Domingo, 6 de agosto de 2017
8:00
Nos levantamos en cuanto sonó el despertador, dispuestos a no perder el tiempo y a aprovechar al máximo la mañana, ya que después de comer tendríamos que coger el coche para ir a Palencia. Luego de asearnos y vestirnos, bajamos a la cafetería del hotel a desayunar; en mi caso, me serví un par de tostadas (bastante gruesas, por cierto) con mantequilla, una napolitana de chocolate, un croissant y un vaso de leche con Nesquik, lo cual me sorprendió, puesto que en la mayoría de los sitios solamente hay Cola Cao. Volvimos a la habitación para recoger las maletas y dejarlas en la recepción para recogerlas cuando volviésemos de comer, y a continuación, a eso de las nueve y media, salimos a la calle para empezar a callejear y visitar Segovia.
En primer lugar, nos acercamos a la iglesia de San Lorenzo, situada a pocos metros del hotel; parecida a algunas que habíamos visto la tarde anterior (pequeña y de estilo románico), estaba cerrada en ese momento, así que continuamos con nuestra caminata hasta llegar al Acueducto de Segovia. Fuimos en busca de otras dos iglesias próximas, la de los Santos Justo y Pastor y la del Salvador, pero tanto una como otra también estaban cerradas, lo cual nos extrañó mucho porque en Málaga es raro que una iglesia no esté abierta a partir de las nueve de la mañana, tras lo cual pasamos por delante del IES Mariano Quintanilla, el más antiguo de España, para luego recorrer bordear el acueducto hasta la arquería principal de la plaza del Azoguejo.
Bajando y subiendo cuestas y escalinatas llegamos al Paseo del Salón de Isabel II, un frondoso parque que recorrimos desde su comienzo (el Postigo de la Luna) hasta su final (el Postigo del Sol), dos de las puertas de la muralla de Segovia. Más adelante, nos adentramos de nuevo en la ciudad por la Puerta de San Andrés, más monumental que las anteriores y con una pequeña talla de la Virgen del Socorro por la parte interior, para poder llegar a la Catedral de Santa María, la cual vimos esta vez por el lateral más próximo a su torre, además de la fachada principal. Seguidamente, avanzamos por la calle Daoiz, al final de la cual nos topamos con los Jardines del Alcázar, desde cuyos miradores se puede disfrutar de grandes panorámicas y que si por algo destaca es por el Monumento a los Héroes del 2 de Mayo situado en el centro de los jardines.
Las entradas del Alcázar de Segovia las compramos en un edificio próximo a este conocido monumento (5'5 € la mía y 3'5 € la de mi madre por ser desempleada), tras lo cual comenzamos la visita de las diversas salas que la componen: la Sala del Palacio Viejo, con numerosas armaduras; la Sala del Trono, reconocible gracias a que en ella se encuentran los tronos de los Reyes Católicos con su escudo y su famosa divisa ("Tanto monta"), así como sendos retratos de éstos; la Sala de la Galera, con un impresionante artesonado y una pintura sobre uno de los muros en la que se representa la coronación de Isabel la Católica; la Sala de los Reyes, llamada así porque en ella hay pequeñas estatuas de todos los reyes de Asturias, León y Castilla; etc.
Tras pasar unos minutos en un patio exterior del Alcázar, desde el cual se pueden admirar tanto sus llamativas torres y un jardín con una forma geométrica muy curiosa, volvimos al interior, concretamente a la Sala de Armas, engalanada con banderas y salpicada de armaduras, escudos, armas y cañones. Después, atravesamos el Patio de Armas para continuar con el Museo del Real Colegio de Artillería, en el que se exponen cuadros, uniformes militares de gala y numerosos libros antiguos de diversas disciplinas (artillería, matemáticas, astronomía, física, química...). A las doce del mediodía estábamos saliendo ya del Alcázar por la reconocible Torre de Juan II, dando por terminada de esta forma la visita.
12:05
Soportando un calor un tanto sofocante, retomamos el paseo por Segovia bordeando el lateral norte de la muralla, pasando concretamente por la Puerta de Santiago, la Puerta de San Cebrián y la iglesia de San Juan de los Caballeros, que, en efecto, estaba cerrada. Luego, nos adentramos de nuevo en la ciudad, y por el camino pasamos por delante de varios edificios notables, tales como el de la Diputación Provincial, la Casa de los Marqueses de Lozoya o la Casa de las Cadenas. Por cierto, que una cosa que me gustó mucho de la ciudad fue el esgrafiado con el que están embellecidos los muros de muchos de sus edificios, casi todos con dibujos geométricos muy elaborados y vistosos.
