Sábado, 25 de febrero de 2017
7:15
En cuanto sonó mi despertador, me levanté de la cama como un resorte para ir al baño y ducharme, pues no había tiempo que perder. Mis amigos, mientras tanto, seguían durmiendo, aunque, cuando terminé de ducharme y fui a despertarles para que empezasen a vestirse, me recriminaron que apenas habían podido descansar porque había estado roncando buena parte de la noche; de hecho, habían dado palmadas fuertes para que dejase de roncar, pero ni por esas me callaba. Les dije que lo sentía, aunque poca culpa tenía yo, puesto que lo hago de forma inconsciente y sin ánimo de fastidiar el descanso de los demás. En fin, que tras esta conversación nos pusimos en funcionamiento para arreglarnos y dar comienzo a una larga jornada por el centro histórico de Córdoba.
Salimos de la habitación al patio del hostal, muy típico cordobés con sus arcos y macetas colgadas de las barandillas del primer piso; allí mismo, mis dos amigos aprovecharon que en el patio había una máquina de café para prepararse uno cada uno, y ello provocó que saliese una mujer mayor que resultó ser una de las empleadas del hostal, pues se había extrañado al escuchar el ruido de la máquina tan temprano. Ya en la calle, en la que por cierto no había nadie por la hora que era, comprobamos que el día había amanecido nublado, al contrario de lo que habíamos visto en las previsiones del fin de semana, puesto que se pronosticaban días soleados. Bajamos por la calle Armas para continuar por calle San Francisco y luego atravesar un laberinto de callejones estrechos hasta llegar a la Mezquita-Catedral de Córdoba a eso de las ocho y media.
Tras recorrer toda la fachada norte y comprobar que ninguna de sus puertas estaba abierta, seguimos por la fachada oeste, donde ya se veía a varios turistas entrar por la Puerta de los Deanes, la cual da acceso al patio de los Naranjos. Una vez que verificamos en un panel situado nada más entrar que la visita a esta hora era gratuita, nos acercamos a la entrada principal del templo, la Puerta de las Palmas, donde un vigilante de seguridad me revisó la mochila de mi cámara antes de dejarme pasar. Como os podéis imaginar, me quedé boquiabierto cuando vi ese bosque de columnas y arcos bicolores por el que es tan conocida la Mezquita. Tenía algún que otro recuerdo de cuando la visité con el colegio estando yo en 4º ESO o 1º Bachillerato, pero me sorprendió tanto o más que la primera y única vez hasta entonces, y de eso hace ya unos quince años.
A pesar de lo temprano que era, había una cantidad considerable de turistas visitando este monumento, más de lo que me imaginaba, pero aun así se podía ver y admirar con tranquilidad y sin demasiada gente de por medio. Obviamente, mi cámara de fotos empezó a echar humo, y es que casi cualquier ángulo y perspectiva me parecían idóneos para capturar la belleza de esta joya de la que puede presumir Córdoba. Además de los cientos de columnas y arcos que se entremezclan en la Mezquita, en ella también pudimos contemplar numerosas capillas y altares de gran valor artístico, cúpulas y puertas profusamente decoradas y con inscripciones en árabe, urnas expositoras con restos arqueológicos y diversos objetos, etc. Entre tanto, le pedí a mis amigos que me hiciesen alguna que otra foto, y yo además hice otra con mi móvil para mandársela por WhatsApp a mi madre, mi hermana y mis tías de Jerez.
Nos quedaba por ver la parte central de este monumento, que se corresponde con la Catedral, la cual, por sus características, contrasta bastante con el estilo árabe de la Mezquita, aunque está bastante bien integrada con ésta. A la zona que ocupa la Catedral no pudimos acceder porque estaba rodeada esos típicos cordones rojos que suelen poner para prohibir el paso, pero al menos nos podíamos asomar para ver la capilla Mayor, el crucero, el coro (que me recordó mucho al de la Catedral de Málaga), el trascoro y el trasaltar. Precisamente mientras nos encontrábamos frente a la sillería del coro empezó a sonar el órgano situado justo encima, lo cual sorprendió a todos los que estábamos allí, y tras ello los vigilantes comenzaron a desalojar el monumento, pues ya casi eran las nueve y media, es decir, la hora oficial de apertura de la Mezquita-Catedral para los que tienen que comprar entrada.
Ya fuera, nos quedamos un rato por el patio de los Naranjos y por las galerías porticadas que lo rodean, al tiempo que contemplábamos la torre campanario que se erige sobre el monumento y los árboles y fuentes que están repartidas por todo el patio. Me tocó además hacer fotos a varios turistas que me lo pidieron (es lo que pasa por llevar colgada al cuello una cámara réflex), concretamente a un grupo de españoles y luego a un asiático del que no sabría decir su nacionalidad, ya que, como a la mayoría, a mí me parecen casi todos iguales. Finalmente, nos fuimos de allí por la Puerta del Perdón, que es la que situada bajo la torre y justo enfrente de la entrada principal de la Mezquita-Catedral, para continuar con nuestra visita a Córdoba.
9:35
Era el momento de decidir dónde desayunar, para lo cual recurrimos a las recomendaciones de TripAdvisor. La opción que más nos convenció era la de un sitio con un nombre muy peculiar, Omundo de Alicia, que además por su ubicación nos venía muy bien, puesto que teníamos pensado pasar la mañana por esa zona, así que nos dirigimos allí al tiempo que empezaba a chispear, y es que el cielo se mantenía nublado. Por cierto, como apunte curioso habría que comentar que por el camino nos topamos con varias alcantarillas con el dibujo de un perro y la frase "Pipí aquí" justo encima, una medida muy acertada, aunque dudo que efectiva, ya que los perros orinan donde pillan y cuando les entran ganas.
