domingo, 24 de septiembre de 2017

Gitano y de la Columna por muchos años

En la tarde noche de ayer tuvo lugar la salida extraordinaria de Nuestro Padre Jesús de la Columna, titular cristífero de la cofradía de los Gitanos, con motivo del 75 aniversario de la bendición de dicha imagen.
El pasado viernes por la noche se procedió al traslado del Cristo de los Gitanos a su casa hermandad desde la iglesia de los Santos Mártires, templo donde recibe culto la imagen. Lo hizo por el camino más corto en un pequeño trono y con una estética que recreaba la que solía tener la anterior talla que fue destruida en los trágicos sucesos de 1931, pero el plato fuerte era sin duda el de la procesión extraordinaria del sábado por las calles del centro y de la Cruz Verde. El cortejo se puso en marcha a las siete de la tarde tras descubrirse un retablo cerámico en la fachada lateral de la casa hermandad para conmemorar esta efeméride. Tras la cruz guía, flanqueada por faroles, fueron dos hileras de hermanos de la cofradía portando velas, así como el guión corporativo y diversa representación cofrade. Nuestro Padre Jesús de la Columna procesionó en su trono del Lunes Santo, y lució para la ocasión varios estrenos, entre los que destacaron el paño de pureza, las potencias y el dorado de las cadenas que atan las manos del Señor a la columna.
En la primera parte de la procesión extraordinaria, el cortejo discurrió por calles y plazas del centro histórico, como por ejemplo Frailes, Peña, Mariblanca, Comedias, Granada, Casapalma, Cárcer, Madre de Dios o plaza de la Merced, muchas de las cuales suelen formar parte del recorrido de la hermandad de los Gitanos cada Semana Santa; luego, en la segunda parte se pudo disfrutar de la procesión en enclaves nada habituales para esta cofradía, pues lo hizo por los barrios de Lagunillas y Cruz Verde, dejando estampas que pasarán a la historia de la Málaga cofrade. El Señor de la Columna, que estuvo arropado de principio a fin por miles de cofrades que convirtieron un sábado cualquiera de septiembre en un Lunes Santo más, contó con el acompañamiento musical de la Banda de Cornetas y Tambores del Santísimo Cristo de las Tres Caídas, algo que ha gustado muy poco a muchos cofrades malagueños por aquello de recurrir a una banda de Sevilla, rival por antonomasia en todo lo que rodea a la Semana Santa, en vez de contar con una de la propia ciudad de Málaga. Yo entiendo las dos posturas, pero de lo que no cabe duda es de ha sido un auténtico lujo poder disfrutar en nuestra ciudad de la calidad interpretativa de una banda tan señera, le pese a quien le pese. Por último, destacar que a lo largo del itinerario se vivieron varios momentos destacables, entre ellos la estación frente a la iglesia de los Mártires, en cuya puerta se situó la Virgen de los Remedios en su trono procesional, otra estación al pasar por la casa hermandad de la Crucifixión, así como las diversas petaladas que Nuestro Padre Jesús de la Columna recibió en varios puntos hasta su encierro a eso de la una y media de la madrugada.

lunes, 18 de septiembre de 2017

No es mío, pero es interesante (CVI)

Un mes más tenemos una nueva entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han interesado en las últimas semanas. Como de costumbre, hay blogs que consiguen colar más de una aportación, como son los casos de Microsiervos y Ya está el listo que todo lo sabe, con ocho y dos posts, respectivamente. Y para variar, mucha variedad: matemáticas, ciencia, astronomía, curiosidades, vídeos, etc.
Echémosle un vistazo a la entrega de hoy:
¿Os han gustado las recomendaciones de esta entrega? Espero que haya sido así y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

