y es que llevábamos casi veinticuatro horas despiertos. Por un lado no quería dormir para poder mirar por la ventana, pero en realidad lo único que iba poder divisar era mar y más mar, así que acabé cediendo y
me quedé frito. Y no hay mucho más que contar de este vuelo, porque me desperté apenas unos minutos antes de
aterrizar en el aeropuerto de Barcelona-El Prat a eso de las ocho y cuarto de la mañana. Cuando el avión ya se detuvo por completo, nos desabrochamos los cinturones y cogimos nuestras maletas para bajar a la pista y subirnos al autobús que nos llevaría hasta la Terminal 2B. Casualidades de la vida, salimos por la misma puerta de embarque del vuelo Barcelona-Milán del lunes, y allí ya estaba formada una larga cola de pasajeros para ese mismo trayecto, supongo que en el avión en el que acabábamos de llegar.
La siesta que nos habíamos pegado durante el vuelo nos vino de perlas a los cinco, pero todavía estábamos algo cansados, lo suficiente como para coger los pasillos mecánicos y así andar lo menos posible. Una vez ya en el exterior,
cogimos el autobús gratuito que conecta las dos terminales del aeropuerto
para ir hasta la Terminal 1, donde fuimos en busca de la consigna para no tener que cargar con el equipaje durante el día, y es que el vuelo de vuelta a Málaga no saldría hasta las ocho menos cinco de la tarde. Teníamos tres tipos de taquillas disponibles según su tamaño (pequeña, mediana y grande), y, como teníamos que guardar varias maletas, pagamos 5'40 euros por una de las grandes. Nos dieron un pequeño resguardo que no deberíamos perder para luego poder recuperar nuestras pertenencias, así que lo guardé inmediatamente en mi cartera. De allí nos fuimos hacia la planta 0 de la Terminal 1 para tomar de nuevo el autobús que va de una terminal a otra, eso sí, sentados aprovechando de esta forma cualquier posibilidad de descanso.
9:15
Ya en la Terminal 2, ahora teníamos que buscar la manera de
ir a Barcelona para echar allí el día. Básicamente, teníamos dos alternativas: coger un autobús que nos dejaría en la Plaça de Catalunya o un tren que haría lo propio pero en el Passeig de Gràcia. Nos decantamos por la segunda opción porque salía casi por la mitad de precio que la primera (más de diez el autobús y algo menos de cinco el tren), por lo que entramos en la terminal del aeropuerto para acceder a la pasarela cubierta que la conecta con la parada de tren correspondiente. Nos acercamos a una de las máquinas para adquirir los billetes, y nos costó bastante dar con la combinación para comprar los que necesitábamos nosotros. Ya habíamos pagado por dos de ellos cuando de repente
se nos acercó una mujer de Renfe para prestarnos ayuda, y qué bien nos vino que lo hiciera, ya que, al decirle que luego queríamos usar el metro, nos recomendó comprar mejor un billete que costaba 7 euros y que era válido durante todo el día tanto para este tren como para los autobuses urbanos y líneas de metro de Barcelona. Así pues, fuimos a la taquilla para devolver los dos billetes que ya habíamos pagado y compramos cada uno de nosotros nuestro billete.
Nos fuimos al andén a esperar
el tren que teníamos que coger, el R2 Nord, que según los horarios
debía llegar a las 9:38, como así fue. Cómo no, pillamos asientos para no tener que aguantar de pie todo el trayecto, que duraría casi media hora, y por suerte encontramos cinco juntos. Ya sentados, mi hermana sacó su móvil para llamar a nuestra madre e informarle un poco de todo; sin embargo, cuando ya llevaban dos o tres minutos hablando, justo cuando el cercanías entró en un túnel, se cortó la comunicación al perderse la cobertura. El tren paró en El Prat de Llobregat, Bellvitge, Sants y, por fin,
en el Passeig de Gràcia, donde
nos bajamos pasadas ya las diez de la mañana. Nada más salir a la calle, saqué el mapa de Barcelona que todavía guardo de cuando visité la ciudad en el verano de 2007 para tratar de ubicarnos, pero no lo conseguimos, así que lo dejamos para luego y
nos centramos en buscar una cafetería para desayunar, que falta hacía, y no nos complicamos la vida, pues nos metimos en la primera que vimos. Yo me pedí un sandwich mixto y un batido de chocolate, mientras que mi hermana, mis primos y Marta pidieron algo muy parecido. La camarera no entendió de primeras lo que era un sandwich mixto (por lo visto en Cataluña no conocen esa forma de llamar a este plato), y le tuvimos que explicar que es el que lleva queso y jamón york.
