Lunes, 21 de febrero de 2011
8:30
La alarma del móvil de Pepe comenzó a sonar a la misma hora que los dos días precedentes con una melodía que para mí ya era totalmente reconocible, la cual implicaba en primer lugar que segundos más tarde sería el turno de la de mi móvil, y, en segundo lugar, que el tiempo para dormir tocaba a su fin para dar paso a un nuevo día para seguir conociendo Londres. Pepe fue el primero en levantarse para ir al baño a ducharse, mientras que yo me mantuve en la cama aprovechando los últimos minutos de descanso. Los cristales de la ventana de la habitación, para variar, estaban mojados; no obstante, daba la impresión de que se debía a la humedad del ambiente y no a que hubiese llovido a lo largo de la noche. El cielo, a pesar de amanecer nublado, no parecía que fuese a traer consigo fuertes precipitaciones, tal y como afirmaban los pronósticos meteorológicos que había consultado antes del viaje, sino que si acaso caería alguna que otra lluvia tímida.
Al rato, Pepe me dejó el baño libre para poder asearme, tras lo cual volví a la habitación para ponerme las gafas no sin antes cruzarme en el minúsculo pasillo del piso con la gata Venus. Ya en la cocina, me senté a desayunar junto a Pepe, que acababa de empezar mientras escuchaba la BBC por la radio. Esta vez, repetí tal cual el desayuno de la jornada anterior, puesto que primero me tosté tres rebanadas de pan de molde para untarles mantequilla, luego me comí un muffin de chocolate, y, por último, me tomé un vaso de leche con Nesquik, que más bien parecía agua marrón. En mitad del desayuno, tuve por fin la oportunidad de conocer a Mark, el casero de Pepe, quien nos presentó. La conversación que tuvimos fue trivial, un simple "¡Hola! Encantado de conocerte", pero tengo que reconocer que, aun siendo un saludo tan cotidiano, me costó entenderle. Su acento era muy cerrado, tal y como me había advertido mi amigo días atrás, y es que incluso él en sus primeras semanas en el piso tuvo dificultades para tener un diálogo medianamente fluido con Mark. Yo no sé si es que me lo notó en la cara, pero, minutos más tarde, cuando nos quedamos solos en la cocina después de que Pepe terminase de desayunar, me preguntó si entendía su inglés, a lo que le contesté que "más o menos".
Aquel día me tocó a mí fregar los platos, vasos y cubiertos que habíamos utilizado en el desayuno, así que de nuevo tuve que soportar el cortante frío del agua que salía del grifo, tal y como me ocurrió el sábado. Pepe se encontraba en su habitación con el portátil ultimando unos archivos y aplicaciones que tenía que enviar por correo electrónico a una empresa para poder aspirar a conseguir un empleo. Como veis, no teníamos excesiva prisa, ya que no nos reuniríamos con Jose y Miguel hasta la hora de almorzar, pues ellos tenían pensado ir por la mañana al estadio del Arsenal y nosotros dos al Natural History Museum. Después fui yo el que se adueñó del ordenador para consultar las últimas predicciones del tiempo: sin apenas lluvia durante toda la jornada a excepción de por la noche, cuando habría altas probabilidades de chubascos. Teniendo en cuenta esta previsión, y como yo iba a ir cargado con la mochila de la cámara de fotos, decidimos que solamente nos llevaríamos el paraguas de Pepe. Me abrigué exactamente igual que hasta entonces, es decir, con una camiseta de manga corta, un polo de manga larga y el chaquetón, y es que, aunque en Londres hacía frío, no era tan excesivo como me lo habían pintado. Aprovisionados de nuestras cámaras y de la hoja de ruta, salimos a la calle poco antes de las diez de la mañana en dirección a la estación de metro de St James's Park, para lo cual tiramos por Great Peter Street, giramos por Strutton Ground y, tras cruzar Victoria Street, continuamos por Broadway.
10:05
Lo primero que hicimos al llegar allí fue adquirir por 6'60 libras la Travelcard off-peak de las zonas 1 y 2, que nos permitiría utilizar el transporte público todas las veces que quisiéramos a lo largo del día. Tras ello, accedimos al andén a la espera de que pasase un convoy, ya fuera de la Circle o de la District Line, puesto que ambas líneas comparten el mismo camino y las mismas paradas hasta la de South Kensington, que fue en la que nos bajamos. A continuación, entramos en un pasadizo subterráneo bastante ancho y, sobre todo, muy largo, tanto que tardamos como cinco o seis minutos en salir al exterior por la confluencia de Exhibition Road con Cromwell Road. En el trayecto, me quedé realmente sorprendido por la gran cantidad de niños que había en el túnel y que también se dirigía como nosotros al Natural History Museum. Por lo visto, ese lunes era festivo en los colegios, tal y como me confirmó Pepe, y resulta que los padres de estos chavales no tuvieron una mejor idea que llevarles a un museo. ¡Chapó!
Ya en la calle, accedimos al recinto del museo para hacer cola a la entrada. El edificio que teníamos ante nosotros era enorme, y su fachada no se parecía a ninguna de las que había visto hasta entonces, pues estaba decorado en terracota y siguiendo el estilo victoriano típico de Inglaterra. Apenas tuvimos que esperar unos cinco minutos para entrar, tiempo que los guías del museo aprovechaban para ofrecer libros tanto para adultos como para niños acerca del Natural History Museum por un módico precio. Una vez dentro, nos topamos en el Central Hall con el esqueleto de un Diplodocus carnegiei a tamaño natural, unos 26 metros de largo para ser exactos. Comenzamos nuestra visita por la denominada Zona Azul, concretamente por la Galería de los dinosaurios, donde fuimos recibidos por otro esqueleto, esta vez el de un Triceratops. Ya en la galería propiamente dicha, nos subimos a una pasarela elevada para observar la exposición desde arriba y casi poder tocar los cráneos de los muchos esqueletos que allí había.
A continuación, pasamos a una habitación casi a oscuras anexa en la que nos topamos con el modelo animatrónico de un Tyrannosaurus Rex muy conseguido: el cuerpo, los movimientos, el rugido, etc. La verdad es que daría bastante miedo encontrarse frente a frente con un T. Rex si realmente existieran en la actualidad; según decían en 'Parque Jurásico', tendríamos que quedarnos totalmente quietos, pero yo sería el primero que echaría a correr despavorido. Al salir de esta habitación, vimos otros dos modelos animatrónicos, esta vez de sendos Velocirraptors, o al menos eran muy similares a los de la citada película. Por último, contemplamos un par de nidos de dinosaurios con varios huevos, algunos de ellos ya rotos por las crías recién nacidas, y, además de los esqueletos que comenté antes (el de un Camarasaurus, el de un Tyrannosaurus Rex...), otro de un Edmontosaurus, el cual se mostraba semienterrado tal y como se obtiene de una excavación.
De allí, pasamos a la Galería de los mamíferos, la cual constaba de dos partes. La primera se componía de un pasillo con vitrinas a través de las cuales se podía observar varios animales a tamaño natural, como un guepardo, un león, un oso polar, un murciélago o un ornitorrinco. Si aquí me quedé sorprendido por el realismo de estos animales, más que asombrado me quedé cuando accedimos a la gigante sala que alberga la segunda parte de esta galería. Era alucinante. Delante de mí tenía a muchos más mamíferos, más grandes o más pequeños, pero especialmente sobresalía uno de ellos: una enorme ballena azul que colgaba del techo y prácticamente cubría el largo de la sala. Tanto la ballena como el resto de animales expuestos (una jirafa, un ciervo, un hipopótamo, elefantes, rinocerontes, orcas, belugas...) parecían de verdad, sobre todo por el realismo de la piel y el cuerpo de éstos. Seguidamente, continuamos por la Galería de los invertebrados marinos, donde lo más destacable era la vitrina de las conchas de los gasterópodos, y luego por la de los peces, anfibios y reptiles. En esta galería, pudimos ver un dragón de Komodo, y los esqueletos de un cocodrilo y de una pitón, entre otros elementos.
La siguiente parte que teníamos que visitar era la Zona Naranja, cuya principal atracción es el Darwin Centre, una especie de huevo gigante en cuyo interior se exponen plantas e insectos, pero Pepe ya había estado aquí antes y me dijo que no merecía mucho la pena, por lo que la descartamos por completo. Así pues, tras cruzar por el Central Hall, nos dirigimos a la Zona Verde del Natural History Museum.
11:20
La primera galería en la que entramos fue la de los bichos. En ella, contemplamos las diferentes fases que experimenta una mariposa antes de convertirse en tal, y también la parte dedicada a las arañas, escorpiones y otros arácnidos. En ese instante, empezó a sonar mi móvil. Era Jose, que me llamaba para decirme que habían ido al estadio del Arsenal, pero que no habían podido visitarlo porque solamente había un turno que daba comienzo a primera hora de la mañana; no obstante, sí habían comprado las entradas para el día siguiente. A pesar de este imprevisto, le dije que manteníamos la hora y el sitio en el que habíamos quedado y que mientras tanto callejeasen por Londres, porque a nosotros dos todavía nos quedaba bastante museo por ver. Después de colgarle, Pepe y yo nos adentramos en un termitero, que, por encima del suelo, suele medir unos cinco o seis metros de alto, pero su profundidad puede llegar a ser de varias decenas. Seguimos con la Galería de los fósiles de reptiles marinos, en la que básicamente se exponían algunos esqueletos fosilizados de ictiosaurios y plesiosaurios, ejemplares ya extinguidos. Luego, pasamos a la Galería de las aves, la cual, al igual que la de los mamíferos, me dejó maravillado por el realismo de los animales representados, sobre todo por las plumas y el colorido de éstas: halcones, águilas imperiales, faisanes, pavos reales, avestruces, patos, pingüinos, loros, tucanes, etc. Yo supongo que todos o casi todos los animales del museo estarán disecados, pero aún así tiene mérito lo bien que están hechos.