Ya en esta cafetería, tras echar un vistazo a la carta del desayuno, me pedí medio mollete con aceite y un Cola Cao, para no perder la costumbre de cada mañana salvo por el cambio obligado del Nesquik, mientras que mis amigos se pidieron cada uno una chapata entera con tomate y jamón y un café. Desayuno muy correcto tanto a nivel de calidad como de precio, pues el mío me costó 2'20 € y el de mis amigos 3 € cada uno. Salimos de allí minutos antes de las once para retomar la visita a la ciudad justo enfrente, en la plaza de la Trinidad, presidida por una estatua del poeta Luis de Góngora y en la que destaca la iglesia de San Juan y Todos los Santos, en la cual entramos. Mis amigos, poco o nada amantes de las iglesias, se sentaron en uno de los bancos del final mientras yo la recorría para ver las tallas de varias imágenes de Semana Santa que allí se encontraban, entre ellas dos crucificados, un nazareno y una dolorosa.
Salimos al Paseo de la Victoria hasta llegar a la Puerta de Almodóvar, una de las pocas que se conservan de la antigua muralla de Córdoba y que además presenta muy buen estado. Junto a ella vimos otra estatua, también de otro ilustre cordobés, Lucio Anneo Séneca, tanto que hasta la Junta de Andalucía le puso su nombre a la aplicación que se usa en los colegios e institutos para gestionar todo lo relativo al alumnado y profesorado de nuestra comunidad, así que como veis hasta el trabajo me perseguía en vacaciones. Atravesamos la muralla para continuar por la calle Judíos, una angosta calle que a esas horas ya estaba bastante concurrida y en la que nos topamos con la Sinagoga, un pequeño templo hebreo al que se puede entrar gratuitamente y que apenas consta de un patio adornado con varias plantas y el templo propiamente dicho, compuesto por un vestíbulo y una sala de oración cuadrada adornado con motivos mudéjares e inscripciones bíblicas en hebreo, aunque parte de ellas se han perdido.
Al salir nos adentramos en el zoco, un mercado de artesanía ubicado en un patio rodeado de varias arcadas y con decenas de macetas desperdigadas que me recordó al de nuestro hostal, aunque éste era bastante más grande. Unos metros más adelante llegamos a otro de los lugares típicos de Córdoba, la pequeña plaza de Tiberíades, en la cual se encuentra la estatua de Maimónides, famoso teólogo, filósofo y médico nacido en esta ciudad. Aprovechamos que estaba allí una guía turística con un grupo con el que también habíamos coincidido en la sinagoga para escuchar sus explicaciones, entre las cuales recuerdo que estaba la de que la gente suele pasar la mano por uno de sus pies porque, según cuentan, te da más inteligencia, y de hecho parece que hay muchos que lo hacen porque la estatua está muy desgastada en esa parte. En fin, una de tantas leyendas que rodean a varios sitios turísticos de todo el mundo.
Más adelante, nos desviamos por una calle que daba a un callejón en uno de cuyos muros había una inscripción que nos llamó mucho la atención, concretamente "He encontrado un atajo", que seguramente llevaría a algún sitio, pero, como no estaba en nuestra ruta y perderse por la judería es harto sencillo, decidimos deshacer nuestros pasos y continuar por calle Tomás Conde. Casi al final de la misma, a mano izquierda, dimos con la Calleja del Salmorejo Cordobés, llamada así porque en su pared hay un enorme azulejo en el que se detallan los ingredientes y se explica cómo se hace este plato típico de Córdoba. Al salir de esta calle, en vez de seguir adelante, giramos a la derecha hacia calle Cairuán para ver la Puerta de la Luna, otra de las entradas de la antigua muralla y junto a la cual encontramos otra estatua, sí, la cuarta del día si no llevo mal la cuenta, esta vez de Averroes, filósofo y médico del siglo XII, y sí, también cordobés.
12:00
A continuación, nos dirigimos al Alcázar de los Reyes Cristianos, en cuya explanada exterior hicimos un pequeño descanso sentados en un banco aprovechando que había allí un caballo de las Caballerizas Reales con su domador haciendo una demostración de piruetas y distintos tipos de pasos para disfrute de los turistas que hacían cola para entrar en el citado monumento. Nosotros también teníamos pensado visitarlo, pero la cola tenía una longitud considerable y nos daba pereza esperar tanto, por lo que descartamos esta opción y nos conformamos con ver el Alcázar por fuera. Seguidamente nos acercamos a una pequeña plaza en la que se encuentra la Torre de Belén, también perteneciente a la muralla como las puertas de Almodóvar y de la Luna que vimos antes, para luego entrar en las Caballerizas Reales. Lo único que pudimos ver fue la cuadra principal en la que se exhiben diversos carruajes y coches de caballo en lo que antiguamente sirvieron de cuadras, ya que el acceso al patio donde tienen lugar los espectáculos ecuestres estaba cerrado en ese momento, así que apenas estuvimos allí diez minutos.
Seguimos por unas calles por las que no pasaba ni un alma y que parecían más de pueblo que de ciudad, ya que todas sus casas eran bajitas, de una sola planta, de color blanco y con floridas macetas en sus ventanas y balcones. Al final de estas calles dimos con la Puerta de Sevilla, junto a la cual había... ¿Lo adivináis? Sí, otra estatua de otro cordobés, aunque no tan conocido como los anteriores, un tal Ibn Hazm, y tras ello procedimos a bordear toda la muralla hasta llegar a una de las orillas del río Guadalquivir, que es el que atraviesa la ciudad de Córdoba. Más adelante, a mano izquierda, tuvimos la oportunidad de asomarnos a los jardines del Alcázar a través de una verja, al menos a una parte de éstos, y justo después la parte trasera de este monumento con sus torres del Homenaje y de la Paloma.
