Viernes, 9 de octubre de 2009
7:30
Al igual que el día anterior, fui el primero en levantarme, y esta vez ya no había problema para usar el baño; tras asearme, me vestí al tiempo que Sebas y Jesús entraban en el cuarto de baño (por separado, no penséis nada raro :P). Mientras ellos terminaban de vestirse y Pepe se iba despertando, cogí mi cámara para limpiarle el objetivo, que tenía un poco de polvo acumulado, con el kit de limpieza que me había llevado al viaje.
A las ocho en punto, Sebas y yo salimos de la habitación para prepararnos el desayuno. De nuevo, cogí cuatro rebanadas de pan de molde y me las tosté; cuando estaba untando de mantequilla la primera, vi que Sebas hacía lo mismo pero con Nutella (bueno, realmente no era Nutella, sino una marca blanca). Nunca había probado la Nutella en pan tostado, pero prefería eso antes que pelearme con la dura mantequilla, que apenas se podía extender en las rebanadas; también me tomé un vaso de leche con sucedáneo de Colacao, tras lo cual, fregué mi plato, mi taza y mis cubiertos.
Por cierto, que si la noche anterior ronqué, en ésta Jesús y Sebas me dijeron que hablé en sueños, algo como que "a las ocho tenemos que estar en...". Se ve que cuando duermo también llevo la voz cantante como guía... Una vez que los cuatro terminamos de desayunar, recogimos nuestros bártulos, sin olvidarnos del importantísimo resguardo de los Museos Vaticanos, y salimos a la calle para reunirnos con Jose y Miguel.
8:45
De nuevo, volvieron a llegar un pelín tarde, esta vez sólo cinco minutos, pero lo suficiente como para tener que acortar algunas visitas. Avanzamos por Via Carlo Alberto, Via Liberiana y la interminable y empinada Via Panisperma, que terminaba en la plaza donde se encuentra la Torre delle Milizie; continuamos por la Via 4 Novembre, donde Jesús aprovechó para sacar dinero en un cajero, Via Cesare Battisti y giramos a Via del Corso.
Al final de la segunda bocacalle a la izquierda, llegamos a la Piazza della Minerva, en la que se encuentra el Pulcino della Minerva, una pequeña estatua de elefante que sostiene un obelisco, y la Basílica de Santa Maria sopra Minerva, la única iglesia gótica de Roma. Era bastante grande, aunque no tanto como algunas que vimos el día anterior; aún así, en su interior destacaban varios elementos, como la bóveda, que estaba pintada de azul, con estrellas doradas y algunos personajes bíblicos, la escultura 'El Cristo Redentor' de Miguel Ángel, y varias tumbas, como la de los papas Pablo IV, León X y Clemente VII, y la del pintor renacentista Fra Angelico.
Con diez minutos de retraso ya acumulados, salimos a la calle para visitar el Panteón de Agripa, que se erigía a muy pocos metros de allí. Al entrar, nos encontramos conque se estaba oficiando una misa (por cierto, con los sacerdotes de espaldas a los fieles), por lo que la mitad del templo estaba acordonada, y no pudimos visitarlo al completo; no obstante, nada nos impedía admirar la mayor cúpula hecha por el hombre y su óculo central, por donde pasaba la luz del sol. Desde la distancia a la que más nos podíamos acercar, pudimos contemplar las tumbas del rey Victor Manuel II, su hijo Humberto I y la esposa de éste, Margarita, varias capillas adornadas con estatuas y frescos, etc.
Cuando salimos a la Piazza della Rotonda, nos hicimos algunas fotos con el Panteón de fondo, además de ver la fuente central de la plaza, rematada con un pequeño obelisco, que ni era el primero ni sería el último con el que nos toparíamos por Roma.
9:55
Seguimos con nuestra ruta por las calles Giustiniani y Scrofa, pasando por la Basílica de Sant'Agostino; al final de la Via Giuseppe Zanardelli, llegamos al Ponte Umberto I, al final del cual se encontraba el enorme edificio del Palazzo di Giustizia. Cuando miramos a nuestra izquierda, divisamos la inconfundible silueta de la Basílica de San Pietro.
Avanzamos bordeando el río Tíber hasta llegar al Ponte Sant'Angelo, que comparte denominación con el Castillo, también conocido como Mausoleo de Adriano, que se encuentra al otro lado del puente. Éste destaca principalmente por las estatuas que lo adornan: las de San Pedro y San Pablo al inicio y diez ángeles que portan los instrumentos de la Pasión de Cristo (la cruz, la corona de espinas, los clavos, el INRI, el sudario...).
A la altura del Castel Sant'Angelo, giramos a la izquierda para embocar la Via della Conciliazione, con la Basílica al fondo. Ya en la Piazza di San Pietro, no nos detuvimos demasiado, ya que, además de tener cierta prisa, después íbamos a tener tiempo para verla tranquilamente; tras cerca de diez minutos bordeando la muralla de la Ciudad del Vaticano, llegamos a la entrada de los Museos Vaticanos. Como llevábamos el resguardo, nos ahorramos la larga cola que había; yo calculo que hubiéramos tenido que esperar cerca de una hora en caso de no haber hecho la reserva por Internet.
Una vez dentro, nos acercamos a la taquilla para adquirir las entradas, previa entrega del resguardo de la reserva; a continuación, pasamos por los tornos de acceso y subimos varias escaleras hasta el Museo Gregoriano Egipcio, compuesto por nueve salas. En ellas, pudimos ver varios objetos de la civilización egipcia, como estelas, estatuas, inscripciones, sarcófagos, momias, bustos, figuritas o vasijas, destacando la Estatua del sacerdote Udjahorresne, el sarcófago de Djet-Mut, la Estatua de Antinous y la Estatua del dios Anubis.
Seguidamente, salimos al Patio de la Piña, desde donde pasamos al Museo Pío-Clementino. Algunos de sus pasillos y salas estaban acordonados, pero sí pudimos visitar el Patio Octógono, con decenas de estatuas entre las que destacaba Laocoonte y sus hijos (ver la foto); la Sala de las Musas, con el Torso de Belvedere; la Sala Redonda, con una enorme cúpula muy similar a la del Panteón y estatuas de mármol y bronce; y la Sala de Cruz Griega, con sarcófagos y esfinges.
Luego, subimos por unas escaleras hasta la segunda planta para ir a la Galería de los Tapices, todos ellos de un gran tamaño, de escuela flamenca y con una marcada temática religiosa, ya que reproducían hechos como el nacimiento de Jesús y su resurrección. A esta larga galería le seguía la de los Mapas, llamada así por los cuarenta mapas que hay pintados al fresco en sus paredes, que representaban las regiones italianas y las posesiones de la Iglesia en tiempos del papa Gregorio XIII, allá por el siglo XVI; también muy destacable el excepcional techo de esta galería, con multitud de relieves, frescos y pequeñas esculturas.
11:40
Al final del pasillo, entramos en la Sala Sobieski, donde se encontraba un enorme lienzo que escenificaba la victoria del rey de Polonia, Juan III Sobieski, sobre los turcos; en la sala siguiente, la de la Inmaculada, pudimos ver una gran vitrina que conservaba los libros que le regalaron a Pío IX cuando se instituyó el dogma de la Inmaculada Concepción.
A continuación, tiramos por un camino hecho con andamios para visitar las Estancias de Rafael. La primera de ellas, la de Constantino, muestra cuatro episodios de la vida de éste: la Visión de la Cruz, la Batalla del puente Milvio, la Donación de Roma y el Bautismo de Constantino; la bóveda de la sala mostraba una alegoría del Triunfo de la religión cristiana. En la Estancia de Heliodoro, contemplamos otros cuatro frescos que narraban episodios sobre la protección de Dios a su Iglesia: la Expulsión de Heliodoro del templo, la Misa de Bolsena, la Liberación de San Pedro y el Encuentro de León Magno con Atila.
Después, en la Estancia de la Signatura, pudimos ver uno de los frescos más famosos de Rafael, si no el que más, la Escuela de Atenas, junto con la Disputa del Sacramento, el Parnaso y Las virtudes cardinales; con estas pinturas, el artista quiso representar la Verdad (racional y sobrenatural), la Belleza y el Bien, respectivamente. La bóveda de la sala estaba dividida en cuatro secciones dedicadas a las facultades del espíritu: la Filosofía, la Teología, la Poesía y la Justicia. Por último, la Estancia del Incendio del Borgo tenía una iconografía relacionada con los papas que tuvieron algo que ver con el papa León X: el fresco que da nombre a la sala, la Coronación de Carlomagno, la Justificación de León III y la Batalla de Ostia. Más tarde, estuvimos por varias salas con esculturas de bronce (entre ellas, una copia de la famosa obra de Rodin, El pensador), pequeños cuadros, artesonados en el techo, etc.
Y llegó el momento más esperado de la mañana: entramos en la Capilla Sixtina. Magnífica, impresionante, espectacular. Me la imaginaba de otra forma, pero me sorprendió igualmente. Apenas llevábamos unos segundos en la capilla, nos dimos cuenta de que había varios vigilantes en el altar mayor y por toda la sala gritando cada dos por tres: "No foto, non fotografare". ¡¿Qué no se podía hacer fotos?! Ja, en el resto de los Museos Vaticanos no se pone ningún impedimento, ¿y aquí sí? Como comprenderéis, no les hice ni el menor caso y apunté mi cámara varias veces al techo para fotografiar El Juicio Final, la Creación de los astros y las plantas, La creación de Adán, La caída del hombre, pecado original y expulsión del Paraíso, etc.
No sólo estos frescos tan famosos de la Capilla Sixtina merecían todo el protagonismo, sino también los demás, que tampoco se quedaban atrás. En las paredes laterales, podíamos contemplar pinturas que reflejaban escenas de las vidas de Cristo y de Moisés, mientras que en la bóveda teníamos varios frescos de profetas y sibilas, como los de Isaías, Joel, Daniel, Zacarías o Délfica, que era la que más me gustó. Como dije antes, pasé tres kilos de lo que decían los vigilantes e intentaba hacer fotos cuando no estaban mirando, pero en una de esas me tenían que pillar, como así ocurrió. Se me acercó uno de ellos con una cara amenazante y diciéndome, en italiano lógicamente, que apagase la cámara y no hiciese más fotos. Yo le hice caso, pero mi veintena de fotos no me las quitaba nadie.
