Martes, 17 de febrero de 2009
3:00
Hoy hay motivos para saltar de la cama cuando suena el despertador. Los tres nos ponemos en pie como un resorte y nos ponemos a funcionar. Tras ir al baño y cambiarme de ropa, me fui a la cocina para preparar con David los bocadillos que nos íbamos a llevar a Roma mientras Leti se alisaba el pelo (¡estas mujeres...!).
A las cuatro, nos asomamos al balcón y el taxi ya había llegado, así que recogimos todo lo necesario (billetes de avión, cámara, comida...) y bajamos a la calle. El taxi nos llevó a la Stazione Centrale, donde cogimos un autobús con destino el aeropuerto de Bérgamo, desde donde saldría nuestro avión.
6:30
Con puntualidad británica, para eso Ryanair lo es, despegamos del aeropuerto Orio al Serio de Bérgamo con rumbo a Roma. Al poco tiempo de surcar el cielo, tengo la oportunidad de contemplar algo que pocas personas en el mundo habrán podido disfrutar: un amanecer desde un avión. La estampa es realmente bella. Si ya lo es en tierra, imaginaos desde lo más alto: el sol empieza a asomarse por encima de una alfombra de nubes con un color anaranjado que no llega a molestar a la vista y, en pocos minutos, se descubre un círculo perfecto que, poco a poco, se va haciendo más amarillo y cegante. En la imagen, podéis ver una de las fotos que hice (parece un ovni luminoso que fuera a invadirnos :P).
Leti aprovechó la hora de vuelo para dormir lo que no había dormido esa noche, que fue poco como sabéis, mientras que David y yo aguantamos el tipo. A las 7:30 exactamente, aterrizamos en el aeropuerto de Ciampino, que se encuentra a unos veinte kilómetros de Roma. Lo primero que hicimos fue informarnos sobre cómo llegar a la ciudad; de entre las variantes que había, cogimos la más barata (y, posiblemente, la más rápida), que consistía en tomar un autobús hasta la estación de tren de Ciampino y, luego, un cercanías hasta Roma.
Sobre las 8:15, nos bajamos en la estación de Termini de Roma. Tras ver los horarios de los trenes para saber a qué hora tendríamos que estar allí de nuevo para volver al aeropuerto, fuimos a desayunar a una cafetería de la estación, que el cuerpo ya iba pidiendo comida. Ya por último, compramos un plano de Roma para poder guiarnos y llegar a los monumentos que íbamos a visitar lo antes posible.
8:45
Nuestro primer destino era la iglesia de San Pietro in Vincoli (traducido, San Pedro encadenado). Para llegar allí, bajamos por Vía Cavour; en el camino, pasamos por al lado de la Basílica de Santa María la Mayor, una de las cuatro basílicas mayores de Roma. Al final de la calle, tuvimos que subir una larga y empinada escalinata antes de llegar a la iglesia. En ella, pudimos contemplar la conocida estatua del Moisés de Miguel Ángel, que forma parte del monumento funerario y tumba del papa Julio II. Cerca de la estatua, hay una especie de máquina tragaperras para que, al abonar una cierta cantidad, se ilumine; nosotros aprovechamos que otros turistas ya habían pagado para hacer algunas fotos. En el altar principal, dentro de una pequeña urna, también pudimos ver las cadenas de San Pedro, con las que, se supone, fue atado cuando estuvo encarcelado en Jerusalén.
Apenas unos minutos después de salir de la iglesia y doblar un par de calles, nos encontramos de frente el imponente Coliseo. Es enorme, más o menos como yo me lo imaginaba, aunque creía que estaba un poco menos deteriorado. No teníamos pensado entrar en el Coliseo, por el tiempo del que disponíamos, así que nos conformamos con asomarnos a los arcos del anfiteatro e intuir lo que había dentro. Justo al lado, se encontraba el Arco de Constantino, también bastante grande por cierto, y nos hicimos algunas fotos con el Arco y el Coliseo de fondo. Nuestra siguiente parada era el Foro Romano y el Palatino, que está enfrente; nos llevamos una sorpresa, ya que no sabíamos que había que pagar para entrar, pero mayor fue la sorpresa cuando nos enteramos de que la entrada incluía la visita al Coliseo, así que no nos lo pensamos, ya que por 7'5 euros teníamos la entrada combinada y nos ahorraríamos la cola del Coliseo. No obstante, Leti tenía que pagar el precio normal de la entrada (12 euros creo recordar), ya que al tener 25 años no podía beneficiarse del descuento, pero, como no los aparenta mucho, David y yo entregamos primero nuestros DNIs con el fin de que la taquillera no prestase mucha atención al de ella... ¡y lo conseguimos! Leti sólo tuvo que pagar lo mismo que nosotros.
El Palatino se encuentra en una de las siete colinas de Roma, y desde allí se puede divisar las cúpulas de varias iglesias y basílicas de la ciudad, el Foro y el Circo Máximo, que, antiguamente, era una pista de carreras y que ahora ha quedado como un parque; en lo que es el Palatino, podemos contemplar los restos de varios palacios (de ahí el nombre), un estadio, etc. A continuación, bajamos al Foro Romano, el eje central de la antigua Roma, en el que se desarrollaban el comercio, la justicia, etc. Gran parte de los elementos arquitectónicos del Foro están semiderruidos, pero el tamaño que conservan algunos de ellos da muestras de la grandiosidad que alcanzó este lugar. Entre los restos, destacan sobre todo las columnas que formaban parte de los templos, los arcos de Tito y Severo Séptimo, la enorme Basílica de Majencio y varias estatuas repartidas por la zona. Tras hacernos algunas fotos, nos dirigimos al Coliseo.
11:15
Como dije antes, no tuvimos que hacer cola para entrar en el Coliseo, ya que, con la entrada del Palatino y del Foro, lo podíamos evitar. Tras acceder por los pasillos interiores, pasamos por una de las bocanas que llegan hasta el graderío para contemplar el Coliseo por dentro. Aquello era enorme, como un campo de fútbol ahora, aunque la forma ovalada puede dar la impresión de que es más pequeño. El anillo inferior estaba repleto de turistas, por lo que fue algo complicado hacerse una foto a esa altura sin que nadie entorpeciera. En ese momento, me llamó mi padre al móvil para preguntarme qué había visto ya y cómo me lo estaba pasando.
