jueves, 31 de julio de 2014

Viaje a Escocia: día 4

Martes, 16 de julio de 2013

8:15
La alarma de mi móvil sonó puntualmente a la hora prevista. No esperé a la segunda alarma porque no había tiempo que perder, ya que teníamos que desayunar en la calle y luego llegar lo antes posible al Edinburgh Castle para evitar las largas colas que se suelen formar. Lo más curioso de todo es que mis dos amigos ya estaban despiertos, y eso que suelo ser yo el que se levanta más temprano, pero esta vez ellos me ganaron por dos o tres minutos. Lo mejor fue el recibimiento que me dieron: que había estado toda la noche roncando. ¡Cómo si lo hiciera a posta!
Entramos por turnos en el baño, aunque, al igual que en el hostal de Glasgow, el lavabo estaba fuera del mismo, lo cual nos permitió estar preparados para salir un poquito antes de lo previsto. Una vez vestidos, y tras coger el plano de la ciudad, la lista de sitios que visitar y mi cámara de fotos, bajamos hasta la recepción para salir por Blackfriars Street a eso de las nueve menos diez y subir la calle hasta llegar a High Street. Nuestra idea era ir a Bella Italia, un restaurante situado en la esquina con North Bridge Street que nos había llamado la atención el día anterior, pero, cuando nos disponíamos a entrar, vimos a través de los cristales que estaba vacío, lo cual nos hizo sospechar que quizás no iba a ser una buena elección. Subimos por la Royal Mile en dirección al castillo para no alejarnos demasiado en busca de algún sitio para desayunar. Había varias opciones para elegir, pero a priori no nos convencía ninguna del todo, y eso que llegamos hasta casi el final de la calle. Una opción segura era la de ir a uno de los J D Wetherspoon, puesto que su carta de desayunos estaba bastante bien; sin embargo, la tuvimos que descartar porque las tres sucursales que tiene en Edimburgo están en la New Town, por lo que perderíamos mucho más tiempo todavía.
Finalmente nos decidimos por el Garfunkel's, un restaurante situado cerca de la Saint Giles' Cathedral, en la propia High Street. Nos atendió una chica que nos llevó hasta una de las mesas que estaban libres. Ya sentados, le echamos un vistazo a la carta, cuyo plato estrella obviamente era el desayuno escocés, el cual se componía de dos salchichas de cerdo y puerro, bacon a la parrilla, dos huevos fritos, una rebanada de patata empanada (no sé cómo traducir hash-brown), judías al horno, un champiñón frito y medio tomate al horno. Mis dos amigos no se lo pensaron dos veces y se pidieron este desayuno con un caffé latte. A mí no me gusta buena parte del desayuno escocés, y por otra parte no suelo tomar ese tipo de comida para empezar el día, así que me decanté por un croissant y un zumo de naranja. La camarera no tardó mucho en traernos el desayuno, aunque el mío estaba incompleto porque en la carta decía que venía acompañado de mantequilla y mermelada, por lo que tuve que llamar a la camarera para que las trajese.
Mis amigos disfrutaron bastante de su desayuno escocés, pero yo no pude decir lo mismo de lo que me había pedido: el croissant no es que fuese muy grande, la mantequilla estaba lo suficientemente dura como para que fuese difícil untarla, y el zumo de naranja no era natural, y encima con hielo, por lo que a naranja sabía más bien poco. Me sentí timado, sobre todo porque, además de la dudosa calidad de lo que me había pedido, me iba a costar 5'55 libras, que al cambio vienen a ser unos 7 euros. Jose y Miguel se tomaron otro café, ahora un cappuccino, ya que con el desayuno que se pidieron, que costaba 8'20 libras, no tenían límite a la hora de pedir bebida. Los dos tarritos de mermelada que me trajeron con el desayuno, al no haberlos gastado, los iba a dejar allí, pero Jose los quería, así que los guardé para llevármelos. Ya eran las diez y cuarto cuando pagamos y salimos de nuevo a la Royal Mile, la cual subimos por High Street, Lawnmarket y Castlehill sin detenernos en ningún sitio, puesto que ya íbamos con retraso y no había tiempo que perder.

10:25
Llegamos a la conocida como Esplanade, que como su propio nombre indica es una gran explanada que está rodeada de un enorme gradería en forma de U y que parecía ser usado para conciertos y demás espectáculos. Justo después nos topamos con el puente que da acceso al Edinburgh Castle, flanqueado a ambos lados por las estatuas de Robert Bruce y William Wallace, y allí mismo nos unimos a la cola que ya estaba formada. El retraso que nos había generado el desayuno lo íbamos a pagar ahora, ya que ni siquiera se veían las taquillas desde donde nos encontrábamos. Nosotros teníamos previsto haber llegado al castillo antes de las diez para salir poco después de la una y luego ir a comer a la New Town, pero el retraso y el tiempo que tendríamos que esperar hasta comprar las entradas nos iba a obligar a hacer la visita no con tanta tranquilidad como pretendíamos.
A los pocos minutos, ya dentro propiamente del castillo, pasamos a la zona de las taquillas, la cual estaba atravesada por cintas separadoras que formaban las calles por las que avanzábamos los visitantes. Allí estuvimos una media hora esperando a pleno sol, que cada vez apretaba más y más, lo cual hizo que pasásemos un poco de calor, puesto que parados se nota si cabe más todavía. A las once y diez fue cuando finalmente pudimos comprar las entradas, concretamente en la taquilla 5; cada uno de nosotros teníamos que pagar 16 libras, así que le di un billete de 50 a la taquillera, quien por cierto detectó que éramos españoles, pues acabó hablándonos en nuestro idioma. A continuación, recorrimos un camino que a mano derecha dejaba la tienda de recuerdos y que terminaba en el Argyle Tower, donde realmente se da acceso al castillo, puesto que allí se encontraba un revisor al que tenías que mostrarle la entrada que habías adquirido en la taquilla.
Tras pasar por el Portcullis Gate, una de esas típicas verjas levadizas de los castillos medievales, nos acercamos a la Argyle Battery, un mirador desde el cual teníamos unas excepcionales vistas de Edimburgo, concretamente de la New Town: Calton Hill, el Scott Monument, los Princes Street Gardens, etc. Más adelante llegamos a la Mill's Mount Battery, donde se encuentra el One o'Clock Gun, un cañón que dispara cada día a la una a excepción de los domingos, una tradición que tiene ya más de 150 años y cuya función original era la de indicar dicha hora a los marineros y a los habitantes de la ciudad para que pudieran sincronizar sus relojes debidamente, aunque ahora se ha convertido en una mera atracción turística a la que luego asistiríamos.
Continuamos la visita por una cuesta en curva para subir hasta la parte más alta del castillo, a la que entramos tras pasar por el Foog's Gate. Allí arriba vimos el Mons Meg, un enorme cañón de cuatro metros de largo y más de seis toneladas de peso que era capaz de bombardear piedras de hasta 150 kilos, algunas de las cuales estaban expuestas justamente al lado. Las vistas que teníamos allí eran incluso mejores que las de antes, pues habíamos ganado algo de altura, así que aprovechamos para hacernos unas fotos con la New Town a nuestras espaldas, entre ellas una que nos hizo a los tres juntos un turista español al que le pedimos ese favor. Luego entramos en el edificio más antiguo de todo Edimburgo, Saint Margaret's Chapel, una pequeña capilla que data del siglo XII y que todavía hoy sigue siendo usada para algunas celebraciones religiosas.
Seguimos caminando por esta parte del castillo, concretamente por la Half Moon Battery, una muralla que da a la parte este del complejo y que cuenta con una hilera de cañones que apuntan al exterior por los huecos que hay en ella. Accedimos a continuación al interior del Royal Palace, en cuya entrada había un cartel que indicaba que estaba prohibido tomar fotos, aunque, como ya sabéis, yo soy de los que no suele hacer caso de estas advertencias, pues me parecen totalmente injustas, así que algunas sí que hice, aunque disimulando lo máximo posible para que no se notara. Ya dentro nos encontramos con varias escenas compuestas por figuras a tamaño real que representaban momentos de la Escocia medieval (coronaciones, talleres artesanos, juicios...). Hacía bastante calor allí dentro, en parte porque apenas había ventilación y porque estaba lleno de gente, lo cual hizo que avanzásemos muy lento.
Mejoró la cosa cuando pasamos a la zona que alberga The Honours of Scotland, es decir, las Joyas de la Corona Escocesa, que se componen por los tres elementos que aparecen en el escudo de armas de Escocia: la Corona, el Cetro y la Espada. Primero accedimos a una sala en la que se exponían unas réplicas de metal de las mismas, y ya en la siguiente, la Crown Room, vimos las originales, las cuales no me atreví a fotografiar porque había dos vigilantes que imponían bastante respeto, y la verdad, no merecía la pena meter la pata. Cabe destacar que allí también se custodia la Stone of Scone, la Piedra del Destino sobre la cual son coronados los reyes británicos, cosa que no ocurre desde que Isabel II accedió al trono en 1953.

12:15
Salimos al exterior, a la Crown Square, una pequeña plaza rodeada por varios edificios: el Royal Palace que acabábamos de visitar, el Great Hall, el Queen Ann Building y el Scottish National War Memorial. A continuación, entramos en este último a través de un portón que está custodiado por las esculturas de un caballo y un león; ya dentro comprobamos que también había varios vigilantes paseando y pendientes de que nadie hiciese fotos, pero yo conseguí hacer una, aunque un poco torcida. Tal y como pudimos comprobar, este memorial se compone de varios monumentos que tratan de recordar a todos los soldados y regimientos escoceses que dieron su vida en conflictos bélicos, especialmente en las dos Guerras Mundiales. Tras abandonar el edificio, salimos de la Crown Square hacia el Foog's Gate para continuar con la visita al Edinburgh Castle antes de acercarnos a ver el One o'Clock Gun, puesto que todavía eran las doce y veinticinco.
Entramos ahora en el Royal Scots Museum, un museo compuesto principalmente por maniquíes con las vestimentas que llevaron los soldados escoceses en diferentes guerras y por dioramas y maquetas que escenifican algunas de dichas batallas; además, en una de las salas había varias vitrinas repletas de esas medallas e insignias que suelen lucir los más altos rangos del escalafón militar. Nada más salir de allí pasamos a la Military Prison, en la que pudimos contemplar cómo eran las celdas en las que vivían los prisioneros de guerra de hace casi 200 años, los cuales tenían que dormir en camas de madera. Más adelante accedimos a una exposición en la que se mostraban las habitaciones subterráneas en las que dedujimos que vivían los soldados. Allí pudimos ver las hamacas en las que descansaban, los cordeles en los que tendían su ropa, las mesas en las que comían o echaban unas partidas de dominó, etc.
Ya era la una menos cuarto, por lo que nos fuimos rápidamente a la Mill's Mount Battery para coger sitio y ver en primera fila el One o'Clock Gun. Hicimos bien, puesto que, al poco de llegar nosotros, esa zona se llenó de turistas que querían presenciar esta peculiar atracción. A la una menos cinco, apareció la maestra artillera para cargar el cañón con la bala que portaba en sus brazos, y seguidamente volvió a su puesto hasta que a falta de un minuto para la una se acercó de nuevo al cañón. Todo el mundo estaba expectante con sus cámaras, ya fuesen de fotos como la mía para inmortalizar ese momento o de vídeo como hizo Jose con su iPhone para grabarlo. Justamente a la una en punto, la maestra artillera disparó, lo cual generó un gran estruendo que asustó a todos los presentes y que hizo que mi foto saliera movida, además de una densa humareda que salía de la boca del cañón.
Si hubiésemos desayunado a la hora que había previsto y, por lo tanto, hubiésemos llegado al castillo más temprano, seguramente ya habríamos terminado, pero todavía nos quedaba una parte que visitar. Bajamos por una cuesta hasta una pequeña plaza presidida por una estatua ecuestre de bronce de Douglas Haig, un oficial británico que participó en la Primera Guerra Mundial. Seguidamente subimos unos escalones para asomarnos al exterior desde el Butts Battery, desde donde se divisaba toda la parte oeste de Edimburgo, destacando principalmente la Saint Cuthbert's Church, el Usher Hall y, ya más al fondo, el Murrayfield Stadium, estadio de la selección escocesa de rugby, y el Tynecastle Stadium, donde juega el Heart of Midlothian F. C.
Bajamos de allí para entrar en uno de los edificios de esa pequeña plaza, el National War Museum of Scotland, el cual recorre los últimos 400 años de la historia militar escocesa a través de cuadros, retratos, banderas, medallas, mapas, armas, uniformes e incluso un vídeo que se proyectaba en una de sus muchas salas. Cuando salimos de allí ya eran las dos menos veinticinco, y, teniendo en cuenta que pretendíamos almorzar en la New Town, decidimos dar por terminada nuestra visita al Edinburgh Castle a pesar de que no habíamos entrado en algunos de sus edificios, como por ejemplo la Governors House o los New Barracks. Así pues, subimos la cuesta por la que bajamos anteriormente para luego seguir por Argyle Battery y salir por el Portcullis Gate.
Antes de salir definitivamente del castillo, entramos en la Portcullis Gift Shop, la tienda oficial del castillo, por si veíamos algo interesante que comprar de recuerdo. Era bastante grande y había mucho donde elegir, pero yo me fui directamente en busca de las camisetas, que es lo que siempre compro cuando me voy de viaje. Como era de esperar, prácticamente todos los modelos que había hacían referencia de alguna manera al Edinburgh Castle, y algunos de ellos estaban bastante bien, aunque yo quería algo más genérico; además, no había ninguna oferta a buen precio si te llevabas dos, así que descarté comprar aquí las camisetas. Por su parte, mis amigos estuvieron mirando diferentes tipos de souvenirs; finalmente, Miguel se decidió por una taza que costaba 2'95 libras y un imán del castillo por el mismo precio, mientras que Jose compró lo mismo que Miguel además de un llavero por 1'95 libras. A la hora de pagar en caja, les envolvieron las tazas con plástico de burbujas para evitar que se rompieran con cualquier golpe que les pudiéramos dar.

