Miércoles, 19 de julio de 2017
8:00
Suena el despertador y se repite la rutina habitual de estos días. Me levanto para ser el primero en entrar en el baño mientras mis amigos apuran unos últimos minutos en la cama, y ya cuando salgo les voy metiendo algo de prisa para que no tarden tanto en ponerse en funcionamiento. Hoy en verdad no teníamos demasiada prisa para salir a una hora en concreto como el día anterior, en el que teníamos que coger un tren ya reservado con antelación, pero siempre he dicho que los viajes están para aprovecharlos, así que, cuanto antes estuviésemos listos para salir, a más sitios iríamos y sin tantas prisas. Mientras Jose y Miguel se levantaban e iban al baño, yo me entretuve preparando todo lo necesario para el día que pasaríamos en Toulouse, a saber: mi inseparable cámara de fotos, el plano que nos dejó el casero cuando nos recibió, mi ruta de sitios que visitar y de lugares donde poder comer, etc. Entre una cosa y otra, salimos del apartamento a eso de las nueve y veinte de la mañana, un poco más tarde de lo que pretendía, aunque, como me decían mis amigos, no tenía motivos para estresarme porque hasta las diez no abrían los primeros sitios que teníamos que visitar, y además tampoco íbamos a tardar tanto en desayunar.
Esto fue precisamente lo primero que hicimos, y concretamente fuimos a una panadería a la que le habíamos echado un ojo el primer día, L'atelier du pain, por lo bien que olía cuando pasamos por delante y que estaba a apenas cuatro minutos, en la esquina del Boulevard Armand Duportal con el Boulevard Lascrosses. Cuando llegamos había cola, lo que nos vino bien para pensar qué nos íbamos a tomar; finalmente, yo me decanté por una napolitana, un croissant y un chocolate caliente que me costó en total 4'40 €, mientras que mis amigos se pidieron un café y un croissant cada uno. La bollería estaba buena, aunque tampoco excelente como uno espera de Francia; por su parte, el chocolate volvió a destacar por su escasa presencia como pasó el día anterior en Carcassonne, puesto que si ya de por sí el vaso no es que fuese grande, el chocolate apenas llegaba a la mitad del mismo. En resumen, un timo porque en Málaga por ese precio te puedes tomar una buena ración de churros o porras con una taza de chocolate caliente en condiciones.
Cuando terminamos de desayunar, nos dirigimos a nuestro primer destino del día, la Basilique de Saint-Sernin, la cual ya habíamos visto por fuera el día anterior tanto de día como de noche en el trayecto hacia y desde la estación de tren. Su fachada principal la verdad es que no es muy vistosa para ser un templo con el rango de basílica, la iglesia románica más grande de Occitania y la segunda más antigua de toda Francia, pero su interior mejora bastante. Nada más entrar te topas con su nave central y su imponente bóveda de cañón sostenida por altas columnas, algunas de las cuales estaban parcialmente cubiertas por lo que parecían unas grandes alfombras rojas con motivos decorativos, que dibujan arcos en dos niveles diferentes, mientras que en las naves laterales, al contrario de lo que estamos acostumbrados, no vimos capillas propiamente dichas, sino fotos, cuadros y bustos dedicados a ciertos personajes religiosos tales como Teresa de Calcula, Juan Pablo II o algún que otro santo.
Al final de la nave central encontramos la sillería del coro, y tras ella el altar mayor, donde destaca el baldaquino construido sobre la tumba de san Saturnino, a quien está dedicado este templo. Esta parte la tuvimos que ver desde cierta distancia porque para acceder a la girola que la rodea teníamos que pagar, así como para poder admirar el ábside y bajar a la cripta, y mis amigos no estaban muy por la labor, por lo que nos conformamos con ver el resto del templo que sí podíamos visitar libremente. Salimos por uno de los laterales, concretamente por la Puerta Miégeville, mucho más llamativa que la del frontal y que desemboca en un arco que en realidad es la portada de la antigua abadía que fue en sus inicios, para a continuación rodear la basílica hasta la parte trasera, donde pudimos admirar el exterior del ábside así como su singular torre, si bien a lo largo del día veríamos otra muy parecida en el Convento de los Jacobinos.
El cielo estaba nublado y no tardó en descargar algo de agua; por suerte, fue solamente un breve chispeo que nos pilló de camino a la Chapelle des Carmélites, aunque entre medias hicimos una pequeña parada porque a mis amigos se les antojó comprarse un croissant en una panadería situada al comienzo de la rue du Taur. Nada más entrar, se nos acercó una chica de una sala anexa que nos preguntó por nuestro idioma, tras lo cual nos dio a cada uno una hoja con información en español de la capilla, la cual era bastante peculiar, pues se parecía más a una sala de un museo que a otra cosa. Se componía de una única nave y un ábside repletos de cuadros y frescos de índole religiosa, mientras que a cada lado había una sencilla sillería de madera. Salvando las distancias, por su forma y disposición te podía llegar a recordar a la Capilla Sixtina de los Museos Vaticanos.
A continuación, volvimos a la rue du Taur para visitar la église Notre-Dame du Taur, que es la que le da nombre, ya que se supone que fue en esta calle, y concretamente a la altura de esta iglesia, donde se rompió la cuerda con la que un toro arrastró a Saint Sernin, patrón de Toulouse, en su martirio. Lo primero que llama la atención de esta iglesia es su alta fachada con forma de espadaña, como si fuese un gran muro, así como su pórtico de entrada, de estilo gótico. Ya dentro, nos encontramos con un templo con una disposición también extraña para lo que estamos acostumbrados, pero sobre todo bastante oscuro y dejado, con muchos desconchones y humedades; es más, una parte estaba siendo restaurada en ese preciso momento, con continuos golpes y ruidos que rompían el silencio típico de una iglesia, por lo que apenas permanecimos allí unos cinco o seis minutos.
10:55
Después de tres iglesias, algo que no es muy del agrado de mis amigos, llegó el momento de cambiar de tipo de visita. Tras coger por la rue du Sénéchal y la rue Rivals llegamos a la Place Victor Hugo, donde se encuentra un mercado con el mismo nombre y que es uno de los más concurridos de Toulouse. En su interior vimos puestos de frutas y verduras, pescado, carne y charcutería, pero obviamente los que más destacaban eran los de quesos, con mostradores en los que fácilmente podía haber cien variedades distintas; también subimos a la primera planta para echarle un ojo a los restaurantes que hay allí por si acaso debíamos tenerlos en cuenta para luego, pero no nos atrajo ninguno. A continuación, nos acercamos hasta el cercano Jardin Pierre Goudouli, un pequeño parque ajardinado situado en la Place du Président Thomas Wilson donde aprovechamos para hacer un breve descanso y que, además de por su vegetación, destaca por el tiovivo que se esconde entre sus árboles.
A pocos metros de allí teníamos las Galeries Lafayette, que viene a ser como El Corte Inglés en España, de hecho por dentro es tremendamente parecido, y a las cuales entramos no precisamente por que fuésemos a ir de compras, sino porque tenía apuntado en mi lista que desde la última planta se puede disfrutar de una de las mejores vistas de Toulouse. Por desgracia, nos llevamos un chasco porque estaba de reformas y no se permitía acceder a dicha planta, aunque bueno, con el día tan gris que estaba haciendo tampoco nos supuso una gran decepción. Nuestro siguiente destino era el Donjon du Capitole, una torre del homenaje situada en la parte trasera del Capitole que en sus inicios sirvió de mazmorra y de sede de los archivos municipales, mientras que hoy alberga la Oficina de Turismo, en la cual entré con la intención de comprar una camiseta de recuerdo en su tienda si es que me gustaba alguna, pero apenas tenían dos o tres modelos para niños y poco más.
