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sábado, 27 de febrero de 2010

Adivina quién soy (IV)

Cuarta entrega de la sección 'Adivina quién soy', en la que tenéis que descubrir al conocido personaje que se esconde tras las pistas que os iré dando. Las normas que hay que seguir son las mismas que en anteriores ocasiones:
  • Sólo se puede dar una respuesta por cada pista que se proporcione (las tres primeras pistas cuentan como si fueran una sola), es decir, no vale decir el nombre de dos o más personajes entre la pista 'X' y la 'X + 1'. Si incumple esta norma, no se tendrán en cuenta sus posteriores intentos en dicha prueba, pero sí podrá participar en las posteriores.
  • Si queréis una nueva pista, tenéis que pedirlo explícitamente a través de un comentario en el que intentéis adivinar el personaje, es decir, tendríais que decir algo como 'Creo que es Pepito Pérez y quiero una nueva pista'. Lógicamente, no es obligatorio que en cada intento solicitéis una pista nueva.
  • Cada vez que me pidáis una pista, os daré una nueva hasta llegar a un máximo de diez. Sólo proporcionaré una pista por día, por lo que si hoy dos personas pidiesen a través de sus comentarios una pista, hoy os daría una y mañana otra.
  • En el caso de que se lleguen a dar diez pistas, el plazo para responder terminará a las 23:59h del día siguiente al que se publicó la décima pista. Si nadie lo adivina, os daré la solución y la explicación de todas las pistas.
La última vez, el personaje fue adivinado bastante pronto, así que voy a intentar ponerlo un poco más difícil. Las pistas del personaje de hoy son las siguientes:
  1. Mujer.
  2. Viva.
  3. León.
  4. Asiática.
  5. Reina.
  6. Al cero.
  7. Psicóloga.
¡Mucha suerte a todos!

jueves, 25 de febrero de 2010

¿Qué puedes comprar con 96 millones de euros?

A finales del año pasado, estrené una nueva sección llamada '¿Qué puedes comprar con...?' que tuvo buena acogida. Pues bien, ya va siendo de hora de lanzaros una nueva pregunta donde haya euros de por medio.
Como sabéis, el Real Madrid fichó este verano a Cristiano Ronaldo por 96 millones de euros, convirtiéndose en el traspaso más caro de la historia del fútbol. El jugador, de momento, está justificando, si es que se puede justificar, ese descomunal desembolso que hizo Florentino Pérez con goles y espectáculo sobre el terreno de juego, aunque no sólo está dejando destellos balompédicos, sino también de deportes de lucha, como bien expuse en este post hace unas semanas.
Pero aquí no vamos a debatir sobre si es mejor o peor futbolista, sino a responder a la siguiente pregunta: ¿qué podéis comprar con los 96 millones de euros que costó Cristiano Ronaldo? La cifra es mareante y, de primeras, puede resultar difícil pensar en algo que podamos adquirir a ese precio. Yo, para ayudaros, os voy a dar algunos ejemplos que se me ocurren:
  • 13 chalets en La Moraleja de 8 dormitorios con 1.700 metros cuadrados.
  • 19 islas de 36 hectáreas en el Caribe.
  • 130 diamantes de 5 quilates.
  • 670 Maserati Gran Turismo S.
  • 24.000 televisores LED de 40 pulgadas de Philips.
  • 275.000 iPad.
Y vosotros, ¿qué otros productos podríais adquirir con 96 millones de euros?

martes, 23 de febrero de 2010

Viaje a Roma: días 5 y 6

Jueves, 8 de octubre de 2009
Viernes, 9 de octubre de 2009
Sábado, 10 de octubre de 2009

Domingo, 11 de octubre de 2009

7:00
Todavía no ha sonado el despertador, pero estoy escuchando a Pepe, que ya se ha levantado y está vistiéndose y terminando de hacer la maleta para irse. En cinco minutos, lo tiene todo listo y se despide tanto de mí como de Jesús y Sebas, que también estaban medio despiertos. Aún era pronto para levantarse, así que seguí en la cama descansando hasta las siete y media, cuando la alarma de mi móvil empezó a cantar.
Al igual que ayer, la escena que vi al asomarme a la ventana no era nada esperanzadora, ya que la lluvia que estaba cayendo era bastante copiosa. Tras el preceptivo paso por el baño, me vestí y me puse a hacer la maleta. No había manera de cerrarla; bueno, la podía cerrar si no metía la mochila de la cámara, pero se supone que, para los dos vuelos que después tendría que coger, no se puede subir con dos bultos. Es increíble que, cuando se acaba un viaje, la ropa aumenta misteriosamente de tamaño y ocupa más espacio que antes.
En fin, dejé la maleta como estaba y me fui a desayunar con Sebas y Jesús. De nuevo, unas tostadas con mantequilla ante la incomparecencia del sucedáneo de Nutella y un vaso de leche con sucedáneo de Colacao. En la mesa, coincidimos con una pareja de gallegos que también estaba pasando unos días en Roma para conocerla; al igual que nosotros, habían volado con Ryanair, pero desde Santiago de Compostela, y estuvimos comentando lo fácil que es ahora viajar con los precios tan bajos que oferta la compañía aérea, lo que habíamos visto de Roma, etc. Tras fregar nuestros cubiertos y platos, volvimos a la habitación, y yo aproveché para hacerle algunas fotos como la que ilustra estas líneas.
Volví a meterle mano a la maleta pero era imposible cerrarla con la mochila de la cámara, así que como, de todas formas, por la mañana la iba a llevar colgada para hacer fotos, dejé esta preocupación para cuando estuviera en el aeropuerto, si es que fuera necesario porque no me permitiesen subir con dos bultos. El día empezó a abrir en ese instante y parecía que también hoy nos íbamos a librar de la molesta lluvia, pero, por contra, surgió un inconveniente no menos importante y con el que no contábamos: si queríamos dejar las maletas en el hostal durante toda la mañana mientras visitábamos lo que nos quedaba pendiente, tendríamos que pagar tres euros por cabeza.
A ninguno de nosotros nos parecía bien esta norma del hostal, más que nada porque no les supone ninguna molestia tener en un rinconcito tres maletas pequeñas durante cinco horas. Ante esta situación, Jesús se acercó a la estación de Termini para ver si había alguna consigna, pero, cuando volvió, resultó que era incluso más caro dejarlas allí: cuatro euros cada uno. Como no se nos ocurría otra solución, decidimos cargar con ellas toda la mañana a pesar de la incomodidad que ello conllevaba; esto, unido al enorme cansancio que teníamos, sobre todo en las piernas, nos llevó a modificar el plan previsto, por lo que suprimimos algunos puntos del itinerario no tan importantes para andar lo menos posible. Le dimos un último repaso a la habitación para asegurarnos de que no nos dejábamos nada y nos despedimos de Viktor.

9:05
Iniciamos nuestra caminata por la Piazza Vittorio Emanuele II, donde bebimos un poco de agua en una fuente que había allí. Jesús y yo llevábamos la maleta en forma de carrito, pero Sebas no podía hacer lo mismo, así que el pobre no tuvo más remedio que llevarla a pulso todo el día; desde el punto de vista negativo, iba a acabar más cansado que nosotros, pero, viéndolo desde el lado positivo, tendría unos bíceps en forma. Tiramos por la Via Emanuele Filiberto hasta la Piazza di Porta San Giovanni.
Entramos en el templo de San Salvatore alla Scala Santa, en el que se conserva la Scala Santa, es decir, la escalera del palacio de Poncio Pilato por la que se dice que Jesucristo subió para ser juzgado por el procurador romano, incluso en ella aparecen gotas de sangre que podrían pertenecer al Hijo de Dios. Dicha escalera sólo se permite subirla de rodillas, y, lógicamente, nosotros ni siquiera nos lo llegamos a plantear, así que nos conformamos con ver las esculturas del vestíbulo, que representaban escenas de la pasión de Cristo, como la oración en el huerto, el beso de Judas, la flagelación, el Ecce Homo y la Piedad.
Volvimos a la plaza para seguir con nuestra ruta, que ahora nos llevaba hasta la Basílica di San Giovanni in Laterano, la catedral de Roma, que no es la Basílica di San Pietro, como mucha gente cree. La fachada principal era parecida a la del templo del Vaticano, con varias estatuas en la parte superior, entre ellas las de Jesucristo, San Juan Evangelista y San Juan Bautista. Entramos en la basílica y, como esperábamos, el interior era enorme y de estilo barroco, como la mayoría de los edificios religiosos que habíamos visitado estos días.
El techo de la nave central destacaba por su excepcional artesonado, decorado con escudos papales y otros elementos en tonos dorados, al igual que en el transepto, bajo el cual se erige el baldaquino, de estilo gótico y que conserva en un relicario las cabezas de San Pedro y San Pablo. Detrás del altar, vimos el enorme y profundo ábside de la basílica, con la sillería del coro y dos órganos encajados en los laterales y un magnífico mosaico en el que aparecían representados San Pablo, San Pedro, San Francisco de Asís, el papa Nicolás IV, la Virgen María, San Juan Bautista, San Antonio de Padua, San Juan Evangelista y San Andrés, con la cruz de Cristo presidiendo en el centro.
Lo más representativo del templo con respecto al resto, al menos a mi parecer, eran las estatuas de los doce apóstoles que se encuentran introducidos en el interior de las gruesas columnas que conforman la nave central. Estuvimos allí dentro apenas un cuarto de hora, en parte porque no sabíamos si seríamos capaces de aguantar toda la mañana con el cansancio que teníamos y además cargando con las maletas, y también porque yo, como empiece a hacer fotos a una cosa, no paro, y no es que tuviese mucha memoria disponible; fue una pena irnos tan pronto, ya que, aunque no fue la basílica que más me gustó, merecía una visita más larga para contemplar con más detalle sus capillas y otros elementos destacables.
Salimos a la calle y rodeamos el edificio hasta llegar a la parte trasera de la plaza, donde adivinad lo que vimos: sí, un obelisco egipcio. Allí mismo, adosado a la basílica, estaba el Palazzo Laterano, que es propiedad del papa, mientras que separado del templo encontramos el baptisterio, de planta octogonal. Luego, regresamos a la parte de la plaza que da a la fachada principal de San Giovanni in Laterano para cruzar al Piazzale Appio y pasar por la Porta San Giovanni, que formaba parte de la antigua Muralla aureliana y que destaca por el arco de mármol blanco que la preside en su parte central.
Sebas se dio cuenta de que, en la acera en la que estábamos, había unos grandes almacenes que se llamaban 'Coin', es decir, como el pueblo de Málaga en el que vive, Coín, y, claro, la patria chica es la patria chica, así que le hizo una foto para dejar claro lo 'internacional' que es su pueblo. Según la nueva ruta que habíamos establecido a partir de los descartes que habíamos hecho por el cansancio que teníamos y por tener que cargar con las maletas, ahora nos tocaba ir hasta la Piazza del Popolo, por lo que cogimos el metro para llegar hasta allí.

