Ya es oficial desde la noche del pasado jueves: el Málaga desciende a Segunda División. Lo que ya estaba asumido desde hacía ya varias semanas, por no decir meses, se certificó matemáticamente con un gol del Levante en el último minuto, ya sin tiempo de reacción para poder empatar y alargar la agonía una jornada más, aunque mejor así, porque yo prefiero perder la categoría jugando fuera que en tu propio estadio, donde más duele.
Hace apenas cinco años, el Málaga C. F. era noticia por haber sido eliminado en los cuartos de final de la Champions League tras un nefasto arbitraje en Dortmund, y por entonces nadie pensaba que bajaríamos a Segunda en tan poco tiempo. De casi tocar la gloria con los dedos a volver a un infierno del que es muy difícil salir, por lo menos en lo que respecta retornar a Primera División, porque ya no me resultaría descabellado bajar a Segunda B como a punto estuvo de ocurrirnos la penúltima vez que jugamos en la categoría de plata, y eso ya sería la puntilla para un club de una ciudad de casi 600.000 habitantes, la sexta más poblada de España. Basta con echar un vistazo a la lista de equipos que juegan esta temporada en Segunda División, plagada de históricos como el Rayo Vallecano, el Osasuna, el Sporting, el Valladolid o el Zaragoza, para comprobar lo complicado que es regresar a Primera, y en algunos casos hasta mantenerse en Segunda, y si no que se lo digan al Mallorca, ahora en Segunda B y hasta hace no poco compitiendo en Europa, o al Racing de Santander, otro Segunda B que ha jugado 44 temporadas en Primera. Al mismo tiempo, resulta que en Primera encontramos cada vez más equipos de los considerados 'pequeños', con poca o casi nula experiencia en la categoría (Alavés, Leganés, Girona, Getafe, Eibar), y puede que la temporada que viene debute el Huesca. No cabe duda de que el fútbol español ha dado un giro de 180 grados en los últimos 15-20 años.
Nadie se imaginaba esto hace diez años, un período en el que hemos competido de forma consecutiva en Primera División, la racha más larga de la historia del club, la que nos ha regalado numerosos partidos para el recuerdo: una salvación agónica en la última jornada, victorias al Real Madrid y al Barcelona, el partido en el que conseguimos el cuarto puesto en la Liga y la consiguiente clasificación para participar por vez primera en la Champions League, exhibiciones ante campeones de Europa como el Milan y el Oporto, goles antológicos como alguna que otra falta directa de Cazorla o la chilena de Baptista, etc. En esta década hemos llegado a codearnos con los grandes, puntuando e incluso ganando en míticos estadios como el Santiago Bernabeu, San Siro, el Vicente Calderón o el Camp Nou; a contar en nuestra plantilla con jugadores que nunca habríamos imaginado (Van Nistelrooy, Toulalan, Joaquín, Demichelis, Santa Cruz, Saviola...) y a otros a los que hicimos grandes (Willy Caballero, Isco, Rondón, Monreal, Weligton, Camacho...); y hemos disfrutado de un señor de los banquillos, Manuel Pellegrini, que nos llevó a las cotas más altas que jamás hemos alcanzado.
Es de justicia reconocer que gran parte de culpa de casi todo este disfrute que quien sabe si volveremos a vivir es del jeque Abdullah bin Nasser Al Thani, que cogió las riendas del club en el verano de 2010 tras hacerse con la mayoría de las acciones. En su primera temporada, su inversión sirvió solamente para que el Málaga consiguiese la permanencia con cierta holgura, pero el fuerte desembolso del siguiente verano permitió al Málaga clasificarse para la Champions League por primera vez en su historia, y ojalá que no sea la última. A los pocos meses, llegó la injusta sanción de la UEFA, que prohibía al club participar en competiciones europeas en las siguientes cuatro temporadas, como así ocurrió esa misma temporada, en la que acabamos en sexta posición semanas después de ser masacrados por el nefasto arbitraje de Dortmund. Ya en el verano previo el jeque había dado a entender que no iba a invertir tanto en el club como hasta ahora, pero, tras este anuncio por parte del máximo organismo del fútbol europeo, esa decisión se hizo del todo realidad, iniciándose un declive deportivo e institucional que ha desembocado en este descenso.
