Ahora que junio ya queda relativamente lejos, estoy en disposición de narraros el que ha sido uno de los peores meses académicos de mi carrera universitaria.
Mis compañeros de clase y demás amigos me dirán que con tres notables y otros tantos sobresalientes de nada me puedo quejar, y tienen toda la razón, porque a mucha gente le gustaría sacar esas notas, pero para mí son un tanto mediocres teniendo en cuenta todo el esfuerzo y el tiempo que le he dedicado y todas las cosas que he dejado de hacer.
Desde que empezó el segundo cuatrimestre, he tenido que compaginar las asignaturas de la carrera con el puesto de becario, que, como os comenté en una entrada anterior, exigía veinte horas semanales. Yo sabía que esta nueva experiencia (semi)laboral me iba a quitar mucha tiempo de estudio, pero, al estar remunerado, algo compensaría. Nada más lejos de la realidad. Además de tiempo de estudio, he tenido que sacrificar el poder salir con mis amigos para ir al cine o a cenar, y es que, en apenas cuatro meses, sólo lo he hecho tres o cuatro veces. Las únicas vacaciones que me he tomado fueron en Semana Santa, porque esos días no los perdono por nada del mundo. Y ya está.
Llegaron los exámenes de junio. Me dije: después de tanta dedicación, tendré mi merecida recompensa con las notas que espero sacar. Iluso de mí. Sólo salí plenamente contento del primer examen, y, a partir de ahí, decepción tras decepción. Con el paso de los días, tenía menos ganas de sentarme a estudiar y más ganas de salir a la calle y darme una vuelta, aunque tuviera que soportar el sofocante calor de Málaga. Pero el deber es el deber, y yo soy de los que no se queda tranquilo hasta que no cumple con su deber.
La moral ya la tenía casi por los suelos, pero una mañana de jueves la terminó por hundir. La noche anterior estaba haciendo parte de un trabajo que teníamos que entregar entre cuatro compañeros; mi portátil se estaba quedando sin batería, así que lo conecté a la alimentación... y, al instante, ni el ratón ni el teclado respondían. Apagué manualmente el ordenador y lo reinicié. Mensaje del sistema: "El archivo 'C:\WINDOWS\System32\Config\System' no se encuentra o está dañado'". Perfecto, me quedo sin portátil en mitad de un trabajo. Ya era medianoche, así que a la mañana siguiente lo llevé a la tienda. En cuanto le expliqué al que me atendió lo que me había pasado, lo primero que me dijo fue que lo más seguro es que el disco duro estuviera roto. Le dejé el portátil para que lo probaran mientras yo iba a mi casa por el disco duro externo para salvar los datos, si es que se podía. Cuando volví, la cosa cambió... a peor: "Lo siento, el disco duro está cascado". La única manera de salvar los datos era enviar el disco duro a una empresa de Madrid que me cobraría unos 1.500€, pero sin garantía de recuperarlo todo. Me negué rotundamente. Me dijo también que el disco se había roto por culpa de un chispazo eléctrico, justo cuando enchufé el cable de alimentación la noche anterior.
Por culpa de ese chispazo, había perdido todo lo que había hecho en el último mes y medio de la carrera, además de las cerca de 10.000 fotos que había hecho en Semana Santa. Nada más salir de la tienda, me derrumbé. No pasó ni un minuto cuando empecé a llorar en medio de la calle en dirección a mi casa. Cuando llegué, no hice otra cosa que tumbarme en mi cama y pensar entre un mar de lágrimas en todo lo que había perdido, nada más y nada menos que casi dos meses de mi vida que no iba a poder recuperar. Como os podéis imaginar, me invadió una impotencia que nunca había llegado a sentir; no acababa de asimilar que el esfuerzo empleado durante esas últimas semanas no iba a servir para nada, sólo para destrozarme durante unas horas...
