viernes, 27 de agosto de 2010

Viaje a Madrid: días 4 y 5

Jueves, 25 de febrero de 2010
Viernes, 26 de febrero de 2010
Sábado, 27 de febrero de 2010

Domingo, 28 de febrero de 2010


13:30

Pocas veces me he levantado a estas alturas del día, al mismo tiempo que los que viven al otro lado del charco, pero claro, acostarse a las seis de la mañana es lo que tiene. La alarma de mi móvil nos despertó tanto a mí como a Pepe, que, como estaba previsto, seguiría en la cama hasta que se lo pidiese el cuerpo; me quedé unos minutos en la mía antes de levantarme definitivamente y salir de la habitación como buenamente pude por el pequeño hueco que dejaba la puerta, que no se podía abrir del todo porque chocaba con mi cama. Paso rutinario por el cuarto de baño y a sentarse en el sofá del salón con la luz resplandeciente del sol. Sí, las previsiones volvieron a equivocarse, porque pronosticaban una jornada de lluvias y el cielo estaba celeste y con nubes blancas, así que el paraguas se iba a quedar en su sitio. El viaje iba a terminar con buen pie.
Los compañeros de piso de Pepe se encontraban en sus respectivas habitaciones, por lo que técnicamente estaba solo. No tenía otra cosa que hacer que encender la tele y ver los dos capítulos de 'Los Simpson' de las dos de la tarde para luego enganchar con las noticias. Entre tanto, Diego y Carlos salieron de sus cuevas para hacerse de comer, y con los que charlé un rato hasta que por fin se levantó Pepe, sobre las tres y media; ahora nos tocaba a nosotros dos meternos en la cocina para pensar en qué íbamos a almorzar. Había carne congelada, así que Pepe decidió sacar unos filetes de pollo para él y una chuleta de cerdo para mí (también comí un poco de pollo), mientras que la guarnición sería un poco de arroz blanco; y de postre, un yoghourt azucarado, aunque yo le eché un poco más de azúcar. Si pocas veces me había levantado bien avanzado el día, pues con respecto a la hora de comer, más de lo mismo, porque a las cuatro y pico de la tarde suelo estar yo con la comida medio digerida.
Precisamente eso fue lo que hicimos antes de salir a la calle: reposar el almuerzo sentados en el sofá. El plan para la tarde era suave: patearnos el centro de Madrid, a modo de despedida en mi caso, pero sin prisa alguna, paseando tranquilamente y disfrutando del buen día que hacía. Parada obligatoria en la ruta que medio tenía perfilada era el Templo de Debod por la noche para verlo iluminado, porque no me podía ir de Madrid sin hacerle algunas fotos a este monumento. Pasadas las cinco de la tarde, nos vestimos, cogimos nuestras cámaras y fuimos a la boca de metro de San Bernardo para tomar la línea 2 y bajarnos en Banco de España.

