lunes, 11 de diciembre de 2017

Las dichosas Matemáticas bilingües

Por todos es sabido que aprender inglés es básico hoy día. Desde hace muchos años te exigen un nivel mínimo en multitud de puestos de trabajo, y, aunque más reciente, también es cada vez más normal encontrarse en algunos estudios universitarios el requisito de tener al menos un B1 para poder conseguir el título. Es por estos y otros motivos por los que la Junta de Andalucía, al igual que ocurre en el resto de España, lleva ya varios cursos implantando de forma gradual la enseñanza bilingüe en sus colegios e institutos, principalmente en inglés, y que ya afecta a más de la mitad de ellos.
Para aquéllos que no sabéis de qué va exactamente esto del bilingüismo, grosso modo se puede decir que consiste en impartir en una lengua extranjera al menos el 50 % de las clases de algunas materias de áreas no lingüísticas (Geografía e Historia, Matemáticas, Educación Física, Música...) de cada curso, que suelen ser tres o cuatro. Visto así da la impresión de que con esta medida se favorece en el alumnado el aprendizaje del inglés (en algunos centros lo hacen con el francés o el alemán), es más, lo que se pretende es que un alumno que termine la ESO tenga un nivel equivalente a un B1, y un B2 en el caso de que cursen el Bachillerato. Nada más lejos de la realidad.
Opiniones acerca del bilingüismo hay a patadas, tanto a favor como en contra. Yo soy de los del segundo grupo, y para ser sincero cada vez conozco a más compañeros que piensan como yo y menos que se posicionan en pro del bilingüismo tal y como está establecido actualmente. El haber sido profesor de Matemáticas bilingüe el curso pasado (en 1º y 2º ESO) y lo que llevamos de éste (en 2º ESO y 3º de Matemáticas Aplicadas) no ha hecho más que reafirmarme en la postura que ya tenía previa a esta experiencia, y que no es otra que afirmar que el bilingüismo es una gran mentira metida con calzador que no consigue ni por asomo el objetivo que se persigue, el de que los alumnos aprendan inglés, y no solo eso, sino que además repercute negativamente en las materias que forman parte del Proyecto Bilingüe de cada centro educativo.
No voy a decir simplemente que estoy en contra, para nada, puesto que a continuación voy a exponer algunas de las muchas razones que justifican por qué pienso así para finalmente dar mi versión de cómo tendría que ser ese bilingüismo que sí que favorecería el aprendizaje del inglés (o del idioma de turno) en el alumnado, por lo menos con más éxito que con lo que hay ahora. Obviamente, lo haré desde la perspectiva del profesor de Matemáticas que soy y que, como he dicho antes, llevo ya más de un curso teniendo que dar parte de la materia en inglés, pero estoy seguro de que no se aleja demasiado de lo que piensan muchos profesores de otras materias que también se ven afectadas por el bilingüismo.
El primer motivo por el que el bilingüismo no funciona es que hay muchos institutos bilingües que en 1º ESO reciben a alumnos y alumnas de los colegios adscritos que ya de por sí no son bilingües. Gran fallo. Resulta que el alumnado únicamente sabe el inglés que ha aprendido en la materia de Inglés, como los de mi generación, es decir, mucha gramática y vocabulario, pero muy poco de hablar, escuchar, leer o escribir en inglés, así que relacionado con la materia de Matemáticas habrán aprendido los números y para ya de contar, y nunca mejor dicho. Pues resulta que ni eso, y es que la ESO está plagada de estudiantes que todavía confunden 'forty' con 'fourteen', 'hundred' con 'thousand', y luego están los que directamente no saben ni contar del uno al diez en inglés. Y hurgo más en la herida: el otro día en 2º ESO puse un problema en inglés en un examen y una alumna me preguntó qué significaba 'building', pero es que el curso pasado, también en 2º ESO, tenía alumnos que no sabían el significado de 'when' o 'the'. ¿Cómo le voy a explicar a estos alumnos a sumar fracciones, resolver ecuaciones o calcular el área de un rectángulo en inglés si ni siquiera saben traducir palabras tan elementales como 'building', 'when' y 'the'?
Ante esta falta de base en inglés del alumnado, el curso pasado me vi obligado a no explicar nada en inglés, más que nada porque si lo hacía y además ponía preguntas en inglés en los exámenes, entonces me iba a encontrar con una cantidad de alumnos suspensos en Matemáticas para echarse a llorar. Y para muestra, un dato muy esclarecedor: en un grupo de 2º ESO solamente me aprobaron la materia 10 alumnos de 23 en junio y habiendo utilizado el inglés solamente en el primer trimestre, cuando me di cuenta de que así no iba a ninguna parte. Si hubiese explicado Matemáticas en inglés al menos el 50 % de las clases (¡sí!, se supone que tenemos que impartir al menos la mitad de las sesiones en inglés), me parece a mí que con una mano me hubiese bastado para contar a los aprobados.
Yo lo tengo muy claro, y es que no estoy dispuesto a hipotecar mi materia por culpa del dichoso bilingüismo para que luego mis alumnos pasen de curso de aquella manera y se tengan que enfrentar a unas Matemáticas más complejas sin dominar medianamente lo básico de la materia por haber perdido el tiempo en aprender a decir una fracción o recitar paso a paso una ecuación en inglés, que luego en esa reválida de 4º ESO o en la Selectividad todas las preguntas van a estar en un perfecto castellano. Pues eso, que tanto el curso pasado como éste estoy explicando la materia íntegramente en español, y así y todo muchos ni se enteran (será que explico mal, dirán algunos). Lo único que sale de mi boca en inglés es el vocabulario básico de la unidad didáctica en cuestión (no más de ocho o diez palabras o expresiones) y las relaciones de problemas con el enunciado en el idioma de Shakespeare para que, a la hora de resolver uno de ellos en clase, un alumno lo lea e inmediatamente otro lo traduzca, si es que al final no lo acabo traduciendo yo.
Decía antes que la normativa exige que en las materias de áreas no lingüísticas que estén integradas en el Proyecto Bilingüe del centro educativo, como es el caso de Matemáticas en muchos institutos (así ha sido en los dos que he trabajado hasta ahora, en 1º y 2º ESO donde estaba el curso pasado, en 2º y 3º ESO en el que doy clase actualmente), hay que utilizar el inglés en al menos en 50 % de las sesiones, por lo que no hay que ser muy listo para darse cuenta de que me estoy saltando la ley por la puerta grande, aunque ya empezáis a saber por qué. Ahora bien, resulta que esa misma ley afirma que en estas materias no lingüísticas no podemos penalizar en los exámenes al alumno por su mal uso del inglés. ¿Qué quiere decir esto? Os pongo un ejemplo para que lo entendáis. Imaginad que el/la profesor/a de Geografía e Historia bilingüe de 2º ESO pregunta en inglés en su examen por el descubrimiento de América, y el alumno responde obviamente en inglés, pero utilizando tiempos verbales incorrectos (Colón will discover América), obviando la conjugación del verbo en tercera persona del singular (América were discovered in 1492), cometiendo faltas de ortografía (discober), etc. Si el contenido expuesto es correcto (el alumno sabe que Cristóbal Colón descubrió América en 1492, que usó tres carabelas, que Rodrigo de Triana fue el primer que avistó tierra...), la pregunta está completamente bien, aunque ni Google Translate sea capaz de dar una traducción aproximada de lo que el alumno ha respondido.
¿Cuál es la consecuencia de esto? Que el alumno, al saber que no se le va a penalizar por expresarse incorrectamente en inglés, pasa de ti cuando explicas en inglés para que luego le repitas la explicación en español, y ya si eso en el examen contesta en spanglish, total, si va a dar lo mismo. En los exámenes de Matemáticas, la verdad es que hay poco que redactar en inglés, más allá de poner una pequeña frase con la solución al final de cada problema, pero claro, es que hay muchos que dejan el problema en blanco porque directamente no entienden el enunciado, y eso que los pongo muy similares a los trabajados en clase. Entre que no podemos restar puntuación y que muchos alumnos no saben el suficiente inglés como para ser capaces de traducir el enunciado de un problema, mi compañera de Matemáticas bilingüe y yo hemos acordado lo siguiente: preguntar en cada examen un problema en inglés que valga a lo sumo dos puntos, y ofrecer como alternativa otro en español con la misma puntuación pero más difícil, para luego considerar en la nota del examen aquél en el que haya obtenido una mejor calificación. En resumen: se beneficia al que tiene cierta soltura con el inglés con un problema más sencillo, y se perjudica al que no tiene ni idea de inglés y encima le cuestan las Matemáticas con un problema más complejo. Todo muy educativo y lógico, oye.
Vamos ahora con el/la auxiliar de conversación (AC de aquí en adelante), esa persona nativa del Reino Unido, Irlanda, Estados Unidos, etc., vaya, de algún país anglosajón, que asignan a cada centro bilingüe para que acompañe al profesorado de materias bilingües en sus clases doce horas a la semana a repartir entre todos ellos según cómo cuadren los horarios y demás. En mi caso, en el instituto donde trabajé el curso pasado, éramos doce profesores en el programa bilingüe, por lo que el AC, un joven de Nueva York, nos acompañaba una hora a la semana en un mismo grupo, de 1º ESO en mi caso, pero en los otros grupos donde yo impartía Matemáticas en inglés (otro de 1º y dos de 2º ESO) no entraba conmigo. Este curso, en el instituto contamos con una chica de Londres, pero siendo la mitad de alumnos (otra lógica aplastante de la Junta de Andalucía), que alterna dos horarios cada semana para poder entrar en todos los grupos y materias bilingües, por lo que en mi caso me acompaña en una sesión cada dos semanas en los cuatro grupos en los que imparto Matemáticas en inglés (tres de 2º y uno de 3º ESO).
Hasta aquí, todo normal, pues la idea es que el alumnado escuche inglés de una persona nativa, pero el problema viene con lo que voy a contar ahora. Estos AC tienen sus estudios (el del curso pasado no me acuerdo qué hizo, pero la de este curso ha estudiado Filosofía), y sí, tienen que ayudar a dar clase al profesorado de Geografía e Historia, Educación Física, Matemáticas, Biología y Geología, etc. Esto quiere decir que rara es la vez que antes de que me acompañe a clase no tenga que dedicarle un tiempo considerable en explicarle lo que le estoy explicando a los alumnos para que luego sepa de qué hablar y no cometa errores, y esto último ya os digo que es imposible de evitar, porque evidentemente una persona especialista en Filosofía sabe de Matemáticas lo poco que recuerda de sus años mozos. ¿Os imagináis que yo fuese AC en español en un instituto de Liverpool y tuviese que ayudar al profesor de Historia con la guerra de los Cien Años que enfrentó a Inglaterra y Francia? Un auténtico disparate, ¿a qué sí?
¿Consecuencias directas de tener que contar con la ayuda de un/a AC? Pues unas cuantas. En esa sesión que me acompaña no explico ningún concepto nuevo, es decir, no avanzo temario, lo que en mi caso se traduce en 'perder' una de cada seis clases en 2º ESO y una de cada ocho en 3º ESO, porque, como he dicho más arriba, no explico nada en inglés, que si no los alumnos no se enteran (y en español tampoco, para qué engañarnos), y claro, no voy a tener a esta persona media hora cruzada de brazos. Esto también implica que tengo que planificar las sesiones y lo que voy a trabajar en ellas en función del día que viene el/la AC para dedicar esa sesión únicamente a hacer algunas actividades fáciles que el/la AC sea capaz de entender y explicar con mi ayuda, y de esta forma sacarle algo de provecho a la sesión, aunque al final lo único que hacemos es que yo resuelvo en la pizarra el ejercicio o problema en cuestión en español y luego el/la AC lee en inglés con la ayuda de los alumnos más espabilados lo que está escrito en la pizarra (muy útil, ¿verdad?). Al final, resulta que los alumnos se toman a fiesta la clase en la que viene el/la AC, porque, como no se enteran de casi nada de lo que dice en inglés, dejan de atender y trabajar, se dispersan, comienzan a hablar entre ellos y pierdes el control de la clase.
También tengo que tener cuidado de no poner un examen el día que viene el/la AC para que no esté una hora sin nada que hacer en la sala de profesores, y tampoco en la sesión previa a un examen porque en ese día los alumnos están muy nerviosos con las dudas de última hora y el inglés ahí entorpece más que otra cosa. Por último, es el propio alumnado el que te dice a la cara que las clases que damos con el/la AC son una pérdida de tiempo porque le ven ninguna utilidad (eso sí, suelen congeniar muy bien con el/la AC de turno) y que preferirían dedicar esas sesiones a dar clase como las demás, y por supuesto sin utilizar el inglés. Así pues, el/la AC no hace más que condicionar tu programación del curso (y cuidado que no le culpo a él o a ella), alargar de forma innecesaria cada unidad didáctica dos o tres sesiones de media cuando ya de por sí es imposible poder impartir en un curso todos los contenidos que dicta la ley educativa, que los alumnos pasen de esas clases, etc. Una nueva prueba más de que este bilingüismo no funciona.
Vamos con otra: las unidades didácticas integradas (UDI de aquí en adelante). Para los que no sepáis de qué va, consiste en realizar cada trimestre un trabajo o proyecto (un cartel expositivo, una presentación de diapositivas, un vídeo...) de forma conjunta en todas las materias bilingües de un curso en el que se trabajen los contenidos que se explican en las unidades didácticas de dichas materias. ¿Qué pasa? Que hay que buscar una temática en la que confluyan conceptos que se estudien más o menos al mismo tiempo en las materias implicadas, lo cual es bastante complicado.
En el caso del instituto en el que trabajo, Matemáticas es una de las grandes perjudicadas porque se ve obligada a alterar el orden natural de sus unidades didácticas en los dos cursos en los que es bilingüe (2º y 3º ESO) para que se pueda aplicar en la UDI, y para muestra un par de ejemplos. En 2º ESO hemos tenido que explicar un tema del bloque de Geometría (Semejanza y Teorema de Thales) para que el alumnado lo utilice a la hora de trabajar con escalas en los mapas del castillo de Gibralfaro y la Alcazaba de Málaga, cuando dicho tema se suele explicar en el tercer trimestre; por su parte, en 3º ESO tendremos que explicar el bloque de Estadística en mitad del segundo trimestre para que los alumnos realicen encuestas y operen con parámetros estadísticos en la UDI, cuando en realidad este tema siempre se da al final de curso. ¿Os imagináis que el/la profesor/a de Historia de España tuviera que verse obligado a explicar la Guerra Civil antes que la Guerra de Independencia? Pues eso es lo que está ocurriendo en mi materia, otro de los nefastos efectos secundarios de nuestro amigo el bilingüismo.
Pero aquí no queda la cosa. Podría exponer más motivos y ejemplos para criticar y desnudar el bilingüismo que poco a poco se está apoderando de todos los institutos, pero me acabo de dar cuenta de que me estoy alargando demasiado y todavía no he terminado de corregir las UDI de 2º y 3º ESO, y la semana que viene son las reuniones de evaluación. Solamente voy a añadir un par de reflexiones más.
La primera es que, bajo mi punto de vista, el bilingüismo, para que funcione mucho mejor de lo que rinde ahora mismo, debería consistir en desdoblar las clases de Inglés en grupos de 8-10 alumnos como mucho, cada uno de dichos grupos con un profesor, y sí, con un AC nativo que vaya rotando por todas esas clases para que los alumnos practiquen y aprendan el idioma con alguien que hable inglés con un acento de verdad, y todo esto desde Primaria, e Infantil si me apuras. Sinceramente, que un/a AC te acompañe en clase una vez cada quince días y hacer una UDI cada trimestre cuando el alumnado presenta tantas carencias en inglés, que la materia de Matemáticas tenga que ser explicada en inglés cuando ya me cuesta horrores que me entiendan en español (sí, será que explico como el culo) cuando las matemáticas ya son de por sí un lenguaje (¡quiten ya Matemáticas del bilingüismo, por favor!), que mis compañeros de Geografía e Historia de 2º ESO estén explicando la invasión musulmana (Al-Ándalus) y los Reinos de Castilla y de Aragón en inglés (¡sí!, ¡¡¡Historia de España en inglés!!!)... De verdad, creo que no estamos metiendo la pata, estamos metiendo las dos.
Y la segunda reflexión. En Primaria ya están introduciendo el trilingüismo con el francés, y es que debe ser verdad eso de donde caben dos, caben tres. Si finalmente esto sigue adelante y llega a la ESO, ¿tendremos entonces que dar también clases de Matemáticas en francés? ¿O será una clase en español, la siguiente en inglés, la siguiente en francés, y otra vez volvemos a empezar con el español? Miedo me da de cómo puede terminar todo esto. Yo, por si acaso, voy a empezar a contar los días que quedan para que llegue el trilingüismo: uno, two, trois, cuatro, five, six (¡bien!, este número me sirve para el inglés y el francés), siete, eight, neuf, diez...