martes, 12 de septiembre de 2017

Viaje a Francia: día 2

Martes, 18 de julio de 2017

6:30
Como suele ser habitual cuando viajamos, el primero en levantarse de la cama fui yo, tras lo cual fui al baño a asearme mientras mis amigos seguían durmiendo. Cuando terminé, les desperté para que no remolonearan más de la cuenta y se pusieran en marcha, ya que teníamos un tren que coger que ya estaba pagado y no debíamos perderlo. Mientras ellos iban al baño, yo empecé a vestirme y a preparar todo lo que nos haría falta a lo largo del día que pasaríamos en Carcassonne: mi cámara de fotos, la lista de sitios que visitar, el mapa de la ciudad, los billetes de ida y de vuelta del tren (9 € nos costó cada trayecto por persona), etc. Antes de irnos, tanto Jose como Miguel se prepararon un café aprovechando que entre las cosas que nos había dejado el casero había cápsulas y leche; una vez que se lo tomaron, salimos del apartamento cuando ya eran las ocho menos veinticinco.
Debido a lo temprano que era, no nos cruzamos prácticamente con nadie hasta que llegamos al Boulevard de Strasbourg, donde vimos una estatua dedicada a Jeanne d'Arc. A continuación, nos desviamos por la larga Rue de Bayard, al final de la cual llegamos a la estación de Toulouse-Matabiau, cuyo imponente edificio mantiene las líneas clásicas de las antiguas estaciones de tren. Cuando entramos ya eran prácticamente las ocho, y nuestro tren salía a las 8:06, así que buscamos rápidamente el panel de las salidas para saber a qué vía ir, pero en ninguna de ellas aparecía Carcassonne como destino. No os podéis imaginar el agobio que nos entró. Nos acercamos al mostrador de información, pero entre que había algo de cola y que con los nervios quizás no sabríamos explicarnos, volvimos a mirar al panel y nos dimos cuenta de que de la vía 6 iba a salir un tren a Barcelona a las 8:06, precisamente a la misma hora que el nuestro, por lo que dedujimos que la de Carcassonne sería una de sus paradas.
Nos fuimos corriendo en busca de las vías, y yo mientras tanto mirando mi reloj todavía más agobiado: las 8:03, las 8:04... En la vía 6 había un tren parado, al cual nos subimos sin confirmar ni tan siquiera que era el nuestro, que por fortuna finalmente lo fue. Casualmente, nos habíamos montado en el coche 18, el que correspondía a nuestros asientos (65, 66 y 67), situados en la planta superior, a los cuales subimos con la lengua todavía fuera y jadeando por la carrera que nos habíamos pegado. Los 50 minutos que duró el viaje nos vino de perlas tanto para reponernos del susto que acabábamos de pasar como para descansar un poco más aparte de lo que habíamos dormido, apenas unas seis horas y media. A medio camino vino el revisor, a quien le enseñamos los billetes para que comprobase que todo estaba en orden y que, por consiguiente, no nos habíamos equivocado; de hecho, en nuestro vagón había una pantalla que indicaba que la primera parada del tren sería precisamente la nuestra.