Luego, subimos a la grada superior, desde donde se podía admirar mucho mejor la grandeza de este monumento. Mientras recorríamos todo el perímetro del Coliseo, de vez en cuando nos asomábamos a los arcos de la fachada, con vistas al Arco de Constantino y al Foro Romano. Gracias a la altura a la que nos encontrábamos, podíamos apreciar el subsuelo, una maraña de túneles y laberintos donde esperaban los gladiadores para salir a la plataforma a batallar; dicha plataforma, que era de madera y estaba cubierta de arena, ya no existe como tal, aunque hay una parte del óvalo que lo simula para imaginarnos cómo quedaría por aquel entonces.
Tras rodear el anfiteatro por completo, bajamos de nuevo al graderío inferior para salir a la calle, que, en ese momento, estaba cortada al tráfico, por lo que aprovechamos para hacernos algunas fotos con el Coliseo de fondo. A continuación, avanzamos por la Vía dei Fori Imperiali; una de las aceras limita con el Foro, y en sus paredes se puede ver, a través de una serie de mapas, la evolución del Imperio Romano, desde sus inicios hasta su máxima expansión. La otra acera tiene vistas al Foro de Trajano y al de Augusto, del mismo estilo que el que visitamos antes aunque más pequeños; además, había varias estatuas de bronce de algunos de los emperadores más famosos, como Julio César.
Al final de la avenida, llegamos a la Piazza Venezia, donde se encuentra el Altar de la Patria (o 'Tartufo', como lo llamaba David), un gran edificio de mármol blanco dedicado al que fue el primer de Italia tras su reunificación en 1870, Victor Manuel II. Al mismo tiempo, sirve para rendir homenaje a los soldados que murieron por la patria, ya que varios soldados vestidos de gala custodian día y noche una llama en su memoria. El edificio en sí choca un poco porque es muy distinto al resto de monumentos, aunque a mí me recordó al tipo de arquitectura que se puede ver en Estados Unidos, del estilo de la Casa Blanca o el Capitolio. En la misma plaza, enfrente de uno de los laterales del Altar, vimos también la Columna de Trajano, con una estatua del emperador en lo más alto.
12:30
De allí, fuimos en busca del Panteón; tiramos por la Vía del Corso y, tras tomar una de las bocacalles, llegamos a la Piazza della Rotonda, donde se encuentra el conocido edificio. Este templo, dedicado a todos los dioses (de ahí su nombre), tiene unas características muy particulares, ya que el diámetro del cilindro interior coincide con su altura y la cúpula es la mayor jamás construida; además, esta tiene un óculo central de casi 9 metros por donde pasa tanto la luz como la lluvia, aunque esto no es problema, ya que el suelo tiene pequeñas perforaciones que permiten filtrar el agua. El interior del Panteón está compuesto principalmente de capillas y tumbas, como las de Victor Manuel II, su mujer y su hijo. Parece mentira que, después de dos mil años, este monumento esté tan bien conservado y que, con los medios que había en aquel entonces, comparados con los de ahora, se haya podido levantar una cúpula tan grande y perfecta.
A continuación, tras callejear un poco, llegamos a la Piazza Navona, una de las más importantes de Roma, y donde, casualmente, se estaba rodando un anuncio o algo por el estilo. La plaza es un tanto peculiar, ya que tiene forma alargada, debido a que, en tiempos del Imperio Romano, era un estadio; actualmente, en lugar de lo que serían las gradas, son iglesias y palacios los que rodean esta plaza barroca, que es conocida sobre todo por las tres grandes fuentes que hay esculpidas en ella: la de Neptuno, la del Moro y la de los Cuatro Ríos, que se sitúa en el centro y que está coronada por un obelisco egipcio.
Nuestro siguiente destino era la Ciudad del Vaticano; para ir hasta allí, cruzamos el río Tíber por el Puente Sant'Angelo, que se llama así porque, en la otra orilla, está el famoso castillo del mismo nombre. El puente, que me encantó, está adornado con diez estatuas de ángeles que portan varios elementos de la Pasión de Cristo, como la corona de espinas, el sudario o la cruz; además, desde allí ya conseguíamos divisar la cúpula de la Basílica de San Pedro.
Continuamos por la conocida Vía della Conciliazione, que termina en la entrada al Vaticano, concretamente en la Plaza de San Pedro, donde nos hicimos varios fotos con la magnífica fachada de la Basílica de fondo. Y qué decir de la plaza, con esa forma de abrazo con el que nos parece recibir, con ese obelisco que lo preside, con esas dos interminables hileras de columnas rematadas por esculturas... Ya era la una y media, así que nos sentamos en la plaza para comernos los bocadillos que nos habíamos preparado esa misma mañana, aunque, más que bocadillos, eran chicles de jamón y queso.
14:00
Antes de visitar la Basílica, David aprovechó que había una fuente en la Plaza de San Pedro para 'bautizar' a Leti con agua del Vaticano. Tras hacernos algunas fotos más, nos pusimos en la cola para entrar en la Basílica de San Pedro; sólo fueron quince minutos de espera, muchos menos de los que yo me esperaba, y en parte es porque hay que pasar por un detector de metales.
Y llegó el momento de entrar. Me quedé boquiabierto. Nunca imaginé que el interior de la Basílica fuese así. Era escandalosamente inmenso. David porque ya había estado antes, pero Leti y yo nos asombramos con lo que estábamos viendo por primera vez.
Nada más entrar, a mano derecha, se encuentra, tras un cristal protector, la Piedad de Miguel Ángel, una escultura bellísima que representa una escena tan conmovedora y que me cautivó desde el primer momento. Ésta fue la primera gran obra del artista florentino (precisamente, la única que firmó), y la hizo con tan sólo 24 años, lo que le otorga más mérito. Las dos naves laterales son un continuo pasillo de obras de incalculable valor: cuadros, enormes esculturas de bronce y mármol que recuerdan a antiguos papas, capillas, sarcófagos, etc. Bajo la cúpula, se encuentra el espectacular baldaquino de bronce de Bernini, justo encima de la tumba de San Pedro, donde se dice que se encuentran los restos del discípulo de Jesús. Al fondo de la nave central, se puede ver el Altar de la Cátedra de Pedro, el símbolo de la potestad del Papa, que está compuesto por un trono de madera que, según la leyenda, fue utilizado por el mismo San Pedro; en la parte superior, una nube de ángeles rodea doce rayos (uno por cada apóstol) que salen de una paloma dorada (el Espíritu Santo).
