Domingo, 20 de febrero de 2011
8:30
Las alarmas de nuestros móviles volvieron a sonar puntualmente a la hora que programamos antes de acostarnos. Repetimos la rutina del día anterior, es decir, Pepe se fue al baño para darse una ducha mientras que yo me quedé tumbado en la cama para comprobar que la ventana de nuestra habitación estaba mojada, aunque más bien parecía que era como consecuencia de la humedad y no de la lluvia. El día, para variar, amanecía nublado y gris, pero las previsiones meteorológicas que consulté en Málaga horas antes de ir al aeropuerto no pronosticaban precipitaciones a lo largo de la jornada, salvo algún que otro chubasco aislado de poca importancia, así que al menos estaba de mejor ánimo que en la mañana del sábado.
Tras el pertinente y necesario paso por el cuarto de baño de todas las mañanas, me fui a la cocina para desayunar con Pepe, que ya había empezado y que escuchaba mientras tanto la BBC por la radio. Prácticamente, copié el desayuno que me tomé el día anterior, es decir, tres tostadas con mantequilla, un insípido y aguado vaso de leche con Nesquik y, en vez de un trozo de tarta de chocolate, me comí un muffin de chocolate que estaba bastante bueno. Esta vez, fue Pepe el que se encargó de fregar los platos y los vasos en cuanto yo terminé de desayunar; mientras tanto, me fui a la habitación para encender su portátil y comprobar que las predicciones del tiempo de Londres para esa jornada, obviamente mucho más actualizadas y fiables que las de días atrás, auguraban muy poca probabilidad de lluvia excepto para el mediodía, cuando seguramente habría alguna llovizna, como después finalmente se cumplió.
Tras el pertinente y necesario paso por el cuarto de baño de todas las mañanas, me fui a la cocina para desayunar con Pepe, que ya había empezado y que escuchaba mientras tanto la BBC por la radio. Prácticamente, copié el desayuno que me tomé el día anterior, es decir, tres tostadas con mantequilla, un insípido y aguado vaso de leche con Nesquik y, en vez de un trozo de tarta de chocolate, me comí un muffin de chocolate que estaba bastante bueno. Esta vez, fue Pepe el que se encargó de fregar los platos y los vasos en cuanto yo terminé de desayunar; mientras tanto, me fui a la habitación para encender su portátil y comprobar que las predicciones del tiempo de Londres para esa jornada, obviamente mucho más actualizadas y fiables que las de días atrás, auguraban muy poca probabilidad de lluvia excepto para el mediodía, cuando seguramente habría alguna llovizna, como después finalmente se cumplió.
A continuación, me vestí, y, como el día anterior me fue bastante bien con la cantidad de ropa que me puse para no pasar frío, pues repetí combinación, es decir, una camiseta interior de manga corta, un polo y el chaquetón con los guantes guardados en los bolsillos por si las moscas. Salí un momento de la habitación y me topé con la mascota de Mark, Venus, una gata negra. Al verme, creo que se asustó un poco y se metió en el cuarto de Mark, que, aunque era algo más grande que el de Pepe, tenía la particularidad de que la cama la tenía que apoyar verticalmente sobre la pared para tener más espacio durante el resto del día. Sobre las nueve y cuarto, cogimos nuestros paraguas y cámaras de fotos, y por mi parte también la hoja de ruta que había planificado días atrás, para partir hacia Victoria Station, donde habíamos quedado a las nueve y media con Jose y Miguel. Para ir allí, seguimos el mismo camino que hicimos el día anterior para llegar a Westminster Cathedral, es decir, cogimos por Strutton Ground y, a continuación, continuamos por Victoria Street y cuatro o cinco minutos después, tras dejar a nuestra izquierda la citada catedral, llegamos a nuestro destino.
9:30
Jose y Miguel volvían a retrasarse, al igual que el sábado; además, tampoco nos llamaban para avisarnos de que iban a llegar más tarde de la hora acordada, así que Pepe sacó su móvil para llamarles, pero no encontraba respuesta alguna. Yo no tenía ganas de repetir la experiencia del día anterior, y hoy era importante perder el menor tiempo posible, sobre todo porque el tiempo daba la impresión de que nos iba a respetar, así que le propuse a Pepe que nos fuéramos por nuestra cuenta si Jose y Miguel no llegaban antes de las diez menos diez, y que ellos se buscasen la vida luego para reunirse con nosotros dos. Justamente cuando Pepe y yo nos disponíamos a bajar por la boca de metro de Victoria Station, aparecían ellos dos por uno de los laterales de la estación, concretamente por la calle Wilton Road.
Ya juntos los cuatro, nos compramos la Travelcard off-peak de las zonas 1 y 2 para poder utilizar el metro y el autobús durante el día con total libertad, aunque tardamos más de la cuenta porque casi todas las máquinas estaban rotas y había mucha gente que, como nosotros, quería adquirir algún tipo de billete o tarjeta. Nosotros estrenamos las nuestras en seguida, ya que allí mismo la utilizamos para montarnos en la Victoria Line y bajarnos en la parada de Tottenham Court Road, donde haríamos transbordo con la Central Line, que nos llevaría hasta St. Paul's, la parada en la que nos bajamos definitivamente a eso de las diez y diez de la mañana. Tras recorrer St Paul's Church Yard, llegamos a una especie de plaza situada frente a la fachada principal de St Paul's Cathedral, donde se erige una estatua de la reina Ana. El principal atractivo de esta catedral es su cúpula, la segunda más grande del mundo de la de la Basílica de San Pedro del Vaticano y desde la que se tienen unas excepcionales vistas de la ciudad de Londres, como nos confesó Pepe, quien la subió junto con su hermana unas semanas antes. Nosotros ni siquiera entramos en la catedral, como estaba previsto, así que solamente nos hicimos unas cuantas fotos antes de reanudar la marcha.
Nuestro siguiente destino sería la City, también conocida como 'Square Mile' (la 'Milla Cuadrada'), o lo que es lo mismo, el distrito financiero más importante de Londres. Para llegar allí, tiramos por Cannon Street, Bread Street, Cheapside y Poultry, una calle que ya me era familiar, puesto que recordaba alguno de sus edificios de cuando pasamos por ahí con el autobús que nos trajo del aeropuerto de Stansted. Una vez en el cruce en el que se encuentra el Bank of England, seguimos por Threadneedle Street, al final de la cual vimos la Tower 42, el rascacielos más alto de la City, lo cual significaba que ya nos habíamos adentrado en el corazón del distrito. Por entonces, llevaba varios minutos bastante extrañado porque apenas había gente por las calles de la zona, pero al poco caí en la cuenta de que era domingo, o sea, día de no trabajar, lo cual explicaba el casi nulo trasiego de personas y de tráfico que había.
A continuación, bajamos por Bishopgate y giramos a la izquierda por Leadenhall Street, donde nos topamos con otro conocido rascacielos, el Lloyd's Building, cuyo aspecto exterior recordaba más bien a una fábrica que a un edificio de oficinas; para mi gusto, era bastante feo, y eso que ha recibido numerosos premios. Justo en la acera de enfrente, en la confluencia con St Mary Axe, vimos el 30 St Mary Axe, el imponente rascacielos diseñado por Norman Foster con forma de pepinillo (de hecho, así es como se le conoce popularmente) y que probablemente sea el más famoso de la City y, por extensión, de la ciudad. Dos o tres minutos después, deshicimos nuestros pasos por Leadenhall Street para luego bajar por Gracechurch Street y Fish Street Hill, en cuya mediación se forma una pequeña plaza peatonal que está presidida por The Monument.
10:55
Teníamos ante nosotros al Monumento al Gran Incendio de Londres, una columna de estilo dórico de 61 metros de altura, precisamente la distancia que existe entre dicha columna y la panadería en la que se inició el incendio que asoló a la ciudad en 1666, ya que este monumento conmemora aquel fatídico suceso. Antes nos quedamos con las ganas de subir a la cúpula de St Paul's Cathedral (bueno, no tanto, porque si no recuerdo mal costaba unas 12 libras visitar la catedral), pero ahora podríamos disfrutar de una sensación similar ascendiendo a lo más alto de The Monument, y sólo nos costó 2 libras a cada uno en vez de 3 libras, que es el precio normal, al presentar nuestros carnets de estudiante, y eso que técnicamente solamente lo era Jose, puesto que, por aquel entonces, Miguel llevaba ya más de un año trabajando, Pepe estaba en Londres buscando uno y yo acababa de terminar mi carrera apenas diez días antes.
Total, que tras comprar las entradas comenzamos a subir por la escalera de caracol de la columna. Yo, que era el que en peor forma física se encontraba, fui el último de los cuatro en llegar a lo más alto; al principio, me sentía capacitado para hacerlo del tirón, pero más o menos a la mitad no tuve más remedio que aminorar la velocidad porque me estaba cansando demasiado, y, además, mis pies no cabían en el ancho de los escalones, la escalera se iba estrechando poco a poco y de vez en cuando me cruzaba con gente que bajaba. Cinco minutos más tarde, alcancé la cima de la columna, donde ya me estaban esperando mis tres amigos. Desde allí arriba, comprobamos que la niebla se había apoderado del cielo londinense, de tal forma que hacía imposible encontrar el horizonte. A pesar de esta inclemencia meteorológica, las vistas eran geniales, pues desde esa altura se veía Tower Bridge, London Bridge, el edificio del Ayuntamiento, la chimenea del Tate Modern, la cúpula de St Paul's Cathedral y los rascacielos de la City; incluso a lo lejos se divisaba la silueta del London Eye. Sobre nuestras cabezas se encontraba la urna llameante de bronce que representa el fuego del incendio que se conmemora con este monumento.
