Para variar, fui el primero en levantarme, pero esta vez, a diferencia de los otros días, no lo hice nada más escuchar la alarma del móvil, sino quince minutos más tarde, a las nueve y media, puesto que estaba un poco cansado y además teníamos tiempo de sobra hasta el mediodía para llegar a la estación de tren. Una vez que salí del baño, le di un toque a mis amigos para que se fuesen levantando, aunque a su ritmo; mientras tanto, aprovechando que sobró pan de la cena del día anterior,
me preparé un buen trozo de baguette tostado con aceite, así como
un vaso de leche y una de las natillas de vainilla que todavía nos quedaban. Por su parte, Jose y Miguel se hicieron un café al igual que el primer día que amanecimos en Toulouse.
Ahora
tocaba dejar el apartamento tal cual nos lo encontramos. Tras fregar los vasos y los platos que habíamos utilizado, Miguel y yo volvimos a convertir mi cama en un sofá, quitamos todas las sábanas, recogimos todo lo que era nuestro para no dejarnos nada e hicimos las maletas. Estuvimos varios minutos pensando qué hacer con la comida que nos sobró la noche anterior: algunas natillas, un poco de queso, media bolsa de patatas fritas, un trozo de salchichón y pan. Al final nos llevamos solamente el salchichón y las patatas, mientras que lo demás lo acabamos dejando en el apartamento. A eso de las once ya estábamos listos para partir, así que, tal y como nos pidió el casero que nos recibió, dejamos uno de los dos juegos de llaves en la mesa del salón y, tras cerrar con llave el apartamento, echamos el otro en su buzón.
Salimos a la calle y nos fuimos
en dirección a la estación por el mismo camino que tomamos el día que fuimos a Carcassonne. Después de pasar por delante de la Basilique Saint-Sernin, llegamos al Boulevard de Strasbourg, donde Jose y Miguel vieron una panadería en la que había unos croissants con muy buena pinta, y además con una promoción de 5 a 2'5 €; Jose llegó incluso a entrar, pero resulta que solamente quedaba uno, así que se quedaron con las ganas. Más adelante, en la rue de Bayard, entramos en otra panadería donde esta vez sí se pudieron tomar un croissant cada uno; no conformes con esto, se les antojó entrar en otra panadería de la misma calle, en la que se pidieron otro croissant con un café. Una vez que se terminaron su tercer desayuno (uno en el apartamento y dos en la calle), reanudamos la marcha para llegar por fin a la
Gare de Toulouse-Matabiau mientras nos caían algunas gotillas del cielo, ya que estaba nublado.
Ya dentro de la estación, lo primero que hicimos fue consultar el panel de información para saber la vía por la que pasaría nuestro tren, pero todavía no estaba anunciado, así que nos tocaba esperar. Yo aproveché para entrar en una tienda de souvenirs a ver si encontraba alguna camiseta de Toulouse que me gustase, pero las que había eran casi todas del equipo de rugby de la ciudad, por lo que no compré nada. Poco antes de las doce se anunció que
nuestro tren lo tendríamos que coger en la vía 4; como teníamos tiempo de sobra, nos acercamos a una máquina expendedora de billetes para sacar los nuestros a pesar de que ya traíamos los impresos de la reserva que hicimos días antes del viaje, pero bueno, siempre queda más formal tener un billete como los de toda la vida.
Esta vez no teníamos que correr agobiados como nos ocurrió dos días antes. El andén, como era de esperar, se fue llenando de gente conforme pasaban los minutos, ya que Bordeaux es una de las ciudades más importantes y pobladas de Francia, y eso implica inevitablemente un constante flujo de viajeros.
Poco antes de las doce y veinte del mediodía llegó nuestro tren, bastante antiguo por fuera y también por dentro como comprobamos cuando subimos a nuestro vagón, el número 1, y es que no se parecía en nada al que cogimos dos días antes para ir a Carcassonne. A la hora de hacer la reserva, escogimos
tres asientos en un compartimento con la idea de ir más espaciados, aunque al final no era para tanto, porque en el habitáculo íbamos a ser seis personas (nosotros tres y tres chicas que ya estaban allí cuando entramos) y la verdad es que no sobraba mucho espacio. Por cierto, que
el billete nos costó 15 € por cabeza, un precio más razonable que el de Carcassonne teniendo en cuenta la distancia que había que recorrer y la duración del viaje.