A continuación, accedimos a los bajos de la Basílica, donde pudimos ver una gran placa de mármol donde están grabados los nombres de todos los sumos pontífices que ha habido a lo largo de la historia. De vuelta a la planta principal, seguimos admirando la grandiosidad de este monumento, con el techo dorado y el suelo lleno de inscripciones y escudos papales. Después, bajamos a las grutas vaticanas, donde se encuentran enterrados todos los papas, desde San Pedro hasta el último, Juan Pablo II.
De la Basílica de San Pedro, sólo nos quedaba por visitar la cúpula, y para ello teníamos que pagar; había dos opciones: subir andando todas las escaleras o tomar un ascensor que llega hasta la terraza del templo, justo en la base de la cúpula. Aunque esta opción era más cara (siete euros creo recordar), nos decantamos por ella, ya que el cansancio empezaba a notarse y no había ganas de subir los más de 130 metros de altura de la cúpula. Como he dicho, el ascensor nos dejó en la azotea de la Basílica; desde ahí, accedimos al interior de la enorme cúpula, donde pudimos apreciar la grandiosidad del templo y a las personas que allí se encontraban, que, desde esa altura, parecían hormiguitas. Ahora teníamos que subir andando hasta lo más alto, pero cuánto costó. Las escaleras eran estrechas y la distancia entre las paredes apenas dejaba sitio para que pasara una persona; además, como la cúpula tiene forma de semiesfera, conforme vas subiendo tienes que inclinarte más y más y andar casi de lado. Tras diez minutos de angosta subida, por fin llegamos a la cima de la cúpula para disfrutar de unas maravillosas vistas de la ciudad de Roma. Desde esa altura, podíamos divisar el Altar de la Patria de la Piazza Venezia, el Coliseo, el Panteón, el Tíber, etc.; además, toda la Ciudad del Vaticano: la Plaza de San Pedro, el edificio de la Capilla Sixtina y los Museos Vaticanos (prácticamente, lo único importante de Roma que no íbamos a visitar en este frenético día), los jardines y dependencias del Papa... Nos hicimos varias fotos con estos espléndidos fondos y, tras la correspondiente bajada por el mismo angosto camino de antes y tomar el ascensor, volvimos a la Plaza de San Pedro para seguir con nuestra visita a Roma.
16:15
En la Vía della Conciliazione, entramos en una tienda de souvenirs para comprarnos algún recuerdo de Roma; los tres buscábamos una camiseta (en mi caso, porque es lo que siempre me compro cuando visito una ciudad), pero no había ninguna que nos gustase. Pasado el Castello Sant'Angelo, vimos unos puestos donde también vendían souvenirs, y allí sí encontramos camisetas de nuestro gusto. En concreto, yo de me compré una con el famoso 'Hombre de Vitrubio' de Leonardo da Vinci estampado, y sólo me costó 5 euros; cogí la talla más grande que había, pero resulta que, cuando me la probé al día siguiente en el piso de Leti y David, me quedaba un poco pequeña.
Tras nuestra compra, seguimos bordeando el Tíber pasando por el Tribunal de Justicia hasta llegar al Puente Cavour, donde cruzamos el río. Al final de dicho puente, vimos dos iglesias, la de San Girolamo degli Schiavoni y la de San Rocco. Justo al lado se encuentra el Ara Pacis, un monumento conmemorativo de la época del Imperio Romano, y que teníamos pensado visitar, pero la entrada costaba casi 5 euros, y decidimos que no merecía la pena, más que nada porque es solamente una piedra grande y cuadrada y porque prácticamente se podía ver a través de los cristales del edificio donde se conserva.
Nuestro próximo destino era la Piazza del Popolo, adonde llegamos cogiendo por la Vía di Ripetta. Al igual que muchas plazas de Roma, ésta también está presidida por un obelisco egipcio, aunque lo que más la caracteriza son las dos iglesias gemelas que hay a la entrada: la de Santa Maria dei Miracoli y la de Santa Maria in Montesanto; además, al otro lado de la plaza, se encuentran la Porta del Popolo y la iglesia de Santa Maria del Popolo.
A continuación, tiramos por la Vía del Babuino, que desemboca en otra de las grandes plazas de la ciudad, la Piazza di Spagna, famosísima por su gran escalinata, donde nos hicimos varias fotos. A los pies de ella se encuentra la Fontana della Barcaccia, y, en el otro extremo de la plaza, la columna de la Inmaculada Concepción y la Embajada española, que por eso se llama así esta plaza.
17:30
El cansancio ya se iba notando cada vez más, así que, como además íbamos bastante bien de tiempo y no nos quedaba mucho por ver, nos tomamos el resto del día un poco más relajado. De camino a la Fontana de Trevi, nos tomamos un helado, que en Italia tiene bastante fama, y la verdad es que estaba muy bueno.
Ya estaba cayendo el atardecer cuando llegamos a la Fontana de Trevi, que se encuentra en una plaza más pequeña de lo que me imaginaba; como era de esperar, estaba abarrotada, por lo que era casi imposible dar dos pasos sin chocar con alguien. La fuente es realmente impresionante, en gran parte porque se encuentra en la fachada de un palacio y por la gran amplitud de la escena que se representa, con Neptuno domando a dos caballos que tiran de su carroza guiados por sendos tritones. Antes de irnos, los tres cumplimos con la costumbre de arrojar una moneda de espaldas a la Fontana, ya que se dice que el que lo hace algún día volverá a Roma (y conmigo se va a cumplir, ya que, en octubre, estaré unos días en la 'ciudad eterna').
Después, entramos en una iglesia que hay en la plaza, y aprovechamos los bancos que había dentro para descansar unos minutos, además de verla, claro está. Seguidamente, tiramos por Vía del Corso hasta volver a la Piazza Venezia, donde vimos de nuevo el Altar de la Patria, aunque ahora, como ya era de noche, estaba iluminado; la estampa era espectacular, así que no dudé en tomar unas cuantas fotos.
