Sábado, 12 de agosto de 2017
8:00
Como todas las mañanas de este viaje, nos despertamos puntualmente al sonido de las alarmas de nuestros móviles para asearnos y vestirnos, así como para terminar de hacer las maletas que ya habíamos dejado medio preparadas la noche anterior para embarcarnos en un nuevo trayecto en coche, aunque parte de la mañana la pasaríamos todavía en Burgos, pues nos quedaba por ver un par de cosas (en realidad, varias, pero con un tiempo tan limitado teníamos que seleccionar). Esta vez tocaba desayunar en el hotel, ya que estaba incluido en el precio de la habitación; en mi caso, mi desayuno fue similar al del resto de días, puesto que me tomé un par de tostadas con mantequilla, un surtido de bollería (croissant, napolitana y ensaimada) y un vaso de leche fría con Colacao.
A las diez menos cuarto, ya desayunados, volvimos a la habitación para recoger nuestras maletas y bajar a recepción para dejar las llaves. Para no tener que ir andando hasta el centro de la ciudad y luego volver al hotel para coger el coche, decidimos ir directamente en coche y aparcar por allí para perder menos tiempo; tras seguir la ruta que había consultado en mi móvil, pudimos aparcar en una calle próxima a la iglesia de Santa Águeda, que era el sitio donde teníamos pensado acabar la ruta que íbamos a seguir. En primer lugar, nos dirigimos a la plaza de Santa María para fotografiarnos con la Catedral de Burgos de fondo, tras lo cual nos dimos un buen paseo hasta la iglesia de San Gil Abad, la que nos quedaba por visitar de las incluidas en la pulsera turística que adquirimos la tarde anterior. Por fuera no llama mucho la atención, pero su interior resulta ser todo lo contrario, con un estilo claramente gótico, como demuestran sus bóvedas de crucería y arcos ojivales, y que destaca por sus numerosas capillas con retablos de gran valor artístico, en una de las cuales se venera el Cristo de Burgos, una talla de la Edad Media muy peculiar y con gran devoción en la ciudad.
Al salir de allí, continuamos nuestro camino por el cercano Arco de San Gil para luego ir en busca del Arco de San Esteban, que forma parte de la antigua muralla que rodeaba Burgos. De vuelta al centro, pasamos por la Plaza Mayor, en una de cuyas bocacalles vimos una de las muchas estatuas de bronce que hay repartidas por la ciudad, en concreto la del lector de periódicos, que rinde homenaje a la prensa escrita. Tras echarle un último vistazo a la catedral, nos acercamos a la iglesia de Santa Águeda, donde supuestamente tuvo lugar la Jura de Santa Gadea, en la cual el rey Alfonso VI juró al Cid Campeador que no había participado en el asesinato de su hermano, el rey Sancho II de Castilla. De estilo gótico, su interior no es precisamente grande, pues tiene solamente una nave, pero destaca por el retablo de alabastro de su altar, en cuya hornacina central se venera la imagen de Santa Águeda.
Al salir de allí, continuamos nuestro camino por el cercano Arco de San Gil para luego ir en busca del Arco de San Esteban, que forma parte de la antigua muralla que rodeaba Burgos. De vuelta al centro, pasamos por la Plaza Mayor, en una de cuyas bocacalles vimos una de las muchas estatuas de bronce que hay repartidas por la ciudad, en concreto la del lector de periódicos, que rinde homenaje a la prensa escrita. Tras echarle un último vistazo a la catedral, nos acercamos a la iglesia de Santa Águeda, donde supuestamente tuvo lugar la Jura de Santa Gadea, en la cual el rey Alfonso VI juró al Cid Campeador que no había participado en el asesinato de su hermano, el rey Sancho II de Castilla. De estilo gótico, su interior no es precisamente grande, pues tiene solamente una nave, pero destaca por el retablo de alabastro de su altar, en cuya hornacina central se venera la imagen de Santa Águeda.
Minutos más tarde, a las doce menos veinte, ya estábamos en el coche dispuestos a salir con rumbo a Toledo. Nos incorporamos a la A-1 dirección Madrid, una autovía muy tranquila en esta época del año, con muy poco tráfico y sin apenas curvas, aunque poco antes de adentrarnos en la Comunidad de Madrid ya nos encontramos con el puerto de Somosierra, por lo que la carretera se fue haciendo cada vez más empinada. Precisamente en Somosierra hicimos una pequeña parada a eso de la una y cuarto, justo al lado de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, una pequeña iglesia a pie de carretera en la cual entramos; también nos acercamos a la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, situada a pocos metros de allí, pero estaba cerrada.