Tras pasar unos diez minutos en lo alto de la columna, bajamos por la escalera, y yo de nuevo con especial ciudado agarrándome a la barandilla y a la pared porque, como dije antes, mis pies no cabían en los escalones y también había gente que iba hacia arriba. Cuando salimos de la columna, nos entregaron a cada uno de nosotros un diploma que certifica que hemos subido los 311 escalones de The Monument y en el que se explica brevemente la historia del Gran Incendio de Londres de 1666. El problema ahora era dónde guardar estos diplomas, ya que eran cartulinas de tamaño folio y no eran plan llevarlas todo el día en la mano. Jose, Miguel y Pepe conservaron sus diplomas bajo sus respectivos abrigos y cazadoras, mientras que yo decidí doblarlo por la mitad y guardarlo en uno de los bolsillos de mi chaquetón.
Continuamos con nuestra ruta por Monument Street y enlazamos con Lower Thames Street hasta que llegamos a la explanada que está en uno de los laterales de Tower of London, un castillo medieval amurallado que oficialmente se llama Palacio Real y Fortaleza de su Majestad y que es conocido principalmente por ser el lugar en el que se conservan las Joyas de la Corona Británica y porque los encargados de custodiarlo son los famosos Beefeaters, quienes cada tarde celebran la denominada Ceremonia de las Llaves para cerrar el castillo a los turistas hasta el día siguiente. Había una cola considerable para entrar en este monumento, pero nosotros no lo íbamos a visitar, así que nos dirigimos al camino que hay entre el castillo y la orilla del río Támesis para tener una excepcional estampa de Tower Bridge, el puente más turístico y peculiar de Londres, puesto que se caracteriza por ser levadizo y por las dos torres de 65 metros de altura que lo presiden. Por cierto, no sé por qué pero hasta poco antes del viaje siempre había creído que este puente era el que estaba junto al Westminster Palace, bastante lejos de donde en realidad se encuentra.
Estuvimos por allí haciéndonos varias fotos, aunque el nublado del día la verdad es que no favorecía mucho; de todas formas, por la noche estaba previsto que volviésemos aquí para ver el puente iluminado, que seguro que las fotos saldrían mucho mejor, salvo que tuviéramos la mala suerte de que lloviera. También nos asomamos al foso que rodea al castillo del Tower of London, como buena fortaleza que se precie, y donde había algunos cañones y también algunos artefactos parecidos a las catapultas. Ya iba siendo hora de continuar con el plan, ya que habíamos conseguido recuperar los veinte minutos de retraso con los que comenzamos la jornada, por lo que recorrimos Tower Bridge Approach y Tower Hill Terrace para acceder a la estación de metro de Tower Hill. En primer lugar, esperamos unos minutos para coger la Circle Line, de la cual nos bajamos en la parada de Moorgate, y luego hicimos transbordo con la Northern Line, que nos llevaría hasta la parada de Camden Town, adonde llegamos tras aproximadamente media hora de trayecto en metro.
12:30
En cuanto salimos al exterior, a Camden High Street, ya se notaba que el ambiente que se respiraba en esa calle era totalmente distinto al de cualquier otra de Londres. Había visto varios vídeos y leído diversos puntos de vista en los foros sobre el barrio de Camden y el mercado que alberga cada fin de semana, pero vivir la experiencia en directo no tiene nada que ver. Si el mercadillo de Portobello Road en el que estuvimos el día anterior era más bien bohemio, éste era completamente lo contrario. Basta decir que muchas de las personas con las que te cruzas por allí presentan unas pintas nada habituales (mucho gótico, mucho punk y mucho 'me visto con lo más raro que tenga en el armario') y que las fachadas de los edificios, además de estar pintadas de colores diferentes, se caracterizan principalmente por las enormes figuras que cuelgan de ellas y que las decoran, desde zapatos hasta escorpiones y dragones pasando por siluetas de Elvis Presley o Marylin Monroe. Cultura alternativa elevada al máximo exponente. Te podía gustar más o menos, pero te quedabas impresionado sí o sí.
Muchas de las tiendas de la calle principal eran de souvenirs, así que entré en una de ellas para echar un vistazo a ver si encontraba algo que me gustara. Me fui directamente a la sección de camisetas, puesto que es lo que siempre me compro de recuerdo cuando voy de viaje, y había tantas y tan variadas que en seguida tuve claro que me iba a llevar algo de allí. Muchas de ellas eran las típicas que muestran algún dibujo o alguna frase graciosa, mientras que las demás eran algo más clásicas, que son las del tipo que yo buscaba. Me costó mucho decidirme por una de ellas, y no solamente por lo que tuvieran estampado, sino, una vez que había elegido el modelo, también por el color. El vendedor me lo puso algo más fácil porque me dijo que me lo dejaba por 15 libras en vez de 20 si me llevaba dos camisetas, así que me decanté por una azul oscuro que ponía 'London England' con la bandera británica y otra blanca con el logotipo del metro de Londres, ambas de la talla XXL, que muchas veces las XL me quedan un poco justas. Ahora el problema era que esta segunda camiseta no costaba originalmente 10 libras, sino 12, por lo que las dos camisetas saldrían por 18 libras en total. Ya pasaba de comerme tanto la cabeza y me compré esas dos.
Pepe estuvo conmigo casi todo el rato que pasé en la tienda, pero Jose y Miguel habían seguido por su cuenta, y, como no les encontraba, les llamé para preguntarles dónde se encontraban. Estaban al final de Camden High Street, donde está el muro metálico de las vías de tren que pasan por encima de la calle y en el que está pintado en grande 'CAMDEN LOCK', así que no teníamos pérdida alguna. Por el camino, me fijé en el resto de tiendas que había en la calle: para hacerte piercings y/o tatuajes, especializadas en ropa gótica, zapaterías deportivas, etc. Al poco de cruzar el puente del Regent's Canal, encontramos a Jose y Miguel, que nos estaban esperando. Ya era casi la una de la tarde, así pues nos dispusimos a echar una ojeada por los variados puestos de comida internacional que allí había, ya que podías elegir entre comer en un mexicano, en un italiano, en un marroquí o, principalmente, en un asiático, ya fuese chino, tailandés, indio... Mis tres amigos se fueron al mexicano para pedirse un burrito, mientras que yo me decanté por uno de los muchos chinos (mejor dicho, chinas) que insistentemente te ofrecían comida para probar, y me pedí un bol de arroz tres delicias con trozos de pollo rebozado que me costó tres libras y media creo recordar.
Salvo que tuvieras suerte de encontrar libre algún taburete para sentarte, tenías que comer de pie, como hicimos nosotros. A pesar de que me quedé satisfecho con lo que comí, estuve unos minutos pensando si acercarme a uno de los italianos que vendían unos trozos de pizza que tenían muy buena pinta, pero al final me conformé con el arroz (por cierto, en dos días había comido tantas veces en un chino como en el resto de mi vida). Cuando los cuatro terminamos de comer, nos dimos una vuelta por la zona, puesto que todavía teníamos más de una hora por delante para estar por allí según el horario que había planificado. Entramos en el Camden Lock Market, una plaza rodeada por edificios de piedra y plagada de tenderetes en los que se vende en su mayor parte ropa, abalorios y comida. Uno de dichos tenderetes preparaba platos típicos españoles, como por ejemplo paella valenciana, la cual tenía un muy buen aspecto, y tortilla de patatas, que, por el contrario, no entraba tanto por los ojos.
A continuación, cruzamos el Regent's Canal por un pequeño puente, al final del cual se encuentra un Starbucks en el que Pepe quiso entrar para pedirse un café para llevar. No sé por qué pero me dio por ver las dos camisetas que me había comprado, y comprobé que una de ellas no era exactamente la que yo quería. Había cogido una camiseta blanca con el logotipo del metro de Londres que pone 'UNDERGROUND' en su interior; sin embargo, la que yo pretendía comprar era la que rezaba 'MIND THE GAP', que, para el que no lo sepa, es lo que dicen por la megafonía del metro para avisar a los pasajeros de que tengan cuidado de no introducir el pie entre el vagón y el andén. Así pues, como Pepe estaba todavía esperando en la cola, me fui corriendo a la tienda a ver si me la podían cambiar. Una vez allí, busqué al vendedor que me atendió antes y, cuando le encontré, le expliqué lo que me había pasado, a lo que no me puso ninguna pega para coger la otra camiseta. Sólo tardé dos minutos y, de vuelta en el Starbucks, Pepe todavía seguía en la cola, aunque en seguida le sirvieron su café.
El cielo, al igual que por la mañana, se mantenía nublado, y prácticamente desde que llegamos a Camden Town estuvo chispeando con más o menos intensidad, aunque nunca nos hizo falta sacar los paraguas, no merecía la pena. Lo mismo hice con mi réflex, que basta que caiga una gota para que no dude en dejarla a resguardo en su mochila, así que Jose me dejó su cámara digital para hacer fotos, tanto a lo que teníamos a nuestro alrededor como a nosotros, como por ejemplo las que nos hicimos en uno de lugares más típicos de Camden Town, en el puente del Regent's Canal, donde se encuentra el edificio en cuya fachada se puede leer 'CAMDEN LOCK'. De allí, nos fuimos adonde estuvimos almorzando para seguir visitando esa parte del mercadillo; además de los puestos de comida, también había varios de ropa y música. La tienda más peculiar de las que había allí era una que se llama Horse Tunnel Market, que tiene varios caballos de bronce esculpidos en su entrada; en su interior, se exponían numerosas antigüedades, como muebles y libros, además de cuadros y láminas de calles y puntos turísticos de Londres más que reconocibles.
Después de pasar unos minutos en esta tienda, seguimos por las calles cubiertas de techos de cristal de esta parte del mercadillo curioseando por los puestos de ropa y de objetos de todo tipo. Tras hacer un alto en el camino para que mis amigos fueran al servicio, continuamos deambulando por allí hasta que sobre las dos y cuarto salimos al exterior. En principio, ya no había nada más que ver, pero yo echaba en falta una tienda que había salido en algunos de los reportajes que 'Callejeros Viajeros' le había dedicado a Camden Town. No podíamos irnos de allí sin conocer dicha tienda, y, por suerte, apenas tardé tres minutos en encontrarla tras acceder al Stables Market por su entrada principal. La tienda de ropa a la que me refería se llama Cyberdog y a los cuatro nos dejó completamente alucinados, boquiabiertos. No tengo imágenes del interior porque estaba prohibido hacer fotos o vídeos, así que conformaros con mi descripción: dj's pinchando música a todo volumen, gogós, luces de colores fosforescentes, la ropa y los complementos (algunos de ellos eróticos) más extraños que te puedas imaginar... Esta tienda de estética cyberpunk merecía ser visitada sí o sí.
