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martes, 22 de diciembre de 2015

La democracia invisible

Todavía se habla, y mucho, de las elecciones generales del pasado 20 de diciembre, lo cual es lógico teniendo en cuenta que apenas han pasado dos días y que probablemente hayan sido las más esperadas e igualadas desde la transición, sobre todo por la irrupción de dos nuevos partidos (Ciudadanos y Podemos) dispuestos a derrocar al bipartidismo (PP y PSOE) que ha gobernado España desde hace más de 30 años. Si una cosa está clara es que, en mayor o menor medida, todos han ganado, como siempre ocurre, ya sea por ser el que más escaños tiene, por haber conseguido que el otro partido ya no tenga mayoría absoluta, por estrenarse con fuerza en el Congreso de los Diputados, por... Por muchas razones, la victoria está en boca de todos, pero, como también siempre ocurre, quien ha vuelto a perder ha sido la democracia.
No hay más que analizar los datos, tal y como hice hace cuatro años en dos posts (éste, sobre el reparto de escaños entre las circunscripciones electorales, y éste, sobre la atribución de escaños según los votos obtenidos), para confirmar que esta vez la democracia tampoco ha sido invitada a la que se supone que es su fiesta. ¿Te imaginas que el día de tu cumpleaños se organiza una fiesta para celebrarlo y a ti no te dejan pasar? ¿O que el día de tu boda llegas a la iglesia y te dicen "Mira, vete que tú aquí no pintas nada"? Pues esto es lo que le ocurre a la pobre democracia, tan frágil, tan triste, tan invisible, cada vez que acudimos a las urnas para elegir al partido que debe llevar las riendas de nuestro país los próximos cuatro años.
No voy a hacer un análisis tan exhaustivo como el que me curré en las dos entradas que os he mencionado antes, pero sí que os mostraré lo suficiente como para que veáis cómo ha quedado configurado el Congreso y cómo podría o debería estar si nuestra amiga hubiera sido invitada a su fiesta. Empecemos recordando un par de aspectos de nuestra 'querida' Ley Electoral que resultan más que determinantes en la configuración final del Congreso de los Diputados: la primera, que en las elecciones generales hay tantas circunscripciones como provincias (50) y ciudades autónomas (2) en vez de una circunscripción única y nacional; y la segunda, que se obvian los votos de aquellos partidos que no han conseguido al menos un 3 % de los votos válidos emitidos en cada una de dichas 52 circunscripciones. Por otra parte, también resulta conveniente mencionar que utilizamos el sistema D'Hondt para la asignación de escaños a los partidos políticos que cumplen esta última condición, un sistema que, como ya vimos hace unos años, no es demasiado equitativa.
Y antes de pasar a analizar la primera de las dos tablas comparativas que os voy a mostrar, qué menos que comentar algunos datos importantes de estas elecciones generales. Se ha contabilizado un total de 25.350.447 votos, de los cuales 226.997 han sido nulos (esto implica que no se tienen en cuenta a la hora de asignar el porcentaje de voto de cada partido) y 187.771 han sido votos en blanco. En elecciones anteriores, estas dos cantidades han sido mayores, pero aún así habría que destacar que los votos nulos serían la novena fuerza más votada, mientras que los votos en blanco serían la undécima, de tal forma que ambos montantes tendrían que estar representados con tres escaños cada uno en el Congreso. Por otra parte, voy a considerar a Podemos como un único partido y no como varios movimientos y mareas repartidos por la geografía española, para un mejor análisis de los votos emitidos.
Aquí tenemos la primera tabla comparativa. La primera columna muestra los votos recibidos por cada partido (he obviado los que han conseguido menos de 30.000 votos); la segunda, el porcentaje de votos con respecto a los votos totales menos los nulos; la tercera, los escaños que le han sido asignados a los partidos aplicando la Ley Electoral vigente; y la cuarta y última, los diputados que le corresponderían a cada partido si aplicásemos directamente los porcentajes de la segunda columna a 350, que son los escaños a repartir entre todos, es decir si tuviésemos una única circunscripción y no aplicásemos el corte del 3 %. Los números hablan por sí solos, pero no está de más que resaltemos algunos de los más llamativos.
Para empezar, lo que está claro es que los partidos nacionales mayoritarios y los nacionalistas son los que siempre se llevan el gato al agua, especialmente los primeros, mientras que los partidos que tienen sus votos muy repartidos parten en clara desventaja. Aquí tenemos los evidentes casos del PP, que consigue unos 20 escaños más de los debidos; el PSOE, que debería tener 13 menos; Ciudadanos, que contaría con nueve asientos más; UP-IU, que pasaría a tener un grupo parlamentario propio más que sobrado; o partidos muy minoritarios (PACMA, UPYD, BNG...) que tendrían algún que otro representante en la Carrera de San Jerónimo. Si esto ya quema los ojos, atentos a las comparativas entre parejas de partidos políticos que os detallo a continuación.
Comencemos con Ciudadanos, uno de los novatos, que tiene casi la mitad de los votos recibidos por el PP de Mariano Rajoy; sin embargo, los populares van a tener el triple de representación parlamentaria que la formación de Albert Rivera. Continuamos con el gran debutante, Podemos, que, a pesar de casi igualar en votos al PSOE de Pedro Sánchez, tiene veintiún escaños menos, por lo que Pablo Iglesias, al que se le ve muy contento, debería estarlo aún más. Pasamos ahora a un habitual perdedor de esta Ley Electoral, UP-IU, que sale mal parado sobre todo en comparación con los nacionalistas, a los que supera más que sobradamente en sufragios, pero luego se tiene que contentar únicamente con 2 escaños en vez de los 13 que realmente le pertenecen; mientras tanto, Esquerra consigue 9 con dos tercios de los votos, y Coalición Canaria, con menos de la décima parte de apoyos, se lleva un diputado. Terminamos con otro resultado muy llamativo, el del PACMA, con una cantidad de votos similar a BILDU, se queda a cero al tiempo que la formación independentista tendrá dos representantes.
Como ya hemos comentado, la asignación de escaños se lleva a cabo aplicando el sistema D'Hondt, al que muchos consideran culpable de las notables desigualdades que acabábamos de analizar, lo cual no es del todo cierto, ya que el principal responsable de estos desajustes viene siendo la división en circunscripciones provinciales, lo cual provoca que el voto de un soriano tenga mucho más valor que el de un madrileño o un alicantino. En cualquier caso, tampoco es que el sistema D'Hondt sea del todo justo, sobre todo si lo comparamos con otras fórmulas electorales que se aplican en países como Alemania, Dinamarca, Australia, etc.
En esta tabla comparamos el reparto de escaños que se obtendría aplicando los cuatro sistemas mostrados (D'Hondt, Sainte-Laguë, Hare y Droop) suponiendo que tuviésemos una circunscripción nacional y que no descartásemos a los partidos políticos con menos de un 3 % de votantes sobre el total de válidos. Si queréis recordar cómo funciona cada método electoral, os remito a la entrada que publiqué hace cuatro años para no alargar más ésta. En resumidas cuentas, el cociente Hare viene a ser lo más parecido a una asignación de escaños proporcional a los votos recibidos, y si no, comparad su columna con la última de la primera tabla que os he mostrado. Casualmente, el cociente Droop genera los mismos guarismos, aunque a veces sí que presentan diferencias de un escaño arriba o abajo en algunos partidos. Lo que sí está claro es que el sistema D'Hondt, libre de toda culpa por lo que antes hemos explicado, en realidad beneficia a los partidos mayoritarios a costa de los muy minoritarios, a los que deja sin representación en el Congreso de los Diputados. Y cabe decir que esta vez las diferencias entre este método y los cocientes Hare y Droop son bastante pequeñas, lo cual se debe a que tenemos dos nuevos partidos fuertes (Podemos y Ciudadanos) que han aportado más estabilidad en este aspecto. Con respecto al método Sainte-Laguë, que en realidad es una pequeña variante del método D'Hondt, el reparto obtenido es mejor que el de éste, aunque no del todo equitativo. Muchos critican que con los cocientes Hare y Droop se puebla el hemiciclo de partidos con una representación testimonial (uno o dos escaños), pero si es lo que los españoles han votado, ¿por qué no tienen el mismo derecho a tener voz que el resto de formaciones?
Las matemáticas no engañan. Cuanto más circunscripciones tienes, es decir, cuanto más redondeas, más error cometes, y si no que se lo digan a los partidos afectados. Si a esto le sumamos la obligación de tener un mínimo porcentaje de votos para aspirar a conseguir representación, el injusto reparto de escaños entre las circunscripciones y la fórmula electoral aplicada, nos queda una tarta mal dividida que no refleja lo que los españoles han dicho con sus votos. A ver si de una vez por todas impera el sentido común y la proporcionalidad, porque si no me veo cada cuatro años publicando una entrada como ésta, y la verdad, uno ya se cansa de tanto repetirse en estos temas.
Como siempre, la Ley Electoral da mucho que hablar, pero más van a tener que hablar ahora los grandes partidos entre ellos. Es momento de formar gobierno y toca pactar, dialogar y ceder, lo cual parece poco probable teniendo en cuenta todas las combinaciones medianamente viables y las posturas de cada uno, así que todo apunta a que dentro de unos meses tendremos que acudir de nuevo a las urnas, y quién sabe si a unas terceras elecciones... En cualquier caso, lo que está fuera de toda duda es que la democracia volverá a ser ignorada en su día más importante.

Nota: este post forma parte del Carnaval de Matemáticas, que en esta quincuagésima novena edición, también denominada 6.9: El conjunto de Cantor, está organizado por Marta Macho Stadler a través de su blog ZTFNews.

lunes, 14 de diciembre de 2015

No es mío, pero es interesante (LXXXVI)

Ya tenemos aquí otra entrada de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han interesado en las últimas semanas. Como viene siendo habitual, algunos de ellos consiguen colar más de un post, como son los casos de Microsiervos y WTF Microsiervos, con nueve y dos aportaciones, respectivamente. Y como siempre, mucha variedad: matemáticas, ciencia, astronomía, curiosidades, vídeos, etc.
Echémosle un vistazo a las entradas de esta entrega:
¿Qué os han parecido las recomendaciones de esta entrega? Espero que os hayan gustado y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

sábado, 5 de diciembre de 2015

Viaje a Múnich: día 4

Domingo, 19 de julio de 2015

7:45
Una mañana más, yo fui el primero en ponerse en pie cuando sonaron las alarmas de mi antiguo móvil. A pesar de que la cama era bastante cómoda, no bastaba para estar completamente descansado de los tres intensos días de viaje que ya llevábamos acumulados, pero el esfuerzo merecía la pena, al menos para mí, porque a saber si alguna vez volveré a Múnich o a Salzburgo. Tras mi pertinente paso por el baño, me asomé a la ventana para confirmar que aparentemente el tiempo nos iba a respetar otra vez, y eso que en teoría el día de hoy amenazaba lluvia, según las previsiones que consultamos en Málaga antes de partir. Una mañana más, Jose me hizo saber que había roncado varias veces, aunque este comentario ya casi que no aportaba nada, como el que dice que hoy sale el sol, lo cual ya se sabe.
Mientras mis amigos terminaban de arreglarse para ir a desayunar, preparé todo lo que nos iba a hacer falta durante el día de hoy, a saber: la cámara de fotos, los folios con la lista de sitios que visitar, los planos del transporte público y el mapa de la ciudad. Tardamos más de lo habitual en bajar a la cafetería, un tanto relajados como consecuencia de que el día de hoy sería ligeramente más tranquilo que los anteriores y de que para llegar a nuestro primer destino tendríamos que usar el metro, por lo que no teníamos demasiadas prisas. Esta vez mi desayuno estuvo compuesto por una mini baguette hecha con la misma masa de los famosos pretzel, un pitufo de pan redondo, dos trozos de bizcocho, un vaso de zumo de naranja y una taza de leche del tiempo con cacao soluble, mientras que mis amigos cogieron más o menos lo de siempre, es decir, pan, embutidos, cereales, zumo y café.
La mesa en la que nos habíamos sentado los dos primeros días estaba ocupada, así que nos fuimos a la que estaba justo detrás. La mini baguette la unté con mantequilla, y he de decir que estaba muy buena, con una miga muy jugosa y con ese puntito de sabor extra tan característico que le dan los granos de sal gorda que tiene espolvoreada por encima. Después de tomarme el zumo, procedí a untar Nutella en el pitufo y a comérmelo junto con los dos trozos de bizcocho de chocolate, y entre tanto me bebí el vaso de leche para ayudar a bajar mejor esta parte final del desayuno. Cuando ya había terminado a eso de las nueve, me entraron ganas de ir al baño, tal y como me pasó la mañana anterior, así que subí a la habitación una vez que Jose me dio la tarjeta para poder entrar en ella, aunque esta vez al final resultó ser una falsa alarma.
De nuevo juntos los tres, decidimos descansar un rato y tomarnos con calma los minutos previos al comienzo de un nuevo día de visita por Múnich que nos llevaría a sitios bastante distantes entre sí. Entre una cosa y otra salimos del hotel a las diez menos veinte en dirección a la Sendlinger-Tor-Platz, donde bajamos por una de las bocas de metro para comprar en una de las máquinas de la estación un Group-Day-Ticket, un billete que, como su propio nombre indica, podíamos usar los tres para montarnos las veces que quisiéramos en cualquiera de los transportes públicos sin salirnos del conocido como Inner District, que básicamente viene a ser casi toda la ciudad a excepción de los barrios más periféricos, y que nos costó 11'70 €, es decir, ni 4 € por cabeza, lo cual estaba bastante bien. Allí mismo cogimos la línea U2 del metro en sentido norte para bajarnos dos paradas después en la de Königsplatz.