Ya solamente nos quedaba la Zona Roja, la más grande de las cuatro. En primer lugar, accedimos a una sala en la que únicamente había una bola de metal de unos tres o cuatro metros de diámetro sobre la cual estaban esculpidos en relieve los continentes de La Tierra, además de las cadenas montañosas más notables. A continuación, pasamos a una galería denominada 'La Tierra hoy y mañana', que estaba enfocado especialmente al cuidado de nuestro planeta en lo que respecta al reciclado, a la correcta gestión de los elementos que en ella se encuentran para afectar lo menos posible al medio ambiente y a las bondades de las fuentes de energía renovables. En Visiones de La Tierra, nos topamos con varias esculturas mitológicas que supuse estaban relacionadas con la astronomía, ya que junto a ellas también había una de un astronauta y, además, en las paredes aparecían dibujados los planetas, sus órbitas y algunas de las más conocidas constelaciones. Entre ambas paredes, se situaba una gran esfera metálica hecha como con parches de metal que era atravesada por unas escaleras mecánicas que daban acceso a las plantas superiores. Y eso hicimos.
Una vez que llegamos a la segunda planta, visitamos primero la galería denominada 'The Power Within', que yo traduciría como 'Las Fuerzas Internas', y es que en ella se mostraban los efectos y las consecuencias de los seísmos y de las erupciones de los volcanes. Lo que más me impresionó fue el simulador de un terremoto, el cual estaba ambientado en el interior de un supermercado japonés, de cuyos estantes se caían los productos en cuanto empezaban las sacudidas del suelo. Quién nos iba a decir que, apenas unos días más tarde, Japón sufriría un seísmo tan devastador, y aquí también en España, concretamente en Lorca.
Bajamos a la primera planta para dar justamente adonde uno se puede asomar a la sala en la que se encuentran las estatuas y la gran esfera. Allí descansamos unos minutos antes de continuar, puesto que casi no habíamos parado desde que entramos en el museo. Seguimos con la visita por la Galería 'Desde el principio', un completo recorrido por los orígenes del Universo, desde el Big Bang hasta la formación de los planetas y del Sistema Solar, y también los de La Tierra, haciendo especial hincapié en las diversas criaturas que la han habitado desde hace ya varios millones de años. Luego entramos en el Laboratorio de La Tierra, una sala compuesta de varias vitrinas en las cuales aparecen expuestos numerosos fósiles (principalmente de ammonites y belemnites), rocas y minerales. Aquí, el Hermano Eliseo, mi profesor de Geología en el colegio, hubiera disfrutado como un niño. Después, volvimos a la Central Hall, que estaba repleta de gente, concretamente a la escalinata presidida por una estatua de mármol de Charles Darwin, el famoso naturalista inglés que introdujo el concepto de selección natural y la teoría del evolucionismo. No podíamos irnos de allí sin hacernos una foto con uno de los científicos más importantes de la historia, así que primero me la hizo Pepe y luego yo a él.
Todavía nos quedaban cosas por ver del museo. Al final de la citada escalinata, en la primera planta del Central Hall, vimos la Galería 'Nuestro lugar en la evolución', que, como su propio nombre indica, muestra cómo ha ido evolucionando el ser humano desde que era un simio hasta hoy, pasando por el Australopithecus, el Homo Erectus o el Neanderthal. Cruzamos por la parte superior del Central Hall, donde se encuentra la sección del tronco de una secuoya de más de 1.300 años de antigüedad, y, ya por último, terminamos con la Galería de los primates. En ella, pudimos comprobar el gran parecido que compartimos con ellos, tanto en la apariencia exterior como en nuestros esqueletos. Tras pasar de nuevo junto a la estatua de Darwin, volvimos al Central Hall para abandonar el Natural History Museum. Por cierto, no puedo olvidarme de decir tres cosas. La primera: qué gusto daba ver el museo lleno de niños con una sonrisa y una felicidad que no les cabía en la cara. La segunda: al igual que el British Museum, éste también es gratuito. Y la tercera: merece mucho la pena pasar un día entero en el Natural History Museum. Un lujazo.
12:30
Nuestro siguiente destino era el Royal Albert Hall, así que cogimos por Cromwell Road y luego giramos a la izquierda para subir por Exhibition Road. Justo después de la fachada del edificio del Natural History Museum se encontraba la del Science Museum, que era el que yo tenía pensado visitar, pero Pepe me comentó que el otro era mejor. En cualquier caso, la próxima vez que vuelva a Londres y pase allí varios días tengo muy claro que un servidor se va a empapar de ciencia y de historia natural hasta que me echen de los dos museos. Cuando ya habíamos recorrido la mitad de la calle, nos topamos con unas obras que nos obligaron a ir zigzagueando de una acera a otra y a tener que esperar nuestro turno cuando les tocaba a los coches. No fue hasta la una menos diez cuando llegamos a Kensington Gore a la altura del Royal Albert Hall, el teatro más importante de la ciudad. Caracterizado por su planta circular, en él no solamente se han representado obras de teatro, sino también conciertos de música clásica e incluso de pop y rock, como grupos y cantantes de la talla de The Who, Robbie Williams, The Beatles o Elton John, por citar a algunos.
Cruzamos a la acera de enfrente para entrar en Hyde Park, concretamente donde se erige el Albert Memorial, el cual, al igual que el citado teatro, fue construido en memoria del esposo de la reina Victoria I del Reino Unido, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha. En ese instante, llamaron al móvil a Pepe de una empresa, así que se adentró en una parte del parque en la que había menos gente para hablar mejor, mientras que yo me quedé haciendo fotos al Albert Memorial. Este monumento era un poco raro, en el sentido de que no había visto antes ninguno parecido, pues la estatua del príncipe se sitúa en el interior de una especie de torre hueca muy similar a un baldaquino, pero profusamente decorada con un reconocible estilo neogótico. Lo más destacable de este monumento sea probablemente la increíble cantidad de elementos alegóricos que forman parte de él, representados sobre todo a través de esculturas y mosaicos, a saber: pilares y nichos que simbolizan las artes y las ciencias (Retórica, Medicina, Filosofía, Astronomía, Geometría...), estatuas que encarnan las virtudes (Fe, Esperanza, Justicia, Prudencia...), un friso cuadrangular en el que aparecen músicos, escultores, arquitectos, pintores y poetas (Mozart, Miguel Ángel, Bramante, Rembrandt, Cervantes...), grupos escultóricos que representan los cuatro grandes continentes (Europa, Asia, África y América) con animales y figuras etnográficas, etc.
Pepe terminó por fin de hablar después de varios minutos, y, tras echarle un vistazo al Albert Memorial por los cuatro costados, nos hicimos unas cuantas fotos tanto con este monumento como con el Royal Albert Hall. Ya era casi la una y diez, es decir, hora de ir en busca de la estación de metro de South Kensington para dirigirnos al centro de Londres. Tiramos por Exhibition Road, donde de nuevo tuvimos que sortear las obras que se estaban llevando a cabo en la calle, y, al final de ésta, nos metimos por la misma boca de metro por la que habíamos salido por la mañana para ir al museo. Allí esperamos a que pasara un convoy de la Piccadilly Line, la cual nos llevaría precisamente hasta la parada de Piccadilly Circus, adonde llegamos a eso de las dos menos veinte, diez minutos más tarde de lo que habíamos acordado con Jose y Miguel. Ya en la plaza, como no les veíamos, les llamamos al móvil, pero resulta que se encontraban a apenas unos metros de nosotros dos. Aproveché que estábamos visitando Piccadilly Circus de día para hacer algunas fotos con luz natural (con el sol oculto en el nublado cielo londinense, para variar), tanto de los neones como del ángel que corona el Shaftesbury Memorial. En esto, se nos acercó un grupo de unos diez o doce argentinos que nos pidió que les inmortalizáramos en esta popular plaza, a lo que nos ofrecimos gustosamente.
Ya iba siendo hora de almorzar. Al planificar el viaje, me había preocupado de buscar en Internet sitios en los que comer por un precio razonable, y uno de ellos era el Pizza Hut, ya que al mediodía ofertaba un buffet de pasta, pizza y ensalada por 6'99 libras hasta las tres de la tarde. El motivo por el que habíamos dicho de reunirnos en Piccadilly era porque precisamente uno de sus locales se encuentra en una de las calles que parten de allí, en Regent Street, así que no dudamos en cruzar y entrar en el Pizza Hut.
