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jueves, 31 de julio de 2014

Viaje a Escocia: día 4

Martes, 16 de julio de 2013

8:15
La alarma de mi móvil sonó puntualmente a la hora prevista. No esperé a la segunda alarma porque no había tiempo que perder, ya que teníamos que desayunar en la calle y luego llegar lo antes posible al Edinburgh Castle para evitar las largas colas que se suelen formar. Lo más curioso de todo es que mis dos amigos ya estaban despiertos, y eso que suelo ser yo el que se levanta más temprano, pero esta vez ellos me ganaron por dos o tres minutos. Lo mejor fue el recibimiento que me dieron: que había estado toda la noche roncando. ¡Cómo si lo hiciera a posta!
Entramos por turnos en el baño, aunque, al igual que en el hostal de Glasgow, el lavabo estaba fuera del mismo, lo cual nos permitió estar preparados para salir un poquito antes de lo previsto. Una vez vestidos, y tras coger el plano de la ciudad, la lista de sitios que visitar y mi cámara de fotos, bajamos hasta la recepción para salir por Blackfriars Street a eso de las nueve menos diez y subir la calle hasta llegar a High Street. Nuestra idea era ir a Bella Italia, un restaurante situado en la esquina con North Bridge Street que nos había llamado la atención el día anterior, pero, cuando nos disponíamos a entrar, vimos a través de los cristales que estaba vacío, lo cual nos hizo sospechar que quizás no iba a ser una buena elección. Subimos por la Royal Mile en dirección al castillo para no alejarnos demasiado en busca de algún sitio para desayunar. Había varias opciones para elegir, pero a priori no nos convencía ninguna del todo, y eso que llegamos hasta casi el final de la calle. Una opción segura era la de ir a uno de los J D Wetherspoon, puesto que su carta de desayunos estaba bastante bien; sin embargo, la tuvimos que descartar porque las tres sucursales que tiene en Edimburgo están en la New Town, por lo que perderíamos mucho más tiempo todavía.
Finalmente nos decidimos por el Garfunkel's, un restaurante situado cerca de la Saint Giles' Cathedral, en la propia High Street. Nos atendió una chica que nos llevó hasta una de las mesas que estaban libres. Ya sentados, le echamos un vistazo a la carta, cuyo plato estrella obviamente era el desayuno escocés, el cual se componía de dos salchichas de cerdo y puerro, bacon a la parrilla, dos huevos fritos, una rebanada de patata empanada (no sé cómo traducir hash-brown), judías al horno, un champiñón frito y medio tomate al horno. Mis dos amigos no se lo pensaron dos veces y se pidieron este desayuno con un caffé latte. A mí no me gusta buena parte del desayuno escocés, y por otra parte no suelo tomar ese tipo de comida para empezar el día, así que me decanté por un croissant y un zumo de naranja. La camarera no tardó mucho en traernos el desayuno, aunque el mío estaba incompleto porque en la carta decía que venía acompañado de mantequilla y mermelada, por lo que tuve que llamar a la camarera para que las trajese.
Mis amigos disfrutaron bastante de su desayuno escocés, pero yo no pude decir lo mismo de lo que me había pedido: el croissant no es que fuese muy grande, la mantequilla estaba lo suficientemente dura como para que fuese difícil untarla, y el zumo de naranja no era natural, y encima con hielo, por lo que a naranja sabía más bien poco. Me sentí timado, sobre todo porque, además de la dudosa calidad de lo que me había pedido, me iba a costar 5'55 libras, que al cambio vienen a ser unos 7 euros. Jose y Miguel se tomaron otro café, ahora un cappuccino, ya que con el desayuno que se pidieron, que costaba 8'20 libras, no tenían límite a la hora de pedir bebida. Los dos tarritos de mermelada que me trajeron con el desayuno, al no haberlos gastado, los iba a dejar allí, pero Jose los quería, así que los guardé para llevármelos. Ya eran las diez y cuarto cuando pagamos y salimos de nuevo a la Royal Mile, la cual subimos por High Street, Lawnmarket y Castlehill sin detenernos en ningún sitio, puesto que ya íbamos con retraso y no había tiempo que perder.

