Jueves, 8 de octubre de 2009
7:30
Suena la alarma de mi móvil y me pongo en pie. Lo primero que hago es ir al baño; levanto la tapa y... Tan dormido estaba todavía que no me acordé de que no podíamos usar el váter, que ya estaba lleno de agua de la noche anterior, y, tras hacer aguas menores (que fino me ha quedado :P), se quedó a punto de rebosar. Salí del baño y les conté a Sebas y Jesús, que ya se habían despertado, el despiste que acababa de tener. Jesús, que no se lo creía, se acercó y no sólo confirmó lo que le había confesado, sino que, además, descubrió que la bañera estaba expulsando agua sucia y, de paso, un olor nada agradable. Lo que estaba claro es que Viktor iba a tener bastante trabajo durante el día...
Mientras ellos iban al baño comunitario, me fui vistiendo y preparando todo lo necesario para la larga jornada de hoy: el mapa de Roma, la ruta a seguir, los sitios donde podíamos comer y la cámara de fotos, a la que le limpié el objetivo, que tenía algo de polvo. Por cierto, que Sebas y Jesús me reprocharon, anecdóticamente y sin quejarse demasiado, que durante la noche había roncado, no como para no dejarles dormir, pero sí lo suficiente como para haberme escuchado alguna que otra vez; al menos, antes de acostarnos les advertí de ello.
Poco después de las ocho, Sebas y yo fuimos a la mesa en la que desayunan todos los huéspedes del hostal. No había mucha variedad, aunque sí lo básico: café, leche, té, pan de molde, mantequilla, mermeladas, galletas... Yo cogí cuatro rebanadas de pan y me fui a la cocina para tostarlas, aunque tuve que esperar a que Sebas terminase de usar el microondas, porque sólo había un enchufe para los dos aparatos; además, también me tomé un vaso de leche con el equivalente al Colacao en Italia, pero de marca barata. Mientras desayunábamos, vimos un cartel en la pared en el que se rogaba fregar los platos y los cubiertos que utilizásemos; me sorprendió un montón, porque se supone que eso es tarea del hostal, pero bueno, tampoco había que lavar mucho.
Cuando los cuatro terminamos de desayunar, volvimos a la habitación para coger nuestras cámaras de fotos. Yo, como he comentado antes, también llevaba un mapa, la ruta del día y la lista de sitios donde comer más o menos barato; por su parte, Pepe llevaba una guía de Roma para documentarse y documentarnos de todo lo que visitaríamos en las próximas horas. Con todo listo, bajamos a la calle para reunirnos con Jose y Miguel.
8:55
Llegamos a la esquina donde habíamos quedado la noche anterior con cinco minutos de adelanto, pero Miguel y Jose no aparecían. Las nueve y cinco, y diez... Como no venían, les llamé al móvil, pero los dos comunicaban; ya estaba empezando a ponerme intranquilo, más que nada porque este retraso lo íbamos a tener que compensar estando menos tiempo de lo planificado en los sitios que íbamos a ver, aunque, en algunos de ellos, incluía el tiempo previsto que tendríamos que esperar en una cola. Por fin, aparecieron casi a y veinte, y, casi sin tiempo de saludarnos, empezamos a andar a paso ligero en dirección a la Basílica de San Pietro in Vincoli.
Una vez allí, fuimos hasta el altar, donde se guarda dentro de una urna la reliquia de las cadenas con las que San Pedro fue atado durante su encarcelamiento en Jerusalén. A la derecha, vimos la estatua del Moisés de Miguel Ángel, dentro del conjunto funerario del papa Julio II; el monumento se encontraba poco iluminado, únicamente por la luz natural que entraba por las ventanas del templo, por lo que, si alguien quería que un foco lo iluminase, tenía que introducir 50 céntimos en la máquina tragaperras que había al lado.
A continuación, salimos de la basílica y fuimos hasta un pequeño puente que había a pocos minutos desde donde teníamos una excepcional estampa del Coliseo. Después, nos asomamos al Ludus Magnus, una escuela de gladiadores vecina al anfiteatro de la que ya sólo quedan algunos restos. Seguimos nuestra ruta con el Arco de Constantino, profusamente decorado con relieves, esculturas e inscripciones, como podéis ver en la imagen. Allí mismo, mientras nos hacíamos fotos, se nos acercó un hombre que vendía algunos souvenirs; Sebas y Pepe aprovecharon para comprarle postales y rosarios, respectivamente, y a unos precios bastante baratos (el lote de veinte postales le costó sólo un euro a Sebas). El hombre estuvo muy amable con nosotros y hasta nos habló un poco en español cuando le dijimos que éramos de Málaga.
Con la lección bien aprendida de cuando estuve en Roma en febrero, fuimos primero al Palatino y al Foro para comprar la entrada combinada con la que también podríamos visitar el Coliseo y, de paso, ahorrarnos las largas colas se suelen formar. Sebas y Jesús no pudieron adquirir la entrada reducida, ya que sólo era para menores de 25, y ellos los habían cumplido este año (Jesús, precisamente, el día antes), y tuvieron que abonar 12 euros en vez de 7'5, como hicimos el resto; intentaron convencer a los taquilleros demostrando que eran estudiantes con el carné de la universidad, pero fue en vano.
10:20
El Palatino es una de las siete colinas de Roma y donde supuestamente fueron encontrados los hermanos Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad, según dice la leyenda. Tras subir hasta la cima, lo primero que vimos fue el Estadio, aunque puede que originalmente fuera un jardín para el disfrute de los emperadores; después, vimos los restos de algunos de los palacios que tenían aquí los emperadores y las personalidades más influyentes de la época. Asomándonos a uno de los límites de la colina, pudimos ver el Circo Massimo, donde antiguamente se celebraban carreras y otros espectáculos populares, y que ahora es un parque. En medio de tantas ruinas, nos encontramos con el edificio que alberga el Museo del Palatino, pero como no estaba en nuestra ruta y todavía teníamos retraso acumulado, no entramos; a continuación, seguimos hasta la otra punta del monte Palatino, a un mirador desde donde se podía contemplar todo el Foro Romano, como se puede apreciar en la foto.
Bajamos al Foro para ver con cierto detenimiento la gran cantidad de restos romanos que engloba. El edificio que mejor se conserva, casi intacto, es el Templo de Antonino y Faustina, mientras que del resto apenas quedan en pie algunas columnas y cimientos, como los templos de Cástor y Pólux, Vesta, Vespasiano y Tito, y el de la Concordia. En uno de los extremos del Foro, casi frente a frente, se hallaban el Templo de Saturno, que mantiene la parte frontal en su totalidad, y el Arco de Septimio Severo, que sirvió de inspiración para levantar el de Constantino; allí al lado, vimos una de las numerosas fuentes que nos encontramos por la ciudad, y bebimos un poco de agua para apaciguar el calor que hacía, que era bastante.