10:00
Nada más salir al exterior, nos sorprendió un ligero chispeo que nos hizo temer lo peor, puesto que además el cielo estaba encapotado, pero por suerte solamente fue un pequeño susto que apenas duró dos minutos. Lo que tampoco nos esperábamos era que en la plaza hubiera numerosos operarios desmontando lo que parecían carpas, escenarios y torres de luz, y cargándolos en los tráileres que estaban allí aparcados; al momento caímos en la cuenta de que quizás aquí se habría celebrado un concierto, lo cual explicaría que la noche anterior nos encontrásemos con un nutrido grupo de jóvenes cantando mientras salían de uno de los vagones del metro. En cualquier caso, todo ello entorpecía un poco la visión de los tres majestuosos edificios de arquitectura neoclásica que rodean la amplia Königsplatz: la Glyptothek (Gliptoteca), con columnas de orden jónico; los Propileos, de orden dórico; y la Staatliche Antikensammlungen (Colección Estatal de Antigüedades), de orden corintio.
Nos dirigimos en primer lugar a la Glyptothek para visitar el museo que alberga en su interior, aunque antes le pedí a Jose que me hiciese un par de fotos con este edificio, que destaca por la columnata y el tímpano del frontón, así como por las estatuas ubicadas en los nichos de su fachada. Ya dentro, me acerqué al mostrador para comprar las entradas, a 1 € cada uno por ser domingo en vez de los 6 € que cuesta el resto de días de la semana, y que por cierto también serían válidas para la Staatliche Antikensammlungen, así que aprovecharíamos para ir allí también aunque no estaba en nuestros planes. Al entregarme las entradas, la taquillera me recordó que no estaba permitido usar el flash, a lo que le dije que no había ningún problema, ya que solamente lo utilizo de noche y en contadas ocasiones; tras coger un tríptico en inglés, al no haberlo en español, comenzamos la visita a la Gliptoteca por la sala que teníamos a nuestra izquierda.
Jose y Miguel fueron por libres y a un ritmo mayor, puesto que a ellos los museos no les llama mucho la atención, por lo que yo me quedé retrasado casi desde el principio. En general, en todas las estancias de la Gliptoteca se exhiben estatuas correspondientes a las épocas arcaica, clásica, helenística y romana, todas ellas de un gran valor artístico, aunque obviamente algunas más que otras. En la primera sala vimos una de las principales esculturas del museo, el Kuros de Tenea, aunque en la siguiente nos topamos con una todavía más importante, el Fauno Barberini, una estatua en la que se representa a un fauno en una postura más que provocadora; en esta misma sala también estaba la Medusa Rondanini, una pequeña cabeza de este famoso monstruo mitológico.
Las siguientes estancias mostraban más estatuas de la época griega, algunas de ellas incompletas por faltarle la cabeza, una mano o una pierna. Algunas de las que más me llamaron la atención fueron la de un hombre acunando un niño, las de personajes femeninos y las de guerreros portando sus lanzas y escudos, pero no solamente había esculturas, sino también trozos de lo que supuestamente eran muros de mármol, maquetas de templos griegos, cascos, etc. La Gliptoteca estaba poco concurrida, puesto que apenas estaríamos nosotros y algunos pocos visitantes madrugadores, además de los vigilantes que estaban pendientes de las obras expuestas y de que nadie hiciese fotos con flash; precisamente una turista, al verme con mi cámara al cuello, me pidió que le fotografiara junto a una de las estatuas del museo.
Las últimas salas estaban enteramente dedicadas a la época romana, lo cual era evidente por la gran cantidad de bustos de emperadores que había en una de ellas, como por ejemplo la de Nerón y la de César Augusto portando en su cabeza la corona cívica; también habría que destacar una escultura con la típica pose imperial y de poder de algún gran dirigente, así como varias maquetas que mostraban la evolución de un foro romano con el paso de los años. Para terminar, en la sala final vi otra de las estatuas más representativas del museo, la del Niño con ganso, tras lo cual me puse a buscar a mis amigos, a los que les había perdido de vista desde hace rato. Miguel estaba sentado en una de las sillas de la cafetería que está en el patio interior del edificio, mientras que Jose vino a mi encuentro y ya de paso escribió unas palabras en el libro de visitas situado en una mesa de la sala en la que nos encontrábamos.
De nuevo los tres juntos, abandonamos la Gliptoteca para cruzar la Königsplatz y acceder a la Staatliche Antikensammlungen, en cuya escalinata había un pedestal con una quimera (un monstruo mitológico compuesto por un león, una cabra y una serpiente) dorada. Al entrar no tuvimos más que mostrar la entrada que habíamos adquirido antes, y a continuación pasamos a las salas del museo, que contiene colecciones de antigüedades clásicas, tales como joyas, terracotas, vasijas, piezas de vidrio y cerámica, y alguna que otra escultura. En la primera de ellas había varias vitrinas con jarrones y ánforas con dibujos pintados en la parte exterior de los mismos, de esos que aparecían en las fotos de los libros de texto de Historia cuando hablaban de los utensilios y del arte de la civilización griega. Más adelante, en mitad de otra de las estancias, vimos un gran carro de madera, y justamente al lado un expositor con monedas de oro y plata de diferentes tamaños.
Atravesamos una sala en la que las paredes simulaban ser los frescos que habría por aquel entonces en los templos para pasar al siguiente grupo de estancias, también con objetos cerámicos y vasijas con todo tipo de decoraciones, así como varias estatuas de mármol y bronce, principalmente bustos. Resulta que ya había recorrido el museo entero, y de hecho mis amigos ya estaban fuera, pero me di cuenta de que en uno de los laterales de esta última sala había unas escaleras que llevaban a una planta superior más pequeña en la que no había absolutamente nadie, a excepción del vigilante de seguridad; tras echarle un rápido vistazo a las monedas, figuritas y ánforas allí expuestas, bajé de nuevo a la planta baja para reunirme con Jose y Miguel, que me estaban esperando sentados en la escalinata de la Staatliche Antikensammlungen. Habíamos dedicado media hora en visitar la Glyptothek y apenas quince minutos en éste, y es que ambos museos no es que sean grandes que digamos, pero por 1 € los dos era realmente un regalo.
Bajamos la escalinata en dirección al Propileos y, tras dejarlo a nuestra derecha, continuamos por la Luisenstrasse y la Karlstrasse hasta llegar a la Abtei St. Bonifaz, una abadía benedictina situada detrás del museo en el que acabábamos de estar. Al entrar en ella resulta que se estaba celebrando una misa, lo cual provocó que mis amigos se quedasen esperando en el vestíbulo, mientras que yo accedí al templo en sí; concretamente estaban cantando y, justo a continuación, tanto el sacerdote como los acólitos y algunos parroquianos salieron como si de una procesión se tratara a otra sala a la que ya no me atreví a pasar. El interior del templo era muy modernista, debido a que fue seriamente dañado durante la Segunda Guerra Mundial, aunque su fachada de ladrillo rojo y las arcadas que en ella destacan no dan esa impresión, que por lo que se ve no se vieron afectadas.

11:15
Al salir de la iglesia, nos topamos con uno de los momentos más curiosos del viaje, y es que vimos cómo un alemán se subía a una bicicleta de rueda alta con una facilidad pasmosa a pesar de lo complicado que parece y cómo circulaba con ella hasta pararse en un semáforo en rojo, en el que no tuvo más remedio que apoyarse para no caerse. Tocaba ahora ir hasta el Allianz Arena, ubicado en las afueras de Múnich, es decir, que teníamos por delante un largo trayecto. Para ello, nos dirigimos a la boca de metro más cercana para coger la línea U2 y volver a la parada de nuestro hotel, la Sendlinger Tor; una vez allí, nos apeamos para hacer transbordo con la línea U6, en la que tomamos asiento, puesto que tardaríamos aproximadamente unos veinticinco minutos en llegar al estadio, lo cual nos vino muy bien para descansar. Después de doce paradas, nos bajamos en la de Fröttmaning, y a continuación subimos a una pasarela para cruzar al otro lado de las vías, donde a lo lejos ya se avistaba la inconfundible silueta del Allianz Arena.
Nos encontrábamos ahora en una gran explanada surcada por varios senderos entrelazados con ligeras pendientes que posibilitaban contemplar el estadio sin que nada lo entorpeciese; no nos entretuvimos apenas en hacer fotos porque teníamos que buscar las taquillas y no sabíamos si iba a haber mucha gente o no. Una vez que pasamos por unos tornos que dan acceso al recinto propiamente dicho, pudimos ver muy de cerca los 2.874 paneles romboidales que conforman la peculiar piel que recubre al estadio, motivo por el que es comúnmente conocido como 'el neumático', y que se iluminan de un color u otro según el equipo que ejerza de local: blanco en el caso de la selección germana, rojo cuando juega el Bayern de Múnich, y azul para el Múnich 1860. Los dos equipos de la ciudad disputan aquí sus partidos desde que se terminó de construir en el año 2005 para que fuese una de las sedes del Mundial de Alemania 2006, ya que antes lo hacían en el Olympiastadion.
Tocaba ahora ir en busca de las taquillas para visitar el Allianz Arena, el cual rodeamos hasta que vimos en la pared una señal que indicaba que teníamos que subir por unas escaleras. En efecto, llegamos a un vestíbulo decorado con diversos motivos del Bayern de Múnich y en el que también había un largo mostrador seguido de una cola más larga todavía. Para nada nos esperábamos tanta gente, pero, pensándolo bien, entre que era domingo y que la ciudad recibe muchos turistas en verano aprovechando el buen tiempo, la verdad es que estaba bastante justificado; así pues, nos unimos a la cola a esperar nuestro turno, precisamente a la altura de una placa que deja constancia de que este estadio fue sede de la final de la Champions League del año 2012, en la que curiosamente perdió el Bayern frente al Chelsea, y para más inri en la tanda de penalties.
Miguel se acercó al mostrador para consultar en los paneles informativos los precios mientras Jose y yo guardábamos el sitio, pero no se terminó de aclarar, por lo que fui yo para confirmar que eran los que aparecían en la página web, según lo que se fuese a visitar y las tarifas reducidas según edad y condición: 10 € para hacer solamente el tour del estadio, 12 € para el museo, y 19 € para la visita combinada. Después de unos veinte minutos de espera, nos atendió una chica a la que le dije que queríamos tres entradas para la visita del estadio de las 13:00 en inglés, a lo que nos respondió que para ese idioma el siguiente turno disponible era el de las 16:45, o si no hacer el tour en alemán de las 14:30. Mis amigos y yo nos miramos sorprendidos sin saber qué hacer, puesto que como mínimo tendríamos que esperar dos horas más, así que le pregunté si era posible visitarlo por nuestra cuenta, y nos dijo que no, que tenía que ser guiada obligatoriamente; tras hablarlo, decidimos que lo mejor era hacerlo en alemán aunque no nos enterásemos de nada.
Ya con las entradas, salimos de nuevo al exterior para hacer tiempo antes de almorzar, ya que todavía era la una menos cuarto, y aprovechar para hacernos unas cuantas fotos; antes de ello, entramos por uno de los accesos del estadio, desde el cual era posible ver parte de las gradas y del terreno de juego a través de unas rejas, y ya de paso fuimos a los baños para refrescarnos un poco. Allí no teníamos ningún sitio al que poder ir, puesto que el Allianz Arena se encuentra en mitad de un descampado desde donde solamente se ven fábricas y carreteras. Pues bien, estaba yo fotografiando el rótulo con el nombre del estadio cuando de repente noté algo en mi brazo izquierdo, y al retirar mi cara del visor de la cámara comprobé que se me había posado una avispa en mitad del antebrazo; inmediatamente, empecé a agitar el brazo para que se marchara, pero antes de eso sentí que me picó.
Mis amigos veían cómo me movía y me quejaba sin cesar sin saber qué había pasado, pero, en cuanto les dije que me había picado una avispa, Jose se puso nervioso y se quiso quitar de en medio para que no le pasara lo mismo, ya que también es bastante aprensivo con esto de los bichos. No os podéis imaginar cuánto me dolía; al principio estaba muy focalizado en el punto de la picadura, que se veía perfectamente, y por suerte sin aguijón, pero poco a poco el dolor se fue extendiendo al resto del brazo, lo cual me hizo pensar que a lo mejor yo era alérgico a las avispas. Allí, alejados de la civilización, no teníamos adónde ir, así que hicimos lo único que se nos ocurrió, acercarnos a los baños del estadio para echarme agua fría. A los cinco minutos ya se me había formado la comezón, que era de grande como una moneda de un euro más o menos, mientras que poco a poco el antebrazo se fue enrojeciendo más y más a su alrededor.
Estuve un par de minutos echándome agua fría a presión para aliviar el picor y la quemazón, aunque no del todo. Lo notaba todo el rato, era una molestia constante, y si movía el brazo, pues más me dolía, por lo que también tenía que estar pendiente de mantenerlo lo más inmóvil posible. Por suerte a lo largo del día no fue a más, aunque sí que es verdad que durante las dos o tres primeras horas estuve bastante fastidiado. De los baños nos fuimos directamente al restaurante del Allianz Arena, compuesto por una gran sala llena de mesas y dos mostradores, uno para la bebida y otro para la comida. Le echamos un vistazo a las opciones que había para comer, y no es que hubiese mucha variedad; como era de esperar, todo era a base de carne preparada de varias formas, pero sobre todo diferentes tipos de salchichas y filetes empanados.
Jose y Miguel no quedaron muy convencidos y decidieron tomarse solamente una cerveza Paulaner, así que les encargué que me pidieran una Coca-Cola mientras yo me terminaba de decidir por una cosa u otra. Finalmente me decanté por un bocadillo con una bratwurst que me costó 3'8 €, es decir, lo que viene siendo un perrito caliente pero con una salchicha típica alemana, tras lo cual me reuní de nuevo con mis amigos, que ya habían cogido sitio en una mesa. Le pagué a Miguel los 3'65 € de mi bebida, y a continuación me comí el bocadillo antes de que se enfriara, que no es que fuera gran cosa, pero a pesar de lo simple que era estaba bueno. Lo que no conseguía quitarme de la cabeza era la maldita picadura de la avispa, pues no dejaba de mirarla para ver cómo evolucionaba; de hecho, hasta le cogí prestada a Jose su jarra de cerveza para aplicar frío en esa zona.

