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viernes, 21 de julio de 2017

Viaje a Córdoba: día 3


Domingo, 26 de febrero de 2017

7:35
El despertador lo programé la noche anterior para que sonara a las nueve de la mañana, pero fueron mis amigos los que me sacaron de mi sueño cuando se levantaron para ducharse, algo inevitable porque tenían que pasar por delante de mi cama y porque el baño estaba al otro lado de mi cabecero; de todas formas, me volví a quedar dormido casi de inmediato, aunque no de una manera tan profunda como antes. Cuando sonó el despertador, apuré unos minutillos más en la cama hasta que finalmente me levanté para asearme. Tal y como me esperaba, Jose y Miguel me confirmaron que había vuelto a roncar, que de nuevo sus palmadas habían vuelto a surtir un efecto casi nulo y que hasta las cuatro o las cinco de la madrugada estuvieron despiertos. Ante esta situación, empezamos a plantearnos seriamente la opción de buscar un apartamento en vez de un hotel para futuros viajes, y de esta forma poder dormir en habitaciones separadas.
Éste iba a ser nuestro último día en Córdoba, así que tocaba hacer las maletas, las cuales dejamos preparadas en la habitación antes de irnos a desayunar. Empezamos nuestra ruta para buscar alguna cafetería por la plaza de la Corredera, donde no nos llamó nada la atención, y lo mismo nos pasó por calle Claudio Marcelo y la plaza de las Tendillas, pero lo que más nos chocó era que había muchas que estaban cerradas a pesar de ser las diez de la mañana y que las que estaban abiertas estaban casi vacías, algo impensable en Málaga un domingo. Finalmente entramos en la cafetería del hotel Córdoba Centro, donde esta vez me pedí un mollete completo con aceite y un Cola Cao, mientras que Jose y Miguel repitieron la elección del día anterior. Desayuno excelente, puesto que el pan estaba tostado en su punto, ni mucho ni poco, y además muy jugoso y contundente; me quedé más que satisfecho, al igual que mis amigos, y el precio también muy adecuado, 2'60 €.
Volvimos al hostal por el mismo camino para, una vez que comprobamos que no dejábamos nada olvidado, recoger las maletas, dejar la habitación y entregar la llave en recepción. Emprendimos ahora el camino hacia el coche, para lo cual pasamos de nuevo por la plaza de la Corredera y continuamos por Rodríguez Marín, Capitulares, Alfaros, Isabel Losa, Santa Isabel y Mayor de Santa Marina, donde lo teníamos aparcado. Guardamos las maletas y dimos comienzo con la ruta matutina con la cercana Torre de la Malmuerta, que se caracteriza por estar apoyada en un arco. A continuación, cruzamos a la plaza de Colón para ver la llamativa fachada del Palacio de la Merced, actual sede de la Diputación Provincial, y pasear unos minutos por los Jardines de la Merced, que ocupan toda la citada plaza y cuyos árboles, por las fechas en las que estábamos, estaban secos en su práctica totalidad; eso sí, de estos jardines habría que destacar que en una de sus entradas se encuentra el Monumento a la Belleza de la Mujer Cordobesa, compuesto por las estatuas de dos mujeres que portan sendos cántaros y una pequeña fuente que surte un chorro de agua.