12:40
Tras unos minutos admirando lo que teníamos delante, detrás, encima, por todos lados, abandonamos la capilla para seguir con nuestro recorrido. Pasamos al largo pasillo que conformaba la Biblioteca Vaticana, llena de vitrinas que conservan textos y códices de varios siglos de antigüedad; no obstante, no se podía visitar por completo, ya que una parte estaba siendo reformada. De todas formas, lo que todos imaginamos por una biblioteca no es lo que nosotros visitamos, ya que la que contiene estanterías repletas de libros y más libros se encontraba en otra parte de la Ciudad del Vaticano. De lo que nosotros pudimos ver, destacaban principalmente el techo y los numerosos frescos de las paredes, además de varios objetos expuestos de gran calidad, como jarrones y vidrieras.
En mitad del pasillo, nos topamos a mano derecha con la Galería del Braccio Nuovo, donde se presentan varias obras escultóricas de gran importancia, pero tampoco pudimos acceder a esta parte de los Museos Vaticanos. A continuación, llegamos a la tienda de souvenirs, donde casi todo lo que se vendía estaba relacionado con la Capilla Sixtina (libros, postales, pósters, camisetas, bolígrafos...); con razón no dejaban hacer fotos, para que después abrieras la cartera en la tienda, si es que tontos no son. Pepe aprovechó para comprarle un libro a su hermana, ya que a ella le gusta mucho la historia del arte.
Justo después, a mano izquierda, había un pasillo que llevaba al restaurante y a la pizzería de los Museos. En el primero, había buffet, pero no nos convencían los platos, así que nos fuimos a la pizzería, donde el trozo de pizza, bastante grande, costaba 3'20 euros. Antes de nada, pillamos una mesa donde cupiésemos los seis, ya que había muy pocas libres; para que nadie nos la quitase, Sebas y yo esperamos sentados mientras los demás hacían cola para pedir sus pizzas. Cuando Jesús, Jose, Miguel y Pepe vinieron con sus bandejas, fuimos nosotros dos a la cola, en la que tuvimos que esperar cerca de un cuarto de hora; entre tanto, fui al servicio a refrescarme, ya que hacía bastante calor ese día, y, de paso, llené mi botellín de agua, así me ahorraba tener que comprar otra.
Cuando llegó nuestro turno, la pizza que queríamos no estaba todavía hecha, así que tocó esperar unos minutos más. Ya con nuestros trozos bien calentitos, volvimos a la mesa; sobre la una y media, ya habíamos terminado todos de comer, pero decidimos quedarnos sentados allí un rato más, porque estábamos un poco cansados de todo lo que habíamos andado esa mañana, tanto para llegar al Vaticano como dentro de los Museos, y todavía quedaba lo peor.
A las dos, nos pusimos de nuevo en pie para continuar con nuestra ruta. Antes de salir, pasamos por el Museo Filatélico y Numismático, en la que se exponían multitud de sellos y monedas relacionados con el Vaticano, los papas, etc. Por último, tuvimos que bajar por la Escalera Espiral, una magnífica escalera de doble hélice, una para subir y otra para bajar, coronada con una cúpula de cristal. Ya en la calle, nos dirigimos a la Piazza di San Pietro; seguía habiendo cola para entrar en los Museos Vaticanos, aunque no era tan larga como esa mañana.
14:30
Ahora sí que tuvimos que esperar en una cola, para entrar en la Basílica di San Pietro, pero sólo fueron unos diez minutos. Mientras avanzábamos en ella, pudimos contemplar la fachada de la Basílica, además de algunos elementos de la Piazza di San Pietro, como el Obelisco o una de sus fuentes. Una vez pasado el arco de seguridad, subimos las escaleras que nos llevaban hasta el vestíbulo del templo, que ya sólo lo que había en él daba una idea de lo que había en su interior.
Y entramos... La impresión inicial no fue tan grande como la que tuve en febrero, pero no se quedó muy atrás; la inmensidad de la Basílica siempre impresiona, la hayas visitado una vez o diez o cien veces. Primero, visitamos la Capilla de la Piedad de Miguel Ángel, donde se encuentra la famosa escultura tras un cristal protector; decenas de personas se agolpaban en ella, por lo que tuvimos que esperar unos minutos para poder acercarnos lo máximo posible a esta excepcional obra de arte, que conmueve como ninguna otra por la expresividad y la ternura de la Virgen. Justo al lado, vimos la Puerta Santa presidida por una gran cruz y tapiada con cemento, ya que sólo se abre cada 25 años.
A continuación, seguimos por la nave lateral derecha, pasando por los monumentos a León XII, Inocencio XII y Gregorio XIII, las capillas de San Sebastián, del Santísimo Sacramento y Gregoriana, etc. Después, nos acercamos al pequeño altar donde se expone en una urna acristalada el cuerpo embalsamado del papa Juan XXIII, vestido con las mejores galas (muy parecido a Papá Noel, todo hay que decirlo). Rodeando la columna sobre la que se asienta este altar, vimos una cola que llegaba a la famosa estatua de bronce de San Pedro, cuyo pie derecho, y también, aunque menos, el izquierdo, está muy desgastado debido a que los fieles, como señal de veneración, lo besan o pasan su mano por encima.
En el cruce del transepto con la nave central, se erigía el Baldaquino de la confesión, debajo de la cúpula de la Basílica y encima de la tumba de San Pedro; este gran palio de bronce, sustentado por cuatro columnas de 14 metros de altura, cubre el altar mayor del templo. Alrededor del baldaquino, en la base de cada uno de los cuatro pilares sobre los que se apoya la cúpula, se podían contemplar las estatuas de San Andrés, San Longinos, Santa Elena y Santa Verónica, mientras que, en la parte superior de éstos, había medallones con los cuatro evangelistas.
Al fondo de la nave central, se divisaba el luminoso dorado de la Cátedra de Pedro, con el Espíritu Santo en el centro representado por una paloma; debajo, se encuentra la silla de madera y marfil que, supuestamente, usó el discípulo de Jesús. La luz del Sol que traspasaba los ventanales y las vidrieras de la Basílica creaba una estampa única, sobre todo en esta parte del templo.
Después, pasamos a la nave lateral izquierda, donde vimos, entre otros, el Altar del Sagrado Corazón y los monumentos a Alejandro VII y Pío VIII; debajo del grupo escultórico de este último, estaba la puerta que da acceso a la sacristía, donde entramos. En ella, se encontraba, adosada a la pared, una gran lápida de mármol con los nombres de todos los papas que ha habido a lo largo de la historia, junto con el año final de sus respectivos pontificados. Siguiendo por el pasillo, se llegaba al Tesoro de San Pedro, pero había que pagar y no parecía que fuese muy importante, por lo que volvimos a la Basílica propiamente dicha para continuar por donde lo habíamos dejado.
La nave central estaba acordonada por vallas en todo el largo, desde la entrada hasta casi el baldaquino, pero se dejaban al descubierto las inscripciones del suelo, que indican hasta dónde llegan las naves centrales de otros templos conocidos, para compararlo con la longitud de la de la Basílica de San Pedro, concretamente 193 metros, y darnos cuenta de la magnitud y la importancia del lugar en el que nos encontrábamos.
Antes de salir, estuve unos minutos admirando la inscripción en latín que recorre casi todo el perímetro de la Basílica y la base de la cúpula, con letras que miden dos metros de altura; los escudos conmemorativos que se sucedían en el suelo de mármol; la imponente parte interna de la fachada; y, por último, la dorada bóveda artesonada, simplemente perfecta.
15:45
Salimos al exterior por la Puerta del Bien y del Mal, y ahora teníamos que decidir si visitar primero la cúpula o las Grutas Vaticanas. Nos decantamos por la cúpula, ya que quedaba poco tiempo para que no dejasen pasar a más turistas y, además, era más importante que visitar las Grutas. La idea que teníamos en mente era elegir la opción de subir en ascensor, a pesar de que era más caro, ya que estábamos bastante cansados, pero cuando llegamos a la taquilla nos dijeron que el ascensor no estaba operativo, así que no teníamos más remedio que subir a pie. Nos iba a salir más barato, cinco euros en vez de siete, pero de pensar que tenía por delante más de 130 metros de altura...
Empezamos a subir por un corredor con amplios escalones, pero no muy altos, así que con largas zancadas se hacía algo más liviana la subida. En unos cinco o seis minutos, llegamos a la azotea de la Basílica, y, desde allí, accedimos a la cúpula, concretamente a la parte que da al interior del templo. Desde la altura a la que nos encontrábamos, los turistas que se paseaban por las naves de la Basílica parecían hormigas. Rodeamos parte de la cúpula, de la que podíamos apreciar la inscripción de su base, la bóveda y los mosaicos de sus paredes, y, luego, reemprendimos la subida.
Ahora quedaba lo peor. Como la cúpula se iba curvando cada vez más conforme subíamos, el pasadizo se inclinaba, por lo que teníamos que andar apoyándonos en la pared; eso, unido a que los escalones eran altos y estrechos, a que la anchura del pasillo apenas permitía el paso de una persona y a que el calor que hacía allí dentro era sofocante, hizo que llegase a lo más alto exhausto y empapado en sudor.
Pero las vistas merecían la pena. Toda Roma a nuestros pies. A lo lejos, se divisaba el Altare alla Patria, el Coliseo, la cúpula del Panteón y la Torre delle Milizie, y, un poco más cerca, el Palazzo di Giustizia, el Castel Sant'Angelo y el río Tíber. Justo debajo de nosotros, la Piazza di San Pietro, con su peculiar e indistinguible forma, y la Via della Conciliazione, mientras que a la izquierda teníamos todo el complejo de edificios que conforman los Museos Vaticanos; por último, en la parte de atrás de la Basílica, se podían ver los jardines y dependencias privados del Papa.
Allí arriba nos quedamos un buen rato, cerca de veinte minutos, disfrutando de toda la panorámica que se desplegaba ante nosotros. Además de para descansar un poco, aprovechamos para hacernos varias fotos, aunque era una empresa harto complicada, ya que la cúpula estaba llena de turistas y era casi imposible encontrar un hueco para asomarse a la barandilla y tomar unas fotos medio decentes.
