Viernes, 21 de julio de 2017
8:15
Como cada día, yo fui el primero en levantarse. Había dormido bastante bien, mejor que las noches anteriores, ya que esta vez lo había hecho en una cama y no en un sofá cama como en Toulouse, aunque la verdad es que cuando viajo no suelo ser muy exigente con el tema de la cama. Tras ir al baño, tanto el que está en la escalera del apartamento como el que está integrado en la habitación donde durmieron Jose y Miguel, les di un toque para que se fuesen despertando, que teníamos que comprar el desayuno y aprovechar al máximo el día, que sería bastante productivo. A eso de las nueve ya estábamos los tres vestidos, tras lo cual bajamos a la calle para dirigirnos a la panadería que nos había recomendado nuestro casero y que ya habíamos localizado la noche anterior. Llegamos en apenas 3-4 minutos, pero además tuvimos que hacer cola. Buena señal. Compramos una baguette y cuatro croissants, tras lo cual volvimos al piso para preparar el desayuno.
Yo me tomé media baguette con mantequilla, un par de magdalenas y un vaso de leche fría con Nesquik, aprovechando que en la cocina había un poco de todo, mientras que mis amigos desayunaron los croissants, café y también alguna que otra magdalena. A las diez de la mañana, ya desayunados y con las pilas cargadas, salimos del apartamento para comenzar con la visita a Bordeaux correspondiente a este día, que por cierto amaneció un poco nublado, aunque por suerte no nos llovería en toda la jornada. De camino a nuestro primer destino, cogimos por la rue Sainte-Catherine, que ya estaba repleta de puestos a ambos lados de la calle con motivo del mercadillo que tenía lugar esos días, aunque todavía no estaba tan concurrida como la tarde anterior. Al poco de salir llegamos a la Grande Synagogue de Bordeaux, una de las más grandes de Europa, la cual no pudimos visitar porque estaba cerrada, así que solamente pudimos contemplar su fachada y una gran placa con los nombres de los mártires judíos, supongo que oriundos de esta ciudad, que murieron en la Segunda Guerra Mundial.
Tal y como me temía, nos encontramos con el mismo panorama en los siguientes puntos a los que nos dirigimos, la église Sainte-Eulalie y el Temple du Hâ, que igualmente estaban cerrados. Estaba especialmente interesado en visitar esta última, ya que se trata de un templo de culto calvinista y nunca había estado en ninguno así, pero me quedé con las ganas. Entre tanto, habíamos pasado por delante del imponente edificio que alberga el Musée d'Aquitaine, mientras que a lo lejos ya habíamos divisado las torres de la Cathédrale Saint-André, que precisamente era nuestro siguiente destino. Llegamos a la catedral por su fachada sur, en la cual ya era fácil percibir el estilo gótico con el que está construida, tal y como se deducía del rosetón y de los arcos ojivales que hay en ella.
Rodeándola en sentido antihorario, nos topamos con la Tour Pey Berland, una torre que realmente es el campanario de la catedral, pero construida separada de ésta, como ocurre por ejemplo con la torre de Pisa. Esta torre destaca por la estatua de Notre-Dame d'Aquitaine situada en su cúspide, la cual podríamos haber visto más de cerca de haber subido a la cima de la torre, y de paso ver una panorámica de la ciudad, pero no entraba en nuestros planes hacerlo, y tampoco queríamos cansarnos demasiado. Al bordear un poco más la catedral, advertimos que parte de la fachada correspondiente al ábside estaba oculta tras unos andamios porque estaba siendo restaurada, y falta que le hacía, porque estaba bastante ennegrecida y deteriorada, al contrario que el resto de la fachada, reluciente y como nueva.
Ya frente a la entrada principal, me recordó un poco a la imagen mental que tenía de la de Burgos, porque por entonces todavía no la conocía en persona, aunque apenas una semanas después la estaría visitando con mi madre. En ella destacan por encima de todo sus dos torres chapitel, su rosetón y el tímpano de su puerta principal, unos metros antes de la cual se encuentra una placa en el suelo que nos recuerda que esta catedral es Patrimonio de la Humanidad como parte del sitio Caminos de Santiago de Compostela en Francia. Antes de entrar, me acerqué un momento a la Place Jean Moulin, situada justo enfrente, ya que en ella advertí la presencia de una maqueta de bronce que reproducía a escala la catedral y los edificios colindantes, tras lo cual regresé ahora sí para entrar en la catedral de Bordeaux.
El interior de la catedral destaca por su nave principal, de más de cien metros de largo, y por el tono grisáceo y blanquecino con el que está construido, lo que le aporta bastante luminosidad, unida a la que procede del exterior a través de sus vidrieras. En dicha nave, repleta de sillas individuales y no de bancos como estamos acostumbrados aquí en España, me llamaron poderosamente la atención un gran reloj adosado a una de sus paredes laterales, las pinturas que colgaban de éstas y, sobre todo, el impresionante órgano ubicado en la parte superior del final de la nave. A continuación, me acerqué al altar mayor, donde se encuentra la sillería del coro, bastante discreta comparada con las que he visto en otras catedrales, para luego recorrer la girola y las capillas que rodean al altar. Tras ello, me reuní de nuevo con mis amigos, que visitaron la catedral más rápido que yo y me estaban esperando sentados en un par de sillas de la nave principal, y salimos para continuar con nuestro recorrido.
11:05
Ya en el exterior, terminamos de rodear la catedral hasta llegar al Palais Rohan, actual sede del Ayuntamiento y que se caracteriza por estar rodeado de un muro compuesto por varios arcos que da acceso a una plaza cuadrada en la que había un par de policías, así que simplemente nos asomamos para ver el palacio por fuera. Seguidamente, tiramos por la rue Montbazon para rodearlo y tratar de entrar en el Jardin de la Mairie situado justo en la trasera del palacio, pero las puertas de acceso, por cierto muy llamativas con varios elementos decorativos en tonos dorados, estaban cerradas. Avanzamos un poco más, ya bordeando uno de los edificios del Musée des beaux-arts, hasta llegar al acceso principal situado en la Cours d'Albret, que igualmente estaba cerrado a cal y canto; lo curioso era que dentro había como diez o doce personas visitando este jardín, pero no veíamos por ningún lado la manera de entrar.