Al final de este paseo llegamos al Postigo del Consuelo, en la parte alta del Acueducto de Segovia, desde donde hice algunas fotos antes de ir a la iglesia de la Compañía de Jesús, que (¡milagro!) sí estaba abierta al público, por lo que aprovechamos para entrar en ella y admirar el maravilloso retablo de su altar mayor. De allí nos fuimos a El Sitio a tomarnos un refresco con su correspondiente tapa gratis (una caña y una tapa de paella mi madre, y yo una Coca-Cola Zero con una tapa de choricitos con patatas), y seguidamente al restaurante Jose María, donde teníamos una mesa reservada gracias a la recepcionista de nuestro hotel, y menos mal, porque era poco más de la una y media y ya estaba casi lleno.
Obviamente, no podíamos irnos de Segovia sin probar su famoso cochinillo asado, pero también pedimos una ración de croquetas de jamón ibérico y una ensalada mixta con bonito, además de agua para beber. ¡Qué fallo el nuestro al pedir dos platos previos al cochinillo! Las croquetas estaban espectaculares, de las mejores que he probado, pero la ensalada era enorme, como para compartir entre cuatro personas, y además nos pusieron un entrante cortesía de la casa consistente en una pequeña ensalada con queso. Con todo esto ya estábamos más que comidos, y faltaba el cochinillo, que por cierto iban saliendo cada dos por tres de la cocina para presentarlo y trincharlo en varios trozos a los comensales.
Al final, pedimos solamente un trozo para a su vez dividirlo en dos, uno para cada uno. Me costó la vida comerme el mío, pues ya estaba lleno, pero había que hacer un esfuerzo para no dejar ni una muestra de este manjar. Estaba delicioso, con la piel dorada y crujiente y la carne jugosa. Tras reposar un buen rato el almuerzo y pagar la cuenta (55'79 € en total), salimos en busca del hotel, pero en cuanto llegamos a la Plaza Mayor tuve que sentarme en un banco a la sombra porque tenía que esperar a que me bajase un poco más la comida. Pasados unos minutos, retomamos el camino, parando entre medias en el Convento del Corpus Christi, aprovechando que estaba abierto, y, cómo no, en el Acueducto de Segovia, pues no pude resistirme a hacerle más fotos de las que ya le había hecho.
Recogimos las maletas en el hotel y a las cuatro y veinte de la tarde nos pusimos en marcha rumbo a Palencia. Solos por la autovía, hicimos un pequeño descanso por Aldeamayor de San Martín para estirar las piernas, y allí aprovechamos para avisar a Julio y Pilar (el primo de mi padre y su mujer, que viven en Palencia) de que en breve llegaríamos a Baños de Cerrato, un pequeño pueblo palentino en el que se encuentra la iglesia en pie más antigua de España, y que allí nos veríamos con ellos. En efecto, los dos nos estaban esperando cuando llegamos a las seis y cuarto, y con ellos pasaríamos lo que quedaba de este día y el siguiente, pues parte del motivo de este largo viaje era rendirles visita.
Frente a mí tenía la iglesia de San Juan de Baños, la que salía en algunas fotos de mis libros de Historia en los temas de los visigodos, y yo obviamente le hice mis propias fotos. Tuvimos que pagar 2 € por persona por la entrada, pero incluía una visita guiada que empezaba a las seis y media, de la cual se encargó una joven que nos contó la historia del templo (mandado construir por el rey Recesvinto en el siglo VII), las reformas que ha experimentado, su estilo arquitectónico, los objetos que conserva (la corona de Recesvinto, una baldosa con la huella de la mano de dicho rey...), etc. Al salir de la iglesia, nos acercamos a la cercana Fuente de San Juan, cuyas aguas, según cuenta la leyenda, devolvieron la salud al rey visigodo.
