Ayer terminé el cuarto libro que he leído este verano, concretamente 'El nombre de la rosa', del escritor y filósofo italiano Umberto Eco, recientemente fallecido.
A finales de noviembre de 1327, el monje franciscano y antiguo inquisidor Guillermo de Baskerville y su inseparable y joven novicio Adso de Melk, que es quien narra esta historia cuando ya es anciano, llegan a una abadía benedictina situada al norte de Italia, donde uno de los monjes miniaturistas ha muerto en extrañas circunstancias. Fray Guillermo será el encargado de averiguar quién ha cometido tal delito ayudado por Adso, y para ello se sirve de sus vastos conocimientos y dotes detectivescas, pero, con el paso de los días, se suceden más muertes entre los monjes que parecen respetar el orden de las siete trompetas del Apocalipsis. Guillermo y Adso tendrán que saltarse las estrictas normas de una abadía famosa por su biblioteca, una de las más grandes e importantes de la cristiandad, y al mismo tiempo inaccesible, lo cual hace pensar a Guillermo que allí puede estar la clave de todos estos asesinatos.
Decepcionado. Así es como me he sentido tanto mientras leía 'El nombre de la rosa' como al terminarlo. Cuando lo compré, pensé que este libro pasaría a formar parte de ese reducido grupo de novelas de gran extensión, entre las que se encuentran 'La sombra del viento' o 'Los pilares de la Tierra', que releería mil veces para mi disfrute, pero no ha sido así. Nos encontramos ante una novela histórica que combina personajes reales de la época en la que tienen lugar los hechos que se relatan con otros inventados que guardan evidentes similitudes con personajes posteriores, como ocurre con los casos de Guillermo de Baskerville (Sherlock Holmes) y Adso de Melk (doctor Watson), y la verdad es que esta mezcla y la ambientación de la historia en una abadía de la Edad Media están muy conseguidas, con una narración que parece retrotraerte a dicha época, pero le encuentro muchas pegas. Para empezar, contiene mucha morralla relacionada con los años previos al Cisma de Occidente que bien se podrían haber resumido o eliminado directamente del relato, pues no hace otra cosa que desviarte innecesariamente de la trama principal y, por lo tanto, que no te enganche del todo, o casi nada. También contribuyen a ello dos aspectos muy notorios en esta novela: en primer lugar, el continuo recurso de las interminables enumeraciones, que en algunos casos ocupan varias páginas, lo cual no hace sino ralentizar la lectura y liarte; y luego, la gran cantidad de palabras, frases e incluso párrafos en latín, y en menor medida en otros idiomas, que utilizan tanto el narrador como los personajes pero cuyas traducciones no aparecen por ningún sitio, y es que ¿tanto cuesta añadir notas al pie para saber qué significan? Internacionalmente, 'El nombre de la rosa' está considerada como una novela imprescindible, de culto, pero a mí, por desgracia, no me lo ha parecido. Como suelo decir en estos casos, puede que una segunda lectura me haga cambiar de opinión, pero tengo otros muchos títulos a los que hincarles el diente antes que darle una nueva oportunidad a un libro que a día de hoy no puedo recomendar.
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