De allí nos fuimos a la Place du Capitole, el centro neurálgico de Toulouse. Si la noche del primer día la vimos casi vacía, ahora nos encontramos con que estaba salpicada de numerosos puestos que conformaban un mercadillo muy concurrido, pero lo que más nos interesaba ahora era entrar en el Capitole, puesto que el edificio del Ayuntamiento cuenta con una parte que es accesible al público de forma gratuita. En primer lugar, pasamos al patio de Henri IV, caracterizada por la arquitectura típica de la ciudad así como por la tonalidad rosácea de sus paredes y arcos. Luego, entramos por una puerta que daba acceso a unas cuantas salas que bien podrían ser las de un museo por la enorme calidad artística de las obras que hay en ellas, principalmente pinturas, frescos y esculturas. Entre ellas habría que destacar sobre todo la magnífica Sala de los Ilustres, llamada así porque en ella están los bustos de algunos de los personajes célebres locales más importantes, como por ejemplo el matemático Pierre de Fermat.
De vuelta a la plaza, hicimos una breve ronda por los puestos del mercadillo, donde se vendía de todo: ropa, zapatos, bolsos, gafas, libros, discos, etc. Ya eran poco más de las doce y media y nos entró la duda de si buscar ya un sitio para comer, puesto que los franceses suelen empezar a almorzar a esta hora, o si continuar con nuestra ruta y arriesgarnos a encontrar algo abierto más tarde. Nos decantamos por la segunda opción, así que lo que hicimos fue ir a lo que teníamos más cerca, concretamente al Convento de los Jacobinos. Si bien por fuera no parece gran cosa, con un reconocible estilo gótico del Languedoc muy sobrio, con una torre muy similar a la de la Basilique de Saint-Sernin y también construido en ladrillo rojo como casi todo el casco histórico de Toulouse, por dentro impresiona por su elegancia y depara muchos rincones dignos de ver en las dos partes de las que se compone, una de visita libre y otra de pago.
La primera se compone del templo propiamente dicho, de forma alargada y dividida en dos naves por altísimas columnas, una de las cuales es conocida como La Palmera porque de ella surgen numerosas nervaduras que en su conjunto recuerda precisamente a eso, a una estilizada palmera. Como todo templo gótico, otra de sus grandes características son sus enormes y coloridas vidrieras que lo dotan de una vistosa luminosidad, pero también cabe resaltar las diversas capillas que contiene y el altar, bajo el cual se puede apreciar una urna dorada en la que se conservan los restos de Santo Tomás de Aquino, famoso teólogo y filósofo católico del siglo XIII. Para acceder a la otra parte, compuesta por el claustro, la sala capitular, el refectorio y la capilla de San Antolín, había que pagar una entrada de 4 €, pero según tenía apuntado era gratis presentando el carnet de estudiante, como pudimos confirmar al ver el letrero de las tarifas. Tanto Jose como yo habíamos traído nuestro carnet de la Universidad, aunque realmente ya no somos universitarios, pero no así Miguel; por suerte, el hombre que nos atendió no le cobró nada, supongo que entendiendo que también lo sería como nosotros.
Lo primero con lo que nos topamos fue con el claustro, un remanso de tranquilidad que invitaba al recogimiento y al descanso, tanto que a su alrededor había varias hamacas donde los turistas aprovechaban para tumbarse, y nosotros no fuimos menos. Arquitectónicamente, el claustro tiene forma cuadrada y está rodeada por arquerías sostenidas por columnas de mármol y capiteles con distintos motivos, sobre todo florales y animales, mientras que el patio está surcado por setos con forma cuadrangular alrededor de un pozo situado en el centro. Tras pasar allí un buen rato, entramos en el refectorio, que se utiliza como sala de exposiciones temporales, en este caso de fotografías de retablos y fachadas de algunas de las catedrales e iglesias más conocidas y curiosas de toda Europa; finalmente, entramos en la capilla de San Antolín, decorada con pinturas murales, y en la sala capitular, lugar en el que se reunían los monjes, antes de dar por concluida la visita al Convento de los Jacobinos, sin duda alguna imprescindible si vienes a Toulouse.
Suena el despertador y se repite la rutina habitual de estos días. Me levanto para ser el primero en entrar en el baño mientras mis amigos apuran unos últimos minutos en la cama, y ya cuando salgo les voy metiendo algo de prisa para que no tarden tanto en ponerse en funcionamiento. Hoy en verdad no teníamos demasiada prisa para salir a una hora en concreto como el día anterior, en el que teníamos que coger un tren ya reservado con antelación, pero siempre he dicho que los viajes están para aprovecharlos, así que, cuanto antes estuviésemos listos para salir, a más sitios iríamos y sin tantas prisas. Mientras Jose y Miguel se levantaban e iban al baño, yo me entretuve preparando todo lo necesario para el día que pasaríamos en Toulouse, a saber: mi inseparable cámara de fotos, el plano que nos dejó el casero cuando nos recibió, mi ruta de sitios que visitar y de lugares donde poder comer, etc. Entre una cosa y otra, salimos del apartamento a eso de las nueve y veinte de la mañana, un poco más tarde de lo que pretendía, aunque, como me decían mis amigos, no tenía motivos para estresarme porque hasta las diez no abrían los primeros sitios que teníamos que visitar, y además tampoco íbamos a tardar tanto en desayunar.
Esto fue precisamente lo primero que hicimos, y concretamente fuimos a una panadería a la que le habíamos echado un ojo el primer día, L'atelier du pain, por lo bien que olía cuando pasamos por delante y que estaba a apenas cuatro minutos, en la esquina del Boulevard Armand Duportal con el Boulevard Lascrosses. Cuando llegamos había cola, lo que nos vino bien para pensar qué nos íbamos a tomar; finalmente, yo me decanté por una napolitana, un croissant y un chocolate caliente que me costó en total 4'40 €, mientras que mis amigos se pidieron un café y un croissant cada uno. La bollería estaba buena, aunque tampoco excelente como uno espera de Francia; por su parte, el chocolate volvió a destacar por su escasa presencia como pasó el día anterior en Carcassonne, puesto que si ya de por sí el vaso no es que fuese grande, el chocolate apenas llegaba a la mitad del mismo. En resumen, un timo porque en Málaga por ese precio te puedes tomar una buena ración de churros o porras con una taza de chocolate caliente en condiciones.
Cuando terminamos de desayunar, nos dirigimos a nuestro primer destino del día, la Basilique de Saint-Sernin, la cual ya habíamos visto por fuera el día anterior tanto de día como de noche en el trayecto hacia y desde la estación de tren. Su fachada principal la verdad es que no es muy vistosa para ser un templo con el rango de basílica, la iglesia románica más grande de Occitania y la segunda más antigua de toda Francia, pero su interior mejora bastante. Nada más entrar te topas con su nave central y su imponente bóveda de cañón sostenida por altas columnas, algunas de las cuales estaban parcialmente cubiertas por lo que parecían unas grandes alfombras rojas con motivos decorativos, que dibujan arcos en dos niveles diferentes, mientras que en las naves laterales, al contrario de lo que estamos acostumbrados, no vimos capillas propiamente dichas, sino fotos, cuadros y bustos dedicados a ciertos personajes religiosos tales como Teresa de Calcula, Juan Pablo II o algún que otro santo.