13:50
Nos recibió una camarera de rasgos asiáticos que nos asignó una mesa con taburetes, y, casi en seguida, vino otra que sí parecía inglesa para preguntarnos si queríamos el buffet, a lo que los cuatro le dijimos que sí, y qué bebidas íbamos a tomar: un Tango de naranja (el equivalente a la Fanta en Inglaterra) para Pepe y Pepsi para mí, Jose y Miguel. Cuando nos trajo los refrescos, la camarera nos indicó que ya podíamos empezar a servirnos la comida y también que los vasos los podíamos rellenar de bebida tantas veces como quisiéramos sin coste adicional. Total, que nos acercamos a los mostradores del buffet, donde, como he comentado antes, podíamos elegir entre varios tipos de pasta, pizza y ensalada. Yo me serví en primer lugar un plato de macarrones con salsa boloñesa, tras lo cual volví a la zona de las pizzas para coger un trozo de las pocas que había en ese momento, margarita y jamón si no recuerdo mal. Para ser un buffet, la comida estaba buena, aunque sin llegar a poder decir que estaba deliciosa, sobre todo si tenemos en cuenta el nivel y la calidad de la mejor pasta y la mejor pizza que he probado en mis dos viajes a Italia. Continué con una ensalada de pasta para luego dedicarme exclusivamente a estar atento a cada pizza nueva que ponían (de jamón, pepperoni, barbacoa, hawaiana...) y pillar un trozo.
La camarera que nos tomó nota se acercó varias veces a nuestra mesa para rellenar nuestros vasos cuando estaban casi vacíos y también para interesarse por si nos estaba gustando la comida. La verdad es que la chica estuvo muy simpática con nosotros el tiempo que estuvimos allí. Tras la segunda ronda de pizzas, decidí acabar con un último plato de ensalada de pasta, del cual dejé un poco porque no podía más, tenía el estómago completamente lleno. Avisamos a la camarera para que nos trajera la cuenta, que, por cierto, estaba decorada con dibujos y frases de Amy, que era su nombre según se deducía de lo que nos había escrito. Lo dicho, que la chica se curró el que le diéramos las gracias. Las cuentas estaban claras: 6'99 libras del buffet más 2'10 de la bebida, en total 9'09 libras que redondeamos hasta las 9'50 para la propina. Nos quedamos allí sentados unos minutos para reposar un poco, tanto por todo lo que acabábamos de comer como por lo que todavía nos quedaba de andar a lo largo de la tarde y la noche, y, pasadas ya las tres, cuando dijimos de partir, le pedimos a Amy que nos hiciera una foto a los cuatro.
Nuestro siguiente destino era el Royal Greenwich Observatory, que se encuentra en la otra punta de Londres, y para llegar hasta allí lo más rápido posible tendríamos que usar varias veces el metro. El primero lo cogimos en el mismo Piccadilly Circus, concretamente la Bakerloo Line, para bajarnos en la parada de Waterloo a las tres y veinticinco. Una vez allí, tuvimos que descender varios metros por una rampa mecánica que parecía no tener fin para ir al andén de la Jubilee Line, el cual no se parecía a ninguno de los otros en los que habíamos estado estos días, puesto que una pantalla acristalada separaba el propio andén de las vías para evitar accidentes. Nos bajamos de esta línea de metro en la parada de Canary Wharf a eso de las cuatro menos cuarto. Una vez en el interior de la estación, no sabíamos dónde se cogía el DLR para ir a Greenwich, ni siquiera guiándonos por los paneles. Subimos por unas escaleras mecánicas que daban a la calle y allí ya vimos una indicación acerca de la estación del DLR. Antes de continuar, nos quedamos unos minutos viendo los rascacielos de esta zona financiera de Londres, muy del estilo de la City que visitamos el domingo, pero aquí sí que vimos a hombres de negocios ir de un lado para otro, ya que todavía eran horas de estar trabajando.
Callejeando entre los edificios, logramos encontrar la estación por la que pasa el DLR, pero allí también nos costó un poco dar con el andén correcto; al final, tras tantear varios andenes, encontramos el que buscábamos. El DLR (Docklands Light Railway) no se puede considerar como una línea de metro más, pues los vagones son totalmente distintos y, además, no tienen conductor, sino que se desplazan controlados por un ordenador; a pesar de ello, la Travelcard que adquirimos por la mañana también se podía usar para el DLR. El trayecto fue casi siempre al nivel de la calle, excepto cuando pasamos por algún que otro pequeño túnel y cuando cruzamos por debajo del Támesis. Nos bajamos precisamente en la primera parada que hay después del río, en la de Cutty Sark for Maritime Greenwich.
16:25
Al salir de la estación del DLR, nos encontramos con algo más parecido a un pueblo que a un barrio de Londres, que eso es lo que es Greenwich; por cierto, no se pronuncia 'gringüich', sino 'grinich', o algo así. Fuimos en busca del Royal Greenwich Observatory, para lo cual cogimos por College Approach. Al final de esta calle, nos topamos con una verja abierta que daba acceso a una especie de senderos y jardines con varios edificios que no resultó ser lo que queríamos visitar, sino la University of Greenwich. Total, que salimos de allí y continuamos con nuestra caminata, aunque antes advertimos que a nuestra izquierda teníamos un embarcadero donde se podía coger un barco por el Támesis, por lo que se nos presentaba una nueva opción para volver después al centro. Tiramos por King William Walk, y, en la esquina con Romney Road, nos volvimos a parar para consultar un poste que indicaba qué dirección hay que seguir para dirigirse a otras calles y puntos de interés de la zona, lo cual nos sirvió para ubicarnos del todo. Seguimos por King William Walk hasta que por fin llegamos al Greenwich Park, que me acabó de situar por completo en el mapa que tenía grabado en mi cabeza.
Empezamos a subir la colina por The Ave para luego desviarnos por un sendero a nuestra izquierda y adentrarnos ya en el parque. Tras una empinada cuesta final, coronamos la colina en la que se halla el Royal Greenwich Observatory. Tal y como me esperaba, el observatorio estaba lleno de gente, tanto de londinenses como de turistas como nosotros, y esto hizo que hacerse una foto en el Meridiano de Greenwich que está marcado en el suelo fuera imposible en ese momento. Mientras tanto, nos asomamos al mirador, desde donde se podía divisar la parte este de la ciudad y, a pesar de la neblina, distinguir algunos edificios, como los de la University of Greenwich, los rascacielos de Canary Wharf o el Millennium Dome. En cuanto vimos que el Meridiano de Greenwich se quedó libre, aprovechamos para inmortalizar nuestra visita poniendo un pie a cada lado de la línea divisoria, en la que también aparecen los nombres de las capitales y ciudades más importantes del mundo junto con su longitud este u oeste, según su ubicación. Cuando apenas quedaban dos o tres minutos para las cinco de la tarde, el personal del Royal Greenwich Observatory comenzó a avisar a todos los que allí nos encontrábamos que el horario de visitas ya había concluido. Si hubiéramos llegado quince o veinte minutos más tarde, ni observatorio ni meridiano ni nada.
Bajamos por el Greenwich Park y, mientras tanto, departimos sobre cómo volver al centro, si con la combinación metro-DLR o en barco. La verdad es que no tardamos mucho en ponernos de acuerdo en probar la segunda opción, que, todo hay que decirlo, era muy atractiva. Total, que seguimos andando por King William Walk hasta llegar al Greenwich Pier, un embarcadero flotante que se balanceaba bastante por la corriente del río, por lo que de vez en cuando resultaba complicado caminar por él sin perder el equilibrio. Consultamos el horario y leímos que antes de las cinco y media pasaría uno, pero solamente veíamos barcos navegando hacia el este de Londres, y no en sentido oeste, que era el que queríamos coger. Mientras tanto, nos metimos en una cabina cubierta del embarcadero para refugiarnos del frío, aunque más bien era la humedad del río la que provocaba esa baja temperatura. Por fin, a las seis menos veinticinco, paró una embarcación de la empresa Thames Clippers que se dirigía al centro, así que nos montamos en él.
Apenas habíamos tomado asiento junto a las ventanas cuando se nos acercó una chica para cobrarnos el billete. Nosotros le enseñamos la tarjeta Travelcard, pues creíamos que con ésta también podíamos usar el barco al igual que con el metro y el autobús, pero por lo visto estábamos equivocados, ya que las embarcaciones no corren a cargo directamente del TFL (Transport for London), sino que éste delega en empresas privadas con las que mantienen una especie de consorcio. Así pues, cada uno tuvimos que pagar el billete ordinario, que costaba 5'50 libras, aunque solamente tuvimos que abonar 3'70 libras gracias a que con la Travelcard teníamos un 33% de descuento. Lógicamente, nuestra primera impresión era que nos habían timado; sin embargo, pensándolo bien, pagar esa cantidad por un trayecto tan largo que duraría unos tres cuartos de hora, y teniendo en cuenta que estábamos en Londres, que es una ciudad bastante cara, no estaba tan mal. El barco hacia paradas cada dos por tres, como por ejemplo en el Canary Wharf Pier, desde donde se veían los rascacielos que habíamos visitado horas antes ya iluminados, puesto que ya era prácticamente de noche.
Unos diez minutos más tarde, se empezaba a divisar la imponente silueta de Tower Bridge, iluminado sobre el río Támesis. Antes de que pasásemos por debajo del puente, me fui con Pepe a la parte trasera de la embarcación, que, al contrario de la parte central, está al descubierto, y, aprovechando esta circunstancia, me puse a hacer una foto tras otra de este conocido monumento, las cuales no me salieron demasiado mal a pesar de la dificultad que conlleva el estar en movimiento. Afortunadamente, el barco hizo una parada en el Tower Millennium Pier durante un par de minutos, por lo que en ese tiempo Pepe y yo nos tomamos algunas fotos con Tower Bridge de fondo, y también le hice alguna que otra al London Tower, que quedaba a nuestra derecha. A continuación, pasamos bajo otros dos puentes famosos de Londres, como son el London Bridge, caracterizado por la luz roja que lo decora por la noche, y el Millennium Bridge; mientras tanto, a lo lejos lográbamos distinguir la cúpula de St Paul's Cathedral, además de los rascacielos más altos de la City. A las seis y diez, hicimos la penúltima parada en el Embankment Pier, puesto que la última sería en el London Eye Pier, el embarcadero que se encuentra a los pies de la noria.