12:25
El tren se puso en marcha unos minutos antes de las doce y media.
Por delante teníamos unas dos horas de viaje que en mi caso no se me hicieron tan largas como esperaba, ya que entre que cada dos por tres estábamos hablando de diversos asuntos (del viaje, de fútbol...), que la chica sentada a mi lado estaba viendo una película en su portátil o tablet (ya no me acuerdo qué era exactamente) y que también me entretenía mirando por la ventana de nuestro compartimento, a pesar de que estaba un poco sucio y a cierta distancia de mi asiento, el tiempo se me pasó relativamente rápido. Hicimos dos paradas antes de llegar a Bordeaux, concretamente en las estaciones de Agen y Marmande, entre las cuales se acercó la revisora para pedirnos los billetes y comprobar que todo estaba correcto. Sobre las dos de la tarde nos empezó a entrar un poco de hambre, así que recurrimos a lo que quedaba de la bolsa de patatas fritas que nos sobró de la noche anterior para saciarnos algo a la espera de almorzar cuando llegásemos a Bordeaux.
A las dos y media ya nos estábamos bajando del tren en la Gare de Bordeaux-Saint-Jean. Antes de salir al exterior, fuimos en busca de la consigna de equipajes de la estación para confirmar dónde se encontraba, pues el sábado teníamos pensado dejar allí las maletas para poder movernos con libertad durante el día hasta que llegase la hora de ir al aeropuerto y volver a Málaga. Ya en la calle, nos encontramos con que allí también estaba un poco nublado, pero al menos no tenía pinta de que fuese a llover. Nuestra idea era comer por allí cerca para luego ir al apartamento que habíamos reservado, y con cuyo casero habíamos quedado a eso de las cuatro. En la Gare de Bordeaux-Saint-Jean no vimos nada interesante, por lo que empezamos a caminar en dirección al centro de la ciudad hasta dar con algún restaurante que nos llamase la atención. Al igual que en la de Málaga, en los alrededores de la estación de tren abundaban los locales de comida rápida, especialmente de kebabs en la larga avenida de Cours de la Marne, donde no me hubiese importado almorzar, pero mis amigos preferían hacerlo en otro sitio.
Llegamos a un punto en el que ya estábamos más cerca del apartamento que de la estación, por lo que Miguel sacó su móvil para buscar en TripAdvisor las recomendaciones de esa zona.
Teníamos que decidir dónde comer lo antes posible porque ya eran las tres de la tarde y a esa hora ya suelen estar cerradas las cocinas de los restaurantes en Francia, así que en cuanto encontramos en dicho buscador un sitio que estaba abierto y cercano al apartamento nos fuimos hacia allí, concretamente a
La Parenthèse, una crepería que precisamente nos había recomendado el casero días atrás cuando nos pusimos en contacto con él por correo electrónico. Tomamos asiento en una de las mesas de la calle, la rue Sainte-Catherine, que estaba muy concurrida porque esos días tenía lugar en ella una especie de mercadillo en el que las tiendas de la misma montan unos puestos para vender productos a un precio más reducido, supongo que las sobras del almacén y lo que no es de temporada.
La carta se componía básicamente de galettes (crepes salados) y crepes dulces, así como varios menús individuales entre los cuales
nos decantamos por el que costaba 11'30 € y que se componía de una galette Complète o Espagnole, una taza de sidra y un crep dulce. Mis amigos se decantaron por la Complète (huevo, jamón cocido y queso), mientras que yo elegí la Espagnole (huevo, chorizo y queso). Lo primero que trajeron fue la sidra, que sería la primera vez que la probase, y sinceramente no me hizo mucha gracia, el sabor no me terminó de convencer. Luego nos sirvieron las galettes, uno de los platos típicos de Francia, que no es que sean gran cosa, pero para salir de un apuro no está mal. Cuando nos las terminamos, ya eran casi las cuatro, lo cual significaba que íbamos a llegar tarde al apartamento, por lo que Jose le mandó un mensaje para decirle que estábamos almorzando por allí cerca y que estaríamos allí lo antes posible.