Deshicimos parte de los últimos metros que habíamos andado para avanzar por la rue Bouffard, donde hicimos una pequeña parada en una tienda de souvenirs en busca de la típica camiseta que me gusta comprar, aunque me quedé con las ganas porque apenas tenía un par de modelos que no me gustaban, y además bastante caras; eso sí, se veía que estaba especializada en postales y fotografías de gran tamaño, pues estaban muy hechas y con muy buena calidad. Al final de la calle, desembocamos en la Place Gambetta, concretamente en la esquina donde se encuentra la Porte Dijeaux, una de las antiguas puertas de la ciudad, y con una apariencia similar a un arco de triunfo; por su parte, la plaza destaca por el estanque que conecta las dos parcelas ajardinadas con las que cuenta, con abundante vegetación.
Tras un breve descanso de unos minutos, cruzamos a uno de los laterales de la plaza para ir a La Toque Cuivrée, una pastelería especializada en canelés, un pequeño bizcocho típico de Bordeaux que mis amigos estaban deseando degustar; yo, por el contrario, no estaba muy por la labor, primero porque a simple vista no me parecía gran cosa, y segundo porque me parecía (y me parece) una broma pagar 50 céntimos por un bizcocho que se puede comer en un bocado, que afortunadamente no me supone nada gastarme eso, pero lo dicho, creo que es excesivo por muy bueno que esté. Una vez que Jose y Miguel se compraron un par de ellos para probarlos, avanzamos por la rue Judaïque y luego nos desviamos por la Place des Martyrs de la Résistance hasta llegar a la Basilique Saint-Seurin.
Al igual que la catedral que habíamos visitado una hora antes, este templo también está catalogado como Patrimonio de la Humanidad como parte del sitio Caminos de Santiago de Compostela en Francia, pero su apariencia exterior e interior era bien diferente, pues esta basílica, si bien tiene algo de gótico por las fechas en las que se construyó, es predominantemente de estilo románico y neorrománico. Mis amigos, como de costumbre, se quedaron sentados en uno de los bancos del templo, mientras que yo me dediqué a recorrer sus naves a través de sus diversas capillas, y en especial la cripta, muy bien conservada y en la que se hallan varios sarcófagos, entre ellos el de San Severino, el obispo que da nombre a esta basílica. Ya fuera, tras salir por el lateral por el que habíamos entrada, pudimos contemplar su fachada, muy peculiar y bastante más moderna que el resto de la basílica por ser neorrománica.
Habría que comentar que, ya desde unos metros antes de llegar aquí, nos habíamos dado cuenta de que parecía que nos habíamos transportado en un abrir y cerrar de ojos a una ciudad diferente, ya que por las calles por las que pasábamos ahora apenas había tráfico ni tránsito de personas, y con edificios de una sola planta además de la baja, eso sí, todos del mismo corte; sinceramente, no podíamos decir que estábamos en Bordeaux. Pasados diez minutos de callejeo, llegamos al Palais Gallien, un anfiteatro romano, más bien los arcos y muros que quedan de él, oculto y rodeado por varios edificios que impiden contemplarlo en toda su extensión, y es una pena porque tiene pinta de que en su momento llegó a ser bastante grande, no tanto como el Coliseo de Roma, pero sí lo suficiente como para merecer un mejor cuidado.
Unos minutos después nos plantamos en el Jardin Public, un parque bastante grande con altísimos y frondosos árboles, estatuas decorativas, un teatro de guiñoles, un estanque poblado por numerosos patos, y extensas praderas donde poder descansar, jugar, hacer picnic o leer un libro, que son algunas de las cosas que estaba haciendo la gente que había por allí en ese momento; por otra parte, separado de este parque por un alargado edificio de corte palaciego, también estuvimos en el Jardin Botanique, compuesto por diversas colecciones de plantas e hierbas tanto autóctonas como exóticas. Durante el largo y tranquilo paseo, cerca de media hora, que dimos por este parque, aprovechamos para consultar el sorteo del calendario de la Liga, que estaba teniendo lugar en ese momento, y en mi caso también para ver si se había publicado ya la asignación provisional de destinos de profesores de instituto, ya que se rumoreaba que iba a salir ese día, pero no fue así.
13:00
Salimos del Jardin Public por la Cours de Verdun en dirección norte en busca de la église Saint-Louis des Chartrons, un templo de estilo neogótico que si por fuera ya me gustó, tanto o más me convenció por dentro: una nave central alta y estilizada con sus arcos ojivales y su bóveda de crucería, preciosos y coloridos rosetones y vidrieras, un altar mayor y numerosas capillas con estatuas muy realistas, y un órgano de tamaño considerable. Ya fuera de la iglesia, iba siendo hora de buscar un sitio para almorzar, siendo la opción más cercana que teníamos el Marché des Chartrons, un mercado cubierto situado a apenas un minuto de donde nos encontrábamos y que cuenta con varios bares y restaurantes, tanto en el propio mercado como en la plaza en la que se halla. El problema era que todos estaban llenos, no había mesas libres, y el remate fue que, tras consultar las recomendaciones de TripAdvisor y comprobar que la opción que más nos gustaba era The Market Tavern, nos acercamos a la puerta y leímos en la carta situada en la puerta que la cocina ya estaba cerrada.
Ante este panorama, nos vimos en la obligación de hacer una nueva búsqueda en la aplicación, pero siempre y cuando no nos alejase de la zona que visitaríamos después de comer; mientras tanto, tiramos por la Cours de Verdun por si acaso nos topábamos con algún restaurante que nos pareciese bien, pero no fue el caso. Tras varias búsquedas, nos decantamos por Au Chaperon Rouge, un pequeño restaurante francés de comida casera con menú que parecía similar a uno de Toulouse en el que comimos un par de días antes, pero al llegar allí resulta que la encargada nos dijo que se les acababa de terminar la comida y que, por consiguiente, no nos podían dar mesa. Total, que empezamos a callejear por la zona y encontramos otra opción que parecía buena, Le Bistromatic, pero también tenía la cocina cerrada a esa hora, más de las dos ya por cierto.
Parecía que nos estaban gastando una broma, pero claro, no nos íbamos a quedar sin almorzar. Rebuscando y rebuscando en TripAdvisor sitios asequibles de precio, que comer en Francia es más caro que en España, dimos con la enésima opción, L'Aéro, un restaurante ubicado muy cerca de la Place de la Bourse, a unos diez o doce minutos de donde nos encontrábamos, así que nos dirigimos allí a paso ligero. Casi sin aliento, lo primero que pregunté nada más llegar era si la cocina estaba abierta o no, a lo que obtuve una respuesta afirmativa. ¡Por fin! A la hora de pedir, no nos complicamos mucha la vida, ya que además tampoco había mucho donde elegir: mis amigos, una hamburguesa de salmón para cada uno; y yo, una de ternera, mientras que para beber recurrimos, cómo no, a la jarra de agua gratuita.