Nota: este post forma parte del Carnaval de Matemáticas, que en esta septuagésima sexta edición, también denominada 8.6, está organizado por Alejandro Fernández Jiménez a través de su blog Matemático Soriano.

jueves, 30 de noviembre de 2017

No es mío, pero es interesante (CVIII)

Aquí tenemos una nueva entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han interesado en las últimas semanas. Como de costumbre, algunos de dichos blogs consiguen colar más de una aportación, como son los casos de Microsiervos y Fogonazos, con siete y dos posts, respectivamente. Y lo que tampoco cambia es la habitual variedad de contenidos: matemáticas, ciencia, vídeos, ilusiones ópticas, humor, etc.
Repasemos la lista de recomendaciones de esta entrega:
¿Te han gustado las recomendaciones de esta entrega? Espero que sí y que me lo hagas saber a través de un comentario ;)

martes, 14 de noviembre de 2017

Viaje a Francia: día 4

Jueves, 20 de julio de 2017

9:15
Para variar, fui el primero en levantarme, pero esta vez, a diferencia de los otros días, no lo hice nada más escuchar la alarma del móvil, sino quince minutos más tarde, a las nueve y media, puesto que estaba un poco cansado y además teníamos tiempo de sobra hasta el mediodía para llegar a la estación de tren. Una vez que salí del baño, le di un toque a mis amigos para que se fuesen levantando, aunque a su ritmo; mientras tanto, aprovechando que sobró pan de la cena del día anterior, me preparé un buen trozo de baguette tostado con aceite, así como un vaso de leche y una de las natillas de vainilla que todavía nos quedaban. Por su parte, Jose y Miguel se hicieron un café al igual que el primer día que amanecimos en Toulouse.
Ahora tocaba dejar el apartamento tal cual nos lo encontramos. Tras fregar los vasos y los platos que habíamos utilizado, Miguel y yo volvimos a convertir mi cama en un sofá, quitamos todas las sábanas, recogimos todo lo que era nuestro para no dejarnos nada e hicimos las maletas. Estuvimos varios minutos pensando qué hacer con la comida que nos sobró la noche anterior: algunas natillas, un poco de queso, media bolsa de patatas fritas, un trozo de salchichón y pan. Al final nos llevamos solamente el salchichón y las patatas, mientras que lo demás lo acabamos dejando en el apartamento. A eso de las once ya estábamos listos para partir, así que, tal y como nos pidió el casero que nos recibió, dejamos uno de los dos juegos de llaves en la mesa del salón y, tras cerrar con llave el apartamento, echamos el otro en su buzón.
Salimos a la calle y nos fuimos en dirección a la estación por el mismo camino que tomamos el día que fuimos a Carcassonne. Después de pasar por delante de la Basilique Saint-Sernin, llegamos al Boulevard de Strasbourg, donde Jose y Miguel vieron una panadería en la que había unos croissants con muy buena pinta, y además con una promoción de 5 a 2'5 €; Jose llegó incluso a entrar, pero resulta que solamente quedaba uno, así que se quedaron con las ganas. Más adelante, en la rue de Bayard, entramos en otra panadería donde esta vez sí se pudieron tomar un croissant cada uno; no conformes con esto, se les antojó entrar en otra panadería de la misma calle, en la que se pidieron otro croissant con un café. Una vez que se terminaron su tercer desayuno (uno en el apartamento y dos en la calle), reanudamos la marcha para llegar por fin a la Gare de Toulouse-Matabiau mientras nos caían algunas gotillas del cielo, ya que estaba nublado.
Ya dentro de la estación, lo primero que hicimos fue consultar el panel de información para saber la vía por la que pasaría nuestro tren, pero todavía no estaba anunciado, así que nos tocaba esperar. Yo aproveché para entrar en una tienda de souvenirs a ver si encontraba alguna camiseta de Toulouse que me gustase, pero las que había eran casi todas del equipo de rugby de la ciudad, por lo que no compré nada. Poco antes de las doce se anunció que nuestro tren lo tendríamos que coger en la vía 4; como teníamos tiempo de sobra, nos acercamos a una máquina expendedora de billetes para sacar los nuestros a pesar de que ya traíamos los impresos de la reserva que hicimos días antes del viaje, pero bueno, siempre queda más formal tener un billete como los de toda la vida.
Esta vez no teníamos que correr agobiados como nos ocurrió dos días antes. El andén, como era de esperar, se fue llenando de gente conforme pasaban los minutos, ya que Bordeaux es una de las ciudades más importantes y pobladas de Francia, y eso implica inevitablemente un constante flujo de viajeros. Poco antes de las doce y veinte del mediodía llegó nuestro tren, bastante antiguo por fuera y también por dentro como comprobamos cuando subimos a nuestro vagón, el número 1, y es que no se parecía en nada al que cogimos dos días antes para ir a Carcassonne. A la hora de hacer la reserva, escogimos tres asientos en un compartimento con la idea de ir más espaciados, aunque al final no era para tanto, porque en el habitáculo íbamos a ser seis personas (nosotros tres y tres chicas que ya estaban allí cuando entramos) y la verdad es que no sobraba mucho espacio. Por cierto, que el billete nos costó 15 € por cabeza, un precio más razonable que el de Carcassonne teniendo en cuenta la distancia que había que recorrer y la duración del viaje.