De postre nos pedimos el crep de nutella, que para mi gusto estaba bueno, y un poco más grande que el que comimos el primer día en el argentino de Toulouse, aunque también es cierto que los he comido mejores en España. Ese día fui yo el encargado de pagar los gastos comunes, así que me acerqué al mostrador para pagar con mi tarjeta, tras lo cual, pasadas las cuatro y cuarto, cogimos nuestras maletas para ir
por fin al apartamento, situado a apenas cinco minutos andando de donde nos encontrábamos. En el portal del edificio
nos estaba esperando nuestro casero, Oli, quien tras saludarnos nos dijo que solamente sabía hablar francés e inglés, por lo que fui yo el que conversó más con él, aunque en realidad mis amigos, a pesar de que no hablan inglés al mismo nivel que yo, también se enteraron de lo que él decía gracias a que pronunciaba bastante bien.
Ante la ausencia de ascensor (el edificio era bastante antiguo), tuvimos que cargar con nuestras maletas por una estrecha escalera hasta llegar al primer piso; una vez allí, el casero nos abrió la puerta del apartamento, que a su vez daba a otra escalera, al comienzo de la cual se encuentra un pequeño baño con lavabo y váter, y más arriba el apartamento propiamente dicho, L'Appart D'Oli et Tiane.
¡Qué pasada de apartamento! No tenía nada que ver con el resto del edificio, ya que estaba muy bien acondicionado y decorado, con todo lujo de detalles, con un salón amplio y con la cocina integrada (con bastante comida, por cierto), y, eso sí, con una habitación un tanto peculiar, puesto que tanto la ducha como el lavabo están en la propia habitación sin ninguna pared de por medio. Cuando terminó de enseñarnos el apartamento, Oli cogió un mapa de Bordeaux para explicarnos dónde están los sitios que merece la pena visitar, dónde comer, la red de tranvías que surca la ciudad, etc., así como recomendaciones y diversas dudas que nos resolvió gustosamente.
A continuación, nos explicó el tema del pago del apartamento. En total eran 280 €, de los cuales 80 € ya se pagaron por adelantado via PayPal, por lo que quedaban 200 € y otros 200 € más en concepto de fianza que nos devolvería el sábado cuando comprobase que el apartamento estuviese en condiciones y que no hubiese ningún desperfecto. Tras darle el dinero, nos entregó dos juegos de llaves y una botella de vino como regalo de bienvenida, pero le dijimos
que no la íbamos a tocar porque no somos de vino, y además tampoco nos
la podríamos llevar porque en el aeropuerto nos la requisarían. Una vez que
acordamos que viniese el sábado sobre las diez y media para abandonar el apartamento, el casero se marchó, mientras que nosotros nos quedamos allí un rato más inspeccionando todo lo que tenía el apartamento así como planificando lo que íbamos a hacer en lo que restaba de día, aunque ya lo teníamos medio perfilado de antemano.
17:30
El primer sitio de Bordeaux que visitamos fue la
église Saint-Paul, situada justo enfrente del portal de nuestro apartamento. Su fachada de estilo barroco me recordó muchísimo a varias iglesias de Roma por su forma y elegancia, como por ejemplo la iglesia del Gesù; por su parte, el interior del templo se mostraba mucho mejor cuidado que varios de los que visitamos en Toulouse, destacando principalmente el retablo mayor con la imagen del apoteosis de Saint François Xavier. A continuación, cogimos por la rue Ravez y, tras bordear parte del
Palais des Sports de Bordeaux y desviarnos por la rue Pierre de Coubertin, desembocamos en la calle en la que se encuentra la Grosse Cloche, uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad, aunque antes de admirarlo con detenimiento entramos en la aneja
église Saint-Éloi, un poco más pequeña que la que acabábamos de visitar y de estilo gótico, como delatan su bóveda, sus arcos y sus vidrieras.
De nuevo en la calle, ahora sí nos paramos a ver la
Grosse Cloche, una impresionante y elegante puerta de la antigua muralla de Bordeaux que en su origen fue el campanario público del ayuntamiento. Cuenta con dos torres circulares entre las cuales se observa una gran campana que es la que le da nombre a este monumento y con sendos relojes en cada una de sus dos fachadas, las cuales están atravesadas por un arco que permite atravesarlo de un lado a otro; en resumidas cuentas, por su apariencia exterior la Grosse Cloche se podría asemejar a un trozo de un castillo insertado en mitad de la ciudad. Continuamos nuestro paseo por el Cours Victor Hugo, una de las avenidas principales de Bordeaux y que desemboca en la
Porte de Bourgogne, un arco de triunfo que llama la atención por su sobriedad, al contrario que las de otras ciudades, por su tono amarillento y por las columnas de orden dórico situadas en la portada que da al río Garona.