8:56
El tren llegó a Carcassone a su hora. En nuestro pensamiento estaba desayunar en una cafetería de la estación, pero una vez allí nos encontramos con que no había ninguna, lo cual nos extrañó muchísimo, por lo que salimos a la calle en busca de un sitio para ello. El cielo estaba nublado y además hacía bastante fresco, lo que nos hizo temer que iba a llover de forma inminente; por suerte, no corrimos peligro en este sentido, ya que el día se fue abriendo poco a poco. Paramos un momento en el Pont Marengo, sobre el Canal du Midi que también veríamos en Toulouse al día siguiente, para consultar en el móvil de Miguel las recomendaciones de TripAdvisor sobre dónde desayunar en Carcassonne, pero las pocas opciones que mostraba no nos terminaban de convencer. En cualquier caso, cuando nos adentramos en la ciudad comprobamos que las calles estaban casi vacías, en silencio, con todos los comercios cerrados, incluidas las cafeterías, y eso que ya eran las nueve de la mañana.
Ante este panorama, le propuse a mis amigos que fuésemos visitando lo que nos pillase de paso hasta que diésemos con alguna cafetería abierta. En primer lugar entramos en la Chapelle des Carmes, una enorme capilla de estilo gótico que, a pesar de está un poco descuidada por los desconchones y grietas que presenta, cuenta con varias capillas y vidrieras reseñables. Nos acercamos ahora a la iglesia de Saint Vincent, que según lo que tenía apuntado abría a las diez, y así fue, puesto que todavía estaba cerrada, así que seguimos paseando hasta llegar a la Place Carnot, donde por fin empezamos a ver algo de movimiento, en parte gracias a que en ella había un mercado con varios puestos vendiendo fruta, verdura, embutidos, etc. En la plaza vimos dos o tres cafeterías ya operativas, pero sus precios eran un tanto excesivos (6 o 7 € un café, un zumo y una pieza de bollería), por lo que seguimos dando vueltas por los alrededores hasta que en una de sus bocacalles dimos con La Mie Câline, una panadería y pastelería con unos precios más asequibles en la que definitivamente desayunaríamos.
Tras echarle un vistazo a las vitrinas, me decanté por una napolitana (en Francia lo llaman 'pain au chocolat') y un vaso de chocolate caliente que me costó 2'5 €, menos de lo que pensaba porque esa combinación era uno de los menús de desayuno que ofrecían, mientras que mis amigos se tomaron un café y unos croissants. La napolitana estaba bastante buena, mientras que el chocolate caliente era más bien escaso, se bebía en apenas tres o cuatro sorbos, y tampoco era nada del otro del mundo. Al menos salimos del paso y saciamos el hambre que teníamos, que llevábamos casi tres horas sin probar bocado. A las diez nos fuimos de allí para retomar la visita a la ciudad con la Église Saint Vincent, que ahora sí ya estaba abierta, al igual que los comercios y las calles, que ya tenían algo más de vida.
Mis amigos, poco aficionados a las iglesias, se sentaron en uno de los bancos mientras yo la visitaba a mi ritmo. Esta iglesia era bastante más grande que la que estuvimos antes, y también mejor conservada; de ella se podrían destacar varias cosas, como por ejemplo un detalle que vería en otras muchas iglesias durante el viaje, y es una capilla dedicada a los oriundos de la ciudad que murieron por Francia en la Primera Guerra Mundial, así como su estilo gótico languedociano, las alargadas vidrieras del ábside y el órgano. Teníamos la posibilidad de subir a la torre campanario de esta iglesia y disfrutar de unas buenas vistas de la ciudad, pero preferimos reservar fuerzas, así que de allí volvimos a la Place Carnot, esta vez para ver con un poco más de detenimiento los puestos del mercado y la Fuente de Neptuno situada en el centro de la plaza.
Continuamos nuestra ruta por la Rue de Verdun, la más importante de la Bastide Saint-Louis, que así es como se conoce a la parte céntrica de la ciudad, y luego por Les Halles, un edificio porticado que antiguamente era un mercado de semillas, carne y pescado y que ahora alberga, además del mercado, una biblioteca y una mediateca, para llegar a una de las puntos más importantes de Carcassonne, la Cathédrale Saint-Michel, un templo que empezó a construirse en el siglo XIII pero que en realidad ostenta el título de catedral desde hace poco más de doscientos años, cuando dejó de serlo la de Saint-Nazaire, situada en la Cité. El interior me recordó bastante a la de la iglesia en la que habíamos estado apenas media hora antes, también de estilo gótico Languedoc y bóveda de crucería, aunque un poco más vistosa y mejor ornamentada, pero no tanto como otras catedrales de ciudades más grandes e importantes. Me gustó si cabe más por fuera con su gran rosetón, las expresivas gárgolas y el foso que la rodea, donde se halla una llamativa cruz coronada por un gallo dorado.
Nos encontrábamos ahora justo en un paseo arbolado situado en el lado sur de la Bastide, a muy pocos metros del Portail des Jacobins, la única de las cuatro puertas que se conserva de la muralla que rodeaba la ciudad, de la cual se mantiene en pie una parte anexa al pórtico. Nos adentramos de nuevo en el centro para pasear tranquilamente por sus calles, casi todas peatonales, muy limpias y llenas de turistas; también me percaté de que casi no vi ninguna tienda de souvenirs, pero sí bastantes librerías, tal y como advertí el día anterior en Toulouse. Desembocamos por tercera vez esta mañana en la Place Carnot, y, tras desviarnos por la Rue Barbès y continuar por el Boulevard Jean Jaurès, llegamos a la Square Gambetta, una alargada plaza en la que destacan la fachada neoclásica del Musée de Beaux-Arts y las diversas esculturas de bronce que hay repartidas por entre sus zonas ajardinadas.
Eran ya casi las once y media y resulta que ya habíamos visto prácticamente todo lo que tenía apuntado de la zona de la Bastide Saint-Louis, es decir, que si seguíamos a este ritmo, que en realidad era bastante pausado, nos plantaríamos en la Cité en poco más de media hora, y eso implicaría tener que almorzar allí, lo cual queríamos evitar porque todos sus restaurantes son los típicos que tienen menús un poco subidos de precio para la calidad que suelen ofrecer aprovechando el tirón turístico. Ante esta situación, Miguel y Jose propusieron hacer un alto en un quiosco bar que había en la plaza para tomarse un refresco, minutos que aprovechamos para pensar qué hacer. Tras analizar las pocas posibilidades que había, decidimos terminar de visitar lo que quedaba de esta parte de Carcassonne y luego ir en dirección a la Cité para almozar antes de subir en Le Passage, uno de los sitios que tenía apuntados en mi lista, que, además de restaurante, también es un hostal.

