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miércoles, 30 de agosto de 2017

Viaje a Francia: día 1

Lunes, 17 de julio de 2017

6:45
Después de más de dos semanas de vacaciones, de nuevo tocaba levantarse temprano, aunque esta vez no por trabajo, sino porque en unas horas pondría rumbo a Francia para visitar Toulouse, Carcassonne y Bordeaux con mis amigos Jose y Miguel. Si bien en febrero hicimos una pequeña escapada de fin de semana a Córdoba para resarcirnos del viaje que no pudimos hacer el año anterior debido a que yo estaba enfrascado con las Oposiciones y todo lo que eso conlleva, este viaje era el que realmente estaba esperando con más ganas, por su duración (seis días) y porque sería la primera vez que iría a nuestro país vecino. A pesar de ello, tardé dos o tres minutos en levantarme de la cama para asearme y luego ir a la cocina a prepararme el desayuno que me tomo todas las mañanas: un mollete tostado con aceite y un vaso de leche con Nesquik.
Ya de vuelta en mi habitación, me vestí para luego terminar de hacer la maleta, que ya había dejado prácticamente preparada la tarde anterior, y avisar a Jose por nuestro grupo de Telegram de que ya estaba listo para que viniese con su hermano Fran a recogerme, así como recordarle a Miguel que no se olvidase de meter en su maleta los billetes de avión, de tren y la planificación de los sitios que íbamos a visitar. Tras hacer algo de tiempo en el salón, me despedí de mi madre y me dirigí con mi maleta al comienzo de calle Alcazabilla, donde poco después de las ocho me recogieron para ahora hacer lo propio con Miguel, que nos esperaba en su piso de Teatinos, al que se mudó hace unos meses, aunque nos costó un poco encontrarle. Al llegar al aeropuerto, comprobamos que habían hecho algunas modificaciones en la zona de subida y bajada de pasajeros, que ya no existe como tal, sino que ahora obligan a los coches que llegan a entrar en el aparcamiento y pagar si permanecen allí más de quince minutos, una medida que no tiene otra intención que sacar dinero, por lo que nos bajamos lo más rápido posible para que el hermano de Jose no tuviese que pagar nada.
Nos fuimos directos al control de seguridad, ya cada uno con nuestros respectivos billetes, aunque mis amigos se descargaron una aplicación para el móvil que evita el tener que llevarlo físicamente en papel para probar qué tal funciona, y la verdad es que no tuvieron ningún problema. En lo que respecta al arco de seguridad, a ninguno nos pitó, pero a Jose, tal y como se esperaba, le llamaron la atención por llevar en su maleta un bote de desodorante de más de 150 ml, por lo que tuvo que dejarlo allí. Atravesamos la tienda de dutyfree que se halla justo a continuación (no hay otro remedio que pasar por allí, evidente estrategia para animar a los pasajeros a comprar algo, bueno, a que les roben) y al salir nos topamos con un panel en el que se informaba que la puerta de embarque de nuestro vuelo era la D62, adonde nos dirigimos para hacer cola y así ser de los primeros en subir al avión. Estando allí de pie esperando, vimos que un par de azafatas de easyJet empezaron a pedir el billete y la documentación, así como a poner una pegatina verde en las maletas, para luego agilizar el embarque, lo cual está muy bien pensado, ya que así se asegura ser lo más puntual posible.