14:00
Mientras esperábamos a que llegase la hora de nuestro tour, no podíamos hacer mucho más que ver algunos resúmenes, goles y reportajes que estaban poniendo por los televisores de la sala, principalmente del Bayern de Múnich y de los torneos veraniegos que ya se estaban disputando. En otras pantallas se iba informando de cuándo y desde qué punto de encuentro daban comienzo las siguientes visitas al estadio, por lo que en cuanto se anunció la nuestra nos dirigimos al que nos habían asignado. Con el paso de los minutos se fue reuniendo más y más gente hasta que a las dos y media, con puntualidad alemana, se presentaron dos guías, un chico y una chica. El chico tomó la palabra y comenzó a hablar en alemán a una velocidad endiablada, de tal forma que si ya de por sí no entendíamos el idioma, ahora mucho menos; se supone que nos dio la bienvenida y, por los gestos, dedujimos que también explicó que sacásemos las entradas para que las pasasen por un lector y que a continuación bajásemos al exterior del estadio. Una vez allí, tomó la palabra de nuevo y, juntando y separando los brazos, nos dijo que nos dividiésemos en dos grupos, ya que uno se iría con él y el otro con la chica, que sería nuestra guía.
En primer lugar nos llevó a uno de los fondos, en cuyas gradas nos sentamos para escuchar lo que nos iba a explicar, aunque claro, nosotros no nos enteramos de nada, ya que cada frase que decía parecía una única palabra larguísima. Para no mentir, creo que comentó algo sobre el aforo del estadio, y luego nos preguntó de qué equipos éramos, pero como no estábamos seguros no intervenimos; sí que lo hacían los demás para hacer preguntas, y no sólo eso, sino que, como la mayoría hablaba alemán, alguna que otra vez se reían por algún comentario gracioso que hubieran dicho, y nosotros, para disimular, seguíamos el rollo. Como suele ocurrir, los estadios parecen más pequeños cuando estás en ellos que cuando los ves por la tele, y éste no fue una excepción, aunque lo que más nos llamó la atención fue el soso color de los asientos, todos grises, teniendo más sentido que fuesen rojos, azules y blancos, los colores de los equipos que juegan aquí.
Volvimos al interior de las gradas para rodearlas hasta llegar a la tribuna principal y situarnos justo detrás de los banquillos; por cierto, que los asientos de este graderío están acolchados y forrados en piel, y con un espacio considerable entre las filas, igualito que en La Rosaleda... La guía comentó algunas cosas más acerca del estadio, y luego nos dejó un par de minutos para hacernos fotos. De allí nos fuimos al interior del Allianz Arena, concretamente por unos pasillos decorados con fotos de los jugadores del Bayern (Lahm, Robben, Thiago, Lewandowski, etc.) que desembocaban en la sala de prensa, cuyos comodísimos asientos están dispuestos como si de otra grada de tratara y que además cuenta con un bar con mesas y sillas donde los periodistas y cámaras pueden tomarse algo antes de que comparezcan los entrenadores al término de cada partido. A continuación, salimos a otro pasillo para ir al vestuario del Bayern de Múnich, aunque antes tuvimos que esperar a que terminase de verlo un grupo de niños con el que nos cruzamos varias veces a lo largo del tour.
Una vez dentro, lo primero que nos encontramos a mano derecha fue una habitación con varias camillas para que los fisioterapeutas y médicos traten a los futbolistas cuando se lesionan, y luego el vestuario propiamente dicho, compuesto por taquillas identificadas en la parte superior por las fotos de los jugadores, una pantalla con proyector para que el entrenador les explique las tácticas del partido y una bañera de hidromasaje. La visita continuó, tras pasar por delante del vestuario del equipo visitante, con el túnel de acceso al terreno de juego, donde la guía nos puso el himno de la Champions League para que lo recorriésemos como si fuésemos los propios futbolistas antes de empezar un encuentro. El césped no se podía pisar, por lo que nos tuvimos que conformar con verlo a través de una red desde los últimos escalones del túnel. El tour lo terminamos en la zona mixta, una gran sala en la que los jugadores son entrevistados por la prensa después de cada partido y por la que entran al estadio procedentes del autobús del equipo.
Ya fuera del Allianz Arena, la guía dio por acaba la visita agradeciendo nuestra atención y deseando que la hayamos disfrutado, a lo que todos le respondimos con un aplauso; tras ello, nos abrió una valla para salir de la zona destinada al tour y pasar a la que se puede recorrer libremente. Eran las tres y media, pero antes de volver al centro de la ciudad entramos de nuevo al estadio, concretamente al otro restaurante del que dispone por si Jose y Miguel veían algo apetecible para comer, que no fue el caso, y también a la tienda oficial del Bayern de Múnich. Estuvimos allí un rato viendo los productos que estaban a la venta, como por ejemplo las camisetas del equipo, por un módico precio de 98 € con la serigrafía incluida; también había camisetas de algodón de tallas grandes con algunos estampados rebajadas a 10 € que mis amigos me animaron a comprar, pero no entraba en mis planes. Quien sí que estuvo a punto de comprar una jarra de cerveza con el escudo del Bayern que costaba 7 € fue Jose, aunque al final decidió no hacerlo.
Al salir de la tienda, nos dirigimos a los baños, donde aproveché para refrescarme y llenar de agua fría la botella de Coca-Cola del almuerzo, para a continuación abandonar el campo, no sin antes fotografiarnos con el Allianz Arena a nuestras espaldas al tiempo que rezábamos, al menos yo, por que no nos volviese a atacar otra avispa. Conforme nos alejábamos, le hice unas cuantas fotos más a este espectacular estadio, sabiendo ya que habíamos descartado la posibilidad de volver por la noche para verlo iluminado, más que nada porque no teníamos la certeza de que realmente fuera a estarlo en un día que no hay partido, y también porque entre ir y venir desde el centro se tarda por lo menos una hora, lo cual con el cansancio que tendríamos acumulado no era del todo aconsejable. En fin, habrá que dejarlo para una futura visita a Múnich, quien sabe si para presenciar un Bayern-Málaga en la Champions League...

16:00
Cruzando ya por la pasarela que da acceso a la estación de metro, nos dimos cuenta de que el tren ya estaba allí, por lo que nos dimos una carrera para cogerlo antes de que se marchara y no tener que esperar al siguiente, aunque finalmente no fue necesaria porque no arrancó hasta dos minutos después. Estaba completamente vacío, así que no tuvimos problemas para sentarnos juntos, pero nos tuvimos que cambiar de lado cuando se puso en marcha y comprobamos que donde estábamos nos daba el sol de pleno, ya que la primera parte del trayecto es en superficie hasta la parada de Alte Heide, donde ya vuelve a ser subterráneo. Nos bajamos en la estación de Giselastrasse y salimos al exterior a la Leopoldstrasse, una larga y amplia avenida en la que hicimos un pequeño alto en el camino para que Miguel se comprase un helado en el McDonald's que hay en ella.
Mientras se lo tomaba, fuimos paseando por la sombra que daban los árboles al tiempo que nos íbamos acercando a la Siegestor, la Puerta de la Victoria, un enorme arco de triunfo de 21 metros de altura que recuerda muchísimo al Arco de Constantino de Roma y que está coronado por una estatua de Bavaria montada en un carro tirado por cuatro leones. Según el plan que había establecido, ahora tocaba continuar por la Ludwigstrasse para entrar en la Ludwigskirche, la iglesia de San Luis, y ver por fuera el edificio de la Bayerische Staatsbibliothek, la Biblioteca Estatal de Baviera, pero, dado que no eran visitas imprescindibles, decidí prescindir de ellas y cruzar por la rotonda de la Siegestor para tirar por Schackstrasse y dirigirnos directamente al Englischer Garten, adonde entramos por el acceso situado en la confluencia de las calles Ohmstrasse y Königinstrasse.
El Jardín Inglés se trata de un gigantesco parque urbano que tiene una extensión incluso superior a los famosos Central Park y Hyde Park, por lo que representa un auténtico pulmón verde para la ciudad de Múnich. Nada más entrar, daba comienzo uno de los muchos senderos que lo recorren, por el cual avanzamos rodeados continuamente por altos y frondosos árboles que daban una sombra muy agradecida. A los pocos metros cruzamos por encima de uno de los riachuelos que lo surcan, y en el que había algún que otro bañista dándose un chapuzón a pesar de que tenía pinta de estar bastante fría; más adelante, pasamos por delante de una pequeña pradera donde había varias familias y grupos de amigos de picnic o tomando el sol. Estaba visto y comprobado que, a la mínima ocasión que el cielo se abre y hace un poco de calor, los alemanes se echan a la calle para disfrutar sus parques y jardines y aprovechar del buen tiempo.
Tras atravesar otro riachuelo, llegamos a uno de los principales reclamos del Englischer Garten, la Chinesischer Turm, una pagoda de madera de 35 metros de altura alrededor de la cual se extiende uno de los biergärten más grandes de Múnich, que por cierto estaba bastante abarrotado para ser la hora que era, y es que casi todo el mundo se estaba tomando una jarra de cerveza. Echamos un vistazo a los puestos de comida que había por allí, y la verdad es que estuvimos cerca de caer en la tentación de probar algo, especialmente mis amigos que no habían almorzado nada; de haber hecho el tour del Allianz Arena más temprano, seguramente habríamos acabado comiendo aquí. Mapa en mano para no equivocarnos y seguir la ruta prevista por el parque, avanzamos por un sendero en paralelo al Eisbach, un canal que atraviesa el Englischer Garten de norte a sur que es aprovechado por los visitantes para bañarse.
A los pocos minutos, distinguí a mi derecha escondido detrás de los árboles un pequeño templo circular de estilo griego que resultó ser el Monopteros, al cual nos dirigimos para verlo más de cerca, de tal forma que llegamos a una inmensa y vasta explanada en cuya parte central, a orillas del Schwabinger Bach, podría haber miles de personas como si de una playa se tratara. Tan grande era, y tanto calor hacía, que en vez pasear a pleno sol por ella decidimos hacer un alto descansando en un banco a la sombra ante tal relajante panorámica. En la zona más próxima a nosotros había varios grupos de personas jugando al voleibol, y también una pareja lanzándose un frisbee, aunque en realidad el único que tenía destreza tirando el disco era él; mientras tanto, al fondo se asomaban las inconfundibles torres de la Frauenkirche con sus características y llamativas cúpulas de color verdoso.
Tras un cuarto de hora de descanso, nos pusimos de nuevo en marcha por el camino por el que nos habíamos desviado antes. Conforme avanzábamos escuchábamos más y más griterío, y es que resulta que un poco más adelante, a nuestra izquierda, el agua del Eisbach fluye bastante rápido, lo cual es aprovechado por los más valientes para bañarse y ser arrastrados por la corriente, de ahí los gritos. Nos quedamos un rato en el puente que lo cruza viendo a la gente pasar por debajo, y también a otros que intentaban pasar de una orilla a otra caminando por una cuerda floja, pero sin éxito, por lo que siempre acababan cayéndose al canal. La verdad es que daban muchas ganas de darse un buen chapuzón, aunque también es cierto que el agua tenía pinta de estar bastante fría, cosa que por lo que se ve no supone un impedimento para los bravos alemanes.
Al continuar con nuestro paseo, ya en busca de la salida del parque, nos topamos con algo que no nos esperábamos, ya que creíamos que estaba en la otra punta: la Eisbachwelle. Se trata de una ola artificial que se ha convertido en una auténtica atracción tanto para los turistas como para los propios muniqueses, puesto que es raro el momento del día en el que no hay varios surferos haciendo piruetas. Sorteamos a varios de los allí presentes para acercamos a una de las orillas y verlo de cerca, lo cual tuvo sus consecuencias, y es que algunos de los movimientos que hacían los surferos provocaban que salpicasen bastante, por lo que nos mojamos un poco los pies; de hecho, mis zapatos acabaron muy sucios entre las gotas de agua y el polvo que había acumulado tras tanto paseo por los senderos de tierra del Englischer Garten.
Para evitar acabar empapados, salimos del parque para ver a los surferos desde el concurrido puente situado en la calle Prinzregentenstrasse, alejados ahora sí de cualquier posible salpicadura. Pasados unos minutos, decidimos reanudar la marcha con la ruta que había planificado, que en este caso nos haría avanzar por esta larga avenida, concretamente por la acera en la que se encuentra el Bayerisches Nationalmuseum, es decir, el Museo Nacional Bávaro, y una estatua ecuestre del príncipe regente Luitpold de Baviera. Precisamente cuando pasábamos por allí, Jose recibió una llamada de su familia para, entre otras cosas, preguntarle a qué hora nos tendrían que recoger en el aeropuerto el día siguiente; como no se acordaba, me preguntó a mí, y le dije que si no había retrasos aterrizaríamos a las once y veinte de la noche.