10:35
Nos bajamos en la parada de Flaminio, que está justo al lado de la entrada monumental de la Piazzale Flaminio que da acceso a la Villa Borghese, nuestro siguiente destino, pero nosotros íbamos a tirar por otro sitio, concretamente por la Piazza del Popolo y la serpenteante Viale Gabriele D'Annunzio, decorada con algunas estatuas y relieves de mármol, hasta llegar a la terraza del Pincio; desde ese mirador, podíamos contemplar gran parte de Roma a una altura ligeramente superior a la de los tejados, por lo que era fácil divisar las numerosas cúpulas de las iglesias de la ciudad, además de la del Panteón, y otros lugares de interés, como el Altare della Patria, la columna de Marco Aurelio, la Piazza del Popolo y la Basílica di San Pietro, de la que incluso se lograba ver la fachada prácticamente al completo.
A continuación, adentrándonos ya en la Villa Borghese propiamente dicha, nos topamos con el Obelisco Pinciano, y tranquilos que no sería el último del viaje. A partir de ahí, nos dedicamos a andar con infinita parsimonia por el inmenso parque en el que nos encontrábamos, repleto de frondosos árboles, gente paseando o montando en bicicleta, niños disfrutando en un tiovivo... Aquello era un paraíso terrenal, y, con la excelente temperatura que hacía, más todavía; daban ganas de tumbarse en el césped y echarse una siesta, leer un libro o montar una merendola con la familia o los amigos.
Después de haber estado allí, uno echa de menos tener algo parecido en su tierra, en mi caso en Málaga, porque aquel sitio transmitía una sensación de tranquilidad y relax que en más de una ocasión vendría de perlas, aunque también he de reconocer que no es que sea yo mucho de campo, pero apetecía tirarse todo el día por esos jardines. Con las maletas a rastras, nos dirigimos al lago, presidido por el Templo de Esculapio y con multitud de patos chapoteando en el agua, además de varias barcas que se podían alquilar en uno de los laterales.
Nosotros nos sentamos en un banco que había justo enfrente porque no aguantábamos más de pie. ¡Qué bien nos vino! Estábamos en la gloria, sobre todo nuestros pies, que llevaban ya recorridos muchos kilómetros encima durante estos días y que pedían a gritos un poco de pausa. Estuvimos sentados cerca de media hora, sin exagerar; antes de continuar, hice unas cuantas fotos al lago, aprovechando el bonito reflejo del templo sobre el agua, y a los patos, que siempre me han parecido muy graciosos. Reanudamos el paseo por la ovalada Piazza di Siena, en la que no entramos, ya que la bordeamos por el Viale Pietro Canonica y el Viale dei Cavalli Marini, en medio del cual vimos una fuente formando una pequeña rotonda.
Al final de dicha calle, llegamos a uno de las puertas de entrada, o de salida desde nuestro punto de vista, de la Villa Borghese; nada más salir, en la acera de enfrente había una tienda en cuyo escaparate se podían ver coches de lujo de Ferrari y Maserati, y Sebas y Jesús no dudaron en acercarse a verlos, pero yo, como no me llaman la atención, me quedé sentado esperándoles con las maletas. Bajamos Via Pinciana hasta Piazzale Brasile, donde nos topamos con la Porta Pinciana, otro resto más de la antigua Muralla Aureliana, aunque esta parte daba la impresión de estar mejor conservada.
Atravesamos la Porta Pinciana, punto en el que empieza la Via Vittorio Veneto, una de las calles más glamurosas y caras de Roma, debido en gran parte a la presencia de numerosas cafeterías y hoteles que frecuentaban las celebridades a mediados del siglo pasado. En vez de seguir por esta calle, tiramos cuesta abajo por la Via Porta Pinciana, pasando por edificios y hoteles que reafirmaban que en esa zona no era especialmente barato vivir.

12:40
La siguiente parada de nuestra ruta era la Iglesia di Trinità dei Monti, fácilmente reconocible por los dos campanarios de su fachada. El interior no era tan grande como la mayoría de las iglesias en la que habíamos estado, lo cual no quería decir que fuese menos importante. La nave central era de estilo gótico, con bóvedas de crucería que se extendían por todo el largo del templo hasta el altar, presidido por una serie de columnas coronada por dos ángeles y una cruz.
Casi todas las capillas laterales se caracterizaban por estar adornadas con cuadros y frescos de gran factura, con escenas como la Ascensión de la Virgen, la Flagelación de Cristo, la Anunciación y la Deposición, esta última considerada una de las obras maestras del estilo manierista; por el contrario, la primera capilla de la izquierda contenía un grupo escultórico en mármol escenificando el momento en el que Cristo ya ha sido bajado de la cruz y es dejado en los brazos de la Virgen.
Salimos a la pequeña plaza que hay delante de la iglesia y en la que encontramos el que todavía no sería el último obelisco de Roma, a pesar de las pocas horas que ya nos restaban en la capital italiana. Nos asomamos a la barandilla de la plaza y a nuestros pies se extendía la escalinata que une la iglesia con la Piazza di Spagna, que estaba rebosante de gente. Volvimos a la Via Sistina para enfilar ya el final de la mañana y, por consiguiente, de nuestra visita a Roma. En unos diez minutos, alcanzamos la Piazza Barberini, con la Fontana del Tritone como elemento más destacable.
En esa misma plaza, en una esquina, vimos un sitio de sandwiches y bocadillos que parecía bastante atractivo por la pinta que tenían y por lo precios, pero, después de los chascos que nos llevamos los días anteriores con el tema de la comida, preferimos asegurarnos de que no había truco, y realmente lo había, porque, en el caso de los sandwiches, en el escaparate aparecían cubiertos por encima con una servilleta dejando solamente a la vista el corte diagonal, y, claro, parecía más grande de lo que finalmente era. En resumen, que era un timo y el precio no se merecía la poca cantidad que nos íbamos a comer.
Seguimos avanzando unos metros hasta pasar por la puerta del Palazzo Barberini, que dejaba ver el edificio, sede de la Galería Nacional de Arte Antiguo, y el jardín que hay en la entrada. En dos minutos, llegamos a un cruce de calles en el cada esquina contiene una estatua sobre una pileta; de hecho, se les conoce como las Quattro Fontane y representan al Tíber (símbolo de Roma), el Arno (símbolo de Florencia), Diana y Giunone (símbolos de la fidelidad y de la fortaleza). En una de las esquinas, estaba también la Iglesia di San Carlo alle Quattro Fontane, de estilo barroco.
Mientras caminábamos, nos íbamos fijando en posibles sitios para almorzar, pero ninguno nos convencía; entonces, recordé que cerca de Termini había un Pastarito Pizzarito, que, aunque nos iba a salir un poquito más caro de lo que teníamos pensado gastarnos, era una apuesta segura teniendo en cuenta lo bien que comimos las otras dos veces, así que decidimos ir allí. Tiramos por la Via Nazionale hasta desembocar en la Piazza della Repubblica, de forma semicircular; en ella, destacaban la Fontana delle Naiadi haciendo de rotonda en el centro y la Basílica di Santa Maria degli Angeli e dei Martiri.

13:40
Andando unos pocos metros más, vimos ya la estación de Termini. Todavía nos quedaba por visitar las Termas de Diocleziano, pero Sebas y Jesús ya no tenían ganas de cruzar hasta la acera de enfrente, así que fui yo solo mientras ellos me esperaban sentados por allí cerca. Primero, pasé por un pequeño parque con el enésimo y, ya sí, último obelisco de Roma que encontraría. Seguidamente, fui a la zona de las Termas, aunque sólo estuve en el jardín de la entrada, donde se exponían restos romanos como columnas, estatuas, vasijas, etc.
Volví al sitio en el que me estaban esperando mis amigos para ir a comer. Cogimos por la Piazza dei Cinquecento, la Via Giovanni Giolitti y la Via Gioberti, donde estaba el Pastarito Pizzarito que yo decía. Cuando nos sentamos, sentimos un alivio en nuestros pies que buena falta nos hacía después de haber recorrido Roma de punta a punta. Nos pedimos un plato para cada uno y una botella grande de agua para los tres; yo me pedí un plato de fusilli alla bolognese que estaba increíblemente delicioso, sin duda, la mejor pasta boloñesa que me he comido en mi vida, al dente, justo en su punto de cocción. Y una cantidad considerable, lo suficiente como para quedarme lleno y más que satisfecho.
No teníamos prisa ninguna, ya que teníamos tiempo de sobra antes de que despegase nuestro avión, a las seis y media de la tarde, por lo que nos quedamos allí sentados un rato, hasta casi las tres, hora a la que nos pusimos de nuevo en pie para coger el metro hasta Anagnina. Podíamos entrar en Termini para ello, pero cuando llegamos a Roma vimos que era muy lioso, así que no nos complicamos la vida y nos metimos por una de las bocanas de la Piazza dei Cinquecento. Antes de bajar las escaleras, le eché un último vistazo a Roma. ¡Hasta la próxima!
Compramos el ticket y en seguida vino un convoy, en el que nos montamos. Afortunadamente, había sitios libres para sentarnos y dar un nuevo respiro a nuestros pies durante los quince o veinte minutos del trayecto. Una vez en la estación de Anagnina, preguntamos dónde se cogía el autobús para el aeropuerto de Ciampino y nos dirigimos al lugar que nos indicaron, donde no había casi nadie, por lo que tenía pinta de que acababa de salir uno recientemente; de hecho, tuvimos que esperar unos veinte minutos a que llegase otro. Como no encontramos ninguna máquina donde adquirir el billete, se lo compramos directamente al chófer.
Tardamos un poco en salir debido a que el autobús se llenó de gente, e íbamos un poco apretujados con todas las maletas, aunque, al menos, estábamos sentados. Poco después de las cuatro de la tarde, nos bajamos en el aeropuerto de Ciampino, más de dos horas antes de que saliese nuestro avión, así que hicimos un poco de tiempo en la terminal. Lo primero que hicimos fue buscar unos asientos para descansar un rato, y aprovechamos también para ir al baño y refrescarnos.
Luego, nos acercamos al control de seguridad, donde pasamos sin ningún tipo de problema, excepto Jesús, que llevaba en su maleta el bote de champú que habíamos comprado el viernes por la tarde; los vigilantes detectaron por el escáner que su capacidad sobrepasaba el límite permitido, por lo que tuvo que dejarlo allí. Miramos en el panel de vuelos la puerta de embarque correspondiente al nuestro y nos fuimos para allá, al final de la terminal.

16:45
Toda la sala de espera estaba llena y no tuvimos más remedio que aguantar de pie apoyados al ventanal que daba al exterior; al menos, nos entretuvimos viendo cómo, cada dos por tres, a lo lejos empezaba a brillar un punto que se iba acercando más y más hasta que se distinguía la silueta de un avión dispuesto a aterrizar en la pista. Por suerte, se quedaron unos sitios libres para sentarnos a esperar a embarcar.
Sobre las cinco y media, vimos a dos chicas de unos veintitantos años que corrían desesperadas y parándose en cada mostrador de embarque de Easyjet suplicando en francés que avisasen a su avión para que parase y les dejasen subir, pero era imposible; cuando nosotros llegamos a la sala de espera, estas dos chicas ya estaban allí, y la puerta de embarque del vuelo a Lyon, a donde estoy casi seguro de que iban, también estaba ya abierta, por lo que el despiste les salió caro. Es más, justo cuando les dijeron que no podían hacer nada por ellas, despegaba un avión de Easyjet... Parece de película, pero es la cruda realidad.
La gente, sin previo aviso, empezó a hacer cola en nuestro mostrador, así que nosotros también nos pusimos a esperar de pie para no quedarnos de los últimos. A las seis, abrieron la puerta de embarque; yo llevaba, aparte de la maleta, la mochila de la cámara colgada al hombro, y, en teoría, no deberían dejarme pasar, pero no hubo ningún problema, y, si los hubiera habido, hubiera puesto como excusa que todas las mujeres estaban pasando con un bolso además del equipaje de cabina. Nos montamos en el autobús que nos transportaría hasta el avión y me quedé cerca de la puerta para salir el primero y coger los asientos más espaciosos, concretamente en el lado izquierdo para poder ver ponerse el sol.
Ya sentados, una azafata se me acercó y me dijo que la cámara tenía que guardarla junto con la maleta en el compartimento superior; le intentamos convencer preguntándole si la podríamos sacar después del despegue, pero no hubo manera. A la hora prevista, a las siete menos veinticinco, el avión enfiló la pista y partió con destino Bérgamo. A los pocos minutos de despegar, nos dimos cuenta de que los pasajeros del lado derecho del avión no dejaban de asomarse por sus ventanillas; deduje entonces que era porque desde ese lado se podía ver Roma. Hubiera sido un gran colofón al viaje divisar desde lo alto los monumentos y sitios que habíamos visitado estos días: el Coliseo, el Foro Romano, Piazza Venezia, la Fontana di Trevi, la Piazza di Spagna, el Panteón, la Piazza Navona, el Vaticano... Me tuve que conformar con ver los islotes de la costa oeste de Italia y, muy al fondo, la isla de Córcega.
Pasadas las siete de la tarde, el piloto avisó de que, en breves instantes, llegaríamos al aeropuerto de Orio al Serio. No me lo podía creer. El avión estaba previsto que aterrizara a las ocho menos veinte, pero lo hizo sólo tres cuartos de hora después de despegar. Cuando empezamos a bajar por la escalerilla, me llamó Jose para preguntarme si había llegado ya y un sitio en el que quedar para reunirnos; como él y Miguel ya estaban en Bérgamo, le dije que me esperasen sobre las ocho en la estación de trenes.
Salimos al exterior del aeropuerto, donde están las paradas de los autobuses, y el que llevaba a Milán estaba a punto de salir, así que Jesús y Sebas se despidieron rápidamente de mí para no perderlo. Yo, por mi parte, fui a sacarme un billete a la parada del autobús que lleva a Bérgamo, que vino en seguida.