10:25
Llegamos a la conocida como Esplanade, que como su propio nombre indica es una gran explanada que está rodeada de un enorme gradería en forma de U y que parecía ser usado para conciertos y demás espectáculos. Justo después nos topamos con el puente que da acceso al Edinburgh Castle, flanqueado a ambos lados por las estatuas de Robert Bruce y William Wallace, y allí mismo nos unimos a la cola que ya estaba formada. El retraso que nos había generado el desayuno lo íbamos a pagar ahora, ya que ni siquiera se veían las taquillas desde donde nos encontrábamos. Nosotros teníamos previsto haber llegado al castillo antes de las diez para salir poco después de la una y luego ir a comer a la New Town, pero el retraso y el tiempo que tendríamos que esperar hasta comprar las entradas nos iba a obligar a hacer la visita no con tanta tranquilidad como pretendíamos.
A los pocos minutos, ya dentro propiamente del castillo, pasamos a la zona de las taquillas, la cual estaba atravesada por cintas separadoras que formaban las calles por las que avanzábamos los visitantes. Allí estuvimos una media hora esperando a pleno sol, que cada vez apretaba más y más, lo cual hizo que pasásemos un poco de calor, puesto que parados se nota si cabe más todavía. A las once y diez fue cuando finalmente pudimos comprar las entradas, concretamente en la taquilla 5; cada uno de nosotros teníamos que pagar 16 libras, así que le di un billete de 50 a la taquillera, quien por cierto detectó que éramos españoles, pues acabó hablándonos en nuestro idioma. A continuación, recorrimos un camino que a mano derecha dejaba la tienda de recuerdos y que terminaba en el Argyle Tower, donde realmente se da acceso al castillo, puesto que allí se encontraba un revisor al que tenías que mostrarle la entrada que habías adquirido en la taquilla.
Tras pasar por el Portcullis Gate, una de esas típicas verjas levadizas de los castillos medievales, nos acercamos a la Argyle Battery, un mirador desde el cual teníamos unas excepcionales vistas de Edimburgo, concretamente de la New Town: Calton Hill, el Scott Monument, los Princes Street Gardens, etc. Más adelante llegamos a la Mill's Mount Battery, donde se encuentra el One o'Clock Gun, un cañón que dispara cada día a la una a excepción de los domingos, una tradición que tiene ya más de 150 años y cuya función original era la de indicar dicha hora a los marineros y a los habitantes de la ciudad para que pudieran sincronizar sus relojes debidamente, aunque ahora se ha convertido en una mera atracción turística a la que luego asistiríamos.
Continuamos la visita por una cuesta en curva para subir hasta la parte más alta del castillo, a la que entramos tras pasar por el Foog's Gate. Allí arriba vimos el Mons Meg, un enorme cañón de cuatro metros de largo y más de seis toneladas de peso que era capaz de bombardear piedras de hasta 150 kilos, algunas de las cuales estaban expuestas justamente al lado. Las vistas que teníamos allí eran incluso mejores que las de antes, pues habíamos ganado algo de altura, así que aprovechamos para hacernos unas fotos con la New Town a nuestras espaldas, entre ellas una que nos hizo a los tres juntos un turista español al que le pedimos ese favor. Luego entramos en el edificio más antiguo de todo Edimburgo, Saint Margaret's Chapel, una pequeña capilla que data del siglo XII y que todavía hoy sigue siendo usada para algunas celebraciones religiosas.
Seguimos caminando por esta parte del castillo, concretamente por la Half Moon Battery, una muralla que da a la parte este del complejo y que cuenta con una hilera de cañones que apuntan al exterior por los huecos que hay en ella. Accedimos a continuación al interior del Royal Palace, en cuya entrada había un cartel que indicaba que estaba prohibido tomar fotos, aunque, como ya sabéis, yo soy de los que no suele hacer caso de estas advertencias, pues me parecen totalmente injustas, así que algunas sí que hice, aunque disimulando lo máximo posible para que no se notara. Ya dentro nos encontramos con varias escenas compuestas por figuras a tamaño real que representaban momentos de la Escocia medieval (coronaciones, talleres artesanos, juicios...). Hacía bastante calor allí dentro, en parte porque apenas había ventilación y porque estaba lleno de gente, lo cual hizo que avanzásemos muy lento.
Mejoró la cosa cuando pasamos a la zona que alberga The Honours of Scotland, es decir, las Joyas de la Corona Escocesa, que se componen por los tres elementos que aparecen en el escudo de armas de Escocia: la Corona, el Cetro y la Espada. Primero accedimos a una sala en la que se exponían unas réplicas de metal de las mismas, y ya en la siguiente, la Crown Room, vimos las originales, las cuales no me atreví a fotografiar porque había dos vigilantes que imponían bastante respeto, y la verdad, no merecía la pena meter la pata. Cabe destacar que allí también se custodia la Stone of Scone, la Piedra del Destino sobre la cual son coronados los reyes británicos, cosa que no ocurre desde que Isabel II accedió al trono en 1953.