Porque sólo fueron unas horas. Estuve toda la mañana rezando porque, de una forma u otra, este destino cruel tuviera otro final. Una llamada poco antes de comer me devolvió la ilusión. Era de la tienda. Tras haberlo intentado una veintena de veces, habían conseguido acceder al disco duro. En dos minutos, me planté allí con mi disco duro externo para salvar todo lo que se pudiera. Es increíble cómo, en una sola mañana, pasé de renunciar a todo lo que me quedaba por delante a dibujar en mi cara una sonrisa que creía iba a tardar mucho más en volver. A pesar de este final feliz, me iba a quedar sin portátil durante cerca de dos semanas, y todavía quedaba un examen y dos trabajos que terminar, y me las tenía que apañar con el sobremesa, que, con el paso de los días, anda más bien para atrás. Tanto, que el lunes siguiente lo tuve que llevar a la tienda, por lo que estuve cuatro días sin ordenador. Eso me obligó a terminar los trabajos en el último momento, a apenas horas de que acabase el plazo para entregarlos.
Y las calificaciones finales fueron llegando poco a poco. Más o menos era lo que me esperaba después de cómo había salido de los exámenes, pero en nada se parecía a lo que tenía previsto sacar y que, desde mi humilde y honesta opinión, me merecía. El colmo fue ver que sólo tenía un 5'5 en el primer examen, del que salí bastante contento. Fui a revisión, y resulta que confundí un 5 por un 2 en el primer apartado de un problema, y ya por eso lo tenía mal entero; menos mal que le hice ver al profesor que, suponiendo que ese apartado lo tuviera bien, el resto también lo estaba, como así fue, para, al menos, rescatar la mitad del problema. Como dije al principio de la entrada, el balance final ha sido de tres notables y tres sobresalientes, en parte por despistes como este último, por bajones como el que he comentado o porque el profesor es como es, o una mezcla de todo lo anterior. En fin, que ese balance tenía que haber sido, sin exagerar, de cuatro sobresalientes y dos matrículas de honor, a tenor de todo lo que realmente sabía de cada asignatura y de todo lo que había estudiado.
El mes de junio terminó con otra 'mala' noticia. Una vez terminados los exámenes, me reuní con mi profesor de la beca, ya que me había liberado del trabajo durante este mes para poder estudiar más tranquilo y teníamos que hablar para planificar el horario de trabajo de julio. Si no había tenido suficiente con todo lo que me había pasado en las últimas cuatro semanas, ahora tendría que dedicarle siete horas diarias a la beca para recuperar el tiempo perdido en junio, o lo que es lo mismo, levantarse a las 6:30 de lunes a viernes y regresar a casa sobre las 16:30. La mitad de los días no he tenido más remedio que echarme una siesta después de comer, cosa que no había hecho casi nunca en los últimos años, para descansar algo. Menos mal que desde el viernes por la tarde ya estoy de vacaciones...
Para terminar, voy a dar la nota positiva de la entrada, que me está quedando muy triste. A primeros de mes, compré los vuelos para ir en octubre a Roma. Dos compañeros de la facultad se van de Erasmus el curso que viene a Milán, y, como vimos que los billetes de avión estaban baratos en esa fecha, no lo pensamos un momento. Los cuatro vuelos que tengo que coger (Málaga-Milán, Milán-Roma, y regreso) me han salido por sólo 47'95€, aunque, en verdad, sólo costaba en total 25'95€, los otros 22 euros son por pagar con Visa. Además, tres amigos míos se han unido también a este viaje, así que todo apunta que los cuatro días que voy a estar en Roma van a ser de los mejores de mi vida. Ironías del destino, todavía no he terminado de contaros mi viaje a Italia del pasado mes de febrero (en unos días espero terminar de escribir la entrada sobre el día que estuve en Roma) y en menos de un año voy a volver. ¡Bendita ironía!
Mis compañeros de clase y demás amigos me dirán que con tres notables y otros tantos sobresalientes de nada me puedo quejar, y tienen toda la razón, porque a mucha gente le gustaría sacar esas notas, pero para mí son un tanto mediocres teniendo en cuenta todo el esfuerzo y el tiempo que le he dedicado y todas las cosas que he dejado de hacer.