17:40
Salimos por la Plaza de Cibeles, justo enfrente del Palacio de Comunicaciones; la Fuente de Cibeles, no sé si por ser domingo, no surtía agua. No nos detuvimos aquí porque dos días antes ya lo hicimos también de día, por lo que tiramos por calle Alcalá hasta la confluencia con Gran Vía, a la altura del Edificio Metrópolis. Nos topamos con la Iglesia de San José, algo que me sorprendió bastante, ya que no pega un templo en esta zona de Madrid, y, si no es porque la fachada cuenta con una estatua de la Virgen y una cruz en lo alto, cualquiera diría que es un edificio más. Entramos en ella y descubrimos una iglesia bastante grande, con multitud de capillas en las naves laterales dedicadas a santos, vírgenes y cristos en su mayoría, incluyendo a algún que otro crucificado de bella factura, además del altar mayor, que daba muestras del estilo barroco que caracteriza al templo.
De nuevo en la calle, recorrimos una Gran Vía que presentaba un tráfico demasiado intenso para ser domingo, cuando lo normal es salir a dar un paseo y dejar el coche en el garaje, y hoy con más motivo teniendo en cuenta el buen día que hacía. Poco después de pasar por delante del inconfundible Edificio Telefónica, nos desviamos por la calle Corredera Baja de San Pablo, donde vimos a varias prostitutas en los portales de los bloques en busca de 'tema'; no podía creer que iba a encontrarme esto a plena luz del día y en pleno centro de Madrid, aunque, al menos, no había tantas ni tan lanzadas como las que vimos la noche anterior por Montera. Llegamos a la Plaza de Luna, donde se erige la Iglesia de San Martín de Tours. La fachada no era gran cosa, bastante simple, y el interior seguía la misma tónica, un poco soso y sin demasiados alardes, comparado por ejemplo con la iglesia que acabábamos de visitar apenas unos minutos antes; como de costumbre, me puse a hacer fotos, pero se me acercó un hombre que me dijo que estaba prohibido mientras se oficiaba la misa.
Volvimos a Gran Vía, donde Pepe aprovechó para sacar dinero, y cruzamos a la Plaza del Callao, presidido por sus famosos cines y con el neón de Schweppes todavía apagado. Mirando hacia la Puerta del Sol desde la Fnac, la calle Preciados era un río rebosante de gente por el que casi no se podía ni andar. Nos detuvimos a la altura de El Corte Inglés, ya que en uno de sus escaparates se había formado un gran corrillo alrededor de un ilusionista argentino que hacía algunos trucos ante la admiración de los presentes, como apagar un cigarrillo en una prenda que cogió prestada del público; el caso es que me sonaba mucho su cara, y estoy casi seguro de haberle visto también en Málaga en calle Larios. Cuando terminó la función del ilusionista, continuamos bajando por Preciados pero sólo unos metros porque nos desviamos por calle Tetuán, donde se encuentra el restaurante 'Casa Labra', lugar en el que se fundó clandestinamente el PSOE, tal y como reza una placa situada en su fachada.
Después, fuimos a la Puerta del Sol; Pepe llamó a su hermana Carmen, que también estudia en Madrid, para quedar con ella en media hora en la Plaza de España, así que teníamos tiempo para hacernos algunas fotos con la Estatua del Oso y el Madroño para seguidamente reanudar este tranquilo paseo dominical por la calle del Arenal. A mediación, justo después de la bocacalle por la que tiramos el día anterior para tomar unos churros en la Chocolatería San Ginés, vimos la Iglesia de San Ginés de Arlés y, como estaba abierta, entramos para visitarla. Nada más entrar, me di cuenta de que había un vigilante que prohibía a algunas personas hacer fotos, por lo que me acerqué para preguntarle si podía usar mi cámara y me contestó que sí pero sólo en ciertas partes y siempre sin flash. Del templo, con forma aproximadamente cuadrangular, se puede destacar su altar mayor con un gran cuadro del Martirio de San Ginés, además de las numerosas capillas de las naves laterales, como la de Nuestra Señora de las Angustias, la de Nuestra Señora del Castillo o la de la Virgen de la Cabeza entre otras.
Ya en la calle, llamé a mis padres para contarles lo que había hecho en las que se estaban convirtiendo ya mis últimas horas en Madrid y para recordarles que mi tren llegaría a Málaga sobre las dos de la tarde; mientras tanto, fuimos en dirección a la Plaza de España subiendo por la calle de Costanilla de Los Ángeles y siguiendo por la Gran Vía de los cines y teatros.