Porque igual que hemos reconocido y agradecido al jeque que haya sido uno de los grandes artífices de que el Málaga haya competido en la Champions, también el jeque es el primer responsable de que hayamos bajado a Segunda División. Tenemos a un presidente que ni siquiera hace acto de presencia y que solamente se manifiesta a través de su cuenta de Twitter, que siempre nos viene con promesas demagógicas del tipo "Vamos a hacer un Málaga grande" o "Lo mejor está por llegar", y que se atreve a jugar a ser director deportivo recomendando e incluso fichando a jugadores desconocidos y de un nivel muy discutible por unas cantidades desorbitadas para lo que puede permitirse el club desde que él mismo decidió dejar de invertir. La afición ya está harta de este vacío institucional y de la forma en la que el jeque está dirigiendo al Málaga, y es por ello que lleva ya varios meses pidiendo su dimisión, que se vaya y que venda sus acciones a algún malaguista de verdad, de corazón blanquiazul, que sienta los colores, que disfrute con su equipo en las buenas y que le duela el escudo en las malas.
Los otros culpables de que la temporada que viene vayamos a jugar en Segunda son sin duda alguna los jugadores, que al fin y al cabo son los que juegan los partidos. Bien es cierto que el nivel de la plantilla es el que es, el que el propio jeque ha querido tener con jugadores fichados a dedo (Rolón, Cecchini...), sin ritmo competitivo (Lacen, Success, Bueno...) absolutamente desconocidos (Cenk Gönen, Ideye, Lestienne...) o que no han dado el nivel que mostraron en sus anteriores equipos (Adrián, Borja Bastón...). Si a todos ellos les unes a jugadores de la temporada pasada que no se parecen a lo que en su día fueron (Juanpi, Keko, Jony, Luis Hernández, Rosales...) y que el pasado verano tuvimos que vender a los que sostuvieron al equipo hace un año (Kameni, Camacho, Sandro, Fornals...), pues hay lo que hay. Con respecto a esto último también cabe preguntarse cómo es posible que el fútbol español siga presumiendo de tener la mejor liga del mundo cuando el Real Madrid y el Barcelona siguen llevándose buena parte de los derechos televisivos dejando unos míseros restos a los demás clubes, cuando ellos se gastan más millones en el fichaje de un único jugador que todo el presupuesto de prácticamente el resto de equipos de Primera División, o cuando un equipo de nivel medio-bajo de ligas como la inglesa o la alemana puede llevarse a los jugadores que despuntan en equipos similares de la liga española como el Málaga por una cantidad que no podemos igualar. Será la mejor liga por tener a Messi y a Cristiano Ronaldo, pero no por más razones.
En otro escalón de culpabilidad habría que situar al entrenador, o, mejor dicho, entrenadores, puesto que esta temporada se la van a repartir a partes iguales Míchel y José González. El primero de ellos fue el centro de todas las quejas de la afición tras perder los primeros partidos, y eso que meses antes nos había salvado de bajar con varias victorias consecutivas (una de ellas al Barcelona en La Rosaleda) y con un juego medianamente atractivo, pero la memoria en ocasiones es como la de los peces y olvida muy fácilmente. No estoy diciendo que no tuviese parte de culpa por acabar la primera vuelta con 11 puntos y dejando el equipo en el farolillo rojo, que la tendrá, y que conste que no le pité ni una sola vez a pesar de ser un entrenador que no es de mi gusto, algo que pensaba cuando se le fichó hace algo más de un año y sigo opinando ahora, pero claro, es más fácil echar a un entrenador que a toda una plantilla. Lo que sí hay que reconocerle es que tuvo la decencia de quejarse públicamente, de una forma más o menos directa, de la mala gestión del jeque. Su sucesor, José González, pues en nada ha mejorado la situación, e incluso puede que termine con peores números. Hay quien creía que podría sacarnos del hoyo porque ya consiguió algo similar con el Granada hace unos años, pero su escasa experiencia en la máxima categoría no invitaba a pensar en un milagro. Ni que decir tiene que dejará el banquillo una vez termine la temporada.