12:15
Salimos al exterior, a la Crown Square, una pequeña plaza rodeada por varios edificios: el Royal Palace que acabábamos de visitar, el Great Hall, el Queen Ann Building y el Scottish National War Memorial. A continuación, entramos en este último a través de un portón que está custodiado por las esculturas de un caballo y un león; ya dentro comprobamos que también había varios vigilantes paseando y pendientes de que nadie hiciese fotos, pero yo conseguí hacer una, aunque un poco torcida. Tal y como pudimos comprobar, este memorial se compone de varios monumentos que tratan de recordar a todos los soldados y regimientos escoceses que dieron su vida en conflictos bélicos, especialmente en las dos Guerras Mundiales. Tras abandonar el edificio, salimos de la Crown Square hacia el Foog's Gate para continuar con la visita al Edinburgh Castle antes de acercarnos a ver el One o'Clock Gun, puesto que todavía eran las doce y veinticinco.
Entramos ahora en el Royal Scots Museum, un museo compuesto principalmente por maniquíes con las vestimentas que llevaron los soldados escoceses en diferentes guerras y por dioramas y maquetas que escenifican algunas de dichas batallas; además, en una de las salas había varias vitrinas repletas de esas medallas e insignias que suelen lucir los más altos rangos del escalafón militar. Nada más salir de allí pasamos a la Military Prison, en la que pudimos contemplar cómo eran las celdas en las que vivían los prisioneros de guerra de hace casi 200 años, los cuales tenían que dormir en camas de madera. Más adelante accedimos a una exposición en la que se mostraban las habitaciones subterráneas en las que dedujimos que vivían los soldados. Allí pudimos ver las hamacas en las que descansaban, los cordeles en los que tendían su ropa, las mesas en las que comían o echaban unas partidas de dominó, etc.
Ya era la una menos cuarto, por lo que nos fuimos rápidamente a la Mill's Mount Battery para coger sitio y ver en primera fila el One o'Clock Gun. Hicimos bien, puesto que, al poco de llegar nosotros, esa zona se llenó de turistas que querían presenciar esta peculiar atracción. A la una menos cinco, apareció la maestra artillera para cargar el cañón con la bala que portaba en sus brazos, y seguidamente volvió a su puesto hasta que a falta de un minuto para la una se acercó de nuevo al cañón. Todo el mundo estaba expectante con sus cámaras, ya fuesen de fotos como la mía para inmortalizar ese momento o de vídeo como hizo Jose con su iPhone para grabarlo. Justamente a la una en punto, la maestra artillera disparó, lo cual generó un gran estruendo que asustó a todos los presentes y que hizo que mi foto saliera movida, además de una densa humareda que salía de la boca del cañón.
Si hubiésemos desayunado a la hora que había previsto y, por lo tanto, hubiésemos llegado al castillo más temprano, seguramente ya habríamos terminado, pero todavía nos quedaba una parte que visitar. Bajamos por una cuesta hasta una pequeña plaza presidida por una estatua ecuestre de bronce de Douglas Haig, un oficial británico que participó en la Primera Guerra Mundial. Seguidamente subimos unos escalones para asomarnos al exterior desde el Butts Battery, desde donde se divisaba toda la parte oeste de Edimburgo, destacando principalmente la Saint Cuthbert's Church, el Usher Hall y, ya más al fondo, el Murrayfield Stadium, estadio de la selección escocesa de rugby, y el Tynecastle Stadium, donde juega el Heart of Midlothian F. C.
Bajamos de allí para entrar en uno de los edificios de esa pequeña plaza, el National War Museum of Scotland, el cual recorre los últimos 400 años de la historia militar escocesa a través de cuadros, retratos, banderas, medallas, mapas, armas, uniformes e incluso un vídeo que se proyectaba en una de sus muchas salas. Cuando salimos de allí ya eran las dos menos veinticinco, y, teniendo en cuenta que pretendíamos almorzar en la New Town, decidimos dar por terminada nuestra visita al Edinburgh Castle a pesar de que no habíamos entrado en algunos de sus edificios, como por ejemplo la Governors House o los New Barracks. Así pues, subimos la cuesta por la que bajamos anteriormente para luego seguir por Argyle Battery y salir por el Portcullis Gate.
Antes de salir definitivamente del castillo, entramos en la Portcullis Gift Shop, la tienda oficial del castillo, por si veíamos algo interesante que comprar de recuerdo. Era bastante grande y había mucho donde elegir, pero yo me fui directamente en busca de las camisetas, que es lo que siempre compro cuando me voy de viaje. Como era de esperar, prácticamente todos los modelos que había hacían referencia de alguna manera al Edinburgh Castle, y algunos de ellos estaban bastante bien, aunque yo quería algo más genérico; además, no había ninguna oferta a buen precio si te llevabas dos, así que descarté comprar aquí las camisetas. Por su parte, mis amigos estuvieron mirando diferentes tipos de souvenirs; finalmente, Miguel se decidió por una taza que costaba 2'95 libras y un imán del castillo por el mismo precio, mientras que Jose compró lo mismo que Miguel además de un llavero por 1'95 libras. A la hora de pagar en caja, les envolvieron las tazas con plástico de burbujas para evitar que se rompieran con cualquier golpe que les pudiéramos dar.