12:00
De allí nos fuimos hacia la plaza de Capuchinos, donde se encuentra el famoso Cristo de los Faroles, conocido así porque está rodeado por ocho faroles, aunque en realidad se llama Cristo de los Desagravios y Misericordia. En esa misma plaza entramos en la iglesia Conventual del Santo Ángel, la cual no estaba en mi planificación, pero aprovechamos que estaba abierta para visitarla, y suerte que lo estaba, puesto que en ella pude ver varias imágenes de la Semana Santa de Córdoba de una gran calidad y devoción, como por ejemplo la de María Santísima de la Paz y Esperanza. Más adelante nos encontramos con la Cuesta del Bailío, cuya escalinata bajamos para seguir por la plaza Puerta del Rincón, llamada así porque en ella se erige la Torre de la Puerta del Rincón, que pertenecía a la antigua muralla, aunque lo que más nos llamó la atención fue La Regadora, una estatua de una mujer regando las macetas que cuelgan de una de las paredes de dicha plaza.
Retomamos parte del recorrido que hicimos apenas una hora antes para dejar las maletas en el coche, pero esta vez, al llegar a calle Santa Isabel, giramos a la derecha hasta desembocar en la plaza de Don Gome, lugar en el que se encuentra el Palacio de Viana, donde entramos solamente para ver el único patio que se puede visitar libremente, lleno de macetones y plantas y con una pequeña fuente en el centro. Continuamos nuestra ruta con la iglesia de San Agustín, donde solamente entré yo debido a que mis amigos ya estaban un poco cansados de ver iglesias, así que me esperaron sentados en un banco de la plaza de San Agustín, concretamente junto a un bloque de piedra en el que se muestran las partituras de dos composiciones musicales, "Cruz de Mayo" y "Canción del Puente Viejo". En cuanto a la iglesia, me sorprendió gratamente, pues su estructura interior no se parecía a ninguna de las que había visitado hasta entonces, con un techo más bajo nada más entrar y una bóveda más alta a continuación, con numerosos frescos y todo con un aspecto muy barroco.
Seguidamente fuimos en busca de los dos últimos templos que teníamos planificado visitar, la Basílica del Juramento de San Rafael y la iglesia de San Lorenzo, pero no pudimos visitar ninguna de ellas, la primera porque estaba cerrada y la segunda porque se estaba oficiando una misa. Ahora nos tocaba caminar un buen rato hasta nuestro siguiente destino, la Posada del Potro, y lo hicimos a paso tranquilo por unas calles (Santa María de Gracia, Gutiérrez de los Ríos, Carlos Rubio y Lineros) que, como otras por las que pasamos el día anterior, nos hacían pensar que estábamos en un pueblo más que en una ciudad, y es que buena parte del casco histórico de Córdoba se compone de calles estrechas y casas bajas de una o dos plantas, muchas de ellas blancas. Al cabo de unos veinte minutos largos, llegamos a la Posada del Potro, por delante de la cual pasamos la tarde anterior, pero que no pudimos visitar porque solamente abre por la mañana.
Al entrar nos encontramos con una mezcla de corral de vecinos y patio cordobés que a esa hora estaba muy concurrido por turistas atraídos por sus llamativas plantas y macetas, barandas de madera en la primera planta, así como por las dependencias del Centro Flamenco Fosforito, que tiene aquí su sede y en cuyas salas se exponen guitarras flamencas, un grafo con los distintos palos del flamenco, pequeñas maquetas con los antiguos usos que se le daba a la posada, etc. La última zona que nos quedaba por ver era la de los Jardines de la Victoria, adonde llegamos tras coger por las calles Caldereros, Rey Heredia, Jesús María, Conde de Gondomar y Concepción. Una vez allí, lo primero que vimos fue el Mausoleo Romano, un monumento funerario con forma cilíndrica, para luego acercarnos al Mercado de la Victoria, ubicado en una gran caseta y que cobija a varios puestos de venta y negocios de restauración, un poco al estilo del Mercado de San Miguel de Madrid. Tras descansar unos minutos en un banco frente al Monumento al Duque de Rivas, cruzamos a los Jardines de la Agricultura, donde vimos el estanque de los patos, aunque estaba más bien plagado de palomas, y el Monumento a Julio Romero de Torres, insigne pintor cordobés.
Con esto dimos por concluida la visita a Córdoba, pero ahora tocaba almorzar, que ya eran más de las dos. Yo propuse ir a tapear al Mercado de la Victoria en el que habíamos estado hace unos minutos, pero mis amigos preferían ir a otro sitio, aunque sin definir dónde exactamente, así que empezamos a pasear por la avenida Ronda de los Tejares en busca de algo que nos agradase a los tres. Al igual que por la mañana cuando fuimos a desayunar, nos extrañó que hubiese tantos restaurantes cerrados o con poca gente siendo la hora que era, lo que provocó que anduviésemos sin rumbo fijo, hasta el punto que acabamos muy cerca del coche. Fue entonces cuando Jose y Miguel propusieron entonces repetir en la taberna La Montillana, donde tan bien cenamos el primer día, pero eso implicaba caminar todavía más teniendo en cuenta que estábamos a muy pocos metros cuando empezamos a buscar un sitio para comer.

