Jueves, 19 de febrero de 2009
8:00
Sólo nos levantamos Leti y yo, ya que David no vendría con nosotros a la Pinacoteca de Brera. Ni siquiera desayunamos, ya que íbamos a hacerlo con David antes de coger el tren a Bérgamo en algún bar cerca de la estación; además, teníamos cierta prisa porque, después de visitar la pinacoteca, Leti tenía que acercarse al Politécnico para que le firmasen el acta de notas.
Cómo no, nos montamos en el 61, que tiene una parada a apenas unos metros de la Vía Brera, donde se encuentra el palacio del mismo nombre que acoge al museo. Nada más entrar, se accede a un patio de arcos y columnas con algunas estatuas entre ellas, y, desde allí, a unas escaleras que llegan hasta la tienda del museo, donde podías comprar láminas con reproducciones de cuadros allí expuestos, libros de arte, etc. Una de las puertas se comunicaba con la pinacoteca propiamente dicha; en el mostrador, adquirimos nuestra entrada por 7'5 euros y un plano con una pequeña descripción de cada una de las casi cuarenta salas que componen el museo.
Yo ya tenía mi cámara lista para hacer fotos cuando me advirtieron de que estaba prohibido; les dije que no iba a usar el flash, que es lo que realmente deteriora las pinturas, pero tampoco me dejaron, así que la guardé, más que nada porque había varias cámaras de vigilancia, por lo que disimular podría disimular poco. La mayoría de las obras de la pinacoteca pertenecían a artistas italianos, algunos de ellos bastante conocidos, aunque a la mayoría los desconocía, como a sus pinturas. No obstante, a pesar de mi ignorancia hacia dichos pintores, se veía que los cuadros eran de gran calidad y, en muchos casos, también de tamaño; además, la temática que caracterizaba a casi todos los cuadros era la religiosa.
La primera obra que conocía, y que sabía que se exponía en esta pinacoteca, era 'Cristo muerto', de Andrea Mantegna; en las siguientes salas, destacaban cuadros de grandes pintores del Renacimiento, como Tiziano ('San Girolamo'), Tintoretto ('Hallazgo del cuerpo de San Marcos') y Veronese ('Bautismo de Cristo'). En mitad de la visita, nos encontramos una sala acristalada en la que se conservaban varias pinturas y que, supongo, estarían allí para ser restauradas. También nos encontramos con varios grupos de escolares con sus respectivos profesores y guías, que les explicaban los detalles más significativos de los cuadros que iban contemplando; nosotros aprovechamos para enterarnos de algo de lo que decían.
En las salas que venían a continuación, pudimos admirar muchas pinturas de artistas tan importantes como Rafael, Caravaggio, Rubens, Van Dyck o Rembrandt, aunque no eran sus creaciones más conocidas. Ya en la última de las salas, pude ver otra obra que conocía de antes: 'El beso', de Franceso Hayez. Después, llegamos de nuevo a la tienda del museo, lo que quería decir que nuestra visita ya había terminado.
10:15
Ya en la calle, nos fuimos hasta la Vía Fatebenefratelli, donde cogimos un autobús (¡y no era el 61!) para ir al Politécnico de Milán. Íbamos con mucha prisa, ya que a las once habíamos quedado con David en Lambrate para desayunar e ir a Bérgamo, pero tenía pinta de que no nos iba a dar tiempo, como así fue. Poco antes de las once, llegamos al Politécnico; Leti tenía que ir al despacho de la profesora de 'Métodos Numéricos' para que le firmase el acta de calificaciones; mientras tanto, yo me quedé fuera del despacho esperándola. Por cierto, la profesora, que se quedó un poco extrañada cuando me vió como diciendo "Este chaval nunca ha venido a clase. ¿A qué vendrá?", tendría unos setenta años; tiene mérito dar clase con esa edad.
Al salir, nos fuimos andando hasta la estación de Lambrate, donde ya nos estaba esperando David. Entramos en un bar cerca de allí para desayunar; yo me pedí un croissant con chocolate y un zumo de naranja, pero qué sorpresa cuando vi el zumo: ¡era de color rojo! Al parecer, en Italia hay un tipo de naranja que no es naranja, sino roja; el sabor era un poco diferente y, además, no estaba colado y tenía muchos grumos, que es como no me gusta, así que sólo me bebí la mitad.