9:35
Una vez ya en la pasarela de acceso al avión, abrí mi maleta para sacar la mochila de la cámara y hacer fotos durante el vuelo, ya que supuestamente a la hora de embarcar en esta compañía aérea solamente puedes pasar con un bulto. Nuestros asientos ya estaban asignados por defecto cuando imprimimos los billetes, concretamente el 9D para Miguel, el 9E para Jose y el 9F (el de ventana) para mí, y no como hace algunos años que podíamos sentarnos en cualquiera que estuviera libre, y con suerte en los más amplios situados junto a las salidas de emergencia. Para variar, cabía muy justo en mi asiento, con mis rodillas rozando el de delante, pero al menos tenía cierto margen para doblar las piernas y no estar siempre en la misma postura, cosa que no ocurriría en el vuelo de vuelta, como ya comentaré llegado el momento; entre tanto, con todos los pasajeros ya en sus asientos, las azafatas procedieron a explicar las habituales medidas de seguridad.
Estaba previsto que saliésemos a las 9:55, pero no fue hasta las 10:10 cuando el avión se puso en marcha para cinco minutos después, tras enfilar la pista y dar el preceptivo acelerón, despegar rumbo a Toulouse; a pesar de este mínimo retraso, el comandante comunicó al pasaje a través de la megafonía del avión que llegaríamos a nuestro destino a las 11:45, que era precisamente la hora que estaba programada. El cielo estaba bastante nuboso, que no nublado, lo cual hacía difícil ver lo que había abajo, así que dediqué estos primeros minutos del vuelo a ojear la revista de la compañía, en la cual aparecían recomendaciones de algunas ciudades que comunica easyJet relativas a dónde comer, qué ver y cómo llegar al centro de dichas ciudades desde el aeropuerto; por cierto, que en el caso de Málaga hablaban de qué hacer por la noche considerándolo desde las 16:00, un disparate teniendo en cuenta que en verano llegamos a tener luz solar hasta poco antes de las diez de la noche y que en invierno lo más temprano que se pone el sol es a las seis y media.
Como suele ser habitual en los vuelos que cogemos por la mañana, mis amigos se pidieron un café cuando pasó el carrito del desayuno, concretamente un cappuccino que les costó 3 euros a cada uno. Cuando se lo terminaron, Miguel sacó su móvil y se pusieron con un juego que consiste en encontrar varias palabras a partir de unas letras dadas mientras yo me entretenía mirando por la ventana, pero yo también quería participar, así que les eché una mano cuando se atascaban. A las once ya estábamos sobrevolando el Delta del Ebro, y antes de las y veinte atravesamos los Pirineos, que lógicamente no estaban nevados, por lo que eso quería decir que ya nos quedaba poco para llegar; de hecho, así lo avisaron por la megafonía del avión. Unos minutos antes de las once menos cuarto, aterrizamos en el aeropuerto de Toulouse-Blagnac, donde precisamente tiene su sede Airbus, cuyas naves pudimos ver junto a las pistas.
Bajamos del avión por unas escaleras para luego subirnos a un autobús que nos llevó hasta la terminal, donde, para nuestra sorpresa, tuvimos que esperar una larga cola para el control de fronteras, lo cual no terminaba de entender porque en Málaga no lo tuvimos que pasar, y además no habíamos abandonado el espacio Schengen. Mientras esperábamos, le dije a Miguel que le enviase un mensaje a Renaud, la persona que nos iba a recibir en el apartamento que habíamos reservado, para informarle de que ya estábamos en el aeropuerto y que sobre la una menos cuarto estaríamos por allí. Superado el trámite de este control, salimos al exterior en busca de la parada de la línea AERO, el autobús que conecta el aeropuerto con el centro de la ciudad, el cual tuvimos que esperar algo más de diez minutos a llegase, y pasando cierto calor, aunque al menos pudimos ponernos a la sombra que daba la parada.
Ya en el autobús, tuvimos que pagar 8 € cada uno, un timo teniendo en cuenta que el trayecto apenas dura quince minutos y que, en comparación, para el día siguiente ya habíamos comprado billetes de tren de ida a vuelta a Carcassonne a 9 € y casi una hora de duración por cada trayecto; bien es cierto que había otra posibilidad mucho más barata (1'60 €), pero implicaba una combinación de tranvía y metro que daba un rodeo bastante largo por la ciudad que no nos terminaba de compensar. De camino a nuestra parada, la de Compans-Caffarelli, pasamos por el Stade Ernest-Wallon, el estadio del Stade Toulousain, uno de los equipos de rugby más importantes de Francia y de Europa, y por el Canal de Brienne, por el cual pasearíamos esa misma tarde. Minutos antes de la una nos bajamos del autobús, y tan solo dos después ya nos encontrábamos frente a la puerta del Appartement Université-Capitole, en el 16 Rue des Quêteurs.