19:20
Carmen nos estaba esperando en la parte trasera del Monumento a Miguel de Cervantes, donde hay una pequeña fuente que me vino de perlas para capturar el agua de sus pequeñas cascadas con ese efecto espumoso que se logra jugando un poco con el tiempo de exposición de la cámara. El sol ya había caído y al atardecer le quedaba poco para dar paso a la noche. Yo decía de ir a la Plaza Mayor y luego ir al Templo de Debod cuando ya fuera noche cerrada, pero Pepe me dijo que no, que lo mejor era hacerlo al revés de como yo decía, así que nada, cruzamos calle Ferraz y nos encontramos esta hermosura.
¡Qué belleza! Ya lo había visto iluminado en algunas fotos, pero en directo fue impresionante. Se me caía la baba. El día anterior visitamos también el Templo de Debod, pero a la luz del día, y ni por asomo es lo mismo que verlo a estas horas, con un cielo azulón que contrasta con las luces blancas y amarillas que iluminan a las tres construcciones egipcias. Impresionante. No tardé mucho en darle las gracias a Pepe por imponer su decisión por encima de la mía unos minutos antes, porque no hubiera podido hacer fotos tan bellas como la de arriba. Casi un cuarto de hora estuve con mi réflex pegada a la cara; cuando me quise dar cuenta, el cielo ya se había oscurecido del todo y, además, había perdido de vista a Pepe y Carmen, aunque les localicé en un par de minutos asomados al mirador desde el que se ven el Palacio Real, la Catedral de la Almudena y la cúpula de la Real Basílica de San Francisco el Grande.
Pepe me pidió que le hiciera una foto con su hermana, que apenas tenían algunas en las que salieran juntos en Madrid, así que aprovechamos las vistas que teníamos delante para hacer unas cuantas. Después fui yo el que le pidió que me inmortalizara a mí, pero, como la foto le salió borrosa (lo siento Pepe, hay que dejar por escrito algún defectillo tuyo jeje), le enseñé a Carmen como tenía que hacerla y dejó en pañales a su hermano (ahora mismo, Pepe me dedica algunos insultos de tanto cebarme con él...). Rodeamos el estanque donde se ubica el Templo de Debod por el lateral que nos faltaba, y qué mejor forma de despedirnos de esta maravilla que con más fotos, como la que nos hizo Carmen a Pepe y a mí.
Bajando por calle Bailén, llegamos a la Plaza de Oriente y, tras bordear toda la fachada este del Palacio Real, nos detuvimos unos minutos en el rellano situado entre dicho edificio y la Almudena, ya que también nos hicimos algunas fotos tanto delante de la Catedral como delante de la reja que deja ver la Plaza de Armas del Palacio. Reanudamos el camino torciendo por la calle Mayor con la idea de hacer tiempo en la Plaza Mayor antes de cenar, pero antes entramos en el Mercado de San Miguel, del cual nos sorprendió que estuviera lleno de gente un domingo por la noche. La explicación era bien sencilla, y es que una parte del edificio, caracterizado por su estructura de hierro y por su acristalamiento exterior, se compone de pequeños establecimientos en los que se puede tapear y degustar productos tan variados y dispares como un buen jamón o una réplica de la Puerta del Alcalá y la Estatua del Oso y el Madroño de chocolate.
Accedimos a la Plaza Mayor por una de las múltiples bocacalles que desembocan en ella, concretamente la calle Ciudad Rodrigo; precisamente allí, vimos un cartel que colgaba del bar Casa Rúa y que rezaba "Bocadillos de calamares 2'35€", por lo que ya teníamos un buen sitio para cenar. Dimos un pequeño paseo por la plaza, que, a pesar de que tenía todas las farolas encendidas, estaba un poco oscura, lo cual impidió que pudiera hacer unas fotos medio decentes. Fuimos en busca de otros bares donde poder tomarnos un bocadillo de calamares, pero los otros dos o tres que vimos por los alrededores de la Plaza Mayor eran bastante más caros, más de un euro de diferencia incluso, así que volvimos a Casa Rúa.
No me podía ir de Madrid sin probar uno de sus platos más típicos, pero qué sorpresa la mía cuando Pepe me dijo que él todavía no se había llevado a la boca un bocadillo de calamares en los cinco años y medio que llevaba viviendo en la capital. Como no podía ser de otra forma, él lo acompañó de una caña y yo de Coca-Cola, mientras que Carmen se lo comió a palo seco. Al tiempo que degustábamos el bocadillo, que estaba bastante bueno, hablamos sobre la curiosidad de que sea un plato típico de Madrid siendo su principal ingrediente el calamar, que procede del mar, además de su extremada sencillez de preparación, al contrario que otros platos más representativos de nuestro país, como la paella. Después, volvimos al Mercado de San Miguel para tomarnos algo de postre, aunque sólo lo hicieron Pepe y Carmen con un par de pasteles; a mí lo único que me entraba por los ojos eran las reproducciones de chocolate del Oso y el Madroño y de la Puerta de Alcalá, pero a ver quién lo pagaba para luego comérselo entero...