12:00
Después, nos acercamos a la estación y allí compramos los billetes de tren, tanto los de ida como los de vuelta (4'20 euros cada viaje, mucho más barato de lo que me esperaba); los primeros los validamos al momento para poder subirnos al tren, que llegó en apenas cinco minutos. El viaje duró poco más de una hora, ya que el tren no era de alta velocidad, sino algo parecido a los Talgo que quedan todavía en España.
Una vez que llegamos a la estación de Bérgamo, compramos y validamos los billetes de autobús para ir hasta la Città Alta, la parte más antigua del pueblo. El trayecto duró unos quince o veinte minutos, pero, como la Città Alta está en la cima de una colina, fue un poco tortuoso e incómodo, sobre todo teniendo en cuenta que íbamos de pie. Poco antes de las dos de la tarde, nos bajamos del autobús, a apenas unos metros de la Piazza della Cittadella.
Desde el primer momento, Bérgamo me enamoró por sus calles de piedra y relativamente estrechas, al más puro estilo medieval; casas antiguas, murallas, plazas, etc. A los pocos minutos de pasear por estas calles, llegamos a la Piazza Vecchia, el corazón de la Città Alta; allí, pudimos contemplar algunos monumentos, como la Torre Cívica y el Palazzo della Ragione, además de una pequeña fuente, donde nos hicimos algunas fotos. A continuación, accedimos a la Piazza Duomo, donde se encuentran la Catedral de Santa María Maggiore, la Capilla Colleoni y el Baptisterio; la Catedral era de estilo románico, y, adosada a ella, estaba la Capilla Colleoni, un mausoleo que destaca principalmente por su espectacular fachada, con un gran rosetón en la parte central, y su cúpula octogonal. Entramos a ver la capilla, donde descansan los restos de la familia Colleoni; por segunda vez en este día, no me dejaron tomar fotos, y fue una pena, ya que el interior era de bastante calidad, con cuadros y esculturas bastantes buenos.
Tras unos minutos más de paseo, fuimos a comer a un sitio al que ya habían ido Leti y David cuando visitaron Bérgamo meses atrás: la panadería 'Il Fornaio'. Desde el escaparate, se podían ver bandejas con varios tipos de pizzas expuestos con una pinta buenísima. Cogimos sitio en una pequeña barra que había en la panadería y nos acercamos al mostrador para pedirnos un trozo cada uno; allí, al igual que en otros muchos sitios de Italia, te pesan el trozo de pizza que hayas pedido y pagas según lo que cueste el kilo de esa especialidad. Yo me decanté por una de pepperoni, y, nada más dar el primer mordisco, me di cuenta de que era la mejor pizza que había probado en mi vida. ¡Qué textura! ¡Qué sabor! ¡Qué buena estaba! Me quedé alucinado, estaba tremenda, con una masa de dos dedos de grosor y muy blandita. ¡Increíble! Con el trozo que me comí ya estaba medio lleno, pero no dudé un segundo en pedirme otro, de jamón creo que fue. Más de lo mismo; creo que una pizza mejor no se puede hacer. Con este ya me quedé bien lleno; medio kilo me comí en total, y por poco más de cinco euros. Como podéis comprobar, me quedé realmente satisfecho.
15:15
Después de tan excepcional almuerzo, fuimos en busca de una pastelería que habíamos visto antes; por el camino, vimos la Torre del Gombito, llamada así porque se encuentra en el cruce de las dos principales calle de la Bérgamo romana ('gombito', en latín, significa 'bifurcación'). Apenas unos metros más adelante, estaba la pastelería 'Nessi', que, al igual que 'Il Fornaio', invitaba a echar la baba delante del escaparate. Dulces y pasteles de todo tipo: crostatine alla nutella, polenta e ösei, strudel di mele, fagottini al cioccolato, trecce con crema di castagne e nocciole, sfoglie di pere e cioccolato, millefoglie alla crema... (los nombres los sé porque le hice fotos al escaparate, no creáis que tengo tan buena memoria :P) ¡Qué pinta tenía todo! Me compré dos crostatine alla nutella para desayunar al día siguiente y un fagottini al cioccolato para comérmelo por el camino. Excepcional.