El desayuno nos supo a gloria, tanto por el tiempo que llevábamos sin comer como por el rato que volvimos a estar sentados otra vez. Cuando ya terminamos, nos acercamos a la barra para pagar cada uno lo suyo, de media unos 4'50 euros, un poco caro a mi parecer. De nuevo en la calle, tocaba ubicarse sí o sí, y finalmente lo conseguimos cuando nos orientamos correctamente con el cruce de calles en el que nos encontrábamos; lo bueno que tiene Barcelona es su Ensanche, con todas las vías paralelas y perpendiculares, pero por contra eso hace difícil adivinar en cuál estás.
Callejeando y callejeando llegamos al Passeig de Gràcia, justo al encuentro de la Casa Batlló y la Casa Amatller, donde nos detuvimos un par de minutos para hacer unas cuantas fotos a estos dos edificios tan peculiares de la ciudad condal. Ambos destacan por sus fachadas modernistas, pegadas una a la otra, siendo la primera de ellas obra de Gaudí y la segunda de Puig i Cadafalch. De la Casa Batlló podría destacar principalmente la forma de la mayoría de sus balcones, que se parecen a las oquedades de los ojos de una calavera, y su bóveda, que simula la piel de un dragón o una serpiente; por su parte, de la Casa Amatller me llamó la atención la parte superior de su fachada, de forma triangular escalonada al estilo de edificios más propios de países del norte de Europa.
Descendimos por la boca de metro situada justo en esa misma acera para coger la línea 3, la verde, y bajarnos en la siguiente parada, la de la
Plaça de Catalunya, donde llegamos pasadas ya las once. Salimos enfrente de Las Ramblas, pero antes nos acercamos a la plaza para ver algunos de sus elementos más notables, como por ejemplo el Monumento a Francesc Macià o las diferentes escalinatas adornadas con esculturas de bronce que dan acceso a la misma. Desde allí cruzamos y ahora sí
nos adentramos en Las Ramblas, probablemente la vía más popular de toda Barcelona, sobre todo por estar siempre a rebosar de gente, por la gran cantidad de pintores, quioscos, floristerías o cafeterías que se reparten por toda su longitud y, cómo no, por estar siempre bajo la sombra de los árboles que la cubren.
Comenzamos por la Rambla de Canaletes, donde se halla la
Font de Canaletes, la fuente que más bien tiene forma de farola y en la que se suelen celebrar los éxitos deportivos del Barcelona. Mi primo Alberto, anticulé declarado, ni se quiso acercar a ella, así que yo, para chincharle, le salpiqué un poco de agua, y también bebí un poco, que tenía bastante sed; por cierto, el agua no estaba tan mala como recordaba, y es que cuando vine años atrás con mis amigos Jose y Miguel teníamos que comprar botellas de agua, y eso que eran muy caras, porque daba hasta asco beber de las fuentes. Mis compañeros de viaje se sentaron a descansar en unas sillas y bancos, pero yo les dije que no podíamos estar cada dos por tres parando porque si no no íbamos a aprovechar el tiempo. Continuamos nuestro paseo por la Rambla dels Estudis, donde lo más destacable que vimos fue el edificio de la Reial Acadèmia de Ciències i Arts de Barcelona, y luego por la Rambla de Sant Josep.
Aquí sí que nos detuvimos un buen rato, concretamente al llegar a la altura del
Mercat de San Josep, más conocido como el de
La Boqueria, uno de los mercados más famosos y turísticos de toda España, y con razón, puesto que basta con entrar para comprobar que no es un mercado más. El ambiente que se respira, el orden y el colorido de sus puestos, la gran variedad de productos, la limpieza, el barullo de gente de un lado para otro... Daba gusto estar allí, pero no podíamos perder allí la mañana, por lo que volvimos a Las Ramblas para seguir camino abajo por la Rambla dels Caputxins, cuyo punto más destacado es sin duda alguna el
Gran Teatre del Liceu, uno de los teatros de ópera más importantes del mundo. A continuación,
pasamos a la altura del Carrer de Ferran, la calle en la que se ubica el hotel en el que me hospedé cuando vine a Barcelona en 2007. Unos metros más adelante, nos desviamos por una de las bocacalles, concretamente la que conecta con la
Plaça Reial, una plaza rodeada por soportales con arcos de medio punto y salpicada de varias palmeras; allí, otra vez mis acompañantes decidieron tomarse otro descanso, y eso que estábamos andando a paso lento.