Enfilando la Via Sacra, pasamos por el Templo de Rómulo, caracterizado por su planta circular y su gran portón de bronce; la Basílica de Majencio, que, a pesar de que sólo sigue en pie una de sus paredes, da la impresión de que era enorme; el Arco de Tito, que se diferenciaba de los otros dos que vimos en que sólo tenía un arco; y, por último, el Templo de Venus y Roma, justo enfrente del Coliseo, con el que continuamos nuestra ruta.
11:45
La cola para entrar en el Anfiteatro Flavio, que es como se llamaba originalmente, era más corta de lo que esperaba, incluso menos que cuando vine con David y Leti; aun así, fue un acierto comprar la entrada combinada y visitar antes el Palatino y el Foro, porque nos ahorramos cerca de media hora de espera aproximadamente.
A través de los pasillos interiores, llegamos hasta uno de los extremos del Coliseo, donde subimos a la planta superior; en ella, se ubicaba un museo en el que se exponían esculturas y algunos restos del Imperio Romano, así como la explicación por imágenes de cómo se construyó el anfiteatro. Apenas nos detuvimos unos minutos en esta exposición, y pasamos directamente al graderío para contemplar el interior del Coliseo en su totalidad, con su óvalo central de 75 metros de largo, en el que se desarrollaban los espectáculos, juegos y batallas. La plataforma de madera de dicho óvalo ya no se conserva, aunque hay una pequeña recreación en uno de sus dos esquinas; esto permite que el hipogeo, es decir, el laberinto subterráneo de túneles y mazmorras en los que se alojaban a los gladiadores y animales, y que estaría comunicado con el Ludus Magnus que vimos unas horas antes, se encuentre al aire libre.
Mientras recorríamos el perímetro de la grada, nos asomamos a la fachada, con vistas al Arco de Constantino y al Foro Romano, donde nos hicimos algunas fotos. A continuación, bajamos al anillo inferior, la zona en la que se sentaban las clases sociales más importantes, como el emperador, los senadores, los sacerdotes, etc. Desde allí, se apreciaban con más detalle los entresijos del subsuelo, sobre todo desde un pequeño entrante de la grada en el que se agolpaban todos los turistas. Tras unos minutos más paseando por el graderío, salimos del Coliseo en dirección a la Via dei Fori Imperiali.
12:35
En el muro que teníamos a nuestra izquierda, apenas habiendo andado unos metros, se mostraba la evolución del Imperio Romano a través de cuatro mapas: a su inicio en el siglo VIII a.C., después de las Guerras Púnicas, tras la muerte de Augusto, y en tiempos de Trajano. A continuación, tocaba ver una serie de ampliaciones del Foro Romano que se llevaron a cabo porque se quedó pequeño. Primero, nos asomamos a los Foros de Nerva y César, que comparten el mismo suelo que el Foro, mientras que los otros dos se encontraban en la otra acera de la Via dei Fori Imperiali, la cual cruzamos aprovechando que no venía ningún coche, algo bastante raro teniendo en cuenta el caótico tráfico que padece Roma.
Junto a la estatua de Augusto, podíamos contemplar su foro, con el Templo a Marte como elemento más representativo. Seguidamente, nos topamos con la estatua de bronce de Julio César, con la que me hice una foto imitando el gesto del famoso emperador. Justo después, estaba la de Trajano, delante de su Foro, el cual pudimos contemplar mejor y más detenidamente, ya que había un pasadizo que lo atravesaba y que llegaba hasta el Mercado de Trajano, un gran complejo con forma semicircular en ruinas, aunque relativamente bien conservado, donde los romanos intercambiaban y comerciaban con bienes en hasta 150 tiendas.
Luego, subimos la Via 4 Novembre hasta una glorieta para ver la Torre delle Milizie, que se sitúa justo detrás del Mercado. Bajamos la calle hasta regresar al Foro de Trajano, donde se erige la Columna de este emperador, aunque no es él el que la preside, sino una estatua de San Pedro; el bajorrelieve que recorre en espiral la columna sí que hace referencia a Trajano, ya que conmemora sus victorias contra los dacios. Enfrente, se encontraban la Iglesia del Santísimo Nombre de María y la de Santa María de Loreto, que teníamos pensado visitarlas, pero no lo hicimos porque ambas estaban cerradas.
13:15
A continuación, cruzamos a la Piazza Venezia para visitar el Altare alla Patria. Al final de la primera escalinata, vimos a dos militares custodiando la tumba al soldado desconocido, adornada con una corona de flores y junto a la llama eterna. Antes de continuar, quiero recalcar algo que cobrará más sentido cuando publique la siguiente entrada del viaje: a estos dos soldados se les podía hacer cuantas fotos quisiera.
Continuemos. Subimos el segundo tramo de escalones, donde preside sobre un gran pedestal la enorme estatua de Victor Manuel II, a quien está dedicado este monumento. Desde allí, teníamos una vista excepcional de toda la plaza, donde comienza la Via Corso con la Piazza del Popolo al fondo, y del Palazzo Venezia. El Altare alla Patria destacaba no sólo por su impoluto color blanco, sino también por la larga hilera de columnas que forma parte de la fachada, por las banderas de Italia que ondean en ella y por la multitud de estatuas de mármol y bronce que contiene; la pena es que parte del monumento estaba cubierto por andamios, que, a pesar de todo, casi se camuflaban al estar cubiertas de lonas blancas.
Después de hacernos unas cuantas fotos, nos fuimos a comer al 'Pastarito Pizzarito', al mismo al que fuimos la noche anterior, en la Via 4 Novembre, a apenas cinco minutos del Altare alla Patria. Esta vez, me pedí una pizza de cuatro quesos, y, al igual que me ocurrió con los macarrones, me costó una barbaridad dejar el plato vacío; para que os hagáis una idea, cuando los demás ya habían terminado, a mí todavía me quedaba media pizza por comer.
Cuando terminé, todavía no eran ni las tres de la tarde, lo que significaba que íbamos muy bien de tiempo, ya que había previsto reanudar la visita a la ciudad a partir de las tres y media. Con ese amplio margen que habíamos conseguido, aprovechamos para descansar unos minutos, porque las piernas estaban ya algo cargadas de todo lo que anduvimos por la mañana. Poco después de las tres, y todavía ganándole tiempo al tiempo, pagamos en el mostrador de la entrada del restaurante y salimos para seguir con nuestra ruta.
15:15
Nos dirigimos a la Piazza di San Marco, enfrente de la Piazza Venezia, para ver la Madama Lucrezia, una de las estatuas parlantes de Roma, pero estaba escondida tras unos andamios, así que no pudimos ni siquiera hacerle una foto. En la misma plaza, lo que sí vimos fue a un grupo de manifestantes que portaba pancartas en contra de Berlusconi; mientras gritaban y protestaban por sus intereses, nosotros bebimos agua en una fuente que había allí al lado y continuamos con nuestro itinerario.