Reanudamos la marcha, aunque no por mucho tiempo, puesto que poco antes de las dos de la tarde, con el fin de evitar acercarnos demasiado a Madrid y que nos pasase lo mismo que el primer día del viaje, paramos a comer en La Cabrera, concretamente en La Posada de Mari. Mi madre se decantó por el menú de fin de semana, mientras que yo me pedí un plato combinado de lomo, huevo y patatas fritas. Todo correcto, aunque no para tirar cohetes, por 28 €, incluido 1'5 € de servicio de mesa, un añadido a la cuenta por la cara que sigo sin entender de muchos restaurantes, como cuando te cobran por los cubiertos. ¿Me como el filete sin cuchillo y tenedor? ¿Voy a la cocina a por mi plato de comida?
14:50
El resto del trayecto hasta Toledo lo hicimos del tirón, pero prestando mucha atención a las indicaciones que nos íbamos encontrando, así como a la ruta que llevábamos en papel, para no perdernos por los alrededores de la capital como nos pasó para ir a Segovia. Al adentrarnos en Madrid, enganchamos con la M-30 para finalmente desviarnos por la A-42 una vez que atravesamos buena parte de la ciudad. Superado el lío de carreteras de Madrid, el resto fue coser y cantar, puesto que, casi sin darnos cuenta, llegamos a Toledo a las cuatro y veinticinco. Aparcamos en la zona naranja, a pocos metros del Hotel Mayoral, donde, tras identificarnos como huéspedes, preguntamos si había que pagar por dejar el coche allí aparcado, y nos confirmaron que, al ser fin de semana, era gratuito.
Nos asignaron la habitación 114, esta vez con bañera en lugar de plato de ducha. La única noche que pasaríamos allí nos salió por 58'65 €, buen precio teniendo en cuenta que era sábado y que el hotel estaba situado a pocos metros del casco histórico, donde es prácticamente imposible circular con el coche. Tras dejar las maletas en la habitación, volvimos a la recepción para coger un mapa turístico y empezar con la visita de Toledo. En primer lugar, nos dirigimos a una de las escaleras mecánicas que salvan el desnivel que tiene el casco histórico con respecto al resto de la ciudad, y es que subir por empinadas cuestas en pleno mes de agosto con el calor que hacía no era nada recomendable. Al llegar arriba, avanzamos hasta la plaza de Zocodover para luego continuar por las estrechas y empedradas calles de Toledo hasta la Puerta de Valmardón, una de las muchas que pertenecen a la muralla de la ciudad, junto a la cual se encuentra la ermita del Cristo de la Luz.
Allí fue donde, al igual que hicimos en Burgos, compramos la pulsera turística que nos daría acceso a siete monumentos de Toledo por un precio de 9 € cada uno, lo cual nos salía a cuenta porque teníamos previsto ir a todos y por separado resultaba más caro. Empezamos por esta ermita, que en su origen fue una mezquita y que destaca por los blancos arcos de herradura que se entrelazan en su interior y por su pequeña cúpula estrellada; además, cuenta con un patio ajardinado que linda con la Puerta del Sol y desde el cual se divisa parte de la ciudad. A continuación, nos acercamos a otro de los monumentos incluidos en la pulsera, la iglesia de San Ildefonso (más conocida como de los Jesuitas), de majestuosa fachada barroca, y cuyo interior no es menos impresionante, pues llaman la atención su luminosa tonalidad blanca, sus grandes dimensiones, su altar mayor y sus numerosas capillas, casi todas ellas con notables retablos.
La visita incluía también la subida a una de las torres de la iglesia, algo que descartó mi madre, pero yo no quería desaprovechar esa opción a pesar de que implicaría más cansancio y más sudor. Menos mal que no desperdicié esa oportunidad, ya que al llegar al mirador me topé con unas vistas espectaculares de la Catedral, del Alcázar y de otros monumentos de Toledo, sin ir más lejos la cúpula de la propia iglesia. De nuevo con mi madre, fuimos en busca de la iglesia del Salvador, otra de las incluidas en la pulsera turística. Construida sobre una antigua mezquita, destaca por el blanco impoluto de sus paredes, por las columnas y la pilastra visigoda que sostienen arcos de herradura, así como por las tallas de cristos y vírgenes que hay en ella; también conviene citar las excavaciones arqueológicas que se están llevando a cabo en una de las naves laterales y que dan acceso a un paso subterráneo que conecta con un patio interior.