Por último, también habría que hablar de los árbitros, puesto que, si bien no han sido los principales responsables de que el Málaga haya descendido, sí que nos han perjudicado desde el primer partido de una forma notable con goles encajados en fuera de juego, algún que otro gol anulado, expulsiones muy rigurosas en contra y otras que se han ahorrado a favor, y decisiones que han marcado el devenir de muchos encuentros. Todo ello se ha traducido en una pérdida de 8-10 puntos que, de haberlos tenido en nuestro casillero en su debido tiempo, quizás habría permitido al equipo competir con algo más de ilusión y confianza con vistas a revertir la situación y pelear de una forma digna por la permanencia, y es que no es lo mismo saltar al terreno de juego con la salvación a doce puntos que a cuatro o cinco.
Los guarismos que deja la temporada del Málaga son para echarse a temblar. A falta de cuatro jornadas por disputarse, el equipo sigue colista, posición que ha ocupado buena parte de la temporada, con solamente 20 puntos (una de las puntuaciones más bajas de la historia), unos pírricos 22 goles a favor (se ha quedado sin marcar en 21 partidos), 5 míseras victorias y 24 derrotas (bastantes más de la mitad). Gran parte de éstas han sido por la mínima, en casa, ante equipos de la zona baja y con goles encajados en los últimos diez minutos, y para más desgracia algunos los marcaron ex-jugadores del equipo. Fueron decisivas las derrotas consecutivas ante el Betis en casa y ante el Alavés en Vitoria, cuando habíamos enlazado varios partidos ganando o empatando y parecía verse algo de luz al final del túnel, así como las que se cosecharon en Las Palmas, Bilbao, Leganés y Coruña, por cómo se fraguaron.
Ahora toca terminar la temporada de la manera más digna posible, a ser posible regalando a la afición alguna que otra victoria (como la de esta tarde ante la Real Sociedad) que levante levemente unos ánimos que están por los suelos, aunque valiente afición es la que aplaude y vitorea el gol de un rival por el simple hecho de ser malagueño y haber jugado en el Málaga cuando te estás jugando la permanencia, por muy difícil que estuviera ya por entonces, y es que es justo reconocer que tenemos lo que nos merecemos, miles de aficionados que son más del Real Madrid y del Barcelona que del equipo de su ciudad, todo lo contrario que en Sevilla, por mucho que haya gente que le duela la comparación. Me gustaría saber cuántos de ésos renovarán su abono para animar al Málaga en Segunda División, yo al menos seguro que sí tras ser socio 26 años, que seré de los pocos que han sido fieles de forma ininterrumpida desde que competíamos en Tercera División. En fin, ya veremos si el jeque sigue al frente del club o si alguien se atreve a comprarle las acciones con un proyecto ilusionante que nos devuelva a Primera División lo más pronto posible, que es donde merecemos estar. Todo sea por un escudo y unos colores que solo unos pocos fieles de verdad llevamos en el corazón.