Con la compra ya hecha (David y Leti también se gastaron lo suyo), iniciamos el camino de regreso a la estación de tren, aunque ahora iríamos andando. Bordeamos la muralla de la Città Alta hasta llegar a un mirador, desde donde teníamos unas vistas espectaculares de Bérgamo, además de otros paisajes; nos hicimos unas cuantas fotos con el pueblo de fondo y seguimos bordeando hasta llegar a un gran pórtico a través del cual se accede a otro mirador, éste a una altura algo más cercana a la ciudad baja, con vistas a la avenida principal. Por cierto, en las fotos podéis ver que hacía bastante frío, y es que nos tuvimos que poner hasta los guantes.
Desde allí, se iniciaba un camino hecho de piedra atravesando árboles y matorrales hasta llegar al comienzo del Viale Vittorio Emanuele II. Con la estación al fondo de la avenida, y dado que teníamos tiempo de sobra, nos dirigimos a ella tranquilamente dando un paseo. Por el camino, vimos algunos palacetes ajardinados (de gente con bastante dinero, seguramente), el edificio de la Banca de Italia, un obelisco, una torre conmemorativa del pueblo con un gran reloj, una iglesia o basílica con una estatua dorada de la Virgen en lo más alto de la cúpula (como la Madonnina del Duomo de Milán), etc. Además, al mirar hacia atrás, una bella estampa de la Città Alta erigiéndose por encima de Bérgamo.
Sobre las cuatro y media de la tarde, llegamos a la Piazza Guglielmo Marconi, donde se encuentra la estación de tren y autobús del pueblo. Miramos el tablón con los horarios de los trenes para saber cuál coger, y vimos que el nuestro no llegaría a Bérgamo hasta pasadas las cinco, así que no tuvimos más remedio que esperar. Mientras tanto, validamos los billetes de vuelta que habíamos comprado por la mañana para que no hubiera problemas cuando viniera el revisor. El regreso a Milán también duró una hora, al igual que la ida; a pesar de tan corto viaje, a David y a Leti les dió tiempo a dar una pequeña siesta.
18:15
Casi anocheciendo, el tren llegó a la estación de Lambrate; desde allí mismo, cogimos el metro hasta bajarnos en la parada de San Babila, haciendo entre medias un transbordo en Loreto. En una de las bocacalles de Corso Vittorio Emanuele II, poco antes de llegar a la Piazza del Duomo, se encontraba la tienda de Ferrari, que, como todos sabréis, es una marca de coches de origen italiano; además, el circuito de Fórmula 1 de Monza está a muy pocos kilómetros de Milán.
Nada más entrar, a la izquierda, estaba expuesto sobre una tarima de cristal el monoplaza con el que Kimi Raikkonen ganó el Campeonato del Mundo de 2007; justo al lado, en un cartelón negro con letras amarillas que usan los equipos para informar a sus pilotos en el transcurso de una carrera, se podía leer un mensaje de agradecimiento a Felipe Massa por su segunda posición en el Mundial del recién acabado año 2008.
La tienda estaba decorada en una de sus columnas con una muestra de la evolución de los modelos de los monoplazas que han dado títulos a la escudería en los últimos 30 años; además, en una de las paredes, lucía un cavallino rampante plateado acompañado de la firma de dos ex-pilotos de Ferrari: Michael Schumacher y Rubens Barrichello. Al salir de la tienda, volvimos a la Piazza San Babila, donde esperamos unos minutos a que llegase nuestro querido autobús 61 para regresar al piso de Leti y David.
19:30
Tras ponerme más cómodo con el pijama, cogí el portátil de Leti para llamar a mis padres y contarles qué tal me había ido el día; también aproveché para ver el correo y navegar un poco por Internet. Un poco más tarde, llegó Amaia con tres amigos (un chico y dos chicas) que, al igual que yo, aprovecharían la visita a su amiga para conocer la ciudad. Quien ya no estaba en el piso era Mayte, de la que nos despedimos por la mañana antes de que regresara por unos días a su tierra, el País Vasco.
De vuelta a la habitación, David y yo nos pusimos a descargar las fotos de nuestras cámaras en su portátil; como las que hice con mi cámara las conservé en mi tarjeta de memoria, sólo tuve que copiarme las que había hecho David con la suya en un pen-drive que me llevé. A continuación, cogí de nuevo el portátil de Leti para repasar lo que íbamos a ver el día siguiente en Turín y establecer una ruta aproximada para aprovechar el poco tiempo que estaríamos allí lo máximo posible.
Después, Leti, David yo fuimos a prepararnos algo para cenar y, tras ver un poco la tele (no había nada interesante, para variar) y dejar todo preparado para ir a Turín la mañana siguiente, nos acostamos.