13:55
Una vez fuera del castillo, recorrimos la Esplanade para continuar por Castlehill y luego girar a la izquierda por Ramsay Lane, aunque antes de seguir por esta calle cuesta abajo nos detuvimos frente a la entrada del Camera Obscura & World of Illusions, puesto que junto a la puerta había un espejo de esos que deforman la imagen; en concreto, si te ponías delante de éste parecías un enano rechoncho. Como decía, bajamos por Ramsay Lane y seguidamente por Mound Place, donde destaca principalmente el New College, una de las sedes de la Universidad de Edimburgo; luego continuamos por The Mound, dejando a nuestra derecha la Scottish National Gallery y la Royal Scottish Academy, y por Princes Street. Nuestra intención era comer en uno de los dos J D Wetherspoon que hay en George Street, y, como en uno de ellos ya habíamos estado el día anterior, en The Standing Order, nos decantamos por el otro, el The Alexander Graham Bell, al cual llegamos a las dos y veinte.
A esta hora ya no había mucha gente, pues los escoceses almuerzan más temprano, por lo que elegimos la mesa que parecía más cómoda, la 44, cuyos asientos estaban adosados a la pared, lo cual nos permitió descansar más todavía después de toda una mañana caminando. Cogimos la carta que ya casi teníamos aprendida de tantas veces que habíamos estado ya en los restaurantes de esta cadena, pero nos lo tomamos con calma para pensar lo que nos íbamos a pedir, tanto que la señora que estaba en la mesa de al lado, supongo que al escucharnos hablar en un idioma que no era el inglés, se nos acercó para avisarnos de que los camareros no se pasan a tomar nota, sino que somos nosotros los que tenemos que ir a la barra, a lo que le dijimos que ya lo sabíamos.
Pues eso, después de mucho pensar, y es que había mucho y bueno donde elegir, Miguel se decantó por una cerveza John Smith's y una BBQ chicken melt con queso, bacon y salsa barbacoa que le salía por 7'99 libras; Jose se pidió una Pepsi y un fish&chips por el que pagaría 5'35 libras; y yo, otra Pepsi y un 5oz gammon con huevos y patatas fritas que me costó 4'85 libras. Jose vino conmigo para pagar el pedido en la barra y ayudarme con las bebidas, puesto que con los dos refrescos y la cerveza no iba a poder. ¡Qué bien nos vinieron las bebidas! No es que hubiésemos pasado un calor excesivo, pero se agradecía beber algo bien frío para terminar de relajarnos. El camarero vino pasados quince minutos con nuestros tres platos, los cuales tenían muy buena pinta, y además nos recordó que en el mostrador podíamos coger bolsitas de ketchup, mostaza, mayonesa, etc.
Mi plato, como comenté antes, consistió en un filete acompañado de dos huevos fritos y unas cuantas patatas fritas a las que les eché un poco de mayonesa. La carne estaba en su punto, que era lo que yo más temía que no estuviera a mi gusto, por lo que de nuevo quedé más que satisfecho con mi elección en el J D Wetherspoon, al que ya os adelanto que acudiríamos al día siguiente, y ojalá en Málaga hubiera algo similar en cuanto a la calidad, la variedad y el precio se refiere, cosa en la que también coincidían Jose y Miguel, quienes también disfrutaron con sus platos. Ellos incluso se animaron a pedirse un postre para compartir, en concreto unas American-style pancakes con helado y sirope de arce que costaban 2'10 libras. Descansamos un poco más mientras pensamos lo que haríamos el resto de la tarde, que consistiría básicamente en terminar de visitar la Old Town paseando tranquilamente, pues ya no teníamos prisa alguna.
A las cuatro nos pusimos en pie para retomar la caminata. Salimos a George Street para girar a la derecha por Castle Street y después a la izquierda por Princes Street; tras continuar por The Mound, subimos por Bank Street, que recibe este nombre porque allí está la sede del Bank of Scotland. Precisamente en esta calle nos detuvimos un momento para entrar en una tienda de souvenirs y ver qué camisetas tenían, y digo solamente verlas porque no me quería arriesgar a las primeras de cambio por si acaso estuvieran más baratas en otra tienda, que fue lo que me ocurrió en el viaje que hice a Londres dos años y medio antes. De nuevo en la calle, llegamos a High Street, justamente a la esquina donde se encuentra una estatua erigida en recuerdo del filósofo escocés David Hume y a apenas unos metros de la Saint Giles' Cathedral. El día anterior solamente vimos la catedral por fuera, por lo que hoy tocaba conocerla por dentro, aunque antes de ello le di mi cámara a Jose para que hiciese unas cuantas fotos frente a la fachada principal, cuyo estilo era indudablemente gótico.
Nada más entrar, nos encontramos con un cartel en el que se pedía un donativo de 3 libras por la visita y otras 2 libras para poder hacer fotos; como podréis suponer, yo no pagué ni una cosa ni la otra. Jose y Miguel no son de visitar templos, así que me esperaron sentados en un par de sillas mientras yo la recorría y hacía fotos. No se podía negar que la catedral era gótica, tanto por fuera como por dentro, aunque me llamó mucho la atención que la nave central estuviese dividida en dos partes por el altar, lo cual no es muy común, así como la bóveda de crucería que va desde la entrada hasta la altura de la torre central, pues estaba pintada de azul. La Saint Giles' Cathedral no tiene mucho que ver en comparación con otras que he visitado en viajes anteriores, pero bueno, al menos merece destacar sus vidrieras y un gran órgano situado en uno de los laterales. Ya cuando me iba a reunir con mis amigos me topé con una estatua de bronce de John Knox, un sacerdote escocés del siglo XVI que está considerado como el líder de la Reforma en Escocia.

16:35
Salimos a la Royal Mile para continuar con nuestro paseo vespertino. Tras pasar por delante del Mary King's Close, uno de los estrechos callejones más famosos de la Edimburgo subterránea, casi a la altura del restaurante en el que habíamos desayunado esa misma mañana nos topamos con un gran corro de gente. Resulta que estaban rodeando a un hombre que estaba protagonizando un espectáculo que con razón atrajo a tantas personas. Desnudo de cintura para arriba, pidió la colaboración de uno de los presentes para que le ayudase a llevar a cabo un experimento no apto para novatos. Se tumbó sobre su maleta boca arriba y colocó sobre su tronco una tabla atravesada por decenas de clavos para que a continuación se subiera en ella el colaborador con la ayuda de otra persona. El hombre casi ni se inmutó a pesar del peso y de la presión de los clavos que estaba soportando, pero ahí no quedó la cosa, puesto que el colaborador portaba una antorcha con una gran llama que entregó a este hombre, quien de golpe y porrazo se tragó el fuego como si nada. Impresionante.
Unos metros más adelante entré en varias tiendas de souvenirs para seguir viendo camisetas de recuerdo del viaje, pero en éstas no vi nada interesante. Unos minutos antes de las cinco, cuando llegamos a la esquina de High Street con Blackfriars Street, la calle de nuestro hostal, Jose y Miguel me dijeron que iban a aprovechar para dejar en la habitación lo que habían comprado en el castillo para no tener que seguir cargando con ello y de paso ir al baño, por lo que acordamos reunirnos de nuevo en unos quince minutos en esa misma esquina. Yo aproveché para visitar más tiendas, y es que la Royal Mile, además de sus alrededores, está plagada de negocios de este tipo, pues para algo es la vía principal de la Old Town de Edimburgo. En el tiempo que estuve sin mis amigos entré en por lo menos ocho o diez tiendas para continuar con mi búsqueda. Alguna que otra me llamó la atención, especialmente un modelo que vi en un par de ellas y que de momento ocupaba el primer lugar de mis preferencias; eso sí, salvo que viera alguna oferta irrechazable, no me la iba a jugar hasta el siguiente día.
De nuevo los tres juntos, bajamos por High Street para ir hasta el Palace of Holyroodhouse. Justo al final de este tramo de la Royal Mile nos encontramos con The World's End, un conocido pub de la ciudad, y a partir de ahí continuamos por el cuarto y último tramo de esta céntrica vía, Canongate, cuyos edificios mostraban una apariencia más medieval incluso que los del comienzo de la Royal Mile; de hecho, de algunas de sus fachadas colgaban banderolas que fácilmente te transportaban unos mil años atrás. Por el camino, para variar, seguí entrando en las muchas tiendas de souvenirs con las que nos íbamos topando; sin embargo, cabe resaltar una de ellas en la que casualmente yo no me fijé, sino Jose, y es que únicamente vendía camisetas personalizadas con una atractiva oferta de 3x2, pero no me convencía del todo, puesto que comprar tres camisetas me parecía mucho, y por otra parte yo buscaba diseños más típicos y no tan minimalistas como los que allí se mostraban.
Justo enfrente de esta tienda vimos un edificio muy particular y que me llamó mucho la atención, ya que, además de por su indudable estilo medieval, destacaba por un enorme reloj que sobresalía de su fachada; concretamente, en dicho edificio está el pub Tolbooth Tavern, que según parece también es uno de los más típicos de la ciudad. En esa misma acera, unos metros más adelante, vimos el Canongate Kirk, un templo de la Iglesia de Escocia con una silueta y una forma un tanto extraña, diferente a la que estamos acostumbrados, incluso a los que ya habíamos visto a lo largo del viaje. Diez minutos más tarde, después de haber entrado en alguna que otra tienda más, llegamos al final de la Royal Mile, donde nos vimos rodeados por varios puntos de interés, tales como el Scottish Parliament Building, The Queen's Gallery y el Palace of Holyroodhouse.
Nos acercamos primero a este último, la residencia oficial que tiene la reina Isabel II en Escocia, por Abbey Strand para visitarla, pero nos quedamos con las ganas porque había cerrado hace pocos minutos. Nos tuvimos que conformar con asomarnos a través de los barrotes de la verja de entrada, desde donde se veía toda la fachada principal del edificio, que a mí personalmente me parecía más bien una mezcla entre palacio y castillo, y la explanada que tiene delante a modo de plaza con un monumento un tanto extraño en su centro; también conseguimos ver parte de la Holyrood Abbey, la abadía agustina situada detrás del palacio y que está en ruinas desde que su techo se viniera abajo en el siglo XVIII. Deshicimos nuestros pasos para volver a Horse Wynd y situarnos frente a The Queen's Gallery, una pequeña galería de arte que forma parte del palacio y que también había cerrado ya, pero lo que sí que estaba abierto era su tienda de recuerdos. Más que una tienda de souvenirs parecía una tienda de lujo, pues básicamente había joyas, vasijas, vajillas, perfumes, bolsos y otros regalos a precios un tanto prohibitivos en algunos casos. Ni por asomo se me ocurriría comprar algo allí.
De nuevo en la calle, nos fijamos ahora en el edificio del Scottish Parliament, un enorme complejo con un diseño muy modernista y rocambolesco, tanto que no sabría como definirlo o describirlo. Avanzamos un poco hasta un estanque artificial situado en los jardines del edificio y desde el cual teníamos una impresionante vista de las colinas y las peñas del Holyrood Park en toda su extensión, así que no dudé en hacerme una foto. Quien también quería que le hiciese una foto era un chaval que estaba jugando con su perro en el estanque, y obviamente le dije que no. Tras disfrutar unos minutos de la tranquilidad y de la espectacularidad de este paisaje, tocaba seguir pateando la ciudad, aunque ya sin rumbo fijo porque no teníamos nada más que visitar; así pues, saqué el mapa de Edimburgo para pensar entre los tres qué hacer el resto de la tarde. Finalmente decidimos dirigirnos a la New Town, concretamente a la zona donde hay dos centros comerciales para hacer tiempo y buscar por allí un sitio para cenar.