Unos metros después, pero esta vez en el lado correspondiente al río, nos acercamos a ver el Molino de la Albolafia, otra de las estampas típicas de Córdoba junto a la del Puente Romano, el cual recorrimos a continuación, aunque antes de hacerlo nos detuvimos un momento viendo la Puerta del Puente, que, situada entre la Mezquita y el citado puente, se parece mucho a los típicos arcos de triunfo que hay en muchas ciudades, aunque realmente también formaba parte de la muralla de Córdoba. En nuestro paseo por el Puente Romano nos topamos a mediación con el Triunfo de San Rafael, en realidad uno de tantos que hay en la ciudad califal, y es que este arcángel es el ángel custodio de Córdoba, y al final del mismo con la pequeña fortaleza de la Torre de la Calahorra, punto en el que dimos media vuelta para volver al centro y seguir con nuestro paseo.
Una vez que atravesamos la Puerta del Puente, vimos otro Triunfo de San Rafael, éste mucho más grande que el anterior, puesto que la estatua del arcángel corona una columna que sobresale de una base, un conjunto que en total alcanza una altura de 27 metros, mientras que a la izquierda teníamos el edificio del Obispado de Córdoba. Fue entonces cuando comenzamos a rodear la Mezquita-Catedral para poder contemplar las diversas puertas, algunas de ellas ocultas tras andamios por estar siendo restauradas, que se hallan en su fachada este, como por ejemplo las de San José, de la Concepción Antigua, del Baptisterio o de Santa Catalina, pero, antes de continuar con las otras fachadas, hicimos un alto para buscar dos pequeñas calles muy famosas de la ciudad como son la calleja del Pañuelo y la calleja de las Flores, ambas a muy pocos metros de la Mezquita.
La primera de ellas no se llama así realmente, sino calle de Pedro Jiménez, pero todo el mundo la conoce como calleja del Pañuelo porque su anchura en la parte más angosta mide más o menos lo mismo que un pañuelo de señora; de hecho, dos personas no pueden pasar al mismo tiempo por ese pequeño tramo de este callejón. No tiene mucho más que el reclamo turístico que se ha ganado, pero la calleja de las Flores sí que tiene más motivos para ser visitada, es más, estaba tan concurrida que tuvimos que esperar para poder recorrerla. Una de las razones es por su estrechez, pues apenas es un poco más ancha que la otra, pero la otra es que sus paredes están plagadas de macetas azules con coloridas flores que ofrecen una estampa única si uno se sitúa en la placita en la que termina, y es que entre dichas paredes aparece perfectamente encuadrada la torre campanario de la Mezquita.
Volvimos a recorrer las fachadas del principal monumento de Córdoba, ahora la fachada norte, que ya la habíamos visto por la mañana, y la oeste, con un aspecto muy similar a la del este y en la que habría que destacar las puertas del Postigo de la Leche, de los Deanes, del Espíritu Santo y del Sabat. Ya eran casi las dos de la tarde y el hambre apremiaba, por lo que tocaba buscar un sitio para almorzar. Jose sugirió ir a Los Patios de la Marquesa, ya que tenía buen recuerdo de este sitio de una visita anterior, así que nos acercamos a echar un vistazo por si nos convencía. Este sitio es básicamente una especie de mercado gastronómico con varios puestos de comida de diversos tipos, lo cual es bastante atractivo, pero descartamos esta opción porque Miguel prefería ir a algún restaurante.
14:15
Nos dejamos guiar de nuevo por TripAdvisor, que nos recomendaba varias tabernas situadas alrededor de la Mezquita, y una de ellas era El Capricho, que fue por la que nos decantamos en parte porque el dueño nos paró cuando pasábamos por allí al advertir que teníamos pinta de estar buscando un sitio para comer y nos dijo que en cinco o diez minutos se quedaría una mesa libre, y por otro lado porque tenían un menú cordobés que era muy del gusto de mis amigos. Mientras esperábamos, Miguel revisó detenidamente los comentarios de esta taberna en TripAdvisor, y, si bien tenía muy buena nota y además especificaba que había ganado recientemente un premio al mejor rabo de toro de Córdoba, le llamó la atención que algunos de los últimos comentarios que le otorgaban la máxima puntuación estaban muy mal redactados, con faltas de ortografía flagrantes como no poner la h al conjugar el verbo haber, palabras unidas y expresiones como "es kisito" en vez de "exquisito" o "bol beremos" en vez de "volveremos". Torpes de nosotros, más tarde deduciríamos que dichos comentarios habían sido escritos por amigos o familiares para subirle la nota.
Ya en la mesa que nos había prometido el dueño, precisamente al lado de una con aficionados ataviados con camisetas y bufandas del Alcorcón, que jugaba esa tarde contra el Córdoba, le echamos un vistazo a la carta, aunque en realidad ya teníamos claro lo que íbamos a pedir: mis amigos, el menú cordobés compuesto por salmorejo, rabo de toro y pastel cordobés; por mi parte, me decanté por el menú del día, del que elegí los espaguetis boloñesa, un flamenquín y natillas. ¡Qué decepción se llevaron Jose y Miguel! Según dijeron tras probar sus platos, el salmorejo no era nada del otro mundo, mientras que el rabo de toro, el cual les costó una barbaridad separarlo del hueso, no estaba especialmente bueno y venía acompañado por escasas patatas fritas del montón, opinión que días más tarde publicaría Miguel en TripAdvisor; además, llegado el momento del postre, ambos pidieron cambiarlo por unas natillas, y el dueño solamente permitió cambiarlo a uno de ellos y tras mucho insistir. En cuanto a mí, pues también un poco decepcionado, ya que los espaguetis eran fácilmente mejorables, el flamenquín tenía un relleno gelatinoso que no supe adivinar qué era exactamente, y las natillas tenían muy poca consistencia.