Bordeando el Altar por su lado izquierdo, llegamos a la Cordonata Capitolina, una larga y empinada escalinata adornada con grandes esculturas que llega hasta la Piazza del Campidoglio. Esta plaza está presidida por una estatua ecuestre del emperador Marco Aurelio, y en ella también se encuentran el Palazzo Senatorio, donde tiene su sede el Ayuntamiento de Roma, y los Museos Capitolinos, que, entre otras muchas obras, conserva la figura de bronce de la Loba Capitolina. Nosotros nos conformamos con ver una copia que hay en la plaza.
Tras bordear por detrás el Altar de la Patria, acabamos en la Vía dei Fori Imperiali. Estábamos tan cansados y nos dolían tanto los pies que tuvimos que sentarnos cerca de media hora en un banco que vimos en la calle. La visita a Roma estaba prácticamente concluida e íbamos muy bien de tiempo, habiendo visto todo lo que habíamos planificado el día anterior (incluso más, porque la visita al Coliseo y la subida a la cúpula de la Basílica de San Pedro no estaban previstas).
19:00
Andamos lo que restaba de la Vía dei Fori Imperiali hasta llegar al Coliseo. Allí nos encontramos a una modelo posando y acompañada de varios fotógrafos. Creíamos que, como ya era de noche, iba a estar iluminado, pero sólo lo estaba el piso inferior, así que hicimos tiempo paseando por los alrededores y viendo de nuevo el Arco de Constantino. Cuando terminamos de rodear el Coliseo, terminó de iluminarse por completo, y, al igual que pasó antes con el Altar de la Patria, la estampa era bellísima, así que nos hicimos varias fotos a modo de despedida con el monumento más representativo de Roma.
Definitivamente, nuestra visita a Roma había concluido. Subimos Vía Cavour, la misma calle con la que empezamos el día, para ir a Termini, donde cogimos un cercanías con destino la estación de tren de Ciampino. Una vez allí, tuvimos que esperar cerca de media hora al autobús que nos llevaría al aeropuerto, ya que el último salió apenas unos minutos antes de que llegase el tren. De nuevo, aprovechamos esa larga espera para descansar, sobre todo Leti, que ya estaba medio dormida.
21:15
Ya estábamos en el aeropuerto de Ciampino, y con una hora y media por delante antes de que saliera nuestro avión. Leti se dedicó a pesarse en el mostrador de facturación (no os voy a decir cuánto, por si acaso se cabrea) y después nos pusimos a cenar los maravillosos bocadillos-chicle de jamón y queso que nos sobraron del almuerzo.
A continuación, fuimos a la sala de espera previo paso por el arco de seguridad (yo, con la experiencia previa del vuelo Málaga-Milán, ya iba sin el cinturón y sin los zapatos para ahorrarme el pitido del arco y el correspondiente cacheo). Mientras esperábamos la llamada para embarcar, estuvimos viendo las fotos que habíamos tomado a lo largo de este intenso y productivo día; en cuanto llamaron para el embarque, nos pusimos los primeros en la cola, al igual que por la mañana, para poder sentarnos en los mejores asientos del avión, como de nuevo conseguimos.
22:45
Ryanair fue puntual otra vez, y el avión despegó a la hora prevista. Durante el vuelo, intenté hacer algunas fotos, pero, como no se veía nada, sólo oscuridad, guardé la cámara. Leti estuvo todo el vuelo durmiendo, y David casi que también; yo estaba que se me caían los párpados y acabé echándome una pequeña cabezada. Por cierto, que antes no lo comenté: tanto el vuelo de ida como el de vuelta me costaron solamente 0'99€ cada uno. Cuando Leti me dijo que los había conseguido por ese precio, no me lo creí.
Sobre las 23:45, aterrizamos en el aeropuerto de Bérgamo. Al poco de salir de la terminal, cogimos el autobús que conecta dicho aeropuerto con la Stazione Centrale de Milán. Durante el trayecto, de casi una hora, nos quedamos fritos, y es que llavábamos prácticamente un día despiertos. Una vez ya en Milán, sólo nos quedaba tomar un taxi hasta el piso de David y Leti, al que llegamos a la 1:30 aproximadamente. Fue ver la cama y caer rendidos en ella para dormirnos casi al instante. Y se acabó un día inolvidable.
Nota: os pido perdón por haber tardado tanto en publicar esta entrada. Tenía previsto publicarla allá por el mes de marzo, pero no la he podido tener terminada hasta hoy. Entre que la Semana Santa ocupaba todo mi interés, y que, desde entonces, no he parado entre los estudios y el trabajo (como ya comentado por aquí más de una vez), pues apenas he tenido tiempo de redactar con tranquilidad este tercer día de mi viaje a Italia. Y también os pido perdón si consideráis que la entrada es excesivamente larga, pero, para mí, este día fue irrepetible y tenía que dedicarle una entrada como ésta. Espero que los otros tres días del viaje que me quedan por contar pueda publicarlos antes de irme de nuevo a Roma, a principios de octubre. Hasta la próxima entrada ;)
A las cuatro, nos asomamos al balcón y el taxi ya había llegado, así que recogimos todo lo necesario (billetes de avión, cámara, comida...) y bajamos a la calle. El taxi nos llevó a la Stazione Centrale, donde cogimos un autobús con destino el aeropuerto de Bérgamo, desde donde saldría nuestro avión.
Pasadas las cinco de la mañana, llegamos a dicho aeropuerto y, como habíamos hecho la facturación on-line y no llevábamos equipaje, sólo tuvimos que pasar por el arco de seguridad. Sobre las cinco y media, ya estábamos en la sala de espera impacientes por subirnos al avión que nos llevaría a Roma, pero todavía quedaba una hora para que despegara. A las seis, cuando avisaron para el embarque, nos pusimos de los primeros en la cola para poder coger asientos cerca de las salidas de emergencia, ya que éstos son más anchos. Y así fue. Daba gusto poder estirar las piernas, sobre todo para mí, que siempre voy apretadito cuando viajo en avión.
6:30
Con puntualidad británica, para eso Ryanair lo es, despegamos del aeropuerto Orio al Serio de Bérgamo con rumbo a Roma. Al poco tiempo de surcar el cielo, tengo la oportunidad de contemplar algo que pocas personas en el mundo habrán podido disfrutar: un amanecer desde un avión. La estampa es realmente bella. Si ya lo es en tierra, imaginaos desde lo más alto: el sol empieza a asomarse por encima de una alfombra de nubes con un color anaranjado que no llega a molestar a la vista y, en pocos minutos, se descubre un círculo perfecto que, poco a poco, se va haciendo más amarillo y cegante. En la imagen, podéis ver una de las fotos que hice (parece un ovni luminoso que fuera a invadirnos :P).