Precisamente lo que hicimos a continuación fue atravesar el río por el
Pont de Pierre, el Puente de Piedra, el más importante de la ciudad por muchos motivos, entre ellos por su longitud (casi 500 metros) y porque fue mandado construir por Napoleón Bonaparte, y es que de hecho cuenta con tantos arcos como letras tiene su nombre, diecisiete en total. Casi diez minutos tardamos en llegar a la otra orilla del Garona, concretamente a la
Place de Stalingrad, en la que llama poderosamente la atención la estatua de
Le Lion de Veilhan, un enorme león de color celeste de 6 metros de altura y 8 metros de largo con el que los turistas se hacían fotos continuamente, y nosotros no fuimos menos. Seguidamente, avanzamos por la alargada avenue Thiers para acercarnos a la
église Sainte-Marie-de-la-Bastide, una de las más peculiares que he visto, y es que su campanario está coronado por una cúpula con forma de huevo, un tanto similar a las torres de Angkor Wat de Camboya. Del interior poco pudimos ver, puesto que nada más entrar nos dijeron que ya iban a cerrar; de hecho, solamente me dio tiempo a hacer una foto.
En esta parte de la ciudad, la Bastide, ya no teníamos más que ver, ya que la zona turística se concentra en el margen izquierdo del río, así que deshicimos nuestros pasos para volver al casco histórico. En el camino, nos topamos en la Place de Stalingrad con una fuente Wallace, como otras tantas que habíamos visto en Toulouse y que seguiríamos viendo en Bordeaux, y a continuación nos desviamos unos minutos por el
Quai des Queyries, desde pudimos contemplar una bonita panorámica de la ciudad, de entre cuyos edificios, casi todos de la misma altura, sobresalen algunas de sus torres, como por ejemplo la Tour Pey Perland o la Flèche Saint-Michel. Después de hacer unas cuantas fotos, emprendimos definitivamente el camino de vuelta a la otra orilla del río, de nuevo por el Pont de Pierre, para al final del mismo girar a la derecha y avanzar por el paseo que bordea al Garona.
Al llegar a la altura de la
Porte Cailhau, cruzamos para ver de cerca este monumento, para lo cual puse en riesgo incluso mi vida, y es que resulta que me detuve en la parte de la calzada que separa los raíles de los tranvías de los carriles para vehículos para hacer unas fotos, pero por lo visto por ahí podían pasar los coches para dar media vuelta, y alguno que otro pasó bastante cerca de mí. Este monumento es otro de los más importantes de Bordeaux y externamente guarda un gran parecido con la Grosse Cloche, aunque son fácilmente distinguibles. De 35 metros de altura, también formaba parte de la antigua muralla defensiva de la ciudad y es posible atravesarla por el arco que tiene en su parte inferior, aunque lo que más destacaría de esta puerta es que parece sacada del castillo de Disney, conclusión a la que llegamos tanto mis amigos como yo.
A continuación, cogimos por la rue des Argentiers hasta llegar a la
église Saint-Pierre, que según tenía anotado cerraba a partir de las seis de la tarde, pero, como nos pillaba de camino para nuestro siguiente destino, nos acercamos a probar por si acaso; en efecto, ya estaba cerrada, pues eran casi las siete y media. Cabe mencionar que
en la plaza en la que se encuentra esta iglesia, que toma el mismo nombre,
nos topamos con una estatua de un hombre desnudo a tamaño natural de color marrón, parecido al del óxido, que también habíamos visto frente a la estación de trenes y que igualmente veríamos en otros puntos de la ciudad más adelante. Seguimos con nuestra ruta bordeando la citada iglesia por la rue de la Cour des Aides y luego girando a la izquierda por la Quai de la Douane, al final de la cual desembocamos en la
Place de la Bourse, una majestuosa plaza rectangular abierta por el lateral que da al río y rodeada de unos elegantes edificios de corte señorial adornados con mascarones en los dinteles de sus ventanas, algo muy típico de Bordeaux.