19:00
Ya en nuestros respectivos coches, seguimos al de Julio y Pilar para llegar al Hotel Alda Centro Palencia, donde mi madre se bajó para ir registrándose mientras yo buscaba aparcamiento por los alrededores; una vez que me dejaron en el hotel, quedamos en vernos más tarde después de que descansásemos un rato. A todo esto, mi madre todavía estaba liada con el registro de la habitación, la 210, y resultó que la recepcionista, al igual que la que nos atendió en Segovia, también guardaba cierta relación con Málaga, pues casualmente era de Antequera. Tras hacer el pago de las dos noches que nos íbamos a quedar (57'62 € en total, un precio espectacular), subimos a la habitación, con bañera en vez de ducha.
Sobre las ocho y veinte nos pusimos en marcha para recorrer la calle Mayor Principal de principio a fin, puesto que el hotel estaba situado en un extremo y habíamos quedado con Julio y Pilar al final de dicha calle. Lo que más me llamó la atención de ella fueron dos cosas: la primera, que una de sus aceras cuenta con soportales en casi toda su longitud, lo cual es típico de esta zona para poder refugiarse de la habitual lluvia; y la segunda, que está salpicada por varias estatuas de bronce, entre ellas la del escultor Victorio Macho tallando el Cristo del Otero, la de la Aguadora, la de la Niña de la comba, la de la Castañera, la estatua a Jerónimo Arroyo, la estatua a la Mujer Palentina, etc. También cabría resaltar el edificio del Colegio de Villandrando, que capta la atención de los viandantes con su colorido friso cerámico, y el cruce de los Cuatro Cantones, donde esta vía es atravesada por las calles Don Sancho y la Cestilla.
Más adelante, a eso de las nueve de la noche, nos reencontramos con Julio y Pilar. Después de dar un paseo por el Parque del Salón de Isabel II, entramos en la pizzería la Competencia para tomarnos un refresco, con su correspondiente tapa de pizza gratis, y seguidamente fuimos a Stella a cenar. Allí nos pedimos una ración de ensaladilla rusa, una de queso y un par de chapatas (una de jamón y otra de ternera, creo recordar), además de las bebidas. Todo muy correcto, tanto la comida como el servicio, y con el detalle de que al terminar nos trajeron unos pequeños bombones helados. Al salir de allí, Julio nos llevó a la vecina calle Colón para enseñarnos el edificio en el que habían vivido su padre y sus hermanos (entre ellos, mi abuela paterna) cuando eran niños, tras lo cual nos despedimos con la idea de vernos de nuevo al día siguiente al mediodía.
De camino al hotel, pasamos por el Palacio de la Diputación Provincial de Palencia, de estilo modernista y cuya iluminación nocturna resalta la elegancia de su fachada; luego, nos acercamos a la Plaza Mayor, con el Ayuntamiento presidiéndola, para continuar por la calle Mayor Principal desde el Colegio de Villandrando, mucho más vistoso de noche. Me hubiese gustado ir también a ver la Catedral iluminada, pero mi madre estaba ya cansada y no le apetecía andar más, así que lo dejamos para el siguiente día y nos fuimos directos al hotel. Al final, entre una cosa y otra, nos acostamos a las doce y media de la madrugada.
Bajando y subiendo cuestas y escalinatas llegamos al Paseo del Salón de Isabel II, un frondoso parque que recorrimos desde su comienzo (el Postigo de la Luna) hasta su final (el Postigo del Sol), dos de las puertas de la muralla de Segovia. Más adelante, nos adentramos de nuevo en la ciudad por la Puerta de San Andrés, más monumental que las anteriores y con una pequeña talla de la Virgen del Socorro por la parte interior, para poder llegar a la Catedral de Santa María, la cual vimos esta vez por el lateral más próximo a su torre, además de la fachada principal. Seguidamente, avanzamos por la calle Daoiz, al final de la cual nos topamos con los Jardines del Alcázar, desde cuyos miradores se puede disfrutar de grandes panorámicas y que si por algo destaca es por el Monumento a los Héroes del 2 de Mayo situado en el centro de los jardines.
Las entradas del Alcázar de Segovia las compramos en un edificio próximo a este conocido monumento (5'5 € la mía y 3'5 € la de mi madre por ser desempleada), tras lo cual comenzamos la visita de las diversas salas que la componen: la Sala del Palacio Viejo, con numerosas armaduras; la Sala del Trono, reconocible gracias a que en ella se encuentran los tronos de los Reyes Católicos con su escudo y su famosa divisa ("Tanto monta"), así como sendos retratos de éstos; la Sala de la Galera, con un impresionante artesonado y una pintura sobre uno de los muros en la que se representa la coronación de Isabel la Católica; la Sala de los Reyes, llamada así porque en ella hay pequeñas estatuas de todos los reyes de Asturias, León y Castilla; etc.