Leti aprovechó la hora de vuelo para dormir lo que no había dormido esa noche, que fue poco como sabéis, mientras que David y yo aguantamos el tipo. A las 7:30 exactamente, aterrizamos en el aeropuerto de Ciampino, que se encuentra a unos veinte kilómetros de Roma. Lo primero que hicimos fue informarnos sobre cómo llegar a la ciudad; de entre las variantes que había, cogimos la más barata (y, posiblemente, la más rápida), que consistía en tomar un autobús hasta la estación de tren de Ciampino y, luego, un cercanías hasta Roma.
Sobre las 8:15, nos bajamos en la estación de Termini de Roma. Tras ver los horarios de los trenes para saber a qué hora tendríamos que estar allí de nuevo para volver al aeropuerto, fuimos a desayunar a una cafetería de la estación, que el cuerpo ya iba pidiendo comida. Ya por último, compramos un plano de Roma para poder guiarnos y llegar a los monumentos que íbamos a visitar lo antes posible.
8:45
Nuestro primer destino era la iglesia de San Pietro in Vincoli (traducido, San Pedro encadenado). Para llegar allí, bajamos por Vía Cavour; en el camino, pasamos por al lado de la Basílica de Santa María la Mayor, una de las cuatro basílicas mayores de Roma. Al final de la calle, tuvimos que subir una larga y empinada escalinata antes de llegar a la iglesia. En ella, pudimos contemplar la conocida estatua del Moisés de Miguel Ángel, que forma parte del monumento funerario y tumba del papa Julio II. Cerca de la estatua, hay una especie de máquina tragaperras para que, al abonar una cierta cantidad, se ilumine; nosotros aprovechamos que otros turistas ya habían pagado para hacer algunas fotos. En el altar principal, dentro de una pequeña urna, también pudimos ver las cadenas de San Pedro, con las que, se supone, fue atado cuando estuvo encarcelado en Jerusalén.
Apenas unos minutos después de salir de la iglesia y doblar un par de calles, nos encontramos de frente el imponente Coliseo. Es enorme, más o menos como yo me lo imaginaba, aunque creía que estaba un poco menos deteriorado. No teníamos pensado entrar en el Coliseo, por el tiempo del que disponíamos, así que nos conformamos con asomarnos a los arcos del anfiteatro e intuir lo que había dentro. Justo al lado, se encontraba el Arco de Constantino, también bastante grande por cierto, y nos hicimos algunas fotos con el Arco y el Coliseo de fondo. Nuestra siguiente parada era el Foro Romano y el Palatino, que está enfrente; nos llevamos una sorpresa, ya que no sabíamos que había que pagar para entrar, pero mayor fue la sorpresa cuando nos enteramos de que la entrada incluía la visita al Coliseo, así que no nos lo pensamos, ya que por 7'5 euros teníamos la entrada combinada y nos ahorraríamos la cola del Coliseo. No obstante, Leti tenía que pagar el precio normal de la entrada (12 euros creo recordar), ya que al tener 25 años no podía beneficiarse del descuento, pero, como no los aparenta mucho, David y yo entregamos primero nuestros DNIs con el fin de que la taquillera no prestase mucha atención al de ella... ¡y lo conseguimos! Leti sólo tuvo que pagar lo mismo que nosotros.
El Palatino se encuentra en una de las siete colinas de Roma, y desde allí se puede divisar las cúpulas de varias iglesias y basílicas de la ciudad, el Foro y el Circo Máximo, que, antiguamente, era una pista de carreras y que ahora ha quedado como un parque; en lo que es el Palatino, podemos contemplar los restos de varios palacios (de ahí el nombre), un estadio, etc. A continuación, bajamos al Foro Romano, el eje central de la antigua Roma, en el que se desarrollaban el comercio, la justicia, etc. Gran parte de los elementos arquitectónicos del Foro están semiderruidos, pero el tamaño que conservan algunos de ellos da muestras de la grandiosidad que alcanzó este lugar. Entre los restos, destacan sobre todo las columnas que formaban parte de los templos, los arcos de Tito y Severo Séptimo, la enorme Basílica de Majencio y varias estatuas repartidas por la zona. Tras hacernos algunas fotos, nos dirigimos al Coliseo.
11:15
Como dije antes, no tuvimos que hacer cola para entrar en el Coliseo, ya que, con la entrada del Palatino y del Foro, lo podíamos evitar. Tras acceder por los pasillos interiores, pasamos por una de las bocanas que llegan hasta el graderío para contemplar el Coliseo por dentro. Aquello era enorme, como un campo de fútbol ahora, aunque la forma ovalada puede dar la impresión de que es más pequeño. El anillo inferior estaba repleto de turistas, por lo que fue algo complicado hacerse una foto a esa altura sin que nadie entorpeciera. En ese momento, me llamó mi padre al móvil para preguntarme qué había visto ya y cómo me lo estaba pasando.
Luego, subimos a la grada superior, desde donde se podía admirar mucho mejor la grandeza de este monumento. Mientras recorríamos todo el perímetro del Coliseo, de vez en cuando nos asomábamos a los arcos de la fachada, con vistas al Arco de Constantino y al Foro Romano. Gracias a la altura a la que nos encontrábamos, podíamos apreciar el subsuelo, una maraña de túneles y laberintos donde esperaban los gladiadores para salir a la plataforma a batallar; dicha plataforma, que era de madera y estaba cubierta de arena, ya no existe como tal, aunque hay una parte del óvalo que lo simula para imaginarnos cómo quedaría por aquel entonces.
Tras rodear el anfiteatro por completo, bajamos de nuevo al graderío inferior para salir a la calle, que, en ese momento, estaba cortada al tráfico, por lo que aprovechamos para hacernos algunas fotos con el Coliseo de fondo. A continuación, avanzamos por la Vía dei Fori Imperiali; una de las aceras limita con el Foro, y en sus paredes se puede ver, a través de una serie de mapas, la evolución del Imperio Romano, desde sus inicios hasta su máxima expansión. La otra acera tiene vistas al Foro de Trajano y al de Augusto, del mismo estilo que el que visitamos antes aunque más pequeños; además, había varias estatuas de bronce de algunos de los emperadores más famosos, como Julio César.