14:30
Justamente a la hora en la que teníamos previsto salir de Camden Town, nos pusimos en marcha para seguir con nuestro plan. Tiramos por Chalk Farm Road y luego giramos a la izquierda por Adelaide Road para de nuevo desviarnos a la izquierda por Bridge Approach, donde tuvimos que pasar por un puente que cruza por encima de las vías de tren. Continuamos por Regents Park Road, la típica calle residencial inglesa con casas adosadas de colores claros y rodeadas de árboles y jardines particulares, muy del estilo del barrio de Notting Hill en el que estuvimos el día anterior. Cuando la calle comenzaba a dibujar una curva, llegamos a una esquina desde la que se podía acceder al parque de Primrose Hill. Subimos por uno de los senderos que hay trazados en el césped hasta que coronamos la colina desde la que se puede ver una panorámica de buena parte de Londres. Nosotros pudimos ver más bien poco, porque entre el nublado y la espesa niebla que cubría la ciudad apenas se lograba divisar la silueta de algunos rascacielos.
Estando allí arriba en la colina, Pepe nos ofreció a Jose, a Miguel y a mí un chicle, a lo que yo acepté gustoso el ofrecimiento, a pesar de que no suelo tomarlos nunca. En cuanto lo masqué un par de veces, comenzó a recorrerme un picor por la boca y la garganta que era casi inaguantable; de hecho, hizo que se me saltaran algunas lágrimas y que tosiera casi sin parar. No es que estuviera malo, pero se ve que no estaba preparado para un chicle mentolado tan fuerte, y mis tres amigos no dudaron en reírse un poco de mí y conmigo, que yo me lo tomé a broma por lo cómico de la situación. Ahora teníamos que continuar en busca de los estudios de música de Abbey Road, pero estábamos un poco desorientados, así que nos acercamos a un hombre que se encontraba cerca de nosotros jugando con su hijo para preguntarle cuál sería el camino más corto para ir hasta allí. Nos dijo que tendríamos que andar bastante, unos veinte o veinticinco minutos, y nos señaló la dirección que deberíamos seguir, aunque tampoco nos supo concretar con exactitud por qué calles tendríamos que tirar. Bajamos la colina para coger por Elsworthy Terrace y Elsworthy Road. Nos encontrábamos en un barrio residencial de viviendas unifamiliares por el que no pasaba ni un alma, y casi que coches tampoco, sólo árboles desnudos de hojas.
Llegamos a una intersección con Ave Road, una calle que tenía anotada en mi ruta para ir a Abbey Road, lo cual indicaba que no íbamos mal encaminados. Esta avenida, por más que caminábamos, parecía no tener fin, y la recorrimos entera porque no leíamos por ningún lado alguna indicación de los estudios de música que queríamos visitar. Poco a poco, las típicas casas inglesas de dos plantas rodeadas de jardines se iban transformando en bloques de pisos, al tiempo que por las aceras y el asfalto ya había cierta afluencia de gente y coches, respectivamente. Cuando nos topamos con el Regent's Park, giramos a la derecha por Prince Albert Road, ignorando que ya nos habíamos alejado más de la cuenta, como confirmamos al consultar un mapa de la red de autobuses en esta misma calle. Yo calculé a ojo que nos quedaría todavía cerca de veinte minutos de caminata, lo cual nos hizo plantearnos la posibilidad de coger un autobús, pero parecía que ninguno se dirigía a nuestro destino, así que continuamos andando. Enlazamos con Saint John's Wood Road, donde en seguida pasamos por uno de los laterales del Lord's Cricket Ground, un estadio que ubicaba perfectamente en el mapa de Londres que tenía en mi mente y que sabía que estaba muy cerca de los estudios de música. A continuación, giramos a la derecha por Grove End Road, y por fin, a las cuatro menos cinco de la tarde, llegamos a Abbey Road.
Tal y como me esperaba, el famoso paso de cebra que cruzan The Beatles en la carátula de su disco 'Abbey Road' estaba bastante concurrido, puesto que este punto se ha convertido ya en un destino turístico más de la ciudad de Londres, especialmente para los fans de la banda de Liverpool, como es mi caso. El grupo de chicos y chicas que allí había no paraba de hacerse fotos en cuanto dejaban de pasar los coches, así que tuvimos que esperar pacientemente unos minutos para imitar a John, Paul, George y Ringo. Le dimos la cámara de Jose a uno de los chavales del grupo de antes y cruzamos al otro lado de la acera; vimos que estaban a punto de llegar coches por ambos sentidos, así que tuvimos que hacernos la foto muy rápido y casi que forzando la postura de estar cruzando por el paso de peatones, como podéis apreciar en la imagen superior.
Después, regresamos a la acera donde se encuentran los estudios de grabación Abbey Road Studios, un pequeño edificio rodeado por un muro cuya pared está plagada de mensajes, firmas y dedicatorias dirigidos a los grupos que han grabado allí algunos de sus discos, pero especialmente al cuarteto de Liverpool. A continuación, nos acercamos a la primera parada de autobús de Grove End Road para coger el primero que pasase, y sólo tuvimos que esperar un par de minutos hasta que llegó uno de la línea 139. Subimos al piso superior y tomamos asiento, lo cual fue un alivio después de todo lo que habíamos caminado a lo largo del día. El autobús tiró por Grove End Road, Lisson Grove, giró a la izquierda por Rossmore Road y luego a la derecha por Park Road y Baker Street. Al pasar por esta última calle, vi que en la acera de enfrente estaba el 221B de Baker Street, es decir, la casa en la que supuestamente vivió el detective Sherlock Holmes, el conocido personaje literario creado por Arthur Conan Doyle, así que hicimos un alto para bajarnos allí.
Pepe y yo nos dirigimos al citado inmueble, mientras que Jose y Miguel se quedaron un poco rezagados paseando por la calle, pero nosotros dos nos detuvimos antes en una pequeña tienda de souvenirs dedicada única y exclusivamente a The Beatles situada a muy pocos metros del 221B de Baker Street. Al entrar, nos encontramos con un museo en miniatura de la mítica banda de Liverpool, puesto que allí te podías comprar camisetas de todos los colores y diseños, tazas, láminas, discos y cualquier otro objeto relacionado con el grupo o con alguno de sus integrantes. De nuevo en la calle, avanzamos unos metros hasta la casa-museo de Sherlock Holmes, en donde no entramos, ya que ni merecía la pena gastarse las seis libras que costaba la entrada ni teníamos mucho tiempo para entretenernos, por lo que nos conformamos con hacernos un par de fotos junto a la fachada; de todas formas, desde fuera se podía ver parte del interior del inmueble, cuyo aspecto trataba de simular con muebles y decoración del siglo XIX lo que en su día habría sido la estancia del famoso detective.
Volvimos a la parada de autobús donde nos habíamos bajado hace unos minutos para coger uno de la línea 82, y por el que apenas tuvimos que esperar un minuto, y es que la frecuencia a la que pasaban los autobuses era muy alta. He de reconocer que una de las cosas que más me sorprendió de Londres a lo largo del viaje fue su eficaz red de transporte, tanto la del metro como la del bus, y especialmente esta última, sobre todo si la comparo con la de otras ciudades que he visitado o, sin ir más lejos, con la de Málaga. Pues lo dicho, nos montamos en el autobús, el cual recorrió Baker Street, Portman Square y Orchard Street para luego girar a la derecha por Oxford Street, donde nos bajamos Jose, Miguel y yo, puesto que Pepe tenía que ir a su piso para hablar con el casero acerca del alquiler; así pues, aprovechamos para darle los diplomas que certificaban que habíamos subido hasta lo alto de The Monument, y yo también la bolsa con las dos camisetas que había comprado al mediodía para no ir cargando con ella el resto del día. Precisamente al bajarnos del autobús, nos topamos con una tienda de souvenirs en la que comprobé que las mismas camisetas que había comprado en Camden Town estaban allí algo más baratas, lo cual me sorprendió bastante teniendo en cuenta que esta tienda se encuentra en una de las calles más caras de Londres.
16:45
Acto seguido, cruzamos a una de las esquinas de Hyde Park, concretamente donde se erige el Marble Arch, un arco de mármol blanco y cuya apariencia externa recuerda mucho a la del Arco de Constantino de Roma, aunque el Marble Arch está mucho mejor conservado al haber sido construido hace menos de doscientos años. Luego, bajamos por la larga e interminable Park Lane, que bordea todo el lateral este de Hyde Park y que destaca por el lujo de sus edificios, por los hoteles de cinco estrellas y por los prohibitivos restaurantes que hay en ella, además de varios concesionarios de coches deportivos que captaron la atención de Jose y Miguel. Al final de Park Lane, llegamos a Piccadilly Arcade, una enorme rotonda en medio de la cual se halla el Welligton Arch; sin embargo, no veíamos la forma de acceder a ella. Tiramos por Piccadilly Street en paralelo con Green Park, pero cada vez nos íbamos alejando más y más sin poder cruzar por ningún lado, así que deshicimos nuestros pasos hasta Hyde Park Corner a esperar pacientemente a que el tráfico no fuese muy denso para cruzar a la rotonda, donde ya pudimos ver más de cerca el citado Welligton Arch. Este arco es algo más grande que el Marble Arch, pero tiene un parecido más cercano al de Arco del Triunfo de París; además, cuenta en su parte superior con una cuádriga de bronce que por lo visto es la mayor estatua de Europa esculpida en dicho metal.