Pasadas las cuatro y media, bajamos por el angosto y caluroso pasadizo de escalones en los que ni siquiera me cabían los pies, por lo que tenía que bajar despacito para no caerme. Cuando llegamos a la base de la cúpula, salimos a la azotea de la Basílica, donde había una fuente en la que pude llenar mi botellín de agua, además de refrescarme. Estuvimos unos minutos paseando por allí, y también nos acercamos lo máximo que pudimos a la barandilla de la fachada, donde se erigen las estatuas de Jesús y los doce apóstoles.
16:50
Luego, bajamos el tramo que nos quedaba, ya por un pasillo más ancho pero con unos escalones que resbalaban un poco, por lo que me lo tomé con calma; de hecho, mis amigos llegaron abajo mucho antes que yo. Ya eran casi las cinco de la tarde, y vimos que el acceso para visitar las Grutas Vaticanas estaba cerrado, así que nos quedamos sin visitar las tumbas de los papas, entre ellas la del último, la de Juan Pablo II, que sí pude ver cuando estuve en Roma en febrero con Leti y David.
Ante esta situación, y como íbamos muy bien de tiempo, con casi media hora ganada respecto a lo previsto, decidimos descansar un poco en la Piazza di San Pietro. Bajando las escaleras de la Basílica, vimos a dos miembros de la Guardia Suiza custodiando una de las entradas al interior del Vaticano; siguiendo en dirección a la plaza, pasamos por delante de la estatua de San Pedro, mientras que la de San Pablo, situada en el otro extremo de la plaza, ya la vimos antes, cuando esperábamos en la cola para entrar en el templo.
Mientras mis amigos descansaban sentados bajo una de las columnatas laterales, yo me dediqué a hacer fotos a la propia hilera de columnas, al obelisco del centro de la plaza, a las fuentes, a las marcas del suelo que indican la dirección del viento, etc. Sobre las cinco y cuarto, reanudamos la marcha, no sin antes hacerme la última foto con la Basílica de fondo; avanzábamos por la Via della Conciliazione y, cada dos por tres, giraba la cabeza para echarle un último vistazo a la Basílica y a la plaza, con ganas de volver en una nueva ocasión.
Tiramos por una bocacalle para seguir por el Ponte Vittorio Emanuele II, que contiene varias estatuas, al igual que el Ponte Sant'Angelo, pero no de mármol, y por su continuación, Corso Vittorio Emanuele II. Al principio de la calle, paramos en una tienda de souvenirs, ya que algunos de mis amigos querían algún recuerdo del viaje para ellos o para sus familiares; Jesús, por ejemplo, me acuerdo que compró un pantalón corto con el dibujo de la entrepierna del 'David' de Miguel Ángel. Vosotros pensad lo que queráis...
17:45
Un poco más adelante, Sebas cruzó a la acera de enfrente para entrar en un estanco y comprar sellos para enviar algunas de las postales que había adquirido el día anterior, pero le dijeron que no tenían, lo cual le extraño bastante. A continuación, llegamos a la Chiesa Nuova, cuya fachada era muy parecida a la Iglesia del Gesù que visitamos la tarde anterior; después de haber visto el interior de la Basílica di San Pietro, cualquier otro del resto de iglesias de Roma se iba a quedar atrás, pero, aún así, merecía la pena entrar.
A pesar de que estaba un poco apagada, se podían distinguir los impresionantes frescos del techo, de la cúpula y del altar, dos enormes órganos al final de cada nave lateral, etc.; mientras tanto, las capillas estaban decoradas cada una con un cuadro con escenas de la vida de Cristo y de la Virgen, como la Crucifixión, la Ascensión, la Adoración de los pastores o la Presentación en el templo.
Luego, antes de continuar con la ruta, hicimos un pequeño receso para que mis amigos entrasen en un supermercado en la Via del Governo Vecchio a comprar algo de merienda, además de un bote de champú para mí, Pepe, Jesús y Sebas, ya que con lo que teníamos en el hostal no íbamos a tener suficiente para los días que quedaban. Reanudamos el camino que habíamos interrumpido para ver el Pasquino, la estatua parlante más famosa de las siete que hay en Roma; antiguamente, en dicha estatua se solían pegar folios, como podéis comprobar en la imagen, con escritos dirigidos, sobre todo, a personalidades importantes.
Andando unos pocos metros, llegamos a la Piazza Navona. Volvimos a ver las tres fuentes que adornan esta magnífica plaza: la Fontana del Moro, al sur; la Fontana di Nettuno, al norte; y la Fontana dei Quattro Fiumi, en el centro, sobre la que se erige un gran obelisco y que representa a los cuatro grandes ríos de la Antigüedad (Nilo, Ganges, Danubio y Río de la Plata). Justo enfrente de esta fuente, se encontraba la Iglesia di Sant'Agnese in Agone, en la que entramos. Era muy diferente al resto de las que habíamos visitado, principalmente por la forma que tenía, alargada lateralmente, con muy poca profundidad, pero sí se parecía a las demás por el estilo barroco del interior y la gran cúpula que la caracteriza; por cierto, que en esta iglesia no dejaban hacer fotos, al igual que nos ocurriría con otras en el resto del viaje.
La plaza estaba repleta de vida, con multitud de pintores haciendo caricaturas o plasmando en sus láminas varias estampas de Roma. Habíamos acumulado unos diez minutos de retraso sobre lo previsto, así que no nos entretuvimos más y continuamos con la ruta fijada; tiramos por Via Agonale, Via di Sant'Agostino y Via Scrofa, donde un grupo de jóvenes españoles de unas misiones llamadas 'Gesù al Centro' nos paró para informarnos sobre un acto religioso que iba a tener lugar esa noche en el escenario que estaban montando en la Piazza Navona; nosotros les dijimos que estábamos de turismo y que no teníamos tiempo para acercarnos.
Seguimos por Via del Clementino y Via della Fontanella di Borghese, que continúa con la Via Condotti, donde se encuentran las tiendas más caras y lujosas de la ciudad, y al final de la cual se divisaba la Piazza di Spagna, pero la calle estaba atestada de gente, no se podía caminar, así que preferimos tirar por la calle paralela, por Via delle Carrozze. Finalmente, llegamos a la conocidísima plaza, que estaba abarrotada de gente, tanto al nivel de la calle como sentada en la larga escalinata que sube hasta la Iglesia de Trinità dei Monti y hasta el obelisco que se erige delante de ella.
Teníamos pensado visitar la iglesia, pero a ver quién era el guapo que se atrevía a subir los 135 peldaños de la escalinata con el cansancio y el dolor de pies que llevábamos encima. Por lo tanto, nos conformamos con hacernos algunas fotos desde abajo, junto a la Fontana de la Barcaccia, que se encuentra a los pies de la escalinata. En la otra parte de la plaza, vimos el edificio de la Embajada de España ante la Santa Sede y, justo enfrente, la columna de la Inmaculada Concepción.
19:20
A continuación, tiramos por la Via di Propaganda, pasamos por la Iglesia de Sant'Andrea delle Fratte y continuamos por la Via del Bufalo y Via Poli. Al final de esta calle, se encontraba la siguiente parada de nuestra ruta, la Fontana di Trevi, pero, antes de prestarle toda la atención que se merece, entramos en una heladería que vimos justo a la entrada de la pequeña plaza. ¡Qué pinta tenían los helados! ¡Qué texturas! Nos quedamos unos minutos babeando, no literalmente, sobre las mamparas que dejaban ver la variedad de sabores que allí había; ganaba muchos enteros para tomarnos allí un helado después de cenar.
Volvimos a la plaza, que estaba a rebosar de gente, apenas cabía un alfiler. Nos fuimos haciendo hueco como pudimos para bajar los tres o cuatro escalones que hay antes de la Fontana para llegar a su nivel, que está un poco más bajo que el de la calle. Una vez allí, nos hicimos varias fotos y, cómo no, nos pusimos de espaldas para lanzar una moneda a la fuente, ya que, según la leyenda (que procede de una película), eso te asegura que algún día volverás a Roma; conmigo se cumplió, ya que en febrero tiré una moneda y en menos de un año regresé, así que me coloqué de espaldas a la Fontana con Sebas con mi cámara preparado para pillar mi moneda al vuelo y... ¡la foto le salió movida! Total, que tuve que simular que tiraba de nuevo la moneda a cámara lenta para que Sebas captase la instantánea que podéis ver bajo estas líneas (no te enfades, Sebas :P).
Luego, nos quedamos cerca de media hora sentados en los escalones de la Fontana, y es que estábamos reventados. De paso, aprovechamos ese tiempo para contemplar esta enorme fuente barroca que teníamos delante y quedarnos embelesados con las continuas y sonoras cascadas que refrescaban el ambiente. Lo más curioso de la Fontana es que está adosada a la fachada de un edificio, concretamente al Palacio Poli; del centro de la escena, emerge Neptuno, bajo el cual dos tritones intentan domar a dos caballos en medio de una estructura de rocas talladas de las que brota agua en forma de cascada, mientras que a cada lado del dios de los mares se encuentran las estatuas de la Abundancia y la Salubridad, representadas como mujeres.
Pasadas las ocho de la tarde, nos levantamos para terminar la ruta prevista en el Quirinal, aunque antes de seguir nos topamos con una pareja de recién casados, vestidos todavía con los trajes de novios, que se estaban haciendo allí unas fotos ante el jolgorio y los aplausos de los presentes. Avanzamos por Via di San Vicenzo y Via della Dataria, al final de la cual nos topamos con una larga escalinata que llevaba hasta la Piazza del Quirinale; desde un mirador que hay en ella, se divisaba a lo lejos la cúpula de la Basílica di San Pietro totalmente iluminada, que resaltaba en la ya cerrada noche.
En una esquina de la plaza, vimos una fuente presidida por el enésimo obelisco que nos encontramos en Roma, aunque ésta estaba acompañada por las estatuas de Cástor y Pollux y dos caballos, mientras que, justo enfrente, se levantaba el Palazzo della Consulta; después, nos acercamos al Palazzo del Quirinale, la residencia oficial del Presidente de la República de Italia. Como de costumbre, yo me puse a hacer fotos a los edificios, y también a dos soldados que hacían guardia en la puerta principal del palacio dentro de una cabina, del estilo de las de la Guardia Real del Palacio de Buckingham en Londres, y a un par de carabinieri que charlaban en la entrada.