18:00
Cuando Jose terminó con su conversación, continuamos por la Prinzregentenstrasse hasta llegar al Luitpoldbrücke, uno de los puentes que atraviesan el río Isar, éste en concreto caracterizado por cuatro grandes estatuas de piedra situados por parejas en sus dos extremos. Al otro lado del río nos topamos con un complejo monumental en el que destacaba principalmente el Friedensengel o Ángel de la Paz, una escultura dorada que representa a la diosa griega Nike y que corona una columna corintia de 38 metros de altura, que a su vez se ubica sobre varias escalinatas que rodean una fuente decorada con figuras de niños y delfines. Mis amigos se sentaron en un banco para descansar mientras yo tomaba unas cuantas fotos; estuve a punto de subir todos los tramos de escaleras para ver más de cerca el templete situado bajo la columna, pero lo descarté teniendo en cuenta los kilómetros que ya llevaba andados y que todavía nos quedaba caminar un poco más.
Ya con paso tranquilo y sin prisa alguna por llegar a ningún sitio, seguimos con nuestro paseo por un camino trazado en paralelo al Isar, de tal manera que a nuestra derecha avistábamos a varias personas tomando el sol en las orillas pedregosas del río, mientras que a nuestra izquierda se extendía una pradera llena de frondosos árboles donde también había gente de picnic, echando la tarde con la familia o haciendo deporte, ya fuese corriendo o montando en bici por los senderos que lo surcan. La parte del final del camino estaba cuesta arriba para ascender a la colina sobre la que se erige el Maximilianeum, un imponente y majestuoso edificio neorrenacentista que actualmente es la sede del Parlamento de Baviera, aunque también permite alojarse a los alumnos universitarios más excelentes de la región bávara. Para no perder la tónica del viaje, resulta que parte de la fachada estaba oculta tras unos andamios, lo cual ya ni me sorprendía.
Conforme cruzábamos por el Maximiliansbrücke, que además de atravesar el Isar pasa por encima del Praterinsel, una de las islas del río, echaba la vista atrás para fotografiar el edificio entero, pero me resultó imposible debido a lo largo que era y a que los árboles tapaban los laterales. Ya en la Maximilianstrasse, la calle más cara de la ciudad, fuimos recibidos por el Maxmonument, la estatua del rey Maximiliano II; más adelante, conforme nos acercábamos al centro de Múnich, nos topamos con el Museo Nacional de Etnología, el edificio del Gobierno de la Alta Baviera, y finalmente las tiendas de las marcas de lujo, como Cartier, Chanel, Ralph Lauren, Valentino, etc. Teníamos que cambiarnos de acera para continuar con la ruta prevista, pero no veíamos cerca ningún paso de peatones, por lo que no tuvimos más remedio que lanzarnos al asfalto cuando vimos que no pasaba ningún coche y que uno que conducía un Ferrari frenaba para facilitar que cruzásemos sin peligro, lo cual nos llamó mucho la atención.
Nos hallábamos ahora en Am Kosttor junto a la fuente en la que nos refrescamos dos días antes, y esta vez no iba a ser menos, aunque bien es cierto que no hacía tanto calor. De allí avanzamos hasta la Platzl para volvernos a encontrarnos con el Hofbräuhaus, la cervecería más famosa de la ciudad, la cual teníamos que visitar sí o sí, y nos quedaba menos de un día para ello. Nuestra idea era cenar allí, pero todavía no eran ni las siete de la tarde, y por mucho que nos tuviésemos que adaptar a los horarios alemanes no íbamos a hacerlo ya; lo que sí hicimos fue entrar para comprobar que ya estaba lleno de gente bebiendo cerveza a mansalva, y también contaban con su propia tienda de souvenirs, especialmente jarras de diversos tamaños y diseños, pero todos con el logotipo de la cervecería.
Continuamos con nuestro paseo por las calles Platzl, Orlandostrasse, Ledererstrasse y Sparkassenstrasse hasta que llegamos a la altura del Altes Rathaus. Nos detuvimos junto a una réplica de la estatua de Julieta que hay en Verona, que según se dice da suerte en lo que al amor se refiere si le acaricias el pecho, porque empezamos a sopesar la idea de volver al Hofbräuhaus. Éste fue el momento de tonteo que solemos tener, así lo denominamos nosotros, y es que de vez en cuando nos cuesta tomar decisiones, y en este caso se nos ofrecían dos alternativas: una, irnos ya al hotel y allí pensar en algún sitio para tomar codillo, que era lo que querían cenar ellos sí o sí; la otra, dar marcha atrás para tomarnos una cerveza (ellos, yo en todo caso Coca-Cola), ir al hotel y luego volver para cenar.
Ante la indecisión, Miguel sacó una moneda de dos euros y, tras asignar cara y cruz respectivamente a las opciones contempladas, la lanzó al aire. Salió cruz, así que nos fuimos de nuevo al Hofbräuhaus, pero a los pocos metros intervine y les dije que lo que íbamos a hacer era una tontería, siendo lo más lógico ir al hotel a descansar un rato y sobre las nueve volver a la cervecería para cenar directamente y no dar tanto rodeo. Tras lograr convencerles, nos dirigimos a la Marienplatz en busca de una de las bocas de metro de la plaza, ya que, a pesar de que nos encontrábamos apenas a unos diez minutos de nuestro hotel, no teníamos ganas de andar más. El andén de las líneas U3 y U6, las que nos venían bien a nosotros, estaba en lo más profundo de esta estación, por lo que tuvimos que bajar por varias y largas escaleras mecánicas para llegar hasta allí y coger el primer tren que pasara. Tan cerca estábamos que nos apeamos en la siguiente parada, la de Sendlinger Tor.
A pocos metros de la entrada del hotel, justo enfrente del restaurante en el que cenamos la primera noche, me llamó mi madre, así que nos detuvimos no fuera a ser que se perdiera la cobertura en el ascensor. Como de costumbre, me preguntó qué tal nos había ido el día, a lo que le dije que tenía una mala noticia, que me había picado una avispa al mediodía, pero que no se preocupara porque, aunque todavía notaba cierta molestia en el brazo según qué postura o movimiento hiciese, por suerte solamente fue un susto; tras comentar alguna que otra cosa más, quedamos en que ya nos veríamos la noche siguiente en casa. Ya en el interior del hotel, procedimos con uno de los momentos de nuestros viajes que se han convertido ya en tradición: el vídeo de la habitación. Como en anteriores ocasiones, fue Jose el encargado de grabarlo con su smartphone y hacer los comentarios, tal y como podéis comprobar a continuación.
Al igual que los días anteriores, lo primero que hicimos fue tumbarnos en nuestras camas, lo cual suponía un alivio para nuestros maltrechos pies, que según las cuentas del podómetro del reloj de Jose acumulaban unos 80 kilómetros en los cuatro días de viaje que llevábamos ya. Me quité los zapatos, que estaban hechos unos zorros tras el paso por el Englischer Garten, y la camiseta para estar más cómodo y fresco, cosa que también hicieron mis amigos. Intenté conectarme a Internet a través de la señal Wi-Fi libre que se detectaba desde nuestra habitación para matar el tiempo y navegar por algunas webs, pero no cogía bien la señal. Pasadas las ocho de la tarde, Jose decidió aprovechar para darse una ducha, al cabo de lo cual nos volvimos a vestir para ir al Hofbräuhaus; por cierto, que Jose se puso unos pantalones largos muy ajustados que me generaban incomodidad con solo verle, y es que yo soy más bien de llevar la ropa tirando a holgada.

20:50
Al contrario que en los dos primeros días del viaje, esta vez sí que me llevé la cámara de fotos a pesar de que ya no visitaríamos nada nuevo, ya que la cervecería en la que íbamos a cenar merecía hacer algunas, y además luego iríamos a la Marienplatz, que no la habíamos visitado de noche. Salimos del hotel en dirección a la Sendlinger-Tor-Platz para coger el metro, y estábamos bajando ya por las escaleras mecánicas cuando vimos que había un tren que acababa de llegar al andén. Mis amigos se apresuraron a subirse mientras yo les decía que no estábamos seguros de si iba era el que teníamos que coger, y nos montamos de milagro, apenas un segundo antes de que se cerrasen las puertas. Cuando se puso en marcha, se confirmó que íbamos en dirección contraria a nuestro destino, así que nos bajamos en la primera parada, la de Goetheplatz, y nos aseguramos de que el siguiente tren fuese hasta la Marienplatz.
Al final, entre la equivocación y la espera, hubiésemos tardado lo mismo de haber ido andando, y es que cuando llegamos a la Hofbräuhaus serían ya las nueve y veinte más o menos. Antes de entrar, le echamos un vistazo a la carta que hay colgada en la entrada para que Miguel y Jose buscasen el codillo que se querían pedir; yo, por mi parte, ya tenía claro que cenaría unas Weisswurst, las típicas salchichas blancas de Baviera. Por más que revisaban la carta tanto en la versión alemana como en la inglesa, mis amigos no terminaban de adivinar qué plato era el codillo, por lo que se arriesgaron a que una vez dentro el camarero supiese entenderles. Al igual que un par de horas antes, el local estaba a reventar; en el primer salón no encontramos ningún sitio, pero en el siguiente, justo después del pequeño escenario de la pequeña orquesta que ameniza la velada, sí que vimos una larga mesa en la que tomamos asiento.
No había nadie gritando ni dando voces, pero solamente por el hecho de hablar y la cantidad de gente que había allí se generaba un ruido de fondo que hacía que fuese difícil que nos comunicásemos entre nosotros, que estábamos sentados de frente, y qué decir del calor. En la mesa teníamos un par de cartas bastante grandes, una de las cuales utilicé como abanico durante el tiempo que estuvimos allí para airearme un poco. Al momento vino un camarero para tomarnos nota de la bebida (dos cervezas Hofbräu para mis amigos y Coca-Cola para mí) y de lo que cenaríamos. Por suerte para Jose y Miguel, el camarero, que tendría unos cincuenta años, chapurreaba algo de español, y, cuando mis amigos le señalaron en la carta un plato creyendo que era el medio codillo, les corrigió y les indicó cuál era el plato que realmente se querían pedir; con respecto a mi plato, le dije que quería las Weisswurst.
Cuando volvió con las bebidas, el camarero me miró mientras me servía el vaso de Coca-Cola con cara como diciendo "Mira que venir aquí y pedirte esto en vez de una cerveza..."; por su parte, a mis amigos les puso a cada uno una jarra de litro que costaba coger con una sola mano. En esto, vi que la mesa situada detrás de Miguel estaba llena de japoneses y que pagaron con un billete de 500 €, quien no se molestó en comprobar si era verdadero, lo cual quería decir o bien que se fían de los clientes o bien que, en caso de ser un billete falso, no les supone ninguna pérdida económica en comparación con lo que facturan cada día, que debía ser una barbaridad teniendo en cuenta que de media pasan por allí unos 35.000 alemanes y turistas. Mientras esperábamos que llegase la cena, me levanté para fotografiar a la orquesta, compuesta por seis músicos, aprovechando que acababan de empezar a tocar.
Al minuto de volver con mis amigos, cuando todavía estaba guardando la cámara de fotos en la mochila, pasó a nuestro lado una chica con un canasto lleno de pretzels gigantes, ya que ellas se encargan de comprarlos en el horno de la cervecería y luego venderlo a los clientes un poco más caro y así ganarse un dinerillo. Le paré para comprarle uno, que costaba 3'70 €, bastante caro a pesar de su gran tamaño, aunque como punto a favor hay que reconocer que estaba recién hecho, calentito, muy bueno y jugoso, y con ese característico punto de sal que lo hace inconfundible. Poco antes de las diez volvió nuestro camarero, ya con los platos que nos habíamos pedido, ardiendo los tres, tanto los dos de los codillos como el cuenco de agua caliente en el que venían las dos salchichas cocidas que me había pedido.
El protocolo a seguir para comer las salchichas es un tanto especial: hay que sacarlas de dicho cuenco, ponerlas en otro plato y a continuación quitarles la piel solamente con ayuda del cuchillo y el tenedor, puesto que según los bávaros está mal visto comerse la piel; aunque no lo estuviera se la iba a quitar igualmente, ya que se veía que era más bien gruesa y no me gusta notar esa sensación de pellejo en la boca. Pues bien, me puse a ello y, a pesar de mi nula experiencia en estos menesteres, conseguí quitar la piel de las dos salchichas sin que se rompieran, aunque al principio sí que me costó un poco. Conforme me iba deshaciendo de la tripa, la forma que iban adquiriendo las salchichas recordaba, y mucho, al pene de un hombre, lo cual provocó que mis amigos reaccionaran diciendo algo así como "¡Qué asco! ¿Pero cómo te vas a comer eso?". Obviando esta curiosa anécdota, decir que estaban buenas, pero tampoco es nada del otro mundo, supongo que por las especias que lleva o porque cocidas no se nota tanto el sabor.
Mis amigos quedaron bastante satisfechos de sus respectivos codillos, a pesar del rollo que supone tener que estar despedazándolo continuamente para sacarle toda la carne posible y dejarlo en el hueso, que era bastante gordo. Serían las diez y veinte más o menos cuando terminamos de cenar, pero decidimos quedarnos allí un rato más, no solamente para reposar la comida, sino también para disfrutar de la propia cervecería en sí, una auténtica atracción turística más de Múnich. Mientras charlábamos de nuestras cosas, vimos a un hombre de unos 50 o 60 años que no paraba de pasearse por entre las mesas con una jarra de cerveza en la mano para enseñar a los clientes cómo se tiene que coger, según él introduciendo los cuatro dedos principales en el hueco del asa y poniendo el pulgar por la parte superior del asa. También nos percatamos de una chica rubia que intentaba ligar con un camarero joven mientras éste le cobraba la cuenta, incluso le dio un beso y todo.
Hablando de dinero, unos minutos antes de las once se pasó por nuestra mesa el camarero que nos había atendido para cobrarnos también a nosotros. La cuenta marcaba 60'20 €: tres cervezas Hofbräu (mis amigos se pidieron otra para compartir) a 8 € cada una, una Coca-Cola a 3'50 €, dos codillos a 13'90 € cada uno, y 4'90 € por mis Weisswurst. Como ya he comentado antes, la banda de música estuvo interpretando canciones tradicionales casi todo el rato, y siempre terminaban todas ellas con una especie de pequeño estribillo que los clientes tarareaban con las jarras en alto a modo de brindis, y, al término del mismo, se hacía el silencio durante unos segundos, tiempo en el que todo el mundo se llevaba las jarras a la boca para beber un buen trago de cerveza. Y ya que estamos con las jarras, dos pequeños apuntes al respecto: cuando recogen las mesas, los camareros se llevan las jarras de litro vacías de siete en siete en cada mano, con lo que tienen que pesar; y, por otra parte, comentar también que la cervecería dispone de una caja de seguridad con taquillas para los clientes que tienen el honor de guardar en ellas sus propias jarras.

23:15
Tras unas dos horas en la Hofbräuhaus, decidimos que ya era momento de irse, más que nada porque poco a poco se estaba quedando más vacía de público, y no sin antes coger un posavasos con el logotipo de la cervecería de recuerdo. Cuando salimos al exterior, nos percatamos de que había llovido bastante, a tenor de lo mojado que estaba el suelo de la calle; lo curioso era que en el cielo no se avistaba ninguna nube que amenazase agua, pero lo que sí se notaba era que hacía algo de fresquito, sobre todo en comparación con la temperatura de la que veníamos. Nos dirigimos tranquilamente en dirección a la Marienplatz por la ruta de siempre, es decir, Orlandostrasse, Ledererstrasse y Sparkassenstrasse. Tal y como me esperaba, el Neues Rathaus estaba iluminado, así como las dos torres de la Frauenkirche, que se asomaban por encima de los edificios de la céntrica plaza.
Como no podía ser de otra forma, aproveché la ocasión para sacar mi cámara y hacer unas cuantas fotos al Ayuntamiento, a las torres de la Catedral y también a la Columna de María, ya que en este viaje no tendría otra oportunidad para ver la Marienplatz de noche e iluminada; mientras tanto, Miguel y Jose se acercaron a la parte de la plaza donde se coge buena señal de Wi-Fi para conectarse a Internet, cosa que también hice yo minutos después, entre otras para contestar algunos mensajes de WhatsApp y mandar algunas fotos. A las doce menos cuarto, nos pusimos de nuevo en marcha, ya que de estar parados estábamos cogiendo algo de frío, y además tampoco nos venía bien llegar muy tarde al hotel porque al día siguiente nos tendríamos que volver a levantar temprano. Cogimos por la Rosenstrasse y luego continuamos por la Sendlinger Strasse, prácticamente vacía cuando lo normal es que suela estar muy concurrida; al llegar a la Sendlinger Tor, nos desviamos a la derecha por la Herzog-Wilhelm-Strasse y finalizar en la Kreuzstrasse, la calle de nuestro hotel.
Cuando entramos en la habitación eran ya las doce de la madrugada. Había mucha tarea por delante, principalmente hacer la maleta, que suele ser el momento más problemático de cada viaje, ya que siempre cuesta que quepa todo lo que has traído más los souvenirs que has comprado; encima yo tenía que dejar un hueco para la mochila de la cámara, que ocupa bastante, por si acaso en el vuelo de vuelta me pusieran pegas para entrar con ella como equipaje de mano aparte de la propia maleta. Por más que lo intenté, esto último fue imposible, así que tocaba rezar para que la compañía no pusiera ninguna pega al día siguiente. Entre tanto, puse a cargar el móvil para tenerlo a tope de batería por lo que pudiera pasar, así como también aproveché para cambiar la tarjeta de memoria de la cámara, puesto que ya tenía poco espacio libre.
Cuando mis amigos ya estaban en disposición de acostarse, procedí a lavarme los dientes, pero todavía me quedaba una tarea más por delante: limpiar mis zapatos. Estaban tan sucios del polvo y el agua del paseo por el Englischer Garten que no tuve más remedio que usar mi toalla humedecida con un poco de agua para dejarlos impolutos. Era la una de la madrugada cuando me metí en la cama. Por delante quedaba el último día que pasaríamos en Múnich. El viaje tocaba ya a su fin.