12:00
Pasados diez minutos, reanudamos el paseo, ahora por la Rambla de Santa Mònica, a partir de la cual ya se empezaba a ensanchar poco a poco la parte peatonal hasta llegar a la rotonda sobre la cual se erige el
Monument a Colom. Cruzamos a dicha rotonda para ver el monumento de cerca, aunque en verdad el único que parecía mostrar interés en ello fui yo y también Marta un poquito, porque los demás se sentaron directamente en uno de los tramos de escalera de la base. Yo, mientras tanto, cogí mi cámara para hacerle fotos a algunos de los elementos más destacables del monumento: los leones de bronce en los que muchos turistas intentaban subirse, los bajorrelieves que escenifican los momentos más importantes de la vida de Colón, las estatuas alegóricas de las coronas de Castilla, Aragón, Cataluña y León, los medallones que recuerdan a personajes ligados a la vida del navegante (los Reyes Católicos, los hermanos Pinzón...), etc. Cuando me reuní de nuevo con mi hermana, Marta y mis primos,
les dije de continuar con el paseo, pero no estaban muy por la labor con la excusa del cansancio, y claro, yo empecé a enfadarme porque, a pesar de que yo estaba igual de cansados que ellos, quería aprovechar el día en Barcelona.
Por fin, tras cerca de quince minutos de tira y afloja, conseguí que se pusieran en pie para cruzar al puerto, a la altura del edificio de la Autoridad Portuaria, desde donde resultaba más cómodo hacerse fotos para que saliera toda la columna con la estatua de Cristóbal Colón, y además poder verla de cara con el brazo extendido y señalando supuestamente a América, aunque en realidad por la postura que tiene indica más bien hacia las Islas Baleares. Desde allí mismo nos asomamos al
puerto deportivo, que estaba plagado de veleros y pequeños yates que eran sobrevolados por gaviotas.
Mi idea ahora era ir a ver la Catedral de Barcelona, y como veía que ellos no estaban muy dispuestos,
les dije que yo iba a tirar para adelante y que de ellos dependía si querían venir conmigo o no. Inicialmente no se creyeron la amenaza, pero cuando me vieron a más de cincuenta metros de distancia ya se acercaron para seguir mi paso, que, todo hay que decirlo, era bastante relajado.
Tiramos por el Passeig de Colom y nos desviamos por la Plaça Duc de Medinaceli, desde donde continuamos por el Carrer Nou de Sant Francesc. A pesar de que contábamos con la ayuda del mapa que yo tenía, nos liamos un poco con las calles, por lo que tuvimos que preguntar a una mujer que pasaba por allí para que nos guiara. Al final,
callejeando llegamos a un punto intermedio por el que tenía pensado pasar y en el que ya me terminé de ubicar,
la Plaça Sant Jaume, y es que esta plaza la conocía a la perfección, puesto que se encuentra al final de la calle en la que está el hotel en el que me quedé durante mi viaje de 2007. Si por algo destaca esta plaza es por las dos grandes instituciones políticas que tienen allí su sede, como son el
Ajuntament de Barcelona y la
Generalitat de Catalunya, respectivamente en la Casa de la Ciutat y en el Palau de la Generalitat. Tras hacer algunas fotos, continuamos por el Carrer del Bisbe, una estrecha calle peatonal con el suelo empedrado en la que se puede admirar un pequeño puente neogótico a modo de pasadizo que conecta el lateral de la fachada del Palau con la Casa de los Canonges.
A la una y cuarto
llegamos por fin a la Plaça Nova, lugar donde se erige la Catedral de la Santa Creu i Santa Eulàlia. Mis acompañantes se quedaron esperando sentados en unos macetones mientras yo hacía fotos al templo, aunque con bastantes obstáculos puesto que había varios camiones de una cadena de televisión que ocupaban casi toda la explanada que hay junto a las escalinatas, así que me tuve que poner bajo unos árboles para poder hacer alguna, aunque no con toda la fachada como yo pretendía. El estilo gótico de la catedral es más que evidente, como así lo evidencian su puerta principal y sus torres, la más alta de las cuales está rematada con una estatua de Santa Elena, quien según la leyenda encontró la cruz en la que Cristo fue crucificado. Me uní de nuevo a los demás para comentarles que dada la hora que era, casi la una y media, podíamos ir buscando algún sitio para comer, una idea que les agradó bastante.