Mis amigos se sentaron un banco a la sombra mientras yo me dedicaba a hacerle fotos a los citados edificios y mascarones, a la
Fontaine des Trois Grâces, a una peculiar farola que había por allí, etc. Tras ello, nos acercamos al gran atractivo de la ciudad, y por ende de esta plaza: el
Miroir d'Eau. Se trata de un espejo de agua, el más grande del mundo con 3.450 metros cuadrados de superficie, sobre una placa de granito en la que cada veinte minutos se repite la siguiente secuencia: primero se pulveriza agua creando un efecto niebla, luego empieza a brotar agua hasta acumular una fina capa de dos centímetros, y finalmente va desapareciendo dicha capa hasta secarse del todo. Y vuelta a empezar. De esta forma, los edificios de la Place de la Bourse se reflejan en este espejo acuático, lo que ofrece bellísimas estampas que invitan a tomar un montón de fotografías, como yo hice, pero es que además la gente lo utiliza como si fuera una piscina en la que refrescarse, chapotear, salpicarse, pasear descalzos, tumbarse, etc. Una auténtica pasada de atracción apta para todos los públicos, para niños y no tan niños, para turistas y los propios habitantes bordeleses, a la que volveríamos más veces tanto hoy como los siguientes días.
Después de pasar allí cerca de media hora, nos dirigimos a la cercana
Place du Parlement, una pequeña plaza con una arquitectura similar a la de la Place de la Bourse, con una peculiar fuente en el centro, la Fountaine du Parlement, y repleta de terrazas, tal y como nos había advertido nuestro casero, puesto que esta plaza conforma un triángulo imaginario junto con la de Saint-Pierre y la de Camille Jullian, que visitamos justo a continuación, en la que se concentran numerosos bares y restaurantes frecuentados por gente de nuestra edad. De hecho, ya eran más de las ocho e
iba siendo hora de buscar un sitio para cenar, así que empezamos a echarle un vistazo a todos los locales hasta dar con uno que nos agradase. Para ello, echamos mano también de la lista de sitios donde comer que había elaborado a la hora de planificar el viaje, así como de las recomendaciones de TripAdvisor que consultamos en el momento.
20:30
Teníamos un problema, y es que
todo estaba lleno de gente, tanto los sitios que nos gustaría probar como los que no. Por más que callejeábamos por la zona no encontrábamos nada a un precio asequible (hay que tener en cuenta que comer en Francia es un poco más caro que en España) y distinto a lo que ya habíamos probado hasta ahora en el viaje (comida argentina, libanesa, francesa...). Después de mucho tantear,
nos decantamos por cenar en Nyam Baï, un restaurante camboyano al que inicialmente me opuse porque yo soy muy delicado con estas comidas tan exóticas, pero mis amigos me convencieron argumentando que arroz seguro que habría y que no me iba a decepcionar. Solamente había dos mesas pequeñas libres, por lo que nos sentamos en ellas, pero con la particularidad de estar unidas a las de otros clientes, lo cual parece que es bastante común en Francia, puesto que ya lo habíamos visto en otro restaurantes.
Sin saber muy bien qué pedir, me dejé aconsejar por Miguel y Jose, que ya tenían experiencia en sitios similares y saben bien qué me puede gustar y qué no. Los tres nos pedimos el mismo
menú de 13 € y con la misma combinación de platos:
3 nems au poulet y un Baï Tcha poulet. Para beber, volvimos a recurrir a la jarra de agua que te sirven gratuitamente; además, lo bueno de este sitio es que el agua estaba bastante fría y te cambian la jarra sin necesidad de pedírselo en cuanto ven que la tienes vacía, lo cual era de agradecer. El primer plato tardó poco en llegar, tres rollitos vietnamitas rellenos de pollo y acompañados de hojas de lechuga y de menta. Mis amigos me dijeron que para comerlo tenía que meter cada nem en una de las hojas de lechuga con algunas de menta y a continuación enrollarlo. No es que fuese un manjar, pero para mi sorpresa estaba bastante bueno, mucho más de lo que me imaginaba.
¡Quién me lo iba a decir hace unos años cuando no me atrevía a probar una ensalada ni tampoco comida asiática!