Desde que empezó el segundo cuatrimestre, he tenido que compaginar las asignaturas de la carrera con el puesto de becario, que, como os comenté en una entrada anterior, exigía veinte horas semanales. Yo sabía que esta nueva experiencia (semi)laboral me iba a quitar mucha tiempo de estudio, pero, al estar remunerado, algo compensaría. Nada más lejos de la realidad. Además de tiempo de estudio, he tenido que sacrificar el poder salir con mis amigos para ir al cine o a cenar, y es que, en apenas cuatro meses, sólo lo he hecho tres o cuatro veces. Las únicas vacaciones que me he tomado fueron en Semana Santa, porque esos días no los perdono por nada del mundo. Y ya está.
Llegaron los exámenes de junio. Me dije: después de tanta dedicación, tendré mi merecida recompensa con las notas que espero sacar. Iluso de mí. Sólo salí plenamente contento del primer examen, y, a partir de ahí, decepción tras decepción. Con el paso de los días, tenía menos ganas de sentarme a estudiar y más ganas de salir a la calle y darme una vuelta, aunque tuviera que soportar el sofocante calor de Málaga. Pero el deber es el deber, y yo soy de los que no se queda tranquilo hasta que no cumple con su deber.
La moral ya la tenía casi por los suelos, pero una mañana de jueves la terminó por hundir. La noche anterior estaba haciendo parte de un trabajo que teníamos que entregar entre cuatro compañeros; mi portátil se estaba quedando sin batería, así que lo conecté a la alimentación... y, al instante, ni el ratón ni el teclado respondían. Apagué manualmente el ordenador y lo reinicié. Mensaje del sistema: "El archivo 'C:\WINDOWS\System32\Config\System' no se encuentra o está dañado'". Perfecto, me quedo sin portátil en mitad de un trabajo. Ya era medianoche, así que a la mañana siguiente lo llevé a la tienda. En cuanto le expliqué al que me atendió lo que me había pasado, lo primero que me dijo fue que lo más seguro es que el disco duro estuviera roto. Le dejé el portátil para que lo probaran mientras yo iba a mi casa por el disco duro externo para salvar los datos, si es que se podía. Cuando volví, la cosa cambió... a peor: "Lo siento, el disco duro está cascado". La única manera de salvar los datos era enviar el disco duro a una empresa de Madrid que me cobraría unos 1.500€, pero sin garantía de recuperarlo todo. Me negué rotundamente. Me dijo también que el disco se había roto por culpa de un chispazo eléctrico, justo cuando enchufé el cable de alimentación la noche anterior.
Por culpa de ese chispazo, había perdido todo lo que había hecho en el último mes y medio de la carrera, además de las cerca de 10.000 fotos que había hecho en Semana Santa. Nada más salir de la tienda, me derrumbé. No pasó ni un minuto cuando empecé a llorar en medio de la calle en dirección a mi casa. Cuando llegué, no hice otra cosa que tumbarme en mi cama y pensar entre un mar de lágrimas en todo lo que había perdido, nada más y nada menos que casi dos meses de mi vida que no iba a poder recuperar. Como os podéis imaginar, me invadió una impotencia que nunca había llegado a sentir; no acababa de asimilar que el esfuerzo empleado durante esas últimas semanas no iba a servir para nada, sólo para destrozarme durante unas horas...
Porque sólo fueron unas horas. Estuve toda la mañana rezando porque, de una forma u otra, este destino cruel tuviera otro final. Una llamada poco antes de comer me devolvió la ilusión. Era de la tienda. Tras haberlo intentado una veintena de veces, habían conseguido acceder al disco duro. En dos minutos, me planté allí con mi disco duro externo para salvar todo lo que se pudiera. Es increíble cómo, en una sola mañana, pasé de renunciar a todo lo que me quedaba por delante a dibujar en mi cara una sonrisa que creía iba a tardar mucho más en volver. A pesar de este final feliz, me iba a quedar sin portátil durante cerca de dos semanas, y todavía quedaba un examen y dos trabajos que terminar, y me las tenía que apañar con el sobremesa, que, con el paso de los días, anda más bien para atrás. Tanto, que el lunes siguiente lo tuve que llevar a la tienda, por lo que estuve cuatro días sin ordenador. Eso me obligó a terminar los trabajos en el último momento, a apenas horas de que acabase el plazo para entregarlos.