A continuación, abandonamos la rotonda y continuamos con nuestro camino por Constitution Hill poco antes de las cinco y media de la tarde, hora a la que ya estaba atardeciendo; de hecho, ya empezaba a refrescar en un día en el que no pasamos demasiado frío. Al final de la citada calle, que en realidad es un camino asfaltado entre Buckingham Palace Gardens y Green Park, encontramos el Buckingham Palace, la residencia oficial de la reina Isabel II, quien no se encontraba en el interior del palacio, puesto que la bandera que ondeaba en ese momento era la del Reino Unido y no la oficial de la soberana. El palacio en su conjunto, tanto el edificio como la verja que lo rodea, me recordó al Palacio Real de Madrid, pues exteriormente son muy parecidos, aunque hay que decir que el de nuestra capital es bastante más grande y no tiene nada que envidiarle al Buckingham Palace, las cosas como son. Justo enfrente del palacio, se erige el Victoria Memorial, una escultura de mármol que, como su propio nombre indica, está dedicada a la reina Victoria, quien aparece representada en uno de sus laterales, mientras que una escultura de bronce que representa al ángel de la Victoria es la que corona este monumento.
Diez minutos más tarde, continuamos con nuestra ruta por Spur Road y Birdcage Walk, una larga calle que bordea a St James's Park y de la cual nos desviamos por Queen Anne's Gate para seguir por Broadway y desembocar en Victoria Street, justamente a la altura de la bocacalle que lleva hasta el piso de Pepe. Nos dirigimos hacia el McDonald's que se encuentra junto a Westminster Cathedral, ya que Jose y Miguel necesitaban ir al servicio. Luego, deshicimos nuestros pasos por Victoria Street para acercarnos a un Starbucks que había a pocos metros de allí, al tiempo que aproveché para llamar a Pepe, que precisamente estaba a punto de terminar de hablar con su casero, así que le dije que le esperaríamos en el Starbucks que está en Victoria Street. Una vez dentro, pillamos un par de asientos libres que había al fondo del local, en los que se sentaron ellos dos, mientras que yo salí a la calle por la puerta trasera para llamar a mis padres y contarles lo que habíamos hecho durante el día; además, le pregunté a mi padre cómo había quedado el Málaga contra el Villarreal, a lo que me dijo que había empatado a pocos minutos del final gracias a un gol de Sebas Fernández.
A los pocos minutos, sonó mi móvil. Era Pepe, que estaba en un Starbucks, pero no nos veía. Resulta que se había acercado a otro que hay en la misma Victoria Street y no en el nos encontrábamos nosotros, por lo que le dije que caminase hacia Victoria Station y que ya nos cruzaríamos, como así fue. Reunidos los cuatro de nuevo, tocaba decidir qué hacer ahora. Teniendo en cuenta que ya eran casi las siete de la tarde, tanteamos las distintas alternativas que teníamos para cenar, y rápidamente nos pusimos de acuerdo en que la mejor opción consistiría en ir a un típico pub inglés en el que tomar el famoso fish & chips. Pepe nos comentó que en la zona de Leicester Square hay varios restaurantes de este tipo, así que nos acercamos a la estación de metro más cercana, la de St James's Park, para coger la District Line y bajarnos en Embankment, donde hicimos transbordo con la Northern Line, la cual nos dejó en la parada de Leicester Square a eso de las siete y cuarto de la tarde, aunque en realidad ya era de noche.
19:15
Como bien dijo Pepe, si queríamos cenar un fish & chips, aquí íbamos a tener donde elegir, puesto que estuvimos unos diez minutos tanteando la zona y en ella encontramos como cuatro o cinco pubs que anunciaban a través de carteles y pizarras el famoso plato a 8'45 libras. Sí, todos al mismo precio, lo cual daba la impresión de que habían hecho un pacto de no agresión o no competencia. Entramos en uno de ellos, pero, como estaba lleno, nos fuimos a otro en el que ya había estado Pepe con anterioridad, The Brewmaster, en Cranbourn Street casi haciendo esquina con Charing Cross Road. Éste también tenía todas sus mesas ocupadas, y las del piso de arriba también, pero ya no íbamos a probar en otro restaurante, por lo que le dijimos al camarero que nos asignara una mesa para cuatro en cuanto una se quedase libre, para lo cual sólo tuvimos que esperar cinco o diez minutos. Una vez sentados, nos acercamos a la barra para pedirnos el fish & chips y la bebida: Jose, una Cocacola; Miguel y Pepe, cerveza; y yo, agua.
Justamente a las ocho nos trajeron la cena. El plato consistía en un lomo de bacalao rebozado con una guarnición de patatas fritas, guisantes y un pequeño cuenco con salsa tártara. Tener tenía buena pinta, y estar estaba bueno, aunque hay que recalcar que es un rollo tener que estar pendiente de no llevarte a la boca ninguna espina, sobre todo yo, que soy bastante manazas a la hora de despiezar el pescado. En cualquier caso, obviando este detalle, el pescaíto frito de Málaga y el bocadillo de calamares de Madrid están mucho más buenos que el fish & chips inglés. Por algo será que la comida británica no tiene tanta fama como la española. A eso de las ocho y media ya habíamos terminado de cenar, pero estábamos muy cansados de todo el trajín del día, así que nos quedamos allí sentados un largo rato, durante el cual estuvimos rememorando experiencias y momentos vividos en los viajes que habíamos compartido hasta entonces: Barcelona, adonde solamente fuimos Jose, Miguel y yo; Valencia, el primero que hicimos los cuatro juntos; Roma, en el que también estuvimos acompañados por Jesús y Sebas, dos compañeros míos de la universidad; y Madrid, adonde fui yo solo a visitar a Pepe en su último año de carrera.
A las nueve y veinte, decidimos ponernos en pie para hacer las últimas visitas del día. Cogimos por Cranbourn Street, Leicester Square, Swiss Court y Coventry Street para llegar a Piccadilly Circus, probablemente el sitio en el que más veces estuvimos a lo largo del viaje. El día anterior, apenas permanecimos un par de minutos en esta céntrica plaza debido a que estaba chispeando; así pues, hoy, que hacía buen tiempo, teníamos que aprovechar y hacernos fotos y más fotos cada uno por separado, que los cuatro juntos ya nos la habíamos hecho. Y no valía hacerlas de cualquier forma, sino tomarlas justamente cuando los neones estuviesen iluminados, que si no la foto pierde toda su gracia. Estuvimos tanto tiempo liados con las fotos (que si nos la hacíamos aquí o allá, que si házmela más cerca...) que unas cinco o seis chicas que estaban sentadas en la pequeña escalinata del Shaftesbury Memorial parecían estar riéndose de nosotros, aunque en parte nosotros también nos lo tomábamos un poco a guasa. Esta fuente, erigida para recordar al político Lord Shaftesbury, se caracteriza principalmente por la estatua de aluminio que la corona y que representa a un ángel portando un arco, por lo cual ha sido comúnmente asociado al personaje de Eros, aunque parece ser que en realidad el representado es su hermano gemelo, Anteros.
Ya eran casi las diez de la noche, y, entre mis planes, estaba volver a la City y a Tower Bridge, pero Jose y Miguel no tenían ganas de dar más vueltas, así que, como a Pepe no le importaba acompañarme, iríamos solamente nosotros dos. Antes de separarnos, teníamos que ponernos de acuerdo sobre dónde y cuándo quedaríamos mañana los cuatro, puesto que Jose y Miguel tenían pensado ir al estadio del Arsenal, mientras que Pepe y yo visitaríamos el National History Museum. La mejor opción era reunirnos para almorzar, por lo que acordamos vernos a la una y media de la tarde justamente donde nos encontrábamos ahora, en Piccadilly Circus. A continuación, los cuatro bajamos por la boca de metro que hay en la plaza para que Jose y Miguel cogieran la Piccadilly Line y la Victoria Line para ir al hostal, y nosotros la Bakerloo Line, que nos dejaría en Embankment para poder hacer transbordo con la Circle Line, de la cual nos bajaríamos finalmente en la parada de Tower Hill poco antes de las diez y veinte.
22:20
Nada más salir al exterior, nos topamos con la parte trasera del Tower of London, el castillo medieval que ya habíamos visto esta misma mañana y que ahora se nos mostraba iluminado, al igual que Tower Bridge, que en realidad era el principal motivo por el que quería acercarme ahora de noche, ya que las fotos saldrían mucho mejor que por la mañana, cuando estuvo nublado. Mi intención era acceder al camino que separa al castillo del río Támesis, pero el acceso estaba cortado, así que la única opción que nos quedaba era ir a la otra orilla, para lo cual tendríamos que atravesar el puente. Cogimos por Tower Hill y luego enfilamos por Tower Bridge Approach para continuar por la acera de Tower Bridge que da a London Bridge. Cuando empezábamos a bordear la primera de las dos torres del puente, nos vimos obligados a dar media vuelta debido a que el camino estaba cortado por obras, cosa que podríamos haber evitado si nos hubiésemos dado cuenta de que había un señal a la entrada de Tower Bridge que informaba de ello. Así pues, cruzamos a la otra acera para por fin atravesar el puente, lo cual nos llevó cinco minutos, y es que, como ya he comentado alguna vez en el relato del viaje, el Támesis es bastante ancho.
Tras llegar al final del puente, cruzamos a la acera de enfrente para bordear el río hasta situarnos a la altura del moderno edificio del Ayuntamiento de Londres. Desde allí, la postal que teníamos ante nosotros de Tower Bridge era magnífica, y no solamente del famoso puente, sino también de Tower of London y de los rascacielos de la City, de entre los que se reconocía muy fácilmente la silueta del 30 St Mary Axe. Al estar iluminados, se reflejaban en las aguas del Támesis, así que aproveché para tomar varias fotos de tan bellas estampas. Luego, el turno de las fotos fue para nosotros: primero le hice una a Pepe con Tower Bridge de fondo, otra con el Tower of London y otra con la City, y luego él me las hizo a mí. A las once, reanudamos la marcha y atravesamos de nuevo el puente para volver a la parada de metro de Tower Hill. Me hubiera gustado adentrarme en la City para ver los rascacielos iluminados más de cerca, pero era ya un poco tarde y a la mañana siguiente nos tendríamos que levantar temprano.