Cogimos por el Carrer dels Boters y luego por el Carrer de la Portaferrissa hasta desembocar
en Las Ramblas, donde
empezamos a fijarnos en todas las opciones que había para almorzar; siendo cinco personas, era muy difícil ponernos de acuerdo para ir a un sitio que nos convenciera a todos, y tanto que nos costó. Cuando llegamos a la altura del Carrer de Ferran, en cuyas dos esquinas hay un McDonald's y un KFC, dos restaurantes de comida rápida que a ellos les llamaba la atención pero en los que yo me negaba comer, primero porque siempre los evito y segundo porque, después de haber cedido varias veces a lo largo de la mañana para que ellos descansaran, no iba a hacerlo para la comida. Unos querían ir a un sitio y otros al otro, aunque al final
se pusieron de acuerdo y fueron al McDonald's, donde se pidieron varios de los menús ofertados, así que yo luego me tendría que buscar la vida. Subimos a la primera planta del local y nos sentamos en una mesa donde, mientras ellos almorzaban, yo tuve que esperar y ver pacientemente cómo lo hacían.
Serían cerca de las dos y media cuando salimos del McDonald's, por lo que
ahora me tocaba a mí elegir un sitio para comer. Aprovechando que estábamos al principio del Carrer de Ferran, la pateamos hasta el final, y en el camino vi dos o tres sitios de pizzas y bocadillos para llevar que tenían buena pinta, pero, al llegar a la Plaça Sant Jaume,
me topé con Conesa, una bocatería que conocía de mi anterior visita a Barcelona y que no me decepcionó, así que, como más vale bueno conocido que malo por conocer, me puse a la cola. Le di la mochila de mi cámara a mi primo Nacho para estar más cómodo y, mientras esperaba mi turno, me fijé en la carta que colgaba de su puerta para decidir qué me iba a pedir; de entre los distintos menús disponibles, el que más me atrajo era uno que se componía de un bocadillo, un complemento y una bebida y que creo recordar que costaba 4'85 euros. Llegado mi turno,
me decanté por un bocadillo Frankfurt, unas croquetas de cocido y una lata de Coca-Cola.
15:00
La comida era para llevar, por lo que tuve que buscar un sitio en el que poder sentarme, y en ese instante me acordé de unos bancos de piedra adosados a la pared de una pequeña plaza en mitad del Carrer del Bisbe, una calle por la que ya habíamos pasado antes y que estaba a apenas unos metros de donde nos encontrábamos; allí estuvimos sentados los cinco, yo comiendo y los demás mirando, durante unos quince o veinte minutos. Cuando terminé, ellos me preguntaron qué íbamos a hacer, y yo les dije que por mí seguíamos haciendo turismo por Barcelona, pero que al mismo tiempo sabía que ellos pasaban de ir de un lado para otro aunque fuese en metro. Negociando
llegamos a un acuerdo que consistía básicamente en ir a ver la Sagrada Família y a continuación regresar directamente al aeropuerto. Yo tenía planeado visitar más puntos de interés, como por ejemplo la iglesia de Santa Maria del Pi, el Arc de Triomf o el Parc de la Ciutadella, pero no tuve más remedio que conformarme.
La forma más rápida de llegar a la Sagrada Família era cogiendo el metro; así pues, deshicimos nuestros pasos por el Carrer del Bisbe, por la Plaça Sant Jaume y por el Carrer de Ferran hasta volver a Las Ramblas para allí buscar la parada del Liceu. Bajamos por la boca situada en la acera del teatro; sin embargo, una vez dentro nos dimos cuenta de que la línea que teníamos que utilizar, la verde, no iba en dirección al monumento, sino al contrario, por lo que salimos de nuevo a la calle para bajar por la boca de la acera de enfrente y coger allí el metro. Nos bajamos en la parada del Passeig de Gràcia para hacer trasbordo con la línea 2, la morada, que tres paradas después nos dejó definitivamente en nuestro destino. Concretamente, salimos por la boca que está en la esquina del Carrer de Provença con el Carrer de la Marina, la cual da al ábside de
la Sagrada Família, que, como era de esperar,
estaba rodeada de varias grúas.