13:00
Allí no había nadie, y tampoco obtuvimos respuesta cuando llamamos al timbre, así que Miguel sacó el móvil para avisar a Renaud de que ya habíamos llegado, pero justo en ese momento le vimos venir por un extremo de la calle acompañado de otro hombre. Mientras nos saludábamos, empezó a hablarnos en un español más que decente, lo cual era de agradecer, y a continuación abrió el portón principal para seguidamente abrirnos la puerta del apartamento, situado a apenas un metro más adelante en el pasillo de la planta baja. La apariencia exterior del edificio era bastante deprimente, pero el apartamento no tenía nada que ver, bastante bien cuidado, limpio y bien equipado. Los 230 € que nos costaría ya estaban pagados de unos días antes, así que Renaud solamente tuvo que enseñarnos el apartamento (salón con cocina, un dormitorio y el baño) y dejarnos una carpeta en la que se explican diversos detalles referentes a la televisión, el humidificador, el montaje del sofá-cama, la conexión a la wifi, etc.
Tal y como le habíamos avisado por correo con anterioridad, nosotros tendríamos que dejar el apartamento sobre las once y media de la mañana del jueves, a lo que nos dijo que simplemente tendríamos que dejar uno de los dos juegos de llaves en el apartamento y el otro en el buzón correspondiente. Por último, nos dio un mapa de Toulouse bastante grande para que nos pudiéramos guiar por la ciudad, así que aprovechamos también para que nos diese consejos acerca de dónde comer barato, aunque nosotros ya llevábamos una lista con restaurantes recomendados por TripAdvisor. Cuando Renaud se marchó con su acompañante, nosotros apenas permanecimos más de cinco minutos en el piso porque ya iba siendo hora de almorzar, ya que en Francia, al igual que en casi toda Europa, lo normal es comer sobre las doce o la una, y no queríamos encontrarnos con todo cerrado.
Miguel había buscado dos opciones para comer en el centro (O'Saj y Caminito), por lo que nos fuimos hacía allí por Rue des Salenques y su continuación, Rue des Lois, un par de calles en las que me llamó la atención que había bastantes librerías, al igual que en el resto de la ciudad y en las otras dos que visitaríamos, como descubriría a lo largo del viaje, lo cual me alegró un montón. Desembocamos en la Place du Capitole, la más importante de Toulouse, pero no nos detuvimos porque ya tendríamos tiempo de verla más tarde, así que seguimos por Rue Léon Gambetta. Mi amigo estaba especialmente interesado en la primera opción, un libanés, pero resulta que los lunes cerraba, así que entramos en el otro, un argentino situado en la bocacalle de enfrente. Nos encontramos con un local bastante pequeño en el que solamente había un hombre que se encargaba de todo (tomar nota, cocinar, cobrar...), pero lo hacía con bastante solvencia, atención y amabilidad, y además, como era argentino, pudimos hablar con él en español.
La carta se componía única y exclusivamente de empanadas, todas a 4'20 €, por lo que no había mucho donde elegir. Yo me decanté por una criolla y otra de chorizo, mientras que mis amigos compartirían cuatro (criolla, chorizo, jamón y queso, y tres quesos); en lo que respecta a la bebida, le pedimos una botella de agua del grifo, que en Francia es gratis, una opción a la que recurrimos en casi todos los sitios a los que fuimos a comer o cenar. Las empanadas tenían un tamaño normal, aunque sinceramente me las esperaba algo más grandes, mientras que de sabor estaban bastante buenas; eso sí, lo que nos estropeó un poco la comida fue que en la calle estaban de obras, concretamente con un taladro perforador de suelo y un potente aspirador que recogía los trozos de asfalto que se rompían. Para el postre me pedí un crêpe de dulce de leche, y Jose y Miguel se repartieron otro crêpe y un pionono de dulce de leche; además, el camarero nos animó a pedirnos una jarra de mate suave, a lo cual accedieron Jose y Miguel, ya que a mí no me gustan las infusiones. Tras reposar un poco, nos acercamos a la barra a pagar (39'70 € en total) para a continuación dar comienzo a nuestro recorrido por la ciudad, eso sí, tras sortear las obras que os comenté antes.
Salimos a Rue Saint-Rome, una calle peatonal muy concurrida y repleta de tiendas que, al igual que casi todas las de la zona céntrica, destaca por el tono rosáceo de los ladrillos de sus edificios, y es que por algo Toulouse es conocida como la "ville rose". Luego, nos desviamos a la derecha por la Rue Temponières hasta llegar a uno de los márgenes del río Garona, muy ancho y caudaloso a su paso por esta ciudad, nada ver con nuestro Guadalmedina, y una vez allí entramos en la Basilique Notre-Dame la Daurade. Por fuera hay que decir que no parece un templo, pues su fachada principal se parece más al frontal del Partenón, con seis grandes columnas que sostienen un frontón, que a otra cosa; ya dentro, nos encontramos con que no estaba especialmente iluminada, y los tonos oscuros de las naves tampoco ayudaban a contemplar su grandiosidad. Y hablando de oscuro, lo más destacable de esta basílica es que en una de sus capillas está la Virgen Negra, una pequeña talla muy venerada por los tolosanos, la cual suele estar ataviada con colores muy llamativos.
De nuevo en la calle, avanzamos un poco por el Quai de la Daurade para luego desviarnos por la Rue du Tabac, unos metros antes del Pont Neuf, el más antiguo de la ciudad y que se caracteriza por los grandes orificios que hay en cada pilar para que pase por ahí el agua cuando hay crecidas del Garona. Nuestra siguiente parada fue la del Hôtel d'Assézat, una especie de mansión cuyo patio se puede visitar gratuitamente al estar comunicado directamente con la calle por un arco de entrada y que destaca por su aspecto señorial, su ornamentación y su torre, así como por la tonalidad de ladrillo que ya he comentado antes. El edificio acoge el museo de la Fondation Bemberg, pero no estaba en nuestros planes visitarlo, así que continuamos con nuestra caminata por la capital de la región de Occitania.