martes, 24 de noviembre de 2015

Arcos de Málaga: ojival equilátero

Aquí tenemos una nueva entrada del serial 'Arcos de Málaga', del que ya se han publicado cinco posts, concretamente los del romano o de medio punto, el rebajado, el escarzano, el carpanel y el deprimido cóncavo. Por cierto, que esta última entrada recibió un voto en la Edición 6.7: El punto que tuvo lugar el pasado mes de octubre.
La entrada de hoy trata del arco ojival equilátero, uno de los más conocidos y que con más asiduidad nos podemos encontrar en las calles de nuestras ciudades, sobre todo en edificios de estilo gótico, por lo que resultará raro no toparse con él en las iglesias y catedrales de la mitad norte de nuestro país con bonitas vidrieras y rosetones en su interior. Otra de sus características es lo extremadamente sencillo que es de construir, pues únicamente hay que aplicar los tres pasos que os detallo a continuación:
  1. Elegimos dos puntos A y B para determinar el segmento a que une ambos puntos.
  2. Con centro en A y radio el segmento a trazamos un arco de circunferencia, y repetimos el proceso con centro en B, de tal forma que obtenemos un punto de corte C a partir de ambos arcos.
  3. Con centro en A y radio el segmento a trazamos un arco de circunferencia e con inicio en el punto B y fin en el punto C, y repetimos el proceso con centro en B, de tal forma que obtenemos un arco de circunferencia f con inicio en el punto A y fin en el punto C. De esta manera, obtenemos el arco ojival equilátero.
El adjetivo de equilátero le viene porque así es el triángulo imaginario que forman los tres puntos que hemos obtenido en su construcción, pero realmente hay varios tipos de arcos ojivales (árabe, turco, lanceteado, peraltado, tumido...) dependiendo de a qué altura se encuentre el punto C, lo cual hace que tenga un aspecto más alargado o más parecido al arco romano.
Como ya hemos comentado, este arco es uno de los más recurridos en la arquitectura religiosa, pero también se usa mucho en la arquitectura civil. En mi paseo por el casco histórico de Málaga pude ver muchos ejemplos de arcos ojivales, tal y como podéis comprobar en las siguientes imágenes; ahora bien, que fuesen equiláteros o no ya es más difícil de determinar a simple vista, puesto que para confirmarlo hubiera necesitado de un compás muy grande, así que quizás se me haya colado alguno que no sea exactamente de este tipo en concreto.
Iglesia del Sagrado Corazón

Alameda Principal (detalle de un balcón)

Calle Pozos Dulces (detalle de un balcón)

Calle Santa María (Antiguo Hospital de Santo Tomás)

Plaza de San Ignacio (detalle de un portal)

Hasta aquí la sexta entrada del serial 'Arcos de Málaga'. Como siempre, os invito a que compartáis los ejemplos de arco ojival equilátero, o cualquier otro que sea ojival, que os encontréis en vuestra ciudad a través de los comentarios.

Nota: este post forma parte del Carnaval de Matemáticas, que en esta quincuagésima octava edición, también denominada 6.8: El número 26, está organizado por Miguel Ángel Morales Medina a través de su blog Gaussianos.

viernes, 13 de noviembre de 2015

No es mío, pero es interesante (LXXXV)

Aquí tenemos una nueva entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han gustado en las últimas semanas. Para variar, el blog Microsiervos acapara casi todas las aportaciones, concretamente con nueve. Y como siempre, variedad al gusto de todos: matemáticas, ciencia, astronomía, vídeos, curiosidades, humor, etc.
Echémosle un vistazo a las recomendaciones de esta entrega:
¿Qué os han parecido las recomendaciones de esta entrega? Espero que os hayan gustado y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

lunes, 2 de noviembre de 2015

Viaje a Múnich: día 3

Sábado, 18 de julio de 2015

6:45
Hoy tocaba despertarse una hora antes que ayer, aunque ello no significó que estuviese más cansado, ya que esta vez conseguí quedarme dormido mucho antes. Lo primero que hice nada más levantarme fue comprobar qué día hacía, y la verdad es que el cielo estaba bastante despejado, lo cual era un buen indicativo de lo que nos encontraríamos en Salzburgo, situado a unos 150 km de Múnich. Tras mi rutinario paso por el cuarto de baño, me siguieron mis amigos Miguel y Jose, este último recordándome por segundo día consecutivo el concierto de ronquidos con el que le había deleitado durante toda la noche, pero estoy seguro de que en el fondo lo decía más bien como un comentario que se suele hacer en estos casos que como una queja real; en fin, ya sería él el que me pagaría con la misma moneda más adelante.
Tras arreglarme, me dispuse a preparar todo lo que necesario para el día que pasaríamos en Salzburgo, concretamente mi cámara de fotos, dinero y el plan del día, porque los mapas de transporte de Múnich de poco o nada nos servirían, y en caso necesario los tenía descargados en mi móvil. Las prisas que le metí a mis amigos para que estuviesen listos lo antes posible surtieron efecto, puesto que bajamos a la cafetería del hotel con casi diez minutos de adelanto con respecto al día anterior. Esta vez fui más moderado a la hora de escoger lo que iba a desayunar para no dejar nada luego en el plato, aunque además de eliminar algunas de las elecciones del primer desayuno también añadí novedades: un par de rebanadas de pan alemán, dos pitufos de pan redondos, un vaso de zumo de naranja y una taza de leche del tiempo con cacao soluble. Mis amigos, por su parte, se mantuvieron fieles al pitufo, los embutidos, los cereales, el zumo y el café del primer día, eso sí, con pequeñas variaciones.
La cafetería, al ser una hora más temprano que el día anterior, estaba más vacía, y de hecho la mesa que ocupamos entonces estaba libre, así que nos volvimos a sentar en ella. Comencé mi desayuno con las dos rebanadas de pan alemán, las cuales unté con mantequilla, que estaba lo suficientemente derretida como para poder extenderla fácilmente, y de igual manera procedí con uno de los dos pitufos redondos; mientras tanto, me fui tomando el zumo de naranja poco a poco. Como de costumbre, dejé lo mejor para el final, es decir, el otro pitufo untado con uno de los envases de Nutella que también había cogido, porque en muy raras ocasiones la consumo en mi casa, y el vaso de leche con cacao, que de nuevo eché de menos que estuviese fría y no templada como me la tuve que tomar todos los días. Bien es cierto que en los viajes siempre desayuno más que en mi casa, aunque al menos esta vez sí que atiné con la cantidad.
Eran las ocho menos cuarto cuando a mis amigos les quedaba todavía medio desayuno por delante, y resulta que empecé a sentir ganas de ir al baño, por lo que no tuve más remedio que pedirle a Jose la tarjeta de la habitación; menos mal que tomé esta decisión, ya que en las siguientes horas me hubiera sido imposible encontrar la manera de aliviarme, y seguramente no habría podido aguantar. A la espera de que subiesen mis amigos, me asomé otra vez a las ventanas de la habitación para confirmar que el cielo aparentemente nos iba a respetar, aunque presumiblemente con unas temperaturas similares a los dos días precedentes, esto es, con calor. Ya con Jose y Miguel en la habitación, procedieron a lavarse los dientes y a terminar de prepararse con su habitual parsimonia a pesar de mi intranquilidad por el temor a perder el tren que queríamos coger y tener que esperar una hora más al siguiente, ya que a mí me gusta llegar con tiempo por los imprevistos que pueden llegar a surgir.
Finalmente salimos de nuestra habitación a las ocho y veinticinco rumbo a la estación. Nos incorporamos a la Herzog-Wilhelm-Strasse, de tal forma que pasamos por delante de la entrada principal del hotel, y nos desviamos por la segunda bocacalle a la izquierda para continuar por Sonnenstrasse y desembocar en la Karlsplatz. Ya no nos sorprendió que tuviésemos que esperar un buen rato en los semáforos para cruzar dicha plaza y poder seguir por la peatonal Schützenstrasse hasta llegar por fin a la Hauptbahnhof Central Station tras quince minutos de caminata. Lo primero que teníamos que hacer era sacar el billete en una de las máquinas rojas de la estación; concretamente, teníamos que comprar el Bayern Ticket, que nos costaría 33 €, o lo que es lo mismo, 11 € por cabeza, y que nos permitiría ir y volver de Salzburgo en el mismo día, además de poder utilizar cualquiera de los transportes públicos de Múnich, una auténtica ganga, para qué negarlo.
Ya con nuestro billete, nos dispusimos a buscar el panel de salidas para saber desde qué andén salía nuestro tren. Lo haría desde el 12, que nos costó encontrar en un principio porque creíamos que para llegar a los andenes teníamos que tomar las escaleras mecánicas y subir a la primera planta, pero una vez allí comprobamos que estaban debajo. A la hora de planificar el viaje, había leído que se recomendaba llegar unos 20 o 30 minutos antes para evitar sentarnos separados en el tren, y resultó ser un consejo totalmente cierto, y es que, mientras recorríamos el andén, veíamos a través de las ventanas de nuestro tren que los vagones estaban completos a falta de diez minutos para salir; finalmente entramos en uno de los últimos vagones al comprobar que había cuatro asientos de mesa libres en los que poder sentarnos juntos.
Si antes afirmaba que el precio del billete era una ganga, una vez dentro del tren la afirmación se hacía más rotunda. Los asientos eran bastante cómodos, y durante el viaje confirmamos que de vez en cuando activaban el aire acondicionado para contrarrestar el ligero calor que hacía; por poner alguna pega, lo único negativo era que para un trayecto de unos 150 km emplearía casi dos horas, aunque estaba justificado por las numerosas paradas que haría al ser un tren regional y no uno de larga distancia. Lo dicho, que por 11 € no podíamos pedir mucho más. Antes de que se me olvidara, saqué el bolígrafo que llevaba en la mochila de mi cámara para escribir nuestros nombres ordenados alfabéticamente por apellidos en el billete, una medida obligatoria para evitar de esta forma que el billete pueda ser usado el mismo día por varios grupos de pasajeros.

8:54
Con puntualidad germana, el tren se puso en marcha con destino a Salzburgo. En poco menos de diez minutos hizo la primera de sus muchas paradas en la estación de Ostbahnhof, aunque también es cierto que serían menos de las habituales, tal y como indicaba un cartel escrito en alemán junto a nuestros asientos en el que se daba a entender que en ciertas fechas pasaría de largo por algunas de ellas, sobre todo en el primer tramo del trayecto, como así pudimos comprobar. Ya habíamos salido de Múnich cuando vimos llegar a la revisora controlando que nadie se hubiese colado sin pagar, lo cual estoy seguro de que ocurre en muy pocas ocasiones; en nuestro caso, le entregué el billete que habíamos adquirido hace un rato, y, tras comprobar que todo estaba correcto, lo selló.
Como dije antes, el tren iba bastante lleno, con gente de todas las edades, pero principalmente jóvenes que aprovechaban el fin de semana para hacer una escapada. Ése parecía ser el caso de un grupo de ocho o diez franceses, o al menos hablaban dicho idioma, quienes iban cargados con algunas mochilas seguramente para pasar el día en algún pueblo o en el campo. Debido al madrugón y aprovechando que el asiento invitaba a ello, me eché una pequeña siesta matutina de unos veinte minutos, aunque en realidad lo que hice fue cerrar los ojos y relajarme, no fuera a ser que me quedase dormido del todo y comenzase a roncar en mitad del vagón. A ambos lados de las vías del tren solamente se veía el azul del cielo y el verde de los frondosos bosques y las praderas salpicadas cada dos por tres por pequeños pueblos de los que sobresalía la torre de una iglesia y por casitas muy bien cuidadas, todas con la misma estética, con tejados a dos aguas y jardines para uso propio.
Más o menos a mitad de camino, el tren hizo una de sus paradas principales en la localidad de Rosenheim, tras lo cual bordeó dos lagos, el Simssee y el Chiemsee, siendo en la parada de este último donde se bajó el grupo de franceses que antes mencioné; con posterioridad al viaje he sabido que este lago, que cuenta con dos islas en su interior, es muy visitado por aquellas personas a las que les gusta disfrutar de la naturaleza, y la verdad es que el entorno es casi inmejorable para ello. En el último tramo, donde el tren hizo varias paradas, ya se veía perfectamente a través de nuestra ventana el perfil montañoso de los Alpes al fondo del todo, sin nieve claro está; esto significaba que ya estábamos próximos a Salzburgo, ya que quedaba poco para las diez y media y la hora prevista de llegada era las 10:41.
A los pocos minutos, justamente cuando estábamos llegando a la frontera entre Alemania y Austria, los árboles se fueron convirtiendo en fábricas y edificios. A nuestra derecha logramos divisar el Red Bull Arena, el estadio del Red Bull Salzburg, y poco después, justamente cuando el tren cruzaba el río Salzach, el centro de la ciudad con la colina sobre la que se asienta su fortaleza, pero lo más importante de todo es que el cielo estaba completamente despejado, por lo que no tendríamos que temer por una lluvia que nos aguase el día. Llegamos puntuales a la Salzburg Hauptbahnhof, y, tras apearnos del tren, bajamos por las escaleras para acceder a la terminal de la estación y entrar en el supermercado situado pocos metros antes de la salida. Mis amigos fueron en busca de algo para beber, mientras que yo me dediqué a ver los precios de las cajas de bombones, todas con referencias a Mozart, el vecino más ilustre de la ciudad. Estuve a punto de comprar una, ya que mi madre me lo había encargado, pero pensándolo mejor lo dejé para más tarde y así no tener que cargar con ella todo el día; por su parte, Miguel y Jose se compraron una lata de Red Bull Cola para tomársela de camino al centro.
Salimos al exterior, concretamente a la Südtiroler Platz, donde pudimos ver la blanca e impoluta fachada del edificio de la estación, bastante sencilla pero más elegante y vistosa que la de Múnich. No teníamos ningún mapa de Salzburgo, pero ni falta que me hacía después de tantas veces que lo había consultado en Google Maps para planificar el viaje, y además la ciudad no era demasiado grande, así que nos guiamos por la imagen mental que tenía en mi cabeza. Básicamente teníamos que coger por la Rainerstrasse en paralelo con las vías del tren, las cuales íbamos dejando a nuestra izquierda hasta que las cruzamos por debajo del puente por el que discurren poco antes de desembocar en la estación. Tras dicho puente, esta calle, que en su primer tramo era más bien simplona y con comercios de poca monta, se hacía un tanto más distinguida y llamativa, especialmente por el tipo de arquitectura de los edificios que en ella se erigen, sobre todo hoteles y bancos.