Nos situamos justo enfrente de la
Fachada del Nacimiento, la primera que se construyó cuando Gaudí aún vivía. Era imposible poder sacar una foto de toda la fachada debido a la gran altura de las cuatro torres que sobresalen de ella, así que me centré en los tres pórticos dedicados a las tres virtudes teologales: la Caridad, la Esperanza y la Fe. En el primero, dedicado a Jesús, el principal grupo escultórico representa la Coronación de la Virgen, y debajo de éste la Anunciación; en el segundo, que está dedicado a José, se escenifica los Esponsales de la Virgen María y San José, además de otras; por su parte, en la de la Fe, dedicado a la Virgen, entre los muchos elementos que contiene, destaca la escena de la Inmaculada Concepción. También merece ser mencionado el Árbol de la Vida que corona el pórtico de la Caridad, así como la escultura de un pelícano como símbolo de la Eucaristía. Como dije antes,
desde donde nos encontrábamos no había manera de poder sacarse una foto con toda la fachada, así que Marta y yo nos fuimos al parque situado enfrente de ésta para hacernos unas cuantas, mientras que mis primos y mi hermana se quedaron allí esperando. Tras rodear el lago de este parque, nos fuimos hasta la parte más alejada, donde vimos un banco de piedra sobre el cual se subió primero Marta para que la fotografiara, y luego yo para que ella me inmortalizara junto con tan imponente templo.
Nos reunimos de nuevo con los demás, que no dejaban de pedirme que nos fuéramos ya, pero les dije que antes tenía que echarle un vistazo a la otra fachada de la Sagrada Família, por lo que la rodeamos por el Carrer de Provença, donde ya empezaba la cola de turistas para entrar en ella. Ellos se quedaron en una esquina a la sombra, mientras que yo crucé al Carrer de Sardenya para colocarme a la entrada de la Plaça de la Sagrada Família, justo enfrente de la
Fachada de la Pasión. Esta fachada tiene una estructura similar a la anterior, pero su apariencia varía bastante en lo que al estilo arquitectónico se refiere. Ésta también tiene cuatro torres, dedicadas igualmente a otros tantos apóstoles, así como tres pórticos que reciben el mismo nombre que los de la del Nacimiento. Como su propio nombre indica, esta fachada contiene varios grupos escultóricos que escenifican otros tantos momentos de la Pasión de Jesucristo, tales como La Verónica, La crucifixión, La flagelación o el Ecce Homo. Dignas de mención son las dos puertas principales, ambas de bronce y que contienen diversos pasajes del Evangelio. Por último, escondido tras los andamios y redes y situado entre las dos torres centrales, pude divisar una escultura de bronce que representa la Ascensión de Jesús. No cabe duda de que la Sagrada Família es un cúmulo de detalles que cuando termine de ser construida dará mucho que hablar y que estudiar.
De nuevo juntos los cinco, siendo ya algo más de las cuatro y media de la tarde,
bajamos por la boca de metro situada en la esquina del Carrer de Provença con el Carrer de Sardenya
para coger el metro, concretamente la línea morada,
y quedarnos en la parada del Passeig de Gràcia, ya que el cercanías que nos llevaría al aeropuerto pasa por dicha parada. Lo que no nos esperábamos es que al bajarnos del vagón de metro
tuvimos que recorrer a pie un larguísimo túnel que no parecía tener fin y
que terminaba en el exterior. Ya en la calle, nos fijamos que en el suelo estaban marcadas unas
flechas azules que señalaban el camino a seguir para llegar hasta otra boca por la que bajamos y en la que, ahora sí, encontramos
el andén del cercanías R2 Nord. Por lo que deduje, todo el rodeo que dimos se debía a las obras del metro, o al menos eso era lo que parecía.
Pues bien, nuestro tren tenía pinta de haber pasado hace bien poco por lo vacío que estaba el andén, tal y como confirmé en los horarios que allí había, así que nos tocó esperar un buen rato, cerca de veinte minutos. No teníamos prisa ninguna porque íbamos bien de tiempo, y de hecho nos vino de perlas para descansar en los bancos.