Cómo no, nos montamos en el 61, que tiene una parada a apenas unos metros de la Vía Brera, donde se encuentra el palacio del mismo nombre que acoge al museo. Nada más entrar, se accede a un patio de arcos y columnas con algunas estatuas entre ellas, y, desde allí, a unas escaleras que llegan hasta la tienda del museo, donde podías comprar láminas con reproducciones de cuadros allí expuestos, libros de arte, etc. Una de las puertas se comunicaba con la pinacoteca propiamente dicha; en el mostrador, adquirimos nuestra entrada por 7'5 euros y un plano con una pequeña descripción de cada una de las casi cuarenta salas que componen el museo.
Yo ya tenía mi cámara lista para hacer fotos cuando me advirtieron de que estaba prohibido; les dije que no iba a usar el flash, que es lo que realmente deteriora las pinturas, pero tampoco me dejaron, así que la guardé, más que nada porque había varias cámaras de vigilancia, por lo que disimular podría disimular poco. La mayoría de las obras de la pinacoteca pertenecían a artistas italianos, algunos de ellos bastante conocidos, aunque a la mayoría los desconocía, como a sus pinturas. No obstante, a pesar de mi ignorancia hacia dichos pintores, se veía que los cuadros eran de gran calidad y, en muchos casos, también de tamaño; además, la temática que caracterizaba a casi todos los cuadros era la religiosa.
La primera obra que conocía, y que sabía que se exponía en esta pinacoteca, era 'Cristo muerto', de Andrea Mantegna; en las siguientes salas, destacaban cuadros de grandes pintores del Renacimiento, como Tiziano ('San Girolamo'), Tintoretto ('Hallazgo del cuerpo de San Marcos') y Veronese ('Bautismo de Cristo'). En mitad de la visita, nos encontramos una sala acristalada en la que se conservaban varias pinturas y que, supongo, estarían allí para ser restauradas. También nos encontramos con varios grupos de escolares con sus respectivos profesores y guías, que les explicaban los detalles más significativos de los cuadros que iban contemplando; nosotros aprovechamos para enterarnos de algo de lo que decían.
En las salas que venían a continuación, pudimos admirar muchas pinturas de artistas tan importantes como Rafael, Caravaggio, Rubens, Van Dyck o Rembrandt, aunque no eran sus creaciones más conocidas. Ya en la última de las salas, pude ver otra obra que conocía de antes: 'El beso', de Franceso Hayez. Después, llegamos de nuevo a la tienda del museo, lo que quería decir que nuestra visita ya había terminado.
10:15
Ya en la calle, nos fuimos hasta la Vía Fatebenefratelli, donde cogimos un autobús (¡y no era el 61!) para ir al Politécnico de Milán. Íbamos con mucha prisa, ya que a las once habíamos quedado con David en Lambrate para desayunar e ir a Bérgamo, pero tenía pinta de que no nos iba a dar tiempo, como así fue. Poco antes de las once, llegamos al Politécnico; Leti tenía que ir al despacho de la profesora de 'Métodos Numéricos' para que le firmase el acta de calificaciones; mientras tanto, yo me quedé fuera del despacho esperándola. Por cierto, la profesora, que se quedó un poco extrañada cuando me vió como diciendo "Este chaval nunca ha venido a clase. ¿A qué vendrá?", tendría unos setenta años; tiene mérito dar clase con esa edad.
Al salir, nos fuimos andando hasta la estación de Lambrate, donde ya nos estaba esperando David. Entramos en un bar cerca de allí para desayunar; yo me pedí un croissant con chocolate y un zumo de naranja, pero qué sorpresa cuando vi el zumo: ¡era de color rojo! Al parecer, en Italia hay un tipo de naranja que no es naranja, sino roja; el sabor era un poco diferente y, además, no estaba colado y tenía muchos grumos, que es como no me gusta, así que sólo me bebí la mitad.
12:00
Después, nos acercamos a la estación y allí compramos los billetes de tren, tanto los de ida como los de vuelta (4'20 euros cada viaje, mucho más barato de lo que me esperaba); los primeros los validamos al momento para poder subirnos al tren, que llegó en apenas cinco minutos. El viaje duró poco más de una hora, ya que el tren no era de alta velocidad, sino algo parecido a los Talgo que quedan todavía en España.