Es de justicia reconocer que gran parte de culpa de casi todo este disfrute que quien sabe si volveremos a vivir es del jeque Abdullah bin Nasser Al Thani, que cogió las riendas del club en el verano de 2010 tras hacerse con la mayoría de las acciones. En su primera temporada, su inversión sirvió solamente para que el Málaga consiguiese la permanencia con cierta holgura, pero el fuerte desembolso del siguiente verano permitió al Málaga clasificarse para la Champions League por primera vez en su historia, y ojalá que no sea la última. A los pocos meses, llegó la injusta sanción de la UEFA, que prohibía al club participar en competiciones europeas en las siguientes cuatro temporadas, como así ocurrió esa misma temporada, en la que acabamos en sexta posición semanas después de ser masacrados por el nefasto arbitraje de Dortmund. Ya en el verano previo el jeque había dado a entender que no iba a invertir tanto en el club como hasta ahora, pero, tras este anuncio por parte del máximo organismo del fútbol europeo, esa decisión se hizo del todo realidad, iniciándose un declive deportivo e institucional que ha desembocado en este descenso.
Porque igual que hemos reconocido y agradecido al jeque que haya sido uno de los grandes artífices de que el Málaga haya competido en la Champions, también el jeque es el primer responsable de que hayamos bajado a Segunda División. Tenemos a un presidente que ni siquiera hace acto de presencia y que solamente se manifiesta a través de su cuenta de Twitter, que siempre nos viene con promesas demagógicas del tipo "Vamos a hacer un Málaga grande" o "Lo mejor está por llegar", y que se atreve a jugar a ser director deportivo recomendando e incluso fichando a jugadores desconocidos y de un nivel muy discutible por unas cantidades desorbitadas para lo que puede permitirse el club desde que él mismo decidió dejar de invertir. La afición ya está harta de este vacío institucional y de la forma en la que el jeque está dirigiendo al Málaga, y es por ello que lleva ya varios meses pidiendo su dimisión, que se vaya y que venda sus acciones a algún malaguista de verdad, de corazón blanquiazul, que sienta los colores, que disfrute con su equipo en las buenas y que le duela el escudo en las malas.
Los otros culpables de que la temporada que viene vayamos a jugar en Segunda son sin duda alguna los jugadores, que al fin y al cabo son los que juegan los partidos. Bien es cierto que el nivel de la plantilla es el que es, el que el propio jeque ha querido tener con jugadores fichados a dedo (Rolón, Cecchini...), sin ritmo competitivo (Lacen, Success, Bueno...) absolutamente desconocidos (Cenk Gönen, Ideye, Lestienne...) o que no han dado el nivel que mostraron en sus anteriores equipos (Adrián, Borja Bastón...). Si a todos ellos les unes a jugadores de la temporada pasada que no se parecen a lo que en su día fueron (Juanpi, Keko, Jony, Luis Hernández, Rosales...) y que el pasado verano tuvimos que vender a los que sostuvieron al equipo hace un año (Kameni, Camacho, Sandro, Fornals...), pues hay lo que hay. Con respecto a esto último también cabe preguntarse cómo es posible que el fútbol español siga presumiendo de tener la mejor liga del mundo cuando el Real Madrid y el Barcelona siguen llevándose buena parte de los derechos televisivos dejando unos míseros restos a los demás clubes, cuando ellos se gastan más millones en el fichaje de un único jugador que todo el presupuesto de prácticamente el resto de equipos de Primera División, o cuando un equipo de nivel medio-bajo de ligas como la inglesa o la alemana puede llevarse a los jugadores que despuntan en equipos similares de la liga española como el Málaga por una cantidad que no podemos igualar. Será la mejor liga por tener a Messi y a Cristiano Ronaldo, pero no por más razones.