12:05
Una vez que mis amigos se terminaron sus refrescos, nos pusimos de nuevo en pie para continuar con nuestra ruta. En primer lugar, fuimos hasta el otro extremo de la plaza, donde hay un monumento de piedra al lado de una gran bandera de Francia, y a continuación cogimos por la Rue des Calquières, al final de la cual nos topamos con la Chapelle Notre Dame de la Santé, una pequeña capilla situada junto al río Aude y que apenas presenta ornamentación alguna, aunque lo que más llama la atención es que en una de sus paredes, alrededor de una hornacina con una Virgen en su interior, hay numerosas placas de mármol dejadas por fieles en las que está grabada la palabra 'Merci', algunas también con el nombre de una persona o un año en concreto, algo que también veríamos en muchas otras iglesias a lo largo del viaje. Ya fuera, nos acercamos a un pequeño mirador desde el cual se ve el río y el Pont Vieux, pero no la Cité, que a pesar de estar sobre una colina se escondía tras los altos árboles que están en la otra orilla.
Avanzamos ahora por la Rue des 3 Couronnes, donde se encuentra Le Dôme, un monumento peculiar por la forma que tiene, pues parece una torre abierta y coronada por una cúpula, y que al parecer formaba parte de un antiguo hospital. Volvimos a la Square Gambetta para abandonar definitivamente la Bastide Saint-Louis y seguir por el Pont Neuf, lugar desde el que se tiene una espectacular panorámica de la Cité, con sus murallas, su castillo y sus torres, así como del Pont Vieux al completo, una estampa muy medieval. Como os podéis imaginar, me pasé allí varios minutos haciendo fotos, aunque la pena fue que no me salieron tan bien como pretendía debido a que el sol lo teníamos justo encima, y por lo tanto los rayos hacían que el cielo estuviese blanquecino y no azul como a mí me hubiese gustado para tener un mejor contraste. Cuando terminamos de cruzar el puente, continuamos por la Place Gaston Jourdanne y luego por la Rue Trivalle, donde encontramos Le Passage, el restaurante en el que habíamos decidido comer.
Al entrar, una de las camareras, que por cierto se defendía con el español, nos llevó a un pequeño patio situado al final del local con un par de árboles que daban una sombra que se agradecía, ya que empezaba a hacer algo de calor. La carta apenas contenía diez o doce platos, así que no tardamos mucho en decidirnos, pero cuando vino la camarera a tomarnos nota empezaron las complicaciones. Primero le pedimos una bandeja grande de quesos y una tabla de embutidos, y además le preguntamos cuál era el plato de la semana que indicaba la carta, a lo que nos dijo que era arroz con sepia; le dijimos que nos lo pusiera para compartir como los otros, pero nos dijo que eso no era posible, por lo que de forma apresurada nos decantamos por un combinado de tapas de verano con ensalada, mientras que para beber le pedimos una jarra de agua del grifo.
En apenas cinco minutos nos trajeron tanto la bandeja de quesos, que menos mal que era la grande porque era más bien escasa, y el combinado de tapas, que en absoluto se parecía a lo uno entiende por tapas, pues más bien era una ensalada con un par de lonchas de jamón serrano, tres tajos de melón y cuatro tarritos cuyos contenidos no fuimos capaces de identificar. La bandeja traía cinco tipos de quesos que estaban solamente aceptables, sin alguno que destacara sobre manera, mientras que las tapas fueron un auténtico fracaso, de hecho dejamos los tarritos medio llenos y también parte de la ensalada. De la tabla de embutidos nada supimos, y ni tan siquiera nos molestamos en reclamarla viendo el nivel de los otros dos platos. En resumen, lo mejor fueron las rodajas de pan (que, por cierto, venían servidas de una manera original, atravesadas por una barra metálica en vertical), puesto que comimos más pan que otra cosa. Por lo menos el almuerzo nos salió barato, 23'50 € en total, pero fue con diferencia la peor comida del viaje.
Salimos del restaurante a las dos para dirigirnos al plato fuerte del día: la Cité, la ciudadela fortificada de Carcassonne. Para llegar hasta allí tuvimos que subir por un camino que bordea la muralla exterior y que lleva hasta uno de los cuatro accesos que tiene, la Porte Narbonnaise, aunque antes visitamos el Cimetière de la Cité. Si por algo destaca este cementerio es por la poca presencia de flores en los cientos de tumbas que hay, pero en cambio están repletas de 'souvenirs' (recuerdos), pequeñas losas de piedra o mármol con diversos motivos (religiosos, de la profesión que ejercían...) que dejan los familiares y amigos de los difuntos, que los hay de hace dos siglos y tan recientes como de este mismo año. Bien es cierto que un cementerio no es un lugar muy atractivo de ver por su significado, pero hay algunos como éste que por su ubicación, sus vistas y su majestuosidad merecían unos minutos de nuestra estancia en Carcassonne.
Entramos a la ciudadela por la citada Porte Narbonnaise, muy reconocible por su dos torres cubiertas por unas llamativas tejas anaranjadas y porque junto a ésta se encuentra una réplica del busto de la Dama Carcas, protagonista de una leyenda que es la que da nombre a la ciudad, aunque en realidad no entramos del todo, sino que paseamos por el sendero comprendido entre las murallas exterior e interior, salpicadas ambas por numerosas torres. Caminar por allí era como viajar en el tiempo hasta la Edad Media, y es que, de no ser por las ropas que vestíamos, cualquiera diría que habíamos retrocedido 600 u 800 años; en este paseo, así como más veces en el tiempo que estuvimos en la Cité, nos cruzamos con una calesa tirada por dos caballos de una raza muy similar, si no idéntica, a la de los caballos que recordaba haber visto en una situación similar en Salzburgo dos años atrás.