18:00
Pues bien, tiramos por Horse Wynd y, tras sortear la rotonda situada en su confluencia con Canongate, continuamos por Calton Road. Esta calle se parecía bien poco a las que habíamos recorrido en la Old Town, y eso que nos encontrábamos a apenas unos metros de esta parte de la ciudad, y es que casi no tenía ni acera y daba la impresión de que allí no hubiera vida, parecía un suburbio abandonado. Quizás sería porque por encima del muro que teníamos a mano derecha se asomaban varias lápidas pertenecientes a un cementerio situado tras dicho muro. Un poco más adelante llegamos a un tramo lleno de pintadas y graffitis, precisamente a la entrada de un oscuro túnel sobre el cual se encuentran las vías de tren procedentes de la Waverley Railway Station, la cual íbamos dejando a nuestra izquierda conforme avanzábamos. Llegó un momento en el que la calle se torcía a la derecha, donde nos topamos con un enorme arco, el Regent Bridge, el cual atravesamos para llegar de nuevo a la civilización, si se me permite la expresión.
Nos hallábamos ahora en Leith Street en medio de dos centros comerciales: a nuestra izquierda, el St James Shopping Centre; a nuestra derecha, el Omni Centre. Como estábamos en la acera de la derecha, nos acercamos primero a este último, con su fachada completamente acristalada y dos jirafas metálicas a la entrada del que no supimos deducir qué significado tenían. Ya dentro, cogimos las escaleras mecánicas para subir a la primera planta, donde únicamente había salas de cine, así que bajamos de nuevo en busca de tiendas en las que entrar y echar un rato. Para nuestra decepción, abajo solamente vimos unos cuantos bares y restaurantes, siendo uno de ellos The Playfair, el tercer J D Wetherspoon de Edimburgo y al que las circunstancias nos obligarían a acudir al día siguiente para desayunar.
Total, viendo que allí no teníamos mucho que hacer, salimos a la calle y cruzamos al otro centro comercial, el St James Shopping Centre, que acababa de cerrar, por lo que la idea que teníamos de buscar un sitio para cenar en estos dos centros comerciales se había esfumado en absoluto, ya que los pocos que había en el Omni Centre, salvando The Playfair, no nos convencieron. Ante este panorama, decidimos improvisar sobre la marcha, y lo primero que hicimos fue acercarnos al centro por Leith Street y luego por Princes Street. A la altura del Scott Monument giramos a la derecha por South St David Street para ir al supermercado Sainsbury's situado en la esquina con Rose Street. Entramos medio para hacer tiempo medio para echar un vistazo a lo que había con vistas al desayuno del día siguiente, ya que habíamos pensado que uno de los días desayunaríamos con lo que comprásemos en algún supermercado.
Ya en la calle, cogimos el camino de vuelta al hostal para descansar un rato. Para ello, deshicimos nuestros pasos hasta Princes Street para luego coger por Waverley Bridge, donde confirmamos que se encuentra la parada del autobús que va al aeropuerto de Edimburgo, y Cockburn Street, una empinada calle que desembocaba en High Street. Eran las siete y veinticinco cuando mis amigos se dirigieron al hostal, mientras que yo seguí callejeando para entrar en más tiendas de souvenirs y, de paso, ver posibles sitios para cenar en la Old Town. Recorrí la Royal Mile en dirección al castillo hasta llegar al cruce con George IV Bridge en busca de algún pub o restaurante que tuviese buena pinta, aunque no tenía muchas esperanzas sabiendo que la noche anterior también estuvimos por allí y no nos convenció nada.
A la altura de la estatua del Greyfriars Bobby giré a la izquierda por Chambers Street, que por cierto estaba casi desértica, y después por South Bridge, donde se me presentaron más opciones que antes, aunque la verdad es que no eran excesivamente interesantes. Con respecto a las tiendas de souvenirs en las que iba entrando, las camisetas que me gustaban tenían precios similares, así que me barruntaba que al día siguiente me costaría decidirme por una u otra. De vuelta en High Street, me fui hasta Blackfriars Street para regresar al hostal y reunirme de nuevo con mis amigos siendo ya las ocho y diez. Les dije que no había conseguido encontrar nada nuevo con respecto a lo que ya habíamos visto la noche anterior, solamente recordarles que las opciones más viables eran los dos take-away de kebabs y pizzas de South Street, pero no realmente no nos terminaban de convencer.
Tras pensarlo detenidamente, ya que teníamos pensado ir a Rose Street a tomarnos algo al final de la noche, decidimos mirar por allí a ver si teníamos suerte, ya que a Miguel le sonaba haber visto un restaurante en esa misma calle que podría estar bien. Por otra parte, antes pararíamos en el Sainsbury's para comprar algo de postre y tomárnoslo luego en el hostal, y también con vistas a un pre-desayuno para el siguiente día, puesto que también acordamos que iríamos a desayunar a The Standing Order, uno de los dos J D Wetherspoon que están en George Street.

20:25
Tras coger mi cámara de fotos y mi chamarreta, por si acaso refrescase cuando se hiciese más de noche, salimos de nuestra habitación y del hostal para dirigirnos a la New Town. Para variar, subimos Blackfriars Street hasta desembocar en High Street y luego continuar por North Bridge, Princes Street y South St David Street. En apenas quince minutos llegamos al Sainsbury's, donde, como comenté antes, entramos para comprar algo tanto para después de cenar como para el día siguiente nada más levantarnos. Nos llevamos dos cajas de cuatro muffins, una de chocolate y otra con pepitas de chocolate, a 1'79 libras cada una; una bolsa con cuatro tortas con trocitos de chocolate blanco que Miguel decía que estaban bastante buenas que nos costó una libra; y por último dos pintas de leche para mis amigos a 0'49 libras cada una. De nuevo en Rose Street, nos sorprendió muchísimo mientras la íbamos recorriendo que estaba casi desértica, no había ambiente, y eso que solamente eran las nueve de la noche, aunque realmente todavía era de día.
Encontramos en seguida el restaurante que Miguel tenía en mente, pero precisamente era uno de los pocos locales que estaban llenos, y además los precios se salían de lo que teníamos pensado gastarnos para cenar, así que seguimos avanzando en busca de otro sitio. Andábamos y andábamos y la cosa se iba poniendo fea, puesto que no veíamos nada que nos interesase. Finalmente entramos en uno llamado The Black Cat que, aunque también estaba bastante concurrido, tenía una pequeña mesa que estaba libre y que no dudamos en coger. La carta no era muy extensa, pero lo poco que tenía era más o menos lo que queríamos: platos para compartir entre los tres. Cuando decidimos lo que nos íbamos a tomar, Jose y Miguel se acercaron a la barra para hacer el pedido mientras yo les esperaba en la mesa con la bolsa del Sainsbury's. Pasaban los minutos y mis amigos no eran atendidos. Resulta que en la barra había solamente una camarera que obviamente no podía llevar todo para adelante, así que, viendo que iba para largo, decidimos irnos de allí y cancelar la cena.
Lo que haríamos sería ir a un pub a tomarnos algo y luego en el hostal nos comeríamos los muffins y las tortas que habíamos comprado antes. No nos lo pensamos mucho y nos sentamos en una de las mesas que estaban fuera de uno llamado The Kenilworth. Yo, para variar, me iba a tomar una Coca-Cola, así que fueron mis amigos los que se acercaron a la barra, puesto que ellos tomarían cerveza y tenían que ver cuáles había. A los pocos minutos vinieron con mi refresco y sus dos cervezas: una Tennent's y una Peroni. En la cuenta no estaba especificado el precio de cada bebida, pero dedujimos que mi Coca-Cola costaba 3'75 libras, muy caro la verdad, pero ya me lo esperaba teniendo en cuenta que resulta casi un insulto pedirse un refresco en Escocia; al menos, la botella era de 330 ml y no de 200 como las que suelen poner en los bares españoles.
Apenas un cuarto de hora después de habernos sentado, salió el camarero para avisar a los clientes para decir que ocupáramos las mesas de dentro. Supusimos que el motivo era que habría alguna norma relativa a los horarios que deben cumplir los bares, pues eran cerca de las diez y tenía pinta de que a partir de esa hora no puede haber mesas en las calles. Nos sentamos en una mesa cuyos asientos estaban apoyados en la pared de cara al local, cuya estética era típicamente británica, con el techo ligeramente artesonado y casi todo de madera. Miguel se acercó a la barra para pedirse otra cerveza, puesto que la primera se la bebió casi del tirón de la sed que tenía, y luego empezamos a ver las fotos que ellos habían hecho con sus iPhones para repasar los sitios que habíamos visitado a lo largo del viaje, que ya llegaba prácticamente a su fin.
Jose tenía ganas de tomarse otra cerveza, pero no se decidía por una en concreto, así que pensó en pedirle al camarero si sería posible probar algunas. El problema era que no sabía cómo preguntárselo en inglés, por lo que le dije la frase que tenía que decirle. Se acercó a la barra y, tras catar unas cuantas, se pidió la que más le gustó, la cual compartió con Miguel puesto que no se la iba a beber entera. A las once menos cuarto nos dimos cuenta de que los clientes de las otras mesas ya se estaban marchando y que el camarero ya estaba empezando a recoger; así pues, mis amigos se apresuraron para terminarse la cerveza, tras lo cual nos levantamos para irnos, no sin antes despedirnos del camarero, que nos había tratado muy bien.
Ya era de noche cuando salimos del pub, aunque todavía no era noche del todo cerrada. Después de Rose Street, tiramos por Frederick Street para cruzar a Princes Street, donde al levantar la mirada nos encontramos con el Edinburgh Castle iluminado sobre la cima de la roca que corona, una bella estampa que no dudé un segundo en inmortalizar con mi cámara en unas cuantas fotos. Igualmente se las hice al edificio del Bank of Scotland y al hotel The Balmoral, que a esa hora también estaban iluminados de una forma muy llamativa. Recorriendo el North Bridge, me detuve para fotografiar de nuevo el castillo, ahora desde otra perspectiva, y ya por último le hice una a la New Town. Al llegar a High Street, nos topamos con un par de pubs que estaban muy concurridos y además con música en directo, uno con música pop y el otro con violines y gaitas al más puro estilo escocés; al pasar por delante de este último pensamos lo bien que hubiera estado terminar el día en este pub.
Al cruzar de acera para continuar por Blackfriars Street, me encontré una libra en la calzada que no dudé en coger; si hubieran sido unos peniques quizás no me hubiera molestado en agacharme, pero siendo una libra... Pasadas las once y cuarto de la noche llegamos al hostal, y lo primero que hicimos fue ducharnos: primero Miguel, luego Jose y, por último, yo. Mis amigos pusieron a cargar sus iPhones, mientras que yo no tuve necesidad de cargar ni mi móvil ni las baterías de mi cámara puesto que tenía carga suficiente para lo que restaba de viaje. Ya duchados y más cómodos, nos dispusimos a cenar parte de lo que habíamos comprado en el Sainsbury's unas horas antes. Jose y Miguel se tomaron cada uno su pinta de leche y un muffin con pepitas de chocolate; por mi parte, yo me comí un muffin de chocolate, que estaba bastante bueno, y una de las tortas con trocitos de chocolate blanco, la cual estaba espectacularmente buena, tanto que empecé a valorar la posibilidad de comprarme al día siguiente una bolsa para llevármela a Málaga.
Antes de acostarnos, hicimos cuentas de lo que nos habíamos gastado a lo largo del día para incluirlo en la lista de gastos del viaje, y luego comentamos lo que haríamos al día siguiente. Ya no teníamos nada importante que visitar, así que en principio no haría falta levantarse temprano, pero, como teníamos que desayunar fuera, acordamos poner nuestras alarmas a las ocho y cuarto. Iríamos a desayunar al J D Wetherspoon más cercano al hostal, ya que Jose y Miguel querían repetir el desayuno escocés, y luego daríamos un paseo por la ciudad para comprar los souvenirs que nos faltaban. Después de comer volveríamos al hostal para recoger las maletas e ir en autobús hasta el aeropuerto, puesto que nuestro avión saldría a las seis de la tarde. Pues bien, con todo ya planteado, nos lavamos los dientes y nos acostamos cerca de la una de madrugada. Ya solamente nos quedaba un día.