13:55
Una vez fuera del castillo, recorrimos la Esplanade para continuar por Castlehill y luego girar a la izquierda por Ramsay Lane, aunque antes de seguir por esta calle cuesta abajo nos detuvimos frente a la entrada del Camera Obscura & World of Illusions, puesto que junto a la puerta había un espejo de esos que deforman la imagen; en concreto, si te ponías delante de éste parecías un enano rechoncho. Como decía, bajamos por Ramsay Lane y seguidamente por Mound Place, donde destaca principalmente el New College, una de las sedes de la Universidad de Edimburgo; luego continuamos por The Mound, dejando a nuestra derecha la Scottish National Gallery y la Royal Scottish Academy, y por Princes Street. Nuestra intención era comer en uno de los dos J D Wetherspoon que hay en George Street, y, como en uno de ellos ya habíamos estado el día anterior, en The Standing Order, nos decantamos por el otro, el The Alexander Graham Bell, al cual llegamos a las dos y veinte.
A esta hora ya no había mucha gente, pues los escoceses almuerzan más temprano, por lo que elegimos la mesa que parecía más cómoda, la 44, cuyos asientos estaban adosados a la pared, lo cual nos permitió descansar más todavía después de toda una mañana caminando. Cogimos la carta que ya casi teníamos aprendida de tantas veces que habíamos estado ya en los restaurantes de esta cadena, pero nos lo tomamos con calma para pensar lo que nos íbamos a pedir, tanto que la señora que estaba en la mesa de al lado, supongo que al escucharnos hablar en un idioma que no era el inglés, se nos acercó para avisarnos de que los camareros no se pasan a tomar nota, sino que somos nosotros los que tenemos que ir a la barra, a lo que le dijimos que ya lo sabíamos.
Pues eso, después de mucho pensar, y es que había mucho y bueno donde elegir, Miguel se decantó por una cerveza John Smith's y una BBQ chicken melt con queso, bacon y salsa barbacoa que le salía por 7'99 libras; Jose se pidió una Pepsi y un fish&chips por el que pagaría 5'35 libras; y yo, otra Pepsi y un 5oz gammon con huevos y patatas fritas que me costó 4'85 libras. Jose vino conmigo para pagar el pedido en la barra y ayudarme con las bebidas, puesto que con los dos refrescos y la cerveza no iba a poder. ¡Qué bien nos vinieron las bebidas! No es que hubiésemos pasado un calor excesivo, pero se agradecía beber algo bien frío para terminar de relajarnos. El camarero vino pasados quince minutos con nuestros tres platos, los cuales tenían muy buena pinta, y además nos recordó que en el mostrador podíamos coger bolsitas de ketchup, mostaza, mayonesa, etc.
Mi plato, como comenté antes, consistió en un filete acompañado de dos huevos fritos y unas cuantas patatas fritas a las que les eché un poco de mayonesa. La carne estaba en su punto, que era lo que yo más temía que no estuviera a mi gusto, por lo que de nuevo quedé más que satisfecho con mi elección en el J D Wetherspoon, al que ya os adelanto que acudiríamos al día siguiente, y ojalá en Málaga hubiera algo similar en cuanto a la calidad, la variedad y el precio se refiere, cosa en la que también coincidían Jose y Miguel, quienes también disfrutaron con sus platos. Ellos incluso se animaron a pedirse un postre para compartir, en concreto unas American-style pancakes con helado y sirope de arce que costaban 2'10 libras. Descansamos un poco más mientras pensamos lo que haríamos el resto de la tarde, que consistiría básicamente en terminar de visitar la Old Town paseando tranquilamente, pues ya no teníamos prisa alguna.
A las cuatro nos pusimos en pie para retomar la caminata. Salimos a George Street para girar a la derecha por Castle Street y después a la izquierda por Princes Street; tras continuar por The Mound, subimos por Bank Street, que recibe este nombre porque allí está la sede del Bank of Scotland. Precisamente en esta calle nos detuvimos un momento para entrar en una tienda de souvenirs y ver qué camisetas tenían, y digo solamente verlas porque no me quería arriesgar a las primeras de cambio por si acaso estuvieran más baratas en otra tienda, que fue lo que me ocurrió en el viaje que hice a Londres dos años y medio antes. De nuevo en la calle, llegamos a High Street, justamente a la esquina donde se encuentra una estatua erigida en recuerdo del filósofo escocés David Hume y a apenas unos metros de la Saint Giles' Cathedral. El día anterior solamente vimos la catedral por fuera, por lo que hoy tocaba conocerla por dentro, aunque antes de ello le di mi cámara a Jose para que hiciese unas cuantas fotos frente a la fachada principal, cuyo estilo era indudablemente gótico.
Nada más entrar, nos encontramos con un cartel en el que se pedía un donativo de 3 libras por la visita y otras 2 libras para poder hacer fotos; como podréis suponer, yo no pagué ni una cosa ni la otra. Jose y Miguel no son de visitar templos, así que me esperaron sentados en un par de sillas mientras yo la recorría y hacía fotos. No se podía negar que la catedral era gótica, tanto por fuera como por dentro, aunque me llamó mucho la atención que la nave central estuviese dividida en dos partes por el altar, lo cual no es muy común, así como la bóveda de crucería que va desde la entrada hasta la altura de la torre central, pues estaba pintada de azul. La Saint Giles' Cathedral no tiene mucho que ver en comparación con otras que he visitado en viajes anteriores, pero bueno, al menos merece destacar sus vidrieras y un gran órgano situado en uno de los laterales. Ya cuando me iba a reunir con mis amigos me topé con una estatua de bronce de John Knox, un sacerdote escocés del siglo XVI que está considerado como el líder de la Reforma en Escocia.