Bajamos por la Via del Teatro Marcello y la Via Luigi Petroselli hasta llegar a la Iglesia de Santa Maria in Cosmedin; allí veríamos la famosa Bocca della Verità, la escultura de mármol que representa una cara y que se supone que te arranca la mano si mientes cuando la introduces en el hueco de su boca. Como presagiábamos, había cola para hacerse la típica foto, pero era relativamente cortita, ya que apenas esperamos cinco minutos. Después, entramos en la iglesia propiamente dicha, muy modesta en comparación con otras que veríamos a lo largo del viaje; del interior, destacaba el altar, tanto por el pequeño baldaquino como por los frescos que había al fondo, aunque lo más importante de la iglesia era su campanario de la época medieval.
A continuación, cruzamos al Ponte Palatino para asomarnos y ver lo que queda del Ponte Rotto, que se llama así porque sólo queda un trozo del puente original. Volvimos sobre nuestros pasos hasta el Foro Boario, que contenía dos templos: el de Hércules, de planta circular y rodeado por columnas, y el de Portunus, similar al Partenón de Atenas, pero bastante más pequeño. De allí, fuimos al Arco de Jano, que no se parecía en nada a los que habíamos visto por la mañana, ya que éste era de base cuadrada y no tenía ningún tipo de inscripción ni relieve, sólo unos pequeños nichos. Justo enfrente, se encontraba el Arco de los Argentarios, más pequeño que el anterior, pero muy decorado; además, estaba adosado a la Iglesia de San Giorgio in Velabro, que tanto por fuera como por dentro guardaba una gran similitud con la de Santa Maria in Cosmedin.
16:20
Descansamos unos minutos en unos bancos que había por allí y, a continuación, nos dirigimos a la Basílica de San Nicola in Carcere, más grande que las dos iglesias que acabábamos de visitar; su interior también mejoraba a los de las anteriores, ya que ésta contenía varios cuadros, un altar más elaborado y un artesonado muy llamativo. Unos metros más adelante, nos encontramos con el Teatro Marcello, del que ya queda solamente parte de la fachada, del estilo del Coliseo.
Seguidamente, llegamos a la Basílica de Santa Maria in Aracoeli, aunque más bien habría que decir al inicio de la larga escalinata que le precede. Tras subir más de un centenar de escalones, entramos en el templo; por fuera, daba la sensación de ser bastante simplona, pero el interior era totalmente distinto: mucho más grande de lo que imaginábamos, más ornamentado, con columnas de diversos órdenes, el techo artesonado, varias estatuas de papas, frescos y cuadros, lámparas de cristal muy lujosas, un altar mayor con un gran órgano detrás, multitud de capillas, etc. En una de ellas, se conserva una copia del Santo Bambino, una talla de madera del niño Jesús que tiene mucha devoción y que fue robado hace unos años.
Al salir del templo, bajamos la escalinata para subir otra, la Cordonata Capitolina, que, presidida por las grandes esculturas de los Dioscuros, Castor y Polux, lleva hasta la Piazza del Campidoglio. En ella, encontramos el Palazzo Senatorio, actual sede del Ayuntamiento de Roma, y, a sus dos lados, el Palazzo dei Conservatori y el Palazzo Nuovo, que juntos conforman el Musei Capitolini; también había que destacar la estatua ecuestre de Marco Aurelio que se sitúa en medio de la plaza y el pavimento de ésta, que fue diseñado por Miguel Ángel.
Entramos en el Palazzo dei Conservatori para visitar los Museos Capitolinos; en su página web, ponía que la entrada nos costaría 4'5 euros, ya que teníamos hasta 25 años, pero nos dijeron que teníamos que pagar 7 euros porque la visita también incluía obligatoriamente una exposición de Miguel Ángel, creo recordar, y todo ello habiendo un cartel en la taquilla que decía claramente que la entrada básica costaba lo que yo decía. La verdad es que de dicha exposición no supimos ni vimos nada después.
Nada más entrar, accedimos a un patio interior en el que se exponían fragmentos de una estatua colosal de Constantino: la cabeza (de más de dos metros y medio de altura), la mano derecha y los dos pies. Luego, subimos a las Salas Castellani; en ella, se conservaban varias vasijas de cerámica guardadas en vitrinas, así como restos etruscos y romanos. Después, pasamos a la Exedra de Marco Aurelio, una sala acristalada que acoge la original estatua ecuestre de dicho emperador (la que está en la Piazza del Campidoglio es una copia), el Hércules de bronce dorado y restos del coloso de bronce de Constantino, similar al que vimos en el patio unos minutos antes. A continuación, pasamos a las Salas de los Horti de Mecenas, decoradas con esculturas griegas, como la Estatua de Marsia, una fuente con forma de cuerno potorio (rhytón) y una fuente con forma de crátera.
Tras un pequeño parón para ir al servicio y beber agua, fuimos a la Sala de los Horacios y Curacios, caracterizada por los frescos que representaban algunos momentos de la antigua Roma, como 'Numa Pompilio instituye el culto de las Vestales', 'Hallazgo de la Loba' o 'Rapto de las Sabinas', y las dos monumentales estatuas de los papas Urbano VIII e Inocencio X. En la Sala de los Triunfos, pudimos ver las esculturas del Bruto Capitolino y el Espinario, justo antes de pasar a la Sala de la Loba, donde contemplamos uno de los símbolos de Roma: la escultura de bronce de la Loba Capitolina amamantando a Rómulo y Remo, con la que nos hicimos algunas fotos.
18:00
Tras visitar la Sala de los Gansos y la de las Águilas, llegamos a una especie de sala de conferencias repleta de sillas, donde descansamos unos minutos, porque los pies ya empezaban a doler de tanto que habíamos andado durante el día, y todavía nos quedaban unas cuantas horas. Después, entramos en la Sala de Aníbal, con varias pinturas que mostraban episodios de las Guerras Púnicas, como la de 'Aníbal en Italia'.
A continuación, subimos a la Pinacoteca Capitolina, donde se exponían cuadros relativamente conocidos, algunos de ellos de Rubens y Caravaggio; la temática de la mayoría de ellos era religiosa, como la 'Annunciazione' de Benvenuto Tisi da Garofolo, o relacionada con el origen de Roma, como el 'Rómulo y Remo' del pintor flamenco. En general, todas las pinturas me gustaron, ya que eran muy realistas y con colores vivos y bien definidos.
Luego, bajamos a la Galería Lapidaria, que conecta el Palazzo dei Conservatori con el Palazzo Nuovo por debajo de la Piazza del Campidoglio; en dicha galería, se conservaban numerosos restos de la antigua Roma, tales como bases de estatuas, aras y capiteles. Ya en el Palazzo Nuovo, subimos al nivel de la calle hasta el pasillo principal, en cuyas paredes se mostraban varias estatuas de mármol, como las de Marte y Minerva. En el patio anexo, encontramos una fuente presidida por una enorme estatua del dios fluvial Marforio, y, justo al lado, una pequeña sala con elementos egipcios.