A los pocos minutos, nos trajeron las hamburguesas, cada una de las cuales venía acompañada de un cuenco con patatas fritas, y además en la mesa teníamos varios sobres individuales de mayonesa, mostaza y kétchup, así que aproveché para aderezar tanto la hamburguesa, a la que le quité el tomate, y las patatas con un poco de mayonesa. Para ser un plato muy recurrente, la verdad es que la hamburguesa estaba bastante buena, hecha en el punto que a mí me gusta, sin que se quede rojiza por dentro, por lo que, después de tanta intranquilidad por no encontrar ningún sitio para almorzar, nos pudimos dar por satisfechos. Cuando terminamos de comer, nos quedamos allí sentados un rato para descansar tras casi no haber parado en toda la mañana y planificar lo que íbamos a hacer el resto del día, tras lo cual me acerqué a la barra a pagar la cuenta (13 € mi hamburguesa y 14 € cada una de las de mis amigos), puesto que hoy de nuevo iba a ser yo el encargado de los gastos comunes.
Estábamos a apenas un minuto de la Place de la Bourse, donde se encuentra el Miroir d'Eau, el espejo de agua que tanto disfrutamos el día anterior tanto de día como de noche y que yo estaba empeñado en visitar de nuevo para hacer más fotos. Justo cuando llegamos se había llenado de agua por completo, momento que aprovecharon los niños que había por allí para chapotear y refrescarse, y luego poco a poco fue desapareciendo el agua hasta quedar una fina lámina a modo de espejo en el que se reflejaban con gran nitidez los bellos edificios que tiene alrededor. Tras ello, dio comienzo un nuevo ciclo de este espectáculo acuático y visual con la pulverización del agua, creando ese efecto de niebla a ras de suelo tan llamativo que de inmediato se llenó de gente paseando por encima.
Desde allí, avanzamos un poco por la ribera del río hasta la Place des Quinconces, una plaza formada por una enorme explanada que esos días estaba en su gran parte de obras, pero al menos sí se podían visitar los principales monumentos que hay en ella. Frente al río, se erigen dos columnas rostrales idénticas salvo por las estatuas que las coronan y que simbolizan el comercio y la navegación, respectivamente. Por su parte, en el otro extremo de la plaza, tras recorrer una de sus frondosas arboledas laterales, encontramos el Monument aux Girondins, compuesto por una gran columna con la estatua de la libertad en su cima, una base con esculturas como la del gallo francés o las de los triunfos de la República y la Concordia, y sendas fuentes en los laterales decoradas con estatuas de bronce de caballos, caballos-peces, niños y diversas representaciones metafóricas con forma humana de un enorme nivel artístico, de los mejores conjuntos escultóricos de este tipo que he visto hasta ahora.
A continuación, tiramos por la Cours de Tournon, desembocando de este modo en la Place Tourny, llamada así por Louis-Urbain-Aubert de Tourny, cuya estatua está en la rotonda de dicha plaza y que ya habíamos visto antes cuando estábamos buscando sitio para almorzar. Luego, nos adentramos en el conocido como Triángulo de Oro, una zona delimitada por tres avenidas que forman un triángulo y que alberga en su interior numerosas tiendas y restaurantes de lujo fuera de nuestro alcance económico, pero que no estaba de más visitar, puesto que además posee una notable riqueza arquitectónica en sus edificios. En primer lugar, nos acercamos a la Place des Grands Hommes, ocupada en su casi totalidad por un centro comercial de forma circular con el mismo nombre y que destaca por su cúpula acristalada.
16:30
Hicimos un pequeño paréntesis en la ruta que teníamos planeada para acercarnos a la pastelería de los canelés de la Place Gambetta en la que estuvimos por la mañana, ya que Miguel, a sabiendas de que estábamos cerca, se le antojó comprar un par de ellos, para lo cual tuve que dejarle 30 céntimos porque no tenía monedas suficientes y no iba a pagar con un billete por algo que le iba a costar apenas un euro. Retomamos la ruta por la Cours de l'Intendance, concretamente para acercarnos al número 57 de esta vía, donde Goya vivió en sus últimos años de vida, tal y como recuerda una placa con su silueta en la fachada, y que actualmente es la sede del Instituto Cervantes. A continuación, nos adentramos de nuevo en el Triángulo de Oro para acercarnos al Cour Mably, un edificio arquitectónicamente llamativo destinado a exposiciones y cuyo patio a modo de claustro se puede visitar libremente, mientras que junto a su entrada hay precisamente una estatua de bronce de Goya, bastante bien conseguida por cierto.
Pared con pared teníamos la église Notre-Dame, cuya impresionante fachada barroca me recordó inmediatamente a la de la iglesia del Gesù de Roma, y es que de hecho está inspirada en ella. La disposición del interior se salía un poco de la norma, con una nave central no tan alta como otras iglesias y un altar sin retablo que capte la atención del visitante, aunque sí cuenta con varios cuadros con diversos pasajes de la vida de la Virgen María; también conviene destacar su gran órgano, sus vidrieras y algunas de sus capillas. A continuación, cogimos por la rue Martignac para regresar a la Cours de l'Intendance y desembocar en la Place de la Comédie, donde destaca sobremanera el Grand Théâtre, de un claro estilo neoclásico con sus doce columnas corintias, las cuales soportan un frontispicio con otras tantas estatuas.
En esta plaza había otros elementos que nos llamaron poderosamente la atención, y sin duda la que más era una estatua de hierro fundido de siete metros de altura que muestra el rostro de una niña con un más que conseguido efecto visual, obra del catalán Jaume Plensa, como he descubierto recientemente, quien supongo que también será el autor de las estatuas de personas desnudas a tamaño real que vimos repartidas por la ciudad durante nuestra estancia, precisamente una de ellas camuflada entre las del Grand Théâtre. También cabría hablar de un par de farolas bastante altas terminadas en cinco brazos y con un diseño muy peculiar, y que cuentan en su parte baja con cuatro relojes que las rodean. Continuamos nuestro paseo por la ciudad por la infinita rue Sainte-Catherine, que a esa hora ya estaba rebosante de viandantes y tenderetes con motivo del mercadillo que tenía lugar ese fin de semana.