De repente, se me acerca uno de ellos preguntándome por las fotos que había hecho; yo suponía que quería verlas por curiosidad para ver cómo habían salido, pero no era ésa su intención. Se las enseñé y me dice: "Cancella la foto. La divisa non si può fotografare". Me quedé de piedra y, para evitar problemas, borré la foto en la que él salía. Pero no quedó ahí la cosa, porque ahora quería que le mostrase el resto de fotos. Todas las que hice en la plaza y en las que salía algún cuerpo del Estado me mandó borrarlas, incluso algunas en las que apenas se apreciaba la cara del guardia o estaba de espaldas o salía borroso, hasta una foto en la que sólo unos píxeles, y haciendo bastante zoom, pertenecían a un guardia.
El carabinieri no dejaba de decirme bastante enervado que el uniforme no se podía fotografiar, que estaba prohibido, y yo, defendiéndome como podía en italiano, le decía que no lo sabía y pidiéndole perdón: "Non problemo. Tutto bene", pero nada, el tío seguía y seguía... Tras unos minutos, conseguí quitármelo de encima, y mis amigos, que siguieron toda la discusión desde la distancia, se quedaron estupefactos. En total, tuve que borrar unas cuatro o cinco fotos, y porque cuando llegó a las fotos de la Fontana di Trevi ya paró, que si no capaz es de mandarme borrar alguna más. Lo que yo no entiendo es que uno no pueda hacer una foto en la que aparezca un carabinieri y luego, por ejemplo, en el Altare della Patria, puedes fotografiar todas las veces que quieras a los soldados que custodian la tumba al soldado desconocido. Que alguien me lo explique. Por cierto, en esta foto sale el carabinieri, que no me la llegó a borrar; ¿vosotros creéis que se le puede reconocer la cara? Yo creo que no...
Después de este incidente, nos pusimos a buscar un sitio en el que cenar. Nos dimos una vuelta por las calles cercanas a la Fontana di Trevi para tantear lo que había; yo tenía en mi lista varios restaurantes y pizzerías, pero cuando los vimos resultaron ser más caros de lo que había leído en los foros y webs que había consultado. Justo enfrente de la Fontana, encontramos un Mr. Panino que ofrecía un menú de panino más bebida por unos cinco o seis euros; mientras pensábamos si entrar o no, se nos acercó un joven de un restaurante próximo que nos ofertaba una pizza de 30 centímetros de diámetro para dos personas por sólo diez euros creo recordar. La oferta era tentadora, así que, tras asegurarnos de que el joven no nos engañaba, decidimos aceptarla.
El restaurante, a pesar de que se encontraba en un callejón poco transitado, no tenía mala pinta. Teníamos que pedir tres pizzas, así que, por parejas, elegimos una que nos gustase; finalmente, nos decantamos por una de jamón, una de salami picante y otra que no me acuerdo. Cuando el camarero las trajo, nos llevamos una sorpresa: eran del tamaño que nos habían prometido, pero los ingredientes destacaban por su poca presencia. La de jamón llevaba sólo dos lonchas muy finas, y no era un jamón realmente exquisito, mientras que la de salami apenas estaba adornada con seis o siete rodajitas; en cuanto al sabor, las pizzas no eran nada del otro mundo, y, desde luego, no se merecían los diez euros que costaba cada una.
A la hora de la cuenta, no hubo sorpresas: 36 euros entre todos, es decir, seis euros por cabeza. Cuando salimos del restaurante, nos despidió el joven que nos convenció para cenar allí y nos preguntó si nos había gustado; lógicamente, no le íbamos a decir que no... Ya en el callejón, un joven del restaurante de al lado se acercó a él y comenzaron a discutir, dedujimos que porque el del restaurante en el que habíamos cenado le había birlado algún cliente, y, luego, a pelearse con puñetazos de por medio. Nosotros nos fuimos de allí no fuera a ser que nos metiésemos en un lío.
21:40
Volvimos a la plaza de la Fontana di Trevi, donde, nada más llegar, presenciamos cómo dos carabinieri se lanzaron sobre un joven que se estaba bañando en una esquina de la fuente; como podéis comprobar, el día estuvo plagado de anécdotas. Llegó el momento de tomarnos un helado, pero teníamos que decidirnos entre dos heladerías que había allí, una junto a la otra; al final, optamos por la que vimos nada más llegar a la plaza. Yo me pedí uno de chocolate y nutella, aunque esa nutella era diferente a la que me tomé el día anterior, de un color similar al del chocolate, mientras que el de hoy se parecía más a la stracciatella.
Nos tomamos el helado sentados en los escalones de la Fontana di Trevi, disfrutando del ambiente que había en la plaza y descansando, que falta hacía. Al poco de terminarme el helado, que estaba muy bueno, aunque no tanto como los de la heladería 'Inma' de Málaga, me llamaron mis padres al móvil para preguntarme dónde estaba; les dije que estaba en la Fontana di Trevi y que durante el día habíamos estado en la Ciudad del Vaticano viendo la Basílica y los Museos Vaticanos, y, por la tarde, en Piazza Navona y Piazza di Spagna, entre otros sitios.
Estuvimos allí sentados más de media hora, ya que estábamos realmente cansados de todo lo que habíamos caminado a lo largo del día, pero ese tiempo nos hizo recuperar fuerzas para terminarlo. Sobre las diez y media, aproveché que al borde de la fuente apenas había gente para hacer algunas fotos y probar algunas configuraciones de la cámara, como el tiempo de exposición, que me dio muy buenos resultados, sobre todo para capturar las cascadas de la Fontana. Unos minutos después, nos fuimos de allí a buscar un sitio en el que tomar algo. Tiramos por Via di San Vincenzo, Via dei Lucchesi y Via della Pilotta; Pepe nos amenizó el trayecto con algunas de sus imitaciones, principalmente la de Eduardo Punset, cuya voz y gestos le salen genial, provocando risas entre nosotros.
Cerca de la Piazza Venezia, en la Via delle Tre Cannelle, vimos un pub irlandés, el Cork's Inn; estaba bastante tranquilo, ya que todavía era algo temprano, así que nos decidimos a entrar. Mis amigos se pidieron una cerveza italiana, y yo, como no me gusta el alcohol, me tomé una Coca Cola; la camarera que nos atendió estuvo muy simpática con nosotros y le pedimos que nos hiciese una foto en la que saliésemos todos.
La decoración del pub era típica de un irlandés; concretamente, éste estaba repleto de cuadros, fotografías, camisetas y objetos relacionados con el rugby. También teníamos una tele enfrente de nosotros donde estaban retransmitiendo un programa de fútbol que repasaba algunos de los mejores goles de la liga italiana de la temporada anterior. En el pub, estuvimos unos tres cuartos de hora charlando y comentando cosas del viaje, de lo que habíamos visitado, de lo que nos había parecido, etc.
Pasadas las once y media, decidimos irnos ya a nuestros respectivos hostales, así que llamamos a la camarera para que nos trajera la cuenta: 4 euros por cada cerveza y ¡3'5 euros por la Coca Cola! Me esperaba un precio alto, pero no tanto por una botella de 20 cl... Al contrario que el día anterior, no nos confundimos a la hora de tomar el camino de regreso al hostal, ya que tiramos por la larga Via Panisperma, la misma calle por la que pasamos por la mañana; en el trayecto, con alguna que otra cuesta de por medio que nos costó, nunca mejor dicho, subir por culpa del cansancio, advertí que se estaba nublando y que las nubes eran de lluvia, por lo que parecía que se iban a cumplir las predicciones que presagiaban precipitaciones para el sábado, para fastidio de nosotros.
Luego, una vez que llegamos a la Basílica di Santa Maria Maggiore, seguimos por la Via Carlo Alberto hasta la Piazza Vittorio Emanuele II. Allí, tocaba despedirse de Jose y Miguel, ya que ellos se irían por la mañana a conocer Milán; no obstante, mi despedida fue sólo un hasta luego, porque me volvería a reunir con ellos el domingo por la noche en Bérgamo. Jesús, Sebas, Pepe y yo nos fuimos a nuestro hostal; al igual que el día anterior, las camas no estaban hechas. Mientras Sebas y Jesús se duchaban, dejé preparados los folios con la ruta que tenía planificada para el sábado y la lista de sitios recomendados donde poder almorzar y cenar, además del mapa de Roma.
Antes de ducharme, acordamos poner las alarmas de los móviles para despertarnos a las siete y media; cuando salí del baño, los tres ya estaban dormidos, y no me extrañaba, porque estábamos muy cansados de toda la caminata que nos habíamos pegado, así que intenté hacer el menor ruido posible para acostarme. Ya era la una de la madrugada cuando me metí en la cama, pensando en si el cielo nos traería o no lluvia para nuestro siguiente día en Roma.
A las ocho en punto, Sebas y yo salimos de la habitación para prepararnos el desayuno. De nuevo, cogí cuatro rebanadas de pan de molde y me las tosté; cuando estaba untando de mantequilla la primera, vi que Sebas hacía lo mismo pero con Nutella (bueno, realmente no era Nutella, sino una marca blanca). Nunca había probado la Nutella en pan tostado, pero prefería eso antes que pelearme con la dura mantequilla, que apenas se podía extender en las rebanadas; también me tomé un vaso de leche con sucedáneo de Colacao, tras lo cual, fregué mi plato, mi taza y mis cubiertos.
Por cierto, que si la noche anterior ronqué, en ésta Jesús y Sebas me dijeron que hablé en sueños, algo como que "a las ocho tenemos que estar en...". Se ve que cuando duermo también llevo la voz cantante como guía... Una vez que los cuatro terminamos de desayunar, recogimos nuestros bártulos, sin olvidarnos del importantísimo resguardo de los Museos Vaticanos, y salimos a la calle para reunirnos con Jose y Miguel.
8:45
De nuevo, volvieron a llegar un pelín tarde, esta vez sólo cinco minutos, pero lo suficiente como para tener que acortar algunas visitas. Avanzamos por Via Carlo Alberto, Via Liberiana y la interminable y empinada Via Panisperma, que terminaba en la plaza donde se encuentra la Torre delle Milizie; continuamos por la Via 4 Novembre, donde Jesús aprovechó para sacar dinero en un cajero, Via Cesare Battisti y giramos a Via del Corso.