18:20
Nos juntamos de nuevo con Jose y Miguel, quienes habían permanecido en el interior de la embarcación todo el trayecto, y nos bajamos de ésta por una rampa que cruza por debajo del London Eye, lo cual causaba bastante impresión. Hubiera sido un buen colofón subirse a la noria, puesto que las vistas que se deben tener desde lo más alto tienen que ser maravillosas, pero pagar 16 libras le duele mucho al bolsillo, así habrá que dejarse ese gustazo para cuando trabaje y gane dinero. Allí, a la orilla del Támesis, teníamos una espectacular estampa del Westminster Palace totalmente iluminado y presidido por su torre más famosa, el Big Ben; no podíamos desaprovechar la situación que se nos había presentado, así que nos hicimos unas cuantas fotos con mi cámara. Continuamos bordeando el río y pasamos por delante del County Hall, un edificio que alberga salas de exposiciones y el Aquarium, pero lo que más nos llamaba la atención era el colorido de las luces que iluminaban su fachada. Una vez que sorteamos el Westminster Bridge por debajo, nos colocamos justo enfrente del palacio, el cual se reflejaba en las aguas del Támesis regalándonos una escena aún más bella que la de hace unos minutos, por lo que no dudé un instante en tomar varias fotografías, tanto solamente al Westminster Palace como con nosotros.
Seguidamente, cruzamos el puente y nos dirigimos a la parada de metro de Westminster, donde esperamos a que pasase un tren de la Circle o de la District Line y bajarnos en la siguiente, en Embankment, para enlazar con la Northern Line, la cual nos dejaría finalmente en Tottenham Court Road. Salimos por la boca de metro que da a Oxford Street, la calle más comercial de Londres y una de las más caras, y en ese instante comenzó a chispear con cierta intensidad, aunque no lo suficiente como para tener que abrir los paraguas, a excepción de unos minutos en los que apretó un poco. El resto de la jornada ya era totalmente libre, así que Jose y Miguel iban a aprovechar para comprar souvenirs, aunque principalmente lo que buscaban eran camisetas de imitación de equipos de la Premier League, puesto que las originales tienen unos precios prohibitivos. Entramos en varias tiendas y, en una de ellas, parecía que habían encontrado lo que buscaban a un precio razonable, pero prefirieron seguir tanteando otras tiendas por si acaso se topaban con algo más barato.
En el paseo por esta larga avenida, que estaba a rebosar de gente, pasamos por delante de numerosos establecimientos y centros comerciales muy conocidos en Londres, como Marks & Spencer, HMV, John Lewis e incluso Zara, y, cómo no, Starbucks y más Starbucks. Entramos en Niketown, la tienda de la marca deportiva Nike que se ubica en el cruce de la calle con Regent Street, en Oxford Circus, y estuvimos allí echando un rato. Jose y Miguel dijeron entonces de volver al sitio de antes en el que habían visto las camisetas falsas, pero Pepe y yo no teníamos más ganas de andar, por lo que acordamos esperarles aquí. Descansamos unos minutos en unos asientos, y es que en todo la jornada apenas nos habíamos sentado para almorzar y algunas veces en el metro. Luego, subimos a la primera planta a ver las camisetas de los equipos y selecciones de fútbol que visten esta firma, como el Arsenal, el Manchester United, el Barcelona, Brasil, etc., y, mientras tanto, llamé a mis padres para contarles cómo me había ido el día y dónde habíamos estado. Entre otras cosas, me dijeron que a mi hermana le habían robado los guantes al mediodía de vuelta de la universidad; antes de colgarles, quedamos en que al día siguiente les llamaría cuando fuese a coger el autobús para ir al aeropuerto.
Ya eran las ocho de la tarde, y los empleados de la tienda fueron avisando a los clientes de que iban a cerrar, así que salimos a la calle, pero nos quedamos resguardados bajo el saliente del edificio porque estaba lloviendo. En vista de que Jose y Miguel no venían y de que tampoco daban señales de vida por el móvil media hora después de que se hubieran marchado, decidimos ir a contramano por Oxford Street para cruzarnos con ellos. Nos pusimos a mirar por todos lados, pero no había ni rastro de ellos, y, como ya estábamos llegando al final de la calle, volvimos a llamarles. Esta vez sí que cogieron el móvil, y resulta que se encontraban cerca de la tienda de Nike, por lo que, como estaba chispeando cada vez más, nos subimos al primer autobús que vimos pasar para bajarnos apenas dos paradas después, cuando ya les vimos. No habían comprado nada porque la tienda ya estaba cerrada, así que seguimos tanteando algunas más. Mientras ellos entraban en una, yo me quedé fuera haciéndole un par de fotos a la señal que aparece bajo estas líneas. Parece indicar dónde está la 'diversión', aunque en realidad se refiere al desvío que debe seguir el tráfico.
Miguel finalmente se animó a comprar una camiseta en un tenderete que había en la esquina de la calle con Great Titchfield Street, mientras que Jose decidió probar luego en el centro de Londres. Seguidamente, cogimos un autobús para bajarnos al final de Regent Street, justo antes de Piccadilly Circus. Una vez allí, entramos en el local que tiene la tienda de souvenirs Crest of London en London Trocadero; tras tantear varias opciones, Jose compró algunos imanes y llaveros de recuerdo. Por cierto, allí también estaban a la venta las camisetas que adquirí en Camden, pero más baratas, lo cual no me cuadraba teniendo en cuenta que nos encontrábamos en una de las zonas más comerciales de la ciudad.
21:15
Ya iba siendo hora de cenar, más bien para nosotros, porque para los ingleses ya sería un poco tarde. Yo no tenía mucha hambre después de todo lo que había almorzado en el Pizza Hut, por lo que les cedí a ellos la responsabilidad de elegir sitio para cenar. Estuvimos dando un rodeo por la zona de Leicester Square, y, tras unos minutos de vamos a éste o vamos a aquél, entramos en un asiático de Cranbourn Street. La comida que allí había no me entraba mucho por lo ojos, así que los únicos que pidieron fueron mis amigos, concretamente noodles y carne, si no recuerdo mal. Jose no tuvo excesiva fortuna con su elección, los noodles, ya que al parecer estaban bastante secos y no muy buenos que digamos; de hecho, no se lo comió todo. Pepe y Miguel, por contra, no tuvieron muchas quejas, aunque reconocieron que tampoco era una maravilla. Una vez que terminaron, se acercaron al mostrador a pagar, y yo mientras tanto salí fuera y crucé a la acera de enfrente para pedirme un trozo de pizza de pepperoni en el Coffee Bar y que me costó 2 libras. Como estaba chispeando, me puse debajo de un toldo que había junto al asiático para que no se mojara la pizza, que no estaba ni buena ni mala. Total, por cenar algo...
Sin nada más que hacer, y encima lloviendo, decidimos dar por terminado el día, por lo que aprovechamos que en esa misma calle teníamos una boca de metro de Leicester Square para entrar en ella y coger la Piccadilly Line hasta la parada de Green Park, donde enlazamos con la Victoria Line para bajarnos en Victoria Station. Nada más salir al exterior, nos vimos obligados a abrir los paraguas, ya que estaba cayendo una tromba de agua considerable. Jose y Miguel necesitaban ir a un supermercado, así que tiramos por Wilton Road hasta llegar al Sainsbury's, el supermercado donde Pepe suele hacer la compra. Me extrañó muchísimo que a esas horas de la noche, más de las diez, estuviera abierto un establecimiento, sobre todo teniendo en cuenta que los ingleses tienen un horario sensiblemente más 'temprano' que el nuestro; de hecho, en el supermercado apenas había gente, no más diez o doce me atrevería a decir. Mis dos amigos se compraron una botella de Coca-Cola sabor cherry (con la excusa de probar algo nuevo), una botella de batido de fresa y una bandeja de muffins, que yo ya llevaba dos días presumiendo de los que desayunaba en casa de Pepe y ellos no querían ser menos.
Al salir del supermercado, seguimos caminando hasta el final de Wilton Road, por suerte ya sin lluvia, para a continuación girar a la derecha por Warwick Way, la calle en la que se encuentra el Vegas Hotel. Subimos los cuatro a la habitación en la que estaban alojados Miguel y Jose, y éste aprovechó para sacar su cámara de fotos y grabar el siguiente vídeo:
La verdad es que para pasar unos días en Londres y no tener que pagar demasiado por dormir, que es lo que realmente importa de un alojamiento, no está mal, aunque me hace mucha gracia que éste en concreto se publicite y se haga llamar 'hotel' cuando realmente es un hostal o un típico bed&breakfast inglés. Estuvimos allí los cuatro descansando un poco sentados en las camas, que el día había sido largo, y charlando un buen rato, más o menos hasta las once y cuarto, cuando Pepe y yo dijimos de irnos a su piso. Antes de abandonar la habitación, acordé con Jose y Miguel reunirnos a las 11:45 en la boca de metro de Victoria Station para comer algo en la estación antes de ir en busca del autobús que nos llevaría al aeropuerto de Stansted. Como comenté anteriormente, ya no estaba lloviendo, lo cual era de agradecer, aunque un poco de rasca sí que hacía. Lo primero que hice nada más entrar en el piso de Pepe fue tumbarme en la cama, pues estaba reventado, casi no me podía ni mover; tenía pensado ducharme ahora, pero preferí dejarlo para la mañana siguiente antes de desayunar. De lo que no me podía escapar era de hacer la maleta, que si no con las prisas de última hora no da tiempo. Como de costumbre, la ropa parece crecer de tamaño en el transcurso de un viaje, y es que, si siempre cuesta cerrar una maleta, ahora más todavía, aunque también hay que reconocer que en mi caso tiene su explicación, pues también tenía que guardar las dos camisetas que compré en Camden.