15:45
Con el paso de los minutos, el calor apretaba cada vez más, por lo que en la medida de lo posible anduvimos por calles con sombra. Cogimos por la Rue des Paradoux, al final de la cual Miguel se topó con una moto aparcada que era idéntica a la suya, y es que precisamente unos días antes estuvimos hablando de ella porque recientemente le habían robado los reposapiés. A unos metros teníamos la iglesia de Notre-Dame la Dalbade, con una fachada principal muy característica con un gran rosetón y, sobre todo, un pórtico muy colorido y llamativo; por su parte, el interior destaca por su amplitud y su estilo gótico, como delatan sus altos arcos ojivales, su bóveda de crucería y sus numerosas vidrieras. Seguimos nuestro paseo protegidos del sol por la arboleda que bordea el río, pero solo momentáneamente, puesto que para llegar al Stade de Toulouse, situado en una isla en mitad del Garona, no había otra opción que caminar durante unos veinte minutos por un trayecto prácticamente a cielo descubierto, y bien que se notó.
Como era de esperar, el estadio del Toulouse FC estaba cerrado, aunque al menos pudimos ver el terreno de juego a través de una rendija. En realidad no es que tuviésemos mucho interés en visitarlo, ya que, si bien lo reformaron para la Eurocopa de Francia del pasado año, no es muy grande (caben unos 37.000 espectadores) y tampoco es de un club potente como otros que hemos visitado en viajes anteriores, pero la parada futbolística no podía faltar; por cierto, que junto al estadio vimos a varios jóvenes jugando al baloncesto en unas pistas situadas entre los pilares del puente que atraviesa la citada isla, una idea muy curiosa para aprovechar esos espacios. Ahora tocaba deshacer casi todo el camino que habíamos seguido antes hasta llegar al Pont Saint-Michel, el cual recorrimos en su totalidad, de tal manera que ahora nos encontrábamos en la otra ribera del río.
Según lo que tenía planificado, ahora debíamos continuar paseando por el parque Prairie des Filtres, una gran zona verde a la orilla del Garona que une este último puente con el Pont Neuf, pero a mis amigos no les hizo mucha gracia las personas y el ambiente que había por allí, por lo que en su lugar tiramos por una calle paralela. Al final de la misma hicimos un pequeño alto en el camino para entrar en un Carrefour City, donde mis amigos se compraron un botellín de Coca-Cola, además de una botella de agua que compartiríamos los tres, y luego seguimos andando hasta llegar al Quai de l'Exil Républicain Espagnol, una explanada de forma semicircular situada junto al río en la que había una gran noria, así como un terreno de césped con tumbonas y bancos donde la gente aprovechaba para leer o descansar. Nosotros no fuimos menos e hicimos esto último porque, además de que ya habíamos andado bastante, allí se estaba muy a gusto a la sombra y con un aire fresco muy agradable.
A las seis reanudamos la marcha con el Pont Saint-Pierre, al principio del cual pudimos contemplar la Dôme de La Grave, la imponente cúpula de la capilla anexa al hospital del que toma su nombre. Ya en la otra orilla, nos acercamos a una iglesia que estaba a muy pocos metros de nosotros, pero estaba cerrada, así que continuamos con lo que teníamos planificado, concretamente con el canal de Brienne, que es el que comunica el Garona con el canal du Midi, el más importante de Toulouse. Empezamos a recorrerlo desde la esclusa para luego continuar por la Allée de Brienne hasta el primer puente que lo atraviesa, desde donde pude tomar una bella estampa de este canal con su frondosa arboleda.
A continuación, tiramos por el Boulevard Maréchal Leclerc para ir ahora al Jardin Compans-Caffarelli, un parque situado justo enfrente de la parada de bus en la que nos bajamos al mediodía cuando veníamos del aeropuerto y que destaca por su gran extensión, por la tranquilidad que transmite y porque buena parte del mismo está ocupado por el Jardin Japonais, su principal atractivo. Tras pasear por los senderos que surcan este parque, llegamos al jardín japonés propiamente dicho, inconfundible con su casa de té, su lago rodeado de piedras y rocas, su puente, sus plantas y árboles, y diversos elementos decorativos orientales. Después de pasear unos minutos más por el parque, salimos para ir al Carrefour situado en el sótano del centro comercial que está al lado, ya que Jose necesitaba comprar un desodorante para sustituir al que tuvo que dejar en el control de seguridad del aeropuerto, y tras ello cerramos la ruta de la tarde acercándonos a la siguiente bocacalle, la Rue du Canon d'Arcole, en cuyo número 4 nació el famoso cantante Carlos Gardel, tal y como reza la placa de mármol situada en este portal.