miércoles, 23 de julio de 2014

No es mío, pero es interesante (LXIX)

Aquí tenéis otra entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han gustado en las últimas semanas. Algunos blogs han conseguido colar varias entradas, como son los casos de Microsiervos, Fogonazos, ALT1040 y WTF Microsiervos, con once, tres, dos y dos aportaciones, respectivamente. Ya sabéis que aquí lo que predomina es la variedad, ya que hay matemáticas, astronomía, ciencia, curiosidades, vídeos, etc.
Repasemos la lista de esta entrega:
¿Os han gustado los enlaces de esta entrega? Espero que así haya sido y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

miércoles, 16 de julio de 2014

El ángel perdido

Esta misma mañana he terminado con mi segunda lectura veraniega, que en este caso ha sido del libro 'El ángel perdido', obra del escritor español Javier Sierra.
Es la noche de Todos los Santos y Julia Álvarez se encuentra restaurando el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. De repente observa que, a pesar de que ya está cerrado al público, alguien ha entrado en el templo, una persona con la que llega a tener contacto visual y que incluso le llega a hablar, pero en una lengua que Julia no logra entender. Casi sin esperarlo, comienza un tiroteo dentro de la catedral que provoca la huida de este oscuro personaje, siendo el causante de ello un agente de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de los Estados Unidos que muestra a Julia un vídeo en el que aparece un hombre que ha sido secuestrado: es Martin Faber, su marido. Le informa además de que parece ser que le han capturado en la zona del monte Ararat, en Turquía, donde se encontraba realizando investigaciones climatológicas. Los sucesos que acontecen a partir de ese momento llevan a Julia a adentrarse en una búsqueda en la que participan varios frentes están interesados en dos misteriosas piedras con poderes sobrenaturales que precisamente poseen ella y Martin.
Este libro no lo adquirí bajo mi propia elección, sino que fue un regalo, por lo que la incertidumbre que tenía acerca de su lectura era máxima. Tras haberlo leído, puedo decir que no me ha disgustado, pero tampoco me ha entusiasmado. La trama contiene todos los ingredientes del género novelístico que triunfa desde la irrupción de Dan Brown con su tan criticado 'El código Da Vinci': misterios, símbolos, mensajes encriptados, leyendas bíblicas, desastres apocalípticos, persecuciones, etc. Hay que reconocer que el cóctel que se obtiene es de los que entran por los ojos, y la verdad es que cuando comencé a leerlo pensé que iba a encandilarme; sin embargo, para mi gusto le ha faltado algo que terminase de engancharme del todo, que es lo que más busca en un libro cualquier lector. Probablemente haya sido que me ha resultado un tanto inverosímil todo el trasfondo referente al Diluvio Universal, los ángeles y las mágicas piedras que poseen Julia y Martin, y también los continuos cambios de ubicación y de narrador de la historia, lo cual dificulta e incluso llega a confundir durante la lectura; es más, incluso me atrevería a decir que ciertos personajes sobran totalmente, y eso ayudaría a centrarse algo más en la trama y no complicarla tanto. Lo que sí que es digno de admirar es lo bien que está escrito el libro, pues se deja leer con agilidad y está narrado con todo detalle, y es aquí donde se nota que el autor se ha documentado a la perfección para poder elaborar una historia que, siendo ficción, ha conseguido encajar con maestría numerosos personajes, hechos y textos reales. También tengo que decir que, tal y como está planteado el libro, varias veces he pensado mientras lo leía que bien podría ser el perfecto guión de una taquillera película hollywoodiense, las cosas como son. Creo que este libro ganaría puntos con una segunda lectura, pero antes prefiero seguir con mi lista de títulos pendientes, que son muchos, y quién sabe si algún día aumentará con otra obra de Javier Sierra, pues tengo entendido que ha escrito títulos mejores que éste.

lunes, 7 de julio de 2014

Asesinos sin rostro

Ayer domingo terminé de leer el primero de los libros que pretendo devorar a lo largo de este verano; en concreto, ha sido 'Asesinos sin rostro', del escritor sueco Henning Mankell.
Kurt Wallander es un inspector de policía de la pequeña localidad sueca de Ystad que no atraviesa por un buen momento personal: se acaba de separar de su mujer, apenas se habla con su hija, se lleva más mal que bien con su padre, y encima tiene ciertos problemas con el alcohol, aunque no demasiado graves. Una noche se comete un crimen en el que una pareja de ancianos de Lenarp ha sido brutalmente asesinada. El inspector Wallander es el encargado de resolver este misterioso caso, ya que a priori no existe ningún motivo para que un matrimonio de granjeros haya encontrado tal fin. La única pista con la que cuenta Kurt y su equipo es que la mujer, justo antes de morir en el hospital, pronunció la palabra "extranjero". A partir de ahí se inicia la investigación, la cual va avanzando poco a poco al descubrirse que quizás el robo de una importante suma de dinero haya sido el móvil del crimen y que el marido escondía una doble vida que su mujer desconocía. El posible robo de un coche, llamadas anónimas y amenazantes al inspector, el asesinato de un somalí y otros hechos van guiando a Kurt Wallander en la resolución del caso.
'Asesinos sin rostro' es el primer título de la exitosa saga protagonizada por el inspector Kurt Wallander. El autor, Henning Mankell, parece que ha querido construir una serie de libros que no se centra únicamente en los casos a resolver, sino también en la vida personal de Wallander, un hombre atormentado cuya situación familiar le ha llevado a dejarse en lo físico (bebe con cierta frecuencia, no come debidamente, apenas duerme, etc.), y esto nos lleva a dos historias que, en cierta medida, van cogidas de la mano, pues a veces da la impresión de que Kurt se muestra más o menos lúcido en sus investigaciones según su estado anímico. Como casi cualquier obra del género policíaco que está bien escrita e hilada, el libro engancha desde el principio, aunque no tanto como para terminarlo del tirón; eso sí, tampoco conviene alargar demasiado su lectura (apenas son 300 páginas), ya que una de las pegas que le pongo, y no es una crítica negativa porque es inevitable, es que aparecen numerosos términos suecos referentes a nombres y poblaciones que son fáciles de confundir, pero lo dicho, ante este detalle no podemos hacer nada (lo mismo le pasará a los lectores suecos cuando tienen en sus manos un libro de un escritor español). Lo que sí que no me ha gustado es el final, cuando se resuelve el caso, puesto que resulta un tanto precipitado, casi como por casualidad, aunque también es una muestra de la sagacidad del inspector, quien demuestra estar inspiradísimo cuando parece que el crimen se quedará sin resolver. Tengo entendido que los siguientes libros de la saga mejoran bastante al primero, así que estoy seguro de que la continuaré más adelante para disfrutar de las investigaciones del inspector Kurt Wallander.

sábado, 28 de junio de 2014

No es mío, pero es interesante (LXVIII)

Nueva entrega de 'No es mío, pero es interesante', una sección en la que os recomiendo las entradas de otros blogs y webs que más me han interesado en las últimas semanas. Algunos de ellos han colado más de una entrada, como son los casos de Microsiervos, Ya está el listo que todo lo sabe, Tito Eliatron Dixit, WTF Microsiervos y el Blog de Luis Piedrahita, con ocho, tres, dos, dos y dos aportaciones, respectivamente. En cuanto a la variedad, un poco de todo, como casi siempre: matemáticas, ciencia, curiosidades, vídeos, magia, etc.
Repasemos la lista de esta entrega:
¿Qué os han parecido las recomendaciones de esta entrega? Espero que hayan sido de vuestro interés y que me lo hagáis saber a través de un comentario ;)

jueves, 19 de junio de 2014

Abdicación mundial

España ha sido eliminada del Mundial de Brasil 2014. No hay que decir mucho más después de lo visto, pero no podemos conformarnos con tan pocas palabras porque no ha sido de la forma esperada. Perder se puede perder de muchas formas, y después de casi seis años de gloria infinita se puede perder, porque nada es eterno. El problema es cómo hemos perdido, cómo nos hemos despedido de una competición en la que teníamos puestas muchas esperanzas.
Ahora todos dicen que ya se veía venir, y es que a toro pasado cualquiera se echa flores, pero ni los más pesimistas del lugar se imaginaban que España caería eliminada en la fase de grupos del Mundial a las primeras de cambio, en tan solo dos partidos, con otras tantas derrotas, con siete goles en contra y un solitario gol de penalty a favor, solamente uno. Y todavía queda el partido de la despedida. Nadie se explica cómo es posible que en 180 minutos hayamos encajado siete goles cuando en los tres anteriores torneos en los que nos proclamamos campeones únicamente nos habían metido seis tantos en ¡19 partidos!
Algo ha fallado, eso está claro, y cada uno sacará sus propias conclusiones. ¿Las mías? Ya las dije ayer en mi Twitter al término del partido. España ha carecido de tres características que casualmente empiezan por 'f': frescura, fluidez y fútbol. La frescura era casi evidente, puesto que prácticamente todos los jugadores han llegado al Mundial muy justitos de fuerzas y energías, algunos de ellos por haber tenido varias lesiones a lo largo de la temporada y otros por los años que ya les pesan. La fluidez no ha existido en el juego de la selección, en gran parte como consecuencia de lo anterior, ya que si no se está entonado físicamente no se puede aguantar el ritmo de una competición de este nivel. Por último, y más importante, el fútbol. España nos deleitó en los últimos años con un fútbol de ensueño, de tan alto nivel que prácticamente todo el mundo se rindió a nuestros pies por haber apostado por un estilo muy personal y radicalmente opuesto a lo que se estaba viendo hasta entonces. El problema es que parece que ya nos han cogido el truco, y encima a esto se le une que sin frescura no hay fluidez, y sin fluidez el juego de España no tiene sentido.
El batacazo del debut contra Holanda era totalmente inesperado. La posibilidad de la derrota era factible, ya que Holanda históricamente está considerada como una selección potente, pero de ahí a que nos metan cinco, y pudieron ser algunos más, hay un buen trecho. Lo que ya no tiene excusa es lo de anoche, porque, con todos mis respetos, Chile es inferior a España; otra cosa es que eso se visualice en el césped, cosa que no ocurrió. Por todo ello, las cosas hay que decirlas bien claras: España, la vigente campeona del mundo, ha hecho el ridículo. Hemos pasado de ser la hostia a que nos den una hostia de campeonato.
Hasta aquí las críticas. Fuera de debates acerca de si algunos futbolistas no tendrían que haber sido convocados, de si a algunos ya les ha llegado la hora de jubilarse o de si toca un relevo generacional, lo que no cabe duda es de que precisamente esta generación es la que nos ha hecho soñar y luego creer que sí que era posible. Tenemos que darles las gracias por la Eurocopa de Austria y Viena, por el Mundial de Sudáfrica y por la Eurocopa de Ucrania y Polonia, que estos tres trofeos ya no nos los quita nadie. Ahora toca esperar, que quién sabe si más adelante volveremos a disfrutar de nuevo a lo grande.