12:25
El tren se puso en marcha unos minutos antes de las doce y media. Por delante teníamos unas dos horas de viaje que en mi caso no se me hicieron tan largas como esperaba, ya que entre que cada dos por tres estábamos hablando de diversos asuntos (del viaje, de fútbol...), que la chica sentada a mi lado estaba viendo una película en su portátil o tablet (ya no me acuerdo qué era exactamente) y que también me entretenía mirando por la ventana de nuestro compartimento, a pesar de que estaba un poco sucio y a cierta distancia de mi asiento, el tiempo se me pasó relativamente rápido. Hicimos dos paradas antes de llegar a Bordeaux, concretamente en las estaciones de Agen y Marmande, entre las cuales se acercó la revisora para pedirnos los billetes y comprobar que todo estaba correcto. Sobre las dos de la tarde nos empezó a entrar un poco de hambre, así que recurrimos a lo que quedaba de la bolsa de patatas fritas que nos sobró de la noche anterior para saciarnos algo a la espera de almorzar cuando llegásemos a Bordeaux.
A las dos y media ya nos estábamos bajando del tren en la Gare de Bordeaux-Saint-Jean. Antes de salir al exterior, fuimos en busca de la consigna de equipajes de la estación para confirmar dónde se encontraba, pues el sábado teníamos pensado dejar allí las maletas para poder movernos con libertad durante el día hasta que llegase la hora de ir al aeropuerto y volver a Málaga. Ya en la calle, nos encontramos con que allí también estaba un poco nublado, pero al menos no tenía pinta de que fuese a llover. Nuestra idea era comer por allí cerca para luego ir al apartamento que habíamos reservado, y con cuyo casero habíamos quedado a eso de las cuatro. En la Gare de Bordeaux-Saint-Jean no vimos nada interesante, por lo que empezamos a caminar en dirección al centro de la ciudad hasta dar con algún restaurante que nos llamase la atención. Al igual que en la de Málaga, en los alrededores de la estación de tren abundaban los locales de comida rápida, especialmente de kebabs en la larga avenida de Cours de la Marne, donde no me hubiese importado almorzar, pero mis amigos preferían hacerlo en otro sitio.
Llegamos a un punto en el que ya estábamos más cerca del apartamento que de la estación, por lo que Miguel sacó su móvil para buscar en TripAdvisor las recomendaciones de esa zona. Teníamos que decidir dónde comer lo antes posible porque ya eran las tres de la tarde y a esa hora ya suelen estar cerradas las cocinas de los restaurantes en Francia, así que en cuanto encontramos en dicho buscador un sitio que estaba abierto y cercano al apartamento nos fuimos hacia allí, concretamente a La Parenthèse, una crepería que precisamente nos había recomendado el casero días atrás cuando nos pusimos en contacto con él por correo electrónico. Tomamos asiento en una de las mesas de la calle, la rue Sainte-Catherine, que estaba muy concurrida porque esos días tenía lugar en ella una especie de mercadillo en el que las tiendas de la misma montan unos puestos para vender productos a un precio más reducido, supongo que las sobras del almacén y lo que no es de temporada.
La carta se componía básicamente de galettes (crepes salados) y crepes dulces, así como varios menús individuales entre los cuales nos decantamos por el que costaba 11'30 € y que se componía de una galette Complète o Espagnole, una taza de sidra y un crep dulce. Mis amigos se decantaron por la Complète (huevo, jamón cocido y queso), mientras que yo elegí la Espagnole (huevo, chorizo y queso). Lo primero que trajeron fue la sidra, que sería la primera vez que la probase, y sinceramente no me hizo mucha gracia, el sabor no me terminó de convencer. Luego nos sirvieron las galettes, uno de los platos típicos de Francia, que no es que sean gran cosa, pero para salir de un apuro no está mal. Cuando nos las terminamos, ya eran casi las cuatro, lo cual significaba que íbamos a llegar tarde al apartamento, por lo que Jose le mandó un mensaje para decirle que estábamos almorzando por allí cerca y que estaríamos allí lo antes posible.
De postre nos pedimos el crep de nutella, que para mi gusto estaba bueno, y un poco más grande que el que comimos el primer día en el argentino de Toulouse, aunque también es cierto que los he comido mejores en España. Ese día fui yo el encargado de pagar los gastos comunes, así que me acerqué al mostrador para pagar con mi tarjeta, tras lo cual, pasadas las cuatro y cuarto, cogimos nuestras maletas para ir por fin al apartamento, situado a apenas cinco minutos andando de donde nos encontrábamos. En el portal del edificio nos estaba esperando nuestro casero, Oli, quien tras saludarnos nos dijo que solamente sabía hablar francés e inglés, por lo que fui yo el que conversó más con él, aunque en realidad mis amigos, a pesar de que no hablan inglés al mismo nivel que yo, también se enteraron de lo que él decía gracias a que pronunciaba bastante bien.
Ante la ausencia de ascensor (el edificio era bastante antiguo), tuvimos que cargar con nuestras maletas por una estrecha escalera hasta llegar al primer piso; una vez allí, el casero nos abrió la puerta del apartamento, que a su vez daba a otra escalera, al comienzo de la cual se encuentra un pequeño baño con lavabo y váter, y más arriba el apartamento propiamente dicho, L'Appart D'Oli et Tiane. ¡Qué pasada de apartamento! No tenía nada que ver con el resto del edificio, ya que estaba muy bien acondicionado y decorado, con todo lujo de detalles, con un salón amplio y con la cocina integrada (con bastante comida, por cierto), y, eso sí, con una habitación un tanto peculiar, puesto que tanto la ducha como el lavabo están en la propia habitación sin ninguna pared de por medio. Cuando terminó de enseñarnos el apartamento, Oli cogió un mapa de Bordeaux para explicarnos dónde están los sitios que merece la pena visitar, dónde comer, la red de tranvías que surca la ciudad, etc., así como recomendaciones y diversas dudas que nos resolvió gustosamente.
A continuación, nos explicó el tema del pago del apartamento. En total eran 280 €, de los cuales 80 € ya se pagaron por adelantado via PayPal, por lo que quedaban 200 € y otros 200 € más en concepto de fianza que nos devolvería el sábado cuando comprobase que el apartamento estuviese en condiciones y que no hubiese ningún desperfecto. Tras darle el dinero, nos entregó dos juegos de llaves y una botella de vino como regalo de bienvenida, pero le dijimos que no la íbamos a tocar porque no somos de vino, y además tampoco nos la podríamos llevar porque en el aeropuerto nos la requisarían. Una vez que acordamos que viniese el sábado sobre las diez y media para abandonar el apartamento, el casero se marchó, mientras que nosotros nos quedamos allí un rato más inspeccionando todo lo que tenía el apartamento así como planificando lo que íbamos a hacer en lo que restaba de día, aunque ya lo teníamos medio perfilado de antemano.