16:35
Salimos a la Royal Mile para continuar con nuestro paseo vespertino. Tras pasar por delante del Mary King's Close, uno de los estrechos callejones más famosos de la Edimburgo subterránea, casi a la altura del restaurante en el que habíamos desayunado esa misma mañana nos topamos con un gran corro de gente. Resulta que estaban rodeando a un hombre que estaba protagonizando un espectáculo que con razón atrajo a tantas personas. Desnudo de cintura para arriba, pidió la colaboración de uno de los presentes para que le ayudase a llevar a cabo un experimento no apto para novatos. Se tumbó sobre su maleta boca arriba y colocó sobre su tronco una tabla atravesada por decenas de clavos para que a continuación se subiera en ella el colaborador con la ayuda de otra persona. El hombre casi ni se inmutó a pesar del peso y de la presión de los clavos que estaba soportando, pero ahí no quedó la cosa, puesto que el colaborador portaba una antorcha con una gran llama que entregó a este hombre, quien de golpe y porrazo se tragó el fuego como si nada. Impresionante.
Unos metros más adelante entré en varias tiendas de souvenirs para seguir viendo camisetas de recuerdo del viaje, pero en éstas no vi nada interesante. Unos minutos antes de las cinco, cuando llegamos a la esquina de High Street con Blackfriars Street, la calle de nuestro hostal, Jose y Miguel me dijeron que iban a aprovechar para dejar en la habitación lo que habían comprado en el castillo para no tener que seguir cargando con ello y de paso ir al baño, por lo que acordamos reunirnos de nuevo en unos quince minutos en esa misma esquina. Yo aproveché para visitar más tiendas, y es que la Royal Mile, además de sus alrededores, está plagada de negocios de este tipo, pues para algo es la vía principal de la Old Town de Edimburgo. En el tiempo que estuve sin mis amigos entré en por lo menos ocho o diez tiendas para continuar con mi búsqueda. Alguna que otra me llamó la atención, especialmente un modelo que vi en un par de ellas y que de momento ocupaba el primer lugar de mis preferencias; eso sí, salvo que viera alguna oferta irrechazable, no me la iba a jugar hasta el siguiente día.
De nuevo los tres juntos, bajamos por High Street para ir hasta el Palace of Holyroodhouse. Justo al final de este tramo de la Royal Mile nos encontramos con The World's End, un conocido pub de la ciudad, y a partir de ahí continuamos por el cuarto y último tramo de esta céntrica vía, Canongate, cuyos edificios mostraban una apariencia más medieval incluso que los del comienzo de la Royal Mile; de hecho, de algunas de sus fachadas colgaban banderolas que fácilmente te transportaban unos mil años atrás. Por el camino, para variar, seguí entrando en las muchas tiendas de souvenirs con las que nos íbamos topando; sin embargo, cabe resaltar una de ellas en la que casualmente yo no me fijé, sino Jose, y es que únicamente vendía camisetas personalizadas con una atractiva oferta de 3x2, pero no me convencía del todo, puesto que comprar tres camisetas me parecía mucho, y por otra parte yo buscaba diseños más típicos y no tan minimalistas como los que allí se mostraban.
Justo enfrente de esta tienda vimos un edificio muy particular y que me llamó mucho la atención, ya que, además de por su indudable estilo medieval, destacaba por un enorme reloj que sobresalía de su fachada; concretamente, en dicho edificio está el pub Tolbooth Tavern, que según parece también es uno de los más típicos de la ciudad. En esa misma acera, unos metros más adelante, vimos el Canongate Kirk, un templo de la Iglesia de Escocia con una silueta y una forma un tanto extraña, diferente a la que estamos acostumbrados, incluso a los que ya habíamos visto a lo largo del viaje. Diez minutos más tarde, después de haber entrado en alguna que otra tienda más, llegamos al final de la Royal Mile, donde nos vimos rodeados por varios puntos de interés, tales como el Scottish Parliament Building, The Queen's Gallery y el Palace of Holyroodhouse.
Nos acercamos primero a este último, la residencia oficial que tiene la reina Isabel II en Escocia, por Abbey Strand para visitarla, pero nos quedamos con las ganas porque había cerrado hace pocos minutos. Nos tuvimos que conformar con asomarnos a través de los barrotes de la verja de entrada, desde donde se veía toda la fachada principal del edificio, que a mí personalmente me parecía más bien una mezcla entre palacio y castillo, y la explanada que tiene delante a modo de plaza con un monumento un tanto extraño en su centro; también conseguimos ver parte de la Holyrood Abbey, la abadía agustina situada detrás del palacio y que está en ruinas desde que su techo se viniera abajo en el siglo XVIII. Deshicimos nuestros pasos para volver a Horse Wynd y situarnos frente a The Queen's Gallery, una pequeña galería de arte que forma parte del palacio y que también había cerrado ya, pero lo que sí que estaba abierto era su tienda de recuerdos. Más que una tienda de souvenirs parecía una tienda de lujo, pues básicamente había joyas, vasijas, vajillas, perfumes, bolsos y otros regalos a precios un tanto prohibitivos en algunos casos. Ni por asomo se me ocurriría comprar algo allí.
De nuevo en la calle, nos fijamos ahora en el edificio del Scottish Parliament, un enorme complejo con un diseño muy modernista y rocambolesco, tanto que no sabría como definirlo o describirlo. Avanzamos un poco hasta un estanque artificial situado en los jardines del edificio y desde el cual teníamos una impresionante vista de las colinas y las peñas del Holyrood Park en toda su extensión, así que no dudé en hacerme una foto. Quien también quería que le hiciese una foto era un chaval que estaba jugando con su perro en el estanque, y obviamente le dije que no. Tras disfrutar unos minutos de la tranquilidad y de la espectacularidad de este paisaje, tocaba seguir pateando la ciudad, aunque ya sin rumbo fijo porque no teníamos nada más que visitar; así pues, saqué el mapa de Edimburgo para pensar entre los tres qué hacer el resto de la tarde. Finalmente decidimos dirigirnos a la New Town, concretamente a la zona donde hay dos centros comerciales para hacer tiempo y buscar por allí un sitio para cenar.