Yo me tomé media baguette con mantequilla, un par de magdalenas y un vaso de leche fría con Nesquik, aprovechando que en la cocina había un poco de todo, mientras que mis amigos desayunaron los croissants, café y también alguna que otra magdalena. A las diez de la mañana, ya desayunados y con las pilas cargadas, salimos del apartamento para comenzar con la visita a Bordeaux correspondiente a este día, que por cierto amaneció un poco nublado, aunque por suerte no nos llovería en toda la jornada. De camino a nuestro primer destino, cogimos por la rue Sainte-Catherine, que ya estaba repleta de puestos a ambos lados de la calle con motivo del mercadillo que tenía lugar esos días, aunque todavía no estaba tan concurrida como la tarde anterior. Al poco de salir llegamos a la Grande Synagogue de Bordeaux, una de las más grandes de Europa, la cual no pudimos visitar porque estaba cerrada, así que solamente pudimos contemplar su fachada y una gran placa con los nombres de los mártires judíos, supongo que oriundos de esta ciudad, que murieron en la Segunda Guerra Mundial.
Tal y como me temía, nos encontramos con el mismo panorama en los siguientes puntos a los que nos dirigimos, la église Sainte-Eulalie y el Temple du Hâ, que igualmente estaban cerrados. Estaba especialmente interesado en visitar esta última, ya que se trata de un templo de culto calvinista y nunca había estado en ninguno así, pero me quedé con las ganas. Entre tanto, habíamos pasado por delante del imponente edificio que alberga el Musée d'Aquitaine, mientras que a lo lejos ya habíamos divisado las torres de la Cathédrale Saint-André, que precisamente era nuestro siguiente destino. Llegamos a la catedral por su fachada sur, en la cual ya era fácil percibir el estilo gótico con el que está construida, tal y como se deducía del rosetón y de los arcos ojivales que hay en ella.
Rodeándola en sentido antihorario, nos topamos con la Tour Pey Berland, una torre que realmente es el campanario de la catedral, pero construida separada de ésta, como ocurre por ejemplo con la torre de Pisa. Esta torre destaca por la estatua de Notre-Dame d'Aquitaine situada en su cúspide, la cual podríamos haber visto más de cerca de haber subido a la cima de la torre, y de paso ver una panorámica de la ciudad, pero no entraba en nuestros planes hacerlo, y tampoco queríamos cansarnos demasiado. Al bordear un poco más la catedral, advertimos que parte de la fachada correspondiente al ábside estaba oculta tras unos andamios porque estaba siendo restaurada, y falta que le hacía, porque estaba bastante ennegrecida y deteriorada, al contrario que el resto de la fachada, reluciente y como nueva.
Ya frente a la entrada principal, me recordó un poco a la imagen mental que tenía de la de Burgos, porque por entonces todavía no la conocía en persona, aunque apenas una semanas después la estaría visitando con mi madre. En ella destacan por encima de todo sus dos torres chapitel, su rosetón y el tímpano de su puerta principal, unos metros antes de la cual se encuentra una placa en el suelo que nos recuerda que esta catedral es Patrimonio de la Humanidad como parte del sitio Caminos de Santiago de Compostela en Francia. Antes de entrar, me acerqué un momento a la Place Jean Moulin, situada justo enfrente, ya que en ella advertí la presencia de una maqueta de bronce que reproducía a escala la catedral y los edificios colindantes, tras lo cual regresé ahora sí para entrar en la catedral de Bordeaux.
El interior de la catedral destaca por su nave principal, de más de cien metros de largo, y por el tono grisáceo y blanquecino con el que está construido, lo que le aporta bastante luminosidad, unida a la que procede del exterior a través de sus vidrieras. En dicha nave, repleta de sillas individuales y no de bancos como estamos acostumbrados aquí en España, me llamaron poderosamente la atención un gran reloj adosado a una de sus paredes laterales, las pinturas que colgaban de éstas y, sobre todo, el impresionante órgano ubicado en la parte superior del final de la nave. A continuación, me acerqué al altar mayor, donde se encuentra la sillería del coro, bastante discreta comparada con las que he visto en otras catedrales, para luego recorrer la girola y las capillas que rodean al altar. Tras ello, me reuní de nuevo con mis amigos, que visitaron la catedral más rápido que yo y me estaban esperando sentados en un par de sillas de la nave principal, y salimos para continuar con nuestro recorrido.
11:05
Ya en el exterior, terminamos de rodear la catedral hasta llegar al Palais Rohan, actual sede del Ayuntamiento y que se caracteriza por estar rodeado de un muro compuesto por varios arcos que da acceso a una plaza cuadrada en la que había un par de policías, así que simplemente nos asomamos para ver el palacio por fuera. Seguidamente, tiramos por la rue Montbazon para rodearlo y tratar de entrar en el Jardin de la Mairie situado justo en la trasera del palacio, pero las puertas de acceso, por cierto muy llamativas con varios elementos decorativos en tonos dorados, estaban cerradas. Avanzamos un poco más, ya bordeando uno de los edificios del Musée des beaux-arts, hasta llegar al acceso principal situado en la Cours d'Albret, que igualmente estaba cerrado a cal y canto; lo curioso era que dentro había como diez o doce personas visitando este jardín, pero no veíamos por ningún lado la manera de entrar.
Deshicimos parte de los últimos metros que habíamos andado para avanzar por la rue Bouffard, donde hicimos una pequeña parada en una tienda de souvenirs en busca de la típica camiseta que me gusta comprar, aunque me quedé con las ganas porque apenas tenía un par de modelos que no me gustaban, y además bastante caras; eso sí, se veía que estaba especializada en postales y fotografías de gran tamaño, pues estaban muy hechas y con muy buena calidad. Al final de la calle, desembocamos en la Place Gambetta, concretamente en la esquina donde se encuentra la Porte Dijeaux, una de las antiguas puertas de la ciudad, y con una apariencia similar a un arco de triunfo; por su parte, la plaza destaca por el estanque que conecta las dos parcelas ajardinadas con las que cuenta, con abundante vegetación.
Tras un breve descanso de unos minutos, cruzamos a uno de los laterales de la plaza para ir a La Toque Cuivrée, una pastelería especializada en canelés, un pequeño bizcocho típico de Bordeaux que mis amigos estaban deseando degustar; yo, por el contrario, no estaba muy por la labor, primero porque a simple vista no me parecía gran cosa, y segundo porque me parecía (y me parece) una broma pagar 50 céntimos por un bizcocho que se puede comer en un bocado, que afortunadamente no me supone nada gastarme eso, pero lo dicho, creo que es excesivo por muy bueno que esté. Una vez que Jose y Miguel se compraron un par de ellos para probarlos, avanzamos por la rue Judaïque y luego nos desviamos por la Place des Martyrs de la Résistance hasta llegar a la Basilique Saint-Seurin.