domingo, 8 de junio de 2014

Viaje a Escocia: día 3

Lunes, 15 de julio de 2013

7:00
El sonido de la alarma de mi móvil me despertó de mi sueño y me recordó que, al contrario que en otras ocasiones en las que remoloneo varios minutos en la cama antes de levantarme definitivamente, hoy no había tiempo que perder, ya que teníamos que ir en autobús a Edimburgo, y cuanto antes lo cogiéramos antes llegaríamos y más disfrutaríamos de la capital de Escocia. Tras el preceptivo paso matutino por el baño, me vestí y, tras ello, terminé de hacer la maleta que había dejado prácticamente lista la noche anterior antes de ducharme; Jose y Miguel hicieron más de lo mismo y finiquitaron sus respectivos equipajes. Lo único que dejamos fuera fue la mochila de mi cámara de fotos y la hoja de la reserva del hostal por si acaso luego hiciese falta en el momento de hacer el check-out. Siendo ya cerca de las ocho menos cuarto, salimos de la habitación y bajamos en el ascensor hasta la cafetería para ir a desayunar.
Al contrario que el día anterior, esta vez no había tantos huéspedes allí, por lo que apenas tuvimos que hacer cola. Mi desayuno fue prácticamente el mismo que el que me tomé 24 horas antes, con la salvedad de que incluí dos tostadas más; así pues, tenía en mi bandeja ocho tostadas acompañadas de varios envases de mantequilla, un vaso con zumo de naranja y una taza con leche fría. Mis dos amigos, que al igual que yo se decantaron por un desayuno similar al del día anterior, aprovecharon el rato que estuvimos allí para conectarse a Internet a través de su móviles y ponerse al tanto de las últimas noticias del Málaga, del fútbol en general y también del tiempo que íbamos a tener en Edimburgo, que en principio sería bastante bueno. Las tostadas no se tostaron tanto como el otro día, así que me costó un poco más untar la mantequilla, que además estaba un poco fría. El zumo de naranja estaba pasable, mientras que la leche estaba un poco aguada, como casi toda la que se vende en el Reino Unido. Al menos me quedé bastante saciado, que era lo que más me importaba teniendo en cuenta que dentro de un rato nos tocaba aguantar un viaje en autobús.
Cuando terminamos de desayunar, dejamos nuestras bandejas en el bandejero y volvimos a la habitación para que Jose y Miguel se lavaran los dientes y, tras darle un último repaso a todo, coger nuestras maletas para irnos. Había cuatro o cinco españoles esperando a que llegara uno de los dos ascensores; entre que todos no íbamos a caber en uno y que solía tardar en llegar, decidimos bajar directamente por las escaleras con las maletas a cuestas, lo cual no nos importó demasiado, otra cosa hubiera sido tener que subirlas con ellas. Ya en la planta baja, aprovechamos para beber un poco de agua fresca del surtidor que hay allí antes de acercarnos al mostrador de recepción para hacer el check-out; únicamente tuvimos que entregar las tarjetas de la habitación, tras lo cual nos despedimos y salimos a la calle cuando ya eran las nueve menos cuarto de la mañana.
Con la esperanza de coger el autobús a Edimburgo de las nueve y media, nos pusimos en marcha, y para ello cogimos por Clyde Street para luego girar a la izquierda por Dixon Street y continuar por Saint Enoch Square. El día en Glasgow no era muy halagüeño; de hecho, el cielo estaba completamente nublado y hacía algo de fresco, por lo que acabé poniéndome la chamarreta. Ya por Buchanan Street, nos detuvimos en una tienda de souvenirs que hace esquina con Saint Vincent Place. Era relativamente grande y bastante completa, aunque se notaba que estaba especializada en las famosas faldas escocesas, que no son precisamente baratas. Le eché un vistazo a las camisetas de manga corta que suelo comprar cuando viajo, y había alguna que otra que me gustaba, pero preferí dejarlo para Edimburgo, que, al ser más turística, supuse que tendría más variedad de modelos; por su parte, Jose y Miguel compraron cada uno un imán por 2'75 libras.
Fue salir de la tienda y empezar a chispear. Noté un par de gotas sobre mi cabeza, y luego las pequeñas manchitas del suelo lo confirmaron, así que, aunque no era demasiado, aceleramos un poco el paso por si acaso le daba por apretar más de camino a la Buchanan Bus Station, adonde llegamos pasadas ya las nueve y cuarto. Miguel necesitaba ir al baño, así que le dije que fuera al de la estación, pero resulta que costaba dinero utilizarlo, así que se acercó al de la cafetería AM PM, con igual resultado: había que pagar 30 peniques. El autobús para Edimburgo estaba ya arrancando, por lo que me acerqué para preguntarle al chófer cuánto le quedaba para salir. Me respondió que en apenas un par de minutos, pero que cada cuarto de hora sale uno, así pues dimos por perdido el de las nueve y media.
Ya sin tantas prisas, me quedé esperando en el andén con las tres maletas mientras mis amigos iban en busca de unos servicios gratuitos, aunque por si acaso le di a Miguel unas cuantas monedas. El siguiente autobús llegó en seguida, y los pasajeros empezaron a subir. Pasaban los minutos y mis amigos no aparecían. Cogí mi móvil para llamarles porque no estaba dispuesto a perder otro autobús más, pero no obtuve respuesta. Ya me estaba impacientando cuando por fin les vi venir de la AM PM, ya que finalmente tuvieron que pagar 30 peniques para entrar a los servicios de la cafetería. Para no perder más tiempo, ellos cogieron todo nuestro equipaje para guardarlo en el maletero, y mientras tanto yo subí al autobús para pagarle al chófer los billetes, algo sencillo a priori pero que se complicó más de lo esperado, como vais a comprobar a continuación.
Le dije al chófer que quería tres billetes para Edimburgo. Del primer día de viaje ya sabía que cada billete costaba 7'10 libras, así que me dispuse a pagarle con un billete de 50 libras, pero, tal y como me imaginaba, no me lo aceptó, así que le di dos billetes de 20 esperando un cambio de 18'70 libras. Para mi sorpresa, el chófer me dio los tres billetes y solamente 8'80 libras. Inmediatamente, le dije que se había equivocado porque me estaba cobrando 10'40 libras por cada billete, siendo el precio real de 7'10, y él me respondió que no, y además con un acento escocés muy cerrado que me costaba comprender. Le dije que no entendía lo que decía y aquí fue cuando ya casi perdió los papeles. Se puso totalmente encendido y tocó el claxon para avisar a los compañeros que estaban en el andén para resolver el problema, cosa que no consiguieron, ya que quien puso paz fue una chica italiana que estaba detrás de mí y que hizo de intérprete entre los dos porque también sabía hablar español. Ella, mucho más educada y paciente que el conductor, me dijo que ése era el precio del billete, así que al final me tuve que marchar de allí con la sensación de que me habían estafado.
Jose y Miguel ya estaban sentados al fondo del autobús, desde donde presenciaron la discusión que acababa de tener con el chófer, aunque no sabían el motivo en concreto, así que les conté con pelos y señales lo que había ocurrido mientras el autobús ya estaba en marcha recorriendo las calles de Glasgow. Mis amigos, que al igual que yo también sabían lo que costaba realmente el billete, no entendían por qué me había cobrado de más, y la única explicación factible que logramos encontrar era porque habíamos comprado los billetes en el momento de salir el autobús en vez de en las taquillas de la estación, y por consiguiente nos habían penalizado, aunque el hombre que nos atendió dos días antes nos dijo que el billete costaba lo mismo tanto si lo comprabas con más tiempo como si no. Como os podéis imaginar, el cabreo que tenía en esos instantes era monumental.

9:50
Como decía, el autobús echó a andar puntualmente a las 9:45, a pesar de lo sucedido. Para salir de Glasgow, cogió por Cathedral Street, por lo que pasamos por delante de la Saint Mungo's Cathedral poco antes de incorporarse a la autovía. Prácticamente desde que el autobús abandonó por completo la ciudad y su periferia, a ambos lados de la carretera vimos que se extendían bosques y más bosques de frondosos árboles, principalmente abetos, y también de vez en cuando alguna que otra granja con vacas, ovejas, caballos, etc. Estas tranquilas vistas no me hicieron olvidar lo ocurrido con los billetes, y de hecho seguía dándole vueltas al tema, tanto que los saqué para leer lo que ponía en ellos, a ver si deducía algo. Los revisé detenidamente y me percaté de que en la parte inferior estaban escritas las letras 'RET', y fue entonces cuando caí en la cuenta de que el conductor nos había cobrado tres billetes de ida y vuelta.
Le enseñé los billetes a Jose y Miguel explicándoles lo que había deducido al respecto, y llegaron a la misma conclusión que yo, por lo que, cuando llegásemos a la estación de autobuses de Edimburgo, tendría que hablar de nuevo con el chófer y contarle que todo había sido un malentendido para que me devolviera el dinero correspondiente. Mientras tanto, con todavía un buen rato de trayecto por delante, nos pusimos los tres a charlar de varias cosas, y en esto Miguel aprovechó para devolverme los peniques que le sobraron de cuando fue a los servicios de la cafetería de la estación. Precisamente, Miguel nos contó que unos días después de nuestro viaje, para ser más exactos el sábado 27 de julio, se marcharía otra vez de viaje, concretamente con sus padres, a Dublín, la capital de Irlanda, ciudad que por cierto no me importaría visitar en el futuro.
Poco antes de las once de la mañana, fueron apareciendo a ambos lados del autobús más y más edificios, lo cual indicaba que ya estábamos en Edimburgo, con sus casas de un solo piso, todas de tonos oscuros y marrones, muy acordes al tiempo que hacía, bastante nublado y con un ambiente un tanto frío. Al poco de adentrarnos en la ciudad, pasamos por delante del zoo y del Murrayfield Rugby Stadium, y ya a partir de entonces el autobús comenzó a callejear y callejear hasta llegar al pleno centro de Edimburgo, donde logré identificar algunos de los sitios que visitaríamos en las próximas horas y días, como por ejemplo el Scott Monument, Princes Street o Saint Andrew Square. Llegamos a la estación de autobuses a las once y cuarto, siete minutos más tarde de lo previsto, aunque estaba justificado porque había bastante tráfico.
Aprovechando que estábamos al fondo del autobús, esperamos a que se bajara todo el mundo para hablar con el conductor mientras mis amigos recogían el equipaje del maletero. Tenía milimétricamente pensadas las frases que le iba a decir al chófer para que no se cabreara como antes y comprendiera que todo había sido un malentendido. Así pues, le dije que lo que yo quería comprar eran tres billetes simples, no de ida y vuelta, por lo que le pedí que me devolviera la diferencia, pero me dijo que esa gestión la tenía que hacer en la taquilla de información de la estación. Pues nada, me bajé del autobús, y con Jose y Miguel, que ya habían recogido las maletas, me acerqué a la estación en busca de la citada taquilla, la cual encontramos nada más entrar.
Mis amigos se quedaron esperándome a unos metros mientras yo hacía cola. Cuando llegó mi turno, le expliqué al hombre que estaba al otro lado de la mampara de la taquilla lo que me había ocurrido, a lo que me respondió que para solucionarlo tenía que rellenar una reclamación. Eso para mí no era una solución, puesto que, tal y como le dije, solamente iba a pasar un par de días en Edimburgo y no quería perder más tiempo con algo que se puede arreglar en el momento. Yo ya estaba un poco nervioso porque veía que las casi diez libras que habíamos pagado de más las íbamos a perder, y encima todo esto se lo tenía que explicar en inglés a un escocés al que por suerte pude comprender porque no tenía un acento tan cerrado como el del conductor del autobús. En fin, que este señor se levantó de su silla, se acercó a otro hombre que parecía el jefe y, tras un breve diálogo, volvió y me abonó en metálico la diferencia, un total de 9'90 libras (3'30 por cabeza) en varias monedas, lo cual provocó que mi cartera cogiera bastante peso. Le agradecí enormemente al taquillero su ayuda y me despedí de él deseándole un buen día. ¡Qué menos!
Solucionado el problema, ahora tocaba llegar hasta el hostal para dejar las maletas. Abandonamos la estación de autobuses por la salida de Saint Andrew Square; de allí, cogimos por South Saint Andrew Street hasta llegar a Princes Street, una de las principales calles de la ciudad, y con razón, puesto que estaba a rebosar de gente. Cruzamos a la otra acera y, tras pasar por delante del imponente Hotel The Balmoral, giramos a la derecha para atravesar el North Bridge, el puente que comunica la parte nueva con la parte vieja de Edimburgo, a la cual nos dirigíamos. Las vistas desde allí eran excepcionales, pero no nos detuvimos porque ya íbamos con un poco de retraso según lo previsto y, además, más tarde volveríamos a pasar por allí. De nuevo rodeado por edificios, nos encontramos casi sin esperarlo con un Pizza Hut, precisamente lo que pretendíamos buscar para almorzar, y encima estaba muy céntrico. Después de tantos problemas, las cosas empezaban a coger otro color.
Llegamos a High Street, sin duda alguna la calle más importante de la Old Town, y la bajamos hasta desviarnos a la derecha por Blackfriars Street, al final de la cual encontramos por fin el Smart City Hostels Edinburgh. La recepción estaba nada más entrar en el edificio, y nos atendió una chica a la que le pregunté si era posible dejar las maletas por allí para hacer el check-in más tarde, ya que entonces tendríamos que pagar un suplemento que pretendíamos evitar a toda costa, a lo que me respondió que sí. Me dio la tarjeta del luggage room y me indicó cómo llegar hasta allí, ya que dicha habitación estaba en la planta inferior, junto a la cafetería del hostal. Cuando entramos para dejar el equipaje, me di cuenta de que había una maleta exactamente igual que la mía, así que, para evitar confusiones, puse la mía escondida bajo la de mis amigos, quienes aprovecharon para ir al baño situado justo enfrente.