Después, subimos a la planta superior, lo último que nos quedaba ya de los Museos Capitolinos. La galería principal, principalmente decorada con estatuas, daba paso a varias salas: en la de los Emperadores, pudimos contemplar los bustos de personajes como Trajano, Tito, Vespasiano, Marco Aurelio, Nerón o Augusto; en la de los Filósofos, de estructura y diseño similar a la anterior, contenía las efigies de Sócrates, Platón, Homero, Cicerón o Pitágoras, con la que no dudé en hacerme una foto, por eso de que era uno de los padres de las Matemáticas; en el Salón central, se exponían estatuas de mármol y bronce, como, por ejemplo, las de Apolo y el Cazador; la siguiente sala tomaba el nombre de la principal obra que en ella se encuentra, la del Fauno, tallada en mármol rojo antiguo; por último, en la Sala del Gladiador, pudimos ver una de las esculturas más célebres del museo, el Galata Capitolino.
Cuando salimos a la calle, apenas unos minutos después de las siete, ya estaba anocheciendo. Como íbamos bien de tiempo, nos sentamos un rato en la fuente que se encontraba a los pies del Palazzo Senatorio antes de seguir con nuestra ruta. En uno de los laterales del Palazzo, vimos una réplica de la Loba Capitolina, y, unos metros más adelante, nos asomamos a un mirador desde el que se podía contemplar buena parte del Foro Romano, sobre todo el Arco de Septimio Severo, que es lo que estaba más cerca.
19:35
En pocos minutos, llegamos a la Chiesa del Gesù, la iglesia madre de la compañía de los jesuítas. Cuando entramos, estaba muy apagada, ya que iban a cerrar ya mismo, así que tampoco pudimos ver mucho; no obstante, sí nos dio tiempo a asombrarnos con la inmensidad del templo, porque más bien parecía una catedral. Apenas le echamos un vistazo por encima, porque el sábado estaba previsto visitar la iglesia más tranquilamente, así que salimos a la calle en dirección a Piazza Navona.
Mientras caminábamos por el Corso Vittorio Emanuele II, a mitad de camino, paramos en una librería, ya que el padre de Pepe le había pedido que le comprase el 'Cancionero' de Petrarca en italiano. Poco después de las ocho, llegamos a la Piazza Navona, una de las más conocidas e importantes de Roma, sobre todo por sus tres fuentes: la Fontana del Moro, la Fontana del Nettuno y la Fontana dei Quattro Fiumi.
Después, nos pusimos a callejear por los alrededores para buscar un sitio en el que cenar. En mi lista, tenía una pizzería de la que había leído que tenía las mejores pizzas al taglio de Roma, pudiendo elegir incluso los ingredientes, y a buen precio; cuando la encontramos, vimos que no era así, ya que era un restaurante como cualquier otro, con su carta y sus platos y pizzas ya prefijados, y, con respecto al precio, similar al 'Pastarito Pizzarito' en el que habíamos almorzado.
Finalmente, entramos en una pequeña pizzería de pizzas al taglio; no tenía mucha variedad, pero nos gustaban las que había y el precio era bastante atrayente: 4 euros el trozo. Yo me pedí un botellín de agua y la pizza que más me entraba por los ojos y que más curiosidad me causaba: la de patatas y ternera. La verdad es que de sabor no era nada del otro mundo, no es que estuviera mala, pero tampoco para chuparse los dedos; las patatas hacían que estuviera un poco seca, o, al menos, eso me pareció.
21:05
Después de cenar, nos acercamos a la heladería 'Blue Ice', una de las muchas que había por la zona, pero era la que más nos enganchó, tanto por la pinta que tenían los helados como por el precio de las tarrinas. Me costó decidirme, pero al final me decanté por una tarrina mediana de nutella y tiramisú, por 2'5 euros; por cierto, que, de entre todos los sabores que había, encontramos uno que se llamaba 'Málaga'.
El helado estaba muy bueno, de los mejores que he tomado, pero como el de kinder de la heladería 'Inma' de aquí de Málaga no hay ninguno. Mientras disfrutábamos de este delicioso postre, caminábamos de regreso a nuestros hostales; como estábamos cansados y no teníamos demasiada prisa por llegar, nos lo tomamos con calma. Tiramos por el Corso Vittorio Emanuele II y la Via del Plebiscito hasta llegar a la Piazza Venezia, donde rellenamos nuestras botellas de agua en una fuente.
Después, seguimos en dirección a la Torre delle Milizie para continuar con la Via Panisperma, pero nos equivocamos, en gran parte porque el mapa nos confundió, y nos metimos por calles que harían el camino de regreso algo más largo. En unos quince minutos, llegamos a la Via Cavour, que ya la conocíamos, así que ya no había motivos para perderse. En mitad de la calle, entramos en una tienda de souvenirs regentada por una china; allí, casi todos nosotros compramos algo para nosotros o nuestros familiares. Como de costumbre, me llevé una camiseta de manga corta que me costó sólo cinco euros; para que no me ocurriera lo mismo que la vez estuve en Roma en febrero, cuando me compré otra camiseta y, al ponérmela en el piso de Leti y David, me estaba más bien justita, me la probé para asegurarme de que me quedaba bien.
Tras la compra, subimos lo que restaba de Via Cavour para luego torcer a la derecha por la Basílica di Santa Maria Maggiore y seguir por la Via Carlo Alberto, que desembocaba en la Piazza Vittorio Emanuele II. Allí, antes de separamos para irnos cada uno a nuestro respectivo hostal, acordamos quedar en esa misma esquina la mañana siguiente a las nueve menos cuarto para ir al Vaticano.
Ya en el hostal, comprobamos varias cosas: la primera y más importante, que Viktor había arreglado el atoro del váter y la bañera; la segunda y que más o menos asumíamos, que las camas no estaban hechas. Como Pepe ya se había duchado por la mañana, Jesús, Sebas y yo lo hicimos ahora; mientras esperaba mi turno, me puse a preparar todo lo necesario para el día siguiente, sobre todo el justificante de la reserva de los Museos Vaticanos, ya que, si no lo presentábamos al llegar allí, tendríamos que pagar la entrada de nuevo.
Una vez que todos ya nos habíamos duchado, decidimos poner las alarmas de nuestros móviles para levantarnos a las siete y media de la mañana. Por último, nos acostamos, que necesitábamos un buen descanso para afrontar el largo día que nos esperaba.