17:30
El primer sitio de Bordeaux que visitamos fue la église Saint-Paul, situada justo enfrente del portal de nuestro apartamento. Su fachada de estilo barroco me recordó muchísimo a varias iglesias de Roma por su forma y elegancia, como por ejemplo la iglesia del Gesù; por su parte, el interior del templo se mostraba mucho mejor cuidado que varios de los que visitamos en Toulouse, destacando principalmente el retablo mayor con la imagen del apoteosis de Saint François Xavier. A continuación, cogimos por la rue Ravez y, tras bordear parte del Palais des Sports de Bordeaux y desviarnos por la rue Pierre de Coubertin, desembocamos en la calle en la que se encuentra la Grosse Cloche, uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad, aunque antes de admirarlo con detenimiento entramos en la aneja église Saint-Éloi, un poco más pequeña que la que acabábamos de visitar y de estilo gótico, como delatan su bóveda, sus arcos y sus vidrieras.
De nuevo en la calle, ahora sí nos paramos a ver la Grosse Cloche, una impresionante y elegante puerta de la antigua muralla de Bordeaux que en su origen fue el campanario público del ayuntamiento. Cuenta con dos torres circulares entre las cuales se observa una gran campana que es la que le da nombre a este monumento y con sendos relojes en cada una de sus dos fachadas, las cuales están atravesadas por un arco que permite atravesarlo de un lado a otro; en resumidas cuentas, por su apariencia exterior la Grosse Cloche se podría asemejar a un trozo de un castillo insertado en mitad de la ciudad. Continuamos nuestro paseo por el Cours Victor Hugo, una de las avenidas principales de Bordeaux y que desemboca en la Porte de Bourgogne, un arco de triunfo que llama la atención por su sobriedad, al contrario que las de otras ciudades, por su tono amarillento y por las columnas de orden dórico situadas en la portada que da al río Garona.
Precisamente lo que hicimos a continuación fue atravesar el río por el Pont de Pierre, el Puente de Piedra, el más importante de la ciudad por muchos motivos, entre ellos por su longitud (casi 500 metros) y porque fue mandado construir por Napoleón Bonaparte, y es que de hecho cuenta con tantos arcos como letras tiene su nombre, diecisiete en total. Casi diez minutos tardamos en llegar a la otra orilla del Garona, concretamente a la Place de Stalingrad, en la que llama poderosamente la atención la estatua de Le Lion de Veilhan, un enorme león de color celeste de 6 metros de altura y 8 metros de largo con el que los turistas se hacían fotos continuamente, y nosotros no fuimos menos. Seguidamente, avanzamos por la alargada avenue Thiers para acercarnos a la église Sainte-Marie-de-la-Bastide, una de las más peculiares que he visto, y es que su campanario está coronado por una cúpula con forma de huevo, un tanto similar a las torres de Angkor Wat de Camboya. Del interior poco pudimos ver, puesto que nada más entrar nos dijeron que ya iban a cerrar; de hecho, solamente me dio tiempo a hacer una foto.
En esta parte de la ciudad, la Bastide, ya no teníamos más que ver, ya que la zona turística se concentra en el margen izquierdo del río, así que deshicimos nuestros pasos para volver al casco histórico. En el camino, nos topamos en la Place de Stalingrad con una fuente Wallace, como otras tantas que habíamos visto en Toulouse y que seguiríamos viendo en Bordeaux, y a continuación nos desviamos unos minutos por el Quai des Queyries, desde pudimos contemplar una bonita panorámica de la ciudad, de entre cuyos edificios, casi todos de la misma altura, sobresalen algunas de sus torres, como por ejemplo la Tour Pey Perland o la Flèche Saint-Michel. Después de hacer unas cuantas fotos, emprendimos definitivamente el camino de vuelta a la otra orilla del río, de nuevo por el Pont de Pierre, para al final del mismo girar a la derecha y avanzar por el paseo que bordea al Garona.
Al llegar a la altura de la Porte Cailhau, cruzamos para ver de cerca este monumento, para lo cual puse en riesgo incluso mi vida, y es que resulta que me detuve en la parte de la calzada que separa los raíles de los tranvías de los carriles para vehículos para hacer unas fotos, pero por lo visto por ahí podían pasar los coches para dar media vuelta, y alguno que otro pasó bastante cerca de mí. Este monumento es otro de los más importantes de Bordeaux y externamente guarda un gran parecido con la Grosse Cloche, aunque son fácilmente distinguibles. De 35 metros de altura, también formaba parte de la antigua muralla defensiva de la ciudad y es posible atravesarla por el arco que tiene en su parte inferior, aunque lo que más destacaría de esta puerta es que parece sacada del castillo de Disney, conclusión a la que llegamos tanto mis amigos como yo.
A continuación, cogimos por la rue des Argentiers hasta llegar a la église Saint-Pierre, que según tenía anotado cerraba a partir de las seis de la tarde, pero, como nos pillaba de camino para nuestro siguiente destino, nos acercamos a probar por si acaso; en efecto, ya estaba cerrada, pues eran casi las siete y media. Cabe mencionar que en la plaza en la que se encuentra esta iglesia, que toma el mismo nombre, nos topamos con una estatua de un hombre desnudo a tamaño natural de color marrón, parecido al del óxido, que también habíamos visto frente a la estación de trenes y que igualmente veríamos en otros puntos de la ciudad más adelante. Seguimos con nuestra ruta bordeando la citada iglesia por la rue de la Cour des Aides y luego girando a la izquierda por la Quai de la Douane, al final de la cual desembocamos en la Place de la Bourse, una majestuosa plaza rectangular abierta por el lateral que da al río y rodeada de unos elegantes edificios de corte señorial adornados con mascarones en los dinteles de sus ventanas, algo muy típico de Bordeaux.
Mis amigos se sentaron un banco a la sombra mientras yo me dedicaba a hacerle fotos a los citados edificios y mascarones, a la Fontaine des Trois Grâces, a una peculiar farola que había por allí, etc. Tras ello, nos acercamos al gran atractivo de la ciudad, y por ende de esta plaza: el Miroir d'Eau. Se trata de un espejo de agua, el más grande del mundo con 3.450 metros cuadrados de superficie, sobre una placa de granito en la que cada veinte minutos se repite la siguiente secuencia: primero se pulveriza agua creando un efecto niebla, luego empieza a brotar agua hasta acumular una fina capa de dos centímetros, y finalmente va desapareciendo dicha capa hasta secarse del todo. Y vuelta a empezar. De esta forma, los edificios de la Place de la Bourse se reflejan en este espejo acuático, lo que ofrece bellísimas estampas que invitan a tomar un montón de fotografías, como yo hice, pero es que además la gente lo utiliza como si fuera una piscina en la que refrescarse, chapotear, salpicarse, pasear descalzos, tumbarse, etc. Una auténtica pasada de atracción apta para todos los públicos, para niños y no tan niños, para turistas y los propios habitantes bordeleses, a la que volveríamos más veces tanto hoy como los siguientes días.
Después de pasar allí cerca de media hora, nos dirigimos a la cercana Place du Parlement, una pequeña plaza con una arquitectura similar a la de la Place de la Bourse, con una peculiar fuente en el centro, la Fountaine du Parlement, y repleta de terrazas, tal y como nos había advertido nuestro casero, puesto que esta plaza conforma un triángulo imaginario junto con la de Saint-Pierre y la de Camille Jullian, que visitamos justo a continuación, en la que se concentran numerosos bares y restaurantes frecuentados por gente de nuestra edad. De hecho, ya eran más de las ocho e iba siendo hora de buscar un sitio para cenar, así que empezamos a echarle un vistazo a todos los locales hasta dar con uno que nos agradase. Para ello, echamos mano también de la lista de sitios donde comer que había elaborado a la hora de planificar el viaje, así como de las recomendaciones de TripAdvisor que consultamos en el momento.

20:30
Teníamos un problema, y es que todo estaba lleno de gente, tanto los sitios que nos gustaría probar como los que no. Por más que callejeábamos por la zona no encontrábamos nada a un precio asequible (hay que tener en cuenta que comer en Francia es un poco más caro que en España) y distinto a lo que ya habíamos probado hasta ahora en el viaje (comida argentina, libanesa, francesa...). Después de mucho tantear, nos decantamos por cenar en Nyam Baï, un restaurante camboyano al que inicialmente me opuse porque yo soy muy delicado con estas comidas tan exóticas, pero mis amigos me convencieron argumentando que arroz seguro que habría y que no me iba a decepcionar. Solamente había dos mesas pequeñas libres, por lo que nos sentamos en ellas, pero con la particularidad de estar unidas a las de otros clientes, lo cual parece que es bastante común en Francia, puesto que ya lo habíamos visto en otro restaurantes.
Sin saber muy bien qué pedir, me dejé aconsejar por Miguel y Jose, que ya tenían experiencia en sitios similares y saben bien qué me puede gustar y qué no. Los tres nos pedimos el mismo menú de 13 € y con la misma combinación de platos: 3 nems au poulet y un Baï Tcha poulet. Para beber, volvimos a recurrir a la jarra de agua que te sirven gratuitamente; además, lo bueno de este sitio es que el agua estaba bastante fría y te cambian la jarra sin necesidad de pedírselo en cuanto ven que la tienes vacía, lo cual era de agradecer. El primer plato tardó poco en llegar, tres rollitos vietnamitas rellenos de pollo y acompañados de hojas de lechuga y de menta. Mis amigos me dijeron que para comerlo tenía que meter cada nem en una de las hojas de lechuga con algunas de menta y a continuación enrollarlo. No es que fuese un manjar, pero para mi sorpresa estaba bastante bueno, mucho más de lo que me imaginaba. ¡Quién me lo iba a decir hace unos años cuando no me atrevía a probar una ensalada ni tampoco comida asiática!
Cuando lo terminamos, nos trajeron el segundo plato, que consistía en arroz con pollo, huevo y diversos condimentos. En mi caso, este plato era menos arriesgado, ya que el arroz me encanta, pero a pesar de ello tenía mis dudas por si el aliño que le hubiesen echado fuese picante o no me fuera a gustar. Me equivoqué. Al igual que con el primero, no se trataba de una delicia (el arroz con pollo de mi madre le supera), pero, a pesar de su simpleza, estaba sabroso y además contundente, pues el plato venía con bastante cantidad. Aproveché que además de tenedor teníamos palillos para intentar comer con ellos, y la verdad es que no me costó mucho cogerle el truco, pero sinceramente lo considero incómodo y poco práctico. Unos minutos antes de las diez, me acerqué a la barra para pagar la cena con mi tarjeta de crédito, y tras ello nos dirigimos a la orilla del río Garona para disfrutar de la iluminación nocturna de esa parte de la ciudad.
Cuando llegamos, justamente estaba teniendo lugar ese lapso de tiempo que se conoce como hora azul, esos minutos en los que no es ni de día ni de noche y en los que cielo adquiere una tonalidad perfecta para tomar unas fotografías espectaculares. Tuve que sacar mi teleobjetivo para poder fotografiar algunos monumentos lejanos como el campanario de la église Sainte-Marie-de-la-Bastide que habíamos visitado esa misma tarde, el Pont de Pierre, la Flèche Saint-Michel o las dos columnas rostrales de 21 metros de altura de la Place des Quinconces, aunque minutos después volví a poner el objetivo normal para hacer fotos del Miroir d'Eau, el verdadero motivo por el que habíamos venido a este sitio a esta hora. Ya no repetía la secuencia de agua que presenciamos por la tarde, pero todavía contaba con una fina capa que reflejaba con un auténtico espejo los edificios iluminados de la Place de la Bourse. Una auténtica belleza, y es que, nunca mejor dicho, una imagen vale más que mil palabras.
De allí nos fuimos hacia la Porte Cailhau, que también contaba con una iluminación que invitaba a retratarla varias veces, como así hice, y de nuevo jugándome el pellejo en mitad de la carretera, eso sí, prestando más cuidado que unas horas antes. Atravesamos la puerta por su arco para continuar por la Place du Palais, donde vimos una maqueta de bronce que reproducía a escala parte del centro histórico de Bordeaux, y luego ir en busca de la panadería que nos había recomendado nuestro casero, pues estaba por allí cerca. A pesar de que nos lo había señalado en el mapa que nos dio, nos costó orientarnos, pero un par de personas que nos vieron perdidos nos indicaron cómo llegar hasta allí. Tal y como nos había comentado Oli, la panadería era reconocible por el llamativo color rojo de su fachada, así que, sabiendo ya dónde se encontraba y que estaba a apenas dos o tres minutos andando del apartamento, decidimos que al día siguiente iríamos allí a comprar el pan para desayunar.
A continuación, bajamos por la rue du Pas-Saint-Georges, y luego seguimos por la Place Fernand Lafargue y la rue Saint-James para ver iluminado otro de los monumentos más importantes de la ciudad y que ya habíamos visitado también por la tarde, la Grosse Cloche, que la verdad, no sé si me gusta más con luz natural o con la iluminación nocturna. Con esto dimos por terminado el día, por lo que lo siguiente que hicimos fue volver al apartamento, adonde llegamos sobre las once de la noche. Para no perder la costumbre, Jose sacó su móvil para grabar un vídeo del apartamento, algo que solemos hacer casi siempre que viajamos, y esta vez con más motivo porque, como ya dije antes, estaba muy bien acondicionado.
Al igual que las anteriores noches, hicimos cuentas para que Jose y Miguel me pagasen por Bizum sus respectivas partes del almuerzo y de la cena, ya que yo había pagado con tarjeta en ambos casos lo de los tres. Tras ello, dimos comienzo a la ronda de duchas, primero yo y luego mis amigos, con el condicionante de que los dos que no se estuviesen duchando tendrían que quedarse en el salón, puesto que la ducha tenía el inconveniente de estar integrada en el dormitorio sin pared de por medio, aunque por el lado positivo habría que decir que era bastante espaciosa. Así pues, aprovechamos para ver un rato la tele, eso sí, en francés, concretamente un canal de deportes que encontramos y en el que estaban hablando del mercado de fichajes de fútbol, entre otros de la posible marcha de Neymar al PSG. Entre una cosa y otra, nos acabamos acostando a la una menos cuarto después de haber acordado de poner el despertador a las ocho y cuarto, y así poder estar en la calle a las diez ya desayunados y listos para afrontar un día completo en Bordeaux.