12:00
Subimos a la planta baja para devolver la tarjeta del luggage room en recepción, y, de paso, cogimos un mapa de la ciudad de los que allí había para iniciar nuestro paseo por Edimburgo. Tiramos por Cowgate hasta llegar a Grassmarket, una alargada plaza semipeatonal caracterizada por los típicos y estrechos edificios de dos o tres plantas hechos de piedra que nos hartaríamos de ver en la Old Town. Allí mismo vimos The last drop (La última gota), uno de los pubs más famosos de la ciudad, y llamado así porque allí es donde llevaban a los prisioneros a que se bebieran un último trago antes de ahorcarlos en la plaza.
Continuamos nuestro paseo por West Bow y Victoria Street, dos calles enlazadas que sin duda alguna son de las más pintorescas de Edimburgo, especialmente la segunda de ellas, ya que, además de estar en continua pendiente y en curva, cuenta con dos niveles distintos, y explico esto último. El nivel inferior de la calle  es la principal y se compone de edificios de apenas una o dos plantas con fachadas de colores, muy al estilo de parte del barrio londinense de Notting Hill, en la que se ubican numerosos pubs, restaurantes, tiendas, etc., mientras que el nivel superior cuenta con edificios más altos, muy similares a los que acabábamos de ver en Grassmarket, y con una especie de terraza peatonal desde la que te puedes asomar al nivel inferior. Como podéis comprobar, la calle era más que llamativa; de hecho, probablemente fue la que más me gustó de toda la ciudad. Entre foto y foto, echamos un vistazo a los distintos comercios de esta vía, siendo el restaurante Oink el que más nos llamó la atención, puesto que en el escaparate había un cerdo asado casi troceado al completo.
Nos encontrábamos ahora frente a la National Library of Scotland, en la calle George IV Bridge, la cual bajamos en busca del cementerio de Greyfriars. Unos metros antes nos detuvimos ante otro de los pubs más conocidos de la ciudad, The Elephant House, ya que en él J. K. Rowling pasó varias horas escribiendo las aventuras de Harry Potter. Un par de minutos más tarde vimos la pequeña estatua de Greyfriars Bobby, un perro que permaneció catorce años junto a la tumba de su dueño. Esta muestra de fidelidad se quiso recordar con dicha estatua, situada a apenas unos metros del Greyfriars Kirkyard, el cementerio en el que está enterrado el propio perro, justamente en la entrada, donde se encuentra la lápida rodeada de varios peluches; por cierto, que enfrente de la estatua de Greyfriars Bobby está otro famoso pub que se llama igual que el perro.
Seguimos caminando por George IV Bridge y luego por Forrest Road, una de sus bifurcaciones, en dirección a George Square. Intentamos llegar hasta allí mapa en mano, pero llegó un momento en el que no supimos orientarnos. Estábamos en Lothian Street, y menos mal que, pasados unos cinco minutos intentando situarnos en el mapa, se nos acercó una mujer para ayudarnos e indicarnos cómo llegar adonde queríamos, que si no todavía seguiríamos allí. Tuvimos que deshacer parte del camino recorrido, concretamente hasta el final de Forrest Road, pero ahora nos adentramos en el Middle Meadow Walk, una calle arbolada y peatonal que desemboca en un parque, aunque nosotros nos desviamos antes por una de sus bocacalles para llegar por fin a George Square. En esta plaza se erigen varios de los edificios de la University of Edinburgh, así como varias casas adosadas de estilo georgiano, todos ellos rodeando la parte ajardinada del centro.
Salimos de George Square por Crichton Street para desembocar en Potterrow frente a la Mezquita de Edimburgo. Continuamos por esta calle para luego girar a la derecha por Marshall Street y Nicolson Square, donde ya terminé de ubicarme del todo, puesto que a continuación teníamos que girar a la izquierda por Nicolson Street, una de las calles que llegan hasta High Street, la arteria principal de la Old Town. Pocos metros después de pasar por delante del imponente edificio del Surgeon's Hall, caracterizado por las columnas jónicas de su parte frontal, llegamos al del Old College de la University of Edinburgh, ya en South Bridge Street, con su no menos imponente cúpula. La puerta principal del edificio estaba abierta, así que accedimos al interior. Allí nos encontramos una especie de plaza rectangular con una parcela de césped en el centro, así como varias escalinatas que daban acceso a las diferentes partes del edificio. Estando allí nos entretuvimos con una gaviota que se posó sobre uno de los muros y a la que me acerqué poco a poco y en silencio para poder fotografiarla, cosa que conseguí.
Al salir, comprobamos que justo en la acera de enfrente teníamos un Tesco Express, un supermercado al que ya teníamos pensado ir para comprar el desayuno de uno de los días que estaríamos en Edimburgo. Seguimos andando por South Bridge Street en busca del Pizza Hut en el que almorzaríamos brevemente, puesto que ya era la una de la tarde y había que adaptarse al horario escocés. Casi al final de la calle, pasamos por delante de una tienda de souvenirs, y me detuve un momento por dos razones: para fotografiar las faldas escocesas ('kilts') que estaban expuestas y colgadas en la entrada, y de paso para comprobar el precio de éstas, nada menos que de 50 libras para arriba, y eso que no parecían de las buenas, ya que durante el viaje ya habíamos visto alguna tienda especializada que las vendía todavía más caras.
Ya en High Street, precisamente haciendo esquina con la calle de la que veníamos, vimos The Tron Kirk, un pequeño templo de la iglesia escocesa que ya no se usa como tal desde hace más de cincuenta años, pero que a pesar de todo sigue siendo muy reconocible por su altísima torre. Como decía antes, ya era hora de almorzar, así que cruzamos a North Bridge Street para entrar en el Pizza Hut. Nos recibió un joven al que le pregunté si la bebida estaba incluida en el precio del buffet, a lo que nos respondió que no, aunque la verdad es que daba la impresión de que el pobre no tenía mucha idea acerca de ello. Por lo visto, el buffet saldría por 6'99 libras más lo que costase la bebida, lo cual no estaba del todo mal. Tuvimos que esperar unos minutos a que viniese una chica que sí que parecía un poco más enterada para que nos asignara una mesa, prácticamente la que estaba nada más entrar.
Ya sentados, vino otro camarero, un poco más viejo que los dos anteriores, para tomarnos nota de la bebida, la cual podíamos rellenar todas las veces que quisiéramos; como de costumbre, yo me pedí Coca-Cola, mientras que mis dos amigos se decantaron por Fanta de naranja. Cuando nos trajeron las bebidas, Jose y Miguel se levantaron de la mesa para servirse los primeros platos y echar un vistazo a lo que había, y mientras tanto yo me quedé esperando para vigilar nuestras chamarretas y la cámara de fotos, no fuera a ser que alguien nos robase. Una vez que vinieron, me levanté y me acerqué a la primera mesa del buffet, y de allí me serví dos raciones: una ensalada de pasta con maíz, mayonesa y atún, y otra un tanto rara de la que no sabría decir qué llevaba pero que tenía buena pinta. Empecé por esta última, y la verdad es que tampoco sabría definir su sabor; por su parte, la otra sí que estaba un poco más buena, aunque tampoco para tirar cohetes.
Cuando terminé, volví al buffet para coger más comida, pero esta vez fui a lo seguro: un poco de pasta boloñesa y dos trozos de pizza que ya no me acuerdo qué llevaban (normal, ha pasado ya casi un año desde el viaje...), aunque si no me falla la memoria las había de jamón, pepperoni, hawaiana, margarita, boloñesa, etc. De lo que sí que me acuerdo es de que la pasta, ahora sí que sí, sabía a algo, y de que las pizzas fueron lo mejor; de hecho, ya no volví a por más pasta, sino que a partir de entonces lo único que hice fue comer más pizza. La siguiente vez cogí dos trozos, y en la siguiente, tres, pero antes de empezar a comerlas, me acordé de llamar a mi madre, que ya eran las dos de la tarde y el día anterior le dije que le llamaría sobre esa hora. Pues nada, le conté que ya estábamos en Edimburgo, que ya habíamos dejado el equipaje en el hostal, que en ese preciso momento estábamos almorzando y que hacía buen tiempo. En fin, lo que se cuenta siempre en estos casos.
Mientras hablaba con mi madre, se sentó en la mesa de al lado una mujer con su hijo, que tendría cuatro o cinco años, no más, y que en el tiempo que estuvo allí casi no dejó de mirarnos cada dos por tres, eso sí, además no paraba de comer. El que dejó de comer por unos minutos fui yo, puesto que, tras comerme los tres trozos que cogí justo antes de llamar a mi madre, decidí descansar un rato para hacer hueco a la última ronda, que fue de dos trozos, aunque no conseguí comérmelos del todo porque ya no podía más, y es que también bebí mucha Coca-Cola, lo cual hace que uno coma menos. Mis amigos ya habían terminado de almorzar un poco antes, así que esperamos un poco más a que yo reposara la comida, en concreto hasta pasadas las dos y media, cuando pedimos que nos trajeran la cuenta. Finalmente, el buffet salió por 9'34 libras por barba (6'99 libras el buffet y 2'35 libras la bebida, que nos la recargaron varias veces), lo cual no estaba del todo mal.