19:30
De allí nos fuimos directamente al apartamento a descansar un rato, puesto que casi no habíamos parado en todo el día, y además pasando un calor considerable en ciertos momentos. Aprovechamos que no habíamos tirado la botella de agua que compramos horas antes para llenarla y meterla en el frigorífico, y así tenerla fría para la noche; por otra parte, también montamos el sofá-cama en el que yo dormiría, mientras que mis amigos compartirían la cama de matrimonio de la habitación para así evitar mis ronquidos, lo cual era el principal motivo por el que habíamos optado por un apartamento en vez de por un hotel. Ahora tocaba decidir dónde cenar, para lo cual consultamos la lista que teníamos apuntada, además de buscar otras recomendaciones en TripAdvisor. Las opciones se reducían básicamente a un sitio especializado en hamburguesas y a un libanés, pero el primero lo descartamos porque al día siguiente seguramente iríamos a un sitio similar en Carcassonne que estaba muy recomendado, así que nos decantamos por el segundo a pesar de mis reticencias por lo exótico de esa comida, aunque mis amigos me aseguraron que habría cosas que me gustarían.
Para llegar hasta allí, seguimos el mismo camino que tomamos al mediodía, pero nada más llegar a la Place du Capitole giramos a la derecha por la Rue Romiguières hasta llegar a la confluencia con la Rue Pargaminières, donde se encuentra S Com Saj, que así se llama este libanés. Por lo que veíamos en las otras mesas, todas muy juntas por cierto, lo que más se pedía la gente era un menú compuesto por una galette (como un rollo de kebab) y una tabla con humus, ensalada y crema de queso, pero nos parecía excesivo para una cena, así que nos decantamos por compartir un plato de humus y una galette tabouk (pollo especiado) para cada uno, mientras que para beber pedimos una jarra de agua del grifo. La elección no pudo ser mejor: el cuenco de humus estaba bastante bien para los tres y acompañado de varios trozos de pan libanés, mientras que las galettes de pollo, además de ser muy contundentes, estaban muy buenas.
Por suerte para mí, la elección del sitio había sido todo un acierto, aunque lo que me empañó la cena fue que al poco de llegar allí me empezó a doler la cabeza, y con el paso de los minutos cada vez más. Tras pagar en la barra (25'20 € en total, 8'40 € por cabeza), nos acercamos a la Place du Capitole a sentarnos en los bolardos de piedra que delimitan el carril de los vehículos a ver si con el aire libre se me pasaba el dolor; algo mejoró, pero no lo suficiente como para no ser una molestia. Ya que estábamos allí, aproveché para hacer algunas fotos a la plaza y al Capitole, la enorme sede del ayuntamiento, el cual estaba parcialmente tapado por unos tenderetes blancos que no sé qué utilidad tenían porque estaban cerrados.
El que la plaza estuviese prácticamente expedita de paseantes nos permitió advertir un detalle muy importante, y es que en el suelo, justo en el centro de la misma, está representada la Cruz de Occitania, la cual es uno de los símbolos de la ciudad, ya que aparece en su escudo. Lo más curioso de esta cruz es que tiene doce puntas, y en ellas se muestran los símbolos del zodíaco así como los números del 1 al 12 como si fuese un reloj. A los pocos minutos empezó a iluminarse el Capitole, que es uno de sus grandes atractivos y un motivo más para hacer fotos, pero, entre que me seguía doliendo la cabeza y que todavía había cierta claridad que haría que las fotos no saliesen tan llamativas, preferí dejar esta parte de la visita para la noche del miércoles e irnos ya al apartamento, adonde llegamos sobre las diez.
Lo primero que hicimos fue ducharnos, puesto que dejarlo para la mañana siguiente sería muy arriesgado teniendo en cuenta que sobre las ocho de la mañana tendríamos que coger un tren a Carcassonne. El primero en ducharse fue Miguel, luego Jose y por último yo, con la complicación de que el plato de ducha no tenía cierre alguno, por lo que debíamos tener cuidado para no salpicar mucha agua fuera. Con respecto a la hora de levantarnos, acordamos poner el despertador a las seis y media, apurando el máximo para tener el tiempo justo de asearnos, vestirnos e ir andando hasta la estación de trenes, ya que el desayuno lo haríamos en Carcassonne. A las doce menos cuarto, ya en la cama (mejor dicho, el sofá-cama) y cansado después de haber andado unos 20 kilómetros según el reloj de Jose, me costó coger una postura cómoda, y además hacía algo de calor incluso sin estar tapado; por suerte, el dolor de cabeza iba remitiendo gracias a una pastilla que me dio Jose y tardé poco en quedarme dormido y olvidarme de dichos inconvenientes.