Al final de la segunda bocacalle a la izquierda, llegamos a la Piazza della Minerva, en la que se encuentra el Pulcino della Minerva, una pequeña estatua de elefante que sostiene un obelisco, y la Basílica de Santa Maria sopra Minerva, la única iglesia gótica de Roma. Era bastante grande, aunque no tanto como algunas que vimos el día anterior; aún así, en su interior destacaban varios elementos, como la bóveda, que estaba pintada de azul, con estrellas doradas y algunos personajes bíblicos, la escultura 'El Cristo Redentor' de Miguel Ángel, y varias tumbas, como la de los papas Pablo IV, León X y Clemente VII, y la del pintor renacentista Fra Angelico.
Con diez minutos de retraso ya acumulados, salimos a la calle para visitar el Panteón de Agripa, que se erigía a muy pocos metros de allí. Al entrar, nos encontramos conque se estaba oficiando una misa (por cierto, con los sacerdotes de espaldas a los fieles), por lo que la mitad del templo estaba acordonada, y no pudimos visitarlo al completo; no obstante, nada nos impedía admirar la mayor cúpula hecha por el hombre y su óculo central, por donde pasaba la luz del sol. Desde la distancia a la que más nos podíamos acercar, pudimos contemplar las tumbas del rey Victor Manuel II, su hijo Humberto I y la esposa de éste, Margarita, varias capillas adornadas con estatuas y frescos, etc.
Cuando salimos a la Piazza della Rotonda, nos hicimos algunas fotos con el Panteón de fondo, además de ver la fuente central de la plaza, rematada con un pequeño obelisco, que ni era el primero ni sería el último con el que nos toparíamos por Roma.
9:55
Seguimos con nuestra ruta por las calles Giustiniani y Scrofa, pasando por la Basílica de Sant'Agostino; al final de la Via Giuseppe Zanardelli, llegamos al Ponte Umberto I, al final del cual se encontraba el enorme edificio del Palazzo di Giustizia. Cuando miramos a nuestra izquierda, divisamos la inconfundible silueta de la Basílica de San Pietro.
Avanzamos bordeando el río Tíber hasta llegar al Ponte Sant'Angelo, que comparte denominación con el Castillo, también conocido como Mausoleo de Adriano, que se encuentra al otro lado del puente. Éste destaca principalmente por las estatuas que lo adornan: las de San Pedro y San Pablo al inicio y diez ángeles que portan los instrumentos de la Pasión de Cristo (la cruz, la corona de espinas, los clavos, el INRI, el sudario...).
A la altura del Castel Sant'Angelo, giramos a la izquierda para embocar la Via della Conciliazione, con la Basílica al fondo. Ya en la Piazza di San Pietro, no nos detuvimos demasiado, ya que, además de tener cierta prisa, después íbamos a tener tiempo para verla tranquilamente; tras cerca de diez minutos bordeando la muralla de la Ciudad del Vaticano, llegamos a la entrada de los Museos Vaticanos. Como llevábamos el resguardo, nos ahorramos la larga cola que había; yo calculo que hubiéramos tenido que esperar cerca de una hora en caso de no haber hecho la reserva por Internet.
Una vez dentro, nos acercamos a la taquilla para adquirir las entradas, previa entrega del resguardo de la reserva; a continuación, pasamos por los tornos de acceso y subimos varias escaleras hasta el Museo Gregoriano Egipcio, compuesto por nueve salas. En ellas, pudimos ver varios objetos de la civilización egipcia, como estelas, estatuas, inscripciones, sarcófagos, momias, bustos, figuritas o vasijas, destacando la Estatua del sacerdote Udjahorresne, el sarcófago de Djet-Mut, la Estatua de Antinous y la Estatua del dios Anubis.
Seguidamente, salimos al Patio de la Piña, desde donde pasamos al Museo Pío-Clementino. Algunos de sus pasillos y salas estaban acordonados, pero sí pudimos visitar el Patio Octógono, con decenas de estatuas entre las que destacaba Laocoonte y sus hijos (ver la foto); la Sala de las Musas, con el Torso de Belvedere; la Sala Redonda, con una enorme cúpula muy similar a la del Panteón y estatuas de mármol y bronce; y la Sala de Cruz Griega, con sarcófagos y esfinges.
Luego, subimos por unas escaleras hasta la segunda planta para ir a la Galería de los Tapices, todos ellos de un gran tamaño, de escuela flamenca y con una marcada temática religiosa, ya que reproducían hechos como el nacimiento de Jesús y su resurrección. A esta larga galería le seguía la de los Mapas, llamada así por los cuarenta mapas que hay pintados al fresco en sus paredes, que representaban las regiones italianas y las posesiones de la Iglesia en tiempos del papa Gregorio XIII, allá por el siglo XVI; también muy destacable el excepcional techo de esta galería, con multitud de relieves, frescos y pequeñas esculturas.
11:40
Al final del pasillo, entramos en la Sala Sobieski, donde se encontraba un enorme lienzo que escenificaba la victoria del rey de Polonia, Juan III Sobieski, sobre los turcos; en la sala siguiente, la de la Inmaculada, pudimos ver una gran vitrina que conservaba los libros que le regalaron a Pío IX cuando se instituyó el dogma de la Inmaculada Concepción.
A continuación, tiramos por un camino hecho con andamios para visitar las Estancias de Rafael. La primera de ellas, la de Constantino, muestra cuatro episodios de la vida de éste: la Visión de la Cruz, la Batalla del puente Milvio, la Donación de Roma y el Bautismo de Constantino; la bóveda de la sala mostraba una alegoría del Triunfo de la religión cristiana. En la Estancia de Heliodoro, contemplamos otros cuatro frescos que narraban episodios sobre la protección de Dios a su Iglesia: la Expulsión de Heliodoro del templo, la Misa de Bolsena, la Liberación de San Pedro y el Encuentro de León Magno con Atila.
Después, en la Estancia de la Signatura, pudimos ver uno de los frescos más famosos de Rafael, si no el que más, la Escuela de Atenas, junto con la Disputa del Sacramento, el Parnaso y Las virtudes cardinales; con estas pinturas, el artista quiso representar la Verdad (racional y sobrenatural), la Belleza y el Bien, respectivamente. La bóveda de la sala estaba dividida en cuatro secciones dedicadas a las facultades del espíritu: la Filosofía, la Teología, la Poesía y la Justicia. Por último, la Estancia del Incendio del Borgo tenía una iconografía relacionada con los papas que tuvieron algo que ver con el papa León X: el fresco que da nombre a la sala, la Coronación de Carlomagno, la Justificación de León III y la Batalla de Ostia. Más tarde, estuvimos por varias salas con esculturas de bronce (entre ellas, una copia de la famosa obra de Rodin, El pensador), pequeños cuadros, artesonados en el techo, etc.
Y llegó el momento más esperado de la mañana: entramos en la Capilla Sixtina. Magnífica, impresionante, espectacular. Me la imaginaba de otra forma, pero me sorprendió igualmente. Apenas llevábamos unos segundos en la capilla, nos dimos cuenta de que había varios vigilantes en el altar mayor y por toda la sala gritando cada dos por tres: "No foto, non fotografare". ¡¿Qué no se podía hacer fotos?! Ja, en el resto de los Museos Vaticanos no se pone ningún impedimento, ¿y aquí sí? Como comprenderéis, no les hice ni el menor caso y apunté mi cámara varias veces al techo para fotografiar El Juicio Final, la Creación de los astros y las plantas, La creación de Adán, La caída del hombre, pecado original y expulsión del Paraíso, etc.
No sólo estos frescos tan famosos de la Capilla Sixtina merecían todo el protagonismo, sino también los demás, que tampoco se quedaban atrás. En las paredes laterales, podíamos contemplar pinturas que reflejaban escenas de las vidas de Cristo y de Moisés, mientras que en la bóveda teníamos varios frescos de profetas y sibilas, como los de Isaías, Joel, Daniel, Zacarías o Délfica, que era la que más me gustó. Como dije antes, pasé tres kilos de lo que decían los vigilantes e intentaba hacer fotos cuando no estaban mirando, pero en una de esas me tenían que pillar, como así ocurrió. Se me acercó uno de ellos con una cara amenazante y diciéndome, en italiano lógicamente, que apagase la cámara y no hiciese más fotos. Yo le hice caso, pero mi veintena de fotos no me las quitaba nadie.
12:40
Tras unos minutos admirando lo que teníamos delante, detrás, encima, por todos lados, abandonamos la capilla para seguir con nuestro recorrido. Pasamos al largo pasillo que conformaba la Biblioteca Vaticana, llena de vitrinas que conservan textos y códices de varios siglos de antigüedad; no obstante, no se podía visitar por completo, ya que una parte estaba siendo reformada. De todas formas, lo que todos imaginamos por una biblioteca no es lo que nosotros visitamos, ya que la que contiene estanterías repletas de libros y más libros se encontraba en otra parte de la Ciudad del Vaticano. De lo que nosotros pudimos ver, destacaban principalmente el techo y los numerosos frescos de las paredes, además de varios objetos expuestos de gran calidad, como jarrones y vidrieras.
En mitad del pasillo, nos topamos a mano derecha con la Galería del Braccio Nuovo, donde se presentan varias obras escultóricas de gran importancia, pero tampoco pudimos acceder a esta parte de los Museos Vaticanos. A continuación, llegamos a la tienda de souvenirs, donde casi todo lo que se vendía estaba relacionado con la Capilla Sixtina (libros, postales, pósters, camisetas, bolígrafos...); con razón no dejaban hacer fotos, para que después abrieras la cartera en la tienda, si es que tontos no son. Pepe aprovechó para comprarle un libro a su hermana, ya que a ella le gusta mucho la historia del arte.
Justo después, a mano izquierda, había un pasillo que llevaba al restaurante y a la pizzería de los Museos. En el primero, había buffet, pero no nos convencían los platos, así que nos fuimos a la pizzería, donde el trozo de pizza, bastante grande, costaba 3'20 euros. Antes de nada, pillamos una mesa donde cupiésemos los seis, ya que había muy pocas libres; para que nadie nos la quitase, Sebas y yo esperamos sentados mientras los demás hacían cola para pedir sus pizzas. Cuando Jesús, Jose, Miguel y Pepe vinieron con sus bandejas, fuimos nosotros dos a la cola, en la que tuvimos que esperar cerca de un cuarto de hora; entre tanto, fui al servicio a refrescarme, ya que hacía bastante calor ese día, y, de paso, llené mi botellín de agua, así me ahorraba tener que comprar otra.