Al igual que la catedral que habíamos visitado una hora antes, este templo también está catalogado como Patrimonio de la Humanidad como parte del sitio Caminos de Santiago de Compostela en Francia, pero su apariencia exterior e interior era bien diferente, pues esta basílica, si bien tiene algo de gótico por las fechas en las que se construyó, es predominantemente de estilo románico y neorrománico. Mis amigos, como de costumbre, se quedaron sentados en uno de los bancos del templo, mientras que yo me dediqué a recorrer sus naves a través de sus diversas capillas, y en especial la cripta, muy bien conservada y en la que se hallan varios sarcófagos, entre ellos el de San Severino, el obispo que da nombre a esta basílica. Ya fuera, tras salir por el lateral por el que habíamos entrada, pudimos contemplar su fachada, muy peculiar y bastante más moderna que el resto de la basílica por ser neorrománica.
Habría que comentar que, ya desde unos metros antes de llegar aquí, nos habíamos dado cuenta de que parecía que nos habíamos transportado en un abrir y cerrar de ojos a una ciudad diferente, ya que por las calles por las que pasábamos ahora apenas había tráfico ni tránsito de personas, y con edificios de una sola planta además de la baja, eso sí, todos del mismo corte; sinceramente, no podíamos decir que estábamos en Bordeaux. Pasados diez minutos de callejeo, llegamos al Palais Gallien, un anfiteatro romano, más bien los arcos y muros que quedan de él, oculto y rodeado por varios edificios que impiden contemplarlo en toda su extensión, y es una pena porque tiene pinta de que en su momento llegó a ser bastante grande, no tanto como el Coliseo de Roma, pero sí lo suficiente como para merecer un mejor cuidado.
Unos minutos después nos plantamos en el Jardin Public, un parque bastante grande con altísimos y frondosos árboles, estatuas decorativas, un teatro de guiñoles, un estanque poblado por numerosos patos, y extensas praderas donde poder descansar, jugar, hacer picnic o leer un libro, que son algunas de las cosas que estaba haciendo la gente que había por allí en ese momento; por otra parte, separado de este parque por un alargado edificio de corte palaciego, también estuvimos en el Jardin Botanique, compuesto por diversas colecciones de plantas e hierbas tanto autóctonas como exóticas. Durante el largo y tranquilo paseo, cerca de media hora, que dimos por este parque, aprovechamos para consultar el sorteo del calendario de la Liga, que estaba teniendo lugar en ese momento, y en mi caso también para ver si se había publicado ya la asignación provisional de destinos de profesores de instituto, ya que se rumoreaba que iba a salir ese día, pero no fue así.
13:00
Salimos del Jardin Public por la Cours de Verdun en dirección norte en busca de la église Saint-Louis des Chartrons, un templo de estilo neogótico que si por fuera ya me gustó, tanto o más me convenció por dentro: una nave central alta y estilizada con sus arcos ojivales y su bóveda de crucería, preciosos y coloridos rosetones y vidrieras, un altar mayor y numerosas capillas con estatuas muy realistas, y un órgano de tamaño considerable. Ya fuera de la iglesia, iba siendo hora de buscar un sitio para almorzar, siendo la opción más cercana que teníamos el Marché des Chartrons, un mercado cubierto situado a apenas un minuto de donde nos encontrábamos y que cuenta con varios bares y restaurantes, tanto en el propio mercado como en la plaza en la que se halla. El problema era que todos estaban llenos, no había mesas libres, y el remate fue que, tras consultar las recomendaciones de TripAdvisor y comprobar que la opción que más nos gustaba era The Market Tavern, nos acercamos a la puerta y leímos en la carta situada en la puerta que la cocina ya estaba cerrada.
Ante este panorama, nos vimos en la obligación de hacer una nueva búsqueda en la aplicación, pero siempre y cuando no nos alejase de la zona que visitaríamos después de comer; mientras tanto, tiramos por la Cours de Verdun por si acaso nos topábamos con algún restaurante que nos pareciese bien, pero no fue el caso. Tras varias búsquedas, nos decantamos por Au Chaperon Rouge, un pequeño restaurante francés de comida casera con menú que parecía similar a uno de Toulouse en el que comimos un par de días antes, pero al llegar allí resulta que la encargada nos dijo que se les acababa de terminar la comida y que, por consiguiente, no nos podían dar mesa. Total, que empezamos a callejear por la zona y encontramos otra opción que parecía buena, Le Bistromatic, pero también tenía la cocina cerrada a esa hora, más de las dos ya por cierto.
Parecía que nos estaban gastando una broma, pero claro, no nos íbamos a quedar sin almorzar. Rebuscando y rebuscando en TripAdvisor sitios asequibles de precio, que comer en Francia es más caro que en España, dimos con la enésima opción, L'Aéro, un restaurante ubicado muy cerca de la Place de la Bourse, a unos diez o doce minutos de donde nos encontrábamos, así que nos dirigimos allí a paso ligero. Casi sin aliento, lo primero que pregunté nada más llegar era si la cocina estaba abierta o no, a lo que obtuve una respuesta afirmativa. ¡Por fin! A la hora de pedir, no nos complicamos mucha la vida, ya que además tampoco había mucho donde elegir: mis amigos, una hamburguesa de salmón para cada uno; y yo, una de ternera, mientras que para beber recurrimos, cómo no, a la jarra de agua gratuita.
A los pocos minutos, nos trajeron las hamburguesas, cada una de las cuales venía acompañada de un cuenco con patatas fritas, y además en la mesa teníamos varios sobres individuales de mayonesa, mostaza y kétchup, así que aproveché para aderezar tanto la hamburguesa, a la que le quité el tomate, y las patatas con un poco de mayonesa. Para ser un plato muy recurrente, la verdad es que la hamburguesa estaba bastante buena, hecha en el punto que a mí me gusta, sin que se quede rojiza por dentro, por lo que, después de tanta intranquilidad por no encontrar ningún sitio para almorzar, nos pudimos dar por satisfechos. Cuando terminamos de comer, nos quedamos allí sentados un rato para descansar tras casi no haber parado en toda la mañana y planificar lo que íbamos a hacer el resto del día, tras lo cual me acerqué a la barra a pagar la cuenta (13 € mi hamburguesa y 14 € cada una de las de mis amigos), puesto que hoy de nuevo iba a ser yo el encargado de los gastos comunes.
