En cuanto sonó mi despertador, me levanté de la cama como un resorte para ir al baño y ducharme, pues no había tiempo que perder. Mis amigos, mientras tanto, seguían durmiendo, aunque, cuando terminé de ducharme y fui a despertarles para que empezasen a vestirse, me recriminaron que apenas habían podido descansar porque había estado roncando buena parte de la noche; de hecho, habían dado palmadas fuertes para que dejase de roncar, pero ni por esas me callaba. Les dije que lo sentía, aunque poca culpa tenía yo, puesto que lo hago de forma inconsciente y sin ánimo de fastidiar el descanso de los demás. En fin, que tras esta conversación nos pusimos en funcionamiento para arreglarnos y dar comienzo a una larga jornada por el centro histórico de Córdoba.
Tras recorrer toda la fachada norte y comprobar que ninguna de sus puertas estaba abierta, seguimos por la fachada oeste, donde ya se veía a varios turistas entrar por la Puerta de los Deanes, la cual da acceso al patio de los Naranjos. Una vez que verificamos en un panel situado nada más entrar que la visita a esta hora era gratuita, nos acercamos a la entrada principal del templo, la Puerta de las Palmas, donde un vigilante de seguridad me revisó la mochila de mi cámara antes de dejarme pasar. Como os podéis imaginar, me quedé boquiabierto cuando vi ese bosque de columnas y arcos bicolores por el que es tan conocida la Mezquita. Tenía algún que otro recuerdo de cuando la visité con el colegio estando yo en 4º ESO o 1º Bachillerato, pero me sorprendió tanto o más que la primera y única vez hasta entonces, y de eso hace ya unos quince años.
Era el momento de decidir
dónde desayunar, para lo cual recurrimos a las recomendaciones de TripAdvisor. La opción que más nos convenció era la de un sitio con un nombre muy peculiar,
Omundo de Alicia, que además por su ubicación nos venía muy bien, puesto que teníamos pensado pasar la mañana por esa zona, así que nos dirigimos allí al tiempo que empezaba a chispear, y es que el cielo se mantenía nublado. Por cierto, como apunte curioso habría que comentar que por el camino nos topamos con varias alcantarillas con el dibujo de un perro y la frase "Pipí aquí" justo encima, una medida muy acertada, aunque dudo que efectiva, ya que los perros orinan donde pillan y cuando les entran ganas.
Ya en esta cafetería, tras echar un vistazo a la carta del desayuno, me pedí
medio mollete con aceite y un Cola Cao, para no perder la costumbre de cada mañana salvo por el cambio obligado del Nesquik, mientras que mis amigos se pidieron cada uno una chapata entera con tomate y jamón y un café. Desayuno muy correcto tanto a nivel de calidad como de precio, pues el mío me costó 2'20 € y el de mis amigos 3 € cada uno. Salimos de allí minutos antes de las once para retomar la visita a la ciudad justo enfrente, en la plaza de la Trinidad, presidida por una
estatua del poeta Luis de Góngora y en la que destaca la
iglesia de San Juan y Todos los Santos, en la cual entramos. Mis amigos, poco o nada amantes de las iglesias, se sentaron en uno de los bancos del final mientras yo la recorría para ver las tallas de varias imágenes de Semana Santa que allí se encontraban, entre ellas dos crucificados, un nazareno y una dolorosa.
Salimos al Paseo de la Victoria hasta llegar a la
Puerta de Almodóvar, una de las pocas que se conservan de la antigua muralla de Córdoba y que además presenta muy buen estado. Junto a ella vimos otra
estatua, también
de otro ilustre cordobés,
Lucio Anneo Séneca, tanto que hasta la Junta de Andalucía le puso su nombre a la aplicación que se usa en los colegios e institutos para gestionar todo lo relativo al alumnado y profesorado de nuestra comunidad, así que como veis hasta el trabajo me perseguía en vacaciones. Atravesamos la muralla para continuar por la
calle Judíos, una angosta calle que a esas horas ya estaba bastante concurrida y en la que nos topamos con la
Sinagoga, un pequeño templo hebreo al que se puede entrar gratuitamente y que apenas consta de un patio adornado con varias plantas y el templo propiamente dicho, compuesto por un vestíbulo y una sala de oración cuadrada adornado con motivos mudéjares e inscripciones bíblicas en hebreo, aunque parte de ellas se han perdido.