Mientras ellos iban al baño comunitario, me fui vistiendo y preparando todo lo necesario para la larga jornada de hoy: el mapa de Roma, la ruta a seguir, los sitios donde podíamos comer y la cámara de fotos, a la que le limpié el objetivo, que tenía algo de polvo. Por cierto, que Sebas y Jesús me reprocharon, anecdóticamente y sin quejarse demasiado, que durante la noche había roncado, no como para no dejarles dormir, pero sí lo suficiente como para haberme escuchado alguna que otra vez; al menos, antes de acostarnos les advertí de ello.
Poco después de las ocho, Sebas y yo fuimos a la mesa en la que desayunan todos los huéspedes del hostal. No había mucha variedad, aunque sí lo básico: café, leche, té, pan de molde, mantequilla, mermeladas, galletas... Yo cogí cuatro rebanadas de pan y me fui a la cocina para tostarlas, aunque tuve que esperar a que Sebas terminase de usar el microondas, porque sólo había un enchufe para los dos aparatos; además, también me tomé un vaso de leche con el equivalente al Colacao en Italia, pero de marca barata. Mientras desayunábamos, vimos un cartel en la pared en el que se rogaba fregar los platos y los cubiertos que utilizásemos; me sorprendió un montón, porque se supone que eso es tarea del hostal, pero bueno, tampoco había que lavar mucho.
Cuando los cuatro terminamos de desayunar, volvimos a la habitación para coger nuestras cámaras de fotos. Yo, como he comentado antes, también llevaba un mapa, la ruta del día y la lista de sitios donde comer más o menos barato; por su parte, Pepe llevaba una guía de Roma para documentarse y documentarnos de todo lo que visitaríamos en las próximas horas. Con todo listo, bajamos a la calle para reunirnos con Jose y Miguel.
8:55
Llegamos a la esquina donde habíamos quedado la noche anterior con cinco minutos de adelanto, pero Miguel y Jose no aparecían. Las nueve y cinco, y diez... Como no venían, les llamé al móvil, pero los dos comunicaban; ya estaba empezando a ponerme intranquilo, más que nada porque este retraso lo íbamos a tener que compensar estando menos tiempo de lo planificado en los sitios que íbamos a ver, aunque, en algunos de ellos, incluía el tiempo previsto que tendríamos que esperar en una cola. Por fin, aparecieron casi a y veinte, y, casi sin tiempo de saludarnos, empezamos a andar a paso ligero en dirección a la Basílica de San Pietro in Vincoli.
Una vez allí, fuimos hasta el altar, donde se guarda dentro de una urna la reliquia de las cadenas con las que San Pedro fue atado durante su encarcelamiento en Jerusalén. A la derecha, vimos la estatua del Moisés de Miguel Ángel, dentro del conjunto funerario del papa Julio II; el monumento se encontraba poco iluminado, únicamente por la luz natural que entraba por las ventanas del templo, por lo que, si alguien quería que un foco lo iluminase, tenía que introducir 50 céntimos en la máquina tragaperras que había al lado.
A continuación, salimos de la basílica y fuimos hasta un pequeño puente que había a pocos minutos desde donde teníamos una excepcional estampa del Coliseo. Después, nos asomamos al Ludus Magnus, una escuela de gladiadores vecina al anfiteatro de la que ya sólo quedan algunos restos. Seguimos nuestra ruta con el Arco de Constantino, profusamente decorado con relieves, esculturas e inscripciones, como podéis ver en la imagen. Allí mismo, mientras nos hacíamos fotos, se nos acercó un hombre que vendía algunos souvenirs; Sebas y Pepe aprovecharon para comprarle postales y rosarios, respectivamente, y a unos precios bastante baratos (el lote de veinte postales le costó sólo un euro a Sebas). El hombre estuvo muy amable con nosotros y hasta nos habló un poco en español cuando le dijimos que éramos de Málaga.
Con la lección bien aprendida de cuando estuve en Roma en febrero, fuimos primero al Palatino y al Foro para comprar la entrada combinada con la que también podríamos visitar el Coliseo y, de paso, ahorrarnos las largas colas se suelen formar. Sebas y Jesús no pudieron adquirir la entrada reducida, ya que sólo era para menores de 25, y ellos los habían cumplido este año (Jesús, precisamente, el día antes), y tuvieron que abonar 12 euros en vez de 7'5, como hicimos el resto; intentaron convencer a los taquilleros demostrando que eran estudiantes con el carné de la universidad, pero fue en vano.
10:20
El Palatino es una de las siete colinas de Roma y donde supuestamente fueron encontrados los hermanos Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad, según dice la leyenda. Tras subir hasta la cima, lo primero que vimos fue el Estadio, aunque puede que originalmente fuera un jardín para el disfrute de los emperadores; después, vimos los restos de algunos de los palacios que tenían aquí los emperadores y las personalidades más influyentes de la época. Asomándonos a uno de los límites de la colina, pudimos ver el Circo Massimo, donde antiguamente se celebraban carreras y otros espectáculos populares, y que ahora es un parque. En medio de tantas ruinas, nos encontramos con el edificio que alberga el Museo del Palatino, pero como no estaba en nuestra ruta y todavía teníamos retraso acumulado, no entramos; a continuación, seguimos hasta la otra punta del monte Palatino, a un mirador desde donde se podía contemplar todo el Foro Romano, como se puede apreciar en la foto.
Bajamos al Foro para ver con cierto detenimiento la gran cantidad de restos romanos que engloba. El edificio que mejor se conserva, casi intacto, es el Templo de Antonino y Faustina, mientras que del resto apenas quedan en pie algunas columnas y cimientos, como los templos de Cástor y Pólux, Vesta, Vespasiano y Tito, y el de la Concordia. En uno de los extremos del Foro, casi frente a frente, se hallaban el Templo de Saturno, que mantiene la parte frontal en su totalidad, y el Arco de Septimio Severo, que sirvió de inspiración para levantar el de Constantino; allí al lado, vimos una de las numerosas fuentes que nos encontramos por la ciudad, y bebimos un poco de agua para apaciguar el calor que hacía, que era bastante.
Enfilando la Via Sacra, pasamos por el Templo de Rómulo, caracterizado por su planta circular y su gran portón de bronce; la Basílica de Majencio, que, a pesar de que sólo sigue en pie una de sus paredes, da la impresión de que era enorme; el Arco de Tito, que se diferenciaba de los otros dos que vimos en que sólo tenía un arco; y, por último, el Templo de Venus y Roma, justo enfrente del Coliseo, con el que continuamos nuestra ruta.
11:45
La cola para entrar en el Anfiteatro Flavio, que es como se llamaba originalmente, era más corta de lo que esperaba, incluso menos que cuando vine con David y Leti; aun así, fue un acierto comprar la entrada combinada y visitar antes el Palatino y el Foro, porque nos ahorramos cerca de media hora de espera aproximadamente.