14:35
Al final de este sendero llegamos a la Puerta de Saint-Nazaire, junto a la cual había una larga cola formada esperando para asistir al torneo de caballeros (de ésos que van con armadura a caballo portando una lanza) que tendría lugar unos minutos más tarde, eso sí, previo pago de 12 €, lo cual no estaba en nuestros planes, por lo que ahora sí que nos adentramos definitivamente en la ciudadela propiamente dicha. Lo primero que nos encontramos fue la Basilique Saint-Nazaire, que, como indiqué más arriba, fue la catedral de Carcassonne hasta que en 1801 pasó a serlo la de Saint-Michel. El interior estaba lleno de turistas, todo lo contrario que las iglesias que habíamos visitado en la Bastide, en parte justificado por estar ubicado en la Cité y también por su gran belleza e interés artístico, pues combina dos estilos: el románico, presente en las naves y la bóveda de cañón, y el gótico, fácilmente distinguible en el ábside con sus coloridas vidrieras y rosetones. También merecen mención diversos elementos del templo, como por ejemplo su imponente órgano, una estatua de Juana de Arco, el púlpito, etc.
Ahora tocaba callejear un poco por las estrechas y laberínticas calles de la ciudadela, con sus letreros de hierro forjado y sus edificios construidos en piedra al más puro estilo medieval, entre ellos el del Hôtel de la Cité, cubierto además por enredaderas, y muchos otros dedicados al turismo (tiendas de souvenirs, heladerías, pastelerías, restaurantes...), pero lo que sí que podía presumir de ser 100 % medieval era el Château Comtal. Si cierras los ojos y te imaginas un castillo de la Edad Media, sin duda alguna se parecería al que teníamos delante en ese momento. A pesar de que la visita al castillo costaba 9 €, un importe razonable, decidimos no entrar y conformarnos con verlo únicamente por fuera, que ya de por sí merecía mucho la pena, y avanzamos hasta la Place du Grand Puits, llamada así porque en ella se encuentra el pozo grande, uno de los que surtía de agua a la ciudad siglos atrás.
Cuando voy de viaje, una de las cosas que siempre hago es comprarme una o dos camisetas de recuerdo, y de Carcassonne quería llevarme una. El problema era que todas las tiendas de souvenirs que había visto apenas tenían dos o tres modelos que no me terminaban de gustar, y algunas ni siquiera tenían camisetas, pero precisamente en esta plaza di con una tienda dedicada exclusivamente a éstas, llamada Comptoir des Remparts. Tenían por lo menos diez o doce serigrafías diferentes, aunque con poca variedad de colores (tonalidades azules y grises) y un pelín caras (15 €); le eché un ojo a un par de ellas pero no compré nada por si acaso veía una mejor en otra tienda de la Cité. De allí, bajamos por una cuesta al foso del castillo, ya que esa parte se puede visitar libremente; en dicho foso, atravesado por un puente que conecta el castillo con el acceso principal, había varias jardineras con diversas plantas, así como bancos de madera donde nos sentamos unos minutos para descansar antes de continuar con la visita.
Luego seguimos por una calle por la que no pasaba nadie, pero que desembocaba en la Porte de Rodez, el acceso norte de la ciudadela. Mis amigos se quedaron por dicha puerta mientras yo me acercaba hasta la muralla para contemplar las vistas que desde allí había, puesto que se veía casi toda la Bastide Saint-Louis, destacando sobre todos los tejados la torre de la Église Saint Vincent que habíamos visitado tras el desayuno. Seguimos callejeando auxiliados por el mapa que llevábamos impreso para tratar de pasar por todas las calles de la Cité, aunque por ejemplo no podíamos transitar por una parte elevada que rodea la muralla porque estaba incluida en la entrada del castillo. Tras entrar unos minutos en la oficina de turismo, situada en el interior de una de las torres, llegamos a la Porte Narbonnaise, la puerta por la que habíamos entrado en la ciudadela, para esta vez recorrer la calle que parte de ella, rebosante de turistas entrando y saliendo de las numerosas tiendas con las que cuenta; por cierto, una de ellas estaba especializada en pastas y galletas y dentro olía tan bien que daban ganas de quedarse allí toda la tarde.