Al final de la nave central encontramos la sillería del coro, y tras ella el altar mayor, donde destaca el baldaquino construido sobre la tumba de san Saturnino, a quien está dedicado este templo. Esta parte la tuvimos que ver desde cierta distancia porque para acceder a la girola que la rodea teníamos que pagar, así como para poder admirar el ábside y bajar a la cripta, y mis amigos no estaban muy por la labor, por lo que nos conformamos con ver el resto del templo que sí podíamos visitar libremente. Salimos por uno de los laterales, concretamente por la Puerta Miégeville, mucho más llamativa que la del frontal y que desemboca en un arco que en realidad es la portada de la antigua abadía que fue en sus inicios, para a continuación rodear la basílica hasta la parte trasera, donde pudimos admirar el exterior del ábside así como su singular torre, si bien a lo largo del día veríamos otra muy parecida en el Convento de los Jacobinos.
El cielo estaba nublado y no tardó en descargar algo de agua; por suerte, fue solamente un breve chispeo que nos pilló de camino a la Chapelle des Carmélites, aunque entre medias hicimos una pequeña parada porque a mis amigos se les antojó comprarse un croissant en una panadería situada al comienzo de la rue du Taur. Nada más entrar, se nos acercó una chica de una sala anexa que nos preguntó por nuestro idioma, tras lo cual nos dio a cada uno una hoja con información en español de la capilla, la cual era bastante peculiar, pues se parecía más a una sala de un museo que a otra cosa. Se componía de una única nave y un ábside repletos de cuadros y frescos de índole religiosa, mientras que a cada lado había una sencilla sillería de madera. Salvando las distancias, por su forma y disposición te podía llegar a recordar a la Capilla Sixtina de los Museos Vaticanos.
A continuación, volvimos a la rue du Taur para visitar la église Notre-Dame du Taur, que es la que le da nombre, ya que se supone que fue en esta calle, y concretamente a la altura de esta iglesia, donde se rompió la cuerda con la que un toro arrastró a Saint Sernin, patrón de Toulouse, en su martirio. Lo primero que llama la atención de esta iglesia es su alta fachada con forma de espadaña, como si fuese un gran muro, así como su pórtico de entrada, de estilo gótico. Ya dentro, nos encontramos con un templo con una disposición también extraña para lo que estamos acostumbrados, pero sobre todo bastante oscuro y dejado, con muchos desconchones y humedades; es más, una parte estaba siendo restaurada en ese preciso momento, con continuos golpes y ruidos que rompían el silencio típico de una iglesia, por lo que apenas permanecimos allí unos cinco o seis minutos.
10:55
Después de tres iglesias, algo que no es muy del agrado de mis amigos, llegó el momento de cambiar de tipo de visita. Tras coger por la rue du Sénéchal y la rue Rivals llegamos a la Place Victor Hugo, donde se encuentra un mercado con el mismo nombre y que es uno de los más concurridos de Toulouse. En su interior vimos puestos de frutas y verduras, pescado, carne y charcutería, pero obviamente los que más destacaban eran los de quesos, con mostradores en los que fácilmente podía haber cien variedades distintas; también subimos a la primera planta para echarle un ojo a los restaurantes que hay allí por si acaso debíamos tenerlos en cuenta para luego, pero no nos atrajo ninguno. A continuación, nos acercamos hasta el cercano Jardin Pierre Goudouli, un pequeño parque ajardinado situado en la Place du Président Thomas Wilson donde aprovechamos para hacer un breve descanso y que, además de por su vegetación, destaca por el tiovivo que se esconde entre sus árboles.
A pocos metros de allí teníamos las Galeries Lafayette, que viene a ser como El Corte Inglés en España, de hecho por dentro es tremendamente parecido, y a las cuales entramos no precisamente por que fuésemos a ir de compras, sino porque tenía apuntado en mi lista que desde la última planta se puede disfrutar de una de las mejores vistas de Toulouse. Por desgracia, nos llevamos un chasco porque estaba de reformas y no se permitía acceder a dicha planta, aunque bueno, con el día tan gris que estaba haciendo tampoco nos supuso una gran decepción. Nuestro siguiente destino era el Donjon du Capitole, una torre del homenaje situada en la parte trasera del Capitole que en sus inicios sirvió de mazmorra y de sede de los archivos municipales, mientras que hoy alberga la Oficina de Turismo, en la cual entré con la intención de comprar una camiseta de recuerdo en su tienda si es que me gustaba alguna, pero apenas tenían dos o tres modelos para niños y poco más.
De allí nos fuimos a la Place du Capitole, el centro neurálgico de Toulouse. Si la noche del primer día la vimos casi vacía, ahora nos encontramos con que estaba salpicada de numerosos puestos que conformaban un mercadillo muy concurrido, pero lo que más nos interesaba ahora era entrar en el Capitole, puesto que el edificio del Ayuntamiento cuenta con una parte que es accesible al público de forma gratuita. En primer lugar, pasamos al patio de Henri IV, caracterizada por la arquitectura típica de la ciudad así como por la tonalidad rosácea de sus paredes y arcos. Luego, entramos por una puerta que daba acceso a unas cuantas salas que bien podrían ser las de un museo por la enorme calidad artística de las obras que hay en ellas, principalmente pinturas, frescos y esculturas. Entre ellas habría que destacar sobre todo la magnífica Sala de los Ilustres, llamada así porque en ella están los bustos de algunos de los personajes célebres locales más importantes, como por ejemplo el matemático Pierre de Fermat.
De vuelta a la plaza, hicimos una breve ronda por los puestos del mercadillo, donde se vendía de todo: ropa, zapatos, bolsos, gafas, libros, discos, etc. Ya eran poco más de las doce y media y nos entró la duda de si buscar ya un sitio para comer, puesto que los franceses suelen empezar a almorzar a esta hora, o si continuar con nuestra ruta y arriesgarnos a encontrar algo abierto más tarde. Nos decantamos por la segunda opción, así que lo que hicimos fue ir a lo que teníamos más cerca, concretamente al Convento de los Jacobinos. Si bien por fuera no parece gran cosa, con un reconocible estilo gótico del Languedoc muy sobrio, con una torre muy similar a la de la Basilique de Saint-Sernin y también construido en ladrillo rojo como casi todo el casco histórico de Toulouse, por dentro impresiona por su elegancia y depara muchos rincones dignos de ver en las dos partes de las que se compone, una de visita libre y otra de pago.
La primera se compone del templo propiamente dicho, de forma alargada y dividida en dos naves por altísimas columnas, una de las cuales es conocida como La Palmera porque de ella surgen numerosas nervaduras que en su conjunto recuerda precisamente a eso, a una estilizada palmera. Como todo templo gótico, otra de sus grandes características son sus enormes y coloridas vidrieras que lo dotan de una vistosa luminosidad, pero también cabe resaltar las diversas capillas que contiene y el altar, bajo el cual se puede apreciar una urna dorada en la que se conservan los restos de Santo Tomás de Aquino, famoso teólogo y filósofo católico del siglo XIII. Para acceder a la otra parte, compuesta por el claustro, la sala capitular, el refectorio y la capilla de San Antolín, había que pagar una entrada de 4 €, pero según tenía apuntado era gratis presentando el carnet de estudiante, como pudimos confirmar al ver el letrero de las tarifas. Tanto Jose como yo habíamos traído nuestro carnet de la Universidad, aunque realmente ya no somos universitarios, pero no así Miguel; por suerte, el hombre que nos atendió no le cobró nada, supongo que entendiendo que también lo sería como nosotros.