18:00
Pues bien, tiramos por Horse Wynd y, tras sortear la rotonda situada en su confluencia con Canongate, continuamos por Calton Road. Esta calle se parecía bien poco a las que habíamos recorrido en la Old Town, y eso que nos encontrábamos a apenas unos metros de esta parte de la ciudad, y es que casi no tenía ni acera y daba la impresión de que allí no hubiera vida, parecía un suburbio abandonado. Quizás sería porque por encima del muro que teníamos a mano derecha se asomaban varias lápidas pertenecientes a un cementerio situado tras dicho muro. Un poco más adelante llegamos a un tramo lleno de pintadas y graffitis, precisamente a la entrada de un oscuro túnel sobre el cual se encuentran las vías de tren procedentes de la Waverley Railway Station, la cual íbamos dejando a nuestra izquierda conforme avanzábamos. Llegó un momento en el que la calle se torcía a la derecha, donde nos topamos con un enorme arco, el Regent Bridge, el cual atravesamos para llegar de nuevo a la civilización, si se me permite la expresión.
Nos hallábamos ahora en Leith Street en medio de dos centros comerciales: a nuestra izquierda, el St James Shopping Centre; a nuestra derecha, el Omni Centre. Como estábamos en la acera de la derecha, nos acercamos primero a este último, con su fachada completamente acristalada y dos jirafas metálicas a la entrada del que no supimos deducir qué significado tenían. Ya dentro, cogimos las escaleras mecánicas para subir a la primera planta, donde únicamente había salas de cine, así que bajamos de nuevo en busca de tiendas en las que entrar y echar un rato. Para nuestra decepción, abajo solamente vimos unos cuantos bares y restaurantes, siendo uno de ellos The Playfair, el tercer J D Wetherspoon de Edimburgo y al que las circunstancias nos obligarían a acudir al día siguiente para desayunar.
Total, viendo que allí no teníamos mucho que hacer, salimos a la calle y cruzamos al otro centro comercial, el St James Shopping Centre, que acababa de cerrar, por lo que la idea que teníamos de buscar un sitio para cenar en estos dos centros comerciales se había esfumado en absoluto, ya que los pocos que había en el Omni Centre, salvando The Playfair, no nos convencieron. Ante este panorama, decidimos improvisar sobre la marcha, y lo primero que hicimos fue acercarnos al centro por Leith Street y luego por Princes Street. A la altura del Scott Monument giramos a la derecha por South St David Street para ir al supermercado Sainsbury's situado en la esquina con Rose Street. Entramos medio para hacer tiempo medio para echar un vistazo a lo que había con vistas al desayuno del día siguiente, ya que habíamos pensado que uno de los días desayunaríamos con lo que comprásemos en algún supermercado.
Ya en la calle, cogimos el camino de vuelta al hostal para descansar un rato. Para ello, deshicimos nuestros pasos hasta Princes Street para luego coger por Waverley Bridge, donde confirmamos que se encuentra la parada del autobús que va al aeropuerto de Edimburgo, y Cockburn Street, una empinada calle que desembocaba en High Street. Eran las siete y veinticinco cuando mis amigos se dirigieron al hostal, mientras que yo seguí callejeando para entrar en más tiendas de souvenirs y, de paso, ver posibles sitios para cenar en la Old Town. Recorrí la Royal Mile en dirección al castillo hasta llegar al cruce con George IV Bridge en busca de algún pub o restaurante que tuviese buena pinta, aunque no tenía muchas esperanzas sabiendo que la noche anterior también estuvimos por allí y no nos convenció nada.
A la altura de la estatua del Greyfriars Bobby giré a la izquierda por Chambers Street, que por cierto estaba casi desértica, y después por South Bridge, donde se me presentaron más opciones que antes, aunque la verdad es que no eran excesivamente interesantes. Con respecto a las tiendas de souvenirs en las que iba entrando, las camisetas que me gustaban tenían precios similares, así que me barruntaba que al día siguiente me costaría decidirme por una u otra. De vuelta en High Street, me fui hasta Blackfriars Street para regresar al hostal y reunirme de nuevo con mis amigos siendo ya las ocho y diez. Les dije que no había conseguido encontrar nada nuevo con respecto a lo que ya habíamos visto la noche anterior, solamente recordarles que las opciones más viables eran los dos take-away de kebabs y pizzas de South Street, pero no realmente no nos terminaban de convencer.
Tras pensarlo detenidamente, ya que teníamos pensado ir a Rose Street a tomarnos algo al final de la noche, decidimos mirar por allí a ver si teníamos suerte, ya que a Miguel le sonaba haber visto un restaurante en esa misma calle que podría estar bien. Por otra parte, antes pararíamos en el Sainsbury's para comprar algo de postre y tomárnoslo luego en el hostal, y también con vistas a un pre-desayuno para el siguiente día, puesto que también acordamos que iríamos a desayunar a The Standing Order, uno de los dos J D Wetherspoon que están en George Street.