Aquel día me tocó a mí fregar los platos, vasos y cubiertos que habíamos utilizado en el desayuno, así que de nuevo tuve que soportar el cortante frío del agua que salía del grifo, tal y como me ocurrió el sábado. Pepe se encontraba en su habitación con el portátil ultimando unos archivos y aplicaciones que tenía que enviar por correo electrónico a una empresa para poder aspirar a conseguir un empleo. Como veis, no teníamos excesiva prisa, ya que no nos reuniríamos con Jose y Miguel hasta la hora de almorzar, pues ellos tenían pensado ir por la mañana al estadio del Arsenal y nosotros dos al Natural History Museum. Después fui yo el que se adueñó del ordenador para consultar las últimas predicciones del tiempo: sin apenas lluvia durante toda la jornada a excepción de por la noche, cuando habría altas probabilidades de chubascos. Teniendo en cuenta esta previsión, y como yo iba a ir cargado con la mochila de la cámara de fotos, decidimos que solamente nos llevaríamos el paraguas de Pepe. Me abrigué exactamente igual que hasta entonces, es decir, con una camiseta de manga corta, un polo de manga larga y el chaquetón, y es que, aunque en Londres hacía frío, no era tan excesivo como me lo habían pintado. Aprovisionados de nuestras cámaras y de la hoja de ruta, salimos a la calle poco antes de las diez de la mañana en dirección a la estación de metro de St James's Park, para lo cual tiramos por Great Peter Street, giramos por Strutton Ground y, tras cruzar Victoria Street, continuamos por Broadway.
10:05
Lo primero que hicimos al llegar allí fue adquirir por 6'60 libras la Travelcard off-peak de las zonas 1 y 2, que nos permitiría utilizar el transporte público todas las veces que quisiéramos a lo largo del día. Tras ello, accedimos al andén a la espera de que pasase un convoy, ya fuera de la Circle o de la District Line, puesto que ambas líneas comparten el mismo camino y las mismas paradas hasta la de South Kensington, que fue en la que nos bajamos. A continuación, entramos en un pasadizo subterráneo bastante ancho y, sobre todo, muy largo, tanto que tardamos como cinco o seis minutos en salir al exterior por la confluencia de Exhibition Road con Cromwell Road. En el trayecto, me quedé realmente sorprendido por la gran cantidad de niños que había en el túnel y que también se dirigía como nosotros al Natural History Museum. Por lo visto, ese lunes era festivo en los colegios, tal y como me confirmó Pepe, y resulta que los padres de estos chavales no tuvieron una mejor idea que llevarles a un museo. ¡Chapó!
Ya en la calle, accedimos al recinto del museo para hacer cola a la entrada. El edificio que teníamos ante nosotros era enorme, y su fachada no se parecía a ninguna de las que había visto hasta entonces, pues estaba decorado en terracota y siguiendo el estilo victoriano típico de Inglaterra. Apenas tuvimos que esperar unos cinco minutos para entrar, tiempo que los guías del museo aprovechaban para ofrecer libros tanto para adultos como para niños acerca del Natural History Museum por un módico precio. Una vez dentro, nos topamos en el Central Hall con el esqueleto de un Diplodocus carnegiei a tamaño natural, unos 26 metros de largo para ser exactos. Comenzamos nuestra visita por la denominada Zona Azul, concretamente por la Galería de los dinosaurios, donde fuimos recibidos por otro esqueleto, esta vez el de un Triceratops. Ya en la galería propiamente dicha, nos subimos a una pasarela elevada para observar la exposición desde arriba y casi poder tocar los cráneos de los muchos esqueletos que allí había.
A continuación, pasamos a una habitación casi a oscuras anexa en la que nos topamos con el modelo animatrónico de un Tyrannosaurus Rex muy conseguido: el cuerpo, los movimientos, el rugido, etc. La verdad es que daría bastante miedo encontrarse frente a frente con un T. Rex si realmente existieran en la actualidad; según decían en 'Parque Jurásico', tendríamos que quedarnos totalmente quietos, pero yo sería el primero que echaría a correr despavorido. Al salir de esta habitación, vimos otros dos modelos animatrónicos, esta vez de sendos Velocirraptors, o al menos eran muy similares a los de la citada película. Por último, contemplamos un par de nidos de dinosaurios con varios huevos, algunos de ellos ya rotos por las crías recién nacidas, y, además de los esqueletos que comenté antes (el de un Camarasaurus, el de un Tyrannosaurus Rex...), otro de un Edmontosaurus, el cual se mostraba semienterrado tal y como se obtiene de una excavación.
De allí, pasamos a la Galería de los mamíferos, la cual constaba de dos partes. La primera se componía de un pasillo con vitrinas a través de las cuales se podía observar varios animales a tamaño natural, como un guepardo, un león, un oso polar, un murciélago o un ornitorrinco. Si aquí me quedé sorprendido por el realismo de estos animales, más que asombrado me quedé cuando accedimos a la gigante sala que alberga la segunda parte de esta galería. Era alucinante. Delante de mí tenía a muchos más mamíferos, más grandes o más pequeños, pero especialmente sobresalía uno de ellos: una enorme ballena azul que colgaba del techo y prácticamente cubría el largo de la sala. Tanto la ballena como el resto de animales expuestos (una jirafa, un ciervo, un hipopótamo, elefantes, rinocerontes, orcas, belugas...) parecían de verdad, sobre todo por el realismo de la piel y el cuerpo de éstos. Seguidamente, continuamos por la Galería de los invertebrados marinos, donde lo más destacable era la vitrina de las conchas de los gasterópodos, y luego por la de los peces, anfibios y reptiles. En esta galería, pudimos ver un dragón de Komodo, y los esqueletos de un cocodrilo y de una pitón, entre otros elementos.
La siguiente parte que teníamos que visitar era la Zona Naranja, cuya principal atracción es el Darwin Centre, una especie de huevo gigante en cuyo interior se exponen plantas e insectos, pero Pepe ya había estado aquí antes y me dijo que no merecía mucho la pena, por lo que la descartamos por completo. Así pues, tras cruzar por el Central Hall, nos dirigimos a la Zona Verde del Natural History Museum.
11:20
La primera galería en la que entramos fue la de los bichos. En ella, contemplamos las diferentes fases que experimenta una mariposa antes de convertirse en tal, y también la parte dedicada a las arañas, escorpiones y otros arácnidos. En ese instante, empezó a sonar mi móvil. Era Jose, que me llamaba para decirme que habían ido al estadio del Arsenal, pero que no habían podido visitarlo porque solamente había un turno que daba comienzo a primera hora de la mañana; no obstante, sí habían comprado las entradas para el día siguiente. A pesar de este imprevisto, le dije que manteníamos la hora y el sitio en el que habíamos quedado y que mientras tanto callejeasen por Londres, porque a nosotros dos todavía nos quedaba bastante museo por ver. Después de colgarle, Pepe y yo nos adentramos en un termitero, que, por encima del suelo, suele medir unos cinco o seis metros de alto, pero su profundidad puede llegar a ser de varias decenas. Seguimos con la Galería de los fósiles de reptiles marinos, en la que básicamente se exponían algunos esqueletos fosilizados de ictiosaurios y plesiosaurios, ejemplares ya extinguidos. Luego, pasamos a la Galería de las aves, la cual, al igual que la de los mamíferos, me dejó maravillado por el realismo de los animales representados, sobre todo por las plumas y el colorido de éstas: halcones, águilas imperiales, faisanes, pavos reales, avestruces, patos, pingüinos, loros, tucanes, etc. Yo supongo que todos o casi todos los animales del museo estarán disecados, pero aún así tiene mérito lo bien que están hechos.
Ya solamente nos quedaba la Zona Roja, la más grande de las cuatro. En primer lugar, accedimos a una sala en la que únicamente había una bola de metal de unos tres o cuatro metros de diámetro sobre la cual estaban esculpidos en relieve los continentes de La Tierra, además de las cadenas montañosas más notables. A continuación, pasamos a una galería denominada 'La Tierra hoy y mañana', que estaba enfocado especialmente al cuidado de nuestro planeta en lo que respecta al reciclado, a la correcta gestión de los elementos que en ella se encuentran para afectar lo menos posible al medio ambiente y a las bondades de las fuentes de energía renovables. En Visiones de La Tierra, nos topamos con varias esculturas mitológicas que supuse estaban relacionadas con la astronomía, ya que junto a ellas también había una de un astronauta y, además, en las paredes aparecían dibujados los planetas, sus órbitas y algunas de las más conocidas constelaciones. Entre ambas paredes, se situaba una gran esfera metálica hecha como con parches de metal que era atravesada por unas escaleras mecánicas que daban acceso a las plantas superiores. Y eso hicimos.