A las seis y media decidimos hacer un receso y tomarnos una Coca-Cola Zero en la terraza El 10 de Santo Tomé, que por suerte estaba cubierta por toldos y tenía pulverizadores de agua para refrescar el ambiente, que era bastante caluroso. Tras pagar los 5'20 € de los refrescos, bajamos por el Camino el Salvador y seguimos por el Pasadizo del Ayuntamiento hasta llegar a la plaza del Ayuntamiento, lugar en el que erigen edificios tan importantes como la Casa Consistorial, el Palacio Arzobispal y, sobre todo, la Catedral de Santa María. Para entrar en la catedral había que pagar 10 €, lo que nos parecía un poco excesivo, así que nos conformamos con verla por fuera, concretamente su característica torre campanario, rematada por una flecha; su fachada principal, en la que destacan la Puerta del Perdón en el centro y las del Juicio Final y del Infierno a cada lado, las tres de un marcado estilo gótico, al igual que el templo; y la Puerta de los Leones, situada en el lateral sur.
Una vez que rodeamos parte de la catedral, pasamos por delante de la Posada de la Hermandad y del Teatro Rojas para seguidamente callejear y llegar al Alcázar de Toledo, probablemente el monumento más representativo y conocido de la capital castellanomanchega, especialmente por las cuatro torres que sobresalen en cada esquina. La visita la dejaríamos para el día siguiente como colofón del viaje, puesto que ya estaba cerrado al público y además nos saldría gratis por ser domingo; así pues, de allí nos fuimos a la cercana plaza de Zocodover, punto de encuentro de los toledanos, y luego bajamos por el Arco de la Sangre para ver el monumento a Miguel de Cervantes, una estatua a tamaño natural del creador de don Quijote.
19:45
A continuación, bajamos por una empinada cuesta desde la que se divisan tanto el Castillo de San Servando como la Academia de Infantería, y que desemboca en la Puerta de Alcántara, que forma parte de la muralla de la ciudad y que está justo enfrente del puente de Alcántara, bajo el cual discurre el río Tajo. Mi madre se quedó esperando junto a la muralla mientras yo atravesaba el puente de punta a punta para ver los arcos situados en cada extremo del mismo y hacer algunas fotos desde la otra orilla del río, desde el cual se ve cómo sobresale el Alcázar por entre los edificios de Toledo. A pocos metros de allí teníamos las escaleras mecánicas, por lo que volvimos a utilizarlas para regresar al casco histórico y evitar subir más cuestas. En nuestro laberíntico callejeo, pasamos por la iglesia de San Vicente, que estaba cerrada; la plaza de Padilla, en la que se encuentra el monumento a Juan de Padilla; el bello edificio de la Escuela Oficial de Idiomas Raimundo de Toledo; la iglesia de Santa Leocadia, también cerrada, etc.
Quedaba poco para que fuesen las nueve de la noche y ya teníamos ganas de cenar, así que empezamos a buscar algunos de los sitios que tenía apuntados en la lista que llevaba. Al final nos decantamos por La Malquerida de la Trinidad, donde mi madre se pidió una Coca-Cola Zero y una tosta de jamón ibérico, mientras que yo me pedí agua y una hamburguesa de pollo. Sin ser exquisita, la comida estaba bastante buena, y el precio tampoco estaba nada mal, puesto que todo nos salió por 20'30 €. Salimos de allí poco antes de las diez de la noche, y, aprovechando que la teníamos a muy pocos metros, lo que hicimos fue acercarnos a la Catedral para verla iluminada, que me resultó incluso más espectacular que cuando la vi por la tarde, así que no dudé en hacerle varias fotos. Después de rodearla, hicimos lo propio con el Alcázar, que también contaba ya con la iluminación nocturna.
Para regresar al hotel, nos dirigimos a la plaza de Zocodover y, en vez de utilizar las escaleras mecánicas, bajamos a pie por el Paseo del Miradero, pasando por delante de la Puerta del Sol y de la iglesia de Santiago del Arrabal hasta llegar a la Puerta Nueva de Bisagra, enclavada en la muralla de la ciudad y que se compone realmente de dos puertas, la interior flanqueada por dos torreones de base cuadrada y la exterior por otras dos circulares, entre las cuales se forma un patio en el que hay una estatua de Carlos V. Fuera ya del casco antiguo, bordeamos la muralla para volver definitivamente al hotel. Esta noche sería la última en la que tendríamos que hacer las maletas, o al menos dejarlas medio preparadas, puesto que al día siguiente tocaba regresar a casa, aunque todavía nos quedaba echar la mañana completa en Toledo. Después de ver un rato la tele y hacer algunas llamadas, nos acostamos a las doce de la madrugada para descansar y poder afrontar las últimas horas del viaje.