20:00
En unos veinte minutos, estaba ya en la estación de trenes de Bérgamo, donde me estaban esperando Jose y Miguel. Lo primero que hicimos fue mirar a qué hora salía el último autobús para el aeropuerto; según habíamos consultado en Internet antes del viaje, era sobre las once de la noche, y así fue. Ahora, teníamos que buscar un sitio en el que cenar; lo ideal hubiera sido repetir en la panadería 'Il Fornaio' a la que fuimos el miércoles a comer, pero un domingo por la noche era bastante improbable que estuviese abierto, así que empezamos a andar por la avenida principal de Bérgamo, el Viale Papa Giovanni XXIII, a ver si encontrábamos algo decente.
Mientras caminábamos, les pregunté qué tal les había ido en Milán, y, la verdad, es que no empezó del todo bien, ya que el vuelo Roma-Bérgamo que ellos cogieron salió con mucho retraso, unas dos horas, por lo que, entre que aterrizaron tarde y que luego tenían que coger un tren hasta Milán, llegaron al hotel sobre las cinco, sin haber almorzado siquiera. Por la noche, estuvieron en la Piazza del Duomo, en la Galleria Vittorio Emanuele II, en la tienda de Ferrari, etc.
A la mañana siguiente, entraron en el Duomo, donde se estaba oficiando una misa; a continuación, fueron al Castello Sforzesco y al Parco Sempione, y, desde allí, cogieron el metro hasta el estadio San Siro. Después de comer, pillaron el primer tren a Bérgamo en la Stazione Centrale de Milán para reunirse conmigo. Me contaron varias anécdotas que les habían pasado y de las que grabaron varios vídeos que después me enseñarían.
Volviendo al presente. Casi todo estaba cerrado, pero vimos un sitio de kebabs que no tenía mala pinta. Sin embargo, unos metros más adelante, nos topamos con una especie de feria gastronómica que cortaba la avenida principal por la Via Sentierone. Había un montón de puestos y tenderetes de varios países, cada uno de los cuales con sus platos más típicos; estaba lleno de gente, lo cual fue algo incómodo para nosotros, que llevábamos nuestras maletas en forma de carrito.
Nos recorrimos todos los puestos para ver los precios y elegir lo que más nos gustase. Menos pasta y pizza, lo típico de Italia, había prácticamente de todo. Los que más abundaban eran los alemanes y austríacos, y, finalmente, nos quedamos en uno de ellos, en el que pedimos un bocadillo de salchicha blanca por tres euros creo recordar, que no estaba nada mal. Uno de los tenderetes era español, decorado en tonos rojos y con varias banderas, mientras que los que te atendían iban ataviados con una camiseta con el toro de Osborne impreso. Como no podía ser de otra forma, el plato que ofrecían era paella. Mis padres me llamaron para recordarme que no me quedase dormido después en el aeropuerto y para preguntarme si me tenían que recoger a la mañana siguiente en Málaga, pero les dije que no hacía falta porque Jose ya había quedado con su padre para ello.
Para el postre teníamos múltiples opciones: chucherías de Haribo, frutos secos, buñuelos y bollería de todo tipo, que era de lo que más había. Los donuts rellenos de chocolate tenían muy buena pinta, así que me compré uno; fui a darle el primer bocado y... ¡estaba duro! Lo que era el bollo costaba un poco morderlo y el chocolate no era nada cremoso. Una decepción, al igual que lo que se pidieron Miguel y Jose, que no recuerdo lo que era, pero que tampoco les hizo mucha gracia. Hicimos un poco de tiempo por allí, viendo cómo poco a poco algunos puestos empezaban a recoger todo, más que nada porque la afluencia iba bajando por la hora que era, más de las diez de la noche.
Tras beber agua en una fuente que encontramos en el cruce de la avenida principal con la hilera de tenderetes, volvimos a la estación de trenes a comprar nuestro billete y a esperar a que viniese el autobús. Sobre las once y cuarto, partimos en dirección al aeropuerto, donde llegamos a y media. A Jose y Miguel les apetecía tomar un café, así que fuimos a una de las cafeterías de la terminal, la única que estaba abierta.


Lunes, 12 de octubre de 2009

0:00
En los paneles informativos, ya se anunciaban los vuelos de la mañana siguiente, entre los que se encontraba el nuestro, el segundo de toda la lista. Ahora, tocaba buscar algún asiento para poder dormir mientras estaba cerrado el acceso al control de pasajeros. La terminal estaba bastante llena, prácticamente estaban todos los bancos ocupados; vimos unos asientos libres, pero seguimos andando porque todavía quedaba un poco más de pasillo por recorrer. En la sala del final, apenas había unos asientos donde la gente ya estaba durmiendo, así retrocedimos en busca de los que habíamos visto vacíos.
¡Habían desaparecido! En menos de un minuto, nos habían cogido la delantera y nos habían arrebatado los únicos sitios libres. Sí, lo sé, uno de nosotros debería haberse quedado guardándolos, pero no pensábamos que los iban a ocupar tan rápido. Ante esa situación, no tuvimos más remedio que regresar a la sala del final y dormir en el suelo; abrí mi maleta y cogí una camiseta y un pantalón corto para usarlos como almohada.
La última vez que viajé, también tenía que coger un avión a primera hora de la mañana, y me puse un par de alarmas en el móvil por si me quedaba dormido, como así fue, pero no me enteré; menos mal que estaba en el piso de Milán de Leti y David y me despertaron, porque, si no, no hubiera llegado a tiempo al aeropuerto. En esta ocasión, ya estaba allí, pero, aún así, me puse seis o siete alarmas a intervalos de cinco minutos; de todas formas, les pedí a Miguel y Jose que, en cuanto me viesen durmiendo, me despertasen.
Pues bien, a los pocos segundos de pronunciar esas palabras, me quedé frito y empecé a roncar. No es que yo me diera cuenta, si no que me lo dijeron ellos cuando me desperté yo solo a la media hora más o menos, y no me extrañaba nada, porque estaba bastante cansado de todo el viaje. Poco minutos después, pasada la una de la madrugada, se nos acercaron unos operarios del aeropuerto que nos obligaron, tanto a nosotros como a las ocho o diez personas que estábamos allí, a desalojar esa zona, ya que iban a limpiarla.
Nos tuvimos que ir a la parte en la que se encontraba todo el mundo durmiendo, ya fuera en los bancos o en el suelo; nosotros nos tumbamos en uno de los pocos huecos que había pegados a la pared para poder apoyarnos si preferíamos estar sentados. De nuevo, me acomodé mi particular almohada y me eché una cabezada. La noche se hizo un poco larga, ya que, aunque estaba menos incómodo en el suelo de lo que pensaba, no dormía más de treinta o cuarenta minutos seguidos cada vez; entre medias, charlaba un poco con mis amigos, me cambiaba de postura, me sentaba, me tumbaba...
A partir de la cuatro, harto ya del suelo y con las piernas algo dormidas, me levanté y me puse a pasear por la terminal de punta a punta, que no era mucho la verdad; apenas se oía nada, salvo alguno que otro roncando. Mientras iba de un lado para otro, algunas cafeterías empezaban a subir sus persianas para atender a los que tenían ganas de tomar algo; yo, aunque algunos dulces que había entraban bastante por los ojos, no me compré nada porque los precios eran muy caros.

5:00
En uno de mis paseos por la terminal, mientras sonaban ya algunas de las alarmas del móvil que había programado, vi que el acceso al control de pasajeros lo estaban abriendo, por lo que fui en busca de Miguel y Jose para avisarles y coger mi maleta. Tras pasar por el arco de seguridad, consultamos en el panel de vuelos la puerta de embarque del nuestro para dirigirnos allí, y resulta que estaba al final del todo.
La sala de espera ya estaba llena, así que, de nuevo, nos tuvimos que sentar en el suelo. Como todavía quedaba una hora para que el avión despegara y no convenía quedarse dormido, saqué la cámara y me puse a ver las fotos del viaje, además de enseñarle a Jose las que hice el sábado y el domingo, ya que esos días ya no estuvo en Roma conmigo. De repente, la gente comenzó a levantarse y a dejar alguna de sus maletas delante del mostrador de embarque como si estuvieran haciendo cola; nosotros no fuimos menos, y Jose se levantó y dejó la suya.
A las seis menos cuarto, llegó una azafata de Ryanair para empezar a embarcar; se habían formado dos colas debido en gran parte a que la sala de espera era un poco pequeña y a que cada uno se ponía donde la daba la gana. Al igual que me ocurrió la tarde anterior para venir a Bérgamo, no me pusieron ninguna objeción para pasar con dos bultos. Subimos al autobús que nos llevaría hasta el avión, pero nos quedamos al lado de la puerta para ser de los primeros en salir; casi todos hicieron lo mismo y, claro, llegó un momento en el que estaba totalmente aprisionado. En esto, un matrimonio intentaba subir con un carrito de bebé, pero era imposible; yo decidí salir del autobús para hacerles un poco de hueco, y, claro, la gente no se movía y me resbalé al bajar, dándole sin querer con el codo a la cabeza del bebé, que iba en brazos de su madre. Y empezó a llorar y llorar. Me disculpé con gestos porque no sabía qué idioma hablaban, aunque creo que entendieron que no era mi intención golpear al niño.
Volví a estar rápido a la hora de subir al avión para coger los asientos de las salidas de emergencia, que son bastante más anchos que el resto, y elegí los del lado izquierdo para poder ver el amanecer y hacer fotos. No entiendo por qué los demás pasajeros no hacían lo mismo que nosotros, porque, a pesar de que muchos pasaron por al lado de estos asientos, tres o cuatro se quedaron vacíos todo el vuelo. El avión se puso en marcha otra vez puntualmente y a las seis y cuarto de la mañana despegamos rumbo a Málaga.
Todavía era de noche cuando salimos, y así se mantuvo hasta las siete, cuando el cielo comenzó a clarearse muy poco a poco. Al cuarto de hora, ya se apreciaba una gran franja anaranjada en el horizonte, entre un mar de nubes y un cielo que se iba tiñendo gradualmente de color azul; a las ocho menos diez, el sol empezó a salir por entre las nubes, sin todavía llegar a deslumbrar la vista. Jose y Miguel estuvieron casi todo el vuelo durmiendo, mientras que yo pegué alguna que otra cabezada de unos pocos minutos. Por su parte, las azafatas, al igual que en los tres vuelos que había cogido estos días, no dejaron de ofrecer y vender productos a los pasajeros.
Poco después de las ocho, me pareció reconocer las cumbres de Sierra Nevada, aunque no tenían nieve aún, y creo que no me equivoqué, porque el piloto anunció que, en unos minutos, aterrizaríamos en el aeropuerto de Málaga. Increíble. ¡Llegamos con más de media hora de antelación sobre la hora prevista! A las ocho y veinticinco, el avión tomó tierra, aunque de una forma algo brusca. Pasamos por el túnel al que se unió el avión para ir a la terminal, que recibía a los pasajeros con una galería decorada con fotos e imágenes de Málaga: la playa, la Catedral, los espetos de sardinas, la Semana Santa, las vistas desde Gibralfaro, los verdiales, etc.
En la terminal de llegadas, a pesar de que el vuelo se había adelantado bastante, ya nos estaba esperando el padre de Jose. Fuimos al aparcamiento en busca de su coche para dejarme primero a mí en mi casa y luego a Miguel en la suya. El viaje ya había terminado. Atrás quedaron numerosas anécdotas (el váter y la bañera del hostal, las fotos que me mandó borrar el carabinieri, las chicas que perdieron el avión...), deliciosos platos de pasta y pizza y otros no tanto, una docena de obeliscos, cerca de cien kilómetros andados (Pepe, Sebas, Jesús y yo; Miguel y Jose, como se fueron a Milán, sólo algo más de la mitad), casi 1.600 fotografías y un largo etcétera, pero, sobre todo, cinco días para el recuerdo.