Al final de esta calle llegamos a la entrada del castillo, muy cerca de la tienda de camisetas en la que estuve antes, así que, como no había visto ninguna otra que me gustase en otra tienda, nos acercamos a ella para comprar una de las camisetas que me habían llamado la atención, en concreto una de color azul, mientras que Jose compró en otra tienda un imán y una postal de Carcassonne. A continuación, deshicimos parte de nuestros pasos para ir a la Place Marcou, donde hicimos un pequeño descanso sentados en la base de un bonito crucificado y a la sombra de un gran árbol de esta plaza, tras lo cual reanudamos la marcha para seguir por la Rue du Plo, a mediación de la cual nos topamos con el Petit Puits, es decir, el pozo pequeño. Ya nos quedaba muy poco que ver, tanto de la Cité como de Carcassonne propiamente dicho, y el 'problema' que se nos presentaba era que casi eran las cinco y hasta las nueve no saldría nuestro tren, por lo que teníamos por delante unas cuatro horas que había que rellenar de alguna manera. Teníamos la opción de merendar algo en alguna de las creperías que habíamos visto callejeando por la ciudadela, pero finalmente la idea no fructificó y seguimos paseando a un ritmo pausado.
Al llegar a la Basilique Saint-Nazaire, nos desviamos por la Rue du Four Saint-Nazarie, una calle surcada por varios arcos, completamente adoquinada y rodeada por paredes de piedra que desemboca en la Porte d'Aude, la cuarta puerta de la Cité que nos quedaba por ver y que sería la que utilizaríamos para salir de ella. Esta salida tiene la particularidad de ser un tanto zigzagueante, con varios recovecos, debido a que esta parte de la muralla se hizo así para confundir a los atacantes que intentaban penetrar en la ciudadela. Además, se encuentra en la parte de la colina con más pendiente, por lo que cuenta con escalinatas y rampas empinadas; por suerte, casi todas ellas las cogimos cuesta abajo, aunque lo malo era que los adoquines se te clavaban en los pies, por lo que había que bajar con cuidado.
Entre que yo iba muy lento y que un grupo de tres turistas me pidió que les echase una foto con el castillo de fondo, Miguel y Jose llegaron un poco antes que yo a abajo del todo, justamente donde se erige la Église Saint-Gimer. Ellos prefirieron quedarse sentados fuera en un banco, así que entré yo solo a esta iglesia, que, si bien tiene poco más de 150 años, tiene muchos rasgos propios del gótico, especialmente en su interior, como prueban sus arcos ojivales, su bóveda de crucería y sus vidrieras, eso sí, no causaban el mismo impacto que un gótico auténtico. Ahora bien, de nuevo me encontré con que esta iglesia, como otras tantas que visité durante el viaje, también presentaba una dejadez más que evidente, ya que tenía bastantes grietas, desconchones y humedades que deslucían, y mucho, sus naves y capillas. De nuevo fuera los tres juntos, nos dimos cuenta de que tanto Jose como yo teníamos los brazos un poco quemados como consecuencia de llevar ya dos días andando a pleno sol, aunque en mi amigo era mucho más notorio.
Curiosamente, el cielo comenzaba a nublarse conforme pasaban los minutos mientras nosotros estábamos allí en un banco, descansando a los pies de la Cité, que se erigía a nuestra derecha coronando la colina sobre la que se asienta. Poco antes de las seis, nos pusimos en pie para ir en dirección al centro de Carcassonne, y para ello tiramos por la Rue Barbacane y enlazamos con el Pont Vieux que ya habíamos visto al mediodía, un puente medieval, peatonal y en el que me sentía obligado a mirar hacia atrás conforme avanzaba para echarle un último vistazo y una última foto a la ciudadela, así como otra que me pidió que le hiciese un grupo de españoles que pasaba por allí. Al final del puente dejamos a nuestra izquierda la Chapelle Notre Dame de la Santé para continuar hacia la derecha hasta llegar a la Square Gambetta, en la que vimos algunas de las esculturas de bronce que no habíamos advertido por la mañana. Seguidamente, cogimos por la Rue Verdun, donde pasamos por delante de la Chapelle des Dominicaines, de la que llama la atención su fachada de estilo neogótico.