11:00
Estábamos ya casi al final de la calle Rainerstrasse cuando a mano derecha nos topamos con un parque repleto de enormes y frondosos árboles; si la memoria no me fallaba de cuando planeé la visita a la ciudad, detrás del Schloss Mirabell había un parque, y resultó ser éste. Al adentrarnos en él, subimos por un montículo desde el cual teníamos una de las muchas y mejores estampas que nos regalaría Salzburgo este día: la Fortaleza de Hohensalzburg coronando el monte Mönchsberg con la catedral a sus pies, todo ello encuadrado entre el Palacio de Mirabell y sus jardines. Tras hacernos una fotos, bajamos por la escalinata que daba acceso al Mirabellgarten propiamente dicho, de tal manera que a nuestra izquierda dejábamos el imponente Schloss Mirabell, cuyo interior no se puede visitar salvo cuando se organizan bodas y conciertos en él, que no era nuestro caso; por cierto, que en este complejo fue donde se rodaron varias escenas de la famosa película musical 'Sonrisas y lágrimas', sí, ésa en la que se canta el "DOn es trato de varón, REs selvático animal...".
El Mirabellgarten era una auténtica maravilla, una delicia para la vista, ideal para pasear por los diferentes jardines de los que consta. En primer lugar vimos la Fuente de Pegaso, en el que obviamente destaca una escultura de bronce de un caballo alado, rodeada de extensiones de césped con flores de color rosa y blanco que trazaban complicadas formas y curvas en éstas. Lo mismo nos encontramos unos metros más adelante, en la parte principal de los jardines, pero mucho más amplio, colorido y majestuoso, con cráteras y vasijas alrededor del recinto de las que emanaban flores y plantas; casualmente allí mis amigos descubrieron que había Wi-Fi libre, así que aproveché para tomar una foto con el móvil y enviársela a mi hermana por WhatsApp para que se hiciera una idea del sitio tan bonito en el que estaba, y sí, también para darle un poco de envidia, como ella misma me reconoció.
En el centro de los jardines encontramos otra fuente de la que brotaban varios chorros de agua y a cuyo alrededor se sitúan cuatro estatuas de mármol sobre bases de piedra de Eneas, Hércules, Paris y Plutón que representan los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego). Nos hicimos unas cuantas fotos, al igual que los muchos turistas que pululaban por allí, y tras ello nos dirigimos a la salida de los jardines, o la entrada según se mire, donde también había varias esculturas de personajes mitológicos que le iban como anillo al dedo a este espacio tan idílico. A continuación llegamos a la Makartplatz, una plaza en la que destacan principalmente la imponente iglesia Dreifaltigkeitskirche y la Mozart Wohnhaus, la que fuera residencia del compositor y su familia siendo ya adulto. Seguimos por la Schwarzstrasse hasta que nos encontramos con el Staatsbrücke, uno de los puentes que cruzan el río Salzach y que lleva al casco histórico de Salzburgo, aunque antes teníamos que terminar con lo que nos quedaba por ver a esta orilla del río.
Avanzamos por la peatonal Platzl y su continuación, Linzer Gasse, una de las calles más importantes de la ciudad por sus numerosos y variados establecimientos, pero también porque en ella se encuentra la Felixpforte, una puerta que data del año 1632 y que marca el comienzo de una empinada subida al Kapuzinerberg, es decir, el Monte de los Capuchinos. Si algo nos llamó la atención de esta cuesta, además de su notable desnivel, fue que cada dos por tres nos topamos con unas pequeñas capillas protegidas por rejas en las que aparecen representadas algunas de las estaciones del vía crucis con estatuas a tamaño real. Conforme más ascendíamos, más rodeados de arbustos, plantas y árboles estábamos, hasta que cinco minutos después llegamos a una escalinata que terminaba en una especie de templete en cuyo interior se reproduce mediante estatuas la escena del calvario con Cristo crucificado junto con los dos ladrones y con la Virgen María, María Magdalena y San Juan.
Un poco más adelante, a la derecha, había un mirador desde el cual se podía ver una parte de la ciudad, concretamente la zona norte, aunque también se conseguía divisar ligeramente el río y una larga hilera de tenderetes a lo largo de la orilla de enfrente. El ascenso hasta el mirador nos había dejado un tanto exhaustos y acalorados, motivo por el cual mis amigos dijeron de descansar unos minutos en el banco que allí había; mientras tanto, yo prefería merodear un poco la zona para acceder al interior del templete del que hablé en el párrafo anterior y ver por fuera el Kapuzinerkloster, el Monasterio de los Capuchinos. De nuevo con mis amigos, avanzamos a través de un sendero trazado con piedras que hacían las veces de peligrosos escalones cuando llegó el momento de descender unos metros hacia la muralla que circunda el monte; precisamente en una de las que antiguamente fueron casetas de vigilancia había un hombre que la había convertido en su hogar y que salió a saludarnos al vernos bajar.
Unos metros más a la izquierda alcanzamos un claro que nos regaló, para mi gusto, las mejores vistas de la ciudad, con el Mönchsberg, la fortaleza, la catedral, las torres de las iglesias del casco antiguo, el río, los Alpes... Solamente por esto ya había merecido la pena venir a Salzburgo a echar el día, y eso que todavía nos quedaban varias horas por delante y muchos rincones por descubrir. Le pedí a Jose que me hiciera unas fotos ante tan impresionante panorámica, tras lo cual me quedé un buen rato admirando y fotografiando la belleza de lo que tenía delante, mientras que mis amigos se fueron a un mirador que habíamos dejado atrás poco después del monasterio. Ya con ellos, permanecimos allí unos diez minutos para descansar aprovechando la sombra de los árboles antes de reanudar la caminata, es decir, tocaba recorrer de nuevo la empinada cuesta de antes, pero ahora en sentido descendente, mucho más liviano.
Regresamos a la Platzl, donde un par de niños jugaban con los chorros de agua que brotaban del suelo, y continuamos por el Staatsbrücke para cruzar a la otra orilla del ancho y caudaloso río Salzach que divide a la ciudad en dos. Nos adentramos en el casco antiguo por un pequeño pasadizo para llegar a la Rathausplatz y luego girar a la izquierda para continuar por Kranzlmarkt y Judengasse, dos calles peatonales caracterizadas con los típicos carteles de hierro forjado clavados en las paredes que sirven para indicar qué tipo de establecimiento son. Entre otras, vimos una tienda especializada únicamente en bombones, con cajas de todos los tamaños, pero siempre con el rostro de Mozart; más adelante, una llamada Christmas in Salzburg, en la que se venden artículos de decoración navideña durante todo el año; y, sobre todo, muchas tiendas de souvenirs, en las que entré para echarle un vistazo a las camisetas y saber qué precios tenían, bastante más altos que los que vi el día anterior en Múnich.
A continuación llegamos a la Mozartplatz, una amplia plaza con varias terrazas de cafeterías que recibe este nombre porque en su centro se erige una estatua de bronce de Wolfgang Amadeus Mozart, uno de los compositores de música clásica más importantes de la historia, si no el que más. Me fui con mis amigos, que se habían sentando en un banco a la sombra del edificio del Salzburg Museum, para decidir qué plan seguir ahora, ya que casi era la una de la tarde y teníamos que pensar dónde almorzar. Saqué la lista para tener una idea de dónde poder ir, y comprobamos que el que teníamos en mente como mejor opción estaba donde comenzaba la cuesta para subir al Kapuzinerberg, pero lo descartamos porque perderíamos mucho tiempo, así que pensamos que lo mejor sería mirar las otras dos o tres alternativas que teníamos por la calle Getreidegasse.

13:00
Antes de ponernos en pie, aproveché para cambiar de tarjeta de memoria, puesto que a la que estaba usando le quedaba ya muy poco espacio, y tras ello nos fuimos en dirección al río hacia el otro extremo de la plaza, en una de cuyas fachadas pudimos ver un reloj de sol. Seguimos en paralelo al Salzach por la calle Rudolfskai, desde donde pudimos distinguir claramente el mirador del Kapuzinerberg en el que habíamos estado apenas una hora antes, y al llegar al puente Staatsbrücke continuamos por Griesgasse. A mediación de esta calle, nos adentramos en una pequeña plaza ajardinada a la que se accede por una de sus bocacalles y que era utilizada por dos restaurantes como terraza para sus mesas; uno de ellos era un italiano que quedaba totalmente descartado por mis amigos, mientras que el otro era de cocina alemana y austríaca con precios similares a los que ya estábamos acostumbrados de Múnich. No queríamos arriesgarnos con lo primero que viésemos, así que salimos de allí para seguir tanteando la zona.
Al final de la calle nos topamos con la impresionante pared natural del Mönchsberg, el Monte de los Monjes, que rodea y protege todo el casco histórico de la ciudad; luego, nos desviamos a la izquierda por Gstättengasse y Bürgerspitalplatz, donde vimos la Sankt Blasiuskirche, una pequeña iglesia que casi se camuflaba con el monte por su aspecto pétreo y por tener buena parte de su fachada cubierta por enredaderas y plantas trepadoras. Finalmente llegamos a la Getreidegasse, la calle peatonal más comercial y transitada de Salzburgo, repleta de establecimientos de todo tipo y para todos los bolsillos, pues lo mismo te encuentras la tienda de Louis Vuitton, la de Zara, una heladería o una zapatería; eso sí, todos y cada uno de ellos con su correspondiente letrero de hierro forjado, manteniendo de esta forma la tradición medieval, cuando la mayor parte de la población era analfabeta y así, según lo que estuviera representado en el rótulo, sabía qué tipo de negocio era.
Tanta gente había que dar dos pasos de frente sin chocarte con alguien se convertía en una tarea imposible. Otra de las características de esta calle es que cuenta con varios pasadizos que terminan en patios interiores o galerías comerciales, y precisamente oculto en una de ellas encontramos el Balkan Grill Walter, un pequeño puesto en el que únicamente sirven bosna, un producto típico de Austria que se compone básicamente de un bocadillo a la plancha con dos salchichas condimentadas con especias, ketchup, mostaza, curry o lo que desee el cliente. A pesar de estar muy escondido, este sitio tiene mucha fama debido a que estos bocadillos cuestan 3'5 €, pero mis amigos querían comer sentados en un restaurante y no de pie como ocurriría en este caso, por lo que volvimos a Getreidegasse para continuar con nuestra búsqueda; entre tanto, ellos entraron en el Red Bull World, un local de la famosa bebida energética especializado en prendas deportivas de esta marca, y yo en las tiendas de souvenirs para confirmar que los precios era prácticamente los mismos en todas ellas.
Ya pasaban algunos minutos de la una y media y teníamos que elegir sitio para comer ya. Precisamente al lado de la tienda de Red Bull estaba la otra entrada del Sternbräu, el restaurante de comida alemana y austríaca que vimos antes, y, como era el único que nos había medio convencido, entramos en él para no marear más la perdiz. Nos atendió una chica que nos asignó una mesa bajo unos pórticos que rodeaban un patio interior salpicado de árboles y macetones, y a continuación vino un camarero joven para traernos la carta en inglés, ya que se dio cuenta de que no hablábamos alemán. Como de costumbre, la bebida la elegimos en seguida, cerveza Kaltenhausener Bernstein para mis amigos y Coca-Cola para mí, pero para comer nos costó un poco más; cuando volvió el camarero para tomar nota, yo ya lo tenía claro, un Wiener Schnitzel, no así Jose y Miguel, que pretendían pedirse platos diferentes y sin querer acabaron pidiéndose lo mismo, el Sternbräu Bratwurst.
A los pocos minutos nos trajeron las bebidas, bastante fresquitas para mitigar en parte el calor que también estábamos padeciendo este día, y poco después los platos que habíamos pedido. El mío era un filete de pavo empanado acompañado de patatas al perejil y un tarrito con salsa de arándanos, mientras que el de mis amigos consistía en una salchicha a la parrilla con patatas y salsa de cerveza. Antes de probarlo ya me percaté de que tenía muy pinta, especialmente porque se notaba que estaba muy bien frito, con el empanado consistente y pegado a la carne, y al comerlo confirmé que sí, que estaba muy bueno, así como las patatas, ni duras ni blandas. La comparación con el schnitzel que cenamos la noche anterior era inevitable: en cuanto a tamaño, el que comimos en Múnich ganaba de forma abrumadora, y eso que éste de por sí ya era grande, aunque la principal diferencia era que el de ayer llevaba una capa de salsa entre la carne y el empanado que le aportaba más jugosidad. En cualquier caso, me quedé muy satisfecho con este plato, al igual que Jose y Miguel, quienes no se equivocaron con su elección.
Mientras comíamos, de repente llegó una familia de hindúes compuesta por lo menos por doce o quince personas, tanto adultos como niños, que se sentó en la mesa situada a mi derecha, casi todas con móviles de última generación, tabletas, cámaras de fotos y muy bien ataviadas; algún motivo habrá, pero todos los turistas asiáticos, ya sean japoneses, chinos, indios, coreanos o de dónde sea, deben tener mucho dinero, o si no cómo es posible que vayas a la ciudad que vayas siempre te encuentres con cientos y miles de ellos viniendo de tan lejos. Con lo que habíamos comido ya estábamos medianamente llenos; sin embargo, habíamos visto pasar ya a varios camareros con un postre típico de Salzburgo que descubrimos en los días previos al viaje, y no nos queríamos ir de allí sin probarlo. El problema era que no recordábamos cómo se llamaba, así que no nos quedaba otra que buscarlo en Internet aprovechando que en el restaurante había Wi-Fi gratuita, hasta que finalmente lo encontramos y se lo enseñamos a nuestro camarero para que nos trajese uno para compartir entre los tres.
Se trataba del Salzburger Nockerl, un soufflé hecho con huevo, harina, azúcar y vainilla acompañado de salsa de frambuesas. Cuando el camarero nos lo trajo, nos advirtió que tuviésemos cuidado con el plato porque estaba muy caliente, y la verdad es que se quedó corto, pues estaba ardiendo, como si lo acabasen de sacar de un horno. Esperamos un par de minutos a que se enfriara un poco mientras hacíamos la fotos de rigor, y a continuación cogimos una cucharilla para probarlo. La parte de fuera te daba la sensación de que fuese duro, pero no, era muy cremoso y se deshacía en la boca como si fuese una mousse; en fin, que estaba muy bueno, e hicimos bien en pedir solamente uno porque si no hubiese sido demasiado. La comida salió en total por 51'40 €, y pagamos a partes iguales ya que todo lo que habíamos pedido tenía un precio similar. Antes de reanudar nuestra visita a Salzburgo, fuimos a los baños del restaurante situados en la planta de arriba para refrescarnos un poco, aunque no mucho porque el agua que salía de los grifos de los lavabos estaba más bien calentorra.
De nuevo en Getreidegasse, le comenté a mis amigos que durante toda la mañana me había fijado en que los comercios del centro cerraban a las seis de la tarde, y, según el plan que teníamos previsto, a esa hora a lo mejor estaríamos por la zona de la fortaleza, así que lo más indicado era comprar ahora los souvenirs y no arriesgarnos a encontrarnos luego todo cerrado. En esta misma calle, que seguía siendo un hervidero de gente, nos topamos con la Mozarts Geburtshaus, o lo que es lo mismo, la Casa Natal de Mozart, que actualmente alberga un museo dedicado al vecino más ilustre de Salzburgo y que no visitaríamos porque, entre que teníamos muchas más cosas que ver y que la entrada costaba 10 €, no nos merecía la pena. Precisamente en el bajo del edificio había un supermercado Spar en el que entramos porque mis amigos iban a comprarse un par de botellines de agua y un café envasado para compartir, y yo de paso le eché un vistazo a las cajas de bombones, que tenían un precio similar a los que vi en la estación, por lo que por si acaso compré una que me costó 6'99 € y así me quitaba un problema de encima.