Lo primero con lo que nos topamos fue con el claustro, un remanso de tranquilidad que invitaba al recogimiento y al descanso, tanto que a su alrededor había varias hamacas donde los turistas aprovechaban para tumbarse, y nosotros no fuimos menos. Arquitectónicamente, el claustro tiene forma cuadrada y está rodeada por arquerías sostenidas por columnas de mármol y capiteles con distintos motivos, sobre todo florales y animales, mientras que el patio está surcado por setos con forma cuadrangular alrededor de un pozo situado en el centro. Tras pasar allí un buen rato, entramos en el refectorio, que se utiliza como sala de exposiciones temporales, en este caso de fotografías de retablos y fachadas de algunas de las catedrales e iglesias más conocidas y curiosas de toda Europa; finalmente, entramos en la capilla de San Antolín, decorada con pinturas murales, y en la sala capitular, lugar en el que se reunían los monjes, antes de dar por concluida la visita al Convento de los Jacobinos, sin duda alguna imprescindible si vienes a Toulouse.
13:35
Ahora sí que no podíamos posponer más el almuerzo. Nos dirigimos directamente a Le May, un restaurante francés que Miguel había buscado por su cuenta y que por lo visto cerraba a las dos de la tarde, así que fuimos con cierta prisa; por suerte, nos pillaba bastante cerca, apenas a cinco minutos. Cuando llegamos, prácticamente todas las mesas estaban ocupadas y no sabíamos si por la hora que era iban a aceptar más clientes; afortunadamente, la camarera a la que preguntamos si nos podía dar una mesa nos sentó en una que estaba libre en el salón del restaurante, y menos mal, porque después confirmamos que a partir de las dos ya no daban más mesas. La carta daba la opción de elegir menú, bien completo o bien solamente parte del mismo, pero nosotros nos decantamos por el completo de 11 € que incluía un entrante, un plato principal y un postre. De entrante, mis amigos se pidieron una terrine de foies de volaille, y yo oeufs cocotte avec jambon, mientras que de plato principal, ellos optaron por bavette grillée sauce roquefort y yo por una saucisse de Toulouse; con respecto a la bebida, pedimos una garrafa de agua, para no perder la costumbre.
El servicio, a pesar de que había bastante clientela, era bastante ágil y en pocos minutos nos trajeron los entrantes. El mío consistía en un pequeño cuenco ovalado con dos huevos medio hervidos flotando en una especie de sopa con taquitos de jamón, bastante bueno; por su parte, el entrante de mis amigos era una tarrina de foie acompañado de un poco de ensalada que tampoco les decepcionó. En cuanto nos los terminamos nos trajeron los platos principales, en mi caso una salchicha y en el de mis amigos un filete de ternera con salsa roquefort, acompañados ambos por patatas en rodajas y un salteado de guisantes y zanahoria. Tanto una cosa como la otra mejoraron el buen sabor de boca que nos dejaron los entrantes, y todavía quedaba el postre. Jose se pidió un brownie, Miguel un fromage blanc à la crème de marron, y yo un mousse au chocolat. Los tres quedamos más que satisfechos con el postre y con la relación calidad-precio de lo que habíamos comido, aunque mis amigos tuvieron que pagar un poco más porque también se pidieron un café; teniendo en cuenta que Francia es más caro que España, iba a ser difícil encontrar algo mejor que esto durante el viaje.
Al salir del restaurante, nos paramos un momento para planificar la ruta que seguiríamos por la tarde antes de reanudar la marcha. Primero tocaba un poco de callejeo, lo cual nos llevó a tirar por la concurrida rue Saint-Rome, la rue Jules Chalande, la rue du Fourbastard y la rue d'Alsace Lorraine, una de las principales arterias peatonales de la ciudad debido a su longitud y a la gran cantidad de tiendas que hay en ella, principalmente de ropa. Por una de sus bocacalles, llegamos a la Place Saint Georges, una pequeña plaza donde aprovechamos para descansar un rato sentados a la sombra y donde nos topamos con una especie de monumento que volveríamos a ver más veces tanto en Toulouse como en Bordeaux, y son las fuentes Wallace, caracterizadas por cuatro cariátides que sostienen con sus manos una cúpula.
Cuando nos dispusimos a continuar, nos encontramos con que algunas de las calles aledañas estaban cortadas con vallas y cintas y vigiladas por policías armados, lo que nos hizo pensar que quizás algún terrorista islámico se había atrincherado en un edificio de la zona, y es que a tenor de los últimos atentados en Francia otra cosa no se te pasaba por la cabeza. Tras curiosear un poco, decidimos quitarnos de en medio y seguir con nuestra ruta, que nos devolvía a la rue d'Alsace Lorraine para acercarnos al Convento de los Agustinos, cuyo gran edificio destaca por su campanario y porque parte de su fachada está atravesada por una especie de friso con los nombres de algunos de los más grandes artistas de la historia, como Leonardo da Vinci, Bramante, Murillo o Zurbarán, ya que actualmente alberga un museo de Bellas Artes en el que se exponen principalmente pinturas y esculturas. A pesar de que parte de la visita era gratuita, decidimos no entrar porque no lo considerábamos como imprescindible, así que seguimos cuando nuestro paseo por la rue de Metz.
Tras desviarnos por la rue Boulbonne, llegamos a la Cathédrale Saint-Étienne, probablemente la más curiosa, por no decir rara, que he visto hasta ahora, y es que presenta una disposición muy peculiar tanto por fuera como por dentro, como si estuviese hecha a trozos, lo cual se debe a que tardó unos quinientos años en construirse, y claro, en ella se observan diversos estilos arquitectónicos, aunque predominan el románico y el gótico. Su fachada principal, ya de por sí un tanto rocambolesca, destaca por su enorme rosetón, y ya dentro accedes a una especie de gran recibidor con varias esculturas, entre ellas una preciosa Piedad, que antecede a la parte principal del templo. Me gustó mucho su nave central, con la sillería del coro adosada a las columnas que dibujan arcos ojivales, una bóveda de crucería y un altar rematado con un retablo de piedra y mármol de bellísima factura. También merecen una mención especial las numerosas capillas de las naves laterales, entre ellas una dedicada al apóstol Santiago; las vidrieras, alargadas y coloridas como es habitual en el gótico; y un impresionante órgano que cuelga de una de las paredes a una altura que parece mentira que no se caiga.
De nuevo en el exterior, rodeamos parte de la catedral para poder apreciar una de sus fachadas laterales, algunas de sus gárgolas y el ábside antes de dirigirnos al Monument aux Morts, un arco de triunfo dedicado a los combatientes de la región del Alto Garona que murieron en la Primera Guerra Mundial. Este monumento está situado al inicio de un largo paseo arbolado, el cual recorrimos casi por completo, puesto que nos desviamos por una de sus bocacalles para asomarnos al Palais Niel, un imponente palacio del siglo XIX que nos conformamos con ver desde la reja que la rodea, aunque tampoco teníamos previsto visitarlo por dentro. Precisamente allí tuve que hacer una pequeña parada para cambiar la tarjeta de memoria de mi cámara de fotos porque ya no me cabían más, tras lo cual seguimos con la ruta que habíamos planificado.