18:15
Nos encontrábamos ahora en la Place Carnot sin saber ya muy bien qué hacer, ya que el sitio de la cena lo teníamos decidido de antemano, pero todavía quedaba una hora para que abriese. Tras dar una pequeña vuelta por la plaza, Jose dijo de entrar en una perfumería para comprarse una crema after-sun, puesto que los brazos los tenía bastante rojos; sin embargo, cuando vio que el bote costaba 32 €, decidió no comprarlo, puesto que además era de un tamaño superior al que permiten en el control de seguridad del aeropuerto, y no iba a tirar el dinero así como así. Casualmente, a apenas diez metros había una farmacia en la que vendían un pack de crema solar y after-sun por algo menos de 15 €, por lo que se decantó por él. Nos sentamos en un banco situado justo delante de la farmacia para descansar y dejar que pasasen los minutos, al tiempo que Jose aprovechó para echarse un poco de crema y que le fuese haciendo efecto. La espera se nos hizo un poco larga, y además sabiendo que íbamos a cenar a una hora nada habitual para nosotros, sobre las siete y media u ocho de la tarde, pero no nos quedaba otra teniendo en cuenta que el tren partía a las nueve hacia Toulouse y que una vez allí sería difícil encontrar algo abierto.
Poco después de las siete nos levantamos y giramos hacia la Rue Barbès, para lo cual tuvimos que sortear grandes bloques de piedra que cortaban el paso de vehículos como medida de protección ante posibles atentados, ya que en la plaza se iba a congregar bastante gente para el Festival de Música que tiene lugar en Carcassonne en estas fechas. En apenas un par de minutos llegamos al Stanley Burger, una pequeña hamburguesería con la típica ambientación americana de los 70 que acababa de abrir, por lo que todavía estaba vacío. Nos atendió un camarero joven que, tras invitarnos a sentarnos en la mesa que quisiéramos, nos advirtió en un inglés medio decente que el cocinero llegaría en unos quince o veinte minutos, a lo que le dijimos que no se preocupara, que de momento no teníamos prisa. Mientras tanto, aprovechamos para echarle un vistazo a la carta y elegir lo que íbamos a cenar cada uno.
A las ocho menos cuarto, el camarero vino a tomarnos nota. Los tres pedimos un menú completo de hamburguesa con patatas fritas y Coca-Cola Zero, para mí una hamburguesa Mountain Stanley y una Sweet Stanley para mis amigos, doble en el caso de Jose, que tenía bastante hambre. Cuando nos trajo los refrescos, nos llevamos una grata e inesperada sorpresa, y no porque las latas tuviesen una forma diferente a la que estamos acostumbrados (más alta y estrecha que las de España), sino porque en cada una de ellas aparecía el nombre de una ciudad turística: Hawái, Lacanau y... ¡¡¡Málaga!!! Con la de cientos de sitios que habrá elegido Coca-Cola para sus latas y resulta que nos toca el de nuestra ciudad estando de turismo en Francia. Más curioso no podía ser, así que decidimos llevarnos la lata de recuerdo una vez que terminásemos de cenar, aunque sabiendo que quizás nos la requisarían en el aeropuerto a pesar de estar vacía.
Pasadas las ocho, el camarero nos trajo las hamburguesas, que venían en una tabla junto con un cuenco de patatas fritas, mientras que en la mesa teníamos un vaso con varios sobres de mayonesa, kétchup y mostaza por si queríamos condimentarlas. El tamaño de las hamburguesas era el correcto, ni pequeñas ni grandes, a excepción de la de dos pisos de Jose, a quien le costó terminársela. La mía llevaba bacon, lechuga, tomate seco (lo aparté porque no me gusta), cebolla y salsa barbacoa, mientras que las de mis amigos tenían rúcula, lechuga, tomate, cebolla, queso de cabra y salsa de la casa. Tanto ellos como yo quedamos muy conformes con nuestras respectivas elecciones, incluido el precio (9'20 € mi menú), en mi caso sobre todo porque la carne estaba muy hecha y no un poco cruda por dentro como le gusta a casi todo el mundo. Sobre las ocho y media le pedí la cuenta al camarero, ya que hoy yo era el encargado de pagar las comidas que hiciésemos; mi intención era hacerlo con tarjeta, pero, viendo que el camarero no daba con la tecla a la hora de usar el datáfono, tuve que recurrir a efectivo para pagarle.
Sin mucho tiempo que perder, aunque con más margen que por la mañana, nos dirigimos a la Gare de Carcassonne, para lo cual tiramos por la Rue Barbès y luego por la Rue Georges Clemenceau hasta llegar al Pont Marengo y cruzar a la estación. Ahora sí que no había ninguna duda de cuál era nuestro tren, que sería el que saliese de la vía 2 a las 20:59; de hecho, ya estaba allí cuando llegamos, y casualmente teníamos asignados el mismo vagón (18) y los mismos asientos (65, 66 y 67) que el tren que cogimos por la mañana. Si en el trayecto de ida fuimos Miguel y yo los que nos sentamos juntos, esta vez fueron ellos dos los que iban en asientos contiguos, así que yo me quedé solo al otro lado del pasillo, pero no tenía acompañante, por lo que pude recostarme un poco entre los dos asientos e ir más cómodo. Pasaban los minutos esperando a que viniese el revisor para que nos pidiera los billetes, pero nunca llegó, lo que nos hizo pensar que cada uno de nosotros le habíamos regalado 9 € a la SNCF, la empresa de ferrocarriles de Francia.
Llegamos a la estación de Toulouse-Matabiau a las 21:42, ya prácticamente de noche y con una temperatura bastante agradable y fresca. Al salir de la estación, cogimos por la Rue de Bayard, luego nos desviamos a la derecha por el Boulevard de Strasbourg y a continuación cruzamos para continuar por la Rue Saint-Bernard, al final de la cual nos topamos con la Basilique Saint-Sernin, cuya torre ya estaba iluminada a esa hora, así que aproveché para hacer las últimas fotos del día; después, seguimos por la Rue Emile Cartailhac, la Rue des Salenques, la Rue Lascrosses y finalmente la Rue des Quêteurs, la de nuestro apartamento. En cuanto llegamos, les dije a cada uno cuánto me debían del almuerzo y de la cena para que lo abonasen a través de Bizum, que fue el método que usamos durante todo el viaje para este cometido. Tras ello, comenzó la ronda de duchas, empezando por mí y seguido por Miguel y Jose; además, aproveché para ponerme la camiseta que me había comprado en Carcassonne y comprobar que me quedaba perfecta. Una vez duchados, acordamos que al día siguiente nos levantaríamos a las ocho, ya que tendríamos que desayunar en la calle, y de esta forma aprovecharíamos mejor la mañana. A las doce ya estábamos los tres acostados, un poco cansados por todo lo que habíamos andado, pero es lo que tiene viajar y conocer sitios nuevos...