14:45
Salimos del Pizza Hut para regresar al hostal, ya que a partir de las tres de la tarde ya podríamos entrar en nuestra habitación. Cogimos por High Street y luego cruzamos para bajar por Blackfriars Street, al final de la cual estaba nuestro hostal, al que llegamos un par de minutos antes de las tres. En recepción nos atendió un joven al que le dije que teníamos una habitación reservada para dos noches; tras comprobar los datos, le dio a Miguel un formulario que había que rellenar, ya que él fue el que se encargó de hacer la reserva, pero, como estaba en inglés, lo cumplimenté yo, aunque al final sí firmó mi amigo. El recepcionista nos entregó una tarjeta de la habitación a cada uno, y también le pedimos la del luggage room para poder recoger nuestro equipaje. Ya con nuestras maletas, fuimos en busca de nuestra habitación, la 110, para la cual tuvimos que recorrer un camino interminable y laberíntico que parecía no tener fin. Dejé la maleta en la habitación y volví a la recepción para devolver la tarjeta del luggage room, y qué sorpresa la mía al ver allí a unos cuarenta jóvenes cargados con sus mochilas y maletas que hacían prácticamente imposible llegar hasta el mostrador. Menos mal que llegamos unos minutos antes, que si no...
Pues bien, de vuelta ya en la habitación, tocaba echarle un vistazo en profundidad: dos literas, teniendo cada cama una pequeña luz individual para no molestar a los demás; un armario para cada litera; una mesa con su correspondiente silla; un televisor; y el correspondiente baño, que nos llamó especialmente la atención porque la ducha no tenía ni cortina ni mampara, sino que era totalmente abierta, con el mismo suelo del resto del baño pero ligeramente inclinado para que todo el agua se vaya por el desagüe. Estábamos un poco cansados por el viaje en autobús de por la mañana, y a eso había que sumarle que acabábamos de almorzar, y bastante además, así que decidimos descansar hasta las cuatro de la tarde. Yo me quedé con la cama más cercana a la puerta de la habitación, mientras que mis dos amigos se quedaron con la litera que estaba junto a la ventana, que daba a una terraza del hostal con varias mesas, sillas y sombrillas de la cafetería; en concreto, Miguel se quedó con la cama de abajo y Jose con la de arriba, exactamente igual que en Glasgow.
Lo dicho, nos echamos un rato en nuestras respectivas camas, que por cierto eran bastante más cómodas que las del otro hostal, hasta las cuatro, hora en la que avisé a mis amigos de que ya tenían que ir levantándose, pero, como era previsible, remolonearon un poco, un cuarto de hora más o menos. Como dije antes, para llegar a la habitación tuvimos que dar un buen rodeo, pero a la hora de salir decidimos investigar por nuestra cuenta, y bien que hicimos, ya que descubrimos que podíamos salir del hostal por un camino más corto a través del bar de la planta de abajo. Ya en la calle, subimos Blackfriars Street para luego girar a la izquierda por High Street y finalmente a la derecha por North Bridge Street. Desde este puente, que une la Old Town con la New Town de Edimburgo, podíamos divisar Calton Hill, la colina que subiríamos en unos minutos, pero no solamente podíamos contemplar eso, sino también el castillo, Arthur's Seat, la estación de tren que está justo debajo, los jardines de Princes Street, etc.
Una vez que recorrimos los más de 150 metros de longitud del puente, llegamos a la New Town, concretamente a la Waterloo Place, donde se encuentra el General Register House, un enorme edificio que es sede de los National Archives of Scotland. Justo al comienzo de Regent Road, cruzamos de acera para subir por unas escalinatas que nos llevaron hasta lo más alto de Calton Hill, una colina que recuerda bastante a la Acrópolis de Atenas como ahora comprobaréis, y es por ello que también se la conozca como la Atenas del Norte. Nada más subir a mano izquierda nos topamos con el primero de los monumentos que allí encontraríamos, el Dugald Stewart Monument, fácilmente reconocible por su forma circular y por sus columnas corintias. Precisamente desde allí pudimos disfrutar de unas geniales vistas de Edimburgo, tanto de la Ciudad Vieja como de la Ciudad Nueva, e igualmente logramos avistar la costa a lo lejos cuando avanzamos por uno de los senderos que surcan la colina; de paso, aprovechamos que el borde de dicho sendero estaba formado por varias rocas para sentarnos en ellas y tomarnos algunas fotos con la ciudad a nuestras espaldas. Seguimos caminando por ese sendero, rodeando por completo el City Observatory, el Observatorio Astronómico de la ciudad, que la verdad no podría estar ubicado en mejor sitio.
Ahora nos encontrábamos delante del National Monument of Scotland, un monumento que recuerda a los caídos en las Guerras Napoleónicas, pero que curiosamente quedó inacabado por falta de fondos, lo cual le ha granjeado numerosos apelativos, y no precisamente positivos, tales como "la vergüenza de Edimburgo". En cualquier caso, la construcción en sí es una auténtica maravilla, e inevitablemente recuerda al Partenón de Atenas con sus enormes columnas. Sin duda alguna, este monumento es el principal atractivo turístico de Calton Hill, por lo que allí había mucha gente haciéndose fotos, y nosotros no íbamos a ser menos. Jose y Miguel incluso se subieron a él a pesar de que no era del todo fácil encaramarse a la escalinata que está a los pies de las columnas; mientras tanto, yo me dediqué a fotografiar tanto al monumento como a mis amigos desde varios puntos: de lejos, de cerca, desde abajo, a los lados, etc.
A pocos metros de allí teníamos el Nelson Monument, una torre erigida para conmemorar la victoria y la muerte del Vicealmirante Nelson en la Batalla de Trafalgar. En el caso de haber subido a lo más alto de esta torre habríamos disfrutado de unas fantásticas vistas de toda la ciudad, pero nos conformamos con las que vimos antes junto al Dugald Stewart Monument y con las que a continuación tendríamos desde un mirador que daba directamente al Arthur's Seat, el pico que más sobresale de Holyrood Park, un enorme parque situado en medio de Edimburgo y que separa el centro de la parte más cercana a la costa. Desde el mirador en el que nos encontrábamos también teníamos unas enormes vistas de la Old Town, con todos los edificios coronados por el castillo, así que allí nos fotografiamos varias veces. Tras ello, cogimos por el sendero que separa el National Monument of Scotland del Nelson Monument para bajar de Calton Hill, pero, pocos metros antes de volver a las escalinatas por las que subimos, nos topamos con un cañón en el que mis amigos querían montarse, y además que les hiciera algunas fotos.

17:30
Bajamos las citadas escalinatas y volvimos a Waterloo Place, concretamente al General Register House, enfrente del cual se encuentra una estatua ecuestre de bronce del Duque de Wellington. Como podéis comprobar, los británicos son muy patrióticos, y es que rara es la ciudad en la que no recuerdan a varios de sus héroes con notables monumentos, estatuas, calles, plazas, etc. Avanzamos ya por Princes Street, la principal calle de la New Town, puesto que en ella se aglutinan numerosos comercios de todo tipo, además de ser una vía de paso para muchas de las líneas de autobuses que circulan por la ciudad. Nuestro paseo comenzó con The Balmoral, un enorme hotel de 5 estrellas que nos daba la bienvenida a esta calle, en cuya acera a continuación encontramos algunos de los accesos a la Waverley Railway Station, la estación de trenes de Edimburgo, que está justamente debajo del puente North Bridge, en el valle que separa la Old Town de la New Town.
Nosotros estábamos en la acera de enfrente, pero cruzamos unos metros más adelante, concretamente cuando llegamos a la altura del Scott Monument, una especie de torre hueca de estilo gótico que se levanta por encima de una escultura de mármol blanco del escritor escocés Walter Scott, a quien está dedicado. Lo que más nos llamó la atención de este monumento es su aspecto mugriento y sucio, fruto sin duda alguna de la contaminación; de hecho, actualmente los único vehículos que puede circular por Princes Street son los del transporte público, en parte supongo que para evitar que se deteriore más y, de paso, descongestionar un poco el tráfico. Mis amigos decidieron descansar unos minutos sentados en el césped que rodea al Scott Monument, mientras que yo aproveché ese tiempo para hacerle unas cuantas fotos al monumento, que, además de por su oscuro color, destaca por sus algo más de 60 metros de altura, desde la cual se puede disfrutar de una bonita panorámica de toda la ciudad, la cual no veríamos nosotros porque entre las que tuvimos un rato antes en Calton Hill y las que tendríamos al día siguiente desde el castillo ya serían más que suficientes.
Justo enfrente de nosotros teníamos los grandes almacenes Jenners, cuya apariencia arquitectónica no dista demasiado de la de Harrods, aunque sí que es un poco más pequeño que los de la capital londinense; al otro lado del monumento nos podíamos asomar a los Princes Street Gardens, un enorme parque que se extiende por todo el valle situado entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva de Edimburgo. Poco después de las seis menos cuarto nos pusimos de nuevo en marcha, precisamente por uno de los paseos que recorren estos jardines, el que empieza en el Scott Monument y termina en The Mound, una explanada situada por encima del parque y de las vías de tren en la que se encuentran la Scottish National Gallery y la Royal Scottish Academy, dos museos de arte que externamente destacan por su marcado estilo neoclásico, como demuestran sus numerosas columnas de orden jónico y dórico, respectivamente. La primera de ellas es la más importante galería de arte de Escocia, pero no la visitamos porque las obras que expone no son muy conocidas, a excepción de 'La Inmaculada Concepción' de Zurbarán, 'Vieja friendo huevos' de Velázquez y poco más.
Había mucha gente en la explanada que separa a ambos edificios, y es que había un grupo de tres músicos interpretando una canción con evidentes pinceladas célticas, puesto que uno de ellos tocaba una gaita, y claro, estando en Escocia eso atrae a los turistas. Mis amigos se quedaron un rato viendo la actuación, mientras que yo me acerqué a una maqueta de bronce del centro de Edimburgo que había allí cerca y luego me asomé a los jardines para hacer unas cuantas fotos. Todavía seguía el grupo tocando cuando me dispuse a reunirme con Miguel y Jose, a los que al principio no conseguí localizar, pero tras un par de minutos buscándoles les encontré. Cuando terminó la actuación, mis amigos me pidieron unos cuantos peniques para dárselos al grupo, y, tras ello, reanudamos nuestro camino, aunque antes nos dio tiempo a ver a un escocés vestido con el tradicional kilt y tocando la gaita a apenas unos metros del grupo anterior.
Ahora tocaba pasear un rato por los Princes Street Gardens, a los que accedimos por una de las entradas de la verja que la rodea, concretamente la que está en la esquina de The Mound con Princes Street. Dicha entrada se iniciaba con una rampa cuesta abajo en cuyo lado derecho vimos un enorme reloj hecho de flores que para nada era de pega, sino que funcionaba; es más, a su lado había una pequeña caseta de madera de la que seguramente saldría un cuco para cantar las horas puntas, aunque este detalle no lo llegamos a comprobar. Seguimos descendiendo por la cuesta cubiertos por unos frondosos árboles hasta llegar al paseo principal que se abría en mitad de los jardines.
A ambos lados del camino teníamos auténticas alfombras de césped salpicadas por árboles de diferentes clases, mientras que en el límite del camino con el césped se sucedían varios bancos de madera que tienen una historia bastante curiosa y bonita, ya que todos los bancos que hay repartidos por la ciudad cuentan con una pequeña placa en la que aparece el nombre de una persona fallecida junto sus años de nacimiento y muerte, y a veces también su profesión o una frase. Los familiares de estas personas pagan una cuota al año para mantener estos bancos que recuerdan de una manera muy especial a sus seres queridos, de tal forma que se puede decir que una parte de Edimburgo pertenece a dichas personas. La idea es bastante original, y la verdad es que no me importaría que se aplicara en mi ciudad con algo parecido, aunque sinceramente lo veo muy poco probable teniendo en cuenta lo poco cuidadosos que somos con el mobiliario urbano por aquí.
Al poco de estar por allí paseando, vimos a nuestra izquierda una ardilla correteando por el césped, así que no pude evitar la tentación de acercarme sigilosamente para hacerle unas cuantas fotos. Dos años y medio antes, cuando estuve en Londres, lo intenté sin fortuna el último día del viaje en St. James's Park, pero esta vez conseguí mi objetivo. La ardilla, cuando sintió que yo me estaba aproximando cada vez más y más, trepó por el tronco de un árbol hasta posarse en una de sus ramas; por suerte no estaba a demasiada altura, por lo que, sin hacer mucho ruido, cogí la cámara y disparé unas cuantas veces mientras la ardilla devoraba un fruto que había cogido antes. También a nuestra izquierda, pero alzando la vista un poco más, teníamos el imponente castillo de Edimburgo coronando la roca sobre la que se erige. La estampa era cuanto menos espectacular, y claro, ahí también cogí la cámara para capturar dicha estampa en varias instantáneas.
Llegó un momento en el que nos tuvimos que desviar hacia la derecha porque el camino se veía interrumpido por el Ross Bandstand, una especie de auditorio que puntualmente es utilizado para conciertos musicales. Ahora nos encontrábamos en otro de los caminos de los Princes Street Gardens, para ser exactos en el nivel superior de los jardines, desde el cual se podía admirar incluso mejor la majestuosidad del castillo. En dicho camino vimos también el Scottish American War Memorial, un monumento compuesto por la estatua de un soldado y por un friso detrás de ésta que recuerda a los escoceses que participaron en la Primera Guerra Mundial, y, unos metros más adelante, la Ross Fountain, una fuente de hierro que precisamente a esa hora no echaba agua alguna. Por último, nada más salir de los Princes Street Gardens, pasamos por delante de una cruz celta en recuerdo de Edward Ramsay, un clérigo que fue deán de Edimburgo en el siglo XIX.
De nuevo en Princes Street, nos adentramos en la New Town por South Charlotte Street hasta desembocar en Charlotte Square, una plaza ajardinada a la que no pudimos acceder debido a que todos los accesos de la verja que la rodea estaban cerrados. Ante esta situación, no tuve más remedio que apurar al máximo el zoom de mi teleobjetivo para poder fotografiar el Prince Albert Memorial, una estatua ecuestre de bronce situada justo en el centro de la plaza que recuerda al que fuera consorte de la famosa Reina Victoria. Al parecer, los únicos que pueden acceder a esta parte de la plaza son los propietarios de los edificios que hay en ella, y precisamente uno de dichos dueños es el Primer Ministro de Escocia, puesto que en el lateral norte de Charlotte Square está su residencia oficial, la Bute House. Por cierto, que en la acera del lateral este de la plaza vimos una señal de tráfico de color amarillo que ponía "Diversion" junto con una flecha hacia la derecha; obviamente se trata de un 'false friend', ya que lo que realmente indica es hacia donde se tienen que desviar los vehículos que pasan por allí.
A continuación tiramos por Rose Street, una calle peatonal paralela a Princes Street que comienza en una de las esquinas de la plaza en la que nos encontrábamos y que destaca principalmente por la gran cantidad de pubs que aglutina; de hecho, al entrar en dicha calle había un gran panel informativo con un plano en la que aparecían todos los comercios, pubs y demás locales que hay en ella para poder guiarte. Ni siquiera eran todavía las siete de la tarde y algunos de estos pubs ya tenían a gente en sus terrazas tomándose una copa, seguramente después de haber cenado, por lo que todo hacía indicar que en breves minutos se irían llenando del todo. Mientras paseábamos, nos fijamos con cierto detenimiento en los pubs para ir a uno de ellos el día siguiente a modo de despedida del viaje; además de lo pintoresco de esta calle, lo mejor era que al mirar a la derecha en algunas de las bocacalles de ésta podías contemplar el Castillo de Edimburgo, Princes Street Gardens, la Royal Scottish Academy y, por último, el Scott Monument.