Cuando llegó nuestro turno, la pizza que queríamos no estaba todavía hecha, así que tocó esperar unos minutos más. Ya con nuestros trozos bien calentitos, volvimos a la mesa; sobre la una y media, ya habíamos terminado todos de comer, pero decidimos quedarnos sentados allí un rato más, porque estábamos un poco cansados de todo lo que habíamos andado esa mañana, tanto para llegar al Vaticano como dentro de los Museos, y todavía quedaba lo peor.
A las dos, nos pusimos de nuevo en pie para continuar con nuestra ruta. Antes de salir, pasamos por el Museo Filatélico y Numismático, en la que se exponían multitud de sellos y monedas relacionados con el Vaticano, los papas, etc. Por último, tuvimos que bajar por la Escalera Espiral, una magnífica escalera de doble hélice, una para subir y otra para bajar, coronada con una cúpula de cristal. Ya en la calle, nos dirigimos a la Piazza di San Pietro; seguía habiendo cola para entrar en los Museos Vaticanos, aunque no era tan larga como esa mañana.
14:30
Ahora sí que tuvimos que esperar en una cola, para entrar en la Basílica di San Pietro, pero sólo fueron unos diez minutos. Mientras avanzábamos en ella, pudimos contemplar la fachada de la Basílica, además de algunos elementos de la Piazza di San Pietro, como el Obelisco o una de sus fuentes. Una vez pasado el arco de seguridad, subimos las escaleras que nos llevaban hasta el vestíbulo del templo, que ya sólo lo que había en él daba una idea de lo que había en su interior.
Y entramos... La impresión inicial no fue tan grande como la que tuve en febrero, pero no se quedó muy atrás; la inmensidad de la Basílica siempre impresiona, la hayas visitado una vez o diez o cien veces. Primero, visitamos la Capilla de la Piedad de Miguel Ángel, donde se encuentra la famosa escultura tras un cristal protector; decenas de personas se agolpaban en ella, por lo que tuvimos que esperar unos minutos para poder acercarnos lo máximo posible a esta excepcional obra de arte, que conmueve como ninguna otra por la expresividad y la ternura de la Virgen. Justo al lado, vimos la Puerta Santa presidida por una gran cruz y tapiada con cemento, ya que sólo se abre cada 25 años.
A continuación, seguimos por la nave lateral derecha, pasando por los monumentos a León XII, Inocencio XII y Gregorio XIII, las capillas de San Sebastián, del Santísimo Sacramento y Gregoriana, etc. Después, nos acercamos al pequeño altar donde se expone en una urna acristalada el cuerpo embalsamado del papa Juan XXIII, vestido con las mejores galas (muy parecido a Papá Noel, todo hay que decirlo). Rodeando la columna sobre la que se asienta este altar, vimos una cola que llegaba a la famosa estatua de bronce de San Pedro, cuyo pie derecho, y también, aunque menos, el izquierdo, está muy desgastado debido a que los fieles, como señal de veneración, lo besan o pasan su mano por encima.
En el cruce del transepto con la nave central, se erigía el Baldaquino de la confesión, debajo de la cúpula de la Basílica y encima de la tumba de San Pedro; este gran palio de bronce, sustentado por cuatro columnas de 14 metros de altura, cubre el altar mayor del templo. Alrededor del baldaquino, en la base de cada uno de los cuatro pilares sobre los que se apoya la cúpula, se podían contemplar las estatuas de San Andrés, San Longinos, Santa Elena y Santa Verónica, mientras que, en la parte superior de éstos, había medallones con los cuatro evangelistas.
Al fondo de la nave central, se divisaba el luminoso dorado de la Cátedra de Pedro, con el Espíritu Santo en el centro representado por una paloma; debajo, se encuentra la silla de madera y marfil que, supuestamente, usó el discípulo de Jesús. La luz del Sol que traspasaba los ventanales y las vidrieras de la Basílica creaba una estampa única, sobre todo en esta parte del templo.
Después, pasamos a la nave lateral izquierda, donde vimos, entre otros, el Altar del Sagrado Corazón y los monumentos a Alejandro VII y Pío VIII; debajo del grupo escultórico de este último, estaba la puerta que da acceso a la sacristía, donde entramos. En ella, se encontraba, adosada a la pared, una gran lápida de mármol con los nombres de todos los papas que ha habido a lo largo de la historia, junto con el año final de sus respectivos pontificados. Siguiendo por el pasillo, se llegaba al Tesoro de San Pedro, pero había que pagar y no parecía que fuese muy importante, por lo que volvimos a la Basílica propiamente dicha para continuar por donde lo habíamos dejado.
La nave central estaba acordonada por vallas en todo el largo, desde la entrada hasta casi el baldaquino, pero se dejaban al descubierto las inscripciones del suelo, que indican hasta dónde llegan las naves centrales de otros templos conocidos, para compararlo con la longitud de la de la Basílica de San Pedro, concretamente 193 metros, y darnos cuenta de la magnitud y la importancia del lugar en el que nos encontrábamos.
Antes de salir, estuve unos minutos admirando la inscripción en latín que recorre casi todo el perímetro de la Basílica y la base de la cúpula, con letras que miden dos metros de altura; los escudos conmemorativos que se sucedían en el suelo de mármol; la imponente parte interna de la fachada; y, por último, la dorada bóveda artesonada, simplemente perfecta.
15:45
Salimos al exterior por la Puerta del Bien y del Mal, y ahora teníamos que decidir si visitar primero la cúpula o las Grutas Vaticanas. Nos decantamos por la cúpula, ya que quedaba poco tiempo para que no dejasen pasar a más turistas y, además, era más importante que visitar las Grutas. La idea que teníamos en mente era elegir la opción de subir en ascensor, a pesar de que era más caro, ya que estábamos bastante cansados, pero cuando llegamos a la taquilla nos dijeron que el ascensor no estaba operativo, así que no teníamos más remedio que subir a pie. Nos iba a salir más barato, cinco euros en vez de siete, pero de pensar que tenía por delante más de 130 metros de altura...
Empezamos a subir por un corredor con amplios escalones, pero no muy altos, así que con largas zancadas se hacía algo más liviana la subida. En unos cinco o seis minutos, llegamos a la azotea de la Basílica, y, desde allí, accedimos a la cúpula, concretamente a la parte que da al interior del templo. Desde la altura a la que nos encontrábamos, los turistas que se paseaban por las naves de la Basílica parecían hormigas. Rodeamos parte de la cúpula, de la que podíamos apreciar la inscripción de su base, la bóveda y los mosaicos de sus paredes, y, luego, reemprendimos la subida.
Ahora quedaba lo peor. Como la cúpula se iba curvando cada vez más conforme subíamos, el pasadizo se inclinaba, por lo que teníamos que andar apoyándonos en la pared; eso, unido a que los escalones eran altos y estrechos, a que la anchura del pasillo apenas permitía el paso de una persona y a que el calor que hacía allí dentro era sofocante, hizo que llegase a lo más alto exhausto y empapado en sudor.
Pero las vistas merecían la pena. Toda Roma a nuestros pies. A lo lejos, se divisaba el Altare alla Patria, el Coliseo, la cúpula del Panteón y la Torre delle Milizie, y, un poco más cerca, el Palazzo di Giustizia, el Castel Sant'Angelo y el río Tíber. Justo debajo de nosotros, la Piazza di San Pietro, con su peculiar e indistinguible forma, y la Via della Conciliazione, mientras que a la izquierda teníamos todo el complejo de edificios que conforman los Museos Vaticanos; por último, en la parte de atrás de la Basílica, se podían ver los jardines y dependencias privados del Papa.
Allí arriba nos quedamos un buen rato, cerca de veinte minutos, disfrutando de toda la panorámica que se desplegaba ante nosotros. Además de para descansar un poco, aprovechamos para hacernos varias fotos, aunque era una empresa harto complicada, ya que la cúpula estaba llena de turistas y era casi imposible encontrar un hueco para asomarse a la barandilla y tomar unas fotos medio decentes.
Pasadas las cuatro y media, bajamos por el angosto y caluroso pasadizo de escalones en los que ni siquiera me cabían los pies, por lo que tenía que bajar despacito para no caerme. Cuando llegamos a la base de la cúpula, salimos a la azotea de la Basílica, donde había una fuente en la que pude llenar mi botellín de agua, además de refrescarme. Estuvimos unos minutos paseando por allí, y también nos acercamos lo máximo que pudimos a la barandilla de la fachada, donde se erigen las estatuas de Jesús y los doce apóstoles.
16:50
Luego, bajamos el tramo que nos quedaba, ya por un pasillo más ancho pero con unos escalones que resbalaban un poco, por lo que me lo tomé con calma; de hecho, mis amigos llegaron abajo mucho antes que yo. Ya eran casi las cinco de la tarde, y vimos que el acceso para visitar las Grutas Vaticanas estaba cerrado, así que nos quedamos sin visitar las tumbas de los papas, entre ellas la del último, la de Juan Pablo II, que sí pude ver cuando estuve en Roma en febrero con Leti y David.
Ante esta situación, y como íbamos muy bien de tiempo, con casi media hora ganada respecto a lo previsto, decidimos descansar un poco en la Piazza di San Pietro. Bajando las escaleras de la Basílica, vimos a dos miembros de la Guardia Suiza custodiando una de las entradas al interior del Vaticano; siguiendo en dirección a la plaza, pasamos por delante de la estatua de San Pedro, mientras que la de San Pablo, situada en el otro extremo de la plaza, ya la vimos antes, cuando esperábamos en la cola para entrar en el templo.
Mientras mis amigos descansaban sentados bajo una de las columnatas laterales, yo me dediqué a hacer fotos a la propia hilera de columnas, al obelisco del centro de la plaza, a las fuentes, a las marcas del suelo que indican la dirección del viento, etc. Sobre las cinco y cuarto, reanudamos la marcha, no sin antes hacerme la última foto con la Basílica de fondo; avanzábamos por la Via della Conciliazione y, cada dos por tres, giraba la cabeza para echarle un último vistazo a la Basílica y a la plaza, con ganas de volver en una nueva ocasión.