Estábamos a apenas un minuto de la Place de la Bourse, donde se encuentra el Miroir d'Eau, el espejo de agua que tanto disfrutamos el día anterior tanto de día como de noche y que yo estaba empeñado en visitar de nuevo para hacer más fotos. Justo cuando llegamos se había llenado de agua por completo, momento que aprovecharon los niños que había por allí para chapotear y refrescarse, y luego poco a poco fue desapareciendo el agua hasta quedar una fina lámina a modo de espejo en el que se reflejaban con gran nitidez los bellos edificios que tiene alrededor. Tras ello, dio comienzo un nuevo ciclo de este espectáculo acuático y visual con la pulverización del agua, creando ese efecto de niebla a ras de suelo tan llamativo que de inmediato se llenó de gente paseando por encima.
Desde allí, avanzamos un poco por la ribera del río hasta la Place des Quinconces, una plaza formada por una enorme explanada que esos días estaba en su gran parte de obras, pero al menos sí se podían visitar los principales monumentos que hay en ella. Frente al río, se erigen dos columnas rostrales idénticas salvo por las estatuas que las coronan y que simbolizan el comercio y la navegación, respectivamente. Por su parte, en el otro extremo de la plaza, tras recorrer una de sus frondosas arboledas laterales, encontramos el Monument aux Girondins, compuesto por una gran columna con la estatua de la libertad en su cima, una base con esculturas como la del gallo francés o las de los triunfos de la República y la Concordia, y sendas fuentes en los laterales decoradas con estatuas de bronce de caballos, caballos-peces, niños y diversas representaciones metafóricas con forma humana de un enorme nivel artístico, de los mejores conjuntos escultóricos de este tipo que he visto hasta ahora.
A continuación, tiramos por la Cours de Tournon, desembocando de este modo en la Place Tourny, llamada así por Louis-Urbain-Aubert de Tourny, cuya estatua está en la rotonda de dicha plaza y que ya habíamos visto antes cuando estábamos buscando sitio para almorzar. Luego, nos adentramos en el conocido como Triángulo de Oro, una zona delimitada por tres avenidas que forman un triángulo y que alberga en su interior numerosas tiendas y restaurantes de lujo fuera de nuestro alcance económico, pero que no estaba de más visitar, puesto que además posee una notable riqueza arquitectónica en sus edificios. En primer lugar, nos acercamos a la Place des Grands Hommes, ocupada en su casi totalidad por un centro comercial de forma circular con el mismo nombre y que destaca por su cúpula acristalada.
16:30
Hicimos un pequeño paréntesis en la ruta que teníamos planeada para acercarnos a la pastelería de los canelés de la Place Gambetta en la que estuvimos por la mañana, ya que Miguel, a sabiendas de que estábamos cerca, se le antojó comprar un par de ellos, para lo cual tuve que dejarle 30 céntimos porque no tenía monedas suficientes y no iba a pagar con un billete por algo que le iba a costar apenas un euro. Retomamos la ruta por la Cours de l'Intendance, concretamente para acercarnos al número 57 de esta vía, donde Goya vivió en sus últimos años de vida, tal y como recuerda una placa con su silueta en la fachada, y que actualmente es la sede del Instituto Cervantes. A continuación, nos adentramos de nuevo en el Triángulo de Oro para acercarnos al Cour Mably, un edificio arquitectónicamente llamativo destinado a exposiciones y cuyo patio a modo de claustro se puede visitar libremente, mientras que junto a su entrada hay precisamente una estatua de bronce de Goya, bastante bien conseguida por cierto.
Pared con pared teníamos la église Notre-Dame, cuya impresionante fachada barroca me recordó inmediatamente a la de la iglesia del Gesù de Roma, y es que de hecho está inspirada en ella. La disposición del interior se salía un poco de la norma, con una nave central no tan alta como otras iglesias y un altar sin retablo que capte la atención del visitante, aunque sí cuenta con varios cuadros con diversos pasajes de la vida de la Virgen María; también conviene destacar su gran órgano, sus vidrieras y algunas de sus capillas. A continuación, cogimos por la rue Martignac para regresar a la Cours de l'Intendance y desembocar en la Place de la Comédie, donde destaca sobremanera el Grand Théâtre, de un claro estilo neoclásico con sus doce columnas corintias, las cuales soportan un frontispicio con otras tantas estatuas.
En esta plaza había otros elementos que nos llamaron poderosamente la atención, y sin duda la que más era una estatua de hierro fundido de siete metros de altura que muestra el rostro de una niña con un más que conseguido efecto visual, obra del catalán Jaume Plensa, como he descubierto recientemente, quien supongo que también será el autor de las estatuas de personas desnudas a tamaño real que vimos repartidas por la ciudad durante nuestra estancia, precisamente una de ellas camuflada entre las del Grand Théâtre. También cabría hablar de un par de farolas bastante altas terminadas en cinco brazos y con un diseño muy peculiar, y que cuentan en su parte baja con cuatro relojes que las rodean. Continuamos nuestro paseo por la ciudad por la infinita rue Sainte-Catherine, que a esa hora ya estaba rebosante de viandantes y tenderetes con motivo del mercadillo que tenía lugar ese fin de semana.
Un poco después de pasar por el edificio de las Galeries Lafayette, nos desviamos por una de las bocacalles para acercarnos a la église Saint-Pierre, la cual no pudimos visitar la tarde anterior porque ya estaba cerrado, pero ahora sí tuvimos más suerte. De un evidente estilo gótico, el interior destaca por su nave central y sus bóvedas ojivales, por sus coloridas y luminosas vidrieras, su gran órgano, el púlpito, así como varias capillas, entre ellas una que tiene una Piedad de madera y otra dedicada a la Virgen María y que cuenta con numerosas placas de mármol con la inscripción 'Merci', tal y como ya habíamos visto en otros templos durante el viaje. Al salir de la iglesia, y teniendo en cuenta que ya eran casi las seis, nos planteamos la posibilidad de merendar algo al ver que allí cerca había una pastelería; tras entrar, al final fue únicamente Jose el que se animó a comprarse un dulce, ya que no había nada que me llamase la atención, y Miguel se conformó con probar un poco del de Jose.