15:00
Excusándome en que yo iba todo el día cargado con la mochila de mi cámara, le pedí a mis amigos que por favor me llevasen la bolsa de la caja de bombones, a lo que accedieron sin poner pegas, porque si no me iba a resultar complicado hacer fotos con una mano ocupada, las cosas como son. Jose y Miguel iban buscando una tienda de souvenirs para comprar un imán, y llegamos a una en la calle Judengasse en la que comprando tres cada uno te salía a 3 € y no a 3'5 € en caso de hacerlo por separado, así que yo escogí uno para poder aprovechar la oferta. Faltaba mi camiseta, y me fui directamente a una de las tiendas en las que habíamos estado por la mañana donde tenía fichada la que más me había gustado de todas las que había visto. Estaba en un estante detrás del mostrador, así que le pedí a la dependienta, una mujer cincuentona de pelo blanco que hablaba muy despacio vocalizando perfectamente, que me diese una de la talla XL para echármela por encima, ya que no había probador; a ojo comprobé que más o menos era la que me venía bien, así que le pagué los 17'9 € que costaba y, sin nada más que comprar y pidiéndole de nuevo a mis amigos el favor de llevarme la camiseta, retomamos la visita a Salzburgo.
Atravesamos un pasadizo y llegamos a la Residenzplatz, una gran plaza llamada así porque en ella se erige la Salzburger Residenz, un palacio que ha sido utilizado como residencia por los arzobispos de la ciudad, pero no era el único punto de interés de la misma. De frente teníamos uno de los laterales de la catedral, en la cual entraríamos poco después; a nuestra izquierda, el edificio de la Neue Residenz, que alberga el Salzburg Museum y cuya torre contiene un Glockenspiel que suena tres veces al día; y en el centro, la Residenzbrunnen, una preciosa fuente en la que aparecen caballos, delfines y figuras humanas. Al bordear la fachada de la catedral por su parte trasera desembocamos en la plaza más llamativa y probablemente más bonita de la ciudad, la Kapitelplatz. ¿Por qué? Pues porque, al encontrarse a los pies del Mönchsberg, desde ella se tiene una estampa espectacular de la fortaleza, que parece flotar entre el verde de los frondosos árboles del monte y el azul del cielo.
Hacía bastante calor y mis amigos pasaban de estar a pleno sol, por lo que se refugiaron bajo el pórtico que conecta la plaza con la de la catedral. Si en la de antes había cosas que ver, esta plaza no se quedaba muy atrás, empezando por la Kapitelschwemme, una fuente que me recordó muchísimo a la Fontana de Trevi de Roma, aunque más modesta en tamaño, y es que en ella destaca una estatua de Neptuno con su tridente sobre un caballo y con un tritón a cada lado vertiendo agua sobre un estanque. Lo que más me llamó la atención de esta plaza estaba en la otra esquina, concretamente la Sphaera, una enorme esfera dorada con la figura de un hombre en la parte superior que parece mirar al infinito, y, justo al lado, un tablero de ajedrez gigante pintado en el suelo junto con las correspondientes piezas blancas y negras. Al reunirme con mis amigos, vimos en el pórtico una misteriosa estatua de bronce con la forma de una persona sentada y encapuchada pero totalmente hueca, y tras ello le pedí a Jose que me fotografiara con la fortaleza y la plaza de fondo.
Por el pórtico accedimos a la Domplatz, la plaza en la que se encuentra la Salzburger Dom, esto es, la Catedral de Salzburgo, en la que por cierto fue bautizado Mozart. Si ya en Múnich tuvimos la mala suerte de que muchos de sus monumentos estaban ocultos tras andamios, aquí resulta que media plaza estaba ocupada por un escenario y una gran grada que impedía admirar la fachada de la catedral por completo, que cuenta con tres puertas custodiadas por unas excepcionales estatuas de San Pedro, San Pablo, Ruperto y Virgilio, estos dos últimos los patrones de la ciudad. Al entrar en ella comprobamos que delante del altar mayor había un coro integrado por unas doscientas personas ensayando para una actuación posterior, y vaya ensayo, puesto que la composición que estaban interpretando nos puso la piel de gallina por la potencia e intensidad de sus voces, y más aún cuando minutos más tarde se incorporó parte de una orquesta, concretamente la sección de cuerda.
Mis amigos tomaron asiento en uno de los pocos bancos que quedaban libres, ya que estaban repletos de turistas presenciando el ensayo, y mientras yo me fui a recorrer de punta a punta esta catedral barroca. Empecé por la nave central, con una bóveda de cañón simplemente impresionante, y luego me acerqué lo más que pude al crucero, que estaba acordonado para no interrumpir al coro, para admirar la enorme cúpula, que fue destruida por una bomba durante la Segunda Guerra Mundial y terminada de restaurar quince años más tarde, tal y como se podía apreciar en los paneles situados en la entrada del templo. A continuación me paseé por las dos naves laterales, con sus majestuosas capillas y con frescos que relatan tantos escenas del Antiguo Testamento como las estaciones de la pasión de Cristo; por último, también habría que destacar unos órganos de considerable tamaño situados a ambos lados del altar mayor y en la parte superior de la entrada. Me fui en busca de Jose y Miguel para sentarme con ellos y descansar un rato escuchando lo que estaba cantando el coro, que te llegaba a sobresaltar e incluso a acelerar el corazón de lo bien que lo hacía.
Pasados unos minutos de las cuatro de la tarde, volvimos a la Domplatz para desde el otro extremo poder contemplar mejor la fachada principal de la catedral con sus dos altas torres y ver también en el centro de la plaza la estatua dedicada a la Virgen María. Atravesamos unas arcadas para continuar por la Franziskanergasse, al final de la cual pasamos por debajo de un puente, decorado con un fresco y con un pequeño campanario en la parte superior, que unía dos paredes, siendo una de ellas de la Franziskanerkirche, una de las iglesias más antiguas de Salzburgo. Al entrar comprobamos que la disposición de su interior era un tanto extraña, pues cuenta con dos partes muy diferenciadas, pero ambas de un marcado estilo gótico. La primera, donde se encuentra el primer tramo de bancos, es bastante oscura y sencilla, sin apenas ornamentación, mientras que la segunda destaca por su luminosidad, sus largas y esbeltas columnas que confluyen en una geométrica bóveda, su altar mayor y unas capillas laterales más bien recargadas.
Al salir de allí, retrocedimos unos metros de la calle Franziskanergasse para atravesar otro de los muchos pasadizos de la ciudad y llegar a una plaza presidida por una estatua de San Pedro, ya que en ella se erige la Stiftkirche Sankt Peter o Abadía de San Pedro, fácilmente reconocible por su torre campanario. Cuando nos dispusimos a entrar para visitarla, nos encontramos con que la puerta estaba cerrada y custodiada por dos personas que no dejaban pasar a nadie, seguramente porque habría misa o algún otro acto religioso privado. Así pues, para no esperar tontamente allí sin saber cuánto tiempo, nos fuimos al anexo Petersfriedhof, el Cementerio de San Pedro, considerado uno de los más hermosos del mundo, un calificativo más que merecido teniendo en cuenta el incomparable y bello marco en el que se encuadra, entre la citada abadía y la imponente pared natural del Mönchsberg, y lo bien cuidado que está. Sinceramente, si yo viviera en Salzburgo, querría que mis restos descansaran allí eternamente.
Estuvimos unos diez minutos paseando por los senderos de este pequeño camposanto, que, aunque repleto obviamente de tumbas, transmitía una tranquilidad y una paz gracias a la gran cantidad de árboles, plantas y flores que hay en él. Había tumbas de todo tipo: grandes y pequeñas, simples con una sencilla cruz de madera y recargadas con lápidas y estatuas, al aire libre y a cubierto tras unas rejas en lo que parecían panteones familiares, con varios siglos de antigüedad y tan recientes como de hace unas semanas. En medio de todas ellas destacaba una pequeña capilla que en ese momento estaba cerrada y donde supongo se oficiarán las misas previas a los entierros, y en uno de los laterales teníamos el acceso a las catacumbas, excavadas en la montaña y cuya entrada costaba dos euros; a mí no me habría importado visitarlas, aunque Miguel y Jose no estaban muy por la labor, por lo que nos fuimos de allí.
Regresamos a la Abadía de San Pedro con la esperanza de que ya se pudiera visitar, pero nos quedamos con la ganas de verla por dentro, puesto que la puerta seguía velada por los vigilantes de antes. Salimos de la plaza por el pasadizo por el que entramos, en cuya fachada vimos un nuevo reloj de sol, para atravesar la Domplatz y volver a la Kapitelplatz, donde había varios puestos ambulantes en los que se vendían postres, helados, productos de artesanía, etc. Ahora tocaba hacer un poco de ejercicio y sudar la gota gorda para subir el monte Mönchsberg por la empinada Festungsgasse. Al llegar al cruce donde el camino se divide en dos, se nos presentaba la opción de acercarnos a la Stift Nonnberg, una abadía en la que se rodaron escenas de 'Sonrisas y lágrimas' y en la que por lo visto es posible escuchar los cánticos de las monjas a las cinco de la tarde, para lo cual quedaban pocos minutos, pero entre que no sabíamos realmente a qué distancia estaba y si nos daría tiempo a llegar o no, decidimos continuar ascendiendo en la otra dirección.
Alcanzamos un mirador desde el que se podía contemplar la catedral en todo su esplendor con la Kapitelplatz a sus pies, el Kapuzinerberg en el que habíamos estado por la mañana y casi toda la ciudad; así pues, no dudé un instante en pedirle a Jose que me hiciese una foto con estas espectaculares vistas después de fotografiarle yo a él con una pose contemplativa. Avanzamos unos metros más por Oskar-Kokoschka-Weg, la continuación de Festungasse, hasta que nos topamos con los raíles del funicular que sube y baja a los que visitan la Festung Hohensalzburg, la fortaleza que llevábamos viendo todo el día desde diferentes rincones y que ahora teníamos justo encima de nuestras cabezas. Si en vez de sólo un día hubiésemos estado dos, sin duda alguna habríamos visitado este monumento tan característico de Salzburgo, desde cuyas torres y murallas es posible obtener una de las mejores panorámicas de la ciudad, aunque nosotros nos tuvimos que conformar con la que teníamos delante, que no estaba nada mal.