El tren llegó pasadas las cinco y media, y nos subimos de los primeros para coger cinco asientos juntos y seguir con nuestro correspondiente descanso. Por las ventanas del cercanías veíamos que ya estaba atardeciendo, lo cual no hacía más que darnos más sueño todavía.
Llegamos a la estación del aeropuerto a las seis, pero
ahora nos tocaba recorrer la pasarela que la une con la Terminal 2 y
montarnos en el autobús lanzadera para ir a la Terminal 1, lo cual se tradujo en otro trayecto sentados, esta vez de quince minutos. Una vez allí,
nos acercamos a la consigna para recoger el equipaje que habíamos guardado por la mañana en nuestro casillero para no tener que cargar con él todo el día, lo cual hubiera sido toda una incomodidad.
18:30
Ya con nuestras maletas, nos dirigimos a la planta baja de la Terminal 1, donde volvimos a coger, ya por última vez, el autobús lanzadera, que nos dejó definitivamente
en la Terminal 2. A pesar de que quedaba todavía por delante algo más de una hora para que saliera nuestro vuelo,
nos fuimos directamente al control de equipajes, que nos costó bastante encontrarlo debido a que no estaba del todo bien señalizado, y es que para llegar allí recorrimos más de media terminal y luego tuvimos que dar media vuelta hasta el principio para subir a la primera planta, donde finalmente dimos con él.
La puerta de embarque ya estaba asignada, lo cual me hizo pensar que tendríamos que esperar mucha cola, pero por suerte no fue así, puesto que cuando llegamos apenas habría unas quince o veinte personas delante de nosotros. Con nuestro sitio ya asegurado, yo me quedé al cuidado de todo nuestro equipaje mientras los demás iban al baño, y además aproveché para guardar la mochila de la cámara en mi maleta para que los de Ryanair no me llamasen la atención luego.
Mientras esperábamos para que llamasen para embarcar, una pareja apareció desesperada en el mostrador de al lado pidiendo a las azafatas que les dejaran pasar, pero éstas decían que no, que habían llegado tarde y que ya no podían abrir la puerta. Los dos se lo suplicaron varias veces, e incluso hacían gestos señalando a los ventanales de la terminal como diciendo que el avión todavía estaba ahí quieto y sin haber arrancado, y que por lo tanto todavía podían subirse a él; por su parte, las azafatas afirmaban que el vuelo ya había salido, por lo que finalmente se quedaron en tierra. A todo esto, las de nuestro vuelo comenzaron a embarcar, primero a aquellos pasajeros que habían comprado un billete con prioridad de embarque, que fueron unos cuatro o cinco nada más, y luego a los demás. Cuando llegó mi turno, enseñé mi DNI y mi billete como siempre, y, ya dentro del túnel de acceso al avión, abrí la maleta para sacar la mochila de la cámara.
Entramos en el avión y, como de costumbre,
me fui directo a los asientos de emergencia, que estaban casi todos libres,
pero, al igual que en el resto de vuelos del viaje,
no me dejaron sentarme en ellos; no obstante,
le pedí al azafato que si nadie lo cogía que me lo reservara, y me dijo que ya vería. Nos sentamos justo detrás de las dos filas de emergencia, en el lado izquierdo del avión, y desde allí pudimos reconocer a viejos 'conocidos' del viaje, como por ejemplo al joven que se sentó con mi primo Alberto en el vuelo Barcelona-Milán. En esto, de una forma totalmente inesperada, vi que
a la entrada del avión había bastante gente alrededor de una persona, y resulta que era Monreal, el lateral izquierdo del Málaga, que no había podido jugar el partido porque estaba lesionado. Lo que no me cuadraba era que hubiese cogido un vuelo Ryanair al día siguiente del partido en vez de ir en el del equipo. En fin, yo aproveché la ocasión y
cogí rápidamente mi cámara para fotografiarle, pero ya había hecho dos cuando
se me acercó un azafato para advertirme de que no se podían hacer fotos, así que la guardé en la mochila.
Una vez calmado el revuelo que causó Monreal,
volvió el primer azafato para decirme que me podía sentar en los asientos de emergencia, puesto que quedaban algunos libres, por lo que tanto yo como algunos de mis acompañantes aprovechamos la oportunidad para estar más cómodos. Los azafatos se pasaron fila por fila para comprobar que todo estaba correcto, pero se dieron cuenta de que tenía escondida la mochila de mi cámara bajo mis pies y me obligaron a guardarla en el compartimento superior.