Tiramos por una bocacalle para seguir por el Ponte Vittorio Emanuele II, que contiene varias estatuas, al igual que el Ponte Sant'Angelo, pero no de mármol, y por su continuación, Corso Vittorio Emanuele II. Al principio de la calle, paramos en una tienda de souvenirs, ya que algunos de mis amigos querían algún recuerdo del viaje para ellos o para sus familiares; Jesús, por ejemplo, me acuerdo que compró un pantalón corto con el dibujo de la entrepierna del 'David' de Miguel Ángel. Vosotros pensad lo que queráis...
17:45
Un poco más adelante, Sebas cruzó a la acera de enfrente para entrar en un estanco y comprar sellos para enviar algunas de las postales que había adquirido el día anterior, pero le dijeron que no tenían, lo cual le extraño bastante. A continuación, llegamos a la Chiesa Nuova, cuya fachada era muy parecida a la Iglesia del Gesù que visitamos la tarde anterior; después de haber visto el interior de la Basílica di San Pietro, cualquier otro del resto de iglesias de Roma se iba a quedar atrás, pero, aún así, merecía la pena entrar.
A pesar de que estaba un poco apagada, se podían distinguir los impresionantes frescos del techo, de la cúpula y del altar, dos enormes órganos al final de cada nave lateral, etc.; mientras tanto, las capillas estaban decoradas cada una con un cuadro con escenas de la vida de Cristo y de la Virgen, como la Crucifixión, la Ascensión, la Adoración de los pastores o la Presentación en el templo.
Luego, antes de continuar con la ruta, hicimos un pequeño receso para que mis amigos entrasen en un supermercado en la Via del Governo Vecchio a comprar algo de merienda, además de un bote de champú para mí, Pepe, Jesús y Sebas, ya que con lo que teníamos en el hostal no íbamos a tener suficiente para los días que quedaban. Reanudamos el camino que habíamos interrumpido para ver el Pasquino, la estatua parlante más famosa de las siete que hay en Roma; antiguamente, en dicha estatua se solían pegar folios, como podéis comprobar en la imagen, con escritos dirigidos, sobre todo, a personalidades importantes.
Andando unos pocos metros, llegamos a la Piazza Navona. Volvimos a ver las tres fuentes que adornan esta magnífica plaza: la Fontana del Moro, al sur; la Fontana di Nettuno, al norte; y la Fontana dei Quattro Fiumi, en el centro, sobre la que se erige un gran obelisco y que representa a los cuatro grandes ríos de la Antigüedad (Nilo, Ganges, Danubio y Río de la Plata). Justo enfrente de esta fuente, se encontraba la Iglesia di Sant'Agnese in Agone, en la que entramos. Era muy diferente al resto de las que habíamos visitado, principalmente por la forma que tenía, alargada lateralmente, con muy poca profundidad, pero sí se parecía a las demás por el estilo barroco del interior y la gran cúpula que la caracteriza; por cierto, que en esta iglesia no dejaban hacer fotos, al igual que nos ocurriría con otras en el resto del viaje.
La plaza estaba repleta de vida, con multitud de pintores haciendo caricaturas o plasmando en sus láminas varias estampas de Roma. Habíamos acumulado unos diez minutos de retraso sobre lo previsto, así que no nos entretuvimos más y continuamos con la ruta fijada; tiramos por Via Agonale, Via di Sant'Agostino y Via Scrofa, donde un grupo de jóvenes españoles de unas misiones llamadas 'Gesù al Centro' nos paró para informarnos sobre un acto religioso que iba a tener lugar esa noche en el escenario que estaban montando en la Piazza Navona; nosotros les dijimos que estábamos de turismo y que no teníamos tiempo para acercarnos.
Seguimos por Via del Clementino y Via della Fontanella di Borghese, que continúa con la Via Condotti, donde se encuentran las tiendas más caras y lujosas de la ciudad, y al final de la cual se divisaba la Piazza di Spagna, pero la calle estaba atestada de gente, no se podía caminar, así que preferimos tirar por la calle paralela, por Via delle Carrozze. Finalmente, llegamos a la conocidísima plaza, que estaba abarrotada de gente, tanto al nivel de la calle como sentada en la larga escalinata que sube hasta la Iglesia de Trinità dei Monti y hasta el obelisco que se erige delante de ella.
Teníamos pensado visitar la iglesia, pero a ver quién era el guapo que se atrevía a subir los 135 peldaños de la escalinata con el cansancio y el dolor de pies que llevábamos encima. Por lo tanto, nos conformamos con hacernos algunas fotos desde abajo, junto a la Fontana de la Barcaccia, que se encuentra a los pies de la escalinata. En la otra parte de la plaza, vimos el edificio de la Embajada de España ante la Santa Sede y, justo enfrente, la columna de la Inmaculada Concepción.
19:20
A continuación, tiramos por la Via di Propaganda, pasamos por la Iglesia de Sant'Andrea delle Fratte y continuamos por la Via del Bufalo y Via Poli. Al final de esta calle, se encontraba la siguiente parada de nuestra ruta, la Fontana di Trevi, pero, antes de prestarle toda la atención que se merece, entramos en una heladería que vimos justo a la entrada de la pequeña plaza. ¡Qué pinta tenían los helados! ¡Qué texturas! Nos quedamos unos minutos babeando, no literalmente, sobre las mamparas que dejaban ver la variedad de sabores que allí había; ganaba muchos enteros para tomarnos allí un helado después de cenar.
Volvimos a la plaza, que estaba a rebosar de gente, apenas cabía un alfiler. Nos fuimos haciendo hueco como pudimos para bajar los tres o cuatro escalones que hay antes de la Fontana para llegar a su nivel, que está un poco más bajo que el de la calle. Una vez allí, nos hicimos varias fotos y, cómo no, nos pusimos de espaldas para lanzar una moneda a la fuente, ya que, según la leyenda (que procede de una película), eso te asegura que algún día volverás a Roma; conmigo se cumplió, ya que en febrero tiré una moneda y en menos de un año regresé, así que me coloqué de espaldas a la Fontana con Sebas con mi cámara preparado para pillar mi moneda al vuelo y... ¡la foto le salió movida! Total, que tuve que simular que tiraba de nuevo la moneda a cámara lenta para que Sebas captase la instantánea que podéis ver bajo estas líneas (no te enfades, Sebas :P).
Luego, nos quedamos cerca de media hora sentados en los escalones de la Fontana, y es que estábamos reventados. De paso, aprovechamos ese tiempo para contemplar esta enorme fuente barroca que teníamos delante y quedarnos embelesados con las continuas y sonoras cascadas que refrescaban el ambiente. Lo más curioso de la Fontana es que está adosada a la fachada de un edificio, concretamente al Palacio Poli; del centro de la escena, emerge Neptuno, bajo el cual dos tritones intentan domar a dos caballos en medio de una estructura de rocas talladas de las que brota agua en forma de cascada, mientras que a cada lado del dios de los mares se encuentran las estatuas de la Abundancia y la Salubridad, representadas como mujeres.
Pasadas las ocho de la tarde, nos levantamos para terminar la ruta prevista en el Quirinal, aunque antes de seguir nos topamos con una pareja de recién casados, vestidos todavía con los trajes de novios, que se estaban haciendo allí unas fotos ante el jolgorio y los aplausos de los presentes. Avanzamos por Via di San Vicenzo y Via della Dataria, al final de la cual nos topamos con una larga escalinata que llevaba hasta la Piazza del Quirinale; desde un mirador que hay en ella, se divisaba a lo lejos la cúpula de la Basílica di San Pietro totalmente iluminada, que resaltaba en la ya cerrada noche.
En una esquina de la plaza, vimos una fuente presidida por el enésimo obelisco que nos encontramos en Roma, aunque ésta estaba acompañada por las estatuas de Cástor y Pollux y dos caballos, mientras que, justo enfrente, se levantaba el Palazzo della Consulta; después, nos acercamos al Palazzo del Quirinale, la residencia oficial del Presidente de la República de Italia. Como de costumbre, yo me puse a hacer fotos a los edificios, y también a dos soldados que hacían guardia en la puerta principal del palacio dentro de una cabina, del estilo de las de la Guardia Real del Palacio de Buckingham en Londres, y a un par de carabinieri que charlaban en la entrada.
De repente, se me acerca uno de ellos preguntándome por las fotos que había hecho; yo suponía que quería verlas por curiosidad para ver cómo habían salido, pero no era ésa su intención. Se las enseñé y me dice: "Cancella la foto. La divisa non si può fotografare". Me quedé de piedra y, para evitar problemas, borré la foto en la que él salía. Pero no quedó ahí la cosa, porque ahora quería que le mostrase el resto de fotos. Todas las que hice en la plaza y en las que salía algún cuerpo del Estado me mandó borrarlas, incluso algunas en las que apenas se apreciaba la cara del guardia o estaba de espaldas o salía borroso, hasta una foto en la que sólo unos píxeles, y haciendo bastante zoom, pertenecían a un guardia.
El carabinieri no dejaba de decirme bastante enervado que el uniforme no se podía fotografiar, que estaba prohibido, y yo, defendiéndome como podía en italiano, le decía que no lo sabía y pidiéndole perdón: "Non problemo. Tutto bene", pero nada, el tío seguía y seguía... Tras unos minutos, conseguí quitármelo de encima, y mis amigos, que siguieron toda la discusión desde la distancia, se quedaron estupefactos. En total, tuve que borrar unas cuatro o cinco fotos, y porque cuando llegó a las fotos de la Fontana di Trevi ya paró, que si no capaz es de mandarme borrar alguna más. Lo que yo no entiendo es que uno no pueda hacer una foto en la que aparezca un carabinieri y luego, por ejemplo, en el Altare della Patria, puedes fotografiar todas las veces que quieras a los soldados que custodian la tumba al soldado desconocido. Que alguien me lo explique. Por cierto, en esta foto sale el carabinieri, que no me la llegó a borrar; ¿vosotros creéis que se le puede reconocer la cara? Yo creo que no...
Después de este incidente, nos pusimos a buscar un sitio en el que cenar. Nos dimos una vuelta por las calles cercanas a la Fontana di Trevi para tantear lo que había; yo tenía en mi lista varios restaurantes y pizzerías, pero cuando los vimos resultaron ser más caros de lo que había leído en los foros y webs que había consultado. Justo enfrente de la Fontana, encontramos un Mr. Panino que ofrecía un menú de panino más bebida por unos cinco o seis euros; mientras pensábamos si entrar o no, se nos acercó un joven de un restaurante próximo que nos ofertaba una pizza de 30 centímetros de diámetro para dos personas por sólo diez euros creo recordar. La oferta era tentadora, así que, tras asegurarnos de que el joven no nos engañaba, decidimos aceptarla.