jueves, 24 de agosto de 2017

No es mío, pero es interesante (CV)

Ya tenemos aquí una nueva entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han gustado en las últimas semanas. Como viene siendo habitual, algunos blogs consiguen colar más de un post, como son los casos de Microsiervos e Hipertextual, con diez y cuatro aportaciones, respectivamente. Y lo que tampoco cambia es la variedad de contenidos, pues hay un poco de matemáticas, ciencia, astronomía, curiosidades, vídeos, etc.
Echémosle un vistazo a la lista de hoy:
¿Os han gustado las recomendaciones de esta entrega? Espero que sí y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

miércoles, 16 de agosto de 2017

El signo de los cuatro

El tercer libro que ha caído en mis manos este verano ha sido 'El signo de los cuatro', la segunda obra en la que el escritor británico Arthur Conan Doyle relata las dotes detectivescas del genial Sherlock Holmes.
El detective Sherlock Holmes y el doctor John Watson reciben en su domicilio londinense del 221B de Baker Street la visita de la joven institutriz Miss Mary Morstan, quien acude al señor Holmes para que averigüe qué ha pasado con su padre, el capitán Morstan, pues no sabe nada de él desde hace diez años; además, desde hace seis recibe cada año una perla de un collar de un remitente anónimo, y ese mismo día le ha llegado una carta en la que se le ruega que acuda a una cita y en la que se añade que hasta ahora ha sido perjudicada y se le debe hacer justicia. Holmes y Watson acompañan a la joven a esta misteriosa cita, que resulta estar organizada por Thaddeus Sholto, uno de los hijos gemelos del mayor Sholto, amigo del padre de Mary y que compartió regimiento de infantería en la India años atrás. Al parecer, tanto el capitán Morstan como el mayor Sholto tenían un tesoro que ha estado escondido hasta entonces y, tras la muerte de ambos, a ella le corresponde la mitad del mismo. Cuando acuden a la casa del hermano de Thaddeus para recoger el tesoro, resulta que éste ha sido asesinado y que el tesoro ha desaparecido.
He tardado seis años en continuar el canon holmesiano con su segunda novela tras haber comenzado con 'Estudio en escarlata', y la verdad es que ha sido una pena haber esperado tanto, ya que gracias a 'El signo de los cuatro' he tenido la oportunidad de volver a disfrutar de la sagacidad y de los geniales razonamientos deductivos de Sherlock Holmes, uno de los detectives más célebres de la literatura, así como del doctor Watson, su inseparable compañero y excelente narrador de la trama. Es en este título donde se da buena cuenta de la afición de Sherlock a consumir drogas, puesto que, según él, es lo único que estimula su mente a falta de casos que resolver que le saquen de la aburrida rutina de la existencia, y también donde aparece una de sus citas más famosas: "Una vez eliminadas todas las demás posibilidades, la única que queda tiene que ser la verdadera". La estructura del libro es muy similar a la de su precedente: el caso se expone, se investiga y se resuelve, y al final se incluye un relato en el que se narra la historia oculta tras el caso, aunque lo bueno es que esta vez no ocupa tantas páginas como en 'Estudio en escarlata'. Lo malo, que es muy corto, poco más de 150 páginas, aunque al menos me queda el consuelo de que el canon holmesiano está compuesto por otras dos novelas y cinco colecciones de relatos, por lo que todavía tengo mucho Sherlock por devorar.