En otro escalón de culpabilidad habría que situar al entrenador, o, mejor dicho, entrenadores, puesto que esta temporada se la van a repartir a partes iguales Míchel y José González. El primero de ellos fue el centro de todas las quejas de la afición tras perder los primeros partidos, y eso que meses antes nos había salvado de bajar con varias victorias consecutivas (una de ellas al Barcelona en La Rosaleda) y con un juego medianamente atractivo, pero la memoria en ocasiones es como la de los peces y olvida muy fácilmente. No estoy diciendo que no tuviese parte de culpa por acabar la primera vuelta con 11 puntos y dejando el equipo en el farolillo rojo, que la tendrá, y que conste que no le pité ni una sola vez a pesar de ser un entrenador que no es de mi gusto, algo que pensaba cuando se le fichó hace algo más de un año y sigo opinando ahora, pero claro, es más fácil echar a un entrenador que a toda una plantilla. Lo que sí hay que reconocerle es que tuvo la decencia de quejarse públicamente, de una forma más o menos directa, de la mala gestión del jeque. Su sucesor, José González, pues en nada ha mejorado la situación, e incluso puede que termine con peores números. Hay quien creía que podría sacarnos del hoyo porque ya consiguió algo similar con el Granada hace unos años, pero su escasa experiencia en la máxima categoría no invitaba a pensar en un milagro. Ni que decir tiene que dejará el banquillo una vez termine la temporada.
Por último, también habría que hablar de los árbitros, puesto que, si bien no han sido los principales responsables de que el Málaga haya descendido, sí que nos han perjudicado desde el primer partido de una forma notable con goles encajados en fuera de juego, algún que otro gol anulado, expulsiones muy rigurosas en contra y otras que se han ahorrado a favor, y decisiones que han marcado el devenir de muchos encuentros. Todo ello se ha traducido en una pérdida de 8-10 puntos que, de haberlos tenido en nuestro casillero en su debido tiempo, quizás habría permitido al equipo competir con algo más de ilusión y confianza con vistas a revertir la situación y pelear de una forma digna por la permanencia, y es que no es lo mismo saltar al terreno de juego con la salvación a doce puntos que a cuatro o cinco.
Los guarismos que deja la temporada del Málaga son para echarse a temblar. A falta de cuatro jornadas por disputarse, el equipo sigue colista, posición que ha ocupado buena parte de la temporada, con solamente 20 puntos (una de las puntuaciones más bajas de la historia), unos pírricos 22 goles a favor (se ha quedado sin marcar en 21 partidos), 5 míseras victorias y 24 derrotas (bastantes más de la mitad). Gran parte de éstas han sido por la mínima, en casa, ante equipos de la zona baja y con goles encajados en los últimos diez minutos, y para más desgracia algunos los marcaron ex-jugadores del equipo. Fueron decisivas las derrotas consecutivas ante el Betis en casa y ante el Alavés en Vitoria, cuando habíamos enlazado varios partidos ganando o empatando y parecía verse algo de luz al final del túnel, así como las que se cosecharon en Las Palmas, Bilbao, Leganés y Coruña, por cómo se fraguaron.
Ahora toca terminar la temporada de la manera más digna posible, a ser posible regalando a la afición alguna que otra victoria (como la de esta tarde ante la Real Sociedad) que levante levemente unos ánimos que están por los suelos, aunque valiente afición es la que aplaude y vitorea el gol de un rival por el simple hecho de ser malagueño y haber jugado en el Málaga cuando te estás jugando la permanencia, por muy difícil que estuviera ya por entonces, y es que es justo reconocer que tenemos lo que nos merecemos, miles de aficionados que son más del Real Madrid y del Barcelona que del equipo de su ciudad, todo lo contrario que en Sevilla, por mucho que haya gente que le duela la comparación. Me gustaría saber cuántos de ésos renovarán su abono para animar al Málaga en Segunda División, yo al menos seguro que sí tras ser socio 26 años, que seré de los pocos que han sido fieles de forma ininterrumpida desde que competíamos en Tercera División. En fin, ya veremos si el jeque sigue al frente del club o si alguien se atreve a comprarle las acciones con un proyecto ilusionante que nos devuelva a Primera División lo más pronto posible, que es donde merecemos estar. Todo sea por un escudo y unos colores que solo unos pocos fieles de verdad llevamos en el corazón.
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