Como iba diciendo, en Tower Hill tomamos la District Line. Tanto en el convoy en el que nos montamos como en las estaciones en las que íbamos parando había poca gente, nada que ver con las aglomeraciones del resto del día, lo cual se agradecía porque te podías sentar. Sobre las once y media, nos bajamos en la parada de St James's Park, la más cercana al piso de Pepe, pues para llegar hasta allí únicamente teníamos que tirar por Broadway y Strutton Ground. Al igual que la noche anterior, Pepe encendió la tele de su habitación para ponerse al tanto de la actualidad, aunque esta vez me dejó a mí el portátil de primeras. Tras echarle un vistazo al correo electrónico, al Reader y al blog, me metí en la web del periódico Marca para ver el vídeo resumen del partido del Málaga, pero me quedé con las ganas porque no me permitía visionarlo por ser una IP extranjera, así que me tuve que conformar con leer la crónica; tras ello, le cedí el sitio a Pepe para que terminase unos asuntos que tenía pendientes. Pasadas las doce de la noche, nos acostamos no sin antes activar las alarmas para despertarnos a buena hora al día siguiente, el cual ya sería el último que pasaría por completo en Londres.
9:30
Jose y Miguel volvían a retrasarse, al igual que el sábado; además, tampoco nos llamaban para avisarnos de que iban a llegar más tarde de la hora acordada, así que Pepe sacó su móvil para llamarles, pero no encontraba respuesta alguna. Yo no tenía ganas de repetir la experiencia del día anterior, y hoy era importante perder el menor tiempo posible, sobre todo porque el tiempo daba la impresión de que nos iba a respetar, así que le propuse a Pepe que nos fuéramos por nuestra cuenta si Jose y Miguel no llegaban antes de las diez menos diez, y que ellos se buscasen la vida luego para reunirse con nosotros dos. Justamente cuando Pepe y yo nos disponíamos a bajar por la boca de metro de Victoria Station, aparecían ellos dos por uno de los laterales de la estación, concretamente por la calle Wilton Road.
Ya juntos los cuatro, nos compramos la Travelcard off-peak de las zonas 1 y 2 para poder utilizar el metro y el autobús durante el día con total libertad, aunque tardamos más de la cuenta porque casi todas las máquinas estaban rotas y había mucha gente que, como nosotros, quería adquirir algún tipo de billete o tarjeta. Nosotros estrenamos las nuestras en seguida, ya que allí mismo la utilizamos para montarnos en la Victoria Line y bajarnos en la parada de Tottenham Court Road, donde haríamos transbordo con la Central Line, que nos llevaría hasta St. Paul's, la parada en la que nos bajamos definitivamente a eso de las diez y diez de la mañana. Tras recorrer St Paul's Church Yard, llegamos a una especie de plaza situada frente a la fachada principal de St Paul's Cathedral, donde se erige una estatua de la reina Ana. El principal atractivo de esta catedral es su cúpula, la segunda más grande del mundo de la de la Basílica de San Pedro del Vaticano y desde la que se tienen unas excepcionales vistas de la ciudad de Londres, como nos confesó Pepe, quien la subió junto con su hermana unas semanas antes. Nosotros ni siquiera entramos en la catedral, como estaba previsto, así que solamente nos hicimos unas cuantas fotos antes de reanudar la marcha.
Nuestro siguiente destino sería la City, también conocida como 'Square Mile' (la 'Milla Cuadrada'), o lo que es lo mismo, el distrito financiero más importante de Londres. Para llegar allí, tiramos por Cannon Street, Bread Street, Cheapside y Poultry, una calle que ya me era familiar, puesto que recordaba alguno de sus edificios de cuando pasamos por ahí con el autobús que nos trajo del aeropuerto de Stansted. Una vez en el cruce en el que se encuentra el Bank of England, seguimos por Threadneedle Street, al final de la cual vimos la Tower 42, el rascacielos más alto de la City, lo cual significaba que ya nos habíamos adentrado en el corazón del distrito. Por entonces, llevaba varios minutos bastante extrañado porque apenas había gente por las calles de la zona, pero al poco caí en la cuenta de que era domingo, o sea, día de no trabajar, lo cual explicaba el casi nulo trasiego de personas y de tráfico que había.
A continuación, bajamos por Bishopgate y giramos a la izquierda por Leadenhall Street, donde nos topamos con otro conocido rascacielos, el Lloyd's Building, cuyo aspecto exterior recordaba más bien a una fábrica que a un edificio de oficinas; para mi gusto, era bastante feo, y eso que ha recibido numerosos premios. Justo en la acera de enfrente, en la confluencia con St Mary Axe, vimos el 30 St Mary Axe, el imponente rascacielos diseñado por Norman Foster con forma de pepinillo (de hecho, así es como se le conoce popularmente) y que probablemente sea el más famoso de la City y, por extensión, de la ciudad. Dos o tres minutos después, deshicimos nuestros pasos por Leadenhall Street para luego bajar por Gracechurch Street y Fish Street Hill, en cuya mediación se forma una pequeña plaza peatonal que está presidida por The Monument.
10:55
Teníamos ante nosotros al Monumento al Gran Incendio de Londres, una columna de estilo dórico de 61 metros de altura, precisamente la distancia que existe entre dicha columna y la panadería en la que se inició el incendio que asoló a la ciudad en 1666, ya que este monumento conmemora aquel fatídico suceso. Antes nos quedamos con las ganas de subir a la cúpula de St Paul's Cathedral (bueno, no tanto, porque si no recuerdo mal costaba unas 12 libras visitar la catedral), pero ahora podríamos disfrutar de una sensación similar ascendiendo a lo más alto de The Monument, y sólo nos costó 2 libras a cada uno en vez de 3 libras, que es el precio normal, al presentar nuestros carnets de estudiante, y eso que técnicamente solamente lo era Jose, puesto que, por aquel entonces, Miguel llevaba ya más de un año trabajando, Pepe estaba en Londres buscando uno y yo acababa de terminar mi carrera apenas diez días antes.
Total, que tras comprar las entradas comenzamos a subir por la escalera de caracol de la columna. Yo, que era el que en peor forma física se encontraba, fui el último de los cuatro en llegar a lo más alto; al principio, me sentía capacitado para hacerlo del tirón, pero más o menos a la mitad no tuve más remedio que aminorar la velocidad porque me estaba cansando demasiado, y, además, mis pies no cabían en el ancho de los escalones, la escalera se iba estrechando poco a poco y de vez en cuando me cruzaba con gente que bajaba. Cinco minutos más tarde, alcancé la cima de la columna, donde ya me estaban esperando mis tres amigos. Desde allí arriba, comprobamos que la niebla se había apoderado del cielo londinense, de tal forma que hacía imposible encontrar el horizonte. A pesar de esta inclemencia meteorológica, las vistas eran geniales, pues desde esa altura se veía Tower Bridge, London Bridge, el edificio del Ayuntamiento, la chimenea del Tate Modern, la cúpula de St Paul's Cathedral y los rascacielos de la City; incluso a lo lejos se divisaba la silueta del London Eye. Sobre nuestras cabezas se encontraba la urna llameante de bronce que representa el fuego del incendio que se conmemora con este monumento.
Tras pasar unos diez minutos en lo alto de la columna, bajamos por la escalera, y yo de nuevo con especial ciudado agarrándome a la barandilla y a la pared porque, como dije antes, mis pies no cabían en los escalones y también había gente que iba hacia arriba. Cuando salimos de la columna, nos entregaron a cada uno de nosotros un diploma que certifica que hemos subido los 311 escalones de The Monument y en el que se explica brevemente la historia del Gran Incendio de Londres de 1666. El problema ahora era dónde guardar estos diplomas, ya que eran cartulinas de tamaño folio y no eran plan llevarlas todo el día en la mano. Jose, Miguel y Pepe conservaron sus diplomas bajo sus respectivos abrigos y cazadoras, mientras que yo decidí doblarlo por la mitad y guardarlo en uno de los bolsillos de mi chaquetón.
Continuamos con nuestra ruta por Monument Street y enlazamos con Lower Thames Street hasta que llegamos a la explanada que está en uno de los laterales de Tower of London, un castillo medieval amurallado que oficialmente se llama Palacio Real y Fortaleza de su Majestad y que es conocido principalmente por ser el lugar en el que se conservan las Joyas de la Corona Británica y porque los encargados de custodiarlo son los famosos Beefeaters, quienes cada tarde celebran la denominada Ceremonia de las Llaves para cerrar el castillo a los turistas hasta el día siguiente. Había una cola considerable para entrar en este monumento, pero nosotros no lo íbamos a visitar, así que nos dirigimos al camino que hay entre el castillo y la orilla del río Támesis para tener una excepcional estampa de Tower Bridge, el puente más turístico y peculiar de Londres, puesto que se caracteriza por ser levadizo y por las dos torres de 65 metros de altura que lo presiden. Por cierto, no sé por qué pero hasta poco antes del viaje siempre había creído que este puente era el que estaba junto al Westminster Palace, bastante lejos de donde en realidad se encuentra.
Estuvimos por allí haciéndonos varias fotos, aunque el nublado del día la verdad es que no favorecía mucho; de todas formas, por la noche estaba previsto que volviésemos aquí para ver el puente iluminado, que seguro que las fotos saldrían mucho mejor, salvo que tuviéramos la mala suerte de que lloviera. También nos asomamos al foso que rodea al castillo del Tower of London, como buena fortaleza que se precie, y donde había algunos cañones y también algunos artefactos parecidos a las catapultas. Ya iba siendo hora de continuar con el plan, ya que habíamos conseguido recuperar los veinte minutos de retraso con los que comenzamos la jornada, por lo que recorrimos Tower Bridge Approach y Tower Hill Terrace para acceder a la estación de metro de Tower Hill. En primer lugar, esperamos unos minutos para coger la Circle Line, de la cual nos bajamos en la parada de Moorgate, y luego hicimos transbordo con la Northern Line, que nos llevaría hasta la parada de Camden Town, adonde llegamos tras aproximadamente media hora de trayecto en metro.