Y las calificaciones finales fueron llegando poco a poco. Más o menos era lo que me esperaba después de cómo había salido de los exámenes, pero en nada se parecía a lo que tenía previsto sacar y que, desde mi humilde y honesta opinión, me merecía. El colmo fue ver que sólo tenía un 5'5 en el primer examen, del que salí bastante contento. Fui a revisión, y resulta que confundí un 5 por un 2 en el primer apartado de un problema, y ya por eso lo tenía mal entero; menos mal que le hice ver al profesor que, suponiendo que ese apartado lo tuviera bien, el resto también lo estaba, como así fue, para, al menos, rescatar la mitad del problema. Como dije al principio de la entrada, el balance final ha sido de tres notables y tres sobresalientes, en parte por despistes como este último, por bajones como el que he comentado o porque el profesor es como es, o una mezcla de todo lo anterior. En fin, que ese balance tenía que haber sido, sin exagerar, de cuatro sobresalientes y dos matrículas de honor, a tenor de todo lo que realmente sabía de cada asignatura y de todo lo que había estudiado.
El mes de junio terminó con otra 'mala' noticia. Una vez terminados los exámenes, me reuní con mi profesor de la beca, ya que me había liberado del trabajo durante este mes para poder estudiar más tranquilo y teníamos que hablar para planificar el horario de trabajo de julio. Si no había tenido suficiente con todo lo que me había pasado en las últimas cuatro semanas, ahora tendría que dedicarle siete horas diarias a la beca para recuperar el tiempo perdido en junio, o lo que es lo mismo, levantarse a las 6:30 de lunes a viernes y regresar a casa sobre las 16:30. La mitad de los días no he tenido más remedio que echarme una siesta después de comer, cosa que no había hecho casi nunca en los últimos años, para descansar algo. Menos mal que desde el viernes por la tarde ya estoy de vacaciones...
Para terminar, voy a dar la nota positiva de la entrada, que me está quedando muy triste. A primeros de mes, compré los vuelos para ir en octubre a Roma. Dos compañeros de la facultad se van de Erasmus el curso que viene a Milán, y, como vimos que los billetes de avión estaban baratos en esa fecha, no lo pensamos un momento. Los cuatro vuelos que tengo que coger (Málaga-Milán, Milán-Roma, y regreso) me han salido por sólo 47'95€, aunque, en verdad, sólo costaba en total 25'95€, los otros 22 euros son por pagar con Visa. Además, tres amigos míos se han unido también a este viaje, así que todo apunta que los cuatro días que voy a estar en Roma van a ser de los mejores de mi vida. Ironías del destino, todavía no he terminado de contaros mi viaje a Italia del pasado mes de febrero (en unos días espero terminar de escribir la entrada sobre el día que estuve en Roma) y en menos de un año voy a volver. ¡Bendita ironía!
3 comentarios:
Rafaaaaaaaaaaa, eres un quejica y con esas notazas...bajaa a la tierraa y mira alrededor, la gente no saca lo que quiere, sino lo que puede!!!Anda petardo, no te quejes tanto que tienes unas notas envidiables ;)!!!No estudies mucho este verano ;)
Sabía que tú ibas a ser la primera en comentar esta entrada.
Me quejo con razón, porque no ha merecido la pena tanto esfuerzo. Muchos viernes que me he quedado encerrado en mi casa los podría haber pasado con mis amigos. A partir del curso que viene, haré lo que me dé la gana.
Por cierto, gracias por lo que tú ya sabes (no lo vuelvas a hacer desde tu casa durante unos días, eh?) ;)
Si ya lo decía Hommer Simpson: "Os habéis esforzado, ¿y para qué? Para nada. Moraleja: No os esforcéis."
Ya en serio, cierto que has tenido mucho estrés y tienes todo el derecho a quejarte de ello, lo has pasado mal y de eso no hay duda. Aunque al final te ha ido muy bien, no seas tan duro contigo mismo, el resto de los mortales ya quisiéramos que nos fuera tan bien. jajaja...
Saludos.
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