Una vez que llegamos a la estación de Bérgamo, compramos y validamos los billetes de autobús para ir hasta la Città Alta, la parte más antigua del pueblo. El trayecto duró unos quince o veinte minutos, pero, como la Città Alta está en la cima de una colina, fue un poco tortuoso e incómodo, sobre todo teniendo en cuenta que íbamos de pie. Poco antes de las dos de la tarde, nos bajamos del autobús, a apenas unos metros de la Piazza della Cittadella.
Desde el primer momento, Bérgamo me enamoró por sus calles de piedra y relativamente estrechas, al más puro estilo medieval; casas antiguas, murallas, plazas, etc. A los pocos minutos de pasear por estas calles, llegamos a la Piazza Vecchia, el corazón de la Città Alta; allí, pudimos contemplar algunos monumentos, como la Torre Cívica y el Palazzo della Ragione, además de una pequeña fuente, donde nos hicimos algunas fotos. A continuación, accedimos a la Piazza Duomo, donde se encuentran la Catedral de Santa María Maggiore, la Capilla Colleoni y el Baptisterio; la Catedral era de estilo románico, y, adosada a ella, estaba la Capilla Colleoni, un mausoleo que destaca principalmente por su espectacular fachada, con un gran rosetón en la parte central, y su cúpula octogonal. Entramos a ver la capilla, donde descansan los restos de la familia Colleoni; por segunda vez en este día, no me dejaron tomar fotos, y fue una pena, ya que el interior era de bastante calidad, con cuadros y esculturas bastantes buenos.
Tras unos minutos más de paseo, fuimos a comer a un sitio al que ya habían ido Leti y David cuando visitaron Bérgamo meses atrás: la panadería 'Il Fornaio'. Desde el escaparate, se podían ver bandejas con varios tipos de pizzas expuestos con una pinta buenísima. Cogimos sitio en una pequeña barra que había en la panadería y nos acercamos al mostrador para pedirnos un trozo cada uno; allí, al igual que en otros muchos sitios de Italia, te pesan el trozo de pizza que hayas pedido y pagas según lo que cueste el kilo de esa especialidad. Yo me decanté por una de pepperoni, y, nada más dar el primer mordisco, me di cuenta de que era la mejor pizza que había probado en mi vida. ¡Qué textura! ¡Qué sabor! ¡Qué buena estaba! Me quedé alucinado, estaba tremenda, con una masa de dos dedos de grosor y muy blandita. ¡Increíble! Con el trozo que me comí ya estaba medio lleno, pero no dudé un segundo en pedirme otro, de jamón creo que fue. Más de lo mismo; creo que una pizza mejor no se puede hacer. Con este ya me quedé bien lleno; medio kilo me comí en total, y por poco más de cinco euros. Como podéis comprobar, me quedé realmente satisfecho.
15:15
Después de tan excepcional almuerzo, fuimos en busca de una pastelería que habíamos visto antes; por el camino, vimos la Torre del Gombito, llamada así porque se encuentra en el cruce de las dos principales calle de la Bérgamo romana ('gombito', en latín, significa 'bifurcación'). Apenas unos metros más adelante, estaba la pastelería 'Nessi', que, al igual que 'Il Fornaio', invitaba a echar la baba delante del escaparate. Dulces y pasteles de todo tipo: crostatine alla nutella, polenta e ösei, strudel di mele, fagottini al cioccolato, trecce con crema di castagne e nocciole, sfoglie di pere e cioccolato, millefoglie alla crema... (los nombres los sé porque le hice fotos al escaparate, no creáis que tengo tan buena memoria :P) ¡Qué pinta tenía todo! Me compré dos crostatine alla nutella para desayunar al día siguiente y un fagottini al cioccolato para comérmelo por el camino. Excepcional.
Con la compra ya hecha (David y Leti también se gastaron lo suyo), iniciamos el camino de regreso a la estación de tren, aunque ahora iríamos andando. Bordeamos la muralla de la Città Alta hasta llegar a un mirador, desde donde teníamos unas vistas espectaculares de Bérgamo, además de otros paisajes; nos hicimos unas cuantas fotos con el pueblo de fondo y seguimos bordeando hasta llegar a un gran pórtico a través del cual se accede a otro mirador, éste a una altura algo más cercana a la ciudad baja, con vistas a la avenida principal. Por cierto, en las fotos podéis ver que hacía bastante frío, y es que nos tuvimos que poner hasta los guantes.