Una vez que llegamos a la segunda planta, visitamos primero la galería denominada 'The Power Within', que yo traduciría como 'Las Fuerzas Internas', y es que en ella se mostraban los efectos y las consecuencias de los seísmos y de las erupciones de los volcanes. Lo que más me impresionó fue el simulador de un terremoto, el cual estaba ambientado en el interior de un supermercado japonés, de cuyos estantes se caían los productos en cuanto empezaban las sacudidas del suelo. Quién nos iba a decir que, apenas unos días más tarde, Japón sufriría un seísmo tan devastador, y aquí también en España, concretamente en Lorca.
Bajamos a la primera planta para dar justamente adonde uno se puede asomar a la sala en la que se encuentran las estatuas y la gran esfera. Allí descansamos unos minutos antes de continuar, puesto que casi no habíamos parado desde que entramos en el museo. Seguimos con la visita por la Galería 'Desde el principio', un completo recorrido por los orígenes del Universo, desde el Big Bang hasta la formación de los planetas y del Sistema Solar, y también los de La Tierra, haciendo especial hincapié en las diversas criaturas que la han habitado desde hace ya varios millones de años. Luego entramos en el Laboratorio de La Tierra, una sala compuesta de varias vitrinas en las cuales aparecen expuestos numerosos fósiles (principalmente de ammonites y belemnites), rocas y minerales. Aquí, el Hermano Eliseo, mi profesor de Geología en el colegio, hubiera disfrutado como un niño. Después, volvimos a la Central Hall, que estaba repleta de gente, concretamente a la escalinata presidida por una estatua de mármol de Charles Darwin, el famoso naturalista inglés que introdujo el concepto de selección natural y la teoría del evolucionismo. No podíamos irnos de allí sin hacernos una foto con uno de los científicos más importantes de la historia, así que primero me la hizo Pepe y luego yo a él.
Todavía nos quedaban cosas por ver del museo. Al final de la citada escalinata, en la primera planta del Central Hall, vimos la Galería 'Nuestro lugar en la evolución', que, como su propio nombre indica, muestra cómo ha ido evolucionando el ser humano desde que era un simio hasta hoy, pasando por el Australopithecus, el Homo Erectus o el Neanderthal. Cruzamos por la parte superior del Central Hall, donde se encuentra la sección del tronco de una secuoya de más de 1.300 años de antigüedad, y, ya por último, terminamos con la Galería de los primates. En ella, pudimos comprobar el gran parecido que compartimos con ellos, tanto en la apariencia exterior como en nuestros esqueletos. Tras pasar de nuevo junto a la estatua de Darwin, volvimos al Central Hall para abandonar el Natural History Museum. Por cierto, no puedo olvidarme de decir tres cosas. La primera: qué gusto daba ver el museo lleno de niños con una sonrisa y una felicidad que no les cabía en la cara. La segunda: al igual que el British Museum, éste también es gratuito. Y la tercera: merece mucho la pena pasar un día entero en el Natural History Museum. Un lujazo.
12:30
Nuestro siguiente destino era el Royal Albert Hall, así que cogimos por Cromwell Road y luego giramos a la izquierda para subir por Exhibition Road. Justo después de la fachada del edificio del Natural History Museum se encontraba la del Science Museum, que era el que yo tenía pensado visitar, pero Pepe me comentó que el otro era mejor. En cualquier caso, la próxima vez que vuelva a Londres y pase allí varios días tengo muy claro que un servidor se va a empapar de ciencia y de historia natural hasta que me echen de los dos museos. Cuando ya habíamos recorrido la mitad de la calle, nos topamos con unas obras que nos obligaron a ir zigzagueando de una acera a otra y a tener que esperar nuestro turno cuando les tocaba a los coches. No fue hasta la una menos diez cuando llegamos a Kensington Gore a la altura del Royal Albert Hall, el teatro más importante de la ciudad. Caracterizado por su planta circular, en él no solamente se han representado obras de teatro, sino también conciertos de música clásica e incluso de pop y rock, como grupos y cantantes de la talla de The Who, Robbie Williams, The Beatles o Elton John, por citar a algunos.
Cruzamos a la acera de enfrente para entrar en Hyde Park, concretamente donde se erige el Albert Memorial, el cual, al igual que el citado teatro, fue construido en memoria del esposo de la reina Victoria I del Reino Unido, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha. En ese instante, llamaron al móvil a Pepe de una empresa, así que se adentró en una parte del parque en la que había menos gente para hablar mejor, mientras que yo me quedé haciendo fotos al Albert Memorial. Este monumento era un poco raro, en el sentido de que no había visto antes ninguno parecido, pues la estatua del príncipe se sitúa en el interior de una especie de torre hueca muy similar a un baldaquino, pero profusamente decorada con un reconocible estilo neogótico. Lo más destacable de este monumento sea probablemente la increíble cantidad de elementos alegóricos que forman parte de él, representados sobre todo a través de esculturas y mosaicos, a saber: pilares y nichos que simbolizan las artes y las ciencias (Retórica, Medicina, Filosofía, Astronomía, Geometría...), estatuas que encarnan las virtudes (Fe, Esperanza, Justicia, Prudencia...), un friso cuadrangular en el que aparecen músicos, escultores, arquitectos, pintores y poetas (Mozart, Miguel Ángel, Bramante, Rembrandt, Cervantes...), grupos escultóricos que representan los cuatro grandes continentes (Europa, Asia, África y América) con animales y figuras etnográficas, etc.
Pepe terminó por fin de hablar después de varios minutos, y, tras echarle un vistazo al Albert Memorial por los cuatro costados, nos hicimos unas cuantas fotos tanto con este monumento como con el Royal Albert Hall. Ya era casi la una y diez, es decir, hora de ir en busca de la estación de metro de South Kensington para dirigirnos al centro de Londres. Tiramos por Exhibition Road, donde de nuevo tuvimos que sortear las obras que se estaban llevando a cabo en la calle, y, al final de ésta, nos metimos por la misma boca de metro por la que habíamos salido por la mañana para ir al museo. Allí esperamos a que pasara un convoy de la Piccadilly Line, la cual nos llevaría precisamente hasta la parada de Piccadilly Circus, adonde llegamos a eso de las dos menos veinte, diez minutos más tarde de lo que habíamos acordado con Jose y Miguel. Ya en la plaza, como no les veíamos, les llamamos al móvil, pero resulta que se encontraban a apenas unos metros de nosotros dos. Aproveché que estábamos visitando Piccadilly Circus de día para hacer algunas fotos con luz natural (con el sol oculto en el nublado cielo londinense, para variar), tanto de los neones como del ángel que corona el Shaftesbury Memorial. En esto, se nos acercó un grupo de unos diez o doce argentinos que nos pidió que les inmortalizáramos en esta popular plaza, a lo que nos ofrecimos gustosamente.
Ya iba siendo hora de almorzar. Al planificar el viaje, me había preocupado de buscar en Internet sitios en los que comer por un precio razonable, y uno de ellos era el Pizza Hut, ya que al mediodía ofertaba un buffet de pasta, pizza y ensalada por 6'99 libras hasta las tres de la tarde. El motivo por el que habíamos dicho de reunirnos en Piccadilly era porque precisamente uno de sus locales se encuentra en una de las calles que parten de allí, en Regent Street, así que no dudamos en cruzar y entrar en el Pizza Hut.
13:50
Nos recibió una camarera de rasgos asiáticos que nos asignó una mesa con taburetes, y, casi en seguida, vino otra que sí parecía inglesa para preguntarnos si queríamos el buffet, a lo que los cuatro le dijimos que sí, y qué bebidas íbamos a tomar: un Tango de naranja (el equivalente a la Fanta en Inglaterra) para Pepe y Pepsi para mí, Jose y Miguel. Cuando nos trajo los refrescos, la camarera nos indicó que ya podíamos empezar a servirnos la comida y también que los vasos los podíamos rellenar de bebida tantas veces como quisiéramos sin coste adicional. Total, que nos acercamos a los mostradores del buffet, donde, como he comentado antes, podíamos elegir entre varios tipos de pasta, pizza y ensalada. Yo me serví en primer lugar un plato de macarrones con salsa boloñesa, tras lo cual volví a la zona de las pizzas para coger un trozo de las pocas que había en ese momento, margarita y jamón si no recuerdo mal. Para ser un buffet, la comida estaba buena, aunque sin llegar a poder decir que estaba deliciosa, sobre todo si tenemos en cuenta el nivel y la calidad de la mejor pasta y la mejor pizza que he probado en mis dos viajes a Italia. Continué con una ensalada de pasta para luego dedicarme exclusivamente a estar atento a cada pizza nueva que ponían (de jamón, pepperoni, barbacoa, hawaiana...) y pillar un trozo.
La camarera que nos tomó nota se acercó varias veces a nuestra mesa para rellenar nuestros vasos cuando estaban casi vacíos y también para interesarse por si nos estaba gustando la comida. La verdad es que la chica estuvo muy simpática con nosotros el tiempo que estuvimos allí. Tras la segunda ronda de pizzas, decidí acabar con un último plato de ensalada de pasta, del cual dejé un poco porque no podía más, tenía el estómago completamente lleno. Avisamos a la camarera para que nos trajera la cuenta, que, por cierto, estaba decorada con dibujos y frases de Amy, que era su nombre según se deducía de lo que nos había escrito. Lo dicho, que la chica se curró el que le diéramos las gracias. Las cuentas estaban claras: 6'99 libras del buffet más 2'10 de la bebida, en total 9'09 libras que redondeamos hasta las 9'50 para la propina. Nos quedamos allí sentados unos minutos para reposar un poco, tanto por todo lo que acabábamos de comer como por lo que todavía nos quedaba de andar a lo largo de la tarde y la noche, y, pasadas ya las tres, cuando dijimos de partir, le pedimos a Amy que nos hiciera una foto a los cuatro.