Nota: al igual que con el último viaje, pido disculpas por haber tardado tanto tiempo en contaros los días que pasé en Roma, pero, como habéis visto, había mucho que contar. Y, para no perder la costumbre, termino de escribir las últimas palabras de un viaje y me embarco en otro, ya que el jueves cojo el AVE con destino a Madrid para visitar unos días a mi amigo Pepe, que está estudiando allí y éste es ya su último año, así que no me quedaba otra oportunidad. Esto quiere decir que, a la vuelta de mi viaje, me pondré de nuevo manos a la obra para relataros mi paso por Madrid. ¡Hasta luego!

lunes, 22 de febrero de 2010

Sufrida victoria para respirar

El Málaga venció ayer por 2-1 a un Espanyol que perdonó muchas ocasiones y que acabó pagándolo con una injusta derrota en La Rosaleda.
Los malaguistas salieron entonados al terreno de juego y comenzaron a acercarse con relativo peligro al área rival con jugadas hilvanadas y controlando el esférico. A los doce minutos, se adelantó en el marcador tras un magistral saque de falta de Duda que remató de cabeza Fernando al fondo de las mallas (1-0). A partir de ahí, el Málaga se diluyó poco a poco y eso lo supo aprovechar el Espanyol, que se fue adueñando del partido, aunque sin encontrar el camino para entrar en el área local; las escasas ocasiones de las que dispuso consistieron únicamente en remates lejanos, como uno de Chica que tuvo que despejar Munúa a córner tras rozar en Caicedo, que tuvo que ser sustituido por Obinna al sentir un pinchazo. Nada más salir, el delantero nigeriano a punto estuvo de aumentar la ventaja en el marcador, pero su disparo se encontró con el cuerpo de un defensa en la trayectoria del balón. Cuando ya todos estaban pensando en los vestuarios, a un minuto del descanso, el Espanyol puso las tablas: falta botada por Javi Márquez que peina Toribio hacia atrás en un intento de despejar y que Víctor Ruiz se encuentra a un palmo de la línea de gol para empujarla (1-1). El árbitro no estuvo demasiado fino en la primera mitad, ya que no midió con el mismo rasero las acciones de ambos conjuntos, dejando sin amonestar a jugadores españolistas por faltas idénticas a las cometidas por los locales, que sí vieron la amarilla; además, la falta del gol del empate deja muchas dudas.
El Espanyol salió con las ideas claras en la segunda mitad, pero no supo finalizar los numerosos acercamientos que tuvo: una internada en el área de Verdú cuyo remate se topó con la pierna de Toribio; un disparo desde la frontal de Callejón que repelió Munúa; de nuevo Callejón con una preciosa vaselina que se estrelló en el larguero; una falta directa lanzada por Pareja que se marchó rozando la escuadra; un remate de Luis García desde el punto de penalty ligeramente cruzado, etc. El que perdona suele pagarlo y no tardaría mucho en llegar el castigo. Obinna lo intentó con una potente volea desde la frontal que se fue por encima del travesaño, pero no falló en un córner botado por Duda que cabeceó Weligton, tocó Manu Torres y que le llegó casi sin querer a sus pies para marcar a placer (2-1). El Málaga sufrió para llevarse los tres puntos, sobre todo en los últimos cinco minutos, cuando jugó con un hombre menos tras la roja directa que vió Jesús Gámez por una fea entrada sobre un jugador rival, pero el Espanyol no llegó a disponer de más ocasiones claras. El árbitro redondeó su particular tarde con un clamoroso penalty de Munúa sobre Iván Alonso nada más comenzar la segunda mitad que no quiso ver y con decisiones erróneas en acciones puntuales que perjudicaron siempre a los locales; de hecho, en una de ellas, el entrenador malaguista no dejó de quejarse llamativamente, lo que llevó al trencilla a expulsarle.
Diez puntos de doce posibles en la segunda vuelta dejan al Málaga con siete de ventaja sobre los puestos de descenso, algo impensable hace apenas dos meses. Esta cómoda renta le permite viajar con más tranquilidad a Barcelona para medirse al líder el próximo sábado a las diez de la noche.

sábado, 20 de febrero de 2010

Vía Crucis de la Agrupación de Cofradías 2010

La temida lluvia que había estado cayendo toda esta semana no entorpeció el Vía Crucis de la Agrupación de Cofradías de la Semana Santa de Málaga que tuvo lugar ayer y que estuvo presidido por la imagen del Santo Traslado de Nuestro Señor Jesucristo, titular cristífero de la hermandad trinitaria del Viernes Santo.
Este año, y con la intención de que se repita así en el futuro, se tomó la decisión de que el Vía Crucis comenzase y terminase en la Iglesia de San Julián, sede de la Agrupación, en vez de en el templo en el que se venera la imagen elegida, en este caso el de San Pablo. Puntualmente, a las 19:15, se inició el cortejo con la cruz guía de la Agrupación escoltada por dos faroles, seguida por el guión de la cofradía y dos hileras de hermanos portando cirios; después, representantes de la Agrupación de Cofradías, con su presidente Rafael Recio al frente, el cuerpo de acólitos y, por último, la talla del Santo Traslado, que iba en el trono de traslado del Cautivo, mientras que los cuatro hachones de las esquinas fueron cedidos por Dolores del Puente y el paño de pureza por Gitanos, casualmente tres de las cofradías del Lunes Santo.
El cortejo siguió el itinerario previsto: Nosquera, Comedias, Plaza de los Santos Mártires, Santa Lucía, Granada, Plaza del Carbón, Plaza del Siglo, Duque de la Victoria, San Agustín, Císter y Patio de los Naranjos. Sobre las nueve menos cuarto, el trono entró en la Catedral para proceder al rezo de las catorce estaciones con el obispo Jesús Catalá, que presidió el acto religioso en las naves catedralicias.
Una hora más tarde, la procesión inició el camino de vuelta, esta vez ya con la Banda de Cornetas y Tambores del Paso y la Esperanza, que recibió a la talla de Pedro Moreira con la 'Marcha Real' y 'Réquiem'. Ayer, demostraron de nuevo que, ahora mismo, son la mejor banda de cornetas y tambores de la ciudad, y con mucha diferencia sobre el resto. Apenas se les puede encontrar fallos, tocan fino fino, fuerte pero sin estridencias, y con un repertorio muy variado, tirando tanto de clásico ('Soledad de San Pablo', 'Cristo del Amor') como del estilo de Cigarreras de Sevilla ('La trabajadera de metal', 'Amor de madre'); el giro de calle Granada con Santa Lucía a los sones de 'Refúgiame' en la noche de ayer fue sencillamente espectacular.
El itinerario previsto para el regreso a la Iglesia de San Julián se vio modificado, ya que se siguió el mismo que para la ida pero en sentido inverso en vez de recorrer San Agustín en su totalidad y luego continuar por calle Granada, probablemente para compensar los minutos de retraso con los que salió el cortejo de la Catedral. Durante todo el recorrido, hubo varios momentos en los que los capataces tuvieron que corregir a los hombres de trono debido a que no lo estaban llevando bien, con una apreciable descoordinación entre la cabeza y la cola, lo que causaba un notable balanceo del trono. A las once y cuarto de la noche, unos minutos más tarde de lo previsto, la imagen del Santo Traslado llegó a San Julián dando por terminado el Vía Crucis del año 2010.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Cuarenta días para Semana Santa

Hoy es Miércoles de Ceniza y, por consiguiente, se inicia la Cuaresma, esos cuarenta días que preceden a la Semana Santa en los que los cofrades empezamos a calentar motores para disfrutar de los cortejos procesionales que protagonizarán nuestros sagrados titulares.
Como cada año, en este período se suceden numerosos actos que, de una forma u otra, nos avisan de que cada vez queda menos para que nuestros cristos y vírgenes vuelvan a salir a la calle en sus respectivos tronos. A mediados de enero, como de costumbre, fue presentado el cartel oficial de la Agrupación de Cofradías de Málaga, pintado por José Rando Soto, quien eligió la talla de Nuestro Padre Jesús de la Humillación y Perdón para que protagonizase la pintura.
Este viernes, al igual que en los últimos años, se celebrará el Vía Crucis de la Agrupación de Cofradías, que estará presidido por el titular cristífero de la Hermandad del Santo Traslado. El cortejo partirá de la Iglesia de San Julián a las 19:15 y continuará por Nosquera, Comedias, Plaza de los Santos Mártires, Santa Lucía, Granada, Plaza del Carbón, Plaza del Siglo, Duque de la Victoria, San Agustín, Císter y Patio de los Naranjos; a continuación, sobre las 20:30, entrará en la Catedral para rezar las estaciones del Vía Crucis. En el regreso, estará acompañado musicalmente por la Banda de Cornetas y Tambores del Paso y la Esperanza, y lo hará por el siguiente itinerario: Patio de los Naranjos, Císter, San Agustín, Granada, Plaza del Siglo, Plaza del Carbón, Granada, Santa Lucía, Plaza de los Santos Mártires, Comedias, Nosquera e Iglesia de San Julián, donde se estima que llegará a las 22:45, aproximadamente.
Además de los actos oficiales de la Agrupación, las cofradías también organizan los suyos propios, tales como presentaciones de carteles, pregones, conciertos, triduos, quinarios, etc. También aprovechan este período cuaresmal las asociaciones culturales y otras organizaciones relacionadas con la Semana Santa para presentar sus respectivos carteles y alguna que otra publicación cofrade que poder consultar para estar informados lo mejor posible de la semana mayor. De hecho, algunas cofradías ya han celebrado dichos actos en las últimas semanas, aunque el grueso de ellas lo hará en los próximos días. En mi caso, ya he tenido la oportunidad de asistir a las presentaciones de cuatro o cinco carteles, a dos conciertos y a la presentación del libro 'Ruta Cofrade 2010', en el que colaboro como fotógrafo y del que ya os hablé el otro día.
Por último, al final de la Cuaresma, se sucederán los traslados de los titulares a sus respectivas casas de hermandad, desde donde saldrán en procesión a partir del 28 de marzo; aquellas cofradías que, por el tamaño de sus tronos, sí pueden salir desde sus propias iglesias, llevarán a cabo traslados claustrales en vez de hacerlo por las calles de Málaga. Como de costumbre, Rescate y Estudiantes serán las primeras en trasladar a sus imágenes el viernes 19, mientras que el domingo 21 se vivirá una larga jornada de traslados que, a buen seguro, servirá de entrenamiento para lo que empezará justo una semana después.
Desde hoy, comienza la cuenta atrás para los siete días más esperados del año, al menos por mi parte, en los que recordaremos, celebraremos y representaremos la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

lunes, 15 de febrero de 2010

Ruta Cofrade 2010

El pasado viernes por la noche, se presentó en el Antiguo Conservatorio María Cristina de Málaga el libro 'Ruta Cofrade 2010', en el que un servidor colabora como fotógrafo.
El acto estaba previsto que comenzase a las ocho y media, pero, como buenos españoles que somos, hubo diez minutos de retraso. El presentador, tras dar la bienvenida a los asistentes, dio paso al pequeño concierto de piano con el que nos deleitó el joven Víctor Vallejo, hijo del director de la Banda Municipal de Málaga y que interpretó algunas conocidas marchas procesionales (La Madrugá, Alma de la Trinidad...) con dicho instrumento; hay que decir que chocaba un poco escuchar estas composiciones musicales con un piano, pero también hay que reconocer que el resultado fue brillante.
A continuación, subió al atril el creador de la publicación y hermano de numerosas cofradías y hermandades de la ciudad, Carlos Martínez, quién repasó la corta pero intensa trayectoria del libro, que alcanza ya, con esta de 2010, su octava edición desde que viera la luz en la Cuaresma del año 2003. Luego, pasó a describir todos los detalles concernientes a la actual edición: colaboraciones del alcalde y del presidente de la Agrupación de Cofradías, artículos escritos por una veintena de personalidades relacionadas con la Semana Santa de Málaga e historiadores, fragmentos del pregón oficial del pasado año pronunciado por Ana María Flores Guerrero, ilustraciones de algunos pintores que han colaborado, etc.
Siguió con el sumario del libro, que, en su segunda parte, se centra en dar detallada información sobre todas las cofradías y hermandades tanto agrupadas como no agrupadas (fecha de fundación, autores de las imágenes, estrenos previstos, traslados...), los lugares recomendados para ver las procesiones y las estaciones de penitencia y cultos que tendrán lugar en la Catedral. Después, se presentó la pintura que ilustra la portada del libro, obra del joven pintor Rubén Robles, que muestra al Santo Cristo Coronado de Espinas y Nuestra Señora de Gracia y Esperanza, titulares de la cofradía de Estudiantes.
Carlos Martínez también recalcó que, debido a la crisis, la tirada del libro de este año se ha visto reducida considerablemente, pasando de los casi diez mil ejemplares del año pasado a los 6.900 de éste; no obstante, agradeció a los patrocinadores que mantuvieran su confianza y apuesta en la publicación, que, como cada año, es gratuito. Como no va a llegar a tantas manos, se ha habilitado en la página web del libro un visor para poder consultar 'Ruta Cofrade 2010' online. El acto terminó con las intervenciones de algunas personalidades allí presentes, como el hermano mayor de Estudiantes y un concejal del Ayuntamiento.
En lo que a mí me concierne, he de confesar que estoy muy satisfecho con la presente edición, la segunda consecutiva en la que colaboro como fotógrafo. El año pasado, con una cámara digital bastante sencillita, conseguí que me publicaran unas cuarenta fotos; este año, con la cámara réflex que usé la pasada Semana Santa, he triplicado dicha cifra, y, por lo tanto, teniendo en cuenta que en el libro aparecen algo más de cuatrocientas fotos, supone aproximadamente el 25-30% de dichas instantáneas. He de confesar que el recuento no es del todo fiable, ya que hay algunas fotos que no vienen etiquetadas con el nombre del autor y otras cuya autoría está equivocada, principalmente debido a que otro de los fotógrafos comparte mi nombre de pila y mi primer apellido, así que equivocarse más de una vez era comprensible; de todas formas, viendo las fotos, yo sé cuáles pueden ser mías y cuáles no, y, como he dicho antes, creo que unas 125 han salido de mi cámara.
En fin, este año volveré a estar el primero en la calle para inmortalizar los innumerables momentos y escenas que la Semana Santa de Málaga, y ojalá que también la de Jerez, nos regalan durante los siete días que con más ganas espero que lleguen, y, claro está, que no se vean fastidiados por la temida lluvia. Por último, sólo me resta deciros que, si queréis tener alguna de mis fotos de la pasada Semana Santa, no tenéis más que pedírmelo y os la envío por correo en cuanto pueda.