17:05
Permanecimos allí arriba unos minutos antes de volver al centro y dar prácticamente por concluida nuestra visita a Salzburgo, puesto que ya habíamos visto casi todo lo que teníamos planeado. Retrocedimos hasta el mirador en el que acabábamos de estar y, en vez de seguir por la cuesta que subimos antes, bajamos por una serie de escalinatas escondidas entre los árboles que precisamente desembocaban al comienzo de la misma. Enfrente vimos una pequeña fuente en la que había varias personas haciendo cola para rellenar sus botellas de agua, así que aprovechamos para beber y refrescarnos un poco, que bastante habíamos sudado debido al calor que hacía y a las caminatas que nos estábamos dando. Al regresar a la Kapitelplatz, atravesamos el pórtico que la conecta con la Domplatz y el de esta plaza con la Residenzplatz para continuar por la Goldgasse, una estrecha calle del estilo de la Getreidegasse, también con sus rótulos de hierro forjado en las paredes.
Al llegar a la plaza del Alter Markt, llamada así porque era donde antiguamente se ubicaba el mercado de la ciudad, nos dimos cuenta de que había mucha gente alrededor de un pequeño escenario que había montado en ella, por lo que nos acercamos para ver a qué se debía. En él había unos veinte jóvenes vestidos con chaleco cantando a coro, no sabemos si porque era una competición o porque el escenario allí estaba a disposición de quien quisiera utilizarlo, pero la verdad es que lo hacían bastante bien. Tras escucharles cantar un par de canciones, tiramos por Churfürststrasse para a continuación atravesar un pasaje con una galería comercial y desembocar finalmente en la Universitätsplatz, a la altura de la Kollegienkirche, una iglesia que por su tamaño me entraron ganas de ver. Sabiendo que mis amigos son poco amigos de las iglesias, dije que no, que pasábamos de largo porque no la tenía apuntada en mi lista de sitios que visitar, pero me insistieron en que por una más tampoco se iban a quejar, así que me dispuse a entrar, aunque para nada porque estaba cerrada desde hace un rato.
Más adelante, en esta misma plaza, nos volvimos a refrescar en una pequeña fuente que había en ella, para luego continuar con nuestro ya tranquilo paseo hasta llegar a la Herbert-von-Karajan-Platz, donde se encuentra la Pferdeschwämme, una enorme fuente compuesta por un estanque, una gran fachada con frescos en los que aparecen pintados varios caballos y una estatua de un hombre domando un equino; tanto caballo tiene su explicación en que aquí antiguamente había establos y un abrevadero. A continuación, seguimos por la Bürgerspitalgasse y la Bürgerspitalplatz, de tal manera que nos encontramos de nuevo junto a la Sankt Blasiuskirche, al comienzo de la calle Getreidegasse, todavía con un mar de gente yendo de un lado para otro. Tras recorrer Gstättengasse y Museumsplatz, llegamos a la Kaipromenade, un paseo a orillas del río Salzach y protegido por la sombra de una larga hilera de árboles que sin duda le ponía el broche de oro a una jornada inolvidable. Tal y como divisamos por la mañana desde el mirador del Kapuzinerberg, estaba repleto de puestos y tenderetes en los que se vendían productos de todo tipo: ropa, artículos de decoración, artesanía, antigüedades, herborístería, dulces, batidos, helados, etc.
El paseo que nos estábamos dando no podía resultar más agradable, con el frescor del río y la tranquilidad que allí se respiraba, pero la cosa mejoró todavía más a la altura de la Christuskirche, una iglesia situada en la otra orilla, cuando me dio por mirar hacia atrás, y es que por encima de los árboles se asomaban la fortaleza coronando el Mönchsberg y la catedral sobresaliendo del resto de edificios del casco histórico. Una panorámica más de tantas que nos había regalado Salzburgo en las apenas siete horas que habíamos pasado allí, y que admiraríamos todavía mejor al tenerla continuamente de frente cuando decidimos dar media vuelta al llegar al puente Müllner Steg, donde terminaban los tenderetes. Además de los dos principales monumentos que he mencionado, también se divisaban la cúpula de la Kollegienkirche que nos encontramos cerrada unos minutos antes, la llamativa torre de color rojo de la Stift Nonnberg a la que no nos llegamos a acercar y la del Ayuntamiento, entre otros.
Conforme avanzábamos y recorríamos la curva que forma el paseo, estas vistas se iban escondiendo poco a poco tras la arboleda. La idea era ir ya en dirección a la estación de trenes, por lo que abandonamos la Kaipromenade para cruzar al otro lado de la ciudad por el Makartsteg, un puente peatonal que si por algo llama poderosamente la atención es porque sus barandillas están plagadas de candados colgados por parejas que de esta manera quieren dejar constancia del amor que se profesan, una costumbre que cada vez está más extendida en todo el mundo. Continuamos por Josef-Friedrich-Hummel-Strasse, de tal forma que a nuestra izquierda teníamos una estatua en memoria del director de orquesta salzburgués Herbert von Karajan y a nuestra derecha el lujoso Hotel Sacher, y luego nos desviamos por la Makartplatz hasta regresar a los Jardines de Mirabell.
Eran las seis y cuarto y el tren que teníamos pensado coger salía a las ocho y veinte, lo cual significaba que teníamos por delante dos horas sin nada más que hacer, así que Miguel planteó la posibilidad de o bien tomarnos algo en una cafetería para matar el tiempo o bien irnos ya a la estación y si eso coger un tren que salga antes. Ambas opciones nos parecían igual de válidas, aunque con ligera ventaja para la segunda porque, en caso de éxito, volveríamos antes a Múnich; así pues, nos sentamos en uno de los bancos situados bajo la frondosa arboleda de uno de los laterales del Mirabellgarten, cuyos jardines seguían tan concurridos como por la mañana, para descansar y poder conectarnos a la Wi-Fi libre que allí se pillaba. Mientras mis amigos navegaban por Internet para ponerse al día de las últimas noticias balompédicas, yo consulté el horario de los trenes, y resulta que a las 19:13 salía uno que podíamos coger con nuestro Bayern Ticket.
Teníamos algo más de media hora de margen para llegar a la estación, más que suficiente porque antes solamente tardamos quince minutos en hacer este mismo trayecto, pero no merecía la pena arriesgar, por lo que nos pusimos en pie inmediatamente para emprender la marcha. Mientras recorríamos el Mirabellgarten, seguí haciendo fotos, especialmente a la Fuente de Pegaso, que daba mucho juego tanto por la estatua en sí como por la pequeña cascada que se forma a sus pies, o a sus patas mejor dicho. Ya estábamos a punto de irnos de allí cuando mis amigos cayeron en la cuenta de que a estas alturas del viaje todavía no nos habíamos hecho una foto los tres juntos, y qué mejor sitio que éste para ello. Teníamos que buscar a alguien con pinta de turista y de saber manejar mi cámara, y precisamente en ese momento no encontrábamos a nadie que cumpliese con dichas características. Finalmente vimos a un joven al que le pedimos que nos fotografiara de tal forma que se vieran el Palacio de Mirabell, los jardines y la fortaleza al fondo, y la verdad es que se lo curró porque nos hizo tres fotos desde diferentes encuadres.
Salimos del Mirabellgarten por la escalinata desde la que vi por última vez una de las mejores estampas de una ciudad que me había encandilado de principio a fin, y tras ello continuamos por entre los árboles del parque situado junto al Schloss Mirabell. Ya nos dimos cuenta de ello por la mañana, pero resultaba muy llamativo que en cuanto nos alejamos unos metros de la zona turística de Salzburgo por la Rainerstrasse apenas nos encontramos con nadie, aunque quizás ahora estaba un poco más justificado por ser sábado por la tarde y no haber actividad comercial; eso sí, tanto en esta zona como en el centro la ciudad estaba impoluta, limpia como una patena, sin un mísero papel tirado en la acera, cosa que también ocurría en Múnich. Mucho tendrían que aprender Málaga y los malagueños para parecerse tan siquiera un poco a estas dos ciudades en este sentido, porque hay que reconocer que pasar por ciertas calles da simplemente asco.

19:00
Al llegar a la Salzburg Hauptbahnhof, lo primero que hicimos fue buscar los paneles de información para saber desde qué andén saldría nuestro tren, concretamente el número 5, y seguidamente subimos a la plataforma de las vías. Al igual que nos ocurrió en la ida, nuestro tren estaba ya lleno de pasajeros, así que no tuvo más remedio que montarnos en uno de los últimos vagones, de nuevo en asientos enfrentados para ir los tres juntos. El tren se puso en marcha a la hora prevista en dirección a Múnich, adonde llegaríamos a las nueve y cuarto. A los pocos minutos, se pasó el revisor para pedirnos el billete, el cual no tuvo que sellar porque ya lo estaba de esta mañana, por lo que simplemente comprobó que éramos tantas personas como nombres aparecían en el billete.
Al contrario que en el viaje de ida, nuestro vagón no estaba tan masificado, pues había varios sitios libres, y con respecto al tipo de viajeros también había ciertas diferencias, con gente más bien mayor en vez de joven, con la excepción de un niño de raza negra de unos tres o cuatro años que iba sentado con sus padres en los asientos situados a nuestra izquierda. Lo que sí se mantuvo fue el ligero calor que hacía allí dentro, aunque cada diez o quince minutos encendían el aire acondicionado para al cabo de un rato volverlo a apagar. Poco antes de las ocho de la tarde sentí vibrar el móvil, ya que me estaba llamando mi madre para preguntarme qué tal iba todo, qué habíamos visto desde la última vez que hablamos y, cómo no, si estaba comiendo bien. Le conté que ya estábamos en el tren de vuelta a Múnich y que le había comprado en Salzburgo el encargo de bombones que me había hecho, y ya por último quedamos en que volviese a llamarme al día siguiente sobre esta misma hora.
Durante las dos horas de trayecto estuvimos charlando acerca de varias cuestiones, como por ejemplo de los gastos que ya llevábamos en el viaje. En estos tres primeros días, yo era el que más había consumido, aunque por poco y principalmente justificado por los souvenirs que había comprado en Salzburgo, un total de casi 30 €; de no ser por ello, Miguel se habría llevado la palma gracias a que Jose se ahorró unos cuantos euros el día anterior haciendo uso de su carnet de estudiante. Ya que estábamos, hicimos una estimación de lo que nos gastaríamos los dos días que nos quedaban teniendo en cuenta las comidas, el transporte y los sitios en los que tendríamos que pagar para entrar, como por ejemplo el Allianz Arena. A ojo, e incluyendo el alojamiento y los vuelos, el viaje nos supondría unos 500 € por cabeza, bastante más de lo que estábamos acostumbrados, puesto que siempre nos han salido por unos 300 €; ya os adelanto que en total yo me gasté 475 € en los cinco días que duró.
La conversación, por un motivo que no recuerdo bien cuál fue, llevó a mis amigos a ponerme a prueba preguntándome los símbolos de los elementos químicos que aparecían en la etiqueta de sus botellas de agua, y no fallé ni uno solo; luego pasaron a algunos compuestos, y, salvo un par de ellos de los que no me acordaba del todo porque solamente me lo explicaron en 1º Bachillerato, volví a demostrar que de conocimientos básicos de Química estaba bien servido, y es que por algo estudiaba para aprender y no solamente para aprobar los exámenes. Esto nos llevó a seguir la charla con recuerdos de nuestra etapa en los Maristas, el colegio en el que estudiamos, reviviendo anécdotas de nuestros compañeros y profesores. Entre tanto, el tren seguía su camino haciendo las paradas correspondientes, en una de las cuales se bajaron el negrito y sus padres, ocupando sus plazas un chico y una chica jóvenes con tatuajes y piercings que bebían de una botella de litro de cerveza.
La noche estaba cada vez más cerca, y nosotros de Múnich. Pasadas las nueve ya habíamos dejado atrás kilómetros y kilómetros de paisajes verdes y boscosos para circular entre los edificios de la ciudad, como probaba la penúltima parada de Ostbahnhof. Llegamos a la estación puntualmente a las nueve y cuarto, aunque bueno, lo de que estábamos en la estación era un decir, ya que, como íbamos en los último vagones, tuvimos que recorrer todo el andén para llegar a la terminal propiamente dicha, lo cual nos llevó un par de minutos sin exagerar. Siendo la hora que era, estaba claro que teníamos que buscar un sitio para cenar, pero la cuestión era dónde. A falta de ideas, Jose comentó que le sonaba haber visto un Burger King cerca del hotel, concretamente en la avenida que va hasta la Karlsplatz; yo dije que podríamos ir al de la estación y así nos evitábamos tener que buscarlo, pero mis amigos no estaban muy por la labor justificándose en que el público de allí no les gustaba mucho.
Teníamos que coger el metro, por lo que bajamos por las escaleras mecánicas para llegar hasta el andén correspondiente, que estaba en lo más profundo del todo. Tanto la línea U1 como la U2 nos servían, así que nos montamos en la primera que llegó; por cierto que aquí se cumplió eso de que la excepción confirma la regla, en este caso la de que los alemanes son muy silenciosos cuando usan el transporte público, y es que del vagón salieron varios jóvenes armando ruido y cantando, dando la impresión de que venían de un concierto. Nos bajamos en la siguiente parada, la de Sendlinger Tor, y ya en la calle nos dispusimos a buscar el Burger King que decía Jose por la Sonnenstrasse. Por más que andábamos no lo veíamos por ningún lado, y no solamente eso, sino que tampoco es que hubiera por allí otras opciones para cenar; estábamos ya a punto de rendirnos cuando de repente avisté a lo lejos el logotipo luminoso del Burger King, que resultó estar tan cerca del hotel como de la estación.
Yo no soy nada amigo de estas cadenas de comida rápida, es más, ésta iba a convertirse en la segunda ocasión en la que cenaría en un Burger King, pero en casos de urgencia como éstos no queda otra que hacer la vista gorda. Le pregunté a mis amigos, que pisan estos sitios más que yo, cuál de los menús ofertados me podría gustar más, y me aconsejaron el little grilled chicken, que costaba 5'49 €; cuando ellos hubieron elegido los suyos, nos acercamos al mostrador para hacer el pedido indicándole al joven que nos atendió los números de los menús que queríamos con las correspondientes bebidas. Como las hamburguesas ya llevarían hechas desde hace un rato (¿se notan mis pullas a este tipo de 'restaurantes'?), en apenas tres minutos ya estábamos sentados con nuestras bandejas en una de las mesas del local, a todo esto completamente vacío.
Lo primero que hice fue extraer las rodajas de tomate y pepino de mi hamburguesa, ya que no me gustan, y a continuación la probé. Lo que venía siendo el pollo se dejaba comer, aunque fallaba la salsa marrón que lo acompañaba, que tenía un sabor raro tirando a picante que no supe identificar; por su parte, las patatas fritas estaban bastante buenas, y el medio litro de Pepsi, bastante frío, como debe ser. Miguel quedó bastante satisfecho con lo que se había pedido, no tanto Jose, puesto que su hamburguesa era doble cuando pensaba que iba a ser simple, por lo que le costó un poco terminársela a costa de dejar buena parte de sus patatas. En cuanto terminamos, nos levantamos y nos fuimos directos al hotel saltándonos algún que otro semáforo ante la mirada atónita de los viandantes alemanes, acostumbrados a esperar pacientemente a que se ponga en verde para los peatones.
Pasaban unos minutos de las diez y media cuando por fin llegamos a nuestra habitación. Miguel fue directamente al baño para ducharse, y yo mientras tanto extendí sobre la cama la camiseta y puse sobre ella la caja de bombones y el imán que había comprado en Salzburgo para hacerles la foto que acompaña a estas líneas; también aproveché para poner a cargar una de las baterías de la cámara, que ya estaba a punto de agotarse. El plan del día siguiente implicaba comenzar en la Königsplatz, para lo cual tendríamos que coger el metro puesto que a pie queda bastante lejos, y luego desplazarnos con tiempo suficiente al Allianz Arena para hacer el tour en inglés por el estadio a la una, así que tendríamos que levantarnos a la misma hora que el primer día, es decir, a las ocho menos cuarto, para no ir demasiado apurados e ir relajados en la medida de lo posible.
Otro de los aspectos que debíamos tener en cuenta era que el siguiente día era el que más probabilidades de lluvia tenía, según las últimas previsiones que habíamos consultado en Málaga horas antes de partir; en caso de que finalmente lloviese tendríamos que modificar los planes sobre la marcha, por lo que tocaba rezar y esperar que nos acompañase el tiempo, porque si no tendríamos poco que hacer. Después de que Jose terminase en el baño, entré yo para lavarme los dientes y ducharme, aunque de nuevo me ocurrió lo mismo que la noche anterior, esto es, que casi no me salía agua y además fría. Mis amigos ya se tomaban a risa la suerte que estaba teniendo con la ducha, y yo casi que también, aunque por suerte al rato volvió el agua caliente. Al final, entre una cosa y la otra, me acosté definitivamente a las doce menos cuarto, no sin antes activar las alarmas de mi antiguo móvil para no quedarnos dormidos.