Nuestro siguiente destino era el Royal Greenwich Observatory, que se encuentra en la otra punta de Londres, y para llegar hasta allí lo más rápido posible tendríamos que usar varias veces el metro. El primero lo cogimos en el mismo Piccadilly Circus, concretamente la Bakerloo Line, para bajarnos en la parada de Waterloo a las tres y veinticinco. Una vez allí, tuvimos que descender varios metros por una rampa mecánica que parecía no tener fin para ir al andén de la Jubilee Line, el cual no se parecía a ninguno de los otros en los que habíamos estado estos días, puesto que una pantalla acristalada separaba el propio andén de las vías para evitar accidentes. Nos bajamos de esta línea de metro en la parada de Canary Wharf a eso de las cuatro menos cuarto. Una vez en el interior de la estación, no sabíamos dónde se cogía el DLR para ir a Greenwich, ni siquiera guiándonos por los paneles. Subimos por unas escaleras mecánicas que daban a la calle y allí ya vimos una indicación acerca de la estación del DLR. Antes de continuar, nos quedamos unos minutos viendo los rascacielos de esta zona financiera de Londres, muy del estilo de la City que visitamos el domingo, pero aquí sí que vimos a hombres de negocios ir de un lado para otro, ya que todavía eran horas de estar trabajando.
Callejeando entre los edificios, logramos encontrar la estación por la que pasa el DLR, pero allí también nos costó un poco dar con el andén correcto; al final, tras tantear varios andenes, encontramos el que buscábamos. El DLR (Docklands Light Railway) no se puede considerar como una línea de metro más, pues los vagones son totalmente distintos y, además, no tienen conductor, sino que se desplazan controlados por un ordenador; a pesar de ello, la Travelcard que adquirimos por la mañana también se podía usar para el DLR. El trayecto fue casi siempre al nivel de la calle, excepto cuando pasamos por algún que otro pequeño túnel y cuando cruzamos por debajo del Támesis. Nos bajamos precisamente en la primera parada que hay después del río, en la de Cutty Sark for Maritime Greenwich.
16:25
Al salir de la estación del DLR, nos encontramos con algo más parecido a un pueblo que a un barrio de Londres, que eso es lo que es Greenwich; por cierto, no se pronuncia 'gringüich', sino 'grinich', o algo así. Fuimos en busca del Royal Greenwich Observatory, para lo cual cogimos por College Approach. Al final de esta calle, nos topamos con una verja abierta que daba acceso a una especie de senderos y jardines con varios edificios que no resultó ser lo que queríamos visitar, sino la University of Greenwich. Total, que salimos de allí y continuamos con nuestra caminata, aunque antes advertimos que a nuestra izquierda teníamos un embarcadero donde se podía coger un barco por el Támesis, por lo que se nos presentaba una nueva opción para volver después al centro. Tiramos por King William Walk, y, en la esquina con Romney Road, nos volvimos a parar para consultar un poste que indicaba qué dirección hay que seguir para dirigirse a otras calles y puntos de interés de la zona, lo cual nos sirvió para ubicarnos del todo. Seguimos por King William Walk hasta que por fin llegamos al Greenwich Park, que me acabó de situar por completo en el mapa que tenía grabado en mi cabeza.
Empezamos a subir la colina por The Ave para luego desviarnos por un sendero a nuestra izquierda y adentrarnos ya en el parque. Tras una empinada cuesta final, coronamos la colina en la que se halla el Royal Greenwich Observatory. Tal y como me esperaba, el observatorio estaba lleno de gente, tanto de londinenses como de turistas como nosotros, y esto hizo que hacerse una foto en el Meridiano de Greenwich que está marcado en el suelo fuera imposible en ese momento. Mientras tanto, nos asomamos al mirador, desde donde se podía divisar la parte este de la ciudad y, a pesar de la neblina, distinguir algunos edificios, como los de la University of Greenwich, los rascacielos de Canary Wharf o el Millennium Dome. En cuanto vimos que el Meridiano de Greenwich se quedó libre, aprovechamos para inmortalizar nuestra visita poniendo un pie a cada lado de la línea divisoria, en la que también aparecen los nombres de las capitales y ciudades más importantes del mundo junto con su longitud este u oeste, según su ubicación. Cuando apenas quedaban dos o tres minutos para las cinco de la tarde, el personal del Royal Greenwich Observatory comenzó a avisar a todos los que allí nos encontrábamos que el horario de visitas ya había concluido. Si hubiéramos llegado quince o veinte minutos más tarde, ni observatorio ni meridiano ni nada.
Bajamos por el Greenwich Park y, mientras tanto, departimos sobre cómo volver al centro, si con la combinación metro-DLR o en barco. La verdad es que no tardamos mucho en ponernos de acuerdo en probar la segunda opción, que, todo hay que decirlo, era muy atractiva. Total, que seguimos andando por King William Walk hasta llegar al Greenwich Pier, un embarcadero flotante que se balanceaba bastante por la corriente del río, por lo que de vez en cuando resultaba complicado caminar por él sin perder el equilibrio. Consultamos el horario y leímos que antes de las cinco y media pasaría uno, pero solamente veíamos barcos navegando hacia el este de Londres, y no en sentido oeste, que era el que queríamos coger. Mientras tanto, nos metimos en una cabina cubierta del embarcadero para refugiarnos del frío, aunque más bien era la humedad del río la que provocaba esa baja temperatura. Por fin, a las seis menos veinticinco, paró una embarcación de la empresa Thames Clippers que se dirigía al centro, así que nos montamos en él.
Apenas habíamos tomado asiento junto a las ventanas cuando se nos acercó una chica para cobrarnos el billete. Nosotros le enseñamos la tarjeta Travelcard, pues creíamos que con ésta también podíamos usar el barco al igual que con el metro y el autobús, pero por lo visto estábamos equivocados, ya que las embarcaciones no corren a cargo directamente del TFL (Transport for London), sino que éste delega en empresas privadas con las que mantienen una especie de consorcio. Así pues, cada uno tuvimos que pagar el billete ordinario, que costaba 5'50 libras, aunque solamente tuvimos que abonar 3'70 libras gracias a que con la Travelcard teníamos un 33% de descuento. Lógicamente, nuestra primera impresión era que nos habían timado; sin embargo, pensándolo bien, pagar esa cantidad por un trayecto tan largo que duraría unos tres cuartos de hora, y teniendo en cuenta que estábamos en Londres, que es una ciudad bastante cara, no estaba tan mal. El barco hacia paradas cada dos por tres, como por ejemplo en el Canary Wharf Pier, desde donde se veían los rascacielos que habíamos visitado horas antes ya iluminados, puesto que ya era prácticamente de noche.
Unos diez minutos más tarde, se empezaba a divisar la imponente silueta de Tower Bridge, iluminado sobre el río Támesis. Antes de que pasásemos por debajo del puente, me fui con Pepe a la parte trasera de la embarcación, que, al contrario de la parte central, está al descubierto, y, aprovechando esta circunstancia, me puse a hacer una foto tras otra de este conocido monumento, las cuales no me salieron demasiado mal a pesar de la dificultad que conlleva el estar en movimiento. Afortunadamente, el barco hizo una parada en el Tower Millennium Pier durante un par de minutos, por lo que en ese tiempo Pepe y yo nos tomamos algunas fotos con Tower Bridge de fondo, y también le hice alguna que otra al London Tower, que quedaba a nuestra derecha. A continuación, pasamos bajo otros dos puentes famosos de Londres, como son el London Bridge, caracterizado por la luz roja que lo decora por la noche, y el Millennium Bridge; mientras tanto, a lo lejos lográbamos distinguir la cúpula de St Paul's Cathedral, además de los rascacielos más altos de la City. A las seis y diez, hicimos la penúltima parada en el Embankment Pier, puesto que la última sería en el London Eye Pier, el embarcadero que se encuentra a los pies de la noria.
18:20
Nos juntamos de nuevo con Jose y Miguel, quienes habían permanecido en el interior de la embarcación todo el trayecto, y nos bajamos de ésta por una rampa que cruza por debajo del London Eye, lo cual causaba bastante impresión. Hubiera sido un buen colofón subirse a la noria, puesto que las vistas que se deben tener desde lo más alto tienen que ser maravillosas, pero pagar 16 libras le duele mucho al bolsillo, así habrá que dejarse ese gustazo para cuando trabaje y gane dinero. Allí, a la orilla del Támesis, teníamos una espectacular estampa del Westminster Palace totalmente iluminado y presidido por su torre más famosa, el Big Ben; no podíamos desaprovechar la situación que se nos había presentado, así que nos hicimos unas cuantas fotos con mi cámara. Continuamos bordeando el río y pasamos por delante del County Hall, un edificio que alberga salas de exposiciones y el Aquarium, pero lo que más nos llamaba la atención era el colorido de las luces que iluminaban su fachada. Una vez que sorteamos el Westminster Bridge por debajo, nos colocamos justo enfrente del palacio, el cual se reflejaba en las aguas del Támesis regalándonos una escena aún más bella que la de hace unos minutos, por lo que no dudé un instante en tomar varias fotografías, tanto solamente al Westminster Palace como con nosotros.