16:50
En apenas dos minutos llegamos al Jardin Royal, uno de los tres parques que íbamos a visitar casi consecutivamente debido a que están conectados entre sí. Concretamente, éste en el que estábamos ahora destaca, además de por los numerosos árboles con los que cuenta, por su estanque de patos y por un monumento dedicado a Antoine de Saint-Exupéry, el escritor del famoso libro de 'El principito'; de hecho, dicho monumento se compone de una estatua del propio Saint-Exupéry que emerge del interior de un globo terráqueo y que sostiene en sus manos a su conocido personaje. Justamente cuando estaba fotografiándolo, escuchamos a un hombre uniformado gritando en francés algo que lógicamente no entendíamos, pero por sus gestos y por la reacción de las demás personas que había por allí dedujimos que nos estaba pidiendo que abandonásemos el parque, aunque aparentemente sin motivo alguno. Nos quedamos muy extrañados porque la hora de cierre era a las siete de la tarde y eran las cinco, pero para no meternos en problemas nos fuimos de allí.
Nos encontrábamos ahora en el Jardin du Grand Rond, otro parque al cual habíamos llegado tras coger por una pasarela que empieza en el citado Jardin Royal y que pasa por encima de los carriles que rodean al Grand Rond. Este segundo parque, un poco más grande que el anterior, presenta una forma circular y cuenta con una gran fuente central, un fuente Wallace como la que habíamos visto un par de horas antes, un templete de música y varias estatuas repartidas por entre las numerosas extensiones de césped donde la gente aprovechaba para hacer picnics o tumbarse para descansar, aunque por poco tiempo. Resulta que a los pocos minutos de llegar vimos de nuevo al hombre uniformado del otro parque pidiendo a todo el mundo que se fuera. Miguel, Jose y yo estábamos más que desconcertados, pero enseguida supimos cuál era el motivo, y es que al abandonar el parque por una de sus salidas vimos colgado un cartel en francés que decía algo así como "Cerrado por inclemencias meteorológicas".
Miramos al cielo y la verdad es que estaba nublado, aunque también hay que decir que media hora antes estaba prácticamente despejado; en cualquier caso, desalojar un parque por una lluvia inminente me parecía una medida muy exagerada, ni que se fuese a inundar o ahogar la gente por un poco de agua. Total, nosotros seguimos caminando por la rue de Tivoli en busca del Canal du Midi cuando de repente empezó a chispear goterones, por lo que corrimos un poco para cobijarnos bajo los árboles de uno de los laterales del canal, en concreto en el Boulevard Monplaisir. Recorrimos parte de este paseo a orillas del Canal del Mediodía, una vía navegable excavada con el objetivo de conectar Toulouse con el mar Mediterráneo, ya que gracias al río Garona está conectado al océano Atlántico, y que actualmente se utiliza, además de para el flujo de barcos, para paseos turísticos y para viviendas, pues por donde estábamos paseando había varias embarcaciones que sin duda alguna eran casas flotantes.
Cuando abandonamos dicho paseo para continuar por la rue Monplaisir, empezó a lloviznar de nuevo, pero con el paso de los minutos apretaba cada vez más y más hasta que al llegar al final de la calle nos tuvimos que resguardar bajo un árbol del paseo peatonal que bordea uno de los laterales del Jardin des Plantes, el Jardín Botánico de Toulouse. La situación era insostenible porque estaba cayendo un señor aguacero y sin paraguas nos íbamos a poner chorreando, así que la única opción que nos quedaba era abortar lo que nos quedaba por ver, que en verdad no era mucho más, y usar el transporte público para regresar al apartamento, porque a pie no era viable debido a que estábamos a más de media hora andando. En la acera de enfrente teníamos una parada de autobús, pero en la marquesina no veíamos ningún mapa para saber qué autobús nos venía mejor, por lo que la otra solución era coger el metro, aunque eso implicaba andar unos minutos hasta la boca de metro más cercana, la de Palais de Justice.
Así pues, todavía con la lluvia cayendo, aunque algo más leve, rodeamos el Jardin des Plantes, que ya estaba cerrado como consecuencia de esta inclemencia, por la rue Alfred Dumeril, calle desde la cual se podía ver el interior del jardín a través de las rejas. A mediación de esta calle ya escampó y el cielo de repente volvió a abrir como si nada, pero la decisión ya estaba tomada y unos minutos después, a eso de las seis, ya estábamos en la parada de Palais de Justice comprando tres billetes de metro a 1'60 € cada uno. La única línea que pasa por allí, la B, era la que mejor nos venía, puesto que una de sus paradas, la de Compans Caffarelli era precisamente la que está frente al apartamento; por otra parte, durante el trayecto, que duró unos diez minutos, confirmamos algo que ya habíamos barruntado a lo largo de la jornada, y era la posibilidad de cenar en el apartamento aprovechando que la cocina estaba bien equipada y que teníamos un Carrefour muy cerca, y eso fue lo que hicimos.
Cuando nos bajamos de nuestro vagón, que por cierto estaba abarrotado de pasajeros, nos dimos cuenta de que una de las salidas de esa estación de metro tenía una conexión directa con el citado Carrefour, por lo que con eso nos ahorrábamos salir a la calle y quién sabe si mojarnos de nuevo. Ya en el supermercado, fuimos paseando por los pasillos para tantear lo que había y con ello decidir lo que cenaríamos poco tiempo después, aunque con la idea de probar productos típicos de Francia. Finalmente, cogimos una bandeja de salchichas de cerdo, una bolsa de patatas fritas, un salchichón típico de Toulouse, tres variedades diferentes de queso, un par de latas de cerveza para mis amigos y natillas de vainilla y pistacho para el postre. Todo ello, junto con la bolsa de cartón que también pagamos en caja para poder llevarlo todo, nos salió por 20'07 €, aunque a esto le añadimos un par de baguettes a 1 € cada una que compramos justo a continuación en la panadería en la que habíamos desayunado por la mañana.
19:10
Ahora sí que no podíamos posponer más el almuerzo. Nos dirigimos directamente a Le May, un restaurante francés que Miguel había buscado por su cuenta y que por lo visto cerraba a las dos de la tarde, así que fuimos con cierta prisa; por suerte, nos pillaba bastante cerca, apenas a cinco minutos. Cuando llegamos, prácticamente todas las mesas estaban ocupadas y no sabíamos si por la hora que era iban a aceptar más clientes; afortunadamente, la camarera a la que preguntamos si nos podía dar una mesa nos sentó en una que estaba libre en el salón del restaurante, y menos mal, porque después confirmamos que a partir de las dos ya no daban más mesas. La carta daba la opción de elegir menú, bien completo o bien solamente parte del mismo, pero nosotros nos decantamos por el completo de 11 € que incluía un entrante, un plato principal y un postre. De entrante, mis amigos se pidieron una terrine de foies de volaille, y yo oeufs cocotte avec jambon, mientras que de plato principal, ellos optaron por bavette grillée sauce roquefort y yo por una saucisse de Toulouse; con respecto a la bebida, pedimos una garrafa de agua, para no perder la costumbre.