Al final de la avenida, llegamos a la Piazza Venezia, donde se encuentra el Altar de la Patria (o 'Tartufo', como lo llamaba David), un gran edificio de mármol blanco dedicado al que fue el primer de Italia tras su reunificación en 1870, Victor Manuel II. Al mismo tiempo, sirve para rendir homenaje a los soldados que murieron por la patria, ya que varios soldados vestidos de gala custodian día y noche una llama en su memoria. El edificio en sí choca un poco porque es muy distinto al resto de monumentos, aunque a mí me recordó al tipo de arquitectura que se puede ver en Estados Unidos, del estilo de la Casa Blanca o el Capitolio. En la misma plaza, enfrente de uno de los laterales del Altar, vimos también la Columna de Trajano, con una estatua del emperador en lo más alto.
12:30
De allí, fuimos en busca del Panteón; tiramos por la Vía del Corso y, tras tomar una de las bocacalles, llegamos a la Piazza della Rotonda, donde se encuentra el conocido edificio. Este templo, dedicado a todos los dioses (de ahí su nombre), tiene unas características muy particulares, ya que el diámetro del cilindro interior coincide con su altura y la cúpula es la mayor jamás construida; además, esta tiene un óculo central de casi 9 metros por donde pasa tanto la luz como la lluvia, aunque esto no es problema, ya que el suelo tiene pequeñas perforaciones que permiten filtrar el agua. El interior del Panteón está compuesto principalmente de capillas y tumbas, como las de Victor Manuel II, su mujer y su hijo. Parece mentira que, después de dos mil años, este monumento esté tan bien conservado y que, con los medios que había en aquel entonces, comparados con los de ahora, se haya podido levantar una cúpula tan grande y perfecta.
A continuación, tras callejear un poco, llegamos a la Piazza Navona, una de las más importantes de Roma, y donde, casualmente, se estaba rodando un anuncio o algo por el estilo. La plaza es un tanto peculiar, ya que tiene forma alargada, debido a que, en tiempos del Imperio Romano, era un estadio; actualmente, en lugar de lo que serían las gradas, son iglesias y palacios los que rodean esta plaza barroca, que es conocida sobre todo por las tres grandes fuentes que hay esculpidas en ella: la de Neptuno, la del Moro y la de los Cuatro Ríos, que se sitúa en el centro y que está coronada por un obelisco egipcio.
Nuestro siguiente destino era la Ciudad del Vaticano; para ir hasta allí, cruzamos el río Tíber por el Puente Sant'Angelo, que se llama así porque, en la otra orilla, está el famoso castillo del mismo nombre. El puente, que me encantó, está adornado con diez estatuas de ángeles que portan varios elementos de la Pasión de Cristo, como la corona de espinas, el sudario o la cruz; además, desde allí ya conseguíamos divisar la cúpula de la Basílica de San Pedro.
Continuamos por la conocida Vía della Conciliazione, que termina en la entrada al Vaticano, concretamente en la Plaza de San Pedro, donde nos hicimos varios fotos con la magnífica fachada de la Basílica de fondo. Y qué decir de la plaza, con esa forma de abrazo con el que nos parece recibir, con ese obelisco que lo preside, con esas dos interminables hileras de columnas rematadas por esculturas... Ya era la una y media, así que nos sentamos en la plaza para comernos los bocadillos que nos habíamos preparado esa misma mañana, aunque, más que bocadillos, eran chicles de jamón y queso.
14:00
Antes de visitar la Basílica, David aprovechó que había una fuente en la Plaza de San Pedro para 'bautizar' a Leti con agua del Vaticano. Tras hacernos algunas fotos más, nos pusimos en la cola para entrar en la Basílica de San Pedro; sólo fueron quince minutos de espera, muchos menos de los que yo me esperaba, y en parte es porque hay que pasar por un detector de metales.
Y llegó el momento de entrar. Me quedé boquiabierto. Nunca imaginé que el interior de la Basílica fuese así. Era escandalosamente inmenso. David porque ya había estado antes, pero Leti y yo nos asombramos con lo que estábamos viendo por primera vez.
Nada más entrar, a mano derecha, se encuentra, tras un cristal protector, la Piedad de Miguel Ángel, una escultura bellísima que representa una escena tan conmovedora y que me cautivó desde el primer momento. Ésta fue la primera gran obra del artista florentino (precisamente, la única que firmó), y la hizo con tan sólo 24 años, lo que le otorga más mérito. Las dos naves laterales son un continuo pasillo de obras de incalculable valor: cuadros, enormes esculturas de bronce y mármol que recuerdan a antiguos papas, capillas, sarcófagos, etc. Bajo la cúpula, se encuentra el espectacular baldaquino de bronce de Bernini, justo encima de la tumba de San Pedro, donde se dice que se encuentran los restos del discípulo de Jesús. Al fondo de la nave central, se puede ver el Altar de la Cátedra de Pedro, el símbolo de la potestad del Papa, que está compuesto por un trono de madera que, según la leyenda, fue utilizado por el mismo San Pedro; en la parte superior, una nube de ángeles rodea doce rayos (uno por cada apóstol) que salen de una paloma dorada (el Espíritu Santo).
A continuación, accedimos a los bajos de la Basílica, donde pudimos ver una gran placa de mármol donde están grabados los nombres de todos los sumos pontífices que ha habido a lo largo de la historia. De vuelta a la planta principal, seguimos admirando la grandiosidad de este monumento, con el techo dorado y el suelo lleno de inscripciones y escudos papales. Después, bajamos a las grutas vaticanas, donde se encuentran enterrados todos los papas, desde San Pedro hasta el último, Juan Pablo II.