viernes, 4 de agosto de 2017

Espía de Dios

El segundo libro que he leído este verano, tras haber pasado unos días de viaje, ha sido 'Espía de Dios', del escritor español Juan Gómez-Jurado.
El papa Juan Pablo II acaba de fallecer y la Ciudad del Vaticano se prepara para darle el último adiós, al tiempo que más de cien cardenales se disponen a asistir en los próximos días al cónclave en el que deberán elegir a su sucesor, pero algunos de ellos no podrán acudir. Dos de estos cardenales aparecen asesinados con varias partes de sus cuerpos mutiladas y misteriosos mensajes bíblicos en las escenas del crimen. La inspectora y psiquiatra criminalista Paola Dicanti, con la colaboración del padre Anthony Fowler, un ex militar norteamericano, será la encargada de dar caza a un asesino que resulta ser un sacerdote con un turbio pasado plagado de abusos sexuales a menores, motivo por el cual tuvo que pasar un tiempo en el Instituto Saint Matthew para ser rehabilitado. Desde el Vaticano se intenta ocultar estas muertes para que no interfiera en la celebración del cónclave, pero el asesino tratará de que salgan a la luz mientras sigue acabando con más vidas.
Descubrí este thriller hace unos años en una de mis visitas a las librerías de mi ciudad en busca de nuevos títulos que añadir a mi larga lista de futuribles lecturas. Por su sinopsis deduje inmediatamente que se trataba de una novela del estilo de 'Ángeles y demonios', y de hecho lo publicitaban así, con la coletilla de estar mejor documentado y redactado. Será por gustos, pero yo disfruté más el libro de Dan Brown, lo cual no implica que el de Juan Gómez-Jurado no me haya gustado. No pongo en duda que el que acabo de leer tenga más trabajo de documentación por detrás y que sea muy más realista que el del discutido novelista estadounidense, lo que lo hace más creíble, pero no me ha enganchado tanto como esperaba, y esto es algo que yo valoro, y mucho, en este género que mezcla misterio, crimen y religión. Como aspecto destacable sobre otros libros de esta temática es que al poco de empezar ya se sabe quién está detrás de esos macabros asesinatos, lo cual para muchos lectores es un punto negativo y para otros positivo (a mí me da un poco igual), pero lo que más me ha trastornado de esta novela es el ir y venir entre las dos líneas temporales en las que tiene lugar la trama; eso sí, como autocrítica tendría que decir que he acusado la falta de ritmo tras tirarme diez meses sin leer y que además estos días he estado liado con la planificación de un viaje, por lo que mi cabeza no estaba del todo centrada en esta lectura. Es el primer libro de Juan Gómez-Jurado y tengo entendido que los siguientes son mejores, así que es probable que más adelante lo tenga en cuenta.