18:55
Llegamos finalmente a Saint Andrew Square, una gran plaza en la que destaca el Melville Monument, una enorme columna dórica coronada por la estatua de Henry Dundas, un famoso político escocés del siglo XVIII. Mis amigos se quedaron en la verja que da acceso a los Saint Andrew Square Gardens para ver más de cerca dicho monumento y también el Dundas House, la sede del Royal Bank of Scotland. De nuevo los tres juntos, reanudamos la marcha por George Street, la calle más importante de la New Town de Edimburgo y que une sus dos principales plaza, la que acabábamos de abandonar y Charlotte Square. A lo largo de esta céntrica vía pasamos por delante de algunos edificios de interés, tales como el Saint Andrew's and Saint George's West Church, The Dome, The Royal Society of Edinburgh y The Assembly Rooms.
Justo antes de recorrer la mitad de la calle nos detuvimos frente a The Standing Order, uno de los restaurantes de la cadena J D Wetherspoon, que ya conocíamos de Glasgow porque almorzamos dos veces allí. Eran casi las siete y cuarto, y a Jose y Miguel les apetecía hacer un pequeño alto en el camino, así que aprovechamos y entramos allí. El interior del edificio recordaba al de un banco de estilo clásico, y es que realmente ésa era su función hasta que lo adquirió esta cadena de restauración, a la que acabaríamos yendo todos los días del viaje sin excepción. Tomamos asiento en una de las pocas mesas que estaban sin ocupar, ya que, tal y como advertí antes, a esta hora es cuando los escoceses ya están cenando o, mejor dicho, terminando de cenar.
Yo no tenía ganas de tomarme nada, pero mis amigos sí querían probar alguna de las muchas cervezas de la carta. Como no se aclaraban entre tantas opciones, se acercaron a la barra para que uno de los camareros les diera consejo, y tuvieron suerte, puesto que les atendió un español. Al rato volvieron con un vaso de cerca de medio litro que les costó 3'15 libras y que compartirían entre los dos. Me ofrecieron probarla y les dije que no, pero al final acabé cediendo de tanto que insistieron, a ver si así se callaban de una vez. Tal y como me esperaba, el sorbo que probé no me gustó, y según me dijeron no era cerveza del todo, sino un derivado un tanto extraño. Estuvimos allí aproximadamente media hora, tiempo suficiente para descansar y seguir paseando por la ciudad.
De nuevo en George Street, no la terminamos de recorrer, puesto que nos desviamos por North Castle Street, una bocacalle cuesta abajo en la que nos topamos con el Consulado de España y que desembocaba en Queen Street, otra de las calles principales de la Ciudad Nueva y que conforma uno de los laterales de los Queen Street Gardens, a los que pretendíamos entrar, pero nos fue imposible porque estaban rodeados por una verja que estaba cerrada. Continuamos por North Saint David Street, donde, en contraposición a la de unas horas antes, vimos la señal de tráfico de "Diversion ENDS", y ciertamente parecía que se cumplía la falsa traducción de ese mensaje, puesto que ya casi se había terminado la jornada turística para nosotros. Tras pasar de nuevo por Saint Andrew Square, llegamos hasta el Scott Monument, y, ya a paso muy tranquilo, seguimos por Princes Street y North Bridge para de esta forma regresar a la Old Town.
High Street, la calle más importante de la Ciudad Vieja, estaba bastante concurrida a esta hora tanto por turistas como por los propios escoceses, sobre todo en los tramos peatonales de esta céntrica vía. Entre tante gente vimos un grupo de guías españoles que se anunciaban con carteles a los turistas muy cerca de Saint Giles' Cathedral, un templo religioso que, a pesar de su nombre, no es realmente una catedral porque la Iglesia de Escocia carece de ellas, aunque se le llama así porque lo fue en el pasado; de todas formas, el nombre con el que suelen referirse los escoceses a esta catedral es High Kirk. Junto a ella encontramos una estatua dedicada al economista escocés Adam Smith y el Old Fishmarket Close, uno de los famosos y estrechos callejones de la ciudad.
Un poco más adelante, concretamente en un lateral de la plaza situada frente a la fachada principal de la Saint Giles' Cathedral, nos topamos con el Heart of Midlothian, un mosaico que hay en el suelo con forma de corazón en el que la gente suele escupir a modo de desprecio, ya que antiguamente había un prisión en dicho lugar, aunque por lo visto ahora se hace más bien porque trae buena suerte, o eso dicen. La verdad es que esa parte del pavimento estaba un poco más sucia que el resto. Avanzamos por The Royal Mile, ahora ya por el tramo conocido como Lawnmarket, donde abundan las tiendas de souvenirs, hasta la confluencia con Castlehill, donde se erige The Hub, un antiguo templo de estilo gótico de la Iglesia de Escocia que en la actualidad es la sede del Festival Internacional de Edimburgo que se celebra cada mes de agosto.

20:50
Al mismo tiempo que paseábamos también buscábamos un sitio para cenar, puesto que en breve serían las nueve de la noche y teníamos algo de hambre. Continuamos caminando por Johnston Terrace, pero nos dimos cuenta de que en esa dirección no encontraríamos nada, así que retrocedimos hasta The Hub y bajamos por Upper Bow, una callejuela que llega hasta el nivel superior de Victoria Street, esa calle tan particular en la que estuvimos por la mañana. Por allí tampoco veíamos nada que nos llamase la atención, por lo que decidimos continuar por George IV Bridge en busca del supermercado Tesco que teníamos localizado para casos de emergencia como éste, a no ser que de camino hasta allí nos topásemos con alguna opción más interesante. De nuevo en The Royal Mile, recorrimos el primer tramo de High Street para luego girar a la derecha por South Bridge Street hasta el Old College, enfrente del cual se encuentra el Tesco al que finalmente entramos a eso de las nueve y cuarto de la noche, aunque todavía era de día.
No estaba muy concurrido el supermercado, ya que a esa hora los escoceses suelen estar en casa. Nos paseamos por los pasillos para tantear las diferentes opciones que teníamos, y finalmente acabamos en la zona de los frigoríficos. Jose y Miguel lo tuvieron muy claro desde el momento en el que vieron una oferta de dos yogurts Activia por una libra, mientras que yo estuve varios minutos dudando porque no terminaba de decidirme sobre qué llevarme. Yo tenía algo más de hambre que mis amigos, y al final cogí un sándwich de pan integral de jamón y queso por 1'85 libras y un yogurt Onken de fresa de casi medio litro que costaba 1'26 libras. Nos acercamos a la cola para esperar nuestro turno y ser atendidos por un joven que parecía indio, y es que en Escocia, como en el resto del Reino Unido, hay muchos inmigrantes asiáticos.
Salimos a la calle para volver al hostal por South Bridge Street; a continuación, giramos a la derecha por High Street y de nuevo a la derecha bajamos finalmente por Blackfriars Street, al final de la cual se encontraba el Smart City Hostels. Nos fuimos directamente a nuestra habitación, y lo primero que hicimos fue tumbarnos sobre nuestras camas, puesto que estábamos muy cansados después de haber estado todo el día de un lado para otro, incluido un viaje en autobús desde Glasgow. Tras ello, me cambié de ropa para estar más cómodo y fresco, ya que en la habitación hacía un poco de calor, y luego puse a cargar la batería de mi cámara de fotos, mientras que mis amigos hicieron lo propio con sus iPhones.
Ya iba siendo hora de cenar. Mis amigos se tomaron sus respectivos yogurts, mientras que yo empecé con el sándwich. Estaba más bueno de lo que me imaginaba, pues yo no soy muy de comer pan integral, pero el jamón y el queso camuflaban ese sabor, así que apenas noté la diferencia con respecto al pan de molde normal. Cuando me lo terminé, abrí el bote del yogurt que había comprado y cuál fue mi sorpresa cuando comprobé que no era tan líquido como me esperaba, sino que era más espeso incluso que un yogurt de los de toda la vida. Menos mal que uno de mis amigos tenía una cuchara de plástico en su maleta, porque en caso contrario no sé cómo me lo habría tomado. Estaba bastante bueno, aunque un poco grumoso, lo cual hizo que me costara tomármelo entero, y es que casi medio kilo de yogurt es mucho yogurt, pero yo de los que no tiran la comida mientras me quepa algo en la barriga, y si encima tenía a Jose y a Miguel animando para que lo terminara, pues con más razón todavía.
Ahora tocaba reposar la cena, que había sido más copiosa de lo esperado, así que me tumbé un rato en mi cama, aunque no con la idea de dormir todavía. Estuvimos discutiendo acerca del plan que seguiríamos al día siguiente. Lo más importante era levantarse temprano para desayunar en la calle y ser de los primeros para entrar en el Castillo de Edimburgo con el fin de evitar las colas y pasar allí toda la mañana; luego, la idea sería almorzar, cómo no, en un J D Wetherspoon y callejear por nuevos sitios de la ciudad, incluyendo una visita al interior de la Catedral, que ya la habíamos visto esa misma tarde por fuera. Por último, terminaríamos el día en algún pub típico escocés de los que habíamos visto en Rose Street.
Tras reposar la cena y planificar lo que daría de sí la última jornada completa que pasaríamos en Edimburgo, hicimos recuento de lo que habíamos gastado a lo largo del día para añadirlo a la lista de gastos que llevábamos hasta entonces. Tuve que reponer billetes de libras en mi cartera, puesto que ya casi no me quedaba nada y la visita al castillo supondría un notable desembolso. Entre una cosa y otra ya era medianoche, así que tocaba acordar a qué hora nos tendríamos que levantar. Teniendo en cuenta que el acceso al Castillo de Edimburgo se abría a las nueve y media y que antes tendríamos que desayunar, decidimos poner las alarmas de nuestros móviles a las ocho y cuarto con la idea de salir del hostal como mucho a las nueve menos cuarto. Tras lavarme los dientes (por cierto, que el lavabo también estaba fuera del baño, al igual que en el hostal de Glasgow), me metí en la cama, y no me lo pensé dos veces a la hora de quitarme la camiseta para dormir, puesto que se estaba más cómodo sin ella, y la verdad es que no tenía pinta de que fuese a pasar frío. Poco antes de las doce y media de la madrugada, apagamos las luces para descansar con vistas a un día que sería largo e intenso.

Nota: ya se está convirtiendo en un clásico de mis relatos viajeros, y es que nunca termino de contaros mis viajes en un tiempo razonable posterior al viaje en sí. Queda poco para que se cumpla un año de mi visita a tierras escocesas, y también es reseñable que el relato del día anterior se publicó hace casi nueve meses. Sí, he tardado en parir el tercer día de nuestro viaje a Glasgow y Edimburgo, pero es lo que tiene trabajar mucho y no tener mucho tiempo para el blog, que no solamente de viajes vive, sino que entre medias también hay que publicar otras cosas para que no parezca que está muerto. Pues eso, que por enésima vez os pido disculpas por tanta tardanza. Todavía me quedan dos días por relatar, y mi intención es poder publicarlos de aquí en un mes. Va a ser difícil, pero lo voy a intentar. Sed pacientes.