De la Basílica de San Pedro, sólo nos quedaba por visitar la cúpula, y para ello teníamos que pagar; había dos opciones: subir andando todas las escaleras o tomar un ascensor que llega hasta la terraza del templo, justo en la base de la cúpula. Aunque esta opción era más cara (siete euros creo recordar), nos decantamos por ella, ya que el cansancio empezaba a notarse y no había ganas de subir los más de 130 metros de altura de la cúpula. Como he dicho, el ascensor nos dejó en la azotea de la Basílica; desde ahí, accedimos al interior de la enorme cúpula, donde pudimos apreciar la grandiosidad del templo y a las personas que allí se encontraban, que, desde esa altura, parecían hormiguitas. Ahora teníamos que subir andando hasta lo más alto, pero cuánto costó. Las escaleras eran estrechas y la distancia entre las paredes apenas dejaba sitio para que pasara una persona; además, como la cúpula tiene forma de semiesfera, conforme vas subiendo tienes que inclinarte más y más y andar casi de lado. Tras diez minutos de angosta subida, por fin llegamos a la cima de la cúpula para disfrutar de unas maravillosas vistas de la ciudad de Roma. Desde esa altura, podíamos divisar el Altar de la Patria de la Piazza Venezia, el Coliseo, el Panteón, el Tíber, etc.; además, toda la Ciudad del Vaticano: la Plaza de San Pedro, el edificio de la Capilla Sixtina y los Museos Vaticanos (prácticamente, lo único importante de Roma que no íbamos a visitar en este frenético día), los jardines y dependencias del Papa... Nos hicimos varias fotos con estos espléndidos fondos y, tras la correspondiente bajada por el mismo angosto camino de antes y tomar el ascensor, volvimos a la Plaza de San Pedro para seguir con nuestra visita a Roma.
16:15
En la Vía della Conciliazione, entramos en una tienda de souvenirs para comprarnos algún recuerdo de Roma; los tres buscábamos una camiseta (en mi caso, porque es lo que siempre me compro cuando visito una ciudad), pero no había ninguna que nos gustase. Pasado el Castello Sant'Angelo, vimos unos puestos donde también vendían souvenirs, y allí sí encontramos camisetas de nuestro gusto. En concreto, yo de me compré una con el famoso 'Hombre de Vitrubio' de Leonardo da Vinci estampado, y sólo me costó 5 euros; cogí la talla más grande que había, pero resulta que, cuando me la probé al día siguiente en el piso de Leti y David, me quedaba un poco pequeña.
Tras nuestra compra, seguimos bordeando el Tíber pasando por el Tribunal de Justicia hasta llegar al Puente Cavour, donde cruzamos el río. Al final de dicho puente, vimos dos iglesias, la de San Girolamo degli Schiavoni y la de San Rocco. Justo al lado se encuentra el Ara Pacis, un monumento conmemorativo de la época del Imperio Romano, y que teníamos pensado visitar, pero la entrada costaba casi 5 euros, y decidimos que no merecía la pena, más que nada porque es solamente una piedra grande y cuadrada y porque prácticamente se podía ver a través de los cristales del edificio donde se conserva.
Nuestro próximo destino era la Piazza del Popolo, adonde llegamos cogiendo por la Vía di Ripetta. Al igual que muchas plazas de Roma, ésta también está presidida por un obelisco egipcio, aunque lo que más la caracteriza son las dos iglesias gemelas que hay a la entrada: la de Santa Maria dei Miracoli y la de Santa Maria in Montesanto; además, al otro lado de la plaza, se encuentran la Porta del Popolo y la iglesia de Santa Maria del Popolo.
A continuación, tiramos por la Vía del Babuino, que desemboca en otra de las grandes plazas de la ciudad, la Piazza di Spagna, famosísima por su gran escalinata, donde nos hicimos varias fotos. A los pies de ella se encuentra la Fontana della Barcaccia, y, en el otro extremo de la plaza, la columna de la Inmaculada Concepción y la Embajada española, que por eso se llama así esta plaza.
17:30
El cansancio ya se iba notando cada vez más, así que, como además íbamos bastante bien de tiempo y no nos quedaba mucho por ver, nos tomamos el resto del día un poco más relajado. De camino a la Fontana de Trevi, nos tomamos un helado, que en Italia tiene bastante fama, y la verdad es que estaba muy bueno.
Ya estaba cayendo el atardecer cuando llegamos a la Fontana de Trevi, que se encuentra en una plaza más pequeña de lo que me imaginaba; como era de esperar, estaba abarrotada, por lo que era casi imposible dar dos pasos sin chocar con alguien. La fuente es realmente impresionante, en gran parte porque se encuentra en la fachada de un palacio y por la gran amplitud de la escena que se representa, con Neptuno domando a dos caballos que tiran de su carroza guiados por sendos tritones. Antes de irnos, los tres cumplimos con la costumbre de arrojar una moneda de espaldas a la Fontana, ya que se dice que el que lo hace algún día volverá a Roma (y conmigo se va a cumplir, ya que, en octubre, estaré unos días en la 'ciudad eterna').
Después, entramos en una iglesia que hay en la plaza, y aprovechamos los bancos que había dentro para descansar unos minutos, además de verla, claro está. Seguidamente, tiramos por Vía del Corso hasta volver a la Piazza Venezia, donde vimos de nuevo el Altar de la Patria, aunque ahora, como ya era de noche, estaba iluminado; la estampa era espectacular, así que no dudé en tomar unas cuantas fotos.
Bordeando el Altar por su lado izquierdo, llegamos a la Cordonata Capitolina, una larga y empinada escalinata adornada con grandes esculturas que llega hasta la Piazza del Campidoglio. Esta plaza está presidida por una estatua ecuestre del emperador Marco Aurelio, y en ella también se encuentran el Palazzo Senatorio, donde tiene su sede el Ayuntamiento de Roma, y los Museos Capitolinos, que, entre otras muchas obras, conserva la figura de bronce de la Loba Capitolina. Nosotros nos conformamos con ver una copia que hay en la plaza.
Tras bordear por detrás el Altar de la Patria, acabamos en la Vía dei Fori Imperiali. Estábamos tan cansados y nos dolían tanto los pies que tuvimos que sentarnos cerca de media hora en un banco que vimos en la calle. La visita a Roma estaba prácticamente concluida e íbamos muy bien de tiempo, habiendo visto todo lo que habíamos planificado el día anterior (incluso más, porque la visita al Coliseo y la subida a la cúpula de la Basílica de San Pedro no estaban previstas).
19:00
Andamos lo que restaba de la Vía dei Fori Imperiali hasta llegar al Coliseo. Allí nos encontramos a una modelo posando y acompañada de varios fotógrafos. Creíamos que, como ya era de noche, iba a estar iluminado, pero sólo lo estaba el piso inferior, así que hicimos tiempo paseando por los alrededores y viendo de nuevo el Arco de Constantino. Cuando terminamos de rodear el Coliseo, terminó de iluminarse por completo, y, al igual que pasó antes con el Altar de la Patria, la estampa era bellísima, así que nos hicimos varias fotos a modo de despedida con el monumento más representativo de Roma.