El restaurante, a pesar de que se encontraba en un callejón poco transitado, no tenía mala pinta. Teníamos que pedir tres pizzas, así que, por parejas, elegimos una que nos gustase; finalmente, nos decantamos por una de jamón, una de salami picante y otra que no me acuerdo. Cuando el camarero las trajo, nos llevamos una sorpresa: eran del tamaño que nos habían prometido, pero los ingredientes destacaban por su poca presencia. La de jamón llevaba sólo dos lonchas muy finas, y no era un jamón realmente exquisito, mientras que la de salami apenas estaba adornada con seis o siete rodajitas; en cuanto al sabor, las pizzas no eran nada del otro mundo, y, desde luego, no se merecían los diez euros que costaba cada una.
A la hora de la cuenta, no hubo sorpresas: 36 euros entre todos, es decir, seis euros por cabeza. Cuando salimos del restaurante, nos despidió el joven que nos convenció para cenar allí y nos preguntó si nos había gustado; lógicamente, no le íbamos a decir que no... Ya en el callejón, un joven del restaurante de al lado se acercó a él y comenzaron a discutir, dedujimos que porque el del restaurante en el que habíamos cenado le había birlado algún cliente, y, luego, a pelearse con puñetazos de por medio. Nosotros nos fuimos de allí no fuera a ser que nos metiésemos en un lío.
21:40
Volvimos a la plaza de la Fontana di Trevi, donde, nada más llegar, presenciamos cómo dos carabinieri se lanzaron sobre un joven que se estaba bañando en una esquina de la fuente; como podéis comprobar, el día estuvo plagado de anécdotas. Llegó el momento de tomarnos un helado, pero teníamos que decidirnos entre dos heladerías que había allí, una junto a la otra; al final, optamos por la que vimos nada más llegar a la plaza. Yo me pedí uno de chocolate y nutella, aunque esa nutella era diferente a la que me tomé el día anterior, de un color similar al del chocolate, mientras que el de hoy se parecía más a la stracciatella.
Nos tomamos el helado sentados en los escalones de la Fontana di Trevi, disfrutando del ambiente que había en la plaza y descansando, que falta hacía. Al poco de terminarme el helado, que estaba muy bueno, aunque no tanto como los de la heladería 'Inma' de Málaga, me llamaron mis padres al móvil para preguntarme dónde estaba; les dije que estaba en la Fontana di Trevi y que durante el día habíamos estado en la Ciudad del Vaticano viendo la Basílica y los Museos Vaticanos, y, por la tarde, en Piazza Navona y Piazza di Spagna, entre otros sitios.
Estuvimos allí sentados más de media hora, ya que estábamos realmente cansados de todo lo que habíamos caminado a lo largo del día, pero ese tiempo nos hizo recuperar fuerzas para terminarlo. Sobre las diez y media, aproveché que al borde de la fuente apenas había gente para hacer algunas fotos y probar algunas configuraciones de la cámara, como el tiempo de exposición, que me dio muy buenos resultados, sobre todo para capturar las cascadas de la Fontana. Unos minutos después, nos fuimos de allí a buscar un sitio en el que tomar algo. Tiramos por Via di San Vincenzo, Via dei Lucchesi y Via della Pilotta; Pepe nos amenizó el trayecto con algunas de sus imitaciones, principalmente la de Eduardo Punset, cuya voz y gestos le salen genial, provocando risas entre nosotros.
Cerca de la Piazza Venezia, en la Via delle Tre Cannelle, vimos un pub irlandés, el Cork's Inn; estaba bastante tranquilo, ya que todavía era algo temprano, así que nos decidimos a entrar. Mis amigos se pidieron una cerveza italiana, y yo, como no me gusta el alcohol, me tomé una Coca Cola; la camarera que nos atendió estuvo muy simpática con nosotros y le pedimos que nos hiciese una foto en la que saliésemos todos.
La decoración del pub era típica de un irlandés; concretamente, éste estaba repleto de cuadros, fotografías, camisetas y objetos relacionados con el rugby. También teníamos una tele enfrente de nosotros donde estaban retransmitiendo un programa de fútbol que repasaba algunos de los mejores goles de la liga italiana de la temporada anterior. En el pub, estuvimos unos tres cuartos de hora charlando y comentando cosas del viaje, de lo que habíamos visitado, de lo que nos había parecido, etc.
Pasadas las once y media, decidimos irnos ya a nuestros respectivos hostales, así que llamamos a la camarera para que nos trajera la cuenta: 4 euros por cada cerveza y ¡3'5 euros por la Coca Cola! Me esperaba un precio alto, pero no tanto por una botella de 20 cl... Al contrario que el día anterior, no nos confundimos a la hora de tomar el camino de regreso al hostal, ya que tiramos por la larga Via Panisperma, la misma calle por la que pasamos por la mañana; en el trayecto, con alguna que otra cuesta de por medio que nos costó, nunca mejor dicho, subir por culpa del cansancio, advertí que se estaba nublando y que las nubes eran de lluvia, por lo que parecía que se iban a cumplir las predicciones que presagiaban precipitaciones para el sábado, para fastidio de nosotros.
Luego, una vez que llegamos a la Basílica di Santa Maria Maggiore, seguimos por la Via Carlo Alberto hasta la Piazza Vittorio Emanuele II. Allí, tocaba despedirse de Jose y Miguel, ya que ellos se irían por la mañana a conocer Milán; no obstante, mi despedida fue sólo un hasta luego, porque me volvería a reunir con ellos el domingo por la noche en Bérgamo. Jesús, Sebas, Pepe y yo nos fuimos a nuestro hostal; al igual que el día anterior, las camas no estaban hechas. Mientras Sebas y Jesús se duchaban, dejé preparados los folios con la ruta que tenía planificada para el sábado y la lista de sitios recomendados donde poder almorzar y cenar, además del mapa de Roma.
Antes de ducharme, acordamos poner las alarmas de los móviles para despertarnos a las siete y media; cuando salí del baño, los tres ya estaban dormidos, y no me extrañaba, porque estábamos muy cansados de toda la caminata que nos habíamos pegado, así que intenté hacer el menor ruido posible para acostarme. Ya era la una de la madrugada cuando me metí en la cama, pensando en si el cielo nos traería o no lluvia para nuestro siguiente día en Roma.
8 comentarios:
Sería bonito ir a visitar ROMA.
Sobre todo a nivel cultural, debe de ser muy interesante.
Saludos.
Hola Rafa!!
Tio, por qué no le has puesto una moneda con Photoshop a la foto de La Fontana de Trevi??? jajaja!!
La verdad es que la tensión y el cansancio del momento me pudieron!!
De todas formas, podrías haber echado más de una moneda a la fuente para conseguir la foto buena, lo que pasa es que tú solo quieres volver a Roma como viaje turístico y no quieres ni enamorarte ni casarte ahí, ehhh??? jajaja!!
Un saludo!!
¡La virgen! Me quito el sombrero ante la redacción que has hecho, me pregunto cómo has podido hacer una relación tan completa de los sitios y sus nombres propios, así de cómo os planificasteis de bien el viaje, porque vaya día tan movidito.
Muy buenas las anécdotas del guardia haciéndote borrar las fotos, la pelea entre restaurantes y la camarera simpática que cobra la simpatía en las bebidas :D
Me he dado cuenta recientemente, de un año para aquí, que Roma es muy completa en cuanto a lugares para visitar de interés, casi más de lo que yo me imaginé de siempre.
Es uno de los sitios que me apunto con la ilusión de visitarlos algún día.
Super Mendo: es una maravilla. La primera oportunidad que tengas que ir no lo dudes, es imprescindible ir a Roma ;)
Sebastián: porque mis fotos no se retocan, son perfectas :P
No busques excusas, eres un mal fotógrafo, reconócelo jeje
Que hubiera tirado otra moneda? Entonces me quedo sin dinero siendo tú el que me hace la foto jajajajaja
Por cierto, no me importaría enamorarme de una italiana, eh? Que todavía tengo que ver más sitios de Italia :D
Andrés: la redacción me ha costado casi dos meses, no te creas que han sido dos tardes.
Pues he podido porque estuve un mes planificando el viaje al detalle, me empapé de Roma por los cuatro costados, y siempre tengo la Wikipedia para consultar. Ahora te escribo un correo y te paso las rutas que hice, para que te hagas una idea del trabajito que me pegué ;)
Este día fue el que más anécdotas tuvo, pero la del carabinieri se lleva la palma...
Pues yo ya he estado dos veces en Roma, este viaje que estoy contando y un día que estuve en febrero cuando visité a una amiga a Milán. Y tengo pensado volver, Roma es maravillosa :D
Dale unas vacaciones a tu blog y disfruta unos días en Roma ;)
Por cierto, te has leído la entrada entera???
Gracias a los tres por vuestros comentarios :D
Si, me he leído la entrada entera, por eso no me extraña que hayas tardado 2 meses para escribir toda la narración de una manera tan detallada, un 10 tio por el curro que te has metido.
Ojalá viajase más a menudo, pero de momento la cosa está parada.
Un saludete.
Noticias-musica: eres Andrés? Es que respondes a la última pregunta que le he hecho a él. ¿A qué se debe el cambio de nombre?
¡Rafa, me vais a hacer fama entre todos con esto de las imitaciones! La verdad es que la entrada tiene su mérito y el ritmo que le dimos también. Si llegas a ampliar un poco más la entrada metiendo una pequeña trama argumental y perfilando mejor los personajes, te sale una novela de viajes y no una crónica. Gracias por traernos estos recuerdos tan gratos en unas fechas tan intensas.
Un saludo.
Pepe, el que es bueno imitando es bueno, y hay que proclamarlo a los cuatro vientos :P
Lo que andamos ese día tiene mucho mérito, y haber visto todo lo que vimos más todavía, yo solamente lo cuento para que quede constancia.
Si le meto una trama y algunos personajes, me sale 'Ángeles y demonios' o 'El código da Vinci'. Gracias por darme una idea de cómo hacerme rico :P
De nada, para eso estamos; espero no haberte robado mucho tiempo de estudio con esta larga entrada ;)
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