Reanudamos la marcha, aunque no por mucho tiempo, puesto que poco antes de las dos de la tarde, con el fin de evitar acercarnos demasiado a Madrid y que nos pasase lo mismo que el primer día del viaje, paramos a comer en La Cabrera, concretamente en La Posada de Mari. Mi madre se decantó por el menú de fin de semana, mientras que yo me pedí un plato combinado de lomo, huevo y patatas fritas. Todo correcto, aunque no para tirar cohetes, por 28 €, incluido 1'5 € de servicio de mesa, un añadido a la cuenta por la cara que sigo sin entender de muchos restaurantes, como cuando te cobran por los cubiertos. ¿Me como el filete sin cuchillo y tenedor? ¿Voy a la cocina a por mi plato de comida?
14:50
El resto del trayecto hasta Toledo lo hicimos del tirón, pero prestando mucha atención a las indicaciones que nos íbamos encontrando, así como a la ruta que llevábamos en papel, para no perdernos por los alrededores de la capital como nos pasó para ir a Segovia. Al adentrarnos en Madrid, enganchamos con la M-30 para finalmente desviarnos por la A-42 una vez que atravesamos buena parte de la ciudad. Superado el lío de carreteras de Madrid, el resto fue coser y cantar, puesto que, casi sin darnos cuenta, llegamos a Toledo a las cuatro y veinticinco. Aparcamos en la zona naranja, a pocos metros del Hotel Mayoral, donde, tras identificarnos como huéspedes, preguntamos si había que pagar por dejar el coche allí aparcado, y nos confirmaron que, al ser fin de semana, era gratuito.
Nos asignaron la habitación 114, esta vez con bañera en lugar de plato de ducha. La única noche que pasaríamos allí nos salió por 58'65 €, buen precio teniendo en cuenta que era sábado y que el hotel estaba situado a pocos metros del casco histórico, donde es prácticamente imposible circular con el coche. Tras dejar las maletas en la habitación, volvimos a la recepción para coger un mapa turístico y empezar con la visita de Toledo. En primer lugar, nos dirigimos a una de las escaleras mecánicas que salvan el desnivel que tiene el casco histórico con respecto al resto de la ciudad, y es que subir por empinadas cuestas en pleno mes de agosto con el calor que hacía no era nada recomendable. Al llegar arriba, avanzamos hasta la plaza de Zocodover para luego continuar por las estrechas y empedradas calles de Toledo hasta la Puerta de Valmardón, una de las muchas que pertenecen a la muralla de la ciudad, junto a la cual se encuentra la ermita del Cristo de la Luz.
Allí fue donde, al igual que hicimos en Burgos, compramos la pulsera turística que nos daría acceso a siete monumentos de Toledo por un precio de 9 € cada uno, lo cual nos salía a cuenta porque teníamos previsto ir a todos y por separado resultaba más caro. Empezamos por esta ermita, que en su origen fue una mezquita y que destaca por los blancos arcos de herradura que se entrelazan en su interior y por su pequeña cúpula estrellada; además, cuenta con un patio ajardinado que linda con la Puerta del Sol y desde el cual se divisa parte de la ciudad. A continuación, nos acercamos a otro de los monumentos incluidos en la pulsera, la iglesia de San Ildefonso (más conocida como de los Jesuitas), de majestuosa fachada barroca, y cuyo interior no es menos impresionante, pues llaman la atención su luminosa tonalidad blanca, sus grandes dimensiones, su altar mayor y sus numerosas capillas, casi todas ellas con notables retablos.
La visita incluía también la subida a una de las torres de la iglesia, algo que descartó mi madre, pero yo no quería desaprovechar esa opción a pesar de que implicaría más cansancio y más sudor. Menos mal que no desperdicié esa oportunidad, ya que al llegar al mirador me topé con unas vistas espectaculares de la Catedral, del Alcázar y de otros monumentos de Toledo, sin ir más lejos la cúpula de la propia iglesia. De nuevo con mi madre, fuimos en busca de la iglesia del Salvador, otra de las incluidas en la pulsera turística. Construida sobre una antigua mezquita, destaca por el blanco impoluto de sus paredes, por las columnas y la pilastra visigoda que sostienen arcos de herradura, así como por las tallas de cristos y vírgenes que hay en ella; también conviene citar las excavaciones arqueológicas que se están llevando a cabo en una de las naves laterales y que dan acceso a un paso subterráneo que conecta con un patio interior.