viernes, 12 de febrero de 2010

No es mío, pero es interesante (X)

Diez ediciones van ya de esta joven sección, que sigue viva gracias a la notable aceptación que ha tenido por vuestra parte. Esperemos cumplir diez veces diez ediciones.
Como siempre, os traigo una serie de entradas de otros blogs que han sido publicadas en los últimos días y que, por una u otra razón, me han resultado interesantes. Hoy, tenemos un blog que se ha merecido aparecer dos veces en la lista que os pondré a continuación, concretamente se trata de Ciencia al Día, y estoy seguro de que en más de una ocasión volverá a asomarse por esta sección. La variedad sigue siendo predominante en las entradas que os enlazo, ya que podréis encontrar ciencia, matemáticas, humor, curiosidades, varios vídeos, etc.
Vayamos pues con la lista de enlaces de hoy:
  • Los perros atómicos: no son una nueva raza de superhéroes, sino unos adorables perros que nos enseñan lo que es un átomo a un nivel muy básico, ideal para las clases de Física y Química del colegio.
  • El origen de los números romanos: curiosa historia sobre la procedencia de los números romanos en lo que a la notación se refiere, además de recordar las reglas para su numeración, que seguro que a más de uno ya se le ha olvidado.
  • Monstruos numéricos: menos mal que usamos la notación arábiga, porque, si siguiésemos usando la romana que acabamos de ver, representar estos enormes números sería un caos.
  • ¿Tienes más memoria que un chimpancé?: increíble lo de este chimpancé, qué velocidad a la hora de resolver el problema que le plantean. Yo sería incapaz. Sí, vale, soy más tonto que un mono :P.
  • ¿Por qué se oscurece la arena cuando se moja?: sencilla explicación a una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez. La culpa la tiene la luz.
  • Google anuncia Google Buzz: el nuevo invento de Google acaba de nacer. ¿Será un fracaso como Wave? Yo creo que sí; de momento, llueven más críticas que halagos. Veremos cómo avanza la cosa.
  • 10 invenciones islámicas que dieron forma a nuestro mundo: entre las numerosas aportaciones de los árabes, aquí se nos destacan diez de ellas sin las cuales el mundo sería totalmente diferente.
  • El increíble truco de las cartas que cambian de color: nunca un truco de magia tan sencillo me dejó tan asombrado como éste. Reconocedlo: ¿a que vosotros tampoco os habéis dado cuenta de los cambios desde el primer momento?
  • Un mundo sin ingenieros: una serie de viñetas que ilustran a la perfección lo sumamente complicado que sería realizar tareas del día a día sin estas personas. Sin duda, la última viñeta es la mejor.
  • Abróchate a la vida: impactante anuncio. Poco más hay que decir.
  • Corazón de papel que late: un bonito regalo que seguro le gustará a vuestras parejas, sobre todo ahora que celebramos San Valentín. Eso sí, hay que ser un poco manitas.
  • ¿Por qué no tengo novia?: para los que no tienen la suerte de tener novio o novia, como en mi caso, esto quizás os haga ver por qué no encontráis a vuestra media naranja. Según la fórmula que proponen, una de cada trescientas mujeres es de mi gusto... Pues yo no la encuentro.
¿Qué os han parecido los enlaces recomendados de hoy? Espero que alguno os haya gustado y que me lo contéis en un comentario ;)

miércoles, 10 de febrero de 2010

¿Por qué las tarjetas de crédito tienen esa forma?

Las utilizamos todos los días para sacar dinero de un cajero, para pagar la camisa que vamos a comprar, para reservar una habitación de hotel a través de Internet... Las tarjetas de crédito, esos trozos de plástico de forma rectangular que llevamos siempre en nuestra cartera y que, ¡vaya casualidad!, sean del banco que sean, todas son iguales. Pero no solamente las tarjetas de crédito, sino también el DNI, el carné de conducir, la de la Seguridad Social, e incluso, si me apuráis, en la mayoría de los casos también coinciden en tamaño el carné del videoclub, el del autobús o el de la biblioteca. ¿Por qué tienen esa forma? La respuesta, en las siguientes líneas.
Antes de nada, os toca experimentar un poco. Coged una tarjeta de crédito o vuestro DNI y medid su largo y su ancho; luego, calculad el cociente de ambas longitudes y decidme qué número os sale. ¿Algo parecido a 1'618? Decimal arriba o decimal abajo, el resultado que os debe salir tiene que ser muy cercano al que os acabo de preguntar. ¿Por qué ese número y no otro? ¿Por qué no usar un rectángulo cuyo lado mayor sea el doble que el menor, y así será más fácil de construir en vez de tener que estar pendiente de que encaje con varios decimales? La explicación es muy sencilla: el número anterior es el número áureo.
¿Y qué particularidad tiene el número áureo para que tenga un nombre propio y que se use, como hemos visto, para hacer tarjetas de crédito? Pues que es un número que proporciona belleza y equilibrio a todo aquéllo a lo que se aplique. La primera curiosidad matemática que se le encuentra es que, tanto si lo elevamos al cuadrado como si le sumamos uno, el resultado final es el mismo, pero vamos a buscarle una propiedad algo más visual que nos permita admirar el atractivo que le caracteriza, por ejemplo, con el rectángulo de las tarjetas de crédito.
Primero, para no tener que romper ninguna tarjeta, poned una sobre un papel en blanco y trazad su contorno; a continuación, dibujad el cuadrado interior más grande que podáis, es decir, aquél cuyo lado mide lo mismo que el ancho del rectángulo. De esta forma, el rectángulo original ha quedado dividido en dos partes: una con un cuadrado y otra con un rectángulo. Bien, ahora medid el largo y el ancho del nuevo rectángulo que habéis obtenido y calculad el cociente. ¡Sorpresa! ¡Sale el mismo número que antes! Eso es porque hemos usado un rectángulo áureo, que, como su propio nombre indica, tiene como razón entre sus lados el número áureo, y, si pudiésemos repetir el experimento con el rectángulo que hemos obtenido infinitas veces, conseguiríamos rectángulos cada vez más y más pequeños y siempre áureos.
Una vez leí sobre el rectángulo áureo que no era ni demasiado largo ni demasiado ancho, y, desde luego, al que lo dijo no le falta razón. Se podría decir que, de entre todos los rectángulos que se pueden dibujar, el áureo es el más proporcionado, el perfecto, el modelo a seguir. Por eso, es el que se usa para las tarjetas de crédito, el DNI... ¡y las cajetillas de tabaco! ¿No os lo creéis? Haced la prueba y veréis que no miento. Pero lo del rectángulo áureo no es algo relativamente nuevo, ya que su armoniosa propiedad se utiliza desde hace ya miles de años, concretamente en los tiempos de la Antigua Grecia, cuando se aplicó para edificar el Partenón (su alzado cumple la proporción de oro).
Lo más fascinante de este número es que se muestra de forma continua en la naturaleza, como por arte de magia. El nautilus, una especie de molusco, tiene una concha cuya forma es prácticamente idéntica a la de la espiral logarítmica, que se construye a partir de continuas divisiones de rectángulos áureos. El crecimiento de las ramas de los árboles suele seguir la serie de Fibonacci, al igual que las hojas de las que se componen muchas flores. Esta serie, que viene determinada por los números 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21... se forma a partir de la suma de los dos últimos elementos de la serie; si calculáis el cociente de dos números consecutivos, os daréis cuenta de que, cuanto más grandes sean éstos, el resultado tiende a ser igual al número áureo.
Y el ser humano, ¿está caracterizado de alguna u otra forma por esta proporción? La respuesta es sí. La relación entre nuestra altura y a la que se encuentra el ombligo, por ejemplo, se muestra en el conocidísimo dibujo de Leonardo da Vinci 'El Hombre de Vitruvio', que describe las múltiples relaciones que se dan en el cuerpo de un hombre; de hecho, se dice que es el Canon de las proporciones humanas.
¿Casualidad? El comportamiento de la naturaleza parece condicionado en gran parte por el número áureo, como ya hemos visto, en el crecimiento de las plantas y árboles, en al forma de las conchas de algunos moluscos, en las proporciones del cuerpo de un ser humano y en muchas otras que también podría haber comentado. Es evidente que la casualidad o el azar podrían ser, si acaso, actores secundarios en estos hechos, porque el papel principal le corresponde, sin duda alguna, a ese número que aporta equilibrio, belleza y armonía allá donde se manifiesta: el número áureo.
Para los que queráis conocer algunas otras propiedades del número de oro, aquí os dejo el siguiente vídeo que he encontrado:



Nota: este post forma parte del Carnaval de Matemáticas que ha creado Tito Eliatron en su blog, así que, si queréis participar tanto en esta primera edición como en las futuras, no tenéis más que entrar en la web del Carnaval o en el blog de Tito Eliatron para informaros.

lunes, 8 de febrero de 2010

El Málaga desaprovecha su superioridad

El Málaga empató ayer 0-0 contra el Deportivo en un partido que se le puso de cara tras la expulsión de un jugador visitante, pero no supo aprovechar los más de cincuenta minutos de superioridad numérica para conseguir los tres puntos.
Los malaguistas salieron enchufados al césped, y prueba de ello son las dos ocasiones de las que gozó Fernando en los primeros cinco minutos: la primera, con un remate que detuvo Aranzubía tras jugada personal de Caicedo, y la segunda, al cabecear un centro de Mtiliga que se marchó fuera por muy pocos centímetros. El Deportivo respondió con un cabezazo de Bodipo al segundo palo que también estuvo cerca de ser gol y, casi sin querer, con un centro de Pablo Álvarez que el defensa Iván González, al intentar despejar, casi introduce en su portería, pero Stepanov llegó justo a tiempo para impedirlo en la misma línea de gol. El encuentro era muy vistoso y las oportunidades de gol siguieron llegando, sobre todo por parte del Málaga, que se adueñó del balón gracias a su superioridad en el centro del campo. Benachour lo intentó desde la frontal del área con un potente disparo ajustado al palo que despejó a córner Aranzubía, y, luego, de nuevo el meta deportivista tuvo que intervenir para evitar el gol de falta directa de Duda. La jugada polémica del partido tuvo lugar en el minuto 37: Pablo Álvarez es agarrado por Iván González dentro del área y cae, pero el árbitro entiende que ha simulado su caída y le muestra la segunda amarilla y la consiguiente roja. Antes del descanso, Duda dispuso de una última oportunidad de aventajar a su equipo con un disparo desde la frontal que repelió con apuros Aranzubía. El trencilla se equivocó en la acción del posible penalty, que lo fue, al expulsar a Pablo Álvarez, pero este jugador ya debió ver la segunda amarilla apenas dos minutos antes, cuando le dio una patada en la cara a Stepanov, por lo que ya no hubiera estado sobre el terreno de juego.
La segunda mitad, como era previsible, se caracterizó por el dominio casi absoluto de los locales, que, desde el comienzo, buscó el gol de la victoria. Caicedo fue el primero que lo intentó con un disparo raso desde dentro del área que atajó el portero rival; acto seguido, la mejor ocasión del Málaga tras un centro de Fernando al segundo palo donde Duda, con poco ángulo, estrelló el balón en la madera. El Deportivo se encerró bien en su campo e impidió que su rival avanzase con comodidad en los últimos metros, y bien que lo consiguió, porque los malacitanos sólo se atrevieron a rematar desde lejos, como hicieron, entre otros, Fernando por dos veces, Obinna, Toribio y Caicedo. Los deportivistas aprovechó algunos errores de los malaguistas para sorprender a la contra, pero las únicas dos llegadas a la portería defendida por Munúa no le causaron mayores problemas.
El Málaga se sitúa decimosexto con tres puntos de ventaja sobre los puestos de descenso. Los dos próximos partidos se antojan vitales, ya que después toca jugar en el Camp Nou, y puntuar allí es una quimera; el domingo que viene, el equipo blanquiazul viajará a tierras santanderinas para medirse al Rácing de Santander y, la semana siguiente, recibirá en La Rosaleda al Espanyol de Barcelona.