20:25
Tras coger mi cámara de fotos y mi chamarreta, por si acaso refrescase cuando se hiciese más de noche, salimos de nuestra habitación y del hostal para dirigirnos a la New Town. Para variar, subimos Blackfriars Street hasta desembocar en High Street y luego continuar por North Bridge, Princes Street y South St David Street. En apenas quince minutos llegamos al Sainsbury's, donde, como comenté antes, entramos para comprar algo tanto para después de cenar como para el día siguiente nada más levantarnos. Nos llevamos dos cajas de cuatro muffins, una de chocolate y otra con pepitas de chocolate, a 1'79 libras cada una; una bolsa con cuatro tortas con trocitos de chocolate blanco que Miguel decía que estaban bastante buenas que nos costó una libra; y por último dos pintas de leche para mis amigos a 0'49 libras cada una. De nuevo en Rose Street, nos sorprendió muchísimo mientras la íbamos recorriendo que estaba casi desértica, no había ambiente, y eso que solamente eran las nueve de la noche, aunque realmente todavía era de día.
Encontramos en seguida el restaurante que Miguel tenía en mente, pero precisamente era uno de los pocos locales que estaban llenos, y además los precios se salían de lo que teníamos pensado gastarnos para cenar, así que seguimos avanzando en busca de otro sitio. Andábamos y andábamos y la cosa se iba poniendo fea, puesto que no veíamos nada que nos interesase. Finalmente entramos en uno llamado The Black Cat que, aunque también estaba bastante concurrido, tenía una pequeña mesa que estaba libre y que no dudamos en coger. La carta no era muy extensa, pero lo poco que tenía era más o menos lo que queríamos: platos para compartir entre los tres. Cuando decidimos lo que nos íbamos a tomar, Jose y Miguel se acercaron a la barra para hacer el pedido mientras yo les esperaba en la mesa con la bolsa del Sainsbury's. Pasaban los minutos y mis amigos no eran atendidos. Resulta que en la barra había solamente una camarera que obviamente no podía llevar todo para adelante, así que, viendo que iba para largo, decidimos irnos de allí y cancelar la cena.
Lo que haríamos sería ir a un pub a tomarnos algo y luego en el hostal nos comeríamos los muffins y las tortas que habíamos comprado antes. No nos lo pensamos mucho y nos sentamos en una de las mesas que estaban fuera de uno llamado The Kenilworth. Yo, para variar, me iba a tomar una Coca-Cola, así que fueron mis amigos los que se acercaron a la barra, puesto que ellos tomarían cerveza y tenían que ver cuáles había. A los pocos minutos vinieron con mi refresco y sus dos cervezas: una Tennent's y una Peroni. En la cuenta no estaba especificado el precio de cada bebida, pero dedujimos que mi Coca-Cola costaba 3'75 libras, muy caro la verdad, pero ya me lo esperaba teniendo en cuenta que resulta casi un insulto pedirse un refresco en Escocia; al menos, la botella era de 330 ml y no de 200 como las que suelen poner en los bares españoles.
Apenas un cuarto de hora después de habernos sentado, salió el camarero para avisar a los clientes para decir que ocupáramos las mesas de dentro. Supusimos que el motivo era que habría alguna norma relativa a los horarios que deben cumplir los bares, pues eran cerca de las diez y tenía pinta de que a partir de esa hora no puede haber mesas en las calles. Nos sentamos en una mesa cuyos asientos estaban apoyados en la pared de cara al local, cuya estética era típicamente británica, con el techo ligeramente artesonado y casi todo de madera. Miguel se acercó a la barra para pedirse otra cerveza, puesto que la primera se la bebió casi del tirón de la sed que tenía, y luego empezamos a ver las fotos que ellos habían hecho con sus iPhones para repasar los sitios que habíamos visitado a lo largo del viaje, que ya llegaba prácticamente a su fin.
Jose tenía ganas de tomarse otra cerveza, pero no se decidía por una en concreto, así que pensó en pedirle al camarero si sería posible probar algunas. El problema era que no sabía cómo preguntárselo en inglés, por lo que le dije la frase que tenía que decirle. Se acercó a la barra y, tras catar unas cuantas, se pidió la que más le gustó, la cual compartió con Miguel puesto que no se la iba a beber entera. A las once menos cuarto nos dimos cuenta de que los clientes de las otras mesas ya se estaban marchando y que el camarero ya estaba empezando a recoger; así pues, mis amigos se apresuraron para terminarse la cerveza, tras lo cual nos levantamos para irnos, no sin antes despedirnos del camarero, que nos había tratado muy bien.
Ya era de noche cuando salimos del pub, aunque todavía no era noche del todo cerrada. Después de Rose Street, tiramos por Frederick Street para cruzar a Princes Street, donde al levantar la mirada nos encontramos con el Edinburgh Castle iluminado sobre la cima de la roca que corona, una bella estampa que no dudé un segundo en inmortalizar con mi cámara en unas cuantas fotos. Igualmente se las hice al edificio del Bank of Scotland y al hotel The Balmoral, que a esa hora también estaban iluminados de una forma muy llamativa. Recorriendo el North Bridge, me detuve para fotografiar de nuevo el castillo, ahora desde otra perspectiva, y ya por último le hice una a la New Town. Al llegar a High Street, nos topamos con un par de pubs que estaban muy concurridos y además con música en directo, uno con música pop y el otro con violines y gaitas al más puro estilo escocés; al pasar por delante de este último pensamos lo bien que hubiera estado terminar el día en este pub.
Al cruzar de acera para continuar por Blackfriars Street, me encontré una libra en la calzada que no dudé en coger; si hubieran sido unos peniques quizás no me hubiera molestado en agacharme, pero siendo una libra... Pasadas las once y cuarto de la noche llegamos al hostal, y lo primero que hicimos fue ducharnos: primero Miguel, luego Jose y, por último, yo. Mis amigos pusieron a cargar sus iPhones, mientras que yo no tuve necesidad de cargar ni mi móvil ni las baterías de mi cámara puesto que tenía carga suficiente para lo que restaba de viaje. Ya duchados y más cómodos, nos dispusimos a cenar parte de lo que habíamos comprado en el Sainsbury's unas horas antes. Jose y Miguel se tomaron cada uno su pinta de leche y un muffin con pepitas de chocolate; por mi parte, yo me comí un muffin de chocolate, que estaba bastante bueno, y una de las tortas con trocitos de chocolate blanco, la cual estaba espectacularmente buena, tanto que empecé a valorar la posibilidad de comprarme al día siguiente una bolsa para llevármela a Málaga.
Antes de acostarnos, hicimos cuentas de lo que nos habíamos gastado a lo largo del día para incluirlo en la lista de gastos del viaje, y luego comentamos lo que haríamos al día siguiente. Ya no teníamos nada importante que visitar, así que en principio no haría falta levantarse temprano, pero, como teníamos que desayunar fuera, acordamos poner nuestras alarmas a las ocho y cuarto. Iríamos a desayunar al J D Wetherspoon más cercano al hostal, ya que Jose y Miguel querían repetir el desayuno escocés, y luego daríamos un paseo por la ciudad para comprar los souvenirs que nos faltaban. Después de comer volveríamos al hostal para recoger las maletas e ir en autobús hasta el aeropuerto, puesto que nuestro avión saldría a las seis de la tarde. Pues bien, con todo ya planteado, nos lavamos los dientes y nos acostamos cerca de la una de madrugada. Ya solamente nos quedaba un día.

miércoles, 23 de julio de 2014

No es mío, pero es interesante (LXIX)

Aquí tenéis otra entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han gustado en las últimas semanas. Algunos blogs han conseguido colar varias entradas, como son los casos de Microsiervos, Fogonazos, ALT1040 y WTF Microsiervos, con once, tres, dos y dos aportaciones, respectivamente. Ya sabéis que aquí lo que predomina es la variedad, ya que hay matemáticas, astronomía, ciencia, curiosidades, vídeos, etc.
Repasemos la lista de esta entrega:
¿Os han gustado los enlaces de esta entrega? Espero que así haya sido y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