A través de los pasillos interiores, llegamos hasta uno de los extremos del Coliseo, donde subimos a la planta superior; en ella, se ubicaba un museo en el que se exponían esculturas y algunos restos del Imperio Romano, así como la explicación por imágenes de cómo se construyó el anfiteatro. Apenas nos detuvimos unos minutos en esta exposición, y pasamos directamente al graderío para contemplar el interior del Coliseo en su totalidad, con su óvalo central de 75 metros de largo, en el que se desarrollaban los espectáculos, juegos y batallas. La plataforma de madera de dicho óvalo ya no se conserva, aunque hay una pequeña recreación en uno de sus dos esquinas; esto permite que el hipogeo, es decir, el laberinto subterráneo de túneles y mazmorras en los que se alojaban a los gladiadores y animales, y que estaría comunicado con el Ludus Magnus que vimos unas horas antes, se encuentre al aire libre.
Mientras recorríamos el perímetro de la grada, nos asomamos a la fachada, con vistas al Arco de Constantino y al Foro Romano, donde nos hicimos algunas fotos. A continuación, bajamos al anillo inferior, la zona en la que se sentaban las clases sociales más importantes, como el emperador, los senadores, los sacerdotes, etc. Desde allí, se apreciaban con más detalle los entresijos del subsuelo, sobre todo desde un pequeño entrante de la grada en el que se agolpaban todos los turistas. Tras unos minutos más paseando por el graderío, salimos del Coliseo en dirección a la Via dei Fori Imperiali.
12:35
En el muro que teníamos a nuestra izquierda, apenas habiendo andado unos metros, se mostraba la evolución del Imperio Romano a través de cuatro mapas: a su inicio en el siglo VIII a.C., después de las Guerras Púnicas, tras la muerte de Augusto, y en tiempos de Trajano. A continuación, tocaba ver una serie de ampliaciones del Foro Romano que se llevaron a cabo porque se quedó pequeño. Primero, nos asomamos a los Foros de Nerva y César, que comparten el mismo suelo que el Foro, mientras que los otros dos se encontraban en la otra acera de la Via dei Fori Imperiali, la cual cruzamos aprovechando que no venía ningún coche, algo bastante raro teniendo en cuenta el caótico tráfico que padece Roma.
Junto a la estatua de Augusto, podíamos contemplar su foro, con el Templo a Marte como elemento más representativo. Seguidamente, nos topamos con la estatua de bronce de Julio César, con la que me hice una foto imitando el gesto del famoso emperador. Justo después, estaba la de Trajano, delante de su Foro, el cual pudimos contemplar mejor y más detenidamente, ya que había un pasadizo que lo atravesaba y que llegaba hasta el Mercado de Trajano, un gran complejo con forma semicircular en ruinas, aunque relativamente bien conservado, donde los romanos intercambiaban y comerciaban con bienes en hasta 150 tiendas.
Luego, subimos la Via 4 Novembre hasta una glorieta para ver la Torre delle Milizie, que se sitúa justo detrás del Mercado. Bajamos la calle hasta regresar al Foro de Trajano, donde se erige la Columna de este emperador, aunque no es él el que la preside, sino una estatua de San Pedro; el bajorrelieve que recorre en espiral la columna sí que hace referencia a Trajano, ya que conmemora sus victorias contra los dacios. Enfrente, se encontraban la Iglesia del Santísimo Nombre de María y la de Santa María de Loreto, que teníamos pensado visitarlas, pero no lo hicimos porque ambas estaban cerradas.
13:15
A continuación, cruzamos a la Piazza Venezia para visitar el Altare alla Patria. Al final de la primera escalinata, vimos a dos militares custodiando la tumba al soldado desconocido, adornada con una corona de flores y junto a la llama eterna. Antes de continuar, quiero recalcar algo que cobrará más sentido cuando publique la siguiente entrada del viaje: a estos dos soldados se les podía hacer cuantas fotos quisiera.
Continuemos. Subimos el segundo tramo de escalones, donde preside sobre un gran pedestal la enorme estatua de Victor Manuel II, a quien está dedicado este monumento. Desde allí, teníamos una vista excepcional de toda la plaza, donde comienza la Via Corso con la Piazza del Popolo al fondo, y del Palazzo Venezia. El Altare alla Patria destacaba no sólo por su impoluto color blanco, sino también por la larga hilera de columnas que forma parte de la fachada, por las banderas de Italia que ondean en ella y por la multitud de estatuas de mármol y bronce que contiene; la pena es que parte del monumento estaba cubierto por andamios, que, a pesar de todo, casi se camuflaban al estar cubiertas de lonas blancas.
Después de hacernos unas cuantas fotos, nos fuimos a comer al 'Pastarito Pizzarito', al mismo al que fuimos la noche anterior, en la Via 4 Novembre, a apenas cinco minutos del Altare alla Patria. Esta vez, me pedí una pizza de cuatro quesos, y, al igual que me ocurrió con los macarrones, me costó una barbaridad dejar el plato vacío; para que os hagáis una idea, cuando los demás ya habían terminado, a mí todavía me quedaba media pizza por comer.
Cuando terminé, todavía no eran ni las tres de la tarde, lo que significaba que íbamos muy bien de tiempo, ya que había previsto reanudar la visita a la ciudad a partir de las tres y media. Con ese amplio margen que habíamos conseguido, aprovechamos para descansar unos minutos, porque las piernas estaban ya algo cargadas de todo lo que anduvimos por la mañana. Poco después de las tres, y todavía ganándole tiempo al tiempo, pagamos en el mostrador de la entrada del restaurante y salimos para seguir con nuestra ruta.
15:15
Nos dirigimos a la Piazza di San Marco, enfrente de la Piazza Venezia, para ver la Madama Lucrezia, una de las estatuas parlantes de Roma, pero estaba escondida tras unos andamios, así que no pudimos ni siquiera hacerle una foto. En la misma plaza, lo que sí vimos fue a un grupo de manifestantes que portaba pancartas en contra de Berlusconi; mientras gritaban y protestaban por sus intereses, nosotros bebimos agua en una fuente que había allí al lado y continuamos con nuestro itinerario.
Bajamos por la Via del Teatro Marcello y la Via Luigi Petroselli hasta llegar a la Iglesia de Santa Maria in Cosmedin; allí veríamos la famosa Bocca della Verità, la escultura de mármol que representa una cara y que se supone que te arranca la mano si mientes cuando la introduces en el hueco de su boca. Como presagiábamos, había cola para hacerse la típica foto, pero era relativamente cortita, ya que apenas esperamos cinco minutos. Después, entramos en la iglesia propiamente dicha, muy modesta en comparación con otras que veríamos a lo largo del viaje; del interior, destacaba el altar, tanto por el pequeño baldaquino como por los frescos que había al fondo, aunque lo más importante de la iglesia era su campanario de la época medieval.