12:30
En cuanto salimos al exterior, a Camden High Street, ya se notaba que el ambiente que se respiraba en esa calle era totalmente distinto al de cualquier otra de Londres. Había visto varios vídeos y leído diversos puntos de vista en los foros sobre el barrio de Camden y el mercado que alberga cada fin de semana, pero vivir la experiencia en directo no tiene nada que ver. Si el mercadillo de Portobello Road en el que estuvimos el día anterior era más bien bohemio, éste era completamente lo contrario. Basta decir que muchas de las personas con las que te cruzas por allí presentan unas pintas nada habituales (mucho gótico, mucho punk y mucho 'me visto con lo más raro que tenga en el armario') y que las fachadas de los edificios, además de estar pintadas de colores diferentes, se caracterizan principalmente por las enormes figuras que cuelgan de ellas y que las decoran, desde zapatos hasta escorpiones y dragones pasando por siluetas de Elvis Presley o Marylin Monroe. Cultura alternativa elevada al máximo exponente. Te podía gustar más o menos, pero te quedabas impresionado sí o sí.
Muchas de las tiendas de la calle principal eran de souvenirs, así que entré en una de ellas para echar un vistazo a ver si encontraba algo que me gustara. Me fui directamente a la sección de camisetas, puesto que es lo que siempre me compro de recuerdo cuando voy de viaje, y había tantas y tan variadas que en seguida tuve claro que me iba a llevar algo de allí. Muchas de ellas eran las típicas que muestran algún dibujo o alguna frase graciosa, mientras que las demás eran algo más clásicas, que son las del tipo que yo buscaba. Me costó mucho decidirme por una de ellas, y no solamente por lo que tuvieran estampado, sino, una vez que había elegido el modelo, también por el color. El vendedor me lo puso algo más fácil porque me dijo que me lo dejaba por 15 libras en vez de 20 si me llevaba dos camisetas, así que me decanté por una azul oscuro que ponía 'London England' con la bandera británica y otra blanca con el logotipo del metro de Londres, ambas de la talla XXL, que muchas veces las XL me quedan un poco justas. Ahora el problema era que esta segunda camiseta no costaba originalmente 10 libras, sino 12, por lo que las dos camisetas saldrían por 18 libras en total. Ya pasaba de comerme tanto la cabeza y me compré esas dos.
Pepe estuvo conmigo casi todo el rato que pasé en la tienda, pero Jose y Miguel habían seguido por su cuenta, y, como no les encontraba, les llamé para preguntarles dónde se encontraban. Estaban al final de Camden High Street, donde está el muro metálico de las vías de tren que pasan por encima de la calle y en el que está pintado en grande 'CAMDEN LOCK', así que no teníamos pérdida alguna. Por el camino, me fijé en el resto de tiendas que había en la calle: para hacerte piercings y/o tatuajes, especializadas en ropa gótica, zapaterías deportivas, etc. Al poco de cruzar el puente del Regent's Canal, encontramos a Jose y Miguel, que nos estaban esperando. Ya era casi la una de la tarde, así pues nos dispusimos a echar una ojeada por los variados puestos de comida internacional que allí había, ya que podías elegir entre comer en un mexicano, en un italiano, en un marroquí o, principalmente, en un asiático, ya fuese chino, tailandés, indio... Mis tres amigos se fueron al mexicano para pedirse un burrito, mientras que yo me decanté por uno de los muchos chinos (mejor dicho, chinas) que insistentemente te ofrecían comida para probar, y me pedí un bol de arroz tres delicias con trozos de pollo rebozado que me costó tres libras y media creo recordar.
Salvo que tuvieras suerte de encontrar libre algún taburete para sentarte, tenías que comer de pie, como hicimos nosotros. A pesar de que me quedé satisfecho con lo que comí, estuve unos minutos pensando si acercarme a uno de los italianos que vendían unos trozos de pizza que tenían muy buena pinta, pero al final me conformé con el arroz (por cierto, en dos días había comido tantas veces en un chino como en el resto de mi vida). Cuando los cuatro terminamos de comer, nos dimos una vuelta por la zona, puesto que todavía teníamos más de una hora por delante para estar por allí según el horario que había planificado. Entramos en el Camden Lock Market, una plaza rodeada por edificios de piedra y plagada de tenderetes en los que se vende en su mayor parte ropa, abalorios y comida. Uno de dichos tenderetes preparaba platos típicos españoles, como por ejemplo paella valenciana, la cual tenía un muy buen aspecto, y tortilla de patatas, que, por el contrario, no entraba tanto por los ojos.
A continuación, cruzamos el Regent's Canal por un pequeño puente, al final del cual se encuentra un Starbucks en el que Pepe quiso entrar para pedirse un café para llevar. No sé por qué pero me dio por ver las dos camisetas que me había comprado, y comprobé que una de ellas no era exactamente la que yo quería. Había cogido una camiseta blanca con el logotipo del metro de Londres que pone 'UNDERGROUND' en su interior; sin embargo, la que yo pretendía comprar era la que rezaba 'MIND THE GAP', que, para el que no lo sepa, es lo que dicen por la megafonía del metro para avisar a los pasajeros de que tengan cuidado de no introducir el pie entre el vagón y el andén. Así pues, como Pepe estaba todavía esperando en la cola, me fui corriendo a la tienda a ver si me la podían cambiar. Una vez allí, busqué al vendedor que me atendió antes y, cuando le encontré, le expliqué lo que me había pasado, a lo que no me puso ninguna pega para coger la otra camiseta. Sólo tardé dos minutos y, de vuelta en el Starbucks, Pepe todavía seguía en la cola, aunque en seguida le sirvieron su café.
El cielo, al igual que por la mañana, se mantenía nublado, y prácticamente desde que llegamos a Camden Town estuvo chispeando con más o menos intensidad, aunque nunca nos hizo falta sacar los paraguas, no merecía la pena. Lo mismo hice con mi réflex, que basta que caiga una gota para que no dude en dejarla a resguardo en su mochila, así que Jose me dejó su cámara digital para hacer fotos, tanto a lo que teníamos a nuestro alrededor como a nosotros, como por ejemplo las que nos hicimos en uno de lugares más típicos de Camden Town, en el puente del Regent's Canal, donde se encuentra el edificio en cuya fachada se puede leer 'CAMDEN LOCK'. De allí, nos fuimos adonde estuvimos almorzando para seguir visitando esa parte del mercadillo; además de los puestos de comida, también había varios de ropa y música. La tienda más peculiar de las que había allí era una que se llama Horse Tunnel Market, que tiene varios caballos de bronce esculpidos en su entrada; en su interior, se exponían numerosas antigüedades, como muebles y libros, además de cuadros y láminas de calles y puntos turísticos de Londres más que reconocibles.
Después de pasar unos minutos en esta tienda, seguimos por las calles cubiertas de techos de cristal de esta parte del mercadillo curioseando por los puestos de ropa y de objetos de todo tipo. Tras hacer un alto en el camino para que mis amigos fueran al servicio, continuamos deambulando por allí hasta que sobre las dos y cuarto salimos al exterior. En principio, ya no había nada más que ver, pero yo echaba en falta una tienda que había salido en algunos de los reportajes que 'Callejeros Viajeros' le había dedicado a Camden Town. No podíamos irnos de allí sin conocer dicha tienda, y, por suerte, apenas tardé tres minutos en encontrarla tras acceder al Stables Market por su entrada principal. La tienda de ropa a la que me refería se llama Cyberdog y a los cuatro nos dejó completamente alucinados, boquiabiertos. No tengo imágenes del interior porque estaba prohibido hacer fotos o vídeos, así que conformaros con mi descripción: dj's pinchando música a todo volumen, gogós, luces de colores fosforescentes, la ropa y los complementos (algunos de ellos eróticos) más extraños que te puedas imaginar... Esta tienda de estética cyberpunk merecía ser visitada sí o sí.
14:30
Justamente a la hora en la que teníamos previsto salir de Camden Town, nos pusimos en marcha para seguir con nuestro plan. Tiramos por Chalk Farm Road y luego giramos a la izquierda por Adelaide Road para de nuevo desviarnos a la izquierda por Bridge Approach, donde tuvimos que pasar por un puente que cruza por encima de las vías de tren. Continuamos por Regents Park Road, la típica calle residencial inglesa con casas adosadas de colores claros y rodeadas de árboles y jardines particulares, muy del estilo del barrio de Notting Hill en el que estuvimos el día anterior. Cuando la calle comenzaba a dibujar una curva, llegamos a una esquina desde la que se podía acceder al parque de Primrose Hill. Subimos por uno de los senderos que hay trazados en el césped hasta que coronamos la colina desde la que se puede ver una panorámica de buena parte de Londres. Nosotros pudimos ver más bien poco, porque entre el nublado y la espesa niebla que cubría la ciudad apenas se lograba divisar la silueta de algunos rascacielos.
Estando allí arriba en la colina, Pepe nos ofreció a Jose, a Miguel y a mí un chicle, a lo que yo acepté gustoso el ofrecimiento, a pesar de que no suelo tomarlos nunca. En cuanto lo masqué un par de veces, comenzó a recorrerme un picor por la boca y la garganta que era casi inaguantable; de hecho, hizo que se me saltaran algunas lágrimas y que tosiera casi sin parar. No es que estuviera malo, pero se ve que no estaba preparado para un chicle mentolado tan fuerte, y mis tres amigos no dudaron en reírse un poco de mí y conmigo, que yo me lo tomé a broma por lo cómico de la situación. Ahora teníamos que continuar en busca de los estudios de música de Abbey Road, pero estábamos un poco desorientados, así que nos acercamos a un hombre que se encontraba cerca de nosotros jugando con su hijo para preguntarle cuál sería el camino más corto para ir hasta allí. Nos dijo que tendríamos que andar bastante, unos veinte o veinticinco minutos, y nos señaló la dirección que deberíamos seguir, aunque tampoco nos supo concretar con exactitud por qué calles tendríamos que tirar. Bajamos la colina para coger por Elsworthy Terrace y Elsworthy Road. Nos encontrábamos en un barrio residencial de viviendas unifamiliares por el que no pasaba ni un alma, y casi que coches tampoco, sólo árboles desnudos de hojas.