Cuando lo terminamos, nos trajeron el segundo plato, que consistía en arroz con pollo, huevo y diversos condimentos. En mi caso, este plato era menos arriesgado, ya que el arroz me encanta, pero a pesar de ello tenía mis dudas por si el aliño que le hubiesen echado fuese picante o no me fuera a gustar. Me equivoqué. Al igual que con el primero, no se trataba de una delicia (el arroz con pollo de mi madre le supera), pero, a pesar de su simpleza, estaba sabroso y además contundente, pues el plato venía con bastante cantidad. Aproveché que además de tenedor teníamos palillos para intentar comer con ellos, y la verdad es que no me costó mucho cogerle el truco, pero sinceramente lo considero incómodo y poco práctico. Unos minutos antes de las diez, me acerqué a la barra para pagar la cena con mi tarjeta de crédito, y tras ello
nos dirigimos a la orilla del río Garona para disfrutar de la iluminación nocturna de esa parte de la ciudad.
Cuando llegamos, justamente estaba teniendo lugar ese lapso de tiempo que se conoce como
hora azul, esos minutos en los que no es ni de día ni de noche y en los que cielo adquiere una tonalidad perfecta para tomar unas fotografías espectaculares. Tuve que sacar mi teleobjetivo para poder fotografiar algunos monumentos lejanos como el campanario de la église Sainte-Marie-de-la-Bastide que habíamos visitado esa misma tarde, el Pont de Pierre, la Flèche Saint-Michel o las dos columnas rostrales de 21 metros de altura de la Place des Quinconces, aunque minutos después volví a poner el objetivo normal para hacer fotos del
Miroir d'Eau, el verdadero motivo por el que habíamos venido a este sitio a esta hora. Ya no repetía la secuencia de agua que presenciamos por la tarde, pero todavía
contaba con una fina capa que reflejaba con un auténtico espejo los edificios iluminados de la Place de la Bourse. Una auténtica belleza, y es que, nunca mejor dicho,
una imagen vale más que mil palabras.
De allí nos fuimos hacia la
Porte Cailhau, que también contaba con una iluminación que invitaba a retratarla varias veces, como así hice, y de nuevo jugándome el pellejo en mitad de la carretera, eso sí, prestando más cuidado que unas horas antes. Atravesamos la puerta por su arco para continuar por la Place du Palais, donde vimos una
maqueta de bronce que reproducía a escala parte del centro histórico de Bordeaux, y luego ir en busca de la panadería que nos había recomendado nuestro casero, pues estaba por allí cerca. A pesar de que nos lo había señalado en el mapa que nos dio, nos costó orientarnos, pero un par de personas que nos vieron perdidos nos indicaron cómo llegar hasta allí. Tal y como nos había comentado Oli, la panadería era reconocible por el llamativo color rojo de su fachada, así que, sabiendo ya dónde se encontraba y que estaba a apenas dos o tres minutos andando del apartamento, decidimos que al día siguiente iríamos allí a comprar el pan para desayunar.
A continuación, bajamos por la rue du Pas-Saint-Georges, y luego seguimos por la Place Fernand Lafargue y la rue Saint-James para ver iluminado otro de los monumentos más importantes de la ciudad y que ya habíamos visitado también por la tarde, la
Grosse Cloche, que la verdad, no sé si me gusta más con luz natural o con la iluminación nocturna. Con esto dimos por terminado el día, por lo que lo siguiente que hicimos fue
volver al apartamento, adonde llegamos sobre las once de la noche. Para no perder la costumbre,
Jose sacó su móvil para grabar un vídeo del apartamento, algo que solemos hacer casi siempre que viajamos, y esta vez con más motivo porque, como ya dije antes, estaba muy bien acondicionado.
Al igual que las anteriores noches, hicimos cuentas para que Jose y Miguel me pagasen por Bizum sus respectivas partes del almuerzo y de la cena, ya que yo había pagado con tarjeta en ambos casos lo de los tres. Tras ello, dimos comienzo a la ronda de duchas, primero yo y luego mis amigos, con el condicionante de que los dos que no se estuviesen duchando tendrían que quedarse en el salón, puesto que la ducha tenía el inconveniente de estar integrada en el dormitorio sin pared de por medio, aunque por el lado positivo habría que decir que era bastante espaciosa. Así pues, aprovechamos para ver un rato la tele, eso sí, en francés, concretamente un canal de deportes que encontramos y en el que estaban hablando del mercado de fichajes de fútbol, entre otros de la posible marcha de Neymar al PSG. Entre una cosa y otra,
nos acabamos acostando a la una menos cuarto después de haber acordado de poner el despertador a las ocho y cuarto, y así poder estar en la calle a las diez ya desayunados y listos para afrontar un día completo en Bordeaux.