A continuación, cruzamos al Ponte Palatino para asomarnos y ver lo que queda del Ponte Rotto, que se llama así porque sólo queda un trozo del puente original. Volvimos sobre nuestros pasos hasta el Foro Boario, que contenía dos templos: el de Hércules, de planta circular y rodeado por columnas, y el de Portunus, similar al Partenón de Atenas, pero bastante más pequeño. De allí, fuimos al Arco de Jano, que no se parecía en nada a los que habíamos visto por la mañana, ya que éste era de base cuadrada y no tenía ningún tipo de inscripción ni relieve, sólo unos pequeños nichos. Justo enfrente, se encontraba el Arco de los Argentarios, más pequeño que el anterior, pero muy decorado; además, estaba adosado a la Iglesia de San Giorgio in Velabro, que tanto por fuera como por dentro guardaba una gran similitud con la de Santa Maria in Cosmedin.
16:20
Descansamos unos minutos en unos bancos que había por allí y, a continuación, nos dirigimos a la Basílica de San Nicola in Carcere, más grande que las dos iglesias que acabábamos de visitar; su interior también mejoraba a los de las anteriores, ya que ésta contenía varios cuadros, un altar más elaborado y un artesonado muy llamativo. Unos metros más adelante, nos encontramos con el Teatro Marcello, del que ya queda solamente parte de la fachada, del estilo del Coliseo.
Seguidamente, llegamos a la Basílica de Santa Maria in Aracoeli, aunque más bien habría que decir al inicio de la larga escalinata que le precede. Tras subir más de un centenar de escalones, entramos en el templo; por fuera, daba la sensación de ser bastante simplona, pero el interior era totalmente distinto: mucho más grande de lo que imaginábamos, más ornamentado, con columnas de diversos órdenes, el techo artesonado, varias estatuas de papas, frescos y cuadros, lámparas de cristal muy lujosas, un altar mayor con un gran órgano detrás, multitud de capillas, etc. En una de ellas, se conserva una copia del Santo Bambino, una talla de madera del niño Jesús que tiene mucha devoción y que fue robado hace unos años.
Al salir del templo, bajamos la escalinata para subir otra, la Cordonata Capitolina, que, presidida por las grandes esculturas de los Dioscuros, Castor y Polux, lleva hasta la Piazza del Campidoglio. En ella, encontramos el Palazzo Senatorio, actual sede del Ayuntamiento de Roma, y, a sus dos lados, el Palazzo dei Conservatori y el Palazzo Nuovo, que juntos conforman el Musei Capitolini; también había que destacar la estatua ecuestre de Marco Aurelio que se sitúa en medio de la plaza y el pavimento de ésta, que fue diseñado por Miguel Ángel.
Entramos en el Palazzo dei Conservatori para visitar los Museos Capitolinos; en su página web, ponía que la entrada nos costaría 4'5 euros, ya que teníamos hasta 25 años, pero nos dijeron que teníamos que pagar 7 euros porque la visita también incluía obligatoriamente una exposición de Miguel Ángel, creo recordar, y todo ello habiendo un cartel en la taquilla que decía claramente que la entrada básica costaba lo que yo decía. La verdad es que de dicha exposición no supimos ni vimos nada después.
Nada más entrar, accedimos a un patio interior en el que se exponían fragmentos de una estatua colosal de Constantino: la cabeza (de más de dos metros y medio de altura), la mano derecha y los dos pies. Luego, subimos a las Salas Castellani; en ella, se conservaban varias vasijas de cerámica guardadas en vitrinas, así como restos etruscos y romanos. Después, pasamos a la Exedra de Marco Aurelio, una sala acristalada que acoge la original estatua ecuestre de dicho emperador (la que está en la Piazza del Campidoglio es una copia), el Hércules de bronce dorado y restos del coloso de bronce de Constantino, similar al que vimos en el patio unos minutos antes. A continuación, pasamos a las Salas de los Horti de Mecenas, decoradas con esculturas griegas, como la Estatua de Marsia, una fuente con forma de cuerno potorio (rhytón) y una fuente con forma de crátera.
Tras un pequeño parón para ir al servicio y beber agua, fuimos a la Sala de los Horacios y Curacios, caracterizada por los frescos que representaban algunos momentos de la antigua Roma, como 'Numa Pompilio instituye el culto de las Vestales', 'Hallazgo de la Loba' o 'Rapto de las Sabinas', y las dos monumentales estatuas de los papas Urbano VIII e Inocencio X. En la Sala de los Triunfos, pudimos ver las esculturas del Bruto Capitolino y el Espinario, justo antes de pasar a la Sala de la Loba, donde contemplamos uno de los símbolos de Roma: la escultura de bronce de la Loba Capitolina amamantando a Rómulo y Remo, con la que nos hicimos algunas fotos.
18:00
Tras visitar la Sala de los Gansos y la de las Águilas, llegamos a una especie de sala de conferencias repleta de sillas, donde descansamos unos minutos, porque los pies ya empezaban a doler de tanto que habíamos andado durante el día, y todavía nos quedaban unas cuantas horas. Después, entramos en la Sala de Aníbal, con varias pinturas que mostraban episodios de las Guerras Púnicas, como la de 'Aníbal en Italia'.
A continuación, subimos a la Pinacoteca Capitolina, donde se exponían cuadros relativamente conocidos, algunos de ellos de Rubens y Caravaggio; la temática de la mayoría de ellos era religiosa, como la 'Annunciazione' de Benvenuto Tisi da Garofolo, o relacionada con el origen de Roma, como el 'Rómulo y Remo' del pintor flamenco. En general, todas las pinturas me gustaron, ya que eran muy realistas y con colores vivos y bien definidos.
Luego, bajamos a la Galería Lapidaria, que conecta el Palazzo dei Conservatori con el Palazzo Nuovo por debajo de la Piazza del Campidoglio; en dicha galería, se conservaban numerosos restos de la antigua Roma, tales como bases de estatuas, aras y capiteles. Ya en el Palazzo Nuovo, subimos al nivel de la calle hasta el pasillo principal, en cuyas paredes se mostraban varias estatuas de mármol, como las de Marte y Minerva. En el patio anexo, encontramos una fuente presidida por una enorme estatua del dios fluvial Marforio, y, justo al lado, una pequeña sala con elementos egipcios.
Después, subimos a la planta superior, lo último que nos quedaba ya de los Museos Capitolinos. La galería principal, principalmente decorada con estatuas, daba paso a varias salas: en la de los Emperadores, pudimos contemplar los bustos de personajes como Trajano, Tito, Vespasiano, Marco Aurelio, Nerón o Augusto; en la de los Filósofos, de estructura y diseño similar a la anterior, contenía las efigies de Sócrates, Platón, Homero, Cicerón o Pitágoras, con la que no dudé en hacerme una foto, por eso de que era uno de los padres de las Matemáticas; en el Salón central, se exponían estatuas de mármol y bronce, como, por ejemplo, las de Apolo y el Cazador; la siguiente sala tomaba el nombre de la principal obra que en ella se encuentra, la del Fauno, tallada en mármol rojo antiguo; por último, en la Sala del Gladiador, pudimos ver una de las esculturas más célebres del museo, el Galata Capitolino.