martes, 31 de octubre de 2017

La seducción de las matemáticas

El libro con el que he cerrado mi ciclo de lecturas veraniegas de este año ha sido 'La seducción de las matemáticas', del escritor y periodista alemán Christoph Drösser.
El autor analiza a lo largo de 17 capítulos otras tantas situaciones e historias reales o fruto de su imaginación, casi siempre a modo de conversación entre dos o más personajes, en las que inevitablemente se necesitan las matemáticas para responder o solucionar el problema que se plantea. En algunos casos es evidente que las matemáticas tarde o temprano tienen que entrar en escena, como por ejemplo a la hora de entender la trampa que se esconde en el sueldo medio de los trabajadores de una empresa, de comprobar que los resultados de unas elecciones pueden variar según cómo se delimiten las circunscripciones, o de decidir qué estrategia seguir al jugar a la ruleta de un casino. Sin embargo, hay veces que parece mentira que las matemáticas jueguen un papel tan importante, véase por ejemplo que el número e nos puede ayudar a decidir con qué novio o novia casarnos, que la trigonometría se puede utilizar para contemplar las piernas de una mujer desde un ángulo idóneo, o que en un juicio se recurrió al archiconocido teorema de Pitágoras para decidir si el acusado era inocente o culpable.
Ya he perdido la cuenta de cuántos libros de índole matemática he devorado hasta ahora, por lo menos serán unos treinta, y los he leído de casi todo tipo: novela, divulgación, acertijos, etc. 'La seducción de las matemáticas' habría que encuadrarlo en los de divulgación, que a su vez los hay de varios estilos, pero éste en concreto se sale un poco de la tónica general, lo cual es de agradecer, por la manera en la que presenta los conceptos matemáticos elegidos, aunque en este caso quizás sea más preciso hablar de problemas más que de conceptos, como hizo en su día Fernando Blasco en su genial 'El periodista matemático'. Como siempre ocurre, las comparaciones son inevitables, y bajo mi punto de vista el libro de Christoph Drösser sale perdiendo, en gran parte porque le da muchas vueltas a las primeras partes de cada capítulo, en las que contextualiza el problema de la vida cotidiana de turno, en ocasiones con diálogos insulsos y que aportan más bien poco. En cuanto a las segundas partes, en las que analiza matemáticamente las situaciones anteriormente expuestas, las explicaciones no siempre se adecúan al nivel de un lector medio que, por regla general, no se desenvuelve con soltura en esta materia; de hecho, a mí me ha costado entender algunas de ellas, pero hay otras que son inmejorables. En cualquier caso, el libro no está mal en líneas generales, aunque solamente se lo recomendaría a los apasionados de las matemáticas que no tengan tanta experiencia lectora como yo en este género.

martes, 24 de octubre de 2017

No es mío, pero es interesante (CVII)

Aquí llega una nueva entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han interesado en los últimos días. Como viene siendo habitual, hay algunos blogs que acaparan buena parte de los posts seleccionados, como son los casos de Microsiervos y El Aleph, con once y tres aportaciones, respectivamente. Y lo que tampoco cambia es la variedad de los contenidos: matemáticas, astronomía, ciencia, curiosidades, vídeos, etc.
Repasemos la lista de enlaces de esta entrega:
¿Os han gustado las recomendaciones de esta entrega? Espero que sí y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

miércoles, 18 de octubre de 2017

Un blog de diez

Diez suman los dedos de nuestras dos manos, causa de que utilicemos el sistema de numeración decimal. El 10 es un número triangular, compuesto y defectivo. El 10 es el dorsal que llevan o han llevado algunos de los mejores futbolistas de todos los tiempos: Messi, Pelé, Maradona, etc. El 10 es un número asociado a la perfección, a la máxima nota, a lo inmejorable. Diez son los años que hoy cumple 'El mundo de Rafalillo', un blog muy lejos de ser perfecto, que aprueba a duras penas, que tiene mucho margen de mejora, pero es mi blog, y lo quiero mucho, y para mí es el mejor de todos. Es cierto que no está en su mejor momento, que hace ya tiempo que pasaron sus días de gloria, que ya casi nadie se acuerda de rendirle visita más que su humilde creador, pero hoy es su aniversario, su décimo aniversario, así que hoy no es un día como otro cualquiera.
Se dice pronto, son solamente dos palabras, diez años, y cuánto se tarda en recordar todo lo que ha pasado en este tiempo. Para que os hagáis una idea, es casi una tercera parte de mi vida, es decir, que de cada tres días que he existido, uno de ellos ha estado el blog a mi lado. ¡Y cómo ha cambiado todo! Hace diez años estaba yo empezando 4º de Ingeniería Informática con alguna que otra asignatura pendiente, al tiempo que las matemáticas iban poco a poco convirtiéndose para mí en algo más que una afición; el Málaga jugaba en Segunda División, mientras que la selección española de fútbol seguía con su maldición de cuartos; en Semana Santa iba de trono en trono haciendo apenas unos cuantos cientos de fotos con una cámara digital; y el verano anterior acababa de irme de viaje por primera vez con mis amigos a Barcelona. Hoy resulta que afronto mi quinto curso como profesor de Matemáticas, tres en un colegio concertado y el segundo en un instituto después de haber aprobado las Oposiciones de Secundaria a la primera; el Málaga volvió a Primera División y disfrutó una temporada de la gloria de la Champions League, así como de su cara más cruel, y por su parte España vivió su época dorada consiguiendo dos Eurocopas (2008 y 2012) y el Mundial de 2010; las fotos que hago cada año en Semana Santa con mi réflex se cuentan por miles, habiendo publicado incluso algunas de ellas en un libro varios años; y ahora raro es el año que no hago las maletas para viajar, bien por España o bien por Europa. Diez años de mi vida que he compartido con vosotros y que sin duda alguna están marcados por un día que supuso un antes y un después, el 11 de junio de 2012, el día que falleció mi padre.
Como decía al principio, hace ya mucho que 'El mundo de Rafalillo' comenzó su declive, concretamente desde su cuarto aniversario tras haber tenido dos años muy buenos en todos los sentidos: cantidad de entradas publicadas, calidad y variedad de las mismas, afluencia de visitantes, comentarios recibidos, etc. Mentiría si dijera que no me importaría que el blog volviese a ser el de entonces, pero tampoco lo hago cuando afirmo que estoy contento con lo que he conseguido en esta década. Si hoy 'El mundo de Rafalillo' ya no tiene tanta vida es simple y llanamente porque los días tienen solamente 24 horas y porque el trabajo manda, que ser profesor implica muchas horas de dedicación a pesar de que mucha gente piense lo contrario; así pues, el blog va a seguir como en estos últimos años, es decir, publicaré con suerte una entrada por semana de las pocas secciones que siguen en pie, a saber: las recomendaciones de 'No es mío, pero es interesante', mi habitual colaboración en el Carnaval de Matemáticas (si es que sigue adelante, porque el mes pasado no se celebró la edición correspondiente), algún que otro juego de 'Adivina quién soy' o 'Adivina dónde estoy', los relatos de los viajes que hago, las críticas de libros que leo, las procesiones de Semana Santa a las que voy, y para de contar.
Año tras año hago un pequeño resumen estadístico de lo que el blog ha deparado los últimos doce meses del blog, y este décimo aniversario no iba a ser menos:
  • 41 entradas publicadas (dos más que el año anterior), es decir, entre 3 o 4 entradas al mes.
  • 76 comentarios, unos cuantos menos que el año anterior, lo que se traduce a casi dos comentarios por entrada.
  • Unas 14.000 visitas recibidas, es decir, casi una tercera parte menos que hace un año. Esto supone una media de 38 visitas diarias.
  • Las visitas proceden de 87 países diferentes de los cinco continentes. Algo más de la tercera parte de los visitantes son de España, mientras que los demás lo hacen principalmente desde Latinoamérica (México, Colombia, Argentina, Perú, Chile, Ecuador...) y Estados Unidos.
  • La duración media de las visitas sube hasta los 43 segundos, por los 40 del año anterior.
  • El blog ha sido visualizado unas 17.000 veces, un 31 % menos que el año anterior. Son 740 las diferentes páginas que se han visualizado, siendo la de ¿Qué diferencia existe entre un equinoccio y un solsticio? la más visitada, seguida por la principal del blog.
  • El blog tiene 64 suscriptores (un 37 % menos que el año pasado) y 58 seguidores (dos más que hace un año).
  • Finalmente, comentar que el blog mantiene un PageRank de 3 sobre 10.
Como se puede comprobar, los datos importantes empeoran prácticamente todos, como era de esperar. Me da muchísima pena que el blog esté en este estado, tan abandonado, tan poco actualizado y con tan poca variedad en comparación con sus primeros años de vida, pero es lo que pasa cuando uno tiene responsabilidades y trabajo. No tengo previsto volver a la dinámica de antaño, más quisiera yo, así que os digo lo que últimamente por estas fechas, que hay que conformarse con lo poco o lo bueno que hay y que publique de aquí en adelante, que seguirá sin ser mucho. También cabe recordar que ha caído casi en el olvido ese blog temático de Semana Santa que prometí hace tiempo y que todavía no he podido sacar adelante, aunque también he de decir que hace unas semanas creé un blog asociado a mi trabajo de profesor con otra cuenta diferente, concretamente Flipeando las Matemáticas, en la que periódicamente comparto vídeos con contenidos explicativos que han grabado otros compañeros de profesión, a ver si con esto consigo que mis alumnos y alumnas entiendan mejor la materia.
Por mi parte, poco más que decir, solamente agradecer a todos los lectores de 'El mundo de Rafalillo' que me han seguido a lo largo o parte de estos diez años sus visitas, sus comentarios y su fidelidad más o menos prolongada. Siempre seréis muy bien recibidos por aquí, estáis en vuestra casa.
¡Muchas gracias a todos!