domingo, 7 de febrero de 2010

Viaje a Roma: día 4

Sábado, 10 de octubre de 2009

7:30
Suena la alarma del móvil. Antes de abrir los ojos, empecé a acordarme de que, durante la noche, apenas un par de horas antes aproximadamente, había escuchado llover. ¿Seguiría lloviendo ahora? Sólo había una forma de comprobarlo, así que me levanté de la cama, abrí la ventana y... ¡El diluvio! Una manta de agua caía sobre Roma y otro diluvio, de impotencia, me empapaba al ver esa estampa, porque las previsiones se estaban cumpliendo y el cielo no decía otra cosa que no fuera lluvia durante todo el día.
Entré en el baño a lavarme la cara mientras empezaba a asimilar que toda la planificación se había ido al traste. Jesús y Sebas se levantaron apenas unos minutos después de mí y tampoco daban crédito a la situación, porque una de las peores cosas que te puede pasar cuando vas de viaje es que te llueva. Mientras me iba vistiendo (me puse un polo de manga larga, porque hacía fresquito), seguía escuchando no sólo la lluvia, sino también truenos estruendosos, valga la redundancia. ¡Qué mal color estaba cogiendo el día!
A las ocho, Sebas, Jesús y yo nos fuimos a desayunar al tiempo que Pepe se levantaba para ducharse. Busqué la pseudo Nocilla para quitarme el mal sabor de boca de la lluvia, pero hoy no había rastro de él, así que repetí el desayuno del primer día, es decir, cuatro rebanadas de pan de molde tostadas y un vaso de leche con pseudo Colacao. Después de fregar lo que usé, volví a la habitación para ver las rutas que había planificado para los dos días que quedaban y el mapa e intentar buscar una nueva ruta que nos evitase tener que alejarnos mucho del centro, que consistiese, básicamente, en visitar iglesias y lugares donde poder estar a salvo de la lluvia y donde tuviésemos que andar lo menos posible.
En una mini reunión de emergencia, decidimos empezar la ruta con lo previsto, es decir, con la Basílica que está a unos minutos del hostal, y luego, pues ya iríamos improvisando pero procurando mantenernos a cubierto cuanto más tiempo mejor. Sebas bajó a la calle a sacar dinero y, mientras tanto, Jesús, Pepe y yo cogíamos las cámaras, las rutas, el mapa y, por supuesto, los paraguas que nos habíamos traído como buenos previsores que fuimos. Nada más salir de la habitación, desfiló ante nosotros una hilera de chicas, siete u ocho por lo menos, de unos dieciocho o veinte años que, por el habla y los rasgos, parecían alemanas, aunque también podrían ser rusas o checoslovacas, quién sabe.
Ya en la calle, nos reunimos con Sebas y seguía lloviendo, aunque ya no con tanta intensidad como antes; de hecho, justo antes de bajar hice esta foto desde la ventana de nuestra habitación en la que se aprecia toda el asfalto mojado (la lluvia no se ve, pero creedme que en ese momento llovía).

9:15
Con el paraguas haciendo su función, nos dirigimos a la Basílica di Santa Maria Maggiore, una de las cuatro basílicas mayores de Roma; nos metimos rápidamente en el templo para guarecernos de la lluvia, aunque, todo hay que decirlo, no llovía demasiado. Primero, accedimos a una especie de vestíbulo, donde vimos una gran estatua de Felipe IV de España; a continuación, entramos en la Basílica propiamente dicha.
Como nos imaginábamos, el interior era bastante grande, casi tanto como la Basílica di San Pietro. Estaba un poco oscuro, aunque, a veces, se iluminaba de repente durante un par de minutos para, de nuevo, volver a apagarse las luces; yo supuse que esta intermitencia de luz y oscuridad se debía a que algún turista echaría una moneda en alguna máquina 'tragaperras' como la que estaba al lado de la estatua de El Moisés que vimos el jueves, pero yo no llegué a ver dicha máquina, así que no puedo asegurar que ésta fuera la razón.
Nada más entrar, se encontraba la tumba del papa Clemente IX, con una gran estatua del pontífice presidiéndola. El interior de la fachada estaba plagado de placas de mármol con inscripciones en latín relativas, principalmente, a varios papas y a datos sobre la construcción del templo, mientras que, en la parte superior, se podía ver una vidriera circular con la imagen de la Virgen y el Niño Jesús. Lo que más me gustó de la Basílica fue el artesonado del techo, de estilo renacentista y con un dorado impoluto.
La nave central estaba separada de las laterales por dos hileras de columnas, sobre las cuales había varios frescos que representaban escenas de la vida de la Virgen y de Cristo. En las naves laterales, predominaban las capillas internas dedicadas a papas, como la Sixtina (donde están enterrados Sixto V y Pío V) y la Paulina (donde yacen los cuerpos de Pablo V, Clemente VIII y Paulina Bonaparte). Otras capillas no se podían visitar al estar cerradas las rejas que permiten entrar en ellas, mientras que había una en la que se estaba dando misa, así que imaginaos cómo de grandes eran.
El altar contenía varios elementos destacables. El primero, el baldaquino que hay en el centro, del estilo del de la Basílica di San Pietro; el ábside, con un gran mosaico en la bóveda representando la Coronación de María y, justo debajo, un cuadro con el nacimiento de Jesús; bajo el altar, había un pequeño entrante al que se accedía bajando unos escalones y en el que se guardaba una especie de urna plateada de la que desconozco su simbología, y enfrente una estatua de mármol a tamaño natural de un papa en posición de rezo; por último, a un lado del baldaquino, vimos una columna sola en pie, que seguramente tenía algún significado, pero no sé cuál es, aunque durante el viaje volveríamos a ver algo parecido.
Eran las diez de la mañana y ya acumulábamos unos veinte minutos de retraso, en gran parte debido a la indecisión que tuvimos por culpa de la lluvia. En fin, que salimos a la calle y... ¡El cielo estaba totalmente despejado! No me lo podía creer. En menos de una hora, habíamos pasado de tener que usar el paraguas a comprobar atónitos que en el cielo no se veía ni una nube. Cualquiera diría que había estado lloviendo hasta hace poco, excepto por los delatadores charcos y el asfalto mojado. De esta forma, volvimos a la ruta que estaba planificada, pero antes nos quedaba por ver la columna de la plaza, con la estatua de la Virgen y el Niño Jesús en lo más alto y con una pequeña fuente en su base y la fachada principal de la Basílica, que no daba la impresión de que fuera de un edificio religioso, ya que más bien parecía de un palacio; sobre ella, se levantaba un campanario medieval, el más alto de Roma, con 75 metros de altura.
Luego, rodeamos la Basílica hasta llegar a la fachada trasera, en la Piazza dell'Esquilino, donde vimos el enésimo obelisco de Roma, y no sería el último (yo ya perdí la cuenta); nos hicimos algunas fotos y bajamos Via Cavour hasta la bocana del metro, ya que nuestro siguiente destino se encontraba a más de cinco kilómetros. Tras comprar el billete en las máquinas expendedoras, fuimos al andén y ya empecé a darme cuenta de lo que había leído en Internet: la línea de metro que cruza la ciudad de norte a sur no tiene nada que ver con la que va de este a oeste, ya que está mucho más dejada y más sucia. Los vagones de los convoyes, por ejemplo, eran más viejos que los que usé el primer día para ir a la Piazza di Spagna para reunirnos con Pepe, y, además, estaban llenos de pintadas y graffitis.

10:30
En apenas diez minutos, llegamos a la parada de la Basílica di San Paolo Fuori le Mura, donde se dice que está enterrado el cuerpo del apóstol San Pablo. El templo es una de las cuatro basílicas mayores de Roma, junto a la de San Pietro, Santa Maria Maggiore y San Giovanni in Laterano, siendo, además, la segunda más grande después de la del Vaticano; cabe destacar también que el edificio actual no es el original, ya que éste fue destruido por un incendio a principios del siglo XIX, por lo que la apariencia actual no es la típica que tenemos grabada en la mente de una iglesia o un templo religioso.
Tras ver el campanario, bordeamos el edificio y llegamos a uno de sus laterales, pero, al principio de éste, había una parte que parecía el frontal, con una columnata de entrada y un vestíbulo; la verdad es que la primera impresión que me dio el templo es que era muy básico, algo simplón, pero, como suele pasar, y, ya nos ha pasado varias veces durante el viaje, las apariencias engañan. ¡Qué maravilla! No sé cómo expresarlo, pero me quedé embobado con lo tenía ante mí. Me impresionó tanto que no me atrevo a decidirme entre la Basílica di San Pietro y ésta; la estética de las dos es muy diferente, así que con eso me excuso para no poner a una por encima de la otra.
La de San Paolo destacaba por su luminosidad, conseguida, en gran parte, por la abundancia de mármol blanco y los detalles en tonos dorados, aparte de la iluminación artificial, la justa para no deslumbrar demasiado. El ábside del altar me encantó; era un enorme mosaico que representaba a Jesucristo sentado en el centro, con San Pablo y el evangelista Lucas a la derecha, y con San Pedro y su hermano Andrés a la izquierda, mientras que debajo, en el centro, estaban los instrumentos de la Pasión (la cruz, los clavos y la corona de espinas), con los doce discípulos a su alrededor. Luego me fijé en el artesonado del techo, con formas y escudos dorados sobre fondos en color rojo, verde y azul.
Cuando llegamos, se estaba oficiando una misa multitudinaria, ya que la nave central estaba repleta de gente sentada en los bancos, y sacerdotes habría, por lo menos, cuarenta o cincuenta, sin exagerar, además de un coro. En el altar, también destacaba un órgano y el baldaquino, muy diferente a los que habíamos visto en San Pietro y en Santa Maria Maggiore. Después, pasamos por la naves laterales, en las que se encuentran las estatuas de los apóstoles; desde allí, entre los arcos de las largas columnatas, nos asomamos a la nave central, que destacaba por el techo artesonado y por los mosaicos laterales que mostraban escenas de la vida de San Pablo.
Desde el final de la nave central, la perspectiva del templo era espectacular, con el Arco Triunfal separando el transepto de las naves y el ábside al fondo. Sin palabras. En la nave lateral derecha, estaba expuesta una maqueta de la Basílica partida en dos para que se pudiera pasar por en medio y observar los detalles del interior del templo, fielmente reproducidos. A la altura del Arco Triunfal, estaban las estatuas de San Pedro y San Pablo sobre pedestales delante del altar, cada una de ellas pegada a las columnatas laterales; además, detrás de la de San Pablo, estaba una columna sola similar a la que vimos esa misma mañana en Santa Maria Maggiore.
También nos fijamos en una franja horizontal que recorría todo el perímetro del templo; en ella, se alineaban unos medallones con los retratos de todos los papas que ha habido ordenados cronológicamente. Junto a cada uno de ellos, aparecía el nombre del pontífice y la duración de su pontificado; actualmente, un foco ilumina el medallón de Benedicto XVI. Tras visitar algunas capillas, volvimos al fondo de la nave para salir al atrio por la Puerta Bizantina.
El atrio, de forma cuadrada, estaba formado por cuatro pórticos que sumaban 150 columnas en total; además, estaba cuidadosamente ajardinado con setos y y palmeras. En el centro, se erigía una colosal estatua de San Pablo portando una espada, como símbolo de su muerte por decapitación. En la parte superior del pórtico que linda con el templo, la fachada estaba decorada con un mosaico en el que aparecía Jesucristo entre San Pablo y San Pedro, mientras que debajo estaban representados los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, y el Cordero Místico, del que manan cuatro ríos (los cuatro evangelios) y al que acuden doce corderos (los doce apóstoles).