Definitivamente, nuestra visita a Roma había concluido. Subimos Vía Cavour, la misma calle con la que empezamos el día, para ir a Termini, donde cogimos un cercanías con destino la estación de tren de Ciampino. Una vez allí, tuvimos que esperar cerca de media hora al autobús que nos llevaría al aeropuerto, ya que el último salió apenas unos minutos antes de que llegase el tren. De nuevo, aprovechamos esa larga espera para descansar, sobre todo Leti, que ya estaba medio dormida.
21:15
Ya estábamos en el aeropuerto de Ciampino, y con una hora y media por delante antes de que saliera nuestro avión. Leti se dedicó a pesarse en el mostrador de facturación (no os voy a decir cuánto, por si acaso se cabrea) y después nos pusimos a cenar los maravillosos bocadillos-chicle de jamón y queso que nos sobraron del almuerzo.
A continuación, fuimos a la sala de espera previo paso por el arco de seguridad (yo, con la experiencia previa del vuelo Málaga-Milán, ya iba sin el cinturón y sin los zapatos para ahorrarme el pitido del arco y el correspondiente cacheo). Mientras esperábamos la llamada para embarcar, estuvimos viendo las fotos que habíamos tomado a lo largo de este intenso y productivo día; en cuanto llamaron para el embarque, nos pusimos los primeros en la cola, al igual que por la mañana, para poder sentarnos en los mejores asientos del avión, como de nuevo conseguimos.
22:45
Ryanair fue puntual otra vez, y el avión despegó a la hora prevista. Durante el vuelo, intenté hacer algunas fotos, pero, como no se veía nada, sólo oscuridad, guardé la cámara. Leti estuvo todo el vuelo durmiendo, y David casi que también; yo estaba que se me caían los párpados y acabé echándome una pequeña cabezada. Por cierto, que antes no lo comenté: tanto el vuelo de ida como el de vuelta me costaron solamente 0'99€ cada uno. Cuando Leti me dijo que los había conseguido por ese precio, no me lo creí.
Sobre las 23:45, aterrizamos en el aeropuerto de Bérgamo. Al poco de salir de la terminal, cogimos el autobús que conecta dicho aeropuerto con la Stazione Centrale de Milán. Durante el trayecto, de casi una hora, nos quedamos fritos, y es que llavábamos prácticamente un día despiertos. Una vez ya en Milán, sólo nos quedaba tomar un taxi hasta el piso de David y Leti, al que llegamos a la 1:30 aproximadamente. Fue ver la cama y caer rendidos en ella para dormirnos casi al instante. Y se acabó un día inolvidable.
Nota: os pido perdón por haber tardado tanto en publicar esta entrada. Tenía previsto publicarla allá por el mes de marzo, pero no la he podido tener terminada hasta hoy. Entre que la Semana Santa ocupaba todo mi interés, y que, desde entonces, no he parado entre los estudios y el trabajo (como ya comentado por aquí más de una vez), pues apenas he tenido tiempo de redactar con tranquilidad este tercer día de mi viaje a Italia. Y también os pido perdón si consideráis que la entrada es excesivamente larga, pero, para mí, este día fue irrepetible y tenía que dedicarle una entrada como ésta. Espero que los otros tres días del viaje que me quedan por contar pueda publicarlos antes de irme de nuevo a Roma, a principios de octubre. Hasta la próxima entrada ;)
Que fuerteeeeeeee, me encantaaaaa, nuestro día en Romaaa, quien fuera ahora...ainssss, quiero olvidarme de los exámenes y volver a esa ciudad, a ese país por un segundo!! Pero bueno, aqui se está genial, y estaré mejor en cuanto no tenga que hacer exámenes jajajaja!! Ánimoooo y a seguir viajando, este año algún viaje habrá que hacer no?? Espero poder visitar los países nórdicosss!!!!
ResponderEliminarSe me olvidaba, muy buena la elección de las fotos :), hay tantas y tantasss
ResponderEliminarMuy bonitas fotos, ¡Se nota que hay buena cámara! Bueno, no todo es por la cámara, también es que eres un artista, Je,Je,Je......
ResponderEliminar¡Ah! las ruinas romanas que hay en Turquia están mucho mejor conservadas que las que hay en Roma ¡Te lo aseguro! Cuando vayas algún día lo comprobarás, y aún mejor están en Siria, que aunque yo no haya estado me lo ha dicho uno que a ido a todos estos sitios y allí es donde mejor se conservan y están las ciudades romanas completas.
jaja como aprovechar un vuelo de Ryanair de 2€!! a pesar de que al dia siguiente nos temblaban hasta los parpados! jaja
ResponderEliminarAlgun dia repetiremos, sobre todo si el vuelo es igual de barato ;)
Leti: el que va a volver soy yo jeje. Los países nórdicos me atraen, pero allí hace mucho frío... Tengo otros destinos con más preferencia. Y fotos hice para montar un museo casi :P
ResponderEliminarTita Inma: las fotos en las que salgo no las hice yo, así que no soy el único artista. Turquía es uno de los países que quiero visitar, sobre todo después de ver las fotos de tu viaje; precisamente, me gustaría ir antes que al norte de Europa, como quiere Leti.
Anónimo: David, que te he calao. Al elegir la identidad, hay un botoncito que pone 'Nombre/URL', o es que no quieres que el FBI te siga el rastro :P Sin duda, en cuanto salga algo a ese precio, usaremos tu preciada Visa Electron :D
Gracias a los tres por vuestros comentarios ;)
O tienes una memoria increíble, o hiciste muchas fotos :-)
ResponderEliminarSi yo tuviera que escribir lo mismo que tú de cada día que pasé en Irlanda...
Las dos cosas, Juan. Tengo buena memoria, aunque con el paso de los días noto que me falla cada vez más (será la vejez), y también hice muchas fotos (el día que estuve en Roma hice más de 500).
ResponderEliminarAsí es fácil recordar y escribir todo lo que he puesto. De todas formas, aquí me he explayado bastante por ser el día que fue, que se lo merece. Los días que me quedan por contar serán más cortos.
Hasta luego ;)