miércoles, 11 de octubre de 2017

Viaje a Francia: día 3

Miércoles, 19 de julio de 2017

8:00
Suena el despertador y se repite la rutina habitual de estos días. Me levanto para ser el primero en entrar en el baño mientras mis amigos apuran unos últimos minutos en la cama, y ya cuando salgo les voy metiendo algo de prisa para que no tarden tanto en ponerse en funcionamiento. Hoy en verdad no teníamos demasiada prisa para salir a una hora en concreto como el día anterior, en el que teníamos que coger un tren ya reservado con antelación, pero siempre he dicho que los viajes están para aprovecharlos, así que, cuanto antes estuviésemos listos para salir, a más sitios iríamos y sin tantas prisas. Mientras Jose y Miguel se levantaban e iban al baño, yo me entretuve preparando todo lo necesario para el día que pasaríamos en Toulouse, a saber: mi inseparable cámara de fotos, el plano que nos dejó el casero cuando nos recibió, mi ruta de sitios que visitar y de lugares donde poder comer, etc. Entre una cosa y otra, salimos del apartamento a eso de las nueve y veinte de la mañana, un poco más tarde de lo que pretendía, aunque, como me decían mis amigos, no tenía motivos para estresarme porque hasta las diez no abrían los primeros sitios que teníamos que visitar, y además tampoco íbamos a tardar tanto en desayunar.
Esto fue precisamente lo primero que hicimos, y concretamente fuimos a una panadería a la que le habíamos echado un ojo el primer día, L'atelier du pain, por lo bien que olía cuando pasamos por delante y que estaba a apenas cuatro minutos, en la esquina del Boulevard Armand Duportal con el Boulevard Lascrosses. Cuando llegamos había cola, lo que nos vino bien para pensar qué nos íbamos a tomar; finalmente, yo me decanté por una napolitana, un croissant y un chocolate caliente que me costó en total 4'40 €, mientras que mis amigos se pidieron un café y un croissant cada uno. La bollería estaba buena, aunque tampoco excelente como uno espera de Francia; por su parte, el chocolate volvió a destacar por su escasa presencia como pasó el día anterior en Carcassonne, puesto que si ya de por sí el vaso no es que fuese grande, el chocolate apenas llegaba a la mitad del mismo. En resumen, un timo porque en Málaga por ese precio te puedes tomar una buena ración de churros o porras con una taza de chocolate caliente en condiciones.
Cuando terminamos de desayunar, nos dirigimos a nuestro primer destino del día, la Basilique de Saint-Sernin, la cual ya habíamos visto por fuera el día anterior tanto de día como de noche en el trayecto hacia y desde la estación de tren. Su fachada principal la verdad es que no es muy vistosa para ser un templo con el rango de basílica, la iglesia románica más grande de Occitania y la segunda más antigua de toda Francia, pero su interior mejora bastante. Nada más entrar te topas con su nave central y su imponente bóveda de cañón sostenida por altas columnas, algunas de las cuales estaban parcialmente cubiertas por lo que parecían unas grandes alfombras rojas con motivos decorativos, que dibujan arcos en dos niveles diferentes, mientras que en las naves laterales, al contrario de lo que estamos acostumbrados, no vimos capillas propiamente dichas, sino fotos, cuadros y bustos dedicados a ciertos personajes religiosos tales como Teresa de Calcula, Juan Pablo II o algún que otro santo.
Al final de la nave central encontramos la sillería del coro, y tras ella el altar mayor, donde destaca el baldaquino construido sobre la tumba de san Saturnino, a quien está dedicado este templo. Esta parte la tuvimos que ver desde cierta distancia porque para acceder a la girola que la rodea teníamos que pagar, así como para poder admirar el ábside y bajar a la cripta, y mis amigos no estaban muy por la labor, por lo que nos conformamos con ver el resto del templo que sí podíamos visitar libremente. Salimos por uno de los laterales, concretamente por la Puerta Miégeville, mucho más llamativa que la del frontal y que desemboca en un arco que en realidad es la portada de la antigua abadía que fue en sus inicios, para a continuación rodear la basílica hasta la parte trasera, donde pudimos admirar el exterior del ábside así como su singular torre, si bien a lo largo del día veríamos otra muy parecida en el Convento de los Jacobinos.
El cielo estaba nublado y no tardó en descargar algo de agua; por suerte, fue solamente un breve chispeo que nos pilló de camino a la Chapelle des Carmélites, aunque entre medias hicimos una pequeña parada porque a mis amigos se les antojó comprarse un croissant en una panadería situada al comienzo de la rue du Taur. Nada más entrar, se nos acercó una chica de una sala anexa que nos preguntó por nuestro idioma, tras lo cual nos dio a cada uno una hoja con información en español de la capilla, la cual era bastante peculiar, pues se parecía más a una sala de un museo que a otra cosa. Se componía de una única nave y un ábside repletos de cuadros y frescos de índole religiosa, mientras que a cada lado había una sencilla sillería de madera. Salvando las distancias, por su forma y disposición te podía llegar a recordar a la Capilla Sixtina de los Museos Vaticanos.
A continuación, volvimos a la rue du Taur para visitar la église Notre-Dame du Taur, que es la que le da nombre, ya que se supone que fue en esta calle, y concretamente a la altura de esta iglesia, donde se rompió la cuerda con la que un toro arrastró a Saint Sernin, patrón de Toulouse, en su martirio. Lo primero que llama la atención de esta iglesia es su alta fachada con forma de espadaña, como si fuese un gran muro, así como su pórtico de entrada, de estilo gótico. Ya dentro, nos encontramos con un templo con una disposición también extraña para lo que estamos acostumbrados, pero sobre todo bastante oscuro y dejado, con muchos desconchones y humedades; es más, una parte estaba siendo restaurada en ese preciso momento, con continuos golpes y ruidos que rompían el silencio típico de una iglesia, por lo que apenas permanecimos allí unos cinco o seis minutos.

10:55
Después de tres iglesias, algo que no es muy del agrado de mis amigos, llegó el momento de cambiar de tipo de visita. Tras coger por la rue du Sénéchal y la rue Rivals llegamos a la Place Victor Hugo, donde se encuentra un mercado con el mismo nombre y que es uno de los más concurridos de Toulouse. En su interior vimos puestos de frutas y verduras, pescado, carne y charcutería, pero obviamente los que más destacaban eran los de quesos, con mostradores en los que fácilmente podía haber cien variedades distintas; también subimos a la primera planta para echarle un ojo a los restaurantes que hay allí por si acaso debíamos tenerlos en cuenta para luego, pero no nos atrajo ninguno. A continuación, nos acercamos hasta el cercano Jardin Pierre Goudouli, un pequeño parque ajardinado situado en la Place du Président Thomas Wilson donde aprovechamos para hacer un breve descanso y que, además de por su vegetación, destaca por el tiovivo que se esconde entre sus árboles.
A pocos metros de allí teníamos las Galeries Lafayette, que viene a ser como El Corte Inglés en España, de hecho por dentro es tremendamente parecido, y a las cuales entramos no precisamente por que fuésemos a ir de compras, sino porque tenía apuntado en mi lista que desde la última planta se puede disfrutar de una de las mejores vistas de Toulouse. Por desgracia, nos llevamos un chasco porque estaba de reformas y no se permitía acceder a dicha planta, aunque bueno, con el día tan gris que estaba haciendo tampoco nos supuso una gran decepción. Nuestro siguiente destino era el Donjon du Capitole, una torre del homenaje situada en la parte trasera del Capitole que en sus inicios sirvió de mazmorra y de sede de los archivos municipales, mientras que hoy alberga la Oficina de Turismo, en la cual entré con la intención de comprar una camiseta de recuerdo en su tienda si es que me gustaba alguna, pero apenas tenían dos o tres modelos para niños y poco más.
De allí nos fuimos a la Place du Capitole, el centro neurálgico de Toulouse. Si la noche del primer día la vimos casi vacía, ahora nos encontramos con que estaba salpicada de numerosos puestos que conformaban un mercadillo muy concurrido, pero lo que más nos interesaba ahora era entrar en el Capitole, puesto que el edificio del Ayuntamiento cuenta con una parte que es accesible al público de forma gratuita. En primer lugar, pasamos al patio de Henri IV, caracterizada por la arquitectura típica de la ciudad así como por la tonalidad rosácea de sus paredes y arcos. Luego, entramos por una puerta que daba acceso a unas cuantas salas que bien podrían ser las de un museo por la enorme calidad artística de las obras que hay en ellas, principalmente pinturas, frescos y esculturas. Entre ellas habría que destacar sobre todo la magnífica Sala de los Ilustres, llamada así porque en ella están los bustos de algunos de los personajes célebres locales más importantes, como por ejemplo el matemático Pierre de Fermat.
De vuelta a la plaza, hicimos una breve ronda por los puestos del mercadillo, donde se vendía de todo: ropa, zapatos, bolsos, gafas, libros, discos, etc. Ya eran poco más de las doce y media y nos entró la duda de si buscar ya un sitio para comer, puesto que los franceses suelen empezar a almorzar a esta hora, o si continuar con nuestra ruta y arriesgarnos a encontrar algo abierto más tarde. Nos decantamos por la segunda opción, así que lo que hicimos fue ir a lo que teníamos más cerca, concretamente al Convento de los Jacobinos. Si bien por fuera no parece gran cosa, con un reconocible estilo gótico del Languedoc muy sobrio, con una torre muy similar a la de la Basilique de Saint-Sernin y también construido en ladrillo rojo como casi todo el casco histórico de Toulouse, por dentro impresiona por su elegancia y depara muchos rincones dignos de ver en las dos partes de las que se compone, una de visita libre y otra de pago.
La primera se compone del templo propiamente dicho, de forma alargada y dividida en dos naves por altísimas columnas, una de las cuales es conocida como La Palmera porque de ella surgen numerosas nervaduras que en su conjunto recuerda precisamente a eso, a una estilizada palmera. Como todo templo gótico, otra de sus grandes características son sus enormes y coloridas vidrieras que lo dotan de una vistosa luminosidad, pero también cabe resaltar las diversas capillas que contiene y el altar, bajo el cual se puede apreciar una urna dorada en la que se conservan los restos de Santo Tomás de Aquino, famoso teólogo y filósofo católico del siglo XIII. Para acceder a la otra parte, compuesta por el claustro, la sala capitular, el refectorio y la capilla de San Antolín, había que pagar una entrada de 4 €, pero según tenía apuntado era gratis presentando el carnet de estudiante, como pudimos confirmar al ver el letrero de las tarifas. Tanto Jose como yo habíamos traído nuestro carnet de la Universidad, aunque realmente ya no somos universitarios, pero no así Miguel; por suerte, el hombre que nos atendió no le cobró nada, supongo que entendiendo que también lo sería como nosotros.
Lo primero con lo que nos topamos fue con el claustro, un remanso de tranquilidad que invitaba al recogimiento y al descanso, tanto que a su alrededor había varias hamacas donde los turistas aprovechaban para tumbarse, y nosotros no fuimos menos. Arquitectónicamente, el claustro tiene forma cuadrada y está rodeada por arquerías sostenidas por columnas de mármol y capiteles con distintos motivos, sobre todo florales y animales, mientras que el patio está surcado por setos con forma cuadrangular alrededor de un pozo situado en el centro. Tras pasar allí un buen rato, entramos en el refectorio, que se utiliza como sala de exposiciones temporales, en este caso de fotografías de retablos y fachadas de algunas de las catedrales e iglesias más conocidas y curiosas de toda Europa; finalmente, entramos en la capilla de San Antolín, decorada con pinturas murales, y en la sala capitular, lugar en el que se reunían los monjes, antes de dar por concluida la visita al Convento de los Jacobinos, sin duda alguna imprescindible si vienes a Toulouse.