El servicio, a pesar de que había bastante clientela, era bastante ágil y en pocos minutos nos trajeron los entrantes. El mío consistía en un pequeño cuenco ovalado con dos huevos medio hervidos flotando en una especie de sopa con taquitos de jamón, bastante bueno; por su parte, el entrante de mis amigos era una tarrina de foie acompañado de un poco de ensalada que tampoco les decepcionó. En cuanto nos los terminamos nos trajeron los platos principales, en mi caso una salchicha y en el de mis amigos un filete de ternera con salsa roquefort, acompañados ambos por patatas en rodajas y un salteado de guisantes y zanahoria. Tanto una cosa como la otra mejoraron el buen sabor de boca que nos dejaron los entrantes, y todavía quedaba el postre. Jose se pidió un brownie, Miguel un fromage blanc à la crème de marron, y yo un mousse au chocolat. Los tres quedamos más que satisfechos con el postre y con la relación calidad-precio de lo que habíamos comido, aunque mis amigos tuvieron que pagar un poco más porque también se pidieron un café; teniendo en cuenta que Francia es más caro que España, iba a ser difícil encontrar algo mejor que esto durante el viaje.
Al salir del restaurante, nos paramos un momento para planificar la ruta que seguiríamos por la tarde antes de reanudar la marcha. Primero tocaba un poco de callejeo, lo cual nos llevó a tirar por la concurrida rue Saint-Rome, la rue Jules Chalande, la rue du Fourbastard y la rue d'Alsace Lorraine, una de las principales arterias peatonales de la ciudad debido a su longitud y a la gran cantidad de tiendas que hay en ella, principalmente de ropa. Por una de sus bocacalles, llegamos a la Place Saint Georges, una pequeña plaza donde aprovechamos para descansar un rato sentados a la sombra y donde nos topamos con una especie de monumento que volveríamos a ver más veces tanto en Toulouse como en Bordeaux, y son las fuentes Wallace, caracterizadas por cuatro cariátides que sostienen con sus manos una cúpula.
Cuando nos dispusimos a continuar, nos encontramos con que algunas de las calles aledañas estaban cortadas con vallas y cintas y vigiladas por policías armados, lo que nos hizo pensar que quizás algún terrorista islámico se había atrincherado en un edificio de la zona, y es que a tenor de los últimos atentados en Francia otra cosa no se te pasaba por la cabeza. Tras curiosear un poco, decidimos quitarnos de en medio y seguir con nuestra ruta, que nos devolvía a la rue d'Alsace Lorraine para acercarnos al Convento de los Agustinos, cuyo gran edificio destaca por su campanario y porque parte de su fachada está atravesada por una especie de friso con los nombres de algunos de los más grandes artistas de la historia, como Leonardo da Vinci, Bramante, Murillo o Zurbarán, ya que actualmente alberga un museo de Bellas Artes en el que se exponen principalmente pinturas y esculturas. A pesar de que parte de la visita era gratuita, decidimos no entrar porque no lo considerábamos como imprescindible, así que seguimos cuando nuestro paseo por la rue de Metz.
Tras desviarnos por la rue Boulbonne, llegamos a la Cathédrale Saint-Étienne, probablemente la más curiosa, por no decir rara, que he visto hasta ahora, y es que presenta una disposición muy peculiar tanto por fuera como por dentro, como si estuviese hecha a trozos, lo cual se debe a que tardó unos quinientos años en construirse, y claro, en ella se observan diversos estilos arquitectónicos, aunque predominan el románico y el gótico. Su fachada principal, ya de por sí un tanto rocambolesca, destaca por su enorme rosetón, y ya dentro accedes a una especie de gran recibidor con varias esculturas, entre ellas una preciosa Piedad, que antecede a la parte principal del templo. Me gustó mucho su nave central, con la sillería del coro adosada a las columnas que dibujan arcos ojivales, una bóveda de crucería y un altar rematado con un retablo de piedra y mármol de bellísima factura. También merecen una mención especial las numerosas capillas de las naves laterales, entre ellas una dedicada al apóstol Santiago; las vidrieras, alargadas y coloridas como es habitual en el gótico; y un impresionante órgano que cuelga de una de las paredes a una altura que parece mentira que no se caiga.
De nuevo en el exterior, rodeamos parte de la catedral para poder apreciar una de sus fachadas laterales, algunas de sus gárgolas y el ábside antes de dirigirnos al Monument aux Morts, un arco de triunfo dedicado a los combatientes de la región del Alto Garona que murieron en la Primera Guerra Mundial. Este monumento está situado al inicio de un largo paseo arbolado, el cual recorrimos casi por completo, puesto que nos desviamos por una de sus bocacalles para asomarnos al Palais Niel, un imponente palacio del siglo XIX que nos conformamos con ver desde la reja que la rodea, aunque tampoco teníamos previsto visitarlo por dentro. Precisamente allí tuve que hacer una pequeña parada para cambiar la tarjeta de memoria de mi cámara de fotos porque ya no me cabían más, tras lo cual seguimos con la ruta que habíamos planificado.
16:50
En apenas dos minutos llegamos al Jardin Royal, uno de los tres parques que íbamos a visitar casi consecutivamente debido a que están conectados entre sí. Concretamente, éste en el que estábamos ahora destaca, además de por los numerosos árboles con los que cuenta, por su estanque de patos y por un monumento dedicado a Antoine de Saint-Exupéry, el escritor del famoso libro de 'El principito'; de hecho, dicho monumento se compone de una estatua del propio Saint-Exupéry que emerge del interior de un globo terráqueo y que sostiene en sus manos a su conocido personaje. Justamente cuando estaba fotografiándolo, escuchamos a un hombre uniformado gritando en francés algo que lógicamente no entendíamos, pero por sus gestos y por la reacción de las demás personas que había por allí dedujimos que nos estaba pidiendo que abandonásemos el parque, aunque aparentemente sin motivo alguno. Nos quedamos muy extrañados porque la hora de cierre era a las siete de la tarde y eran las cinco, pero para no meternos en problemas nos fuimos de allí.
Nos encontrábamos ahora en el Jardin du Grand Rond, otro parque al cual habíamos llegado tras coger por una pasarela que empieza en el citado Jardin Royal y que pasa por encima de los carriles que rodean al Grand Rond. Este segundo parque, un poco más grande que el anterior, presenta una forma circular y cuenta con una gran fuente central, un fuente Wallace como la que habíamos visto un par de horas antes, un templete de música y varias estatuas repartidas por entre las numerosas extensiones de césped donde la gente aprovechaba para hacer picnics o tumbarse para descansar, aunque por poco tiempo. Resulta que a los pocos minutos de llegar vimos de nuevo al hombre uniformado del otro parque pidiendo a todo el mundo que se fuera. Miguel, Jose y yo estábamos más que desconcertados, pero enseguida supimos cuál era el motivo, y es que al abandonar el parque por una de sus salidas vimos colgado un cartel en francés que decía algo así como "Cerrado por inclemencias meteorológicas".