Cuando salimos a la calle, apenas unos minutos después de las siete, ya estaba anocheciendo. Como íbamos bien de tiempo, nos sentamos un rato en la fuente que se encontraba a los pies del Palazzo Senatorio antes de seguir con nuestra ruta. En uno de los laterales del Palazzo, vimos una réplica de la Loba Capitolina, y, unos metros más adelante, nos asomamos a un mirador desde el que se podía contemplar buena parte del Foro Romano, sobre todo el Arco de Septimio Severo, que es lo que estaba más cerca.
19:35
En pocos minutos, llegamos a la Chiesa del Gesù, la iglesia madre de la compañía de los jesuítas. Cuando entramos, estaba muy apagada, ya que iban a cerrar ya mismo, así que tampoco pudimos ver mucho; no obstante, sí nos dio tiempo a asombrarnos con la inmensidad del templo, porque más bien parecía una catedral. Apenas le echamos un vistazo por encima, porque el sábado estaba previsto visitar la iglesia más tranquilamente, así que salimos a la calle en dirección a Piazza Navona.
Mientras caminábamos por el Corso Vittorio Emanuele II, a mitad de camino, paramos en una librería, ya que el padre de Pepe le había pedido que le comprase el 'Cancionero' de Petrarca en italiano. Poco después de las ocho, llegamos a la Piazza Navona, una de las más conocidas e importantes de Roma, sobre todo por sus tres fuentes: la Fontana del Moro, la Fontana del Nettuno y la Fontana dei Quattro Fiumi.
Después, nos pusimos a callejear por los alrededores para buscar un sitio en el que cenar. En mi lista, tenía una pizzería de la que había leído que tenía las mejores pizzas al taglio de Roma, pudiendo elegir incluso los ingredientes, y a buen precio; cuando la encontramos, vimos que no era así, ya que era un restaurante como cualquier otro, con su carta y sus platos y pizzas ya prefijados, y, con respecto al precio, similar al 'Pastarito Pizzarito' en el que habíamos almorzado.
Finalmente, entramos en una pequeña pizzería de pizzas al taglio; no tenía mucha variedad, pero nos gustaban las que había y el precio era bastante atrayente: 4 euros el trozo. Yo me pedí un botellín de agua y la pizza que más me entraba por los ojos y que más curiosidad me causaba: la de patatas y ternera. La verdad es que de sabor no era nada del otro mundo, no es que estuviera mala, pero tampoco para chuparse los dedos; las patatas hacían que estuviera un poco seca, o, al menos, eso me pareció.
21:05
Después de cenar, nos acercamos a la heladería 'Blue Ice', una de las muchas que había por la zona, pero era la que más nos enganchó, tanto por la pinta que tenían los helados como por el precio de las tarrinas. Me costó decidirme, pero al final me decanté por una tarrina mediana de nutella y tiramisú, por 2'5 euros; por cierto, que, de entre todos los sabores que había, encontramos uno que se llamaba 'Málaga'.
El helado estaba muy bueno, de los mejores que he tomado, pero como el de kinder de la heladería 'Inma' de aquí de Málaga no hay ninguno. Mientras disfrutábamos de este delicioso postre, caminábamos de regreso a nuestros hostales; como estábamos cansados y no teníamos demasiada prisa por llegar, nos lo tomamos con calma. Tiramos por el Corso Vittorio Emanuele II y la Via del Plebiscito hasta llegar a la Piazza Venezia, donde rellenamos nuestras botellas de agua en una fuente.
Después, seguimos en dirección a la Torre delle Milizie para continuar con la Via Panisperma, pero nos equivocamos, en gran parte porque el mapa nos confundió, y nos metimos por calles que harían el camino de regreso algo más largo. En unos quince minutos, llegamos a la Via Cavour, que ya la conocíamos, así que ya no había motivos para perderse. En mitad de la calle, entramos en una tienda de souvenirs regentada por una china; allí, casi todos nosotros compramos algo para nosotros o nuestros familiares. Como de costumbre, me llevé una camiseta de manga corta que me costó sólo cinco euros; para que no me ocurriera lo mismo que la vez estuve en Roma en febrero, cuando me compré otra camiseta y, al ponérmela en el piso de Leti y David, me estaba más bien justita, me la probé para asegurarme de que me quedaba bien.
Tras la compra, subimos lo que restaba de Via Cavour para luego torcer a la derecha por la Basílica di Santa Maria Maggiore y seguir por la Via Carlo Alberto, que desembocaba en la Piazza Vittorio Emanuele II. Allí, antes de separamos para irnos cada uno a nuestro respectivo hostal, acordamos quedar en esa misma esquina la mañana siguiente a las nueve menos cuarto para ir al Vaticano.
Ya en el hostal, comprobamos varias cosas: la primera y más importante, que Viktor había arreglado el atoro del váter y la bañera; la segunda y que más o menos asumíamos, que las camas no estaban hechas. Como Pepe ya se había duchado por la mañana, Jesús, Sebas y yo lo hicimos ahora; mientras esperaba mi turno, me puse a preparar todo lo necesario para el día siguiente, sobre todo el justificante de la reserva de los Museos Vaticanos, ya que, si no lo presentábamos al llegar allí, tendríamos que pagar la entrada de nuevo.
Una vez que todos ya nos habíamos duchado, decidimos poner las alarmas de nuestros móviles para levantarnos a las siete y media de la mañana. Por último, nos acostamos, que necesitábamos un buen descanso para afrontar el largo día que nos esperaba.
Valiente ruina estas echo! por poco pasamos la noche en el calabozo por las fotitos! Si es que es normal, con las pintas de terrorista que tienes...Yo tu quitaba la del monumento por lo que pueda pasar....
ResponderEliminarHola Rafa!!!
ResponderEliminarTio, no se te escapa un detalle!!! Ya me contarás que desayunais en casa para tener esa memoria!!!
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Oye, que la entrada del próximo día no se te olvide colgar las fotos de la Capilla Sixtina ni la de los guardas del Palacio del Quirinal, ok? Salieron muy bien y es una lástima que no las puedan ver tus lectores!!!
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Un saludo!!!
Zusss: pues la foto del Altar se va a quedar donde está, que venga el FBI a mi casa si hace falta :P
ResponderEliminarSebastián: mollete con aceite y un vaso de leche con Nesquik :D
La de la Capilla Sixtina ya la tengo puesta de fondo de escritorio y la voy a poner en el blog, lo tengo muy claro. De los guardas del Palacio del Quirinal no puedo porque me las borraron, así que...
Gracias a los dos por los comentarios ;)
Vaya viaje más aprovechado, estoy cansada sin haber andado un paso,pero muy bien lo explicas todo como si yo misma lo estuviera viendo.
ResponderEliminarEspero la próxima entrega.
Un beso