13:35
Ahora sí que no podíamos posponer más el almuerzo. Nos dirigimos directamente a Le May, un restaurante francés que Miguel había buscado por su cuenta y que por lo visto cerraba a las dos de la tarde, así que fuimos con cierta prisa; por suerte, nos pillaba bastante cerca, apenas a cinco minutos. Cuando llegamos, prácticamente todas las mesas estaban ocupadas y no sabíamos si por la hora que era iban a aceptar más clientes; afortunadamente, la camarera a la que preguntamos si nos podía dar una mesa nos sentó en una que estaba libre en el salón del restaurante, y menos mal, porque después confirmamos que a partir de las dos ya no daban más mesas. La carta daba la opción de elegir menú, bien completo o bien solamente parte del mismo, pero nosotros nos decantamos por el completo de 11 € que incluía un entrante, un plato principal y un postre. De entrante, mis amigos se pidieron una terrine de foies de volaille, y yo oeufs cocotte avec jambon, mientras que de plato principal, ellos optaron por bavette grillée sauce roquefort y yo por una saucisse de Toulouse; con respecto a la bebida, pedimos una garrafa de agua, para no perder la costumbre.
El servicio, a pesar de que había bastante clientela, era bastante ágil y en pocos minutos nos trajeron los entrantes. El mío consistía en un pequeño cuenco ovalado con dos huevos medio hervidos flotando en una especie de sopa con taquitos de jamón, bastante bueno; por su parte, el entrante de mis amigos era una tarrina de foie acompañado de un poco de ensalada que tampoco les decepcionó. En cuanto nos los terminamos nos trajeron los platos principales, en mi caso una salchicha y en el de mis amigos un filete de ternera con salsa roquefort, acompañados ambos por patatas en rodajas y un salteado de guisantes y zanahoria. Tanto una cosa como la otra mejoraron el buen sabor de boca que nos dejaron los entrantes, y todavía quedaba el postre. Jose se pidió un brownie, Miguel un fromage blanc à la crème de marron, y yo un mousse au chocolat. Los tres quedamos más que satisfechos con el postre y con la relación calidad-precio de lo que habíamos comido, aunque mis amigos tuvieron que pagar un poco más porque también se pidieron un café; teniendo en cuenta que Francia es más caro que España, iba a ser difícil encontrar algo mejor que esto durante el viaje.
Al salir del restaurante, nos paramos un momento para planificar la ruta que seguiríamos por la tarde antes de reanudar la marcha. Primero tocaba un poco de callejeo, lo cual nos llevó a tirar por la concurrida rue Saint-Rome, la rue Jules Chalande, la rue du Fourbastard y la rue d'Alsace Lorraine, una de las principales arterias peatonales de la ciudad debido a su longitud y a la gran cantidad de tiendas que hay en ella, principalmente de ropa. Por una de sus bocacalles, llegamos a la Place Saint Georges, una pequeña plaza donde aprovechamos para descansar un rato sentados a la sombra y donde nos topamos con una especie de monumento que volveríamos a ver más veces tanto en Toulouse como en Bordeaux, y son las fuentes Wallace, caracterizadas por cuatro cariátides que sostienen con sus manos una cúpula.
Cuando nos dispusimos a continuar, nos encontramos con que algunas de las calles aledañas estaban cortadas con vallas y cintas y vigiladas por policías armados, lo que nos hizo pensar que quizás algún terrorista islámico se había atrincherado en un edificio de la zona, y es que a tenor de los últimos atentados en Francia otra cosa no se te pasaba por la cabeza. Tras curiosear un poco, decidimos quitarnos de en medio y seguir con nuestra ruta, que nos devolvía a la rue d'Alsace Lorraine para acercarnos al Convento de los Agustinos, cuyo gran edificio destaca por su campanario y porque parte de su fachada está atravesada por una especie de friso con los nombres de algunos de los más grandes artistas de la historia, como Leonardo da Vinci, Bramante, Murillo o Zurbarán, ya que actualmente alberga un museo de Bellas Artes en el que se exponen principalmente pinturas y esculturas. A pesar de que parte de la visita era gratuita, decidimos no entrar porque no lo considerábamos como imprescindible, así que seguimos cuando nuestro paseo por la rue de Metz.
Tras desviarnos por la rue Boulbonne, llegamos a la Cathédrale Saint-Étienne, probablemente la más curiosa, por no decir rara, que he visto hasta ahora, y es que presenta una disposición muy peculiar tanto por fuera como por dentro, como si estuviese hecha a trozos, lo cual se debe a que tardó unos quinientos años en construirse, y claro, en ella se observan diversos estilos arquitectónicos, aunque predominan el románico y el gótico. Su fachada principal, ya de por sí un tanto rocambolesca, destaca por su enorme rosetón, y ya dentro accedes a una especie de gran recibidor con varias esculturas, entre ellas una preciosa Piedad, que antecede a la parte principal del templo. Me gustó mucho su nave central, con la sillería del coro adosada a las columnas que dibujan arcos ojivales, una bóveda de crucería y un altar rematado con un retablo de piedra y mármol de bellísima factura. También merecen una mención especial las numerosas capillas de las naves laterales, entre ellas una dedicada al apóstol Santiago; las vidrieras, alargadas y coloridas como es habitual en el gótico; y un impresionante órgano que cuelga de una de las paredes a una altura que parece mentira que no se caiga.
De nuevo en el exterior, rodeamos parte de la catedral para poder apreciar una de sus fachadas laterales, algunas de sus gárgolas y el ábside antes de dirigirnos al Monument aux Morts, un arco de triunfo dedicado a los combatientes de la región del Alto Garona que murieron en la Primera Guerra Mundial. Este monumento está situado al inicio de un largo paseo arbolado, el cual recorrimos casi por completo, puesto que nos desviamos por una de sus bocacalles para asomarnos al Palais Niel, un imponente palacio del siglo XIX que nos conformamos con ver desde la reja que la rodea, aunque tampoco teníamos previsto visitarlo por dentro. Precisamente allí tuve que hacer una pequeña parada para cambiar la tarjeta de memoria de mi cámara de fotos porque ya no me cabían más, tras lo cual seguimos con la ruta que habíamos planificado.