Llegamos a una intersección con Ave Road, una calle que tenía anotada en mi ruta para ir a Abbey Road, lo cual indicaba que no íbamos mal encaminados. Esta avenida, por más que caminábamos, parecía no tener fin, y la recorrimos entera porque no leíamos por ningún lado alguna indicación de los estudios de música que queríamos visitar. Poco a poco, las típicas casas inglesas de dos plantas rodeadas de jardines se iban transformando en bloques de pisos, al tiempo que por las aceras y el asfalto ya había cierta afluencia de gente y coches, respectivamente. Cuando nos topamos con el Regent's Park, giramos a la derecha por Prince Albert Road, ignorando que ya nos habíamos alejado más de la cuenta, como confirmamos al consultar un mapa de la red de autobuses en esta misma calle. Yo calculé a ojo que nos quedaría todavía cerca de veinte minutos de caminata, lo cual nos hizo plantearnos la posibilidad de coger un autobús, pero parecía que ninguno se dirigía a nuestro destino, así que continuamos andando. Enlazamos con Saint John's Wood Road, donde en seguida pasamos por uno de los laterales del Lord's Cricket Ground, un estadio que ubicaba perfectamente en el mapa de Londres que tenía en mi mente y que sabía que estaba muy cerca de los estudios de música. A continuación, giramos a la derecha por Grove End Road, y por fin, a las cuatro menos cinco de la tarde, llegamos a Abbey Road.
Tal y como me esperaba, el famoso paso de cebra que cruzan The Beatles en la carátula de su disco 'Abbey Road' estaba bastante concurrido, puesto que este punto se ha convertido ya en un destino turístico más de la ciudad de Londres, especialmente para los fans de la banda de Liverpool, como es mi caso. El grupo de chicos y chicas que allí había no paraba de hacerse fotos en cuanto dejaban de pasar los coches, así que tuvimos que esperar pacientemente unos minutos para imitar a John, Paul, George y Ringo. Le dimos la cámara de Jose a uno de los chavales del grupo de antes y cruzamos al otro lado de la acera; vimos que estaban a punto de llegar coches por ambos sentidos, así que tuvimos que hacernos la foto muy rápido y casi que forzando la postura de estar cruzando por el paso de peatones, como podéis apreciar en la imagen superior.
Después, regresamos a la acera donde se encuentran los estudios de grabación Abbey Road Studios, un pequeño edificio rodeado por un muro cuya pared está plagada de mensajes, firmas y dedicatorias dirigidos a los grupos que han grabado allí algunos de sus discos, pero especialmente al cuarteto de Liverpool. A continuación, nos acercamos a la primera parada de autobús de Grove End Road para coger el primero que pasase, y sólo tuvimos que esperar un par de minutos hasta que llegó uno de la línea 139. Subimos al piso superior y tomamos asiento, lo cual fue un alivio después de todo lo que habíamos caminado a lo largo del día. El autobús tiró por Grove End Road, Lisson Grove, giró a la izquierda por Rossmore Road y luego a la derecha por Park Road y Baker Street. Al pasar por esta última calle, vi que en la acera de enfrente estaba el 221B de Baker Street, es decir, la casa en la que supuestamente vivió el detective Sherlock Holmes, el conocido personaje literario creado por Arthur Conan Doyle, así que hicimos un alto para bajarnos allí.
Pepe y yo nos dirigimos al citado inmueble, mientras que Jose y Miguel se quedaron un poco rezagados paseando por la calle, pero nosotros dos nos detuvimos antes en una pequeña tienda de souvenirs dedicada única y exclusivamente a The Beatles situada a muy pocos metros del 221B de Baker Street. Al entrar, nos encontramos con un museo en miniatura de la mítica banda de Liverpool, puesto que allí te podías comprar camisetas de todos los colores y diseños, tazas, láminas, discos y cualquier otro objeto relacionado con el grupo o con alguno de sus integrantes. De nuevo en la calle, avanzamos unos metros hasta la casa-museo de Sherlock Holmes, en donde no entramos, ya que ni merecía la pena gastarse las seis libras que costaba la entrada ni teníamos mucho tiempo para entretenernos, por lo que nos conformamos con hacernos un par de fotos junto a la fachada; de todas formas, desde fuera se podía ver parte del interior del inmueble, cuyo aspecto trataba de simular con muebles y decoración del siglo XIX lo que en su día habría sido la estancia del famoso detective.
Volvimos a la parada de autobús donde nos habíamos bajado hace unos minutos para coger uno de la línea 82, y por el que apenas tuvimos que esperar un minuto, y es que la frecuencia a la que pasaban los autobuses era muy alta. He de reconocer que una de las cosas que más me sorprendió de Londres a lo largo del viaje fue su eficaz red de transporte, tanto la del metro como la del bus, y especialmente esta última, sobre todo si la comparo con la de otras ciudades que he visitado o, sin ir más lejos, con la de Málaga. Pues lo dicho, nos montamos en el autobús, el cual recorrió Baker Street, Portman Square y Orchard Street para luego girar a la derecha por Oxford Street, donde nos bajamos Jose, Miguel y yo, puesto que Pepe tenía que ir a su piso para hablar con el casero acerca del alquiler; así pues, aprovechamos para darle los diplomas que certificaban que habíamos subido hasta lo alto de The Monument, y yo también la bolsa con las dos camisetas que había comprado al mediodía para no ir cargando con ella el resto del día. Precisamente al bajarnos del autobús, nos topamos con una tienda de souvenirs en la que comprobé que las mismas camisetas que había comprado en Camden Town estaban allí algo más baratas, lo cual me sorprendió bastante teniendo en cuenta que esta tienda se encuentra en una de las calles más caras de Londres.
16:45
Acto seguido, cruzamos a una de las esquinas de Hyde Park, concretamente donde se erige el Marble Arch, un arco de mármol blanco y cuya apariencia externa recuerda mucho a la del Arco de Constantino de Roma, aunque el Marble Arch está mucho mejor conservado al haber sido construido hace menos de doscientos años. Luego, bajamos por la larga e interminable Park Lane, que bordea todo el lateral este de Hyde Park y que destaca por el lujo de sus edificios, por los hoteles de cinco estrellas y por los prohibitivos restaurantes que hay en ella, además de varios concesionarios de coches deportivos que captaron la atención de Jose y Miguel. Al final de Park Lane, llegamos a Piccadilly Arcade, una enorme rotonda en medio de la cual se halla el Welligton Arch; sin embargo, no veíamos la forma de acceder a ella. Tiramos por Piccadilly Street en paralelo con Green Park, pero cada vez nos íbamos alejando más y más sin poder cruzar por ningún lado, así que deshicimos nuestros pasos hasta Hyde Park Corner a esperar pacientemente a que el tráfico no fuese muy denso para cruzar a la rotonda, donde ya pudimos ver más de cerca el citado Welligton Arch. Este arco es algo más grande que el Marble Arch, pero tiene un parecido más cercano al de Arco del Triunfo de París; además, cuenta en su parte superior con una cuádriga de bronce que por lo visto es la mayor estatua de Europa esculpida en dicho metal.
A continuación, abandonamos la rotonda y continuamos con nuestro camino por Constitution Hill poco antes de las cinco y media de la tarde, hora a la que ya estaba atardeciendo; de hecho, ya empezaba a refrescar en un día en el que no pasamos demasiado frío. Al final de la citada calle, que en realidad es un camino asfaltado entre Buckingham Palace Gardens y Green Park, encontramos el Buckingham Palace, la residencia oficial de la reina Isabel II, quien no se encontraba en el interior del palacio, puesto que la bandera que ondeaba en ese momento era la del Reino Unido y no la oficial de la soberana. El palacio en su conjunto, tanto el edificio como la verja que lo rodea, me recordó al Palacio Real de Madrid, pues exteriormente son muy parecidos, aunque hay que decir que el de nuestra capital es bastante más grande y no tiene nada que envidiarle al Buckingham Palace, las cosas como son. Justo enfrente del palacio, se erige el Victoria Memorial, una escultura de mármol que, como su propio nombre indica, está dedicada a la reina Victoria, quien aparece representada en uno de sus laterales, mientras que una escultura de bronce que representa al ángel de la Victoria es la que corona este monumento.
Diez minutos más tarde, continuamos con nuestra ruta por Spur Road y Birdcage Walk, una larga calle que bordea a St James's Park y de la cual nos desviamos por Queen Anne's Gate para seguir por Broadway y desembocar en Victoria Street, justamente a la altura de la bocacalle que lleva hasta el piso de Pepe. Nos dirigimos hacia el McDonald's que se encuentra junto a Westminster Cathedral, ya que Jose y Miguel necesitaban ir al servicio. Luego, deshicimos nuestros pasos por Victoria Street para acercarnos a un Starbucks que había a pocos metros de allí, al tiempo que aproveché para llamar a Pepe, que precisamente estaba a punto de terminar de hablar con su casero, así que le dije que le esperaríamos en el Starbucks que está en Victoria Street. Una vez dentro, pillamos un par de asientos libres que había al fondo del local, en los que se sentaron ellos dos, mientras que yo salí a la calle por la puerta trasera para llamar a mis padres y contarles lo que habíamos hecho durante el día; además, le pregunté a mi padre cómo había quedado el Málaga contra el Villarreal, a lo que me dijo que había empatado a pocos minutos del final gracias a un gol de Sebas Fernández.
A los pocos minutos, sonó mi móvil. Era Pepe, que estaba en un Starbucks, pero no nos veía. Resulta que se había acercado a otro que hay en la misma Victoria Street y no en el nos encontrábamos nosotros, por lo que le dije que caminase hacia Victoria Station y que ya nos cruzaríamos, como así fue. Reunidos los cuatro de nuevo, tocaba decidir qué hacer ahora. Teniendo en cuenta que ya eran casi las siete de la tarde, tanteamos las distintas alternativas que teníamos para cenar, y rápidamente nos pusimos de acuerdo en que la mejor opción consistiría en ir a un típico pub inglés en el que tomar el famoso fish & chips. Pepe nos comentó que en la zona de Leicester Square hay varios restaurantes de este tipo, así que nos acercamos a la estación de metro más cercana, la de St James's Park, para coger la District Line y bajarnos en Embankment, donde hicimos transbordo con la Northern Line, la cual nos dejó en la parada de Leicester Square a eso de las siete y cuarto de la tarde, aunque en realidad ya era de noche.