A las seis y media decidimos hacer un receso y tomarnos una Coca-Cola Zero en la terraza El 10 de Santo Tomé, que por suerte estaba cubierta por toldos y tenía pulverizadores de agua para refrescar el ambiente, que era bastante caluroso. Tras pagar los 5'20 € de los refrescos, bajamos por el Camino el Salvador y seguimos por el Pasadizo del Ayuntamiento hasta llegar a la plaza del Ayuntamiento, lugar en el que erigen edificios tan importantes como la Casa Consistorial, el Palacio Arzobispal y, sobre todo, la Catedral de Santa María. Para entrar en la catedral había que pagar 10 €, lo que nos parecía un poco excesivo, así que nos conformamos con verla por fuera, concretamente su característica torre campanario, rematada por una flecha; su fachada principal, en la que destacan la Puerta del Perdón en el centro y las del Juicio Final y del Infierno a cada lado, las tres de un marcado estilo gótico, al igual que el templo; y la Puerta de los Leones, situada en el lateral sur.
Una vez que rodeamos parte de la catedral, pasamos por delante de la Posada de la Hermandad y del Teatro Rojas para seguidamente callejear y llegar al Alcázar de Toledo, probablemente el monumento más representativo y conocido de la capital castellanomanchega, especialmente por las cuatro torres que sobresalen en cada esquina. La visita la dejaríamos para el día siguiente como colofón del viaje, puesto que ya estaba cerrado al público y además nos saldría gratis por ser domingo; así pues, de allí nos fuimos a la cercana plaza de Zocodover, punto de encuentro de los toledanos, y luego bajamos por el Arco de la Sangre para ver el monumento a Miguel de Cervantes, una estatua a tamaño natural del creador de don Quijote.
19:45
A continuación, bajamos por una empinada cuesta desde la que se divisan tanto el Castillo de San Servando como la Academia de Infantería, y que desemboca en la Puerta de Alcántara, que forma parte de la muralla de la ciudad y que está justo enfrente del puente de Alcántara, bajo el cual discurre el río Tajo. Mi madre se quedó esperando junto a la muralla mientras yo atravesaba el puente de punta a punta para ver los arcos situados en cada extremo del mismo y hacer algunas fotos desde la otra orilla del río, desde el cual se ve cómo sobresale el Alcázar por entre los edificios de Toledo. A pocos metros de allí teníamos las escaleras mecánicas, por lo que volvimos a utilizarlas para regresar al casco histórico y evitar subir más cuestas. En nuestro laberíntico callejeo, pasamos por la iglesia de San Vicente, que estaba cerrada; la plaza de Padilla, en la que se encuentra el monumento a Juan de Padilla; el bello edificio de la Escuela Oficial de Idiomas Raimundo de Toledo; la iglesia de Santa Leocadia, también cerrada, etc.
Quedaba poco para que fuesen las nueve de la noche y ya teníamos ganas de cenar, así que empezamos a buscar algunos de los sitios que tenía apuntados en la lista que llevaba. Al final nos decantamos por La Malquerida de la Trinidad, donde mi madre se pidió una Coca-Cola Zero y una tosta de jamón ibérico, mientras que yo me pedí agua y una hamburguesa de pollo. Sin ser exquisita, la comida estaba bastante buena, y el precio tampoco estaba nada mal, puesto que todo nos salió por 20'30 €. Salimos de allí poco antes de las diez de la noche, y, aprovechando que la teníamos a muy pocos metros, lo que hicimos fue acercarnos a la Catedral para verla iluminada, que me resultó incluso más espectacular que cuando la vi por la tarde, así que no dudé en hacerle varias fotos. Después de rodearla, hicimos lo propio con el Alcázar, que también contaba ya con la iluminación nocturna.
Para regresar al hotel, nos dirigimos a la plaza de Zocodover y, en vez de utilizar las escaleras mecánicas, bajamos a pie por el Paseo del Miradero, pasando por delante de la Puerta del Sol y de la iglesia de Santiago del Arrabal hasta llegar a la Puerta Nueva de Bisagra, enclavada en la muralla de la ciudad y que se compone realmente de dos puertas, la interior flanqueada por dos torreones de base cuadrada y la exterior por otras dos circulares, entre las cuales se forma un patio en el que hay una estatua de Carlos V. Fuera ya del casco antiguo, bordeamos la muralla para volver definitivamente al hotel. Esta noche sería la última en la que tendríamos que hacer las maletas, o al menos dejarlas medio preparadas, puesto que al día siguiente tocaba regresar a casa, aunque todavía nos quedaba echar la mañana completa en Toledo. Después de ver un rato la tele y hacer algunas llamadas, nos acostamos a las doce de la madrugada para descansar y poder afrontar las últimas horas del viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Por qué no comentas? ¡¡¡Es gratis!!!