Al salir nos adentramos en el
zoco, un mercado de artesanía ubicado en un patio rodeado de varias arcadas y con decenas de macetas desperdigadas que me recordó al de nuestro hostal, aunque éste era bastante más grande. Unos metros más adelante llegamos a otro de los lugares típicos de Córdoba, la pequeña
plaza de Tiberíades, en la cual se encuentra la
estatua de Maimónides, famoso teólogo, filósofo y médico nacido en esta ciudad. Aprovechamos que estaba allí una guía turística con un grupo con el que también habíamos coincidido en la sinagoga para escuchar sus explicaciones, entre las cuales recuerdo que estaba la de que la gente suele pasar la mano por uno de sus pies porque, según cuentan, te da más inteligencia, y de hecho parece que hay muchos que lo hacen porque la estatua está muy desgastada en esa parte. En fin, una de tantas leyendas que rodean a varios sitios turísticos de todo el mundo.
Más adelante, nos desviamos por una calle que daba a un callejón en uno de cuyos muros había una inscripción que nos llamó mucho la atención, concretamente "He encontrado un atajo", que seguramente llevaría a algún sitio, pero, como no estaba en nuestra ruta y perderse por la judería es harto sencillo, decidimos deshacer nuestros pasos y continuar por calle Tomás Conde. Casi al final de la misma, a mano izquierda, dimos con la
Calleja del Salmorejo Cordobés, llamada así porque en su pared hay un enorme azulejo en el que se detallan los ingredientes y se explica cómo se hace este plato típico de Córdoba. Al salir de esta calle, en vez de seguir adelante, giramos a la derecha hacia calle Cairuán para ver la
Puerta de la Luna, otra de las entradas de la antigua muralla y junto a la cual encontramos otra
estatua, sí, la cuarta del día si no llevo mal la cuenta, esta vez
de Averroes, filósofo y médico del siglo XII, y sí, también cordobés.
12:00
A continuación, nos dirigimos al
Alcázar de los Reyes Cristianos, en cuya explanada exterior hicimos un pequeño descanso sentados en un banco aprovechando que había allí un caballo de las Caballerizas Reales con su domador haciendo una demostración de piruetas y distintos tipos de pasos para disfrute de los turistas que hacían cola para entrar en el citado monumento. Nosotros también teníamos pensado visitarlo, pero la cola tenía una longitud considerable y nos daba pereza esperar tanto, por lo que descartamos esta opción y nos conformamos con ver el Alcázar por fuera. Seguidamente nos acercamos a una pequeña plaza en la que se encuentra la
Torre de Belén, también perteneciente a la muralla como las puertas de Almodóvar y de la Luna que vimos antes, para luego entrar en las
Caballerizas Reales. Lo único que pudimos ver fue la cuadra principal en la que se exhiben diversos carruajes y coches de caballo en lo que antiguamente sirvieron de cuadras, ya que el acceso al patio donde tienen lugar los espectáculos ecuestres estaba cerrado en ese momento, así que apenas estuvimos allí diez minutos.
Seguimos por unas calles por las que no pasaba ni un alma y que parecían más de pueblo que de ciudad, ya que todas sus casas eran bajitas, de una sola planta, de color blanco y con floridas macetas en sus ventanas y balcones. Al final de estas calles dimos con la
Puerta de Sevilla, junto a la cual había... ¿Lo adivináis? Sí, otra
estatua de otro cordobés, aunque no tan conocido como los anteriores, un tal
Ibn Hazm, y tras ello procedimos a bordear toda la muralla hasta llegar a una de las orillas del
río Guadalquivir, que es el que atraviesa la ciudad de Córdoba. Más adelante, a mano izquierda, tuvimos la oportunidad de asomarnos a los jardines del Alcázar a través de una verja, al menos a una parte de éstos, y justo después la parte trasera de este monumento con sus torres del Homenaje y de la Paloma.