19:15
Como bien dijo Pepe, si queríamos cenar un fish & chips, aquí íbamos a tener donde elegir, puesto que estuvimos unos diez minutos tanteando la zona y en ella encontramos como cuatro o cinco pubs que anunciaban a través de carteles y pizarras el famoso plato a 8'45 libras. Sí, todos al mismo precio, lo cual daba la impresión de que habían hecho un pacto de no agresión o no competencia. Entramos en uno de ellos, pero, como estaba lleno, nos fuimos a otro en el que ya había estado Pepe con anterioridad, The Brewmaster, en Cranbourn Street casi haciendo esquina con Charing Cross Road. Éste también tenía todas sus mesas ocupadas, y las del piso de arriba también, pero ya no íbamos a probar en otro restaurante, por lo que le dijimos al camarero que nos asignara una mesa para cuatro en cuanto una se quedase libre, para lo cual sólo tuvimos que esperar cinco o diez minutos. Una vez sentados, nos acercamos a la barra para pedirnos el fish & chips y la bebida: Jose, una Cocacola; Miguel y Pepe, cerveza; y yo, agua.
Justamente a las ocho nos trajeron la cena. El plato consistía en un lomo de bacalao rebozado con una guarnición de patatas fritas, guisantes y un pequeño cuenco con salsa tártara. Tener tenía buena pinta, y estar estaba bueno, aunque hay que recalcar que es un rollo tener que estar pendiente de no llevarte a la boca ninguna espina, sobre todo yo, que soy bastante manazas a la hora de despiezar el pescado. En cualquier caso, obviando este detalle, el pescaíto frito de Málaga y el bocadillo de calamares de Madrid están mucho más buenos que el fish & chips inglés. Por algo será que la comida británica no tiene tanta fama como la española. A eso de las ocho y media ya habíamos terminado de cenar, pero estábamos muy cansados de todo el trajín del día, así que nos quedamos allí sentados un largo rato, durante el cual estuvimos rememorando experiencias y momentos vividos en los viajes que habíamos compartido hasta entonces: Barcelona, adonde solamente fuimos Jose, Miguel y yo; Valencia, el primero que hicimos los cuatro juntos; Roma, en el que también estuvimos acompañados por Jesús y Sebas, dos compañeros míos de la universidad; y Madrid, adonde fui yo solo a visitar a Pepe en su último año de carrera.
A las nueve y veinte, decidimos ponernos en pie para hacer las últimas visitas del día. Cogimos por Cranbourn Street, Leicester Square, Swiss Court y Coventry Street para llegar a Piccadilly Circus, probablemente el sitio en el que más veces estuvimos a lo largo del viaje. El día anterior, apenas permanecimos un par de minutos en esta céntrica plaza debido a que estaba chispeando; así pues, hoy, que hacía buen tiempo, teníamos que aprovechar y hacernos fotos y más fotos cada uno por separado, que los cuatro juntos ya nos la habíamos hecho. Y no valía hacerlas de cualquier forma, sino tomarlas justamente cuando los neones estuviesen iluminados, que si no la foto pierde toda su gracia. Estuvimos tanto tiempo liados con las fotos (que si nos la hacíamos aquí o allá, que si házmela más cerca...) que unas cinco o seis chicas que estaban sentadas en la pequeña escalinata del Shaftesbury Memorial parecían estar riéndose de nosotros, aunque en parte nosotros también nos lo tomábamos un poco a guasa. Esta fuente, erigida para recordar al político Lord Shaftesbury, se caracteriza principalmente por la estatua de aluminio que la corona y que representa a un ángel portando un arco, por lo cual ha sido comúnmente asociado al personaje de Eros, aunque parece ser que en realidad el representado es su hermano gemelo, Anteros.
Ya eran casi las diez de la noche, y, entre mis planes, estaba volver a la City y a Tower Bridge, pero Jose y Miguel no tenían ganas de dar más vueltas, así que, como a Pepe no le importaba acompañarme, iríamos solamente nosotros dos. Antes de separarnos, teníamos que ponernos de acuerdo sobre dónde y cuándo quedaríamos mañana los cuatro, puesto que Jose y Miguel tenían pensado ir al estadio del Arsenal, mientras que Pepe y yo visitaríamos el National History Museum. La mejor opción era reunirnos para almorzar, por lo que acordamos vernos a la una y media de la tarde justamente donde nos encontrábamos ahora, en Piccadilly Circus. A continuación, los cuatro bajamos por la boca de metro que hay en la plaza para que Jose y Miguel cogieran la Piccadilly Line y la Victoria Line para ir al hostal, y nosotros la Bakerloo Line, que nos dejaría en Embankment para poder hacer transbordo con la Circle Line, de la cual nos bajaríamos finalmente en la parada de Tower Hill poco antes de las diez y veinte.
22:20
Nada más salir al exterior, nos topamos con la parte trasera del Tower of London, el castillo medieval que ya habíamos visto esta misma mañana y que ahora se nos mostraba iluminado, al igual que Tower Bridge, que en realidad era el principal motivo por el que quería acercarme ahora de noche, ya que las fotos saldrían mucho mejor que por la mañana, cuando estuvo nublado. Mi intención era acceder al camino que separa al castillo del río Támesis, pero el acceso estaba cortado, así que la única opción que nos quedaba era ir a la otra orilla, para lo cual tendríamos que atravesar el puente. Cogimos por Tower Hill y luego enfilamos por Tower Bridge Approach para continuar por la acera de Tower Bridge que da a London Bridge. Cuando empezábamos a bordear la primera de las dos torres del puente, nos vimos obligados a dar media vuelta debido a que el camino estaba cortado por obras, cosa que podríamos haber evitado si nos hubiésemos dado cuenta de que había un señal a la entrada de Tower Bridge que informaba de ello. Así pues, cruzamos a la otra acera para por fin atravesar el puente, lo cual nos llevó cinco minutos, y es que, como ya he comentado alguna vez en el relato del viaje, el Támesis es bastante ancho.
Tras llegar al final del puente, cruzamos a la acera de enfrente para bordear el río hasta situarnos a la altura del moderno edificio del Ayuntamiento de Londres. Desde allí, la postal que teníamos ante nosotros de Tower Bridge era magnífica, y no solamente del famoso puente, sino también de Tower of London y de los rascacielos de la City, de entre los que se reconocía muy fácilmente la silueta del 30 St Mary Axe. Al estar iluminados, se reflejaban en las aguas del Támesis, así que aproveché para tomar varias fotos de tan bellas estampas. Luego, el turno de las fotos fue para nosotros: primero le hice una a Pepe con Tower Bridge de fondo, otra con el Tower of London y otra con la City, y luego él me las hizo a mí. A las once, reanudamos la marcha y atravesamos de nuevo el puente para volver a la parada de metro de Tower Hill. Me hubiera gustado adentrarme en la City para ver los rascacielos iluminados más de cerca, pero era ya un poco tarde y a la mañana siguiente nos tendríamos que levantar temprano.
Como iba diciendo, en Tower Hill tomamos la District Line. Tanto en el convoy en el que nos montamos como en las estaciones en las que íbamos parando había poca gente, nada que ver con las aglomeraciones del resto del día, lo cual se agradecía porque te podías sentar. Sobre las once y media, nos bajamos en la parada de St James's Park, la más cercana al piso de Pepe, pues para llegar hasta allí únicamente teníamos que tirar por Broadway y Strutton Ground. Al igual que la noche anterior, Pepe encendió la tele de su habitación para ponerse al tanto de la actualidad, aunque esta vez me dejó a mí el portátil de primeras. Tras echarle un vistazo al correo electrónico, al Reader y al blog, me metí en la web del periódico Marca para ver el vídeo resumen del partido del Málaga, pero me quedé con las ganas porque no me permitía visionarlo por ser una IP extranjera, así que me tuve que conformar con leer la crónica; tras ello, le cedí el sitio a Pepe para que terminase unos asuntos que tenía pendientes. Pasadas las doce de la noche, nos acostamos no sin antes activar las alarmas para despertarnos a buena hora al día siguiente, el cual ya sería el último que pasaría por completo en Londres.
Por lo que veo, el viaje fue corto, pero bien aprovechado.
ResponderEliminarEfectivamente, a pesar de mis dudas de la entrada anterior, estuvisteis en "Tierra Santa", de lo cual me alegro, y también en la casa-museo de Sherlock Holmes, bueno, y en cuarenta mil sitios más... que envidia, jajajaja.
Y aparte de eso, seguro que te quedaron ganas de volver para ver el resto de maravillas que te dejaste atrás, o para repetir en algunas de ellas. Londres es una ciudad que merece la pena conocer (como tantas otras, por supuesto).
Bueno, lo dicho, que aparte de la envidia (sana), me alegro por ti, de que hayas hecho ese viaje tan instructivo.
Saludos.
En las fotos se ve lo mucho que nos acompañó el tiempo jaja. Pobre Rafa. Aunque poco, el sol también sale aquí de vez en cuando.
ResponderEliminarUn saludo.
Rojo Merlin: no fue ni corto ni largo. Llegamos un viernes de noche casi madrugada y nos volvimos el martes a la hora de comer. Todavía queda por relatar un día y medio del viaje, así que ya verás que estuvo más aprovechado todavía :D
ResponderEliminarHay que ser paciente. Estuvimos en tu templo sagrado ;)
Me dejé varias cosas sin ver porque no había tiempo para más. Así tengo una excusa para volver en el futuro, tanto para cosas nuevas como ya vistas.
Pepe Soldado: yo me quejé mucho del tiempo, que siempre estuvo nublado, pero al menos no nos llovió tanto como esperaba. Dejémoslo en un aprobado :P
Gracias por vuestros comentarios ;)