Tras pasar unos minutos en un patio exterior del Alcázar, desde el cual se pueden admirar tanto sus llamativas torres y un jardín con una forma geométrica muy curiosa, volvimos al interior, concretamente a la Sala de Armas, engalanada con banderas y salpicada de armaduras, escudos, armas y cañones. Después, atravesamos el Patio de Armas para continuar con el Museo del Real Colegio de Artillería, en el que se exponen cuadros, uniformes militares de gala y numerosos libros antiguos de diversas disciplinas (artillería, matemáticas, astronomía, física, química...). A las doce del mediodía estábamos saliendo ya del Alcázar por la reconocible Torre de Juan II, dando por terminada de esta forma la visita.
12:05
Soportando un calor un tanto sofocante, retomamos el paseo por Segovia bordeando el lateral norte de la muralla, pasando concretamente por la Puerta de Santiago, la Puerta de San Cebrián y la iglesia de San Juan de los Caballeros, que, en efecto, estaba cerrada. Luego, nos adentramos de nuevo en la ciudad, y por el camino pasamos por delante de varios edificios notables, tales como el de la Diputación Provincial, la Casa de los Marqueses de Lozoya o la Casa de las Cadenas. Por cierto, que una cosa que me gustó mucho de la ciudad fue el esgrafiado con el que están embellecidos los muros de muchos de sus edificios, casi todos con dibujos geométricos muy elaborados y vistosos.
Al final de este paseo llegamos al Postigo del Consuelo, en la parte alta del Acueducto de Segovia, desde donde hice algunas fotos antes de ir a la iglesia de la Compañía de Jesús, que (¡milagro!) sí estaba abierta al público, por lo que aprovechamos para entrar en ella y admirar el maravilloso retablo de su altar mayor. De allí nos fuimos a El Sitio a tomarnos un refresco con su correspondiente tapa gratis (una caña y una tapa de paella mi madre, y yo una Coca-Cola Zero con una tapa de choricitos con patatas), y seguidamente al restaurante Jose María, donde teníamos una mesa reservada gracias a la recepcionista de nuestro hotel, y menos mal, porque era poco más de la una y media y ya estaba casi lleno.
Obviamente, no podíamos irnos de Segovia sin probar su famoso cochinillo asado, pero también pedimos una ración de croquetas de jamón ibérico y una ensalada mixta con bonito, además de agua para beber. ¡Qué fallo el nuestro al pedir dos platos previos al cochinillo! Las croquetas estaban espectaculares, de las mejores que he probado, pero la ensalada era enorme, como para compartir entre cuatro personas, y además nos pusieron un entrante cortesía de la casa consistente en una pequeña ensalada con queso. Con todo esto ya estábamos más que comidos, y faltaba el cochinillo, que por cierto iban saliendo cada dos por tres de la cocina para presentarlo y trincharlo en varios trozos a los comensales.
Al final, pedimos solamente un trozo para a su vez dividirlo en dos, uno para cada uno. Me costó la vida comerme el mío, pues ya estaba lleno, pero había que hacer un esfuerzo para no dejar ni una muestra de este manjar. Estaba delicioso, con la piel dorada y crujiente y la carne jugosa. Tras reposar un buen rato el almuerzo y pagar la cuenta (55'79 € en total), salimos en busca del hotel, pero en cuanto llegamos a la Plaza Mayor tuve que sentarme en un banco a la sombra porque tenía que esperar a que me bajase un poco más la comida. Pasados unos minutos, retomamos el camino, parando entre medias en el Convento del Corpus Christi, aprovechando que estaba abierto, y, cómo no, en el Acueducto de Segovia, pues no pude resistirme a hacerle más fotos de las que ya le había hecho.
Recogimos las maletas en el hotel y a las cuatro y veinte de la tarde nos pusimos en marcha rumbo a Palencia. Solos por la autovía, hicimos un pequeño descanso por Aldeamayor de San Martín para estirar las piernas, y allí aprovechamos para avisar a Julio y Pilar (el primo de mi padre y su mujer, que viven en Palencia) de que en breve llegaríamos a Baños de Cerrato, un pequeño pueblo palentino en el que se encuentra la iglesia en pie más antigua de España, y que allí nos veríamos con ellos. En efecto, los dos nos estaban esperando cuando llegamos a las seis y cuarto, y con ellos pasaríamos lo que quedaba de este día y el siguiente, pues parte del motivo de este largo viaje era rendirles visita.
