martes, 28 de julio de 2020

El laberinto de los espíritus

La semana pasada terminé de leer el segundo libro que he devorado este verano, concretamente 'El laberinto de los espíritus', del escritor barcelonés Carlos Ruiz Zafón.
Madrid, noviembre de 1959. El ministro Mauricio Valls ha recibido un paquete que contiene un libro y una nota repleta de números que le llevan a emprender una huida a Barcelona, donde se le pierde la pista. La misteriosa investigadora Alicia Gris recibe el encargo de averiguar la desaparición del ministro con la colaboración del capitán Vargas. Cuando encuentran el libro escondido en la casa de Mauricio Valls, descubrirán que se trata de una obra muy codiciada por otras personas que de una forma u otra están implicadas en el caso, el cual también acaba afectando al librero barcelonés Daniel Sempere, quien sigue investigando cómo y por qué murió su madre Isabella cuando apenas tenía cinco años.
Se me entremezclan los sentimientos de alegría y tristeza al escribir estas líneas, y es que estoy muy feliz por haber podido leer y disfrutar al completo la saga del Cementerio de los Libros Olvidados, pero al mismo tiempo me apena saber que este libro supone no solamente el final de la misma, sino que también representa el final de la obra de Carlos Ruiz Zafón, quien desgraciadamente falleció el mes pasado y nos dejó huérfanos de otras grandes historias que a buen seguro hubiera escrito de no haberse marchado tan joven, con apenas 55 años. La literatura española ha perdido al que probablemente sea su mejor novelista de lo que llevamos de siglo, a un autor que será estudiado y leído en los institutos al igual que hemos hecho con Miguel de Cervantes, Federico García Lorca o Camilo José Cela. Tenía pensado dejar la lectura del último libro de esta tetralogía para el verano que viene, pero la noticia del fallecimiento del autor cambió mis planes y pensé que el mejor homenaje que podía hacerle era leerlo ahora, ya que para mí 'La sombra del viento', sin duda alguna uno de los mejores libros que he leído, supuso un antes y un después en mi faceta como lector. He de reconocer que al principio me decepcionó un poco, pues el comienzo se me antojó flojo y veía que se me iba a hacer muy largo (son más de 900 páginas), pero llegó un momento que me terminó de enganchar, sobre todo cuando la historia derivó en una novela policíaca que entremezcla asesinatos, corrupción, engaños y secuestros. En este libro, la protagonista principal es Alicia Gris, lo cual no quita que tarde o temprano vuelvan a escena dos de los principales personajes de la saga, como son Daniel Sempere y Fermín Romero de Torres, entrañables donde los haya, pero obviamente también hay antagonistas que dan mucha intensidad y credibilidad a la trama como malos malísimos. Lo mejor de esta obra es sin duda alguna que se trata de un 'laberinto', de un puzzle compuesto por muchas piezas, tanto nuevas como rescatadas de los títulos anteriores, que al final terminan encajando. Ni que decir tiene que otro punto a favor es la excepcional narración y descripción de situaciones y personajes que hace Carlos Ruiz Zafón, es una delicia ver cómo escribe, me encanta, y también me ha gustado mucho que la saga termina como empieza, supone el cierre de un círculo perfecto. Por ir terminando, me atrevo a afirmar con rotundidad que la saga del Cementerio de los Libros Olvidados, ese lugar tan mágico que todo aficionado a la lectura querría visitar, es la mejor que he leído hasta el momento, y que este libro es el segundo mejor de la tetralogía, pues el primer puesto queda reservado sin discusión a 'La sombra del viento'. Lo que tengo muy claro es que tarde o temprano volveré a leer los cuatro títulos de la saga del tirón y siguiendo el orden cronológico de la historia que se narra para poder disfrutar y entender mejor todo el relato, ya que hay ciertos detalles que se me han olvidado después de que hayan pasado diez años desde que la empecé y cinco desde que leí la tercera obra de la misma. Si quieres un libro sobre libros, sobre lo importantes que son y sobre lo maravilloso que es leer, no lo dudes y adéntrate en el universo del Cementerio de los Libros Olvidados.

miércoles, 22 de julio de 2020

Viaje a España 2018: día 4

Viernes, 13 de julio de 2018

8:10
Nos levantamos temprano como de costumbre para aprovechar el día al máximo. Después de ducharnos y vestirnos, salimos del hotel para buscar un sitio en el que desayunar. Fuimos a la cafetería Albany, pero resulta que cuando llegamos todavía no había pan a pesar de que eran las nueve y pico, y por los alrededores nos encontramos lo mismo. Tras hacer tiempo volvimos a la cafetería para finalmente desayunar pan con aceite, un croissant de chocolate y un vaso de leche con Cola Cao, aunque hay que reseñar que tardaron en servirnos y el trato dejó bastante que desear.