miércoles, 6 de septiembre de 2017

No abras los ojos

La semana pasada terminé de leer mi cuarto libro de este verano, concretamente 'No abras los ojos', del novelista estadounidense John Verdon.
Una novia ha sido asesinada durante el banquete de su boda de una manera brutal, con la cabeza cortada, y todas las sospechas apuntan al jardinero de la casa en la que vivía junto con su pareja. Han pasado cuatro meses y nada se sabe del paradero del supuesto asesino, Héctor Flores, así que la madre de la joven difunta decide ponerse en contacto con David Gurney, detective retirado de la Policía de Nueva York, para que investigue el caso por su cuenta a cambio de una suculenta gratificación. Gurney se muestra reticente a involucrarse en la investigación, pero finalmente decide implicarse durante un plazo máximo de dos semanas a pesar de que esto conlleva pasar menos tiempo con su esposa Madeleine, quien no termina de aceptar que su marido retome su labor policial, lo puede quebrar su matrimonio. Las sucesivas entrevistas y pistas que Gurney irá encontrando le harán ver que Héctor Flores no es quien parece ser y que detrás de este cruel asesinato se esconden otros asuntos igual de sórdidos.
Me he llevado una cierta decepción con la continuación de la saga protagonizada por el detective David Gurney que dio comienzo con 'Sé lo que estás pensando'. Si en este primer libro me quejaba levemente de que había ciertos pasajes que no aportaban nada a la trama, en este puedo afirmarlo con más rotundidad, y además tengo que añadir que el autor se embrolla demasiado con los continuos giros que experimenta el caso, tiene muchos altibajos, que en mi caso me ha creado confusión y un poco de pesadez en la lectura. En sí el argumento es más que atrayente, una novia decapitada horas después de casarse y un asesino al que nadie es capaz de dar caza, aunque, como digo, la investigación se torna muy compleja, tanto que el final no termina de aclarar todo lo ocurrido como a mí me gustaría. Lo que sí conviene destacar es la capacidad que tiene Gurney de fijarse en todos los detalles y sacar conclusiones a las que los demás no pueden llegar, motivo por el cual es tan valorado por muchos de sus colegas, uno de los cuales hasta le llama 'Sherlock'. De momento, la saga se completa con tres títulos más, a no ser que John Verdon se anime a alargarla; en principio, mi idea es continuarla, pero si el tercer libro empeora a éste seguramente la dejaré sin terminar.