miércoles, 16 de julio de 2014

El ángel perdido

Esta misma mañana he terminado con mi segunda lectura veraniega, que en este caso ha sido del libro 'El ángel perdido', obra del escritor español Javier Sierra.
Es la noche de Todos los Santos y Julia Álvarez se encuentra restaurando el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. De repente observa que, a pesar de que ya está cerrado al público, alguien ha entrado en el templo, una persona con la que llega a tener contacto visual y que incluso le llega a hablar, pero en una lengua que Julia no logra entender. Casi sin esperarlo, comienza un tiroteo dentro de la catedral que provoca la huida de este oscuro personaje, siendo el causante de ello un agente de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de los Estados Unidos que muestra a Julia un vídeo en el que aparece un hombre que ha sido secuestrado: es Martin Faber, su marido. Le informa además de que parece ser que le han capturado en la zona del monte Ararat, en Turquía, donde se encontraba realizando investigaciones climatológicas. Los sucesos que acontecen a partir de ese momento llevan a Julia a adentrarse en una búsqueda en la que participan varios frentes están interesados en dos misteriosas piedras con poderes sobrenaturales que precisamente poseen ella y Martin.
Este libro no lo adquirí bajo mi propia elección, sino que fue un regalo, por lo que la incertidumbre que tenía acerca de su lectura era máxima. Tras haberlo leído, puedo decir que no me ha disgustado, pero tampoco me ha entusiasmado. La trama contiene todos los ingredientes del género novelístico que triunfa desde la irrupción de Dan Brown con su tan criticado 'El código Da Vinci': misterios, símbolos, mensajes encriptados, leyendas bíblicas, desastres apocalípticos, persecuciones, etc. Hay que reconocer que el cóctel que se obtiene es de los que entran por los ojos, y la verdad es que cuando comencé a leerlo pensé que iba a encandilarme; sin embargo, para mi gusto le ha faltado algo que terminase de engancharme del todo, que es lo que más busca en un libro cualquier lector. Probablemente haya sido que me ha resultado un tanto inverosímil todo el trasfondo referente al Diluvio Universal, los ángeles y las mágicas piedras que poseen Julia y Martin, y también los continuos cambios de ubicación y de narrador de la historia, lo cual dificulta e incluso llega a confundir durante la lectura; es más, incluso me atrevería a decir que ciertos personajes sobran totalmente, y eso ayudaría a centrarse algo más en la trama y no complicarla tanto. Lo que sí que es digno de admirar es lo bien que está escrito el libro, pues se deja leer con agilidad y está narrado con todo detalle, y es aquí donde se nota que el autor se ha documentado a la perfección para poder elaborar una historia que, siendo ficción, ha conseguido encajar con maestría numerosos personajes, hechos y textos reales. También tengo que decir que, tal y como está planteado el libro, varias veces he pensado mientras lo leía que bien podría ser el perfecto guión de una taquillera película hollywoodiense, las cosas como son. Creo que este libro ganaría puntos con una segunda lectura, pero antes prefiero seguir con mi lista de títulos pendientes, que son muchos, y quién sabe si algún día aumentará con otra obra de Javier Sierra, pues tengo entendido que ha escrito títulos mejores que éste.

lunes, 7 de julio de 2014

Asesinos sin rostro

Ayer domingo terminé de leer el primero de los libros que pretendo devorar a lo largo de este verano; en concreto, ha sido 'Asesinos sin rostro', del escritor sueco Henning Mankell.
Kurt Wallander es un inspector de policía de la pequeña localidad sueca de Ystad que no atraviesa por un buen momento personal: se acaba de separar de su mujer, apenas se habla con su hija, se lleva más mal que bien con su padre, y encima tiene ciertos problemas con el alcohol, aunque no demasiado graves. Una noche se comete un crimen en el que una pareja de ancianos de Lenarp ha sido brutalmente asesinada. El inspector Wallander es el encargado de resolver este misterioso caso, ya que a priori no existe ningún motivo para que un matrimonio de granjeros haya encontrado tal fin. La única pista con la que cuenta Kurt y su equipo es que la mujer, justo antes de morir en el hospital, pronunció la palabra "extranjero". A partir de ahí se inicia la investigación, la cual va avanzando poco a poco al descubrirse que quizás el robo de una importante suma de dinero haya sido el móvil del crimen y que el marido escondía una doble vida que su mujer desconocía. El posible robo de un coche, llamadas anónimas y amenazantes al inspector, el asesinato de un somalí y otros hechos van guiando a Kurt Wallander en la resolución del caso.
'Asesinos sin rostro' es el primer título de la exitosa saga protagonizada por el inspector Kurt Wallander. El autor, Henning Mankell, parece que ha querido construir una serie de libros que no se centra únicamente en los casos a resolver, sino también en la vida personal de Wallander, un hombre atormentado cuya situación familiar le ha llevado a dejarse en lo físico (bebe con cierta frecuencia, no come debidamente, apenas duerme, etc.), y esto nos lleva a dos historias que, en cierta medida, van cogidas de la mano, pues a veces da la impresión de que Kurt se muestra más o menos lúcido en sus investigaciones según su estado anímico. Como casi cualquier obra del género policíaco que está bien escrita e hilada, el libro engancha desde el principio, aunque no tanto como para terminarlo del tirón; eso sí, tampoco conviene alargar demasiado su lectura (apenas son 300 páginas), ya que una de las pegas que le pongo, y no es una crítica negativa porque es inevitable, es que aparecen numerosos términos suecos referentes a nombres y poblaciones que son fáciles de confundir, pero lo dicho, ante este detalle no podemos hacer nada (lo mismo le pasará a los lectores suecos cuando tienen en sus manos un libro de un escritor español). Lo que sí que no me ha gustado es el final, cuando se resuelve el caso, puesto que resulta un tanto precipitado, casi como por casualidad, aunque también es una muestra de la sagacidad del inspector, quien demuestra estar inspiradísimo cuando parece que el crimen se quedará sin resolver. Tengo entendido que los siguientes libros de la saga mejoran bastante al primero, así que estoy seguro de que la continuaré más adelante para disfrutar de las investigaciones del inspector Kurt Wallander.