Miramos al cielo y la verdad es que estaba nublado, aunque también hay que decir que media hora antes estaba prácticamente despejado; en cualquier caso, desalojar un parque por una lluvia inminente me parecía una medida muy exagerada, ni que se fuese a inundar o ahogar la gente por un poco de agua. Total, nosotros seguimos caminando por la rue de Tivoli en busca del Canal du Midi cuando de repente empezó a chispear goterones, por lo que corrimos un poco para cobijarnos bajo los árboles de uno de los laterales del canal, en concreto en el Boulevard Monplaisir. Recorrimos parte de este paseo a orillas del Canal del Mediodía, una vía navegable excavada con el objetivo de conectar Toulouse con el mar Mediterráneo, ya que gracias al río Garona está conectado al océano Atlántico, y que actualmente se utiliza, además de para el flujo de barcos, para paseos turísticos y para viviendas, pues por donde estábamos paseando había varias embarcaciones que sin duda alguna eran casas flotantes.
Cuando abandonamos dicho paseo para continuar por la rue Monplaisir, empezó a lloviznar de nuevo, pero con el paso de los minutos apretaba cada vez más y más hasta que al llegar al final de la calle nos tuvimos que resguardar bajo un árbol del paseo peatonal que bordea uno de los laterales del Jardin des Plantes, el Jardín Botánico de Toulouse. La situación era insostenible porque estaba cayendo un señor aguacero y sin paraguas nos íbamos a poner chorreando, así que la única opción que nos quedaba era abortar lo que nos quedaba por ver, que en verdad no era mucho más, y usar el transporte público para regresar al apartamento, porque a pie no era viable debido a que estábamos a más de media hora andando. En la acera de enfrente teníamos una parada de autobús, pero en la marquesina no veíamos ningún mapa para saber qué autobús nos venía mejor, por lo que la otra solución era coger el metro, aunque eso implicaba andar unos minutos hasta la boca de metro más cercana, la de Palais de Justice.
Así pues, todavía con la lluvia cayendo, aunque algo más leve, rodeamos el Jardin des Plantes, que ya estaba cerrado como consecuencia de esta inclemencia, por la rue Alfred Dumeril, calle desde la cual se podía ver el interior del jardín a través de las rejas. A mediación de esta calle ya escampó y el cielo de repente volvió a abrir como si nada, pero la decisión ya estaba tomada y unos minutos después, a eso de las seis, ya estábamos en la parada de Palais de Justice comprando tres billetes de metro a 1'60 € cada uno. La única línea que pasa por allí, la B, era la que mejor nos venía, puesto que una de sus paradas, la de Compans Caffarelli era precisamente la que está frente al apartamento; por otra parte, durante el trayecto, que duró unos diez minutos, confirmamos algo que ya habíamos barruntado a lo largo de la jornada, y era la posibilidad de cenar en el apartamento aprovechando que la cocina estaba bien equipada y que teníamos un Carrefour muy cerca, y eso fue lo que hicimos.
Cuando nos bajamos de nuestro vagón, que por cierto estaba abarrotado de pasajeros, nos dimos cuenta de que una de las salidas de esa estación de metro tenía una conexión directa con el citado Carrefour, por lo que con eso nos ahorrábamos salir a la calle y quién sabe si mojarnos de nuevo. Ya en el supermercado, fuimos paseando por los pasillos para tantear lo que había y con ello decidir lo que cenaríamos poco tiempo después, aunque con la idea de probar productos típicos de Francia. Finalmente, cogimos una bandeja de salchichas de cerdo, una bolsa de patatas fritas, un salchichón típico de Toulouse, tres variedades diferentes de queso, un par de latas de cerveza para mis amigos y natillas de vainilla y pistacho para el postre. Todo ello, junto con la bolsa de cartón que también pagamos en caja para poder llevarlo todo, nos salió por 20'07 €, aunque a esto le añadimos un par de baguettes a 1 € cada una que compramos justo a continuación en la panadería en la que habíamos desayunado por la mañana.
19:10
Ya en el apartamento, lo primero que hicimos fue ponernos más cómodos y relajarnos unos minutos después de todo el día en la calle, que además con el problema de la lluvia había sido más ajetreado. Tras ello, teniendo en cuenta que después de cenar teníamos pensado salir para ver algunos de los puntos más importantes de Toulouse con la iluminación nocturna, nos pusimos manos a la obra para preparar la cena. Jose se puso a los fogones para freír las salchichas, mientras que yo me dediqué a cortar el pan, el salchichón y los quesos; por su parte, Miguel se encargó de ir preparando y colocando todo en la mesa: platos, cubiertos, vasos, bebidas, patatas, servilletas, etc. A las ocho ya estábamos los tres sentados alrededor de la mesa de cristal situada junta al sofá-cama, disfrutando de una cena casera, abundante y deliciosa, aunque para ser sinceros uno de los quesos no nos terminó de convencer por su olor, que, por decirlo de una manera fina, era cuanto menos fuerte.
Tan copiosa fue la cena que fuimos incapaces de comernos todo lo que habíamos comprado. De las salchichas no dejamos nada, dos por cabeza, pero nos sobró un buen trozo de salchichón y de los tres tipos de queso, así como algo menos de media bolsa de patatas y casi una barra de pan entera. Ahora tocaba tomarse el postre, que también había de sobra: cuatro natillas de pistacho y otras tantas de vainilla. Jose y Miguel se tomaron una de pistacho cada uno y no les hizo mucha gracia, mientras que yo me tomé una de vainilla que bueno, tampoco era gran cosa, pues de sabor escaseaba. Estábamos más que llenos, así que lo que nos apetecía ahora era sentarnos para digerir tanta comilona mientras veíamos la tele, que afortunadamente tenía sintonizados algunos canales en español, hasta que pasado un rato, a eso de las nueve y veinte, nos vestimos de nuevo para salir a dar una última vuelta por Toulouse y disfrutarla de noche.
Cogimos por la rue Lascrosses, la rue des Salenques y la rue des Lois, para llegar a la Place du Capitole. Primero atravesamos parte de los soportales para contemplar algunos de los numerosos frescos que decoran su techo y que representan momentos históricos de la ciudad de Toulouse, aunque uno de ellos es una composición que mezcla uno de los personajes del 'Guernica' de Picasso con el miliciano de la famosa foto de Robert Capa. Luego, salimos a la plaza, que al igual que el pasado lunes por la noche también estaba poco concurrida, para ver esta vez por fin el Capitole completamente iluminado, así como el resto de edificios que conforman la plaza. Tras hacer unas cuantas fotos y que Jose me hiciera a mí un par de ellas, nos fuimos en dirección al río, para lo cual tiramos por la rue Léon Gambetta y la rue Jean Suau hasta desembocar en la Place de la Daurade.
Desde el mirador situado enfrente de la Basilique Notre-Dame la Daurade teníamos una mágica panorámica del río Garona y de los monumentos que se encuentran a su alrededor por esa zona, concretamente el Pont Neuf, la fachada del Hôtel-Dieu Saint-Jacques, la noria ubicada en el Quai de l'Exil Républicain Espagnol, la cúpula de la Chapelle Saint-Joseph de la Grave y el Pont Saint Pierre. Todos ellos, convenientemente iluminados, se reflejaban en las aguas del Garona, lo que creaba un juego de luces en el agua espectacular que inevitablemente me empujó a hacer un montón de fotos aprovechando la composición tan bella que teníamos delante de nosotros, además de que Jose me volviese a retratar y yo a mis dos amigos en varias fotos desde diferentes ángulos.