Seguidamente, cruzamos el puente y nos dirigimos a la parada de metro de Westminster, donde esperamos a que pasase un tren de la Circle o de la District Line y bajarnos en la siguiente, en Embankment, para enlazar con la Northern Line, la cual nos dejaría finalmente en Tottenham Court Road. Salimos por la boca de metro que da a Oxford Street, la calle más comercial de Londres y una de las más caras, y en ese instante comenzó a chispear con cierta intensidad, aunque no lo suficiente como para tener que abrir los paraguas, a excepción de unos minutos en los que apretó un poco. El resto de la jornada ya era totalmente libre, así que Jose y Miguel iban a aprovechar para comprar souvenirs, aunque principalmente lo que buscaban eran camisetas de imitación de equipos de la Premier League, puesto que las originales tienen unos precios prohibitivos. Entramos en varias tiendas y, en una de ellas, parecía que habían encontrado lo que buscaban a un precio razonable, pero prefirieron seguir tanteando otras tiendas por si acaso se topaban con algo más barato.
En el paseo por esta larga avenida, que estaba a rebosar de gente, pasamos por delante de numerosos establecimientos y centros comerciales muy conocidos en Londres, como Marks & Spencer, HMV, John Lewis e incluso Zara, y, cómo no, Starbucks y más Starbucks. Entramos en Niketown, la tienda de la marca deportiva Nike que se ubica en el cruce de la calle con Regent Street, en Oxford Circus, y estuvimos allí echando un rato. Jose y Miguel dijeron entonces de volver al sitio de antes en el que habían visto las camisetas falsas, pero Pepe y yo no teníamos más ganas de andar, por lo que acordamos esperarles aquí. Descansamos unos minutos en unos asientos, y es que en todo la jornada apenas nos habíamos sentado para almorzar y algunas veces en el metro. Luego, subimos a la primera planta a ver las camisetas de los equipos y selecciones de fútbol que visten esta firma, como el Arsenal, el Manchester United, el Barcelona, Brasil, etc., y, mientras tanto, llamé a mis padres para contarles cómo me había ido el día y dónde habíamos estado. Entre otras cosas, me dijeron que a mi hermana le habían robado los guantes al mediodía de vuelta de la universidad; antes de colgarles, quedamos en que al día siguiente les llamaría cuando fuese a coger el autobús para ir al aeropuerto.
Ya eran las ocho de la tarde, y los empleados de la tienda fueron avisando a los clientes de que iban a cerrar, así que salimos a la calle, pero nos quedamos resguardados bajo el saliente del edificio porque estaba lloviendo. En vista de que Jose y Miguel no venían y de que tampoco daban señales de vida por el móvil media hora después de que se hubieran marchado, decidimos ir a contramano por Oxford Street para cruzarnos con ellos. Nos pusimos a mirar por todos lados, pero no había ni rastro de ellos, y, como ya estábamos llegando al final de la calle, volvimos a llamarles. Esta vez sí que cogieron el móvil, y resulta que se encontraban cerca de la tienda de Nike, por lo que, como estaba chispeando cada vez más, nos subimos al primer autobús que vimos pasar para bajarnos apenas dos paradas después, cuando ya les vimos. No habían comprado nada porque la tienda ya estaba cerrada, así que seguimos tanteando algunas más. Mientras ellos entraban en una, yo me quedé fuera haciéndole un par de fotos a la señal que aparece bajo estas líneas. Parece indicar dónde está la 'diversión', aunque en realidad se refiere al desvío que debe seguir el tráfico.
Miguel finalmente se animó a comprar una camiseta en un tenderete que había en la esquina de la calle con Great Titchfield Street, mientras que Jose decidió probar luego en el centro de Londres. Seguidamente, cogimos un autobús para bajarnos al final de Regent Street, justo antes de Piccadilly Circus. Una vez allí, entramos en el local que tiene la tienda de souvenirs Crest of London en London Trocadero; tras tantear varias opciones, Jose compró algunos imanes y llaveros de recuerdo. Por cierto, allí también estaban a la venta las camisetas que adquirí en Camden, pero más baratas, lo cual no me cuadraba teniendo en cuenta que nos encontrábamos en una de las zonas más comerciales de la ciudad.
21:15
Ya iba siendo hora de cenar, más bien para nosotros, porque para los ingleses ya sería un poco tarde. Yo no tenía mucha hambre después de todo lo que había almorzado en el Pizza Hut, por lo que les cedí a ellos la responsabilidad de elegir sitio para cenar. Estuvimos dando un rodeo por la zona de Leicester Square, y, tras unos minutos de vamos a éste o vamos a aquél, entramos en un asiático de Cranbourn Street. La comida que allí había no me entraba mucho por lo ojos, así que los únicos que pidieron fueron mis amigos, concretamente noodles y carne, si no recuerdo mal. Jose no tuvo excesiva fortuna con su elección, los noodles, ya que al parecer estaban bastante secos y no muy buenos que digamos; de hecho, no se lo comió todo. Pepe y Miguel, por contra, no tuvieron muchas quejas, aunque reconocieron que tampoco era una maravilla. Una vez que terminaron, se acercaron al mostrador a pagar, y yo mientras tanto salí fuera y crucé a la acera de enfrente para pedirme un trozo de pizza de pepperoni en el Coffee Bar y que me costó 2 libras. Como estaba chispeando, me puse debajo de un toldo que había junto al asiático para que no se mojara la pizza, que no estaba ni buena ni mala. Total, por cenar algo...
Sin nada más que hacer, y encima lloviendo, decidimos dar por terminado el día, por lo que aprovechamos que en esa misma calle teníamos una boca de metro de Leicester Square para entrar en ella y coger la Piccadilly Line hasta la parada de Green Park, donde enlazamos con la Victoria Line para bajarnos en Victoria Station. Nada más salir al exterior, nos vimos obligados a abrir los paraguas, ya que estaba cayendo una tromba de agua considerable. Jose y Miguel necesitaban ir a un supermercado, así que tiramos por Wilton Road hasta llegar al Sainsbury's, el supermercado donde Pepe suele hacer la compra. Me extrañó muchísimo que a esas horas de la noche, más de las diez, estuviera abierto un establecimiento, sobre todo teniendo en cuenta que los ingleses tienen un horario sensiblemente más 'temprano' que el nuestro; de hecho, en el supermercado apenas había gente, no más diez o doce me atrevería a decir. Mis dos amigos se compraron una botella de Coca-Cola sabor cherry (con la excusa de probar algo nuevo), una botella de batido de fresa y una bandeja de muffins, que yo ya llevaba dos días presumiendo de los que desayunaba en casa de Pepe y ellos no querían ser menos.
Al salir del supermercado, seguimos caminando hasta el final de Wilton Road, por suerte ya sin lluvia, para a continuación girar a la derecha por Warwick Way, la calle en la que se encuentra el Vegas Hotel. Subimos los cuatro a la habitación en la que estaban alojados Miguel y Jose, y éste aprovechó para sacar su cámara de fotos y grabar el siguiente vídeo:
Al igual que en las noches anteriores, Pepe me dejó su portátil un rato para echarle un vistazo al correo electrónico, confirmar que se había publicado correctamente en el blog la entrada que estaba programada para ese día y también leer alguna que otra noticia de Semana Santa en el Reader. Tras ello, le di a Pepe la tarjeta de memoria de mi cámara para que tuviera una copia de mis fotos en su ordenador, y luego fue él el que me pasó las de su cámara a un pen-drive que me había traído para tal efecto. De paso, me enseñó también las que se hizo con su hermana días atrás cuando vino a visitarle. He de reconocer que sentí bastante envidia al comprobar que en prácticamente todas estas fotos el cielo estaba casi despejado, todo lo contrario que en mi caso, pues durante todo el viaje no logré ver ni un rayo de sol por culpa del nublado que siempre nos acompañó. Ya eran cerca de las doce y media, es decir, hora de acostarse. Pusimos las alarmas de nuestros móviles a las ocho de la mañana para que nos diera tiempo a ducharnos y desayunar con tranquilidad antes de pasar las últimas horas en Londres. El viaje toca a su fin.
Buena crónica del viaje, como siempre. Seguro que hubiese disfrutado mucho con la parte que cuentas del Museo de Historia Natural.
ResponderEliminarDe hecho me encantaría visitar Londres, y si lo hago, ya sé en qué guía me voy a fijar para saber lugares que se puedan visitar, jeje.
Saludetes.
El Museo de Historia Natural es para tirarse allí todo el día y disfrutar a tope. Y el de Ciencia tiene la misma pinta, por eso tengo en mente visitarlo la próxima vez que vaya a Londres.
ResponderEliminarAquí tienes una muy buena guía, porque lo explico todo al detalle y porque visito casi todo lo imprescindible :D
Saludos ;)
Tengo unas ganas increíbles de ver el Museo de Historia Natural! Acabo de reservar mi viaje y estoy muy ilusionada! Espero poder disfrutar de la ciudad con los cinco sentidos y estoy segura de que así será. Para quien esté planeando un viaje recomiendo aprovechar ofertas, que si buscas las encuentras, como la de la web memimo para Hotelopia: http://bit.ly/hotelopia8 Un saludo y enhorabuena por el blog!
ResponderEliminarCarla, antes de nada te doy la bienvenida a mi blog, el cual espero que sigas visitando a partir de ahora. Me gustaría saber cómo me has encontrado, si no te importa decírmelo ;)
ResponderEliminarVas a disfrutar mucho con el Museo de Historia Natural, merece la pena ir, aunque sea solamente una mañana o una tarde. Y Londres en general también está genial, lo único malo es el mal tiempo que suele hacer.
Saludos y gracias ;)