21:45
Ya cenados, fuimos a la Puerta del Sol, donde nos pararon dos chicas guiris cargadas con varias maletas para preguntarnos en inglés por la calle de las Carretas; ni Pepe ni yo habíamos escuchado nunca esa calle, en mi caso estaba más que justificado, pero se me ocurrió mirar en una marquesina que estaba a pocos metros de nosotros y consultar el plano de la ciudad que en ella aparecía, pero nada, no la encontraba. Pero en éstas, a Carmen le empezó a sonar y se asomó a una de las dos bocacalles que rodean a la Casa de Correos, resultando ser ésa la calle que buscaban las dos jóvenes. Tras hacer mis últimas fotos del día y de Madrid propiamente dicho, entramos por una de las bocas de metro de Sol, donde, una vez que nos despedimos de Carmen, cogimos la línea 2 hasta San Bernardo.
Subiendo las escaleras que dan a la calle en esta parada, me di cuenta de que mi zapato derecho se estaba rompiendo por un lateral, lo cual me hizo muy poca gracia, porque, además de andar despacio el pequeño trayecto que nos quedaba hasta el piso de Pepe para que la cosa no fuera a peor, nada más llegar a Málaga tendría que ir en busca de un nuevo par de zapatos al ser los únicos que tenía (es lo que pasa por tener un 47, que los pocos que hay a la venta son muy caros y cuesta encontrar unos asequibles), y encima con la Semana Santa a la vuelta de la esquina, cuando estoy cada día andando sin parar.
Cuando llegamos al piso, Carlos y Diego estaban cenando, y les conté lo del Templo de Debod, y es que me recomendaron desde el primer día que no volviera a Málaga sin haberlo visitado por la noche, ya que a ellos también les encanta. Pepe me dejó un rato su portátil para revisar el correo y, como buen domingo, ver cómo habían quedado los partidos de fútbol; aprovechamos además para pasar las fotos que había hecho Pepe estos días a su portátil y al pendrive que traje para ello, mientras que las mías ya se las daría cuando él volviera a Málaga.
A continuación, fui al baño para ducharme y luego hice la maleta con el fin de dejarla lista para la mañana siguiente. Es una norma no escrita, pero la ropa parece que engorda en cada viaje, y si no cómo se explica que me costase cerrar la maleta teniendo en cuenta que a la ida venía poco más de medio llena y habiendo añadido únicamente la camiseta que me compré el viernes. Antes de acostarme, me tomé los dos yoghourts que quedaban en el frigorífico y que Pepe había comprado expresamente por mi visita, y, ya en la cama, puse el despertador a las ocho y media de la mañana, aunque Pepe se levantaría antes para ir a clase. Últimas horas en Madrid...

Lunes, 1 de marzo de 2010

8:30
En efecto, Pepe se levantó antes que yo, no sé a qué hora exactamente, pero lo que es escucharle le escuché, y también le sentí ligeramente sobre mi colchón; es lo que pasa cuando mi cama está pegada a la suya y el único resquicio para salir de la habitación no tiene ni medio metro de ancho. En fin, yo seguí durmiendo hasta que a las ocho y media sonó la alarma de mi móvil, hora a la que me puse en pie algo cansado todavía por las largas caminatas de los últimos días en Madrid. Benditas caminatas si son para contemplar las obras maestras que se exhiben en el Museo del Prado, para pasear por El Retiro o para enamorarse del Templo de Debod.
Fui a la cocina en busca de algo para desayunar: unas galletas y un vaso de leche con Colacao, que, para variar, tardó lo suyo en diluirse del todo. A continuación, volví a la habitación para meter mi cama bajo la de Pepe; me costó bastante conseguirlo, cerca de diez minutos, ya que había poco espacio para maniobrar y el hueco para la cama era milimétrico. Me cambié de ropa para guardar el pijama y las babuchas en la maleta y dejarla 100% lista, preparada para regresar a Málaga. Eran ya las nueve y media, así que, como Pepe no volvería hasta las diez aproximadamente, me senté en el sofá a ver la tele, aunque tampoco es que hubiera mucho que ver.
Pocos minutos después de las diez, Pepe volvió de la revisión del examen que había suspendido en la convocatoria de febrero. En dicha revisión, descubrió que había cometido más errores de los que creía, y eso que era la asignatura que se había preparado mejor; al menos, le quedaba el consuelo de poder presentarse de nuevo en junio y poder hacer la Reválida en julio. A las diez y veinte, me despedí de Carlos (Diego estaba en clase) y, maleta en mano y mochila de la cámara al hombro, bajé a la calle con Pepe, que me acompañó hasta la boca de metro de San Bernardo, donde nos despedimos. El bono de diez viajes de metro lo agoté justamente la noche anterior cuando volvimos al piso, por lo que tuve que comprarme un billete suelto. Cogí la línea 2 para bajarme en Sol y hacer transbordo con la línea 1, que me llevaría hasta la parada de Atocha Renfe.
Llegué con tiempo más que de sobra, aún así, como soy muy precavido y ya he tenido alguna mala experiencia a la hora de volver de un viaje, me dirigí a la terminal de salidas, la cual encontré en seguida. Pasé por el control de equipajes sin ningún problema y, luego, busqué un asiento a la espera de que anunciaran la vía del AVE con destino Málaga; a las once y cuarto, veinte minutos antes de la hora prevista de salida, se informó en los paneles que era la vía 8, así que me acerqué a la cola que rápidamente se había formado junto al mostrador.
Tras verificar el revisor mi billete, pasé a un vestíbulo desde el que se contemplaban todas las vías, ya que la terminal de salidas está en un nivel superior; hice unas cuantas fotos y, a continuación, bajé por la