Comenzamos nuestra ruta por León en la plaza Puerta Castillo, donde pudimos contemplar el Arco de la Cárcel, el edificio del Archivo Histórico Provincial de León y un par de esculturas muy peculiares: El Unicornio, que cuelga de una grúa; y La Mosca, situada sobre la fachada del Archivo.

A continuación, visitamos la Basílica de San Isidoro, uno de los conjuntos arquitectónicos de estilo románico más importantes del país. En primer lugar, entramos en el templo, en el que destacan la Capilla Mayor y su retablo, bajo el cual se encuentra la urna que contiene los restos de San Isidoro de Sevilla.

Al salir nos acercamos al Museo Panteón de San Isidoro, pero la siguiente visita no empezaba hasta las 11:30, así que compramos las entradas (5 € cada uno) e hicimos tiempo por el entorno de la plaza; en concreto, vimos la Torre del Gallo, parte de la muralla romana de León, la Columna Trajana y la Fuente de San Isidoro, además de aprovechar para hacernos unas fotos delante de la basílica.

Regresamos al museo poco antes de que diese comienzo la visita guiada, la cual incluía el Panteón Real, con frescos y pinturas murales dignos de mención; el claustro, rodeada por una galería con numerosas capillas, en una de las cuales se expone el gallo-veleta original del siglo VII de la Torre del Gallo que vimos antes; la Biblioteca, donde se conservan libros y archivos antiguos de gran valor; y el Museo, en el que se exhiben objetos religiosos, entre ellos el Cáliz de doña Urraca, que según algunos historiadores podría ser el Santo Grial.

Terminada la visita guiada, reanudamos el paseo por el Parque del Cid, y de allí nos fuimos a la iglesia de San Marcelo, que esta vez sí la pillamos abierta. Continuamos nuestro camino por la plaza de Santo Domingo, con una gran fuente en su centro y la estatua de bronce de La Vieja Negrilla en una de sus aceras, para recorrer la Gran Vía de San Marcos, pasando entre medias por la plaza de la Inmaculada.

Desembocamos en la plaza de San Marcos, denominada así porque en ella se encuentra la Iglesia y Parador Hostal de San Marcos, que si por algo llama la atención es por su imponente y alargada fachada plateresca. El templo destaca por su estilo gótico y por sus numerosas capillas laterales, pero desde el interior también se puede acceder a un museo gratuito en el que exponen varias obras y restos relacionados con la iglesia, así como al claustro y a la sacristía, bellamente ornamentada.


13:20
Al salir de allí, pasamos por delante del Monumento al Peregrino, tras lo cual cruzamos el río Bernesga por el Puente de San Marcos para acercarnos al Parque de Quevedo, el cual cuenta con numerosas especies arbóreas y en el que conviven aves como pavos reales, patos, gansos, gallinas, etc.

Después, retornamos al río para recorrer el Paseo de la Condesa, un parque arbolado que discurre en paralelo al río y que termina en el Puente de los Leones, en uno de cuyos extremos se encuentra el Monumento a los Reyes de León, concretamente el que da a la plaza de Guzmán el Bueno.

Pasadas las dos de la tarde estábamos de nuevo en la plaza de Santo Domingo, así que decidimos tapear algo para comer. Primero repetimos en El Altar, donde el día anterior quedamos con el primo Julio y su mujer, para tomarnos un refresco con la correspondiente tapa; luego merodeamos por el Barrio Romántico para ir a Camarote Madrid, donde nos pusieron una tapa de paella con la bebida (agua en mi caso), y además pedimos una ración de croquetas de jamón. Lo de ambos sitios salió por unos 20 € en total, bastante bien de precio.

Una vez almorzados, nos acercamos al restaurante Ezequiel para comprar un par de tripas de salchichón y otra de chorizo, tras lo cual fuimos a visitar el principal reclamo de la ciudad: la Catedral de Santa María de Regla, también conocida como la 'Pulchra leonina'.

Pagamos la entrada (6 € cada uno) y entramos en el templo, que si por algo nos dejó embobados a las primeras de cambio fue por sus numerosas y coloridas vidrieras, que a esa hora relucían con todo su esplendor, tal y como me había recomendado un compañero de trabajo nacido en León.

Como buen ejemplo del gótico, las naves estaban cubiertas por bóvedas de crucería. Recorrimos la catedral siguiendo las indicaciones de la audioguía que nos dieron al entrar, empezando por el trascoro y siguiendo por las capillas de la girola, entre ellas la de la Virgen Blanca, eso sí, sin perder de vista las maravillosas vidrieras que levantaban sobre ellas.

Continuamos con el altar mayor y su retablo neogótico, y luego con el coro, del cual destacan tanto su sillería como los órganos, tras lo cual visitamos las capillas situadas junto a la fachada principal, de la cual se podía distinguir su rosetón.

Al salir de allí, casi una hora después, nos dieron a cada uno una revista sobre la Catedral de León que estaba incluida en el precio de la entrada, tras lo cual nos fuimos al hotel a descansar.

18:30
Aburrido de estar en la habitación, me fui solo al Museo Catedralicio, cuya entrada me costó solamente 3 € por haber visitado antes la catedral. En las diversas salas que lo componen, pude contemplar numerosas obras de diferentes épocas y siglos, como por ejemplo cuadros, retablos, crucificados, calvarios, biblias, etc.

Luego accedí al claustro, alrededor del cual se encuentran las estatuas de santos y reyes que originalmente estaban ubicadas en las hornacinas del triple pórtico de acceso a la catedral, y desde allí también pude ver la Puerta de Nuestra Señora del Dado, que es la puerta que la comunica con el templo, y la fachada norte de la catedral.

De nuevo en la calle, y con un leve chispeo, bordeé la Catedral de León por la fachada sur y por el ábside para dejarme cautivar por todos sus detalles y por su elegancia, así como para hacerle varias fotos, tras lo cual volví al hotel para reunirme con mi madre.

A las nueve de la noche nos echamos a la calle para tapear en varios sitios. Primero fuimos a El Rebote, un bar cuyas únicas tapas son croquetas, pero bastante grandes y con una gran variedad de sabores: bacon con cheddar, queso, chorizo, pollo guisado, cecina, pizza, etc. La consumición venía acompañada de una croqueta, pero también pedimos media ración aparte para probar varios tipos. Todas estaban bastante buenas, y todo por menos de 10 €.

Seguimos en el Barrio Húmedo, ahora en El Flechazo, cuya única tapa que ofrecen es un plato de patatas fritas en rodajas recién hechas con o sin pimentón; a pesar de que inicialmente dudamos, al final nos decantamos por las picantes y nos gustaron. Por último, nos acercamos al Barrio Romántico, concretamente al Bar Correo, donde mi madre se pidió una tapa de tortilla de patatas y yo un burrito de jamón y cuatro quesos.

Ya cenados, dimos una vuelta por el casco histórico. Al igual que la noche anterior, aproveché que los principales monumentos de la ciudad estaban iluminados para fotografiarlos, entre ellos la Basílica de San Isidoro, la Casa Botines, el Palacio de los Guzmanes, el Ayuntamiento y, cómo no, la catedral.

De regreso en el hotel, dejamos las maletas medio preparadas porque a la mañana siguiente tocaba coger el coche para continuar con nuestro viaje. Pusimos las alarmas de nuestros móviles para levantarnos temprano, siendo ya las doce de la medianoche cuando nos acostamos definitivamente.

viernes, 17 de julio de 2020

No es mío, pero es interesante (CXXXIX)

Aquí tenemos una nueva entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han interesado en las últimas semanas. Para variar, nos encontramos con que Microsiervos acapara buena parte de los posts, concretamente con ocho aportaciones. Lo que tampoco cambia es la variedad de contenidos: matemáticas, ciencia, astronomía, curiosidades, vídeos, etc.
Echémosle un vistazo a los enlaces de esta entrega:
¿Os han gustado las recomendaciones de esta entrega? Espero que sí y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

sábado, 11 de julio de 2020

Diez años de una estrella

11 de julio de 2010. El día en el que millones de españoles nos sentamos frente al televisor para ver el partido que siempre habíamos soñado. El día en el que todos sentimos en el pecho el intenso dolor de una patada criminal que no nos derrumbó. El día en el que un ángel vestido de portero desvió con el pie un remate que nos paró el corazón. El día en el que un manchego de cuyo nombre todos nos acordamos marcó un histórico gol que provocó una explosión de júbilo en toda España. El día en el que una estrella dorada bajó del cielo para relucir en una camiseta y certificar que España por fin era campeona del mundo.
Han pasado diez años ya. A veces parece fue ayer, y otras veces da la impresión de que ha pasado una eternidad, porque sí, esa estrella ya es eterna, no nos la va a quitar nadie. Muchos años ha costado conseguirla después de haber sufrido tantos fracasos y sinsabores, y es que España era esa selección que siempre aspiraba a lo máximo, pero que siempre tenía que hacer las maletas antes de tiempo. La primera gran cita en la que recuerdo haber visto a la selección española de fútbol fue en la del Mundial del 94, cuando caímos ante Italia en la infranqueable barrera de los cuartos de final en un partido que todos recordamos por la nariz ensangrentada de Luis Enrique tras recibir ese famoso codazo de Tassotti que quedó impune. Luego vinieron la derrota por penaltis frente a Inglaterra en la Eurocopa del 96, la decepcionante fase de grupos en el Mundial de Francia, el penalti fallado por Raúl en el último minuto de los cuartos de final ante la selección gala en la Euro 2000, el escandaloso arbitraje de Al-Ghandour en los cuartos de final del Mundial de Corea y Japón 2002, el enésimo revés en la fase de grupos en la Eurocopa de Portugal y la derrota en octavos del Mundial del 2006 ante una Francia catalogada de 'vieja'.
Todo cambió en la Eurocopa de 2008. España acudió a la cita europea con la ilusión de siempre y sabedora de que, para variar, la historia se repetiría. Tras una fase de grupos con pleno de victorias, nos esperaba Italia en cuartos de final, es decir, mismo rival y misma eliminatoria que catorce años atrás en Estados Unidos, ahora en Austria. Volvían los fantasmas del pasado, y encima el partido terminó 0-0, tampoco hubo goles en la prórroga y todo tenía que decidirse en la tanda de penaltis. Ahí se hizo grande Casillas al detener dos lanzamientos para que España derribase ese muro de los cuartos de final que parecía infranqueable. En semifinales tocaba enfrentarse a una Rusia a la que ya habíamos vencido por 4-1 en el primer partido del torneo, pero que ahora llegaba como gran revelación; sin embargo, la selección bordó el fútbol en este partido y volvió a pasar por encima de los rusos con un incontestable 3-0. En la gran final de Viena esperaba la todopoderosa Alemania, por entonces tricampeona mundial y europea, y por lo tanto favorita, pero fue España la que se hizo más grande con esos locos bajitos (Xavi, Iniesta, Silva...) y acabó derrotando por 1-0 a los teutones con el gol de Fernando Torres, conquistando de esta forma su segundo entorchado, tras el conseguido en 1964.
La cita de Sudáfrica 2010 se antojaba como una oportunidad única para lograr lo que hasta entonces parecía impensable para España: ganar un Mundial de fútbol. Todos otorgaban a la selección española el cartel de principal candidata para levantar la Copa del Mundo, pero todo pareció torcerse tras perder 0-1 de forma inesperada contra Suiza en el primer partido de la fase de grupos, lo que obligaba a España a no fallar en los envites contra Honduras y Chile. El partido contra los centroamericanos se solventó por 2-0 gracias a dos goles de un Villa que también marcó junto a Iniesta en el tercer partido de la fase de grupos para derrotar a los chilenos por 2-1, consiguiendo de esta forma acabar como primera de grupo. En octavos de final nos tuvimos que medir a la Portugal de Cristiano Ronaldo, un duelo un tanto igualado que acabó llevándose la selección española por 1-0 gracias un gol de Villa. Paraguay nos lo puso muy difícil en cuartos, sobre todo cuando dispuso de un penalti a favor que detuvo Casillas, y un minuto después tras fallar también Xabi Alonso otra pena máxima; por suerte, a pocos minutos del final apareció la figura de un inspirado Villa para certificar con su tanto (1-0) el pase a semifinales. El rival sería la Alemania que venía de golear en las rondas previas a Inglaterra y Argentina, y que además quería vengarse de la final de la última Eurocopa; sin embargo, España se mostró superior de principio a fin, tanto que Puyol se elevó por encima de los espigados jugadores alemanes para rematar de cabeza un córner y conseguir el gol (1-0) que dejaba a la selección española a un paso de la gloria.
En la gran final nos enfrentaríamos a Holanda, que, al igual que España, nunca había ganado ningún Mundial, aunque sí se proclamó subcampeona en las ediciones de 1974 y 1978, por lo que no querían desperdiciar esta tercera oportunidad. ¿Quién no se acuerda a estas alturas de lo que pasó en este partido? Juego muy duro de los holandeses, que cometieron muchas faltas al límite del reglamento, por encima de todas la patada criminal de De Jong en el pecho de Xabi Alonso que solamente fue castigada con amarilla por el árbitro inglés Howard Webb, que fue muy permisivo con el rival. En la segunda parte, Casillas obró uno de sus milagros cuando Robben se plantó solo contra él, pero con su pie logró desviar lo suficiente el balón rematado por el holandés para impedir un gol que parecía inevitable. Se llegó con 0-0 al final de un partido que tuvo que irse a la prórroga, y fue entonces, en el minuto 116, cuando Iniesta enganchó una volea imparable para poner el 1-0 en un marcador que ya no se movería más. España por fin ganó su primer Mundial, España ya podía decir que era campeona del mundo.
El dominio de la selección española no se detuvo en Sudáfrica, puesto que dos años después revalidaría el título conseguido en la Eurocopa de Austria y Suiza al vencer a Italia por un incontestable 4-0 en la final de la Eurocopa de Polonia y Ucrania 2012. Con esta triple corona, muchos consideraron a España como la mejor selección de todos los tiempos, pero todo lo bueno tiene que acabarse algún día. En la cita mundialista de Brasil 2014, la selección española hizo el ridículo tras caer eliminada en la fase de grupos por sendas derrotas ante Holanda, que se tomó la revancha de la final de Johannesburgo con una goleada (1-5), y Chile, que nos ganó 0-2 para poner punto y final a un ciclo victorioso que probablemente nunca más se repetirá, pero que quedará en el recuerdo de todos.
Hoy toca rememorar esa gran gesta que unió a todos los españoles, y yo os recomiendo que lo hagáis viendo el documental 'Cuando fuimos campeones' de Informe Robinson. Hoy hace diez años que alcanzamos la gloria, hoy hace diez años que pudimos tocar y besar una Copa del Mundo que parecía reservada exclusivamente a las grandes potencias del fútbol, hoy hace diez años que el fútbol fue más fútbol gracias a España, hoy hace diez años que España ganó su primera estrella.

lunes, 6 de julio de 2020

El escondite

El primer libro que he leído este verano ha sido 'El escondite', del escritor escocés Ian Rankin.
En una casa de okupas ha aparecido el cuerpo sin vida de un yonqui dispuesto en el suelo con las piernas juntas y los brazos extendidos como si de una crucifixión se tratara, una vela consumida a cada lado del cadáver, una jarra llena de jeringuillas junto al cuerpo y una estrella de cinco puntas rodeada de dos círculos concéntricos pintada en la pared. El inspector John Rebus se hace cargo de un caso que no parece una simple muerte a causa de las drogas, sino más bien un asesinato envuelto en rituales satánicos. La llamada de Tracy, amiga de Ronnie, el joven asesinado, no hace sino confirmar que había quienes querían acabar con él, es más, ella había visto el cadáver de su amigo en una habitación diferente a la de donde fue hallado por la policía.
Este título es el segundo de la saga de novelas policíacas protagonizadas por el inspector Rebus que inicié hace tres años con 'Nudos y cruces', y se podría decir que las sensaciones que me ha dejado son muy similares a la del primer libro. Ligeramente más extensa, observo una gran diferencia con respecto a la primera obra de la saga, y es que en esta segunda novela casi toda la atención se centra en el caso a resolver al mismo tiempo que los problemas personales del inspector pierden peso en la trama. En cuanto a las similitudes, se mantiene la ambientación del relato en Edimburgo, precisamente uno de los motivos que me llevó a darle una oportunidad a Ian Rankin, y especialmente el final, de nuevo muy de sopetón, demasiado acelerado y, bajo mi punto de vista, esta vez sin explicar del todo bien cómo se resuelve el caso; al igual que pasó en el primer título de la saga, el libro podría haberse alargado unas cuantas páginas para aportar más claridad a la investigación llevada a cabo por el inspector Rebus. Lo que más me ha gustado ha sido el juego de palabras con el que el autor envuelve la trama, y que en realidad tiene más sentido en inglés (se pierde parte de ese juego con la traducción); de una forma u otra, los personajes y la ciudad de Edimburgo esconden secretos y lugares esenciales para entender qué hay detrás de la aparente muerte por sobredosis de un yonqui. Por lo demás, se trata de un libro entretenido para devorar en dos o tres días, ideal para retomar la temporada de lecturas como ha ocurrido en mi caso, aunque, al igual que su antecesor, no se trata de una obra excelente; eso sí, confío en que, conforme la saga avance, también cobre más interés, por lo que seguiré pendiente de los casos del inspector John Rebus.