martes, 11 de junio de 2013

Un año

Un año ha pasado ya, un largo y eterno año desde que una llamada lo cambió todo. Que te digan "Tu padre ya no está entre nosotros" no es que te cambie la vida, simplemente acaba con ella. Ese silencio que escuché después, que tu cuerpo se paralice por la incredulidad y el saber que ya no se puede hacer nada, porque por más inevitable que fuera no me lo quería creer. Nunca olvidaré ese momento en el que confirmé que ya te habías ido, al verte tumbado sin vida en la cama del hospital y corriendo hacia ti mientras me derrumbaba entre lágrimas rogando que todo fuese un sueño y que nada de eso estuviera sucediendo. No. El destino, Dios o lo que quiera que sea decidió que ya no había vuelta atrás, que tu final había llegado, eso sí, de una manera totalmente inmerecida, pues morir con 55 años no es justo, y con el sufrimiento de los últimos meses, menos todavía. ¿Por qué hay gente mala en el mundo que sigue viva, y tú, que no hiciste mal alguno, ya no estás?
Papá, te he echado de menos todo este año, y lo seguiré haciendo. Espero que lo sepas, estés donde estés, pero te prometo que no ha pasado un día que no me haya acordado de ti; es más, no ha pasado un día sin que te haya recordado por lo menos cinco o seis veces, sin que me haya imaginado tu cara con tu bigote o sin que uno de los primeros pensamientos de cada mañana hayas sido tú. Te he echado en falta todos los días; sin embargo, ha habido días y momentos en los que muy especialmente sentía que tú tenías que estar físicamente a mi lado. Apenas dos semanas después de tu marcha, jubilamos el que había sido tu último coche para comprarnos uno nuevo, seguramente el que tú hubieras elegido, en el que habrías escuchado y cantado canciones de Supertramp, Manolo García o Amaral, y el que tendrías que haber compartido conmigo, porque a principios de septiembre me contrataron para mi primer trabajo como profesor en el Colegio de La Asunción. Una enorme alegría que disfruto cada día y que me sirve para contrarrestar en parte tu pérdida, porque si tú has sido mi maestro, ahora soy yo el que enseña a decenas y decenas de alumnos. Casualmente en la entrevista de trabajo, les pedí que me dejaran ir de viaje a Milán para ver jugar al Málaga en San Siro en su primera participación en la Champions League, un partido en el que sí estuviste presente, pero yo quería que hubieras estado sentado a mi lado como todos los años que he compartido contigo en La Rosaleda. Tú más que nadie te merecías haber disfrutado en vivo y en directo nuestro periplo europeo, haber escuchado esa música celestial, haber vibrado con esas históricas victorias, haber celebrado tantos golazos y haber sufrido hasta ese último minuto en el que terminó nuestro sueño. Y cómo me iba a olvidar de otro hito del malaguismo que tú tuviste la suerte de vivir hace 30 años y del que ahora también puedo presumir yo: ganarle al Real Madrid.
Tenías que haber estado presente en esos momentos si realmente existiera justicia en este mundo. Si la hubiera, hoy te habría visto entrar a eso de las tres y media por la puerta de casa viniendo del trabajo con tu traje impoluto, habría almorzado contigo y te habría contado varias anécdotas de mi mañana en el colegio con mis alumnos, me habría reído con tus comentarios y tus 'tonterías', habríamos discutido acerca de si esa jugada fue o no fue realmente fuera de juego o de si el jeque va a vender todos los jugadores... En fin, un montón de cosas que tendríamos que seguir compartiendo, pero hay una que no faltaba cada día, una que ya no escucho de tu boca. Papá, echo mucho de menos que tú me llames "¡Chino!". Mamá me sigue llamando así muchas veces, incluso María, pero no es lo mismo. Si no lo dices tú, que con este apodo tan peculiar me bautizaste, no tiene sentido, como tampoco lo tiene todo lo que te pasó.
Lo que tú tuviste que pasar fue totalmente injusto, pero me hizo aprender muchas cosas. Por ejemplo, aprendí que las personas que padecen cáncer no pierden el pelo por la propia enfermedad, sino por el tratamiento que se les aplica. Ahí es cuando uno se da cuenta de lo difícil que es superar esa enfermedad, y qué fácil parecía al principio, en esos primeros meses, cuando todavía hacías vida normal a pesar de lo mal que nos lo pintaron: te fuiste con mamá a ver las procesiones de Semana Santa, te atreviste varias veces a sacar el coche por la empinada cuesta del garaje para que María saliera con sus amigas a pesar de que el oncólogo te aconsejó no cogerlo, cruzaste casi cada día a la playa para darte unos cuantos baños y me acompañaste a La Rosaleda para seguir animando al Málaga varios partidos. Ganamos las primeras batallas contra el cáncer, pero poco a poco empezamos a perder, y a perder, y a perder. Hasta ese 11 de junio de 2012, ese día que marcó un antes y un después en vida, esa llamada que me hizo comprender que habías hecho lo que habías podido y que me hizo ver que sí, que uno no se da cuenta de lo que quiere a una persona hasta que la pierde, porque yo creía que te quería mucho, pero ahora te quiero muchísimo más de lo que podía imaginar. Por eso, cualquier excusa me sirve para pasarme por tu nuevo hogar, en el columbario de la casa hermandad del Sepulcro, muy cerca de nuestra casa, porque te necesito junto a mí y porque no quiero estar lejos de ti.
Papá, solamente voy a pedirte una cosa, y voy a pecar de egoísta si me dejas. Estés donde estés, cuídame y haz que yo pueda vivir los años que tú no has podido disfrutar, porque, aunque desearía más que cualquier otra cosa en este mundo poder verte ahora, quiero ser partícipe de todos esos momentos y experiencias que tú te merecías haber vivido. Cuando llegue el momento de nuestro reencuentro, ten por seguro que te los narraré con todo detalle para que tú también formes parte de esos recuerdos, y que de esta forma podamos seguir compartiendo nuestra vida, que podamos seguir juntos, que pueda estar siempre contigo, hasta el final de los tiempos, hasta que ya no haya nada más. Papá, no me olvides, porque yo no me olvido de ti.