Retornamos a la rue Sainte-Catherine, ya totalmente relajados y sin prisa por ir a ningún sitio en particular porque ya habíamos visto todo lo que teníamos planeado, por lo que paseamos tranquilamente por esta calle disfrutando si me apuráis de su bullicio y del ir y venir de gente de un lado para otro. Al llegar al cruce con la Cours Victor Hugo, abandonamos esta calle tan comercial para volver al apartamento, aunque antes pasamos por delante del Parking Victor Hugo, en cuya fachada se puede observar un coche verde que parece haberse estrellado en el interior del aparcamiento y que está medio suspendido en el aire, vamos, que da la impresión de que en cualquier momento va a caerse, pero que en realidad se trata de una obra de arte y no de un coche accidentado.
A las seis y cuarto ya estábamos en nuestro apartamento, bastante cansados como es lógico después de haber pasado todo el día en la calle desde las diez de la mañana y habiendo recorrido varios kilómetros andando, pero es que es así como se conocen las ciudades cuando uno viaja. Nos sentamos en el sofá del salón a ver un rato la tele y así matar el tiempo antes de volver a la calle con la idea de cenar en Capperi, la mejor pizzería de Bordeaux, según habíamos consultado en TripAdvisor y donde habíamos intentado cenar el día anterior sin éxito porque estaba lleno.
19:30
Tras descansar más de una hora en el apartamento, bajamos a la calle y cogimos por rue des Ayres, place Fernand Lafargue, rue du Pas-Saint-Georges, Cours d'Alsace-et-Lorraine, rue des Bahutiers y rue de la Cour des Aides, hasta llegar a la pizzería Capperi. Como nos temíamos, todas las mesas del local, que apenas son tres o cuatro, estaban ocupadas; por si acaso, pregunté a uno de los camareros cuál era el tiempo de espera y me dijo que cerca de una hora, así que, tras hablarlo con Jose y Miguel, decidimos ir a otro sitio. Empezamos a sondear los alrededores, básicamente por las calles que pertenecen al triángulo delimitado por las plazas de Saint-Pierre, Parlement y Camille Jullian, que es la zona que nos recomendó el casero por ser la de precios más asequibles y más concurridas por la gente de nuestra edad. El problema era que, al igual que la noche anterior, todo estaba lleno, tanto los otros sitios que teníamos anotados en nuestra lista como los que aparentemente parecían opciones interesantes.
Como por allí no sacábamos nada en claro, Miguel propuso ir al Dragon Doré, un camboyano que había buscado por su cuenta. Estaba un poco lejos, a unos quince minutos andando, pero no teníamos más remedio que acercarnos y probar suerte; una vez allí, siendo ya casi las nueve de la noche, echamos un vistazo desde fuera, y, tal y como nos había comentado Miguel, era de tipo buffet, pero no me terminaba de convencer, y eso que la cena de la noche anterior fue en otro camboyano, la primera vez que probaba este tipo de comida, y no salí descontento para lo delicado que soy yo para comer. Total, que dimos media vuelta y regresamos a la zona en la que habíamos empezado, y en esto que pasamos por delante de un italiano, Osteria da Luigi, que tenía buena pinta y tenía algunas mesas libres; no obstante, por si acaso consultamos antes en TripAdvisor, y menos mal que lo hicimos porque justamente dos días antes una española había dejado un comentario diciendo que, si bien mantiene la tradición de servir agua gratis, a los turistas les sirve una botella de 5 euros, por lo que descartamos cenar allí.
Finalmente, teniendo en cuenta que ya eran más de las nueve y media, decidimos no dar más vueltas y volver a Capperi a por unas pizzas para llevar. Nos informaron de que el tiempo de espera sería de 45 minutos, lo cual ya no nos importaba, así que le pedimos las tres pizzas que habíamos elegido: una Parma (13'90 €) para mí, y una Fattoria (12'90 €) y una Capperi (14'90 €) para compartir entre Jose y Miguel. Ya empezaba a refrescar y pasábamos tanto de esperar enfrente de la pizzería sin hacer nada como de dar más vueltas, por lo que nos acercamos a The Charles Dickens, un pub situado a apenas treinta metros de allí, para tomarnos algo de mientras; concretamente, mis amigos se pidieron una cerveza diferente cada uno, y yo, para variar, una Coca-Cola, aunque lo que allí tenían era Pepsi Max, a 3'5 €, bastante más caro que en Málaga. El pub estaba bastante concurrido y con suerte pillamos una mesa libre, y en esto que estábamos charlando nos percatamos de que en otra mesa estaban cenando con comida de fuera, por lo que nos planteamos tomarnos allí las pizzas en vez de llevarlas al apartamento. Por si acaso, preguntamos a uno de los camareros que estaban en la barra si nos daba permiso para ello y nos dijo que no había problema, siempre y cuando después nos llevásemos las cajas de las pizzas, algo que por supuesto pensábamos hacer.
Poco antes de las diez y media, Jose y yo nos acercamos a la pizzería a recoger la cena mientras Miguel se encargaba de esperarnos en el pub para que nadie nos quitase la mesa. Al igual que el almuerzo, yo fui el encargado de pagar las pizzas, 41'70 € en total, y ya luego mis amigos me harían un Bizum para pagarme sus respectivas partes. De vuelta en el pub, pedimos otra ronda de bebidas para acompañar las pizzas: la mía (Parma) era de rúcula, jamón de parma y queso parmesano; la de Jose (Fattoria), de gorgonzola, rúcula y parmesano; y la de Miguel (Capperi), de queso de búfala, rúcula y alcaparras. Estaban bastante buenas, se notaba que eran artesanales y que los ingredientes eran frescos y de calidad, y en cuanto al tamaño, también correcto, aunque para mi gusto estaban un poco subidas de precio (casi 14 € de media cada una), y es que las he comido mejores y no tan caras.
Una vez terminadas, nos quedamos en el pub un rato más antes de emprender el camino de regreso al apartamento, trayecto en el que ya se notaba el fresco de la noche. Jose fue el primero en ducharse; mientras tanto, Miguel y yo esperamos en el salón viendo Los Simpsons en francés, que, por cierto, tiene un doblaje similar al español en lo que respecta a cómo suenan las voces: rasgada la de Marge, tontorrona la de Homer, etc. Yo cogí el relevo en la ducha, y finalmente Miguel antes de que nos acostásemos sobre la una menos cuarto de la madrugada, no sin antes habernos puesto de acuerdo en poner el despertador a las nueve de la mañana, ya que sobre las diez y media vendría el casero, y para esa hora tendríamos que haber hecho las maletas. El viaje estaba a punto de acabar...