Desde allí, se iniciaba un camino hecho de piedra atravesando árboles y matorrales hasta llegar al comienzo del Viale Vittorio Emanuele II. Con la estación al fondo de la avenida, y dado que teníamos tiempo de sobra, nos dirigimos a ella tranquilamente dando un paseo. Por el camino, vimos algunos palacetes ajardinados (de gente con bastante dinero, seguramente), el edificio de la Banca de Italia, un obelisco, una torre conmemorativa del pueblo con un gran reloj, una iglesia o basílica con una estatua dorada de la Virgen en lo más alto de la cúpula (como la Madonnina del Duomo de Milán), etc. Además, al mirar hacia atrás, una bella estampa de la Città Alta erigiéndose por encima de Bérgamo.
Sobre las cuatro y media de la tarde, llegamos a la Piazza Guglielmo Marconi, donde se encuentra la estación de tren y autobús del pueblo. Miramos el tablón con los horarios de los trenes para saber cuál coger, y vimos que el nuestro no llegaría a Bérgamo hasta pasadas las cinco, así que no tuvimos más remedio que esperar. Mientras tanto, validamos los billetes de vuelta que habíamos comprado por la mañana para que no hubiera problemas cuando viniera el revisor. El regreso a Milán también duró una hora, al igual que la ida; a pesar de tan corto viaje, a David y a Leti les dió tiempo a dar una pequeña siesta.
18:15
Casi anocheciendo, el tren llegó a la estación de Lambrate; desde allí mismo, cogimos el metro hasta bajarnos en la parada de San Babila, haciendo entre medias un transbordo en Loreto. En una de las bocacalles de Corso Vittorio Emanuele II, poco antes de llegar a la Piazza del Duomo, se encontraba la tienda de Ferrari, que, como todos sabréis, es una marca de coches de origen italiano; además, el circuito de Fórmula 1 de Monza está a muy pocos kilómetros de Milán.
Nada más entrar, a la izquierda, estaba expuesto sobre una tarima de cristal el monoplaza con el que Kimi Raikkonen ganó el Campeonato del Mundo de 2007; justo al lado, en un cartelón negro con letras amarillas que usan los equipos para informar a sus pilotos en el transcurso de una carrera, se podía leer un mensaje de agradecimiento a Felipe Massa por su segunda posición en el Mundial del recién acabado año 2008.
La tienda estaba decorada en una de sus columnas con una muestra de la evolución de los modelos de los monoplazas que han dado títulos a la escudería en los últimos 30 años; además, en una de las paredes, lucía un cavallino rampante plateado acompañado de la firma de dos ex-pilotos de Ferrari: Michael Schumacher y Rubens Barrichello. Al salir de la tienda, volvimos a la Piazza San Babila, donde esperamos unos minutos a que llegase nuestro querido autobús 61 para regresar al piso de Leti y David.
19:30
Tras ponerme más cómodo con el pijama, cogí el portátil de Leti para llamar a mis padres y contarles qué tal me había ido el día; también aproveché para ver el correo y navegar un poco por Internet. Un poco más tarde, llegó Amaia con tres amigos (un chico y dos chicas) que, al igual que yo, aprovecharían la visita a su amiga para conocer la ciudad. Quien ya no estaba en el piso era Mayte, de la que nos despedimos por la mañana antes de que regresara por unos días a su tierra, el País Vasco.
De vuelta a la habitación, David y yo nos pusimos a descargar las fotos de nuestras cámaras en su portátil; como las que hice con mi cámara las conservé en mi tarjeta de memoria, sólo tuve que copiarme las que había hecho David con la suya en un pen-drive que me llevé. A continuación, cogí de nuevo el portátil de Leti para repasar lo que íbamos a ver el día siguiente en Turín y establecer una ruta aproximada para aprovechar el poco tiempo que estaríamos allí lo máximo posible.
Después, Leti, David yo fuimos a prepararnos algo para cenar y, tras ver un poco la tele (no había nada interesante, para variar) y dejar todo preparado para ir a Turín la mañana siguiente, nos acostamos.
Bérgamo mola muchooo!!! He ido dos veces creo, y me ha gustadoo!!! Como te acuerdas de la pizza eh?? Que te gusta jajaja! Pues yo sé de dos personas amigas tuyas que podrán probar la pizza de allí, no digo mas eh? Envidiaaa que me da :(, ya quedan pocos días por contar!! Tu siguiente viaje a Roma es por el estilo de largo, así que a disfrutarlo ;)
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