Te quiere,
Chino

4 comentarios:

Rojo Merlin dijo...

Amigo Rafalillo, estoy leyendo (y releyendo) esto que nos escribes, y la verdad, a la vez que se me ocurren muchas cosas que podría decirte, al final no se me ocurre ninguna que sirva para sobrellevar este momento.
Como yo ya he pasado por momentos similares, y más veces que tú, por la simple razón de que tengo algunos años más, sólo me voy a permitir decirte lo que siento ahora mismo.
Tu padre es para siempre, esté o no esté.
Te va a cuidar siempre, eso no lo dudes.
Y lo vas a tener siempre a tu lado, en los buenos momentos y en los malos, en los buenos para disfrutar contigo, y en los malos, para llorar contigo.
Y siempre te va a estar aconsejando, incluso cuando llegue el momento que pienses que no lo necesitas, él seguirá a tu lado, y seguirá cuidándote y aconsejándote.
Disfruta de él, aunque no lo veas.
Ahora mismo está a tu lado, leyendo esto.
Un abrazo.

Rafalillo dijo...

Me ha gustado mucho tu comentario, y ojalá que todo lo que tú dices sea cierto.

Aún así, creo que es injusto que él haya tenido que pasar por lo que ha pasado y que yo no vaya a poder hacer todo lo que debería haber podido hacer con él físicamente. Y lo digo más que nada por lo que comento en el post, porque uno ve las noticias o lee la prensa todos los días y se encuentra siempre con cientos y miles de malas personas que se merecen peor suerte que la de mi padre, y mira, ahí están, vivitas y coleando.

En fin, ya sabemos que de injusticias está hecho el mundo, y hay que tragar con ellas, pero bueno, salvo por lo de mi padre no me voy a quejar mucho, que por otro lado sé reconocer que hay mucha gente con mucha peor suerte que yo.

Saludos ;)

Griseo Mitran dijo...

Es horrible e injusto. Yo también he pasado por momentos similares y no puedo decirte nada para aliviar la carga, pero lo cierto es que yo también he sentido lo mismo cuando son muertes con tanto sufrimiento día tras día como pasa con un cáncer. Y uno siempre piensa que hay que ver que qué mal está repartido el dolor en el mundo y que porqué se merece esto alguien que se ha comportado tan bien. Hay noches que sueño con ellos, me despierto y me lo pregunto, incluso hay días que pienso que siguen ahí (como si siguieran en el hospital o yo qué sé donde), pero luego te acuerdas y es lo peor. Supongo que de alguna forma u otra están ahí, en nuestros recuerdos y en nuestros corazones.

No puedo decir más de lo que te han dicho más arriba.

¡Saludos!

Rafalillo dijo...

Pues sí, no hay mucho más que decir a lo que habéis dicho tanto tú como Rojo Merlin.

Estar están, a su manera, pero hay muchas personas que se merecen estar aquí y otras que no, y eso es precisamente una de las cosas que más duele.

Saludos ;)