16:50
En apenas dos minutos llegamos al Jardin Royal, uno de los tres parques que íbamos a visitar casi consecutivamente debido a que están conectados entre sí. Concretamente, éste en el que estábamos ahora destaca, además de por los numerosos árboles con los que cuenta, por su estanque de patos y por un monumento dedicado a Antoine de Saint-Exupéry, el escritor del famoso libro de 'El principito'; de hecho, dicho monumento se compone de una estatua del propio Saint-Exupéry que emerge del interior de un globo terráqueo y que sostiene en sus manos a su conocido personaje. Justamente cuando estaba fotografiándolo, escuchamos a un hombre uniformado gritando en francés algo que lógicamente no entendíamos, pero por sus gestos y por la reacción de las demás personas que había por allí dedujimos que nos estaba pidiendo que abandonásemos el parque, aunque aparentemente sin motivo alguno. Nos quedamos muy extrañados porque la hora de cierre era a las siete de la tarde y eran las cinco, pero para no meternos en problemas nos fuimos de allí.
Nos encontrábamos ahora en el Jardin du Grand Rond, otro parque al cual habíamos llegado tras coger por una pasarela que empieza en el citado Jardin Royal y que pasa por encima de los carriles que rodean al Grand Rond. Este segundo parque, un poco más grande que el anterior, presenta una forma circular y cuenta con una gran fuente central, un fuente Wallace como la que habíamos visto un par de horas antes, un templete de música y varias estatuas repartidas por entre las numerosas extensiones de césped donde la gente aprovechaba para hacer picnics o tumbarse para descansar, aunque por poco tiempo. Resulta que a los pocos minutos de llegar vimos de nuevo al hombre uniformado del otro parque pidiendo a todo el mundo que se fuera. Miguel, Jose y yo estábamos más que desconcertados, pero enseguida supimos cuál era el motivo, y es que al abandonar el parque por una de sus salidas vimos colgado un cartel en francés que decía algo así como "Cerrado por inclemencias meteorológicas".
Miramos al cielo y la verdad es que estaba nublado, aunque también hay que decir que media hora antes estaba prácticamente despejado; en cualquier caso, desalojar un parque por una lluvia inminente me parecía una medida muy exagerada, ni que se fuese a inundar o ahogar la gente por un poco de agua. Total, nosotros seguimos caminando por la rue de Tivoli en busca del Canal du Midi cuando de repente empezó a chispear goterones, por lo que corrimos un poco para cobijarnos bajo los árboles de uno de los laterales del canal, en concreto en el Boulevard Monplaisir. Recorrimos parte de este paseo a orillas del Canal del Mediodía, una vía navegable excavada con el objetivo de conectar Toulouse con el mar Mediterráneo, ya que gracias al río Garona está conectado al océano Atlántico, y que actualmente se utiliza, además de para el flujo de barcos, para paseos turísticos y para viviendas, pues por donde estábamos paseando había varias embarcaciones que sin duda alguna eran casas flotantes.
Cuando abandonamos dicho paseo para continuar por la rue Monplaisir, empezó a lloviznar de nuevo, pero con el paso de los minutos apretaba cada vez más y más hasta que al llegar al final de la calle nos tuvimos que resguardar bajo un árbol del paseo peatonal que bordea uno de los laterales del Jardin des Plantes, el Jardín Botánico de Toulouse. La situación era insostenible porque estaba cayendo un señor aguacero y sin paraguas nos íbamos a poner chorreando, así que la única opción que nos quedaba era abortar lo que nos quedaba por ver, que en verdad no era mucho más, y usar el transporte público para regresar al apartamento, porque a pie no era viable debido a que estábamos a más de media hora andando. En la acera de enfrente teníamos una parada de autobús, pero en la marquesina no veíamos ningún mapa para saber qué autobús nos venía mejor, por lo que la otra solución era coger el metro, aunque eso implicaba andar unos minutos hasta la boca de metro más cercana, la de Palais de Justice.
Así pues, todavía con la lluvia cayendo, aunque algo más leve, rodeamos el Jardin des Plantes, que ya estaba cerrado como consecuencia de esta inclemencia, por la rue Alfred Dumeril, calle desde la cual se podía ver el interior del jardín a través de las rejas. A mediación de esta calle ya escampó y el cielo de repente volvió a abrir como si nada, pero la decisión ya estaba tomada y unos minutos después, a eso de las seis, ya estábamos en la parada de Palais de Justice comprando tres billetes de metro a 1'60 € cada uno. La única línea que pasa por allí, la B, era la que mejor nos venía, puesto que una de sus paradas, la de Compans Caffarelli era precisamente la que está frente al apartamento; por otra parte, durante el trayecto, que duró unos diez minutos, confirmamos algo que ya habíamos barruntado a lo largo de la jornada, y era la posibilidad de cenar en el apartamento aprovechando que la cocina estaba bien equipada y que teníamos un Carrefour muy cerca, y eso fue lo que hicimos.
Cuando nos bajamos de nuestro vagón, que por cierto estaba abarrotado de pasajeros, nos dimos cuenta de que una de las salidas de esa estación de metro tenía una conexión directa con el citado Carrefour, por lo que con eso nos ahorrábamos salir a la calle y quién sabe si mojarnos de nuevo. Ya en el supermercado, fuimos paseando por los pasillos para tantear lo que había y con ello decidir lo que cenaríamos poco tiempo después, aunque con la idea de probar productos típicos de Francia. Finalmente, cogimos una bandeja de salchichas de cerdo, una bolsa de patatas fritas, un salchichón típico de Toulouse, tres variedades diferentes de queso, un par de latas de cerveza para mis amigos y natillas de vainilla y pistacho para el postre. Todo ello, junto con la bolsa de cartón que también pagamos en caja para poder llevarlo todo, nos salió por 20'07 €, aunque a esto le añadimos un par de baguettes a 1 € cada una que compramos justo a continuación en la panadería en la que habíamos desayunado por la mañana.

19:10
Ya en el apartamento, lo primero que hicimos fue ponernos más cómodos y relajarnos unos minutos después de todo el día en la calle, que además con el problema de la lluvia había sido más ajetreado. Tras ello, teniendo en cuenta que después de cenar teníamos pensado salir para ver algunos de los puntos más importantes de Toulouse con la iluminación nocturna, nos pusimos manos a la obra para preparar la cena. Jose se puso a los fogones para freír las salchichas, mientras que yo me dediqué a cortar el pan, el salchichón y los quesos; por su parte, Miguel se encargó de ir preparando y colocando todo en la mesa: platos, cubiertos, vasos, bebidas, patatas, servilletas, etc. A las ocho ya estábamos los tres sentados alrededor de la mesa de cristal situada junta al sofá-cama, disfrutando de una cena casera, abundante y deliciosa, aunque para ser sinceros uno de los quesos no nos terminó de convencer por su olor, que, por decirlo de una manera fina, era cuanto menos fuerte.
Tan copiosa fue la cena que fuimos incapaces de comernos todo lo que habíamos comprado. De las salchichas no dejamos nada, dos por cabeza, pero nos sobró un buen trozo de salchichón y de los tres tipos de queso, así como algo menos de media bolsa de patatas y casi una barra de pan entera. Ahora tocaba tomarse el postre, que también había de sobra: cuatro natillas de pistacho y otras tantas de vainilla. Jose y Miguel se tomaron una de pistacho cada uno y no les hizo mucha gracia, mientras que yo me tomé una de vainilla que bueno, tampoco era gran cosa, pues de sabor escaseaba. Estábamos más que llenos, así que lo que nos apetecía ahora era sentarnos para digerir tanta comilona mientras veíamos la tele, que afortunadamente tenía sintonizados algunos canales en español, hasta que pasado un rato, a eso de las nueve y veinte, nos vestimos de nuevo para salir a dar una última vuelta por Toulouse y disfrutarla de noche.
Cogimos por la rue Lascrosses, la rue des Salenques y la rue des Lois, para llegar a la Place du Capitole. Primero atravesamos parte de los soportales para contemplar algunos de los numerosos frescos que decoran su techo y que representan momentos históricos de la ciudad de Toulouse, aunque uno de ellos es una composición que mezcla uno de los personajes del 'Guernica' de Picasso con el miliciano de la famosa foto de Robert Capa. Luego, salimos a la plaza, que al igual que el pasado lunes por la noche también estaba poco concurrida, para ver esta vez por fin el Capitole completamente iluminado, así como el resto de edificios que conforman la plaza. Tras hacer unas cuantas fotos y que Jose me hiciera a mí un par de ellas, nos fuimos en dirección al río, para lo cual tiramos por la rue Léon Gambetta y la rue Jean Suau hasta desembocar en la Place de la Daurade.
Desde el mirador situado enfrente de la Basilique Notre-Dame la Daurade teníamos una mágica panorámica del río Garona y de los monumentos que se encuentran a su alrededor por esa zona, concretamente el Pont Neuf, la fachada del Hôtel-Dieu Saint-Jacques, la noria ubicada en el Quai de l'Exil Républicain Espagnol, la cúpula de la Chapelle Saint-Joseph de la Grave y el Pont Saint Pierre. Todos ellos, convenientemente iluminados, se reflejaban en las aguas del Garona, lo que creaba un juego de luces en el agua espectacular que inevitablemente me empujó a hacer un montón de fotos aprovechando la composición tan bella que teníamos delante de nosotros, además de que Jose me volviese a retratar y yo a mis dos amigos en varias fotos desde diferentes ángulos.
No conformes con esto, bajamos al parque de La Daurade, situado a escasos metros del río y que a esa hora estaba muy concurrido, especialmente por jóvenes sentados a la orilla del Garona, bebiendo, charlando o simplemente paseando. Desde allí, las vistas eran igual de buenas, pero con un mayor campo de visión, así que aprovechamos esta circunstancia para pedirle a una pareja que pasaba por allí que nos hiciese un par de fotos con el Pont Neuf de fondo, puesto que hasta entonces no nos habíamos hecho una foto los tres juntos en el viaje, y la verdad, ya iba siendo hora. Este hecho coincidió con el momento en el que comenzaron a caer algunas gotillas que sin duda eran un aviso de que iba a volver a llover, así que emprendimos el camino de vuelta al apartamento por dicha orilla del río hasta la altura del Pont Saint Pierre, donde subimos varios tramos de escaleras, tras lo cual continuamos por la rue Valade, donde el chispeo se convirtió ya en una lluvia fina un poco más intensa, y finalmente por la rue des Salenques y la rue Lascrosses hasta llegar a la calle del apartamento sobre las once menos cuarto.
Menos mal que no nos entretuvimos demasiado y que las primeras gotas que cayeron nos pillaron a pocos minutos de nuestro alojamiento. Resulta que, como cada noche, dimos comienzo a la ronda de duchas, esta vez yo en primer lugar, y casi no me dio tiempo ni a meterme en el plato de la ducha cuando a través de la ventana del baño escuché cómo la lluvia se convertía en un auténtico diluvio acompañado de truenos y relámpagos. Cuando terminé y ya me puse cómodo con la ropa de estar por casa, me asomé al ventanal del salón, que da a la calle principal, y comprobé que había caído ya tal cantidad de agua que los bordillos de la acera ya no se veían: la calle era un río. Ya los tres duchados, y teniendo en cuenta que al día siguiente teníamos que coger un tren a Bordeaux sobre las doce y media del mediodía, acordamos poner el despertador un poco más tarde que hasta ahora, concretamente a las nueve y cuarto, ya que con eso tendríamos tiempo suficiente para desayunar, hacer las maletas e ir hasta la estación de tren. A las doce y cuarto ya estábamos en la cama, escuchando llover y con ganas de conocer una nueva ciudad de Francia que, por lo que me había documentado a la hora de preparar el viaje, no nos iba a defraudar.