No conformes con esto, bajamos al parque de La Daurade, situado a escasos metros del río y que a esa hora estaba muy concurrido, especialmente por jóvenes sentados a la orilla del Garona, bebiendo, charlando o simplemente paseando. Desde allí, las vistas eran igual de buenas, pero con un mayor campo de visión, así que aprovechamos esta circunstancia para pedirle a una pareja que pasaba por allí que nos hiciese un par de fotos con el Pont Neuf de fondo, puesto que hasta entonces no nos habíamos hecho una foto los tres juntos en el viaje, y la verdad, ya iba siendo hora. Este hecho coincidió con el momento en el que comenzaron a caer algunas gotillas que sin duda eran un aviso de que iba a volver a llover, así que emprendimos el camino de vuelta al apartamento por dicha orilla del río hasta la altura del Pont Saint Pierre, donde subimos varios tramos de escaleras, tras lo cual continuamos por la rue Valade, donde el chispeo se convirtió ya en una lluvia fina un poco más intensa, y finalmente por la rue des Salenques y la rue Lascrosses hasta llegar a la calle del apartamento sobre las once menos cuarto.
Menos mal que no nos entretuvimos demasiado y que las primeras gotas que cayeron nos pillaron a pocos minutos de nuestro alojamiento. Resulta que, como cada noche, dimos comienzo a la ronda de duchas, esta vez yo en primer lugar, y casi no me dio tiempo ni a meterme en el plato de la ducha cuando a través de la ventana del baño escuché cómo la lluvia se convertía en un auténtico diluvio acompañado de truenos y relámpagos. Cuando terminé y ya me puse cómodo con la ropa de estar por casa, me asomé al ventanal del salón, que da a la calle principal, y comprobé que había caído ya tal cantidad de agua que los bordillos de la acera ya no se veían: la calle era un río. Ya los tres duchados, y teniendo en cuenta que al día siguiente teníamos que coger un tren a Bordeaux sobre las doce y media del mediodía, acordamos poner el despertador un poco más tarde que hasta ahora, concretamente a las nueve y cuarto, ya que con eso tendríamos tiempo suficiente para desayunar, hacer las maletas e ir hasta la estación de tren. A las doce y cuarto ya estábamos en la cama, escuchando llover y con ganas de conocer una nueva ciudad de Francia que, por lo que me había documentado a la hora de preparar el viaje, no nos iba a defraudar.
Tan copiosa fue la cena que fuimos incapaces de comernos todo lo que habíamos comprado. De las salchichas no dejamos nada, dos por cabeza, pero nos sobró un buen trozo de salchichón y de los tres tipos de queso, así como algo menos de media bolsa de patatas y casi una barra de pan entera. Ahora tocaba tomarse el postre, que también había de sobra: cuatro natillas de pistacho y otras tantas de vainilla. Jose y Miguel se tomaron una de pistacho cada uno y no les hizo mucha gracia, mientras que yo me tomé una de vainilla que bueno, tampoco era gran cosa, pues de sabor escaseaba. Estábamos más que llenos, así que lo que nos apetecía ahora era sentarnos para digerir tanta comilona mientras veíamos la tele, que afortunadamente tenía sintonizados algunos canales en español, hasta que pasado un rato, a eso de las nueve y veinte, nos vestimos de nuevo para salir a dar una última vuelta por Toulouse y disfrutarla de noche.
Cogimos por la rue Lascrosses, la rue des Salenques y la rue des Lois, para llegar a la Place du Capitole. Primero atravesamos parte de los soportales para contemplar algunos de los numerosos frescos que decoran su techo y que representan momentos históricos de la ciudad de Toulouse, aunque uno de ellos es una composición que mezcla uno de los personajes del 'Guernica' de Picasso con el miliciano de la famosa foto de Robert Capa. Luego, salimos a la plaza, que al igual que el pasado lunes por la noche también estaba poco concurrida, para ver esta vez por fin el Capitole completamente iluminado, así como el resto de edificios que conforman la plaza. Tras hacer unas cuantas fotos y que Jose me hiciera a mí un par de ellas, nos fuimos en dirección al río, para lo cual tiramos por la rue Léon Gambetta y la rue Jean Suau hasta desembocar en la Place de la Daurade.
Desde el mirador situado enfrente de la Basilique Notre-Dame la Daurade teníamos una mágica panorámica del río Garona y de los monumentos que se encuentran a su alrededor por esa zona, concretamente el Pont Neuf, la fachada del Hôtel-Dieu Saint-Jacques, la noria ubicada en el Quai de l'Exil Républicain Espagnol, la cúpula de la Chapelle Saint-Joseph de la Grave y el Pont Saint Pierre. Todos ellos, convenientemente iluminados, se reflejaban en las aguas del Garona, lo que creaba un juego de luces en el agua espectacular que inevitablemente me empujó a hacer un montón de fotos aprovechando la composición tan bella que teníamos delante de nosotros, además de que Jose me volviese a retratar y yo a mis dos amigos en varias fotos desde diferentes ángulos.
No conformes con esto, bajamos al parque de La Daurade, situado a escasos metros del río y que a esa hora estaba muy concurrido, especialmente por jóvenes sentados a la orilla del Garona, bebiendo, charlando o simplemente paseando. Desde allí, las vistas eran igual de buenas, pero con un mayor campo de visión, así que aprovechamos esta circunstancia para pedirle a una pareja que pasaba por allí que nos hiciese un par de fotos con el Pont Neuf de fondo, puesto que hasta entonces no nos habíamos hecho una foto los tres juntos en el viaje, y la verdad, ya iba siendo hora. Este hecho coincidió con el momento en el que comenzaron a caer algunas gotillas que sin duda eran un aviso de que iba a volver a llover, así que emprendimos el camino de vuelta al apartamento por dicha orilla del río hasta la altura del Pont Saint Pierre, donde subimos varios tramos de escaleras, tras lo cual continuamos por la rue Valade, donde el chispeo se convirtió ya en una lluvia fina un poco más intensa, y finalmente por la rue des Salenques y la rue Lascrosses hasta llegar a la calle del apartamento sobre las once menos cuarto.
Menos mal que no nos entretuvimos demasiado y que las primeras gotas que cayeron nos pillaron a pocos minutos de nuestro alojamiento. Resulta que, como cada noche, dimos comienzo a la ronda de duchas, esta vez yo en primer lugar, y casi no me dio tiempo ni a meterme en el plato de la ducha cuando a través de la ventana del baño escuché cómo la lluvia se convertía en un auténtico diluvio acompañado de truenos y relámpagos. Cuando terminé y ya me puse cómodo con la ropa de estar por casa, me asomé al ventanal del salón, que da a la calle principal, y comprobé que había caído ya tal cantidad de agua que los bordillos de la acera ya no se veían: la calle era un río. Ya los tres duchados, y teniendo en cuenta que al día siguiente teníamos que coger un tren a Bordeaux sobre las doce y media del mediodía, acordamos poner el despertador un poco más tarde que hasta ahora, concretamente a las nueve y cuarto, ya que con eso tendríamos tiempo suficiente para desayunar, hacer las maletas e ir hasta la estación de tren. A las doce y cuarto ya estábamos en la cama, escuchando llover y con ganas de conocer una nueva ciudad de Francia que, por lo que me había documentado a la hora de preparar el viaje, no nos iba a defraudar.
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