11:25
Tras echarle un último vistazo a la Basílica, que bien lo merecía, retomamos la ruta prevista. Ahora tocaba andar un buen trecho, pero, a pesar de mirar en el mapa y ver las señales de las calles allí mismo in situ, no supimos orientarnos correctamente, así que, ante la indecisión, preguntamos al primero que pasó a nuestro lado por dónde se iba al Coliseo, ya que nuestro siguiente destino se encontraba en esa dirección. El hombre que nos lo indicó se quedó sorprendido y nos advirtió de que el Coliseo nos quedaba muy lejos como para ir andando, pero le dijimos que no íbamos allí exactamente, sino a un punto intermedio.
El camino no tenía pérdida, ya que sólo teníamos que andar y andar por la Via Ostiense todo recto para adelante. Por suerte, la lluvia no volvió a hacer acto de presencia en todo el día, pero, por contra, hizo bastante calor, y sobre todo llevando un polo de manga larga como me pasó a mí; menos mal que, en el trayecto, pasamos por dos fuentes donde pudimos refrescarnos y beber agua. El cansancio acumulado de los dos días anteriores empezó a hacer mella y, como bien me dijo Sebas, deberíamos haber cogido el metro para ir hasta nuestro siguiente destino, ya que una de las paradas estaba justo enfrente; en fin, habiendo recorrido ya buena parte del camino, lamentarse servía ya de poco. Casi media hora después de salir de la Basílica di San Paolo, llegamos a la Piazzale Ostiense.
En ella, se encontraba la Pirámide Cestia, de estilo egipcio, aunque por fuera está recubierta de mármol en vez de ladrillo, y con una altura de unos 36 metros; junto a ella, estaba la Porta Ostiense, que también se conoce como Porta San Paolo, y que formaba parte de la antigua muralla Aureliana que rodeaba toda la ciudad. Ahora, tocaba ir a una de las sorpresas del viaje, un lugar de Roma que muy poca gente conoce y que, a pesar de su simpleza, maravilla tanto como cualquier monumento típico como el Coliseo. Tiramos por Via Marmorata, donde paramos un momento para que Pepe comprase en un quiosco un ejemplar del periódico 'La Repubblica', y, a continuación, subimos una empinada cuesta formada por la Via Asinio Pollione y por la Via di Porta Lavernale.
Finalmente, llegamos a la Piazza dei Cavalieri di Malta. En principio, no había indicios de que allí hubiera algo destacable, pero resultaba raro ver una pequeña cola de gente delante de una puerta cerrada. Nos unimos a ella y, cuando llegó nuestro turno, miramos por el ojo de la cerradura: un pasadizo cubierto por árboles y plantas y, al fondo, la cúpula de la Basílica di San Pietro. ¡Quién diría que por un agujerito de una puerta se podría contemplar esa escena! Era lo más parecido a un momento mágico, de cómo desde algo tan pequeño se puede ver algo tan grande. Descansamos unos minutos en un banco que había en la plaza y luego bajamos la colina hasta volver a la Via Marmorata.
Cruzamos el Tíber por el Ponte Sublicio y pasamos por delante de la Porta Portese, un trozo de una antigua muralla de Roma, que está un poco estropeada en comparación con la Porta Ostiense que vimos apenas una hora antes. Estábamos bastante cansados y por delante teníamos una larga y empinada subida a una colina desde la que hay unas grandes vistas de la ciudad, así que, antes de seguir, le pregunté a Jesús, Pepe y Sebas si preferían descartar esa parte de la ruta, pero dijeron que no, que ya que habíamos llegado hasta ahí no íbamos a echarnos para atrás.
Empezamos a subir la cuesta, pasando bastante calor; por suerte, vimos una fuente en la que nos hinchamos a beber agua, que estaba bastante fría y que nos vino de perlas. No estábamos muy seguros de en qué punto nos encontrábamos exactamente, así que le preguntamos a un señor que pasaba por allí por dónde se iba al Gianicolo. No me acuerdo cómo avanzó la conversación, pero este hombre nos empezó a hablar en español y nos dijo que era de Madrid; el hombre estuvo muy amable con nosotros y, además, nos recomendó que tirásemos por un camino diferente al que teníamos previsto, que, aunque era un pelín más largo, tenía cosas que ver de por medio.

13:00
En efecto, en el trayecto pasamos por la Iglesia di San Pietro in Montorio, un convento de franciscanos españoles en Roma y donde tiene su sede la Academia de España en la capital italiana; al entrar en el templo, se estaba celebrando una boda, así que seguimos con nuestro camino. Luego, pasamos por enfrente de una especie de altar dedicado a Roma y, unos metros más arriba, por la Fontana dell'Acqua Paola, también conocida como Il Fontanone, una fuente adosada a un gran pórtico situado en un mirador desde el que ya se podía contemplar toda la ciudad. El último tramo que nos quedaba era la Passeggiata del Gianicolo, un camino en mitad de un frondoso parque adornado con numerosos bustos de personajes italianos.
Por fin llegamos al final de la colina, al Gianicolo. Era una plaza bastante grande presidida en el centro por la estatua ecuestre dedicada a Giuseppe Garibaldi, el líder del Risorgimento italiano; el pedestal tenía mucha carga simbólica, con esculturas de bronce escenificando algunas escenas de la citada época. Desde allí, se podía contemplar toda Roma, una espectacular panorámica que permitía divisar prácticamente todos los monumentos más reseñables, como el Palazzo di Giustizia, la Torre delle Milizie, el Altare alla Patria, la iglesia de Trinità dei Monti, el Panteón, la Basílica di Santa Maria Maggiore, etc. Aprovechamos para descansar allí sentados en el mirador un buen rato, cerca de un cuarto de hora, porque, si ya estábamos cansados de antes, la subida hasta el Gianicolo fue el remate. Pepe se ve que estaba en forma y se fue a la otra punta de la plaza, desde donde se veía también la Basílica di San Pietro y el Castel Sant'Angelo.
Sobre las dos menos cuarto, nos pusimos en pie para seguir conociendo Roma; tiramos de nuevo por la Passeggiata del Gianicolo y, en vez de seguir por donde pasamos antes, cortamos camino por la Via di Porta San Pancrazio, al final de la cual paramos en la fuente donde nos encontramos al señor de Madrid. Yo aproveché para beber agua otra vez y también para mojarme la cabeza, porque hacía mucha calor. A continuación, bajamos por unas escaleras de piedra y recorrimos la Via della Paglia, ya en el conocido barrio del Trastevere; parecía que estuviésemos en otra ciudad, con las calles estrechas, llenas de plantas y flores y un toque medieval que le daba mucho encanto.

14:00
Llegamos a la Piazza di Santa Maria in Trastevere, que toma su nombre de la famosa basílica que se encuentra en ella; había bastante gente en la plaza, sobre todo sentada en la fuente que hay en el centro. El exterior del templo no era gran cosa, ya que el mosaico de la fachada estaba bastante gastado y el pórtico de entrada, junto con las estatuas que tiene encima, un poco sucios; sólo destacaba el campanario, que aparentaba estar muy bien conservado. Pero como nos pasó esta mañana en San Paolo Fuori le Mura, el interior mejoró, y mucho, la primera impresión.
La Basílica di Santa Maria in Trastevere parecía una miniatura de la de Santa Maria Maggiore, aunque no es que fuera especialmente pequeña, sino todo lo contrario. Lo primero que nos llamó la atención fue el artesonado de madera del techo, creando formas geométricas alrededor de frescos y escudos de oro. Las capillas de las naves laterales eran muy variadas, con un crucificado, tumbas de papas, otras dedicadas a la Virgen, etc. El Arco Triunfal, decorado con frescos, separaba las tres naves del transepto, donde el techo también era un artesonado, con una escultura de la Virgen en el centro, mientras que, en uno de los laterales, se encontraba un enorme órgano.
En el altar, estaba el baldaquino, algo más discreto que los de San Pietro, Santa Maria Maggiore y San Paolo, y la columna solitaria, ésta en forma de espiral, de la que desconozco su significado. Lo mejor de la Basílica era, sin duda alguna, su ábside, el cual podéis ver en la imagen. En la parte superior, se representaba la Coronación de la Virgen, y en la central y en la inferior, algunas escenas de su vida, todo ello en forma de mosaico. A los pies del altar, se exponía una conocida iconografía bizantina de la Virgen con el Niño Jesús, que se suele denominar Theotokos.
Ya eran cerca de las dos y media, por lo que tocaba buscar un sitio para almorzar. En mi lista, tenía anotados varios sitios del Trastevere, pero pasamos por un par de ellos y estaban cerrados; en la Via Francesco a Ripa, vimos una mezcla entre bar y restaurante en el que había un menú consistente en dos platos, pan y bebida por 9'50 euros, creo recordar, así que no nos complicamos la vida y elegimos ese sitio; nos atendió un joven que, más o menos, hablaba español, así que no nos costó mucho comunicarnos con él. Sólo se podía elegir entre dos platos del primero y otros dos del segundo; yo me pedí de primero spaghettis al pomodoro y de segundo un filete de cerdo con salsa de pimienta, y mis amigos casi lo mismo que yo.
El primer plato tardaron un poco en traerlo, unos veinte minutos, pero no nos importó mucho, porque, de lo cansados que estábamos, ya nos daba igual unos minutos más que menos; de todas formas, así estaríamos más tiempo sentados y descansando las piernas y, sobre todo, los tobillos, que yo los tenía destrozados. Los spaghettis no eran nada del otro mundo, aunque tampoco estaban malos, pero me esperaba el tomate en salsa y no en trozos, que no me gusta nada. El segundo plato fue una decepción, porque el filete era un filetito, para nada tenía un tamaño aceptable, y la guarnición consistía en una especie de puré de patatas rebozado y un par de patatas fritas de sobre. Los cuatro coincidimos en que lo que habíamos comido no costaba lo que pagamos después, sobre todo si lo comparábamos con cualquier bar del estilo en España donde te pides un plato combinado y te quedas más que satisfecho.

15:45
La hora larga que estuvimos sentados para comer nos vino muy bien para reponer fuerzas, porque todavía quedaba mucha tarde por delante. Nos dirigimos a la Isla Tiberina, que, como su propio nombre indica, se ubica en el río Tíber; es bastante pequeña, ya que sólo tiene una plaza, una iglesia y un palacio que actualmente alberga un hospital como lugares notables. Cruzamos a la otra orilla del río, donde encontramos el edificio de la Sinagoga, ya que en ese barrio estaba ubicado el gueto judío de Roma, y, unos metros más adelante, el Pórtico d'0ttavia, bastante deteriorado, aunque se intuían algunas inscripciones y mosaicos en su fachada; también advertimos que se podía acceder desde allí al Teatro Marcello, que ya visitamos el jueves.
Luego, fuimos a la Piazza Mattei para ver la Fontana delle Tartarughe, pero estaba rodeada de una rejilla metálica, supongo que para restaurarla. Seguimos por la Via dei Falegnami y por la Via dei Giubbonari hasta la Piazza Campo de' Fiori, una de las más concurridas de Roma, sobre todo por la noche, debido a que los jóvenes se suelen reunir en sus numerosos pubs. En la plaza, en torno a la estatua central de Giordano Bruno, también se monta cada día un mercadillo repleto de tenderetes donde poder comprar fruta, carne o pescado; casualmente, estaban empezando a recoger y limpiar todo cuando llegamos. A apenas unos metros de la plaza, estaba la Piazza Farnese, llamada así por el Palazzo Farnese, actual embajada de Francia.
No nos entretuvimos mucho porque ya llevábamos más de media hora de retraso acumulada, por lo que nos fuimos rápidamente por la Via dei Baullari y Corso Vittorio Emanuele II para entrar en la Iglesia di Sant'Andrea della Valle, cuya fachada estaba tapada por unos andamios, y con la que iniciaríamos la que se podría denominar como 'ruta de las iglesias', ya que durante la tarde visitaríamos unas cuantas. Ésta tenía una planta y una estructura similar a las que ya conocíamos de los dos días anteriores, pero se diferenciaba del resto en el predominante tono dorado del interior, mientras que el techo de la nave central, en forma de bóveda de cañón, estaba decorado con varios frescos.
Las capillas laterales eran muy barrocas y contenían muchas esculturas, entre otras, una copia de 'La Piedad' de Miguel Ángel, aunque en mármol negro. Lo más reseñable del templo era la parte del altar, ya que sobre ella estaba una enorme cúpula, la tercera más alta de Roma, con los cuatro evangelistas pintados en cada esquina del crucero; detrás del altar, un profundo ábside con tres gigantes cuadros que representaban los últimos momentos de la vida de San Andrés, al que está dedicada la basílica: la crucifixión, el martirio y la sepultura. Por último, también vimos un gran órgano adosado a la parte interna de la fachada, sobre la puerta de entrada.