Frente a mí tenía la iglesia de San Juan de Baños, la que salía en algunas fotos de mis libros de Historia en los temas de los visigodos, y yo obviamente le hice mis propias fotos. Tuvimos que pagar 2 € por persona por la entrada, pero incluía una visita guiada que empezaba a las seis y media, de la cual se encargó una joven que nos contó la historia del templo (mandado construir por el rey Recesvinto en el siglo VII), las reformas que ha experimentado, su estilo arquitectónico, los objetos que conserva (la corona de Recesvinto, una baldosa con la huella de la mano de dicho rey...), etc. Al salir de la iglesia, nos acercamos a la cercana Fuente de San Juan, cuyas aguas, según cuenta la leyenda, devolvieron la salud al rey visigodo.
19:00
Ya en nuestros respectivos coches, seguimos al de Julio y Pilar para llegar al Hotel Alda Centro Palencia, donde mi madre se bajó para ir registrándose mientras yo buscaba aparcamiento por los alrededores; una vez que me dejaron en el hotel, quedamos en vernos más tarde después de que descansásemos un rato. A todo esto, mi madre todavía estaba liada con el registro de la habitación, la 210, y resultó que la recepcionista, al igual que la que nos atendió en Segovia, también guardaba cierta relación con Málaga, pues casualmente era de Antequera. Tras hacer el pago de las dos noches que nos íbamos a quedar (57'62 € en total, un precio espectacular), subimos a la habitación, con bañera en vez de ducha.
Sobre las ocho y veinte nos pusimos en marcha para recorrer la calle Mayor Principal de principio a fin, puesto que el hotel estaba situado en un extremo y habíamos quedado con Julio y Pilar al final de dicha calle. Lo que más me llamó la atención de ella fueron dos cosas: la primera, que una de sus aceras cuenta con soportales en casi toda su longitud, lo cual es típico de esta zona para poder refugiarse de la habitual lluvia; y la segunda, que está salpicada por varias estatuas de bronce, entre ellas la del escultor Victorio Macho tallando el Cristo del Otero, la de la Aguadora, la de la Niña de la comba, la de la Castañera, la estatua a Jerónimo Arroyo, la estatua a la Mujer Palentina, etc. También cabría resaltar el edificio del Colegio de Villandrando, que capta la atención de los viandantes con su colorido friso cerámico, y el cruce de los Cuatro Cantones, donde esta vía es atravesada por las calles Don Sancho y la Cestilla.
Más adelante, a eso de las nueve de la noche, nos reencontramos con Julio y Pilar. Después de dar un paseo por el Parque del Salón de Isabel II, entramos en la pizzería la Competencia para tomarnos un refresco, con su correspondiente tapa de pizza gratis, y seguidamente fuimos a Stella a cenar. Allí nos pedimos una ración de ensaladilla rusa, una de queso y un par de chapatas (una de jamón y otra de ternera, creo recordar), además de las bebidas. Todo muy correcto, tanto la comida como el servicio, y con el detalle de que al terminar nos trajeron unos pequeños bombones helados. Al salir de allí, Julio nos llevó a la vecina calle Colón para enseñarnos el edificio en el que habían vivido su padre y sus hermanos (entre ellos, mi abuela paterna) cuando eran niños, tras lo cual nos despedimos con la idea de vernos de nuevo al día siguiente al mediodía.
De camino al hotel, pasamos por el Palacio de la Diputación Provincial de Palencia, de estilo modernista y cuya iluminación nocturna resalta la elegancia de su fachada; luego, nos acercamos a la Plaza Mayor, con el Ayuntamiento presidiéndola, para continuar por la calle Mayor Principal desde el Colegio de Villandrando, mucho más vistoso de noche. Me hubiese gustado ir también a ver la Catedral iluminada, pero mi madre estaba ya cansada y no le apetecía andar más, así que lo dejamos para el siguiente día y nos fuimos directos al hotel. Al final, entre una cosa y otra, nos acostamos a las doce y media de la madrugada.
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