Unos metros después, pero esta vez en el lado correspondiente al río, nos acercamos a ver el
Molino de la Albolafia, otra de las estampas típicas de Córdoba junto a la del
Puente Romano, el cual recorrimos a continuación, aunque antes de hacerlo nos detuvimos un momento viendo la
Puerta del Puente, que, situada entre la Mezquita y el citado puente, se parece mucho a los típicos arcos de triunfo que hay en muchas ciudades, aunque realmente también formaba parte de la muralla de Córdoba. En nuestro paseo por el Puente Romano nos topamos a mediación con el
Triunfo de San Rafael, en realidad uno de tantos que hay en la ciudad califal, y es que este arcángel es el ángel custodio de Córdoba, y al final del mismo con la pequeña fortaleza de la
Torre de la Calahorra, punto en el que dimos media vuelta para volver al centro y seguir con nuestro paseo.
Una vez que atravesamos la Puerta del Puente, vimos
otro Triunfo de San Rafael, éste mucho más grande que el anterior, puesto que la estatua del arcángel corona una columna que sobresale de una base, un conjunto que en total alcanza una altura de 27 metros, mientras que a la izquierda teníamos el edificio del
Obispado de Córdoba. Fue entonces cuando comenzamos a rodear la Mezquita-Catedral para poder contemplar las diversas puertas, algunas de ellas ocultas tras andamios por estar siendo restauradas, que se hallan en su fachada este, como por ejemplo las de San José, de la Concepción Antigua, del Baptisterio o de Santa Catalina, pero, antes de continuar con las otras fachadas, hicimos un alto para buscar dos pequeñas calles muy famosas de la ciudad como son la calleja del Pañuelo y la calleja de las Flores, ambas a muy pocos metros de la Mezquita.
La primera de ellas no se llama así realmente, sino calle de Pedro Jiménez, pero todo el mundo la conoce como
calleja del Pañuelo porque su anchura en la parte más angosta mide más o menos lo mismo que un pañuelo de señora; de hecho, dos personas no pueden pasar al mismo tiempo por ese pequeño tramo de este callejón. No tiene mucho más que el reclamo turístico que se ha ganado, pero la
calleja de las Flores sí que tiene más motivos para ser visitada, es más, estaba tan concurrida que tuvimos que esperar para poder recorrerla. Una de las razones es por su estrechez, pues apenas es un poco más ancha que la otra, pero la otra es que sus paredes están plagadas de macetas azules con coloridas flores que ofrecen una estampa única si uno se sitúa en la placita en la que termina, y es que entre dichas paredes aparece perfectamente encuadrada la torre campanario de la Mezquita.
Volvimos a recorrer las fachadas del principal monumento de Córdoba, ahora la fachada norte, que ya la habíamos visto por la mañana, y la oeste, con un aspecto muy similar a la del este y en la que habría que destacar las puertas del Postigo de la Leche, de los Deanes, del Espíritu Santo y del Sabat. Ya eran casi las dos de la tarde y el hambre apremiaba, por lo que
tocaba buscar un sitio para almorzar. Jose sugirió ir a Los Patios de la Marquesa, ya que tenía buen recuerdo de este sitio de una visita anterior, así que nos acercamos a echar un vistazo por si nos convencía. Este sitio es básicamente una especie de mercado gastronómico con varios puestos de comida de diversos tipos, lo cual es bastante atractivo, pero descartamos esta opción porque Miguel prefería ir a algún restaurante.
14:15
Nos dejamos guiar de nuevo por TripAdvisor, que nos recomendaba varias tabernas situadas alrededor de la Mezquita, y una de ellas era
El Capricho, que fue por la que nos decantamos en parte porque el dueño nos paró cuando pasábamos por allí al advertir que teníamos pinta de estar buscando un sitio para comer y nos dijo que en cinco o diez minutos se quedaría una mesa libre, y por otro lado porque tenían un menú cordobés que era muy del gusto de mis amigos. Mientras esperábamos, Miguel revisó detenidamente los comentarios de esta taberna
en TripAdvisor, y, si bien
tenía muy buena nota y además especificaba que había ganado recientemente un premio al mejor rabo de toro de Córdoba, le llamó la atención que
algunos de los últimos comentarios que le otorgaban la máxima puntuación estaban muy mal redactados, con faltas de ortografía flagrantes como no poner la h al conjugar el verbo haber, palabras unidas y expresiones como "es kisito" en vez de "exquisito" o "bol beremos" en vez de "volveremos". Torpes de nosotros,
más tarde deduciríamos que dichos comentarios habían sido escritos por amigos o familiares para subirle la nota.
Ya en la mesa que nos había prometido el dueño, precisamente al lado de una con aficionados ataviados con camisetas y bufandas del Alcorcón, que jugaba esa tarde contra el Córdoba, le echamos un vistazo a la carta, aunque en realidad ya teníamos claro lo que íbamos a pedir:
mis amigos, el
menú cordobés compuesto por salmorejo, rabo de toro y pastel cordobés;
por mi parte, me decanté por el
menú del día, del que elegí los espaguetis boloñesa, un flamenquín y natillas.
¡Qué decepción se llevaron Jose y Miguel! Según dijeron tras probar sus platos, el salmorejo no era nada del otro mundo, mientras que el rabo de toro, el cual les costó una barbaridad separarlo del hueso, no estaba especialmente bueno y venía acompañado por escasas patatas fritas del montón, opinión que días más tarde publicaría Miguel en TripAdvisor; además, llegado el momento del postre, ambos pidieron cambiarlo por unas natillas, y el dueño solamente permitió cambiarlo a uno de ellos y tras mucho insistir.
En cuanto a mí, pues también un poco decepcionado, ya que los espaguetis eran fácilmente mejorables, el flamenquín tenía un relleno gelatinoso que no supe adivinar qué era exactamente, y las natillas tenían muy poca consistencia.
Nos fuimos de allí con muy mala sensación, como si nos hubiesen timado (10 € costaba mi menú y 14 € el de mis amigos), aunque fuimos educados y cuando al final nos preguntaron cómo había estado todo les dijimos que muy bien. Ya eran las tres y media, y Jose planteó la posibilidad de ir a tomarnos algo a una terraza situada frente al río que él conocía, pero al final nos decantamos por
dirigirnos al hostal y echarnos una siesta para descansar, y es que, aunque habíamos caminado a un ritmo suave, casi no habíamos parado en todo el día. Mi idea era solamente estar tumbado en la cama, sin dormirme, pero finalmente no pude evitar echarme una pequeña siesta; por su parte, Jose y Miguel se pusieron a ver la tele y luego también se echaron un rato. Acordamos reanudar la visita a las cinco y media, aunque, como casi siempre ocurre, mis amigos remolonearon un poco más y salimos unos minutos más tarde.
En primer lugar, fuimos a la
iglesia de San Francisco, la cual estaba cerrada a esa hora, por lo que nos tuvimos que conformar con ver su fachada, así como la plaza del mismo nombre situada en uno de sus laterales, caracterizada por su forma cuadrangular y por las arcadas de dos de sus lados. A muy pocos metros de allí teníamos la
plaza del Potro, llamada así porque en ella hay una pequeña fuente rematada con una estatua de este animal; además, en dicha plaza también se encuentran dos museos, el de Bellas Artes y el de Julio Romero de Torres, y otro de los triunfos de San Rafael que hay en la ciudad. A continuación, cogimos por calle Lineros para llegar a la
Basílica de San Pedro, que estaba abierta y en la que entramos unos minutos, mis amigos para sentarse y yo para verla, como siempre hacemos; de este templo destacaría el retablo mayor, una Virgen que supongo pertenece a alguna cofradía y una capilla en la que hay una urna de plata llena de calaveras y huesos.
Nuestra siguiente parada era la
plaza de la Corredera, que recuerda inevitablemente a la plaza Mayor de Madrid por su forma y su estilo arquitectónico, con edificios de tres plantes y soportales en todo su perímetro, a excepción de dos edificios, la antigua Casa Consistorial y las Casas de Doña Jacinta. Tras atravesar la plaza de punta a punta, salimos por calle Rodríguez Marín para ir hasta el
Ayuntamiento, probablemente el más feo de los que he visto hasta ahora en todos mis viajes, y visitar la
iglesia de San Pablo, templo al que se accede tras pasar previamente por una portada barroca y por una pasarela descendente. Ya dentro de la iglesia, me pasé por todas sus capillas para contemplar las imágenes de Cristos y Vírgenes que allí se veneran, lo cual es uno de los principales motivos por los que me gusta visitar estos templos, y es que todo lo que tenga que ver con la Semana Santa, sea de la ciudad que sea, ya sabéis que me tira un montón.
18:35
Continuamos ahora con el
Templo Romano, por delante del cual ya habíamos pasado varias veces sin detenernos demasiado tiempo a verlo, y del que solamente se conservan algunas columnas de orden corintio y varios restos a los pies de éstas. Seguimos por la calle Claudio Marcelo, pero nos desviamos por calle María Cristina para acercarnos a la plaza de la Compañía a ver la
Torre de Santo Domingo de Silos y sí,
otro Triunfo de San Rafael (ya he perdido la cuenta de cuántos habíamos visto ya). Tras coger por Duque de Hornachuelos, desembocamos en la céntrica
plaza de las Tendillas, probablemente la más conocida de Córdoba y donde tienen lugar numerosos actos, como por ejemplo el Carnaval, y es que allí nos topamos con un escenario y varias decenas de sillas para las actuaciones que tendrían lugar más tarde. Con respecto a la plaza en sí, llama la atención la estatua ecuestre del
Monumento al Gran Capitán que está situada justo en el centro, así como el edificio de la Unión y el Fénix.
Minutos más tarde nos encontrábamos frente a la taberna La Montillana, donde habíamos cenado la noche anterior, pero esta vez era porque enfrente se encuentra la
iglesia de San Miguel, a la cual solamente nos pudimos asomar porque casualmente a esa hora estaban dando una misa y no era el momento adecuado para verla. Con esto
dimos por terminada la visita a la ciudad en el día de hoy, así que decidimos hacer un alto en el camino y tomarnos algo en los 100 Montaditos que está enfrente de la iglesia, mis amigos una cerveza y yo una Coca-Cola Zero. Estando allí sentados, justo cuando ya nos íbamos, me llamó mi madre para preguntarme por cómo había pasado el día, a lo que mis amigos aprovecharon para decir en alto que ronco mucho y no les dejo dormir, lo que provocó las risas de mi madre.
A continuación, nos pusimos a callejear en busca de un cajero BBVA porque Jose necesitaba sacar dinero, aunque antes entramos en la tienda de ropa El Ganso, donde mi amigo se compró unas zapatillas que no encontraba en la tienda de Málaga. Salimos a la avenida del Gran Capitán, que estaba a rebosar de gente y en la que encontramos una sucursal del citado banco. Al final de la misma nos topamos con El Corte Inglés, donde entramos unos minutos para hacer tiempo antes de
buscar algún sitio donde pusieran el Eibar-Málaga que iba a dar comienzo a las 20:45. Finalmente, tras dar unas cuantas vueltas por toda la avenida, dimos con el gastrobar
La Antigua, en cuya terraza vimos un hueco libre para poder sentarnos y ver el partido. Para no perder la costumbre, tanto Jose como Miguel se pidieron una cerveza, mientras que yo me tomé una Coca-Cola Zero.