17:00
Salimos a la calle y, de camino a nuestro siguiente destino, nos topamos con el Area Sacra, una plaza en la que se conservan numerosos restos arqueológicos del Imperio Romano tales como varios templos de los que sólo se han salvado algunas columnas y muros. A continuación, fuimos a la Iglesia del Gesù, la cual ya habíamos visitado el jueves por la tarde, pero entramos de nuevo porque la otra vez estaba muy apagada debido a que ya iba a cerrar. Los bancos del templo estaban todos ocupados, ya que se iba a celebrar una misa organizada por el grupo religioso 'Gesù al centro', que ya conocíamos del día anterior, cuando nos pararon cerca de la Piazza Navona para informarnos de los actos que iban a llevar a cabo.
Como en la mayoría de las iglesias, el techo de la nave central era una maravilla; en este caso, toda la atención se la llevaba el fresco del Triunfo del Nombre de Jesús, rodeado por varias esculturas de ángeles en la bóveda de cañón. El altar no era demasiado vistoso, si lo comparamos con el resto del templo, pero la cúpula, del mismo estilo que la de Sant'Andrea della Valle, sí se merecía que mirásemos hacia arriba. Después, pasamos por las capillas laterales, diez concretamente, que no podían negar que fueran barrocas por toda la ornamentación que tenían; sin duda, la más expresiva de todas era la Capilla de San Ignacio, donde está la urna que conserva el cuerpo del santo con un grupo escultórico a cada lado y un lienzo encima.
Continuamos con nuestra particular 'ruta de las iglesias' con la Iglesia di Santa Maria in Via Lata, aunque, para llegar allí, tuvimos que sortear el odioso tráfico de Roma, porque los conductores no saben parar en los pasos de cebra. Este templo era mucho más pequeño que en los que acabábamos de estar, no obstante, el interior sí compartía la estética barroca. El artesonado del techo era un poco simple, con ventanas en los muros sustentados por columnas de mármol; el altar alberga el objeto más importante de la iglesia: un icono de la Virgen del siglo XIII, a la que se le atribuyen algunos milagros. Tras contemplar las capillas y el órgano que hay sobre la puerta principal, cruzamos de acera para entrar en la Iglesia di San Marcello al Corso, pero, antes de ello, nos detuvimos un rato justo delante para ver a un hombre que pintaba en unas láminas, utilizando únicamente sprays, algunos moldes y hojas de periódico, unos dibujos un tanto futuristas mezclando planetas con el Coliseo o varias pirámides.
Esta iglesia era más grande que la anterior, aunque un poco menos que la del Gesù, por poner un ejemplo. El techo artesonado creaba formas cuadriculadas en cuyos huecos había insertados elementos en tonos dorados, como varios escudos y una Virgen en el centro. Las capillas se caracterizaban por su variedad, ya que lo mismo encontrabas un monumento fúnebre, que una escultura de una dolorosa o un cuadro de un santo; en el ábside del altar se hallaba un fresco en el que aparecía el papa Marcelo I, al que está dedicada la iglesia.

18:00
Subimos por la Via del Corso y continuamos por una de sus bocacalles, la Via del Carabita, que desembocaba en una pequeña plaza en la que se erigía la Iglesia di Sant'Ignazio di Loyola; su fachada era tan grande que, situándome lo más lejos posible de ella, era incapaz de hacer una foto en la que pudiera salir entera. Si por fuera, sus magnitudes se salían de lo normal, en el interior, pues más de lo mismo. El fresco de la bóveda de cañón era admirable, aunque, con la poca iluminación que había, no se apreciaba bien del todo, al igual que la cúpula, que tampoco se quedaba atrás en espectacularidad. En el ábside, se mostraban mediante cuadros algunos pasajes de la vida de San Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuítas, también representado en una estatua en una de las capillas de las naves laterales. Las dos capillas de las esquinas del crucero eran las más elaboradas, con grandes altares dedicados a San Luis y a la Anunciación de María.
Nos sentamos unos minutos en los bancos de la iglesia para descansar un poco, que falta hacía después de todo lo que habíamos andado durante el día. Luego, fuimos a la Piazza di Pietra, donde hallamos el Templo de Adriano, bueno, más bien lo que queda de él, once columnas de quince metros de altura que actualmente forman parte de la fachada de un edificio; en el escaparate de una tienda de la misma plaza, vimos una maqueta de cómo era el templo allá por el siglo II, cuando se construyó.
Seguidamente, nos dirigimos al Palazzo di Montecitorio, sede de la Cámara de los Diputados; en la plaza en la que se encuentra, también se erigía un obelisco, para variar. Por cierto, en la puerta del palacio había varios carabinieri a los que parece que no les importaba que les fotografiaran, porque me extraña que no se dieran cuenta de ello con la cantidad de turistas que rondaban por allí haciendo fotos; en fin, no eran tan tiquismiquis como el de ayer. A apenas unos pasos de allí, estaba la Piazza Colonna, llamada así por la columna de Marco Aurelio que se levanta en ella, aunque realmente es una estatua de San Pablo la que la corona y no la del emperador romano.
Avanzamos por la Via del Corso unos minutos hasta la Iglesia dei Santi Ambrogio e Carlo al Corso, cuya fachada era un poco diferente de la mayoría de las que habíamos visitado esa tarde; el interior sí mantenía la estructura típica de las iglesias de Roma, pero la tonalidad predominante de las paredes y las columnas era más cálida. Se estaba oficiando una misa, así que no la vimos con mucha profundidad, aunque sí pudimos apreciar la bóveda de cañón de la nave central con un gran fresco centrada en ella, algunas capillas muy recargadas con altares, esculturas y pinturas, y la cúpula, una de las más grandes de la ciudad.
A la espalda de la iglesia, en la Piazza Augusto Imperatore, nos topamos con el Mausoleo de Augusto, un monumento de forma circular que, con el paso del tiempo, se ha ido cubriendo de plantas y árboles, aunque, a pesar de ello, sigue manteniendo casi intacta su estructura original.

19:00
A continuación, fuimos en dirección a la Piazza del Popolo, pero, a mitad de camino, nos detuvimos en la Fontana del Babuino, una de las estatuas parlantes de Roma. Unos minutos después, llegamos a la conocida plaza, la última de las más importantes que nos quedaba por visitar. Estaba llena de gente, principalmente sentada en los escalones del Obelisco Flaminio, que se alza en medio de la plaza, y en los de las iglesias gemelas de Santa Maria dei Miracoli y Santa Maria in Montesanto, donde se cruzan la Via del Babuino, la Via del Corso y la Via di Ripetta.
En los laterales este y oeste, había dos fuentes adosadas al muro que rodea la plaza y presididas por respectivos grupos escultóricos con tintes mitológicos; en uno de ellos, se reconocía fácilmente una escena similar a la de la Fontana di Trevi, con Neptuno y los dos tritones. Justo enfrente de una de las dos fuentes, estaba un imitador de Michael Jackson bailando algunas de sus canciones con bastante público alrededor, aunque no lo imitaba del todo bien. En ese instante, perdí de vista a mis amigos; llamé a uno de ellos pero no me lo cogían, seguramente porque no escucharían el móvil con todo el ruido y el bullicio de la plaza, así que estuve unos minutos solo.
En el extremo norte de la Piazza del Popolo, se encontraba la Basílica di Santa Maria del Popolo, en la que no entré porque ya estaba cerrada, y la Porta Flaminia, con varias inscripciones y estatuas en la parte externa a la plaza. Poco después, me encontré con Pepe, Jesús y Sebas, que también me estaban buscando; mientras ellos veían la Porta Flaminia, yo me quedé esperándoles sentado en la escalinata de la basílica porque estaba fundido, los tobillos casi ni los sentía y cada paso que daba era un doloroso pinchazo en las plantas de los pies.
Reunidos los cuatro de nuevo, nos acercamos al obelisco, donde Pepe había quedado con su amiga Bea, que tenía su piso a muy pocos metros de allí; le vimos en seguida con otras amigas que, como ella, estaban en Roma de Erasmus. Como ya no íbamos a visitar nada más, decidimos dar una vuelta por el centro de la ciudad con Bea y, de paso, buscar un sitio para cenar. Justo cuando nos pusimos en marcha para tirar por la Via del Corso, de la Iglesia di Santa Maria in Montesanto, una de las dos iglesias gemelas de la plaza, salía una procesión con varios sacerdotes y personas portando cirios encendidos, al tiempo que rezaban; quién me iba a decir que vería algo así en Roma a esas alturas de año.
Como vimos que se estaba formando mucha aglomeración de gente y que nos íbamos a quedar en medio de ella, avanzamos rápidamente por la Via del Corso, al final de la cual se veía el Altare della Patria totalmente iluminado; bien se merecía hacer una foto, pero con el objetivo de mi cámara no se podía hacer mucho; nos desviamos por la Piazza Colonna y, tras callejear un poco, llegamos a la Piazza della Rotonda, es decir, donde está el Panteón. En una de las bocacalles, entramos en una pequeña pizzería para tomarnos unas pizzas al taglio; no había mucha variedad, así que casi todos nos pedimos la de jamón, que no estaba nada mal y, además, a buen precio, unos 3'5 euros creo recordar. Si nos las tomábamos en una de las mesas, nos cobraban más, así que las pedimos para llevar y nos fuimos a la plaza para sentarnos en los escalones del obelisco que hay en medio.
¡Qué bien se estaba allí! Temperatura agradable, el Panteón enfrente de nosotros, descansando sentados después de un largo día caminando de un lado para otro... Estuvimos un buen rato charlando con Bea de todo lo que habíamos visto estos días, y se quedó sorprendida de lo bien que habíamos aprovechado el viaje, porque, todo hay que decirlo, en tan poco tiempo no se pueden visitar tantas cosas. Le estuve enseñando algunas de las fotos que había hecho, y coincidió conmigo en que la Basílica di San Paolo Fuori le Mura era uno de los sitios menos famosos de Roma que más le gustaba. También aproveché para borrar algunas fotos, porque, si no lo hacía, no iba a tener suficiente memoria libre para fotografiar los lugares que veríamos el domingo.

21:30
Nos pusimos en pie para comprarnos un helado en una heladería que estaba al lado del Panteón; mientras pensaba de qué me lo iba a tomar, me llamaron mis padres al móvil para preguntarme qué tal me había ido el día y lo que había visto. Tras pedirme el helado (no me acuerdo de qué sabores, pero chocolate o nutella, o los dos, seguro que los elegí), nos dirigimos a la Piazza Navona, donde estaba montado un escenario; era un acto organizado por el grupo religioso 'Gesù al centro', con el que ya nos habíamos cruzado un par de veces durante el viaje.
La mayoría de los integrantes eran jóvenes de unos veinte años; dieron un pequeño concierto de canciones sobre Jesús, contaron experiencias religiosas que habían vivido, etc. Lógicamente, era todo en italiano, pero más o menos se entendía lo que decían. Estuvimos en la plaza cerca de media hora, hasta que decidimos volver al hostal, más que nada porque Pepe tenía que levantarse un poco más temprano al día siguiente para ir al aeropuerto y hacer la maleta para tenerla lista por la mañana, así que, como íbamos a tirar por caminos distintos, nos despedimos de Bea.
No teníamos más remedio que ir andando hasta el hostal porque las paradas de metro nos quedaban muy lejos, pero, a pesar de que estábamos muy cansados, poco importaba teniendo en cuenta que era la última noche en Roma; como ya no teníamos prisa ninguna, nos tomamos con tranquilidad el camino de regreso al hostal, y, en el trayecto, pasamos por la Piazza Venezia, con el imponente Altare della Patria, y por los Foros Imperiales; después, seguimos por Via Cavour hasta la Via Napoleone III, donde estaba nuestro hostal, al que llegamos pasadas las once de la noche.
Lo primero que hice nada más entrar en la habitación fue tumbarme en la cama; estaba molido y sólo tenía ganas de dormir y dormir. Como dije antes, Pepe se puso a hacer su maleta, y yo, pues prácticamente hice lo mismo, porque sabía que por la mañana me daría más pereza ponerme a ello; de todas formas, no la hice del todo, sólo por encima, porque faltaría meter el pijama, las zapatillas y alguna que otra cosa, pero, por lo menos, que estuviera casi hecha. Las alarmas de los móviles las pusimos a la misma hora que los días anteriores, es decir, a las siete y media, aunque Pepe puso la suya a las siete para que le diese tiempo a ir al aeropuerto para volver a Madrid. Y ya tocaba irse a la cama a descansar pensando en que el viaje tocaba a su fin...