Retornamos a la rue Sainte-Catherine, ya totalmente relajados y sin prisa por ir a ningún sitio en particular porque ya habíamos visto todo lo que teníamos planeado, por lo que paseamos tranquilamente por esta calle disfrutando si me apuráis de su bullicio y del ir y venir de gente de un lado para otro. Al llegar al cruce con la Cours Victor Hugo, abandonamos esta calle tan comercial para volver al apartamento, aunque antes pasamos por delante del Parking Victor Hugo, en cuya fachada se puede observar un coche verde que parece haberse estrellado en el interior del aparcamiento y que está medio suspendido en el aire, vamos, que da la impresión de que en cualquier momento va a caerse, pero que en realidad se trata de una obra de arte y no de un coche accidentado.
A las seis y cuarto ya estábamos en nuestro apartamento, bastante cansados como es lógico después de haber pasado todo el día en la calle desde las diez de la mañana y habiendo recorrido varios kilómetros andando, pero es que es así como se conocen las ciudades cuando uno viaja. Nos sentamos en el sofá del salón a ver un rato la tele y así matar el tiempo antes de volver a la calle con la idea de cenar en Capperi, la mejor pizzería de Bordeaux, según habíamos consultado en TripAdvisor y donde habíamos intentado cenar el día anterior sin éxito porque estaba lleno.
19:30
Tras descansar más de una hora en el apartamento, bajamos a la calle y cogimos por rue des Ayres, place Fernand Lafargue, rue du Pas-Saint-Georges, Cours d'Alsace-et-Lorraine, rue des Bahutiers y rue de la Cour des Aides, hasta llegar a la pizzería Capperi. Como nos temíamos, todas las mesas del local, que apenas son tres o cuatro, estaban ocupadas; por si acaso, pregunté a uno de los camareros cuál era el tiempo de espera y me dijo que cerca de una hora, así que, tras hablarlo con Jose y Miguel, decidimos ir a otro sitio. Empezamos a sondear los alrededores, básicamente por las calles que pertenecen al triángulo delimitado por las plazas de Saint-Pierre, Parlement y Camille Jullian, que es la zona que nos recomendó el casero por ser la de precios más asequibles y más concurridas por la gente de nuestra edad. El problema era que, al igual que la noche anterior, todo estaba lleno, tanto los otros sitios que teníamos anotados en nuestra lista como los que aparentemente parecían opciones interesantes.
Como por allí no sacábamos nada en claro, Miguel propuso ir al Dragon Doré, un camboyano que había buscado por su cuenta. Estaba un poco lejos, a unos quince minutos andando, pero no teníamos más remedio que acercarnos y probar suerte; una vez allí, siendo ya casi las nueve de la noche, echamos un vistazo desde fuera, y, tal y como nos había comentado Miguel, era de tipo buffet, pero no me terminaba de convencer, y eso que la cena de la noche anterior fue en otro camboyano, la primera vez que probaba este tipo de comida, y no salí descontento para lo delicado que soy yo para comer. Total, que dimos media vuelta y regresamos a la zona en la que habíamos empezado, y en esto que pasamos por delante de un italiano, Osteria da Luigi, que tenía buena pinta y tenía algunas mesas libres; no obstante, por si acaso consultamos antes en TripAdvisor, y menos mal que lo hicimos porque justamente dos días antes una española había dejado un comentario diciendo que, si bien mantiene la tradición de servir agua gratis, a los turistas les sirve una botella de 5 euros, por lo que descartamos cenar allí.
Finalmente, teniendo en cuenta que ya eran más de las nueve y media, decidimos no dar más vueltas y volver a Capperi a por unas pizzas para llevar. Nos informaron de que el tiempo de espera sería de 45 minutos, lo cual ya no nos importaba, así que le pedimos las tres pizzas que habíamos elegido: una Parma (13'90 €) para mí, y una Fattoria (12'90 €) y una Capperi (14'90 €) para compartir entre Jose y Miguel. Ya empezaba a refrescar y pasábamos tanto de esperar enfrente de la pizzería sin hacer nada como de dar más vueltas, por lo que nos acercamos a The Charles Dickens, un pub situado a apenas treinta metros de allí, para tomarnos algo de mientras; concretamente, mis amigos se pidieron una cerveza diferente cada uno, y yo, para variar, una Coca-Cola, aunque lo que allí tenían era Pepsi Max, a 3'5 €, bastante más caro que en Málaga. El pub estaba bastante concurrido y con suerte pillamos una mesa libre, y en esto que estábamos charlando nos percatamos de que en otra mesa estaban cenando con comida de fuera, por lo que nos planteamos tomarnos allí las pizzas en vez de llevarlas al apartamento. Por si acaso, preguntamos a uno de los camareros que estaban en la barra si nos daba permiso para ello y nos dijo que no había problema, siempre y cuando después nos llevásemos las cajas de las pizzas, algo que por supuesto pensábamos hacer.
Poco antes de las diez y media, Jose y yo nos acercamos a la pizzería a recoger la cena mientras Miguel se encargaba de esperarnos en el pub para que nadie nos quitase la mesa. Al igual que el almuerzo, yo fui el encargado de pagar las pizzas, 41'70 € en total, y ya luego mis amigos me harían un Bizum para pagarme sus respectivas partes. De vuelta en el pub, pedimos otra ronda de bebidas para acompañar las pizzas: la mía (Parma) era de rúcula, jamón de parma y queso parmesano; la de Jose (Fattoria), de gorgonzola, rúcula y parmesano; y la de Miguel (Capperi), de queso de búfala, rúcula y alcaparras. Estaban bastante buenas, se notaba que eran artesanales y que los ingredientes eran frescos y de calidad, y en cuanto al tamaño, también correcto, aunque para mi gusto estaban un poco subidas de precio (casi 14 € de media cada una), y es que las he comido mejores y no tan caras.
Una vez terminadas, nos quedamos en el pub un rato más antes de emprender el camino de regreso al apartamento, trayecto en el que ya se notaba el fresco de la noche. Jose fue el primero en ducharse; mientras tanto, Miguel y yo esperamos en el salón viendo Los Simpsons en francés, que, por cierto, tiene un doblaje similar al español en lo que respecta a cómo suenan las voces: rasgada la de Marge, tontorrona la de Homer, etc. Yo cogí el relevo en la ducha, y finalmente Miguel antes de que nos acostásemos sobre la una menos cuarto de la madrugada, no sin antes habernos puesto de acuerdo en poner el despertador a las nueve de la mañana, ya que sobre las diez y media vendría el casero, y para esa hora tendríamos que haber hecho las maletas. El viaje estaba a punto de acabar...