Nos fuimos de allí con muy mala sensación, como si nos hubiesen timado (10 € costaba mi menú y 14 € el de mis amigos), aunque fuimos educados y cuando al final nos preguntaron cómo había estado todo les dijimos que muy bien. Ya eran las tres y media, y Jose planteó la posibilidad de ir a tomarnos algo a una terraza situada frente al río que él conocía, pero al final nos decantamos por dirigirnos al hostal y echarnos una siesta para descansar, y es que, aunque habíamos caminado a un ritmo suave, casi no habíamos parado en todo el día. Mi idea era solamente estar tumbado en la cama, sin dormirme, pero finalmente no pude evitar echarme una pequeña siesta; por su parte, Jose y Miguel se pusieron a ver la tele y luego también se echaron un rato. Acordamos reanudar la visita a las cinco y media, aunque, como casi siempre ocurre, mis amigos remolonearon un poco más y salimos unos minutos más tarde.
En primer lugar, fuimos a la iglesia de San Francisco, la cual estaba cerrada a esa hora, por lo que nos tuvimos que conformar con ver su fachada, así como la plaza del mismo nombre situada en uno de sus laterales, caracterizada por su forma cuadrangular y por las arcadas de dos de sus lados. A muy pocos metros de allí teníamos la plaza del Potro, llamada así porque en ella hay una pequeña fuente rematada con una estatua de este animal; además, en dicha plaza también se encuentran dos museos, el de Bellas Artes y el de Julio Romero de Torres, y otro de los triunfos de San Rafael que hay en la ciudad. A continuación, cogimos por calle Lineros para llegar a la Basílica de San Pedro, que estaba abierta y en la que entramos unos minutos, mis amigos para sentarse y yo para verla, como siempre hacemos; de este templo destacaría el retablo mayor, una Virgen que supongo pertenece a alguna cofradía y una capilla en la que hay una urna de plata llena de calaveras y huesos.
Nuestra siguiente parada era la plaza de la Corredera, que recuerda inevitablemente a la plaza Mayor de Madrid por su forma y su estilo arquitectónico, con edificios de tres plantes y soportales en todo su perímetro, a excepción de dos edificios, la antigua Casa Consistorial y las Casas de Doña Jacinta. Tras atravesar la plaza de punta a punta, salimos por calle Rodríguez Marín para ir hasta el Ayuntamiento, probablemente el más feo de los que he visto hasta ahora en todos mis viajes, y visitar la iglesia de San Pablo, templo al que se accede tras pasar previamente por una portada barroca y por una pasarela descendente. Ya dentro de la iglesia, me pasé por todas sus capillas para contemplar las imágenes de Cristos y Vírgenes que allí se veneran, lo cual es uno de los principales motivos por los que me gusta visitar estos templos, y es que todo lo que tenga que ver con la Semana Santa, sea de la ciudad que sea, ya sabéis que me tira un montón.
18:35
Continuamos ahora con el Templo Romano, por delante del cual ya habíamos pasado varias veces sin detenernos demasiado tiempo a verlo, y del que solamente se conservan algunas columnas de orden corintio y varios restos a los pies de éstas. Seguimos por la calle Claudio Marcelo, pero nos desviamos por calle María Cristina para acercarnos a la plaza de la Compañía a ver la Torre de Santo Domingo de Silos y sí, otro Triunfo de San Rafael (ya he perdido la cuenta de cuántos habíamos visto ya). Tras coger por Duque de Hornachuelos, desembocamos en la céntrica plaza de las Tendillas, probablemente la más conocida de Córdoba y donde tienen lugar numerosos actos, como por ejemplo el Carnaval, y es que allí nos topamos con un escenario y varias decenas de sillas para las actuaciones que tendrían lugar más tarde. Con respecto a la plaza en sí, llama la atención la estatua ecuestre del Monumento al Gran Capitán que está situada justo en el centro, así como el edificio de la Unión y el Fénix.
Minutos más tarde nos encontrábamos frente a la taberna La Montillana, donde habíamos cenado la noche anterior, pero esta vez era porque enfrente se encuentra la iglesia de San Miguel, a la cual solamente nos pudimos asomar porque casualmente a esa hora estaban dando una misa y no era el momento adecuado para verla. Con esto dimos por terminada la visita a la ciudad en el día de hoy, así que decidimos hacer un alto en el camino y tomarnos algo en los 100 Montaditos que está enfrente de la iglesia, mis amigos una cerveza y yo una Coca-Cola Zero. Estando allí sentados, justo cuando ya nos íbamos, me llamó mi madre para preguntarme por cómo había pasado el día, a lo que mis amigos aprovecharon para decir en alto que ronco mucho y no les dejo dormir, lo que provocó las risas de mi madre.
A continuación, nos pusimos a callejear en busca de un cajero BBVA porque Jose necesitaba sacar dinero, aunque antes entramos en la tienda de ropa El Ganso, donde mi amigo se compró unas zapatillas que no encontraba en la tienda de Málaga. Salimos a la avenida del Gran Capitán, que estaba a rebosar de gente y en la que encontramos una sucursal del citado banco. Al final de la misma nos topamos con El Corte Inglés, donde entramos unos minutos para hacer tiempo antes de buscar algún sitio donde pusieran el Eibar-Málaga que iba a dar comienzo a las 20:45. Finalmente, tras dar unas cuantas vueltas por toda la avenida, dimos con el gastrobar La Antigua, en cuya terraza vimos un hueco libre para poder sentarnos y ver el partido. Para no perder la costumbre, tanto Jose como Miguel se pidieron una cerveza, mientras que yo me tomé una Coca-Cola Zero.
Ya en esta cafetería, tras echar un vistazo a la carta del desayuno, me pedí medio mollete con aceite y un Cola Cao, para no perder la costumbre de cada mañana salvo por el cambio obligado del Nesquik, mientras que mis amigos se pidieron cada uno una chapata entera con tomate y jamón y un café. Desayuno muy correcto tanto a nivel de calidad como de precio, pues el mío me costó 2'20 € y el de mis amigos 3 € cada uno. Salimos de allí minutos antes de las once para retomar la visita a la ciudad justo enfrente, en la plaza de la Trinidad, presidida por una estatua del poeta Luis de Góngora y en la que destaca la iglesia de San Juan y Todos los Santos, en la cual entramos. Mis amigos, poco o nada amantes de las iglesias, se sentaron en uno de los bancos del final mientras yo la recorría para ver las tallas de varias imágenes de Semana Santa que allí se encontraban, entre ellas dos crucificados, un nazareno y una dolorosa.
Salimos al Paseo de la Victoria hasta llegar a la Puerta de Almodóvar, una de las pocas que se conservan de la antigua muralla de Córdoba y que además presenta muy buen estado. Junto a ella vimos otra estatua, también de otro ilustre cordobés, Lucio Anneo Séneca, tanto que hasta la Junta de Andalucía le puso su nombre a la aplicación que se usa en los colegios e institutos para gestionar todo lo relativo al alumnado y profesorado de nuestra comunidad, así que como veis hasta el trabajo me perseguía en vacaciones. Atravesamos la muralla para continuar por la calle Judíos, una angosta calle que a esas horas ya estaba bastante concurrida y en la que nos topamos con la Sinagoga, un pequeño templo hebreo al que se puede entrar gratuitamente y que apenas consta de un patio adornado con varias plantas y el templo propiamente dicho, compuesto por un vestíbulo y una sala de oración cuadrada adornado con motivos mudéjares e inscripciones bíblicas en hebreo, aunque parte de ellas se han perdido.
Al salir nos adentramos en el zoco, un mercado de artesanía ubicado en un patio rodeado de varias arcadas y con decenas de macetas desperdigadas que me recordó al de nuestro hostal, aunque éste era bastante más grande. Unos metros más adelante llegamos a otro de los lugares típicos de Córdoba, la pequeña plaza de Tiberíades, en la cual se encuentra la estatua de Maimónides, famoso teólogo, filósofo y médico nacido en esta ciudad. Aprovechamos que estaba allí una guía turística con un grupo con el que también habíamos coincidido en la sinagoga para escuchar sus explicaciones, entre las cuales recuerdo que estaba la de que la gente suele pasar la mano por uno de sus pies porque, según cuentan, te da más inteligencia, y de hecho parece que hay muchos que lo hacen porque la estatua está muy desgastada en esa parte. En fin, una de tantas leyendas que rodean a varios sitios turísticos de todo el mundo.
Más adelante, nos desviamos por una calle que daba a un callejón en uno de cuyos muros había una inscripción que nos llamó mucho la atención, concretamente "He encontrado un atajo", que seguramente llevaría a algún sitio, pero, como no estaba en nuestra ruta y perderse por la judería es harto sencillo, decidimos deshacer nuestros pasos y continuar por calle Tomás Conde. Casi al final de la misma, a mano izquierda, dimos con la Calleja del Salmorejo Cordobés, llamada así porque en su pared hay un enorme azulejo en el que se detallan los ingredientes y se explica cómo se hace este plato típico de Córdoba. Al salir de esta calle, en vez de seguir adelante, giramos a la derecha hacia calle Cairuán para ver la Puerta de la Luna, otra de las entradas de la antigua muralla y junto a la cual encontramos otra estatua, sí, la cuarta del día si no llevo mal la cuenta, esta vez de Averroes, filósofo y médico del siglo XII, y sí, también cordobés.
12:00
A continuación, nos dirigimos al Alcázar de los Reyes Cristianos, en cuya explanada exterior hicimos un pequeño descanso sentados en un banco aprovechando que había allí un caballo de las Caballerizas Reales con su domador haciendo una demostración de piruetas y distintos tipos de pasos para disfrute de los turistas que hacían cola para entrar en el citado monumento. Nosotros también teníamos pensado visitarlo, pero la cola tenía una longitud considerable y nos daba pereza esperar tanto, por lo que descartamos esta opción y nos conformamos con ver el Alcázar por fuera. Seguidamente nos acercamos a una pequeña plaza en la que se encuentra la Torre de Belén, también perteneciente a la muralla como las puertas de Almodóvar y de la Luna que vimos antes, para luego entrar en las Caballerizas Reales. Lo único que pudimos ver fue la cuadra principal en la que se exhiben diversos carruajes y coches de caballo en lo que antiguamente sirvieron de cuadras, ya que el acceso al patio donde tienen lugar los espectáculos ecuestres estaba cerrado en ese momento, así que apenas estuvimos allí diez minutos.
Seguimos por unas calles por las que no pasaba ni un alma y que parecían más de pueblo que de ciudad, ya que todas sus casas eran bajitas, de una sola planta, de color blanco y con floridas macetas en sus ventanas y balcones. Al final de estas calles dimos con la Puerta de Sevilla, junto a la cual había... ¿Lo adivináis? Sí, otra estatua de otro cordobés, aunque no tan conocido como los anteriores, un tal Ibn Hazm, y tras ello procedimos a bordear toda la muralla hasta llegar a una de las orillas del río Guadalquivir, que es el que atraviesa la ciudad de Córdoba. Más adelante, a mano izquierda, tuvimos la oportunidad de asomarnos a los jardines del Alcázar a través de una verja, al menos a una parte de éstos, y justo después la parte trasera de este monumento con sus torres del Homenaje y de la Paloma.
Unos metros después, pero esta vez en el lado correspondiente al río, nos acercamos a ver el Molino de la Albolafia, otra de las estampas típicas de Córdoba junto a la del Puente Romano, el cual recorrimos a continuación, aunque antes de hacerlo nos detuvimos un momento viendo la Puerta del Puente, que, situada entre la Mezquita y el citado puente, se parece mucho a los típicos arcos de triunfo que hay en muchas ciudades, aunque realmente también formaba parte de la muralla de Córdoba. En nuestro paseo por el Puente Romano nos topamos a mediación con el Triunfo de San Rafael, en realidad uno de tantos que hay en la ciudad califal, y es que este arcángel es el ángel custodio de Córdoba, y al final del mismo con la pequeña fortaleza de la Torre de la Calahorra, punto en el que dimos media vuelta para volver al centro y seguir con nuestro paseo.
Una vez que atravesamos la Puerta del Puente, vimos otro Triunfo de San Rafael, éste mucho más grande que el anterior, puesto que la estatua del arcángel corona una columna que sobresale de una base, un conjunto que en total alcanza una altura de 27 metros, mientras que a la izquierda teníamos el edificio del Obispado de Córdoba. Fue entonces cuando comenzamos a rodear la Mezquita-Catedral para poder contemplar las diversas puertas, algunas de ellas ocultas tras andamios por estar siendo restauradas, que se hallan en su fachada este, como por ejemplo las de San José, de la Concepción Antigua, del Baptisterio o de Santa Catalina, pero, antes de continuar con las otras fachadas, hicimos un alto para buscar dos pequeñas calles muy famosas de la ciudad como son la calleja del Pañuelo y la calleja de las Flores, ambas a muy pocos metros de la Mezquita.
La primera de ellas no se llama así realmente, sino calle de Pedro Jiménez, pero todo el mundo la conoce como calleja del Pañuelo porque su anchura en la parte más angosta mide más o menos lo mismo que un pañuelo de señora; de hecho, dos personas no pueden pasar al mismo tiempo por ese pequeño tramo de este callejón. No tiene mucho más que el reclamo turístico que se ha ganado, pero la calleja de las Flores sí que tiene más motivos para ser visitada, es más, estaba tan concurrida que tuvimos que esperar para poder recorrerla. Una de las razones es por su estrechez, pues apenas es un poco más ancha que la otra, pero la otra es que sus paredes están plagadas de macetas azules con coloridas flores que ofrecen una estampa única si uno se sitúa en la placita en la que termina, y es que entre dichas paredes aparece perfectamente encuadrada la torre campanario de la Mezquita.
Volvimos a recorrer las fachadas del principal monumento de Córdoba, ahora la fachada norte, que ya la habíamos visto por la mañana, y la oeste, con un aspecto muy similar a la del este y en la que habría que destacar las puertas del Postigo de la Leche, de los Deanes, del Espíritu Santo y del Sabat. Ya eran casi las dos de la tarde y el hambre apremiaba, por lo que tocaba buscar un sitio para almorzar. Jose sugirió ir a Los Patios de la Marquesa, ya que tenía buen recuerdo de este sitio de una visita anterior, así que nos acercamos a echar un vistazo por si nos convencía. Este sitio es básicamente una especie de mercado gastronómico con varios puestos de comida de diversos tipos, lo cual es bastante atractivo, pero descartamos esta opción porque Miguel prefería ir a algún restaurante.
14:15
Nos dejamos guiar de nuevo por TripAdvisor, que nos recomendaba varias tabernas situadas alrededor de la Mezquita, y una de ellas era El Capricho, que fue por la que nos decantamos en parte porque el dueño nos paró cuando pasábamos por allí al advertir que teníamos pinta de estar buscando un sitio para comer y nos dijo que en cinco o diez minutos se quedaría una mesa libre, y por otro lado porque tenían un menú cordobés que era muy del gusto de mis amigos. Mientras esperábamos, Miguel revisó detenidamente los comentarios de esta taberna en TripAdvisor, y, si bien tenía muy buena nota y además especificaba que había ganado recientemente un premio al mejor rabo de toro de Córdoba, le llamó la atención que algunos de los últimos comentarios que le otorgaban la máxima puntuación estaban muy mal redactados, con faltas de ortografía flagrantes como no poner la h al conjugar el verbo haber, palabras unidas y expresiones como "es kisito" en vez de "exquisito" o "bol beremos" en vez de "volveremos". Torpes de nosotros, más tarde deduciríamos que dichos comentarios habían sido escritos por amigos o familiares para subirle la nota.
Ya en la mesa que nos había prometido el dueño, precisamente al lado de una con aficionados ataviados con camisetas y bufandas del Alcorcón, que jugaba esa tarde contra el Córdoba, le echamos un vistazo a la carta, aunque en realidad ya teníamos claro lo que íbamos a pedir: mis amigos, el menú cordobés compuesto por salmorejo, rabo de toro y pastel cordobés; por mi parte, me decanté por el menú del día, del que elegí los espaguetis boloñesa, un flamenquín y natillas. ¡Qué decepción se llevaron Jose y Miguel! Según dijeron tras probar sus platos, el salmorejo no era nada del otro mundo, mientras que el rabo de toro, el cual les costó una barbaridad separarlo del hueso, no estaba especialmente bueno y venía acompañado por escasas patatas fritas del montón, opinión que días más tarde publicaría Miguel en TripAdvisor; además, llegado el momento del postre, ambos pidieron cambiarlo por unas natillas, y el dueño solamente permitió cambiarlo a uno de ellos y tras mucho insistir. En cuanto a mí, pues también un poco decepcionado, ya que los espaguetis eran fácilmente mejorables, el flamenquín tenía un relleno gelatinoso que no supe adivinar qué era exactamente, y las natillas tenían muy poca consistencia.
Nos fuimos de allí con muy mala sensación, como si nos hubiesen timado (10 € costaba mi menú y 14 € el de mis amigos), aunque fuimos educados y cuando al final nos preguntaron cómo había estado todo les dijimos que muy bien. Ya eran las tres y media, y Jose planteó la posibilidad de ir a tomarnos algo a una terraza situada frente al río que él conocía, pero al final nos decantamos por dirigirnos al hostal y echarnos una siesta para descansar, y es que, aunque habíamos caminado a un ritmo suave, casi no habíamos parado en todo el día. Mi idea era solamente estar tumbado en la cama, sin dormirme, pero finalmente no pude evitar echarme una pequeña siesta; por su parte, Jose y Miguel se pusieron a ver la tele y luego también se echaron un rato. Acordamos reanudar la visita a las cinco y media, aunque, como casi siempre ocurre, mis amigos remolonearon un poco más y salimos unos minutos más tarde.
En primer lugar, fuimos a la iglesia de San Francisco, la cual estaba cerrada a esa hora, por lo que nos tuvimos que conformar con ver su fachada, así como la plaza del mismo nombre situada en uno de sus laterales, caracterizada por su forma cuadrangular y por las arcadas de dos de sus lados. A muy pocos metros de allí teníamos la plaza del Potro, llamada así porque en ella hay una pequeña fuente rematada con una estatua de este animal; además, en dicha plaza también se encuentran dos museos, el de Bellas Artes y el de Julio Romero de Torres, y otro de los triunfos de San Rafael que hay en la ciudad. A continuación, cogimos por calle Lineros para llegar a la Basílica de San Pedro, que estaba abierta y en la que entramos unos minutos, mis amigos para sentarse y yo para verla, como siempre hacemos; de este templo destacaría el retablo mayor, una Virgen que supongo pertenece a alguna cofradía y una capilla en la que hay una urna de plata llena de calaveras y huesos.
Nuestra siguiente parada era la plaza de la Corredera, que recuerda inevitablemente a la plaza Mayor de Madrid por su forma y su estilo arquitectónico, con edificios de tres plantes y soportales en todo su perímetro, a excepción de dos edificios, la antigua Casa Consistorial y las Casas de Doña Jacinta. Tras atravesar la plaza de punta a punta, salimos por calle Rodríguez Marín para ir hasta el Ayuntamiento, probablemente el más feo de los que he visto hasta ahora en todos mis viajes, y visitar la iglesia de San Pablo, templo al que se accede tras pasar previamente por una portada barroca y por una pasarela descendente. Ya dentro de la iglesia, me pasé por todas sus capillas para contemplar las imágenes de Cristos y Vírgenes que allí se veneran, lo cual es uno de los principales motivos por los que me gusta visitar estos templos, y es que todo lo que tenga que ver con la Semana Santa, sea de la ciudad que sea, ya sabéis que me tira un montón.
18:35
Continuamos ahora con el Templo Romano, por delante del cual ya habíamos pasado varias veces sin detenernos demasiado tiempo a verlo, y del que solamente se conservan algunas columnas de orden corintio y varios restos a los pies de éstas. Seguimos por la calle Claudio Marcelo, pero nos desviamos por calle María Cristina para acercarnos a la plaza de la Compañía a ver la Torre de Santo Domingo de Silos y sí, otro Triunfo de San Rafael (ya he perdido la cuenta de cuántos habíamos visto ya). Tras coger por Duque de Hornachuelos, desembocamos en la céntrica plaza de las Tendillas, probablemente la más conocida de Córdoba y donde tienen lugar numerosos actos, como por ejemplo el Carnaval, y es que allí nos topamos con un escenario y varias decenas de sillas para las actuaciones que tendrían lugar más tarde. Con respecto a la plaza en sí, llama la atención la estatua ecuestre del Monumento al Gran Capitán que está situada justo en el centro, así como el edificio de la Unión y el Fénix.
Minutos más tarde nos encontrábamos frente a la taberna La Montillana, donde habíamos cenado la noche anterior, pero esta vez era porque enfrente se encuentra la iglesia de San Miguel, a la cual solamente nos pudimos asomar porque casualmente a esa hora estaban dando una misa y no era el momento adecuado para verla. Con esto dimos por terminada la visita a la ciudad en el día de hoy, así que decidimos hacer un alto en el camino y tomarnos algo en los 100 Montaditos que está enfrente de la iglesia, mis amigos una cerveza y yo una Coca-Cola Zero. Estando allí sentados, justo cuando ya nos íbamos, me llamó mi madre para preguntarme por cómo había pasado el día, a lo que mis amigos aprovecharon para decir en alto que ronco mucho y no les dejo dormir, lo que provocó las risas de mi madre.
A continuación, nos pusimos a callejear en busca de un cajero BBVA porque Jose necesitaba sacar dinero, aunque antes entramos en la tienda de ropa El Ganso, donde mi amigo se compró unas zapatillas que no encontraba en la tienda de Málaga. Salimos a la avenida del Gran Capitán, que estaba a rebosar de gente y en la que encontramos una sucursal del citado banco. Al final de la misma nos topamos con El Corte Inglés, donde entramos unos minutos para hacer tiempo antes de buscar algún sitio donde pusieran el Eibar-Málaga que iba a dar comienzo a las 20:45. Finalmente, tras dar unas cuantas vueltas por toda la avenida, dimos con el gastrobar La Antigua, en cuya terraza vimos un hueco libre para poder sentarnos y ver el partido. Para no perder la costumbre, tanto Jose como Miguel se pidieron una cerveza, mientras que yo me tomé una Coca-Cola Zero.
En cuanto al partido, por aquel entonces el Málaga venía de una dinámica muy negativa a pesar de haber ganado el último encuentro, con el segundo entrenador de la temporada y sin jugar bien. Los primeros minutos no estuvo demasiado mal, sin ocasiones a favor, pero tampoco en contra, aunque a falta de unos minutos para el descanso encajó un gol que le hizo irse a los vestuarios por debajo en el marcador. Los que también se fueron en el descanso fuimos nosotros, en parte porque eran las nueve y media y queríamos buscar un sitio para cenar y también porque la segunda mitad no pintaba muy bien. Bajamos la avenida del Gran Capitán para continuar por Conde de Gondomar, donde nos encontramos a bastante gente alrededor de una murga, mientras que en el escenario de la plaza de las Tendillas había otra actuando con motivo del Carnaval, así que nos quedamos allí un rato viendo dichas actuaciones al tiempo que consultábamos en Internet cómo iba el Málaga, que acabaría perdiendo 3-0.
22:15
Otra costumbre que nos caracteriza, y mucho, es el tonteo a la hora de buscar un sitio para cenar. Por una razón o por otra, a cada restaurante le buscamos una pega, o bien el que a priori nos gusta está lleno, lo que nos hace seguir mirando el siguiente, y el siguiente, y el siguiente... Ni con la ayuda de TripAdvisor nos poníamos de acuerdo. Al final, después de varias vueltas, entramos en El Aljibe del Río, donde nos tuvimos que sentar en una mesa alta con taburetes porque las demás estaban ya ocupadas. La carta no es que fuese excesivamente amplia, por lo que no tardamos mucho en elegir lo que íbamos a cenar: yo me pedí la hamburguesa de buey, mientras que Jose y Miguel compartirían media de ensaladilla de langostinos y una presa ibérica con risotto; en cuanto a la bebida, ellos se tomaron una caña, y yo, agua.
No nos equivocamos con los platos que pedimos, tanto en cantidad como en calidad, si bien a mi entender un poco más caro de lo normal, en parte justificado porque es el típico restaurante en el que te sirven un plato grande y luego lo que es la comida no ocupa ni la cuarta parte del mismo, lo cual nunca acabaré de entender: finalmente, para rematar la cena pedimos un brownie con helado para compartir entre los tres. La cuenta salió a 14'5 € por cabeza, que repito, no estaba mal, pero si lo comparamos con la cena de la noche anterior sale perdiendo claramente. Eran poco más de las once y media de la noche y estábamos a apenas diez minutos andando del hostal, pero antes, aunque eso conllevase alejarse, quería pasarme por la zona de la Mezquita para verla iluminada y hacer algunas fotografías, para lo que tuve que convencer a mis amigos.
Paseamos tranquilamente por la Ronda de Isasa, a orillas del Guadalquivir, hasta llegar al Puente Romano, al cual hice varias fotos y que recorrimos hasta la mitad aproximadamente para tener una bonita vista del conjunto formado por la Mezquita-Catedral y la Puerta del Puente. Tras rodear la Mezquita por sus fachadas sur y este, emprendimos el camino de vuelta al hostal por las mismas calles por las que habíamos cogido por la mañana temprano pero en sentido inverso; eso sí, nos llegamos a perder y nos vimos obligados a recurrir a Google Maps para guiarnos hasta que al final dimos con una calle en la que nos terminamos de ubicar. Llegamos al hostal a las doce y cuarto de la madrugada, y poco más hicimos que lavarnos los dientes y acostarnos. Yo fui el primero en meterse en la cama y quedarse dormido; de hecho, empecé a roncar y mis amigos se vieron obligados a iniciar el concierto de palmadas para compensar el que yo estaba dando. La noche iba a ser larga...
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Otra costumbre que nos caracteriza, y mucho, es el tonteo a la hora de buscar un sitio para cenar. Por una razón o por otra, a cada restaurante le buscamos una pega, o bien el que a priori nos gusta está lleno, lo que nos hace seguir mirando el siguiente, y el siguiente, y el siguiente... Ni con la ayuda de TripAdvisor nos poníamos de acuerdo. Al final, después de varias vueltas, entramos en El Aljibe del Río, donde nos tuvimos que sentar en una mesa alta con taburetes porque las demás estaban ya ocupadas. La carta no es que fuese excesivamente amplia, por lo que no tardamos mucho en elegir lo que íbamos a cenar: yo me pedí la hamburguesa de buey, mientras que Jose y Miguel compartirían media de ensaladilla de langostinos y una presa ibérica con risotto; en cuanto a la bebida, ellos se tomaron una caña, y yo, agua.
No nos equivocamos con los platos que pedimos, tanto en cantidad como en calidad, si bien a mi entender un poco más caro de lo normal, en parte justificado porque es el típico restaurante en el que te sirven un plato grande y luego lo que es la comida no ocupa ni la cuarta parte del mismo, lo cual nunca acabaré de entender: finalmente, para rematar la cena pedimos un brownie con helado para compartir entre los tres. La cuenta salió a 14'5 € por cabeza, que repito, no estaba mal, pero si lo comparamos con la cena de la noche anterior sale perdiendo claramente. Eran poco más de las once y media de la noche y estábamos a apenas diez minutos andando del hostal, pero antes, aunque eso conllevase alejarse, quería pasarme por la zona de la Mezquita para verla iluminada y hacer algunas fotografías, para lo que tuve que convencer a mis amigos.
Paseamos tranquilamente por la Ronda de Isasa, a orillas del Guadalquivir, hasta llegar al Puente Romano, al cual hice varias fotos y que recorrimos hasta la mitad aproximadamente para tener una bonita vista del conjunto formado por la Mezquita-Catedral y la Puerta del Puente. Tras rodear la Mezquita por sus fachadas sur y este, emprendimos el camino de vuelta al hostal por las mismas calles por las que habíamos cogido por la mañana temprano pero en sentido inverso; eso sí, nos llegamos a perder y nos vimos obligados a recurrir a Google Maps para guiarnos hasta que al final dimos con una calle en la que nos terminamos de ubicar. Llegamos al hostal a las doce y cuarto de la madrugada, y poco más hicimos que lavarnos los dientes y acostarnos. Yo fui el primero en meterse en la cama y quedarse dormido; de hecho, empecé a roncar y mis amigos se vieron obligados a iniciar el concierto de palmadas para compensar el que yo estaba dando. La noche iba a ser larga...
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