14:45
Tras media hora dando vueltas, llegamos a La Montillana, que, como era de esperar, estaba lleno; por si acaso, Jose le preguntó al camarero si había alguna mesa libre, pero resulta que teníamos que esperar media hora. Así pues, recurrimos a TripAdvisor, que nos recomendaba la taberna Échate pá llá, situada justo en el callejón de enfrente, junto a la iglesia de San Miguel, por lo que no nos lo pensamos y nos sentamos en una de las mesas que había libres. Pedimos tres platos para compartir: mazamorra, volcán de patatas y bacalao al tostón. La mazamorra estaba buena, aunque los tres estábamos de acuerdo en que la que tomamos en La Montillana estaba mejor que ésta; el volcán de patatas, que también llevaba huevos y jamón, no tenía mucho misterio, como el que uno se puede hacer en casa; finalmente, el bacalao al tostón nos encantó, pues estaba muy jugoso y cubierto con una capa de queso que le venía al dedo. Esta vez no nos pedimos postre, que es lo normal en nosotros, por lo que la cuenta salió por 10'20 €, algo menos que en las otras comidas que habíamos hecho durante el viaje.
Antes de volver a Málaga, Jose y Miguel querían ver el partido que enfrentaría al Atlético de Madrid y al Barcelona, que daría comienzo en breves minutos, a las 16:15, así que ahora tocaba buscar un bar donde lo echasen. Creíamos que iba a ser fácil encontrar uno, pero no fue así; de hecho, después de unos diez o quince minutos, solamente vimos dos sitios. En el primero de ellos solamente había libre una mesa alta en la que los tres íbamos a estar un poco incómodos, mientras que el otro, el Mesón El Rincón, estaba casi vacío, con apenas tres o cuatro clientes, por lo que nos quedamos allí, puesto que ya estaba a punto de comenzar el partido. La primera parte acabó sin goles, a excepción del que le anularon a Luis Suárez, mientras que en la segunda se adelantó el Barça con un tanto de Rafinha, a los pocos minutos empató Godín, y ya casi al final Messi marcó el gol de la victoria para alegría de mis amigos, que, si bien son socios como yo del Málaga, también son del Barcelona.
En cuanto terminó el partido nos pusimos en pie para ir hasta el coche, que lo teníamos a algo más de diez minutos. A las seis y cuarto nos pusimos en marcha, no sin antes activar Google Maps para salir de Córdoba sin equivocarnos como el día que llegamos, aunque casi no nos hizo falta porque estaba bastante bien indicado, y de día se ve mucho mejor que de noche, las cosas como son. Al poco de incorporarnos a la autovía, Jose se había quedado dormido, mientras que Miguel también se echó una pequeña siesta porque estaba un poco resfriado. Durante todo el trayecto de vuelta estuvimos escuchando marchas procesionales de Semana Santa, lo que inevitablemente derivó en el eterno debate que siempre tengo con mis amigos al respecto de que, según ellos, todas son iguales, a lo que yo tuve que decirles que no, que para empezar existen cuatro géneros diferentes (cornetas y tambores, agrupaciones musicales, bandas de música y capillas musicales) y dentro de cada uno de ellos hay diversos tipos de composiciones, unas más alegres y otras más fúnebres, unas más proclives a ser interpretadas a Cristos y otras más indicadas para Vírgenes. En cualquier caso, yo les reconocí que hay ciertas marchas que confundo, pero vaya, al igual que me ocurre con canciones de ciertos cantantes y grupos modernos.
A la altura de Antequera ya empezó a anochecer, algo que no me gusta cuando conduzco, pero por lo menos ya estábamos cerca de Málaga, adonde llegamos pasadas las ocho de la tarde. Primero dejé a Miguel en su casa y luego a Jose en la suya, de tal forma que a la mía llegué sobre las ocho y media de la noche. Punto y final a un viaje corto pero que al menos me sirvió para compensar el que no pude hacer el año anterior; eso sí, en el propio viaje empezamos a hablar sobre el que haríamos en el mes de julio, e incluso mi madre también me había planteado por entonces hacer otro en el mes de agosto. Ya os contaré poco a poco todo lo que habrán deparado ambos viajes.

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