El avión se puso en marcha a las ocho en punto, cinco minutos después de la hora prevista, rumbo a Málaga. Durante el día habíamos tenido la oportunidad de descansar varias veces (al desayunar, al almorzar, al coger los autobuses, el metro y el cercanías...), en mi caso lo suficiente como para seguir pateándome Barcelona o Milán, pero hubo alguno que otro entre nosotros que no quiso desaprovechar el vuelo para echarse una siesta.
Las azafatas y azafatos de Ryanair empezaron con su carrusel de ofrecimientos nada más estabilizarse el avión en las alturas. Primero, con la revista de la compañía, que no la cogí porque ya lo hice en el vuelo de ida y no tenía nada interesante; luego, con la carta para el que quisiera tomarse algún refresco, sandwich o demás manjares culinarios a precios poco recomendables; y por último, productos más variados como los ya famosos cigarrillos que no expulsan humo, los calendarios de las azafatas de Ryanair o billetes para el autobús turístico de Málaga. El viaje no se me hizo muy largo, sobre todo porque
estuve prácticamente todo el trayecto asomado a la ventanilla para intentar distinguir algo desde ahí arriba, a pesar de que ya era noche cerrada y lo más que se lograba divisar eran carreteras con coches circulando y algunos núcleos de población.
Serían las nueve y cuarto cuando el avión comenzó a descender, lo cual significaba que nos encontrábamos muy próximos a llegar; así pues,
me fijé con más detenimiento para ver Málaga iluminada desde el cielo e identificar algunos de sus lugares más importantes y reconocibles, tales como el puerto, Gibralfaro o la Catedral. Me hubiera gustado hacer algunas fotos, pero ya comenté antes que estaba prohibido, y además no tenía la cámara a mano.
Sobre las nueve y media, algo antes de lo previsto,
el avión tomó tierra en la pista de aterrizaje y, tras ello, se acercó poco a poco al edificio de la terminal del aeropuerto para detenerse y apagar definitivamente los motores; en ese instante, se escuchó la melodía de Ryanair con el típico toque de trompeta que provoca que todos los pasajeros se rían y aplaudan al unísono. Cogimos nuestros chaquetones y maletas de los compartimentos superiores y nos dirigimos a la puerta más cercana a la cabina para salir y acceder a la terminal a través del túnel que habían conectado al avión.
Después de recorrer varios pasillos,
llegamos por fin al exterior del aeropuerto, donde nos esperaban mi madre y mis tíos (los padres de mis primos) para recogernos. Estábamos saludándonos cuando de repente
vimos pasar a nuestro lado a Monreal con un dirigente del Málaga, por lo que Nacho y yo nos acercamos corriendo antes de que se marchara para hacernos una foto. Como ya la tenía guardada, tuve que engancharle un objetivo al cuerpo de la cámara, y tras ello
le hice una foto a mi primo con él, e inmediatamente Monreal se tuvo que marchar porque tenía prisa. No sé por qué,
pero en la pantalla de la cámara se mostró un mensaje de error en el que se me indicaba que apagase y volviese a encender, y, tal y como me barruntaba,
la foto no se había guardado. En fin, tras esta pequeña decepción, mis primos y Marta se marcharon en uno de los coches con mi tía, mientras que mi tío nos llevó a mi madre, a mi hermana y a mí a nuestra casa para poner
punto y final a este viaje.
Nota: por fin he terminado de relatar este viaje, y es que creía que no iba a dar tiempo antes del viaje de mañana, tal y como me había propuesto. En efecto,
mañana bien tempranito,
a las 7:15 si no hay retrasos,
me subo de nuevo a un avión, esta vez
para ir a Glasgow con mis amigos Miguel y Jose. Pasaremos allí dos días hasta el lunes por la mañana,
y luego a Edimburgo hasta el miércoles por la noche, que ya estaremos de vuelta en Málaga. Así pues, tengo por delante cinco días para conocer otras dos ciudades y practicar el inglés, que falta me hace. Espero que el relato de este nuevo viaje no se alargue tanto en el tiempo como éste, aunque todo dependerá de los ratos libres de los que disponga.
Hasta pronto ;)