Jueves, 9 de agosto de 2018
4:15
Hoy tocaba levantarse bien temprano para ir de viaje a Brighton con motivo de la boda de Pepe, mi amigo del colegio más antiguo que conservo, y que se iba a casar con su novio inglés Tom, al que ya conocía de varias visitas que había hecho a Málaga. Tras asearme, desayunar y terminar de hacer la maleta, me despedí de mi madre y salí de casa a las 5:15 para ir andando hasta la estación de Málaga-Centro Alameda, comprar un billete (1'8 €) y tomar el C-1 de las 5:55 con destino al aeropuerto, de tal manera que llegué allí once minutos después.
Me fui directamente al control de seguridad, donde me tuvieron que cachear porque el arco pitó cuando pasé por él, pero obviamente no hubo ningún problema. Consulté el panel de información de vuelos para comprobar que la puerta de embarque asignada al mío era la B18, y fue darme la vuelta y encontrarme con Lorena, una profesora del IES Jarifa, el instituto en el que había trabajado ese curso, y que estaba con su hijo y con la hija de su pareja; casualidades de la vida, iba a coger el mismo vuelo que yo, aunque ella para pasar unos días en Londres.
Nos dirigimos juntos al control de pasaportes, y luego a la cola de la puerta de embarque de nuestro vuelo de Norwegian. Fue allí esperando cuando llegó mi amiga Marisa, que también estaba invitada a la boda y con quien había organizado el viaje, qué sitios visitar en Brighton, etc. Ya en el avión, cada uno se fue al asiento que tenía asignado (30A en mi caso, ella en la parte central), pero, una vez que despegamos a las 7:40, me cambié de sitio para sentarme con ella, pues a su lado había un asiento libre, y así al menos tenía con quien hablar durante las más de dos horas que duraría el vuelo.
Aterrizamos en el Aeropuerto de Londres-Gatwick a las 8:46 (hora inglesa), unos veinticinco minutos antes de lo previsto. Al abandonar el avión, me volví a encontrar con mi compañera de trabajo, y, tras una larga espera en el control de pasaportes, me despedí de ella. Ya solo con Marisa, lo primero que hicimos fue comprar los billetes de tren para Brighton (10'50 libras cada uno), y luego entramos en Marks & Spencer, donde compré un par de cajas de cookies que me costaron 3'50 libras.
El tren salió a las 10:01 y tardó unos cuarenta minutos en llegar a la estación de Brighton. Cuando salimos al exterior, resulta que estaba lloviendo, así que nos tocó ir andando a nuestros respectivos alojamientos paraguas en mano. Primero llegamos al The Grand Brighton, el hotel en el que se quedaría Marisa, mientras que yo tuve que caminar un poco más hasta el Adelaide House, el hostal que yo había reservado para las dos noches que pasaría en Brighton.
Cuando llegué, el hombre que me atendió me dijo que la habitación estaría disponible a partir de la una, pero me dio la posibilidad de dejar la maleta en el salón de la entrada y esperar allí, así que escribí a Marisa y me dijo que me acercase a su hotel, pues ella sí había podido subir ya a su habitación. El hotel The Grand Brighton es de los caros, así que en la recepción me preguntaron por el nombre de la huéspeda y el número de habitación (la 228) para poder dejarme subir a ver a mi amiga.
Ya con Marisa, en una habitación mucho más lujosa que la que me encontraría más tarde en mi hostal, ella se preparó un té y me invitó a tomarme un chocolate que preparamos con los productos que tenía disponibles en la habitación. Sobre las doce y media, tras acordar lo que haríamos a lo largo del día, salimos de la habitación y resulta que nos encontramos a Pepe por las escaleras del hotel. Le dijimos que se viniese con nosotros a dar una vuelta, pero tenía compromisos familiares, así que ya le veríamos al día siguiente en su boda.
12:45
Seguía bastante nublado y lloviendo, por lo que durante nuestro paseo por el centro de Brighton no pude hacer fotos con mi cámara. Estuvimos principalmente por The Lanes, una zona del centro de la ciudad con calles estrechas y coloridas, pequeñas tiendas con encanto y numerosos pubs y cafeterías. Precisamente, una de las cosas que hicimos fue tantear dónde almorzar, y finalmente nos decantamos por el pub The Pump House; en concreto, tomé agua para beber, mientras que para comer me decidí por unas pork sausages with a creamy mashed potato (12'50 libras en total).
Me fui directamente al control de seguridad, donde me tuvieron que cachear porque el arco pitó cuando pasé por él, pero obviamente no hubo ningún problema. Consulté el panel de información de vuelos para comprobar que la puerta de embarque asignada al mío era la B18, y fue darme la vuelta y encontrarme con Lorena, una profesora del IES Jarifa, el instituto en el que había trabajado ese curso, y que estaba con su hijo y con la hija de su pareja; casualidades de la vida, iba a coger el mismo vuelo que yo, aunque ella para pasar unos días en Londres.
Nos dirigimos juntos al control de pasaportes, y luego a la cola de la puerta de embarque de nuestro vuelo de Norwegian. Fue allí esperando cuando llegó mi amiga Marisa, que también estaba invitada a la boda y con quien había organizado el viaje, qué sitios visitar en Brighton, etc. Ya en el avión, cada uno se fue al asiento que tenía asignado (30A en mi caso, ella en la parte central), pero, una vez que despegamos a las 7:40, me cambié de sitio para sentarme con ella, pues a su lado había un asiento libre, y así al menos tenía con quien hablar durante las más de dos horas que duraría el vuelo.
Aterrizamos en el Aeropuerto de Londres-Gatwick a las 8:46 (hora inglesa), unos veinticinco minutos antes de lo previsto. Al abandonar el avión, me volví a encontrar con mi compañera de trabajo, y, tras una larga espera en el control de pasaportes, me despedí de ella. Ya solo con Marisa, lo primero que hicimos fue comprar los billetes de tren para Brighton (10'50 libras cada uno), y luego entramos en Marks & Spencer, donde compré un par de cajas de cookies que me costaron 3'50 libras.
El tren salió a las 10:01 y tardó unos cuarenta minutos en llegar a la estación de Brighton. Cuando salimos al exterior, resulta que estaba lloviendo, así que nos tocó ir andando a nuestros respectivos alojamientos paraguas en mano. Primero llegamos al The Grand Brighton, el hotel en el que se quedaría Marisa, mientras que yo tuve que caminar un poco más hasta el Adelaide House, el hostal que yo había reservado para las dos noches que pasaría en Brighton.
Cuando llegué, el hombre que me atendió me dijo que la habitación estaría disponible a partir de la una, pero me dio la posibilidad de dejar la maleta en el salón de la entrada y esperar allí, así que escribí a Marisa y me dijo que me acercase a su hotel, pues ella sí había podido subir ya a su habitación. El hotel The Grand Brighton es de los caros, así que en la recepción me preguntaron por el nombre de la huéspeda y el número de habitación (la 228) para poder dejarme subir a ver a mi amiga.
Ya con Marisa, en una habitación mucho más lujosa que la que me encontraría más tarde en mi hostal, ella se preparó un té y me invitó a tomarme un chocolate que preparamos con los productos que tenía disponibles en la habitación. Sobre las doce y media, tras acordar lo que haríamos a lo largo del día, salimos de la habitación y resulta que nos encontramos a Pepe por las escaleras del hotel. Le dijimos que se viniese con nosotros a dar una vuelta, pero tenía compromisos familiares, así que ya le veríamos al día siguiente en su boda.
12:45
Seguía bastante nublado y lloviendo, por lo que durante nuestro paseo por el centro de Brighton no pude hacer fotos con mi cámara. Estuvimos principalmente por The Lanes, una zona del centro de la ciudad con calles estrechas y coloridas, pequeñas tiendas con encanto y numerosos pubs y cafeterías. Precisamente, una de las cosas que hicimos fue tantear dónde almorzar, y finalmente nos decantamos por el pub The Pump House; en concreto, tomé agua para beber, mientras que para comer me decidí por unas pork sausages with a creamy mashed potato (12'50 libras en total).
De allí volvimos a nuestros respectivos alojamientos para descansar un poco. Llegué a las tres al Adelaide House, donde ya me dieron la llave de mi habitación, la 27, situada en una tercera planta sin ascensor, pequeña y con un baño muy reducido. Por lo que me costó (135 libras por dos noches con desayuno incluido), en España hay hostales e incluso hoteles mejores, pero la verdad es que me fue difícil encontrar una habitación individual y con baño privado medio decente y a un precio razonable en Brighton.
Colgué en unas perchas el traje y la camisa para que no estuviesen tan arrugados al día siguiente, y luego me puse a ver la tele para escuchar un poco de inglés, que falta me hacía porque cada vez lo tengo más oxidado, entre otras cosas las noticias de la BBC y el concurso Are you smarter than a 10 year old?, tras lo cual escribí a Marisa para quedar de nuevo, ya que había dejado de llover y el cielo se había quedado bastante despejado, a lo que me dijo que nos viésemos a las cinco y media enfrente de su hotel.
De camino al hotel, pasé por la Regency Square, la plaza en la que se encuentra el hostal y al final de la cual, ya en el paseo marítimo, se erige el British Airways i360, una gigantesca torre de observación de 162 metros de altura que cuenta con una cápsula mirador desde donde se puede disfrutar de unas vistas inmejorables de la ciudad y del Canal de la Mancha, eso sí, pagando las 16'50 libras que cuesta.
Justo enfrente, en mitad del mar, pude contemplar el West Pier, un antiguo muelle que, tras cerrar en 1975, se ha ido deteriorando con el paso del tiempo y que además ha sufrido dos incendios, pero cuyos restos han permanecido y se han convertido en un punto de interés más de Brighton. Avancé por el paseo marítimo, bastante amplio y que da acceso a la playa (de piedras, no de arena), hasta llegar a la altura de The Grand Brighton.
De nuevo con Marisa, y ya con la comodidad de un día soleado, retomamos la visita a la ciudad. Comenzamos nuestra ruta por West Street, calle en la que vimos algo tan chocante como una bandera LGBT en la fachada de la Saint Paul's Parish Church, aunque también conviene apuntar que Brighton es conocida por ser la ciudad más gay friendly del Reino Unido, y más adelante nos topamos con la Clock Tower, de 23 metros de altura.
A continuación seguimos por North Street, en la cual hay un supermercado Sainsbury's en el que encontré las cookies que probé en mi viaje a Escocia y que tanto me gustaron, pero las compraría el día que volviese a Málaga. Continuamos por New Road, una calle en la que está el Theatre Royal Brighton y desde donde se puede acceder al Pavilion Gardens, un parque en el que se encuentra el Brighton Dome Concert Hall y el Brighton Museum & Art Gallery.
Seguidamente, nos acercamos al North Gate, una puerta que hace la función de entrada principal a este parque, en el cual también pudimos admirar el Royal Pavilion, una antigua residencia real que cuenta con un estilo arquitectónico muy llamativo y oriental, rasgos que también comparten los otros monumentos ubicados en estos jardines.
Continuamos nuestro paseo por el Town Hall, es decir, el edificio del Ayuntamiento de Brighton, y luego nos adentramos de nuevo en The Lanes para perdernos por sus coloridas callejuelas y plazas, así como entrar en algunas de sus tiendas, aunque esta vez lo pudimos ver y disfrutar mejor que por la mañana cuando estaba lloviendo.
Al final, acabamos desembocando en el paseo marítimo, desde donde accedimos al Brighton Palace Pier, el único muelle que queda en la ciudad y que está destinado al disfrute de todo el que pasa por allí, ya que cuenta con numerosos puestos en los que puedes beber y comer de casi todo (helados, refrescos, chucherías, donuts, crepes, gofres...), una gran sala con máquinas recreativas y un parque de atracciones al final del mismo.
Otro de los puntos fuertes del muelle es que ofrece una panorámica muy buena de la costa de Brighton y de sus playas; es más, mirando hacia el este, a lo lejos, incluso podíamos divisar parte de los acantilados de creta de los Seven Sisters que teníamos pensado visitar el día después de la boda.
19:00
Al volver a la entrada del muelle, Marisa dijo de ir al Brighton Marina, un puerto deportivo con tiendas y restaurantes que quedaba bastante alejado, de hecho tardamos más de treinta minutos en llegar andando, pero nos llamó la atención que en el trayecto apenas nos cruzamos con nadie. Una vez allí, resulta que todos los establecimientos estaban cerrados, así que solamente pudimos ver algunos yates amarrados y poco más.
Deshicimos el camino, ahora por la parte superior del paseo marítimo para ver las largas hileras de casas señoriales que daban al mar, de tal manera que cuando regresamos al Brighton Palace Pier pasaban ya algunos minutos de las ocho de la tarde.
Teníamos que darnos cierta prisa en buscar algún sitio para cenar, puesto que en el Reino Unido tienen otros horarios en lo que a las comidas se refiere, por lo que no nos complicamos y fuimos al Regency Restaurant, situado a pocos minutos de donde nos encontrábamos. En mi caso, pedí agua para beber y cené un fish and chips, y en total me salió por 12'30 libras.
Cuando salimos de allí, a eso de las nueve y media, ya era de noche, y justo enfrente teníamos el British Airways i360 con una iluminación muy llamativa y que hacía que pareciese un ovni, así que no me pude resistir a hacerle unas fotos. Fue entonces cuando nos despedimos hasta el día siguiente y volver a nuestros respectivos alojamientos.
Ya en la habitación del hostal, me puse un rato a ver la tele antes de acostarme sobre las once, que el día siguiente se aventuraba largo y había que afrontarlo bien descansado.
Seguidamente, nos acercamos al North Gate, una puerta que hace la función de entrada principal a este parque, en el cual también pudimos admirar el Royal Pavilion, una antigua residencia real que cuenta con un estilo arquitectónico muy llamativo y oriental, rasgos que también comparten los otros monumentos ubicados en estos jardines.
Continuamos nuestro paseo por el Town Hall, es decir, el edificio del Ayuntamiento de Brighton, y luego nos adentramos de nuevo en The Lanes para perdernos por sus coloridas callejuelas y plazas, así como entrar en algunas de sus tiendas, aunque esta vez lo pudimos ver y disfrutar mejor que por la mañana cuando estaba lloviendo.
Al final, acabamos desembocando en el paseo marítimo, desde donde accedimos al Brighton Palace Pier, el único muelle que queda en la ciudad y que está destinado al disfrute de todo el que pasa por allí, ya que cuenta con numerosos puestos en los que puedes beber y comer de casi todo (helados, refrescos, chucherías, donuts, crepes, gofres...), una gran sala con máquinas recreativas y un parque de atracciones al final del mismo.
Otro de los puntos fuertes del muelle es que ofrece una panorámica muy buena de la costa de Brighton y de sus playas; es más, mirando hacia el este, a lo lejos, incluso podíamos divisar parte de los acantilados de creta de los Seven Sisters que teníamos pensado visitar el día después de la boda.
19:00
Al volver a la entrada del muelle, Marisa dijo de ir al Brighton Marina, un puerto deportivo con tiendas y restaurantes que quedaba bastante alejado, de hecho tardamos más de treinta minutos en llegar andando, pero nos llamó la atención que en el trayecto apenas nos cruzamos con nadie. Una vez allí, resulta que todos los establecimientos estaban cerrados, así que solamente pudimos ver algunos yates amarrados y poco más.
Deshicimos el camino, ahora por la parte superior del paseo marítimo para ver las largas hileras de casas señoriales que daban al mar, de tal manera que cuando regresamos al Brighton Palace Pier pasaban ya algunos minutos de las ocho de la tarde.
Teníamos que darnos cierta prisa en buscar algún sitio para cenar, puesto que en el Reino Unido tienen otros horarios en lo que a las comidas se refiere, por lo que no nos complicamos y fuimos al Regency Restaurant, situado a pocos minutos de donde nos encontrábamos. En mi caso, pedí agua para beber y cené un fish and chips, y en total me salió por 12'30 libras.
Cuando salimos de allí, a eso de las nueve y media, ya era de noche, y justo enfrente teníamos el British Airways i360 con una iluminación muy llamativa y que hacía que pareciese un ovni, así que no me pude resistir a hacerle unas fotos. Fue entonces cuando nos despedimos hasta el día siguiente y volver a nuestros respectivos alojamientos.
Ya en la habitación del hostal, me puse un rato a ver la tele antes de acostarme sobre las once, que el día siguiente se aventuraba largo y había que afrontarlo bien descansado.
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