martes, 30 de julio de 2019

El silencio de la ciudad blanca

El tercer libro que me he leído este verano ha sido 'El silencio de la ciudad blanca', de la novelista española Eva García Sáenz de Urturi.
Los cadáveres de un chico y una chica de veinte años aparecen en la Catedral Vieja de Vitoria. Las víctimas están desnudas, con las manos apoyadas en la mejilla de la otra y tienen apellidos compuestos alaveses, un ritual que casa con el de los crímenes ocurridos hace dos décadas, cuando fueron asesinadas parejas de cero, cinco, diez y quince años. El inspector Unai López de Ayala será quien lleve el caso junto con la inspectora Estíbaliz Ruiz de Gauna, su inseparable compañera, y la subcomisaria Alba Díaz de Salvatierra, recién llegada a la comisaría y con la que mantendrá una relación personal y profesional. Tasio Ortiz de Zárate fue condenado por esos asesinatos, y casualmente está a punto de salir de la cárcel, por lo que Unai sospecha que está implicado de alguna manera en estos nuevos crímenes dobles que se siguen sucediendo. Lo que el inspector López de Ayala desconoce es que todo comenzó mucho antes de lo que él pensaba.
Yo no soy muy propenso a dejarme llevar por el último boom literario del que todo el mundo habla, más que nada porque alguna que otra vez te llevas un chasco, pero he de reconocer que, cuando me enteré de que 'El silencio de la ciudad blanca' se estaba convirtiendo en el best-seller del momento y leí su argumento, me vi obligado a incluir inmediatamente este título en mi lista de futuribles. Tardé un año en hacerme con él y otro más en leerlo. Sencillamente espectacular. Me ha resultado adictivo desde el primer capítulo, cuando tiene lugar el primer doble crimen que reanuda los que hubo en el pasado. A partir de ahí resulta complicado dejar de leerlo, y es que, si bien yo he repartido la lectura a lo largo de una semana para disfrutarlo por más tiempo, de habérmelo propuesto hubiese devorado el libro en un par de días. Por momentos trepidante, nos encontramos con una serie de crímenes rituales cometidos por un asesino que demuestra ser más inteligente que el investigador principal, el inspector López de Ayala, quien por más caminos que sigue para tratar de cazar al culpable siempre se encuentra con un muro que le impide averiguar quién es realmente. Es por ello que tanto Unai como el lector sospechan de numerosos personajes a lo largo de la trama, lo que da lugar a otros tantos giros en la investigación, hasta que llega un momento que ya se sabe claramente quién es, pero al final resulta que esa persona no es quien parece ser, sino quien menos te imaginas, de ahí la inteligencia del asesino. Una de las cosas que más me ha gustado del libro es lo bien que alterna el relato de los crímenes actuales con el de los hechos acaecidos en dos momentos del pasado, que son precisamente los que explican por qué el asesino actúa como tal; sin embargo, a mi parecer hay algunos detalles de los crímenes que no se terminan de aclarar en el desenlace, y es que, por poner un ejemplo, cuesta entender cómo es posible que dos cadáveres aparezcan casi de la nada en mitad de una plaza llena de gente y que nadie se dé cuenta de ello. También cabría destacar la buena ambientación que la escritora hace de los lugares en los que se desarrolla la novela, principalmente en Vitoria y sus alrededores; de hecho, me han entrado muchas ganas de viajar allí y perderme por las calles de la capital vasca y sus pueblos. Nos hallamos pues ante una novela policíaca y de intriga muy completa, tiene prácticamente de todo: crímenes, rituales, leyendas, misterio, cultura, pasión, historias personales, etc. Es de esos pocos libros que, al terminar de leerlos, me han hecho pensar tanto que es una pena que ya lo haya acabado como que es uno de los que a mí me gustaría escribir algún día. Ni que decir tiene que leeré el siguiente título de la trilogía de La Ciudad Blanca.

miércoles, 24 de julio de 2019

No es mío, pero es interesante (CXXVII)

Ya tenemos aquí una nueva entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han interesado en las últimas semanas. Para variar, tenemos algunos blogs que han colado más de una aportación, como son los casos de Microsiervos y Ya está el listo que todo lo sabe, con once y cinco posts, respectivamente. Y lo mismo pasa con la variedad de contenidos: matemáticas, ciencia, astronomía, vídeos, curiosidades, etc.
Repasemos la lista de enlaces de esta entrega:
¿Os han gustado las recomendaciones de esta entrega? Espero que sí y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

jueves, 18 de julio de 2019

Los gritos del pasado

Hace un par de días terminé de leer el segundo libro que he devorado este verano, y ha sido 'Los gritos del pasado', de la escritora sueca Camilla Läckberg.
Las vacaciones de Erica Falck y Patrik Hedström, que están a punto de ser padres, se ven interrumpidas por la aparición del cadáver de una joven turista alemana cerca de Fjällbacka. El cuerpo está desnudo y lleno de heridas y lesiones, pero lo más desconcertante es que debajo encuentran los esqueletos de dos chicas que desaparecieron hace más de veinte años. Patrik y su equipo se ponen al frente de la investigación y descubren que el principal sospechoso de aquellas desapariciones es Johannes Hult, que se suicidó poco después tras haber sido denunciado por Gabriel, su propio hermano. La turbulenta y tensa relación de los integrantes de la familia Hult, así como los secretos que ocultan algunos de ellos, dificultan la resolución del crimen, el cual se complica todavía más cuando unos padres acuden a comisaría para denunciar que su hija lleva varias horas sin dar señales de vida.
Hace tres años, cuando leí 'La princesa de hielo', el primer título de la serie de Los crímenes de Fjällbacka de la escritora sueca Camilla Läckberg, me animé a continuarla, y la verdad es que dicha decisión no pudo ser más acertada. Si ya me gustó aquella lectura, la de 'Los gritos del pasado' ha sido incluso mejor, puesto que me ha enganchado desde la primera página hasta la última gracias a la excelente narración de la trama, fluida y para nada enrevesada, y con unos diálogos muy creíbles y naturales; por otra parte, el que también se expliquen los problemas y vicisitudes del día a día de los personajes, además de la propia resolución del caso, permite que te involucres incluso más en la historia y que entiendas la forma de comportarse de cada uno de ellos. Esta vez, el papel de Erica pasa a ser secundario y pierde protagonismo en favor de Patrik, su pareja, quien se aleja de ese perfil de detective que trabaja prácticamente en solitario, como ocurre con los clásicos Sherlock Holmes o Hércules Poirot, ya que se rodea de varios compañeros muy diferentes entre sí que también cumplen con una misión más o menos decisiva en la investigación. Sí que tengo que decir que el final me ha dejado con algunas incógnitas sin resolver del todo, pues no he terminado de entender el por qué de dos o tres detalles que se mencionan en la historia, pero a esto le doy una importancia mínima. Mantengo mi idea de seguir leyendo a Camilla Läckberg y sus crímenes de Fjällbacka, y es que a buen seguro que disfrutaré con esas futuras lecturas al igual que lo he hecho con las dos primeras.

viernes, 12 de julio de 2019

Viaje a España 2017: día 5

Miércoles, 9 de agosto de 2017

7:30
Nos levantamos bien temprano para afrontar una jornada muy intensa, puesto que teníamos planeado visitar Santillana del Mar, Comillas y San Vicente de la Barquera, para luego volver a Torrelavega y pasar allí el resto del día. Poco antes de las nueve, una vez duchados y arreglados, bajamos a la cafetería del hotel para desayunar, en mi caso un par de tostadas (más gruesas de lo habitual) con mantequilla, un sobao pasiego, una napolitana de chocolate y un tazón de leche con Colacao. Subimos de nuevo a la habitación para coger mi mochila de la cámara de fotos y los paraguas, ya que estaba lloviendo y el pronóstico para el resto del día no era del todo bueno.
A las nueve y media, nos montamos en el coche y pusimos rumbo a Santillana del Mar, la villa de las tres mentiras, en mitad de un buen aguacero; por suerte, al llegar allí, dejó de llover, lo cual fue un alivio, ya que no hubiera sido lo mismo visitarla paraguas en mano y estando pendiente de no resbalarse. Aparcamos en una explanada con zona azul, por lo que abonamos 1'5 € para poder dejar allí el coche hasta las 12:00, hora a la que calculábamos que habríamos terminado. Pasamos por entre el Museo Diocesano Regina Coeli y la ermita San Roque para a continuación cruzar al casco histórico del pueblo, considerado uno de los más bonitos de España, y la verdad es que el distintivo lo tiene más que merecido.
Me quedé prendado desde el primer momento en que puse los pies en sus calles adoquinadas, relucientes por la reciente lluvia, y me vi rodeado de sus construcciones de piedra, muchas de ellas palacios muy bien conservados, y es que estar paseando por allí fue como retroceder doscientos o trescientos años en el tiempo. Avanzamos por la calle principal, repleta de balcones adornados con macetas llenas de flores y de tiendas en las que se venden productos típicos cántabros (sobaos, quesos, anchoas...), donde se encuentran, entre otras, la Torre de los Velarde y las Casas de los Quevedo y Cossío, hasta llegar a la plaza presidida por la Colegiata de Santa Juliana, el monumento más importante de la villa; sin embargo, antes de visitarla, seguimos un poco más hasta la plaza de las Arenas para ver el Palacio de Velarde.
Tras hacernos unas fotos junto a la portada del templo, entramos en la colegiata, previo pago de 3 € por cabeza. Nada más entrar, nos topamos con la capilla de Polanco y con el claustro, pero primero nos dirigimos al templo propiamente dicho. Tal y como ya había advertido en el exterior, el estilo era claramente románico, con predominio del arco de medio punto y bóvedas de cañón, aunque también aprecié alguna bóveda de crucería más propia del gótico. Del interior, cabría destacar el órgano, el altar mayor y el sepulcro de Santa Juliana, así como algunas capillas. Seguidamente, volvimos al claustro, probablemente lo mejor de la colegiata, pues combina la sencillez de estos espacios con la complejidad y diversidad de sus arcos y capiteles, todos ellos diferentes y con motivos vegetales, animales y antropomorfos.
Ya fuera de la colegiata, recorrimos en sentido inverso la calle principal del pueblo, transitada principalmente por turistas que iban de un lado para otro, aunque a más o menos por la mitad nos desviamos por una bocacalle que desemboca en la Plaza Mayor. Nada más llegar, sentimos caer unos cuantos goterones que inmediatamente se convirtieron en un considerable aguacero que nos obligó a guarecernos en el soportal del edificio del Ayuntamiento, desde donde pude ver la Torre de Don Borja y la Torre del Merino. Allí permanecimos unos diez minutos hasta que escampó, tras lo cual seguimos por otra de las calles de Santillana del Mar teniendo cuidado de no resbalarnos con el agua caída y el suelo empedrado, pero, a pesar del cuidado que tuvimos, mi madre hizo un mal gesto con el pie y rompió uno de sus zapatos. Menos mal que en el coche tenía unos de repuesto, así que fue a por ellos para que no caminase descalza.

11:45
Nos pusimos de nuevo en carretera para ir a Comillas, adonde llegamos sobre las doce y cuarto después de dar algunas vueltas buscando sitio. Finalmente aparcamos junto al cementerio, construido sobre los restos de una antigua iglesia, y el cual visitamos para ver la escultura de El Ángel Exterminador que se alza sobre él. De allí nos fuimos hasta el parque Güell y Martos, una colina presidida por el imponente Monumento al Marqués de Comillas y en la que también destaca el llamativo Palacio de los Duques de Almodóvar del Río, de un evidente estilo inglés y que, salvando las distancias, guarda cierta similitud con el Palacio de la Magdalena de Santander, pero más pequeño.
A continuación, bajamos al casco histórico pasando por delante de la estatua del Sagrado Corazón de Jesús y desembocando en la plaza de la Constitución, lugar donde se encuentra el antiguo Ayuntamiento de Comillas, así como la iglesia de San Cristóbal, en la cual entramos. El interior del templo era bastante espacioso, con bóvedas de crucería a pesar de ser una construcción barroca, y con varias imágenes de procesión, entre ellas la del Cristo del Amparo, patrono del pueblo; por su parte, del exterior cabría destacar su alta torre campanario. Seguidamente nos acercamos a la plaza en la que se halla el Ayuntamiento, la fuente de los Tres Caños y la Casa Ocejo, que es donde el rey Alfonso XII veraneaba en Comillas.
De allí, nos fuimos a ver El Capricho de Gaudí, un edificio modernista del famoso arquitecto catalán, pero había mucha cola para entrar, así que descartamos esta visita; al menos pudimos contemplar este singular y colorido edificio desde el sendero de los Jardines del Palacio de Sobrellano, el siguiente lugar al que fuimos. Justo a continuación, después de traspasar un gran arco de piedra, nos topamos con la Capilla Panteón y el Palacio de Sobrellano, ambos de estilo neogótico y de aspecto imponente, y cuyas visitas también suprimimos, puesto que ya se iba acercando la hora de comer. Desde el mirador situado delante del palacio, pudimos divisar la antigua Universidad Pontificia de Comillas, así como el núcleo principal del pueblo, adonde volvimos tras hacernos algunas fotos.
Nos decantamos por la taberna Trescaños para el almuerzo, en el que ambos pedimos el menú del día, que costaba 12'90 €; en mi caso, pedí macarrones con chorizo de primer plato, albóndigas con patatas de segundo, y tarta de chocolate de postre. Correcto, pero no para tirar cohetes. Ya comidos, tiramos para la plaza Corro de San Pedro, por donde nos empezó a chispear levemente, y luego llegamos hasta la Puerta de los Pájaros, la entrada a una residencia privada que destaca por su peculiar forma, y que fue diseñada por Gaudí. A pocos metros de allí encontramos la ermita de Santa Lucía, de reducidas dimensiones y de un blanco reluciente, y junto a ella un mirador desde el que se podía divisar la costa de Comillas, con su playa y los acantilados. Bajamos al paseo marítimo, dejando a nuestra izquierda el parque Güell y Martos, para regresar al coche y poner rumbo a San Vicente de la Barquera cuando el reloj ya marcaba las tres y cuarto de la tarde.
Llegamos en apenas veinte minutos y con el cielo ya totalmente despejado, y así se mantuvo el resto del día, lo cual fue un alivio. Aparcamos el coche junto al estuario, que estaba con la marea alta y salpicada de pequeños botes pesqueros, una estampa bellísima que no dudé en inmortalizar en varias fotos. Después, nos acercamos al pequeño puerto deportivo, repleto de embarcaciones amarradas, para luego cruzar el puente que conecta con la otra parte del pueblo, en la cual se encuentra la capilla de la Virgen de la Barquera, que en ese momento estaba cerrada, pero pudimos ver el interior a través de la reja de la puerta. Al fondo de la única nave de la que se compone, de cuyo techo cuelga un velero en miniatura, vimos el altar en el que se venera la pequeña imagen de la Virgen de la Barquera, que desde la distancia parecía más bien una muñeca.

16:15
Deshicimos nuestros pasos para emprender el camino de regreso al núcleo principal del pueblo, de nuevo bordeando el estuario hasta llegar al puente que cruzamos antes, pero esta vez continuamos por una calle en cuesta en la que se encuentran los monumentos más importantes de San Vicente de la Barquera. En primer lugar, pasamos por delante del Castillo del Rey, una fortaleza del siglo XIII construida sobre una gran roca en un lugar estratégico, desde donde teníamos unas excepcionales vistas tanto del propio pueblo como del estuario y los verdes paisajes que lo rodean, y es que, mirases donde mirases, te quedabas embelesado.
Más adelante, vimos el Ayuntamiento y la Torre del Preboste, y ya al final de la calle, la iglesia de Santa María de los Ángeles, de gran tamaño y estilo gótico, pero en la que no pudimos entrar por estar cerrada, así que nos conformamos con disfrutar de los bellos paisajes que se podían divisar desde el mirador situado justo después de la muralla que la rodea. Tras pasar allí unos minutos, bajamos por las empinadas calles del pueblo para coger de nuevo el coche, aunque yo me quedé con ganas de más y de hacer fotos por la zona del puente de la Maza. Como mi madre ya estaba un poco cansada, aparcamos cerca de uno de los extremos del puente, de tal manera que ella se quedó en el coche esperando mientras yo inmortalizaba en mi cámara las últimas estampas que me regalaba San Vicente de la Barquera.
Ya de vuelta en Torrelavega, aparcamos el coche cerca del hotel, y directamente nos fuimos a dar una vuelta por esta localidad cántabra. Primero fuimos a la iglesia de la Virgen Grande, llamada así por la patrona de la ciudad, cuya imagen se venera en su interior, aunque si por algo destaca este templo es por su llamativa arquitectura de estilo modernista, alejada de los cánones a los que estamos acostumbrados, pues se construyó hace poco más de cincuenta años. Empezando por el exterior, destaca su alargada fachada dividida en dos partes: la baja, con forma de gran hornacina abovedada y presidida por una escultura de la Virgen y el Niño Jesús; y la alta, una gran espadaña que contiene al Sagrado Corazón de Jesús. Con respecto al interior, cabe resaltar su forma elíptica en vez de las habituales naves, su bóveda estrellada y el colorido de su altar mayor, con mosaicos y vidrieras con motivos religiosos.
Nos acercamos a continuación a la Casa Consistorial, con aspecto de palacio y coronada por una torre en su parte central, para seguidamente continuar por la calle José María Pereda. Lo siguiente con lo que nos topamos fue con la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, ésta sí más parecida a la imagen que todos tenemos de una iglesia, y eso a pesar de que también es de reciente construcción, de finales del XIX, mientras que su estilo es el neogótico, lo cual era fácil de advertir a primera vista gracias al rosetón de su fachada principal y a la presencia de contrafuertes y arbotantes. Nada más entrar, nos recibió una mujer que nos invitó a unirnos al grupo de la visita guiada gratuita que acababa de comenzar y que estaba dirigida por otra mujer, lo cual nos vino de perlas.
Durante cerca de media hora, recorrimos con todo detalle el templo al completo, con explicaciones muy didácticas y claras por parte de la guía. Compuesta por una nave central de mayor altura que las dos laterales y con los arcos ojivales y la bóveda de crucería característicos del gótico, esta iglesia cuenta con numerosos elementos reseñables, entre ellos el Altar de la Inmaculada, a cuyos pies se hallan las tumbas de personalidades históricas de Torrelavega; las vidrieras, en especial las del rosetón, en la que se muestran doce elementos identificativos de la Pasión de Cristo (las treinta monedas de plata, el gallo, la corona de espinas, los clavos...); el órgano situado bajo el rosetón; y varias capillas, entre las que destaca por encima de todas la del Cristo de la Agonía, un crucificado de excepcional factura atribuido a Alonso Cano.
Cuando ya nos íbamos, mi madre le pidió a las dos mujeres encargadas del templo si le podían aconsejar alguna confitería para comprar algún dulce típico de la ciudad, a lo que inmediatamente le recomendaron las polkas de Santos, unos pequeños hojaldres cubiertos de glasa, y cuyo obrador estaba precisamente a pocos metros de allí. Nos acercamos al obrador, escondido en un portal y bajando unas escaleras, y vimos en directo a través de una cristalera cómo hacían estos dulces; como era de esperar, mi madre no dudó en comprar un par de cajas, y a la mañana siguiente incluso volvería a por más.

20:00
De vuelta al hotel, pasamos por delante de una pared pintada con varios hombres lanzando una bola, lo cual me llamó la atención. Resulta que era la Peña Bolística de Torrelavega, y, lleno de curiosidad, entré y me encontré con un pequeño recinto con gradas alrededor de una pista cubierta de arena en la que se estaba jugando a este peculiar deporte, el bolo palma, que por lo que deduje es bastante típico en Cantabria, y que consiste en derribar nueve bolos de madera lanzando una bola, también de madera. Ya en el hotel, subimos a la habitación para descansar después de haber pasado un largo y ajetreado día de un lado para otro, tanto andando como en coche.
Pasado un buen rato, salimos de nuevo a la calle para cenar, concretamente en Pizza Lavie, una pizzería situada muy cerca del hotel y que ese día tenía una oferta de pizzas a 6'50 €, motivo por el cual había bastante gente y tuvimos que hacer cola para hacer nuestro pedido, pero por suerte una de las pocas mesas del local se quedó libre al poco de llegar nosotros. Mi madre se pidió una pizza de cinco quesos, y yo una de pepperoni, bacon y salchichas, y la verdad es que ambos quedamos muy satisfechos, tanto por el sabor como por el tamaño de las pizzas; en total, con las bebidas incluidas, fueron 15 €, muy bien de precio. Después de dar una pequeña vuelta por la zona para bajar un poco la cena, volvimos definitivamente al hotel para, entre otras cosas, dejar las maletas medio hechas, puesto que al día siguiente nos pondríamos en carretera para ir a Potes. Tras poner los despertadores para que sonasen a las ocho de la mañana, nos acostamos siendo casi ya las doce de la noche.

viernes, 5 de julio de 2019

El misterioso caso de Styles

Esta misma mañana he terminado con la primera de mis lecturas veraniegas, concretamente 'El misterioso caso de Styles', de la escritora británica Agatha Christie.
La señora Emily Inglethorp muere repentinamente por la noche en la mansión Styles. Allí lleva varios días de acogida el señor Hastings, quien no duda en acudir al detective belga Hércules Poirot cuando se sospecha que no ha fallecido por causas naturales, sino por haber sido envenenada con estricnina. Todos los huéspedes de la mansión (los dos hijastros de Emily, la esposa de uno de ellos, su segundo marido, una amiga...) son potenciales sospechosos del asesinato, puesto que existe una cuantiosa fortuna que alguien tiene que heredar. La investigación del detective Poirot, acompañado de su inseparable amigo Hastings, saca a la luz numerosas pistas que acaban dando con el verdadero asesino y desentrañando cómo se cometió realmente el crimen.
He tardado siete años en volver a leer a Agatha Christie, y eso que me encantó mi primer encuentro con su genial personaje, el detective Hércules Poirot, en el famoso 'Asesinato en el Orient Express', pero por aquel entonces me propuse empezar con la saga desde el principio, y no fue hasta las pasadas navidades cuando me regalaron el primer libro en el que aparece Poirot. Las comparaciones con esa otra lectura son inevitables, y he de decir que este relato no me ha gustado ni me ha enganchado tanto como el otro, lo cual no quiere decir que no lo haya disfrutado. En realidad es normal que así sea, puesto que la lógica dicta que un escritor va puliendo su narración y los argumentos de sus obras con el paso de los años, y estamos hablando de dos libros publicados con catorce años de diferencia. En cualquier caso, se observan muchas similitudes que deduzco que se mantendrán en todos los relatos protagonizados por Hércules Poirot, entre ellas la sagacidad y la intuición del detective, la profunda admiración que el señor Hastings profesa por Poirot, la exposición y descripción de los personajes y del lugar de los hechos, los continuos giros de la trama o el no saber hasta casi el último momento cómo se resuelve el caso. Aquí es donde yo veo que cojea un poco esta obra, puesto que algunas de las deducciones que el detective hace a lo largo del suceso, si bien tienen sentido y encajan con lo que se ha descrito anteriormente, parecen como sacadas de la nada, aunque en parte la autora lo hace así para dificultar la investigación que el lector hace de forma paralela y que no consiga encontrar al asesino antes que el propio Poirot. En fin, una lectura corta y agradable para quien quiera iniciarse en un género, la novela policíaca, que va a seguir protagonizando buena parte de mis lecturas, y a buen seguro que los relatos de Hércules Poirot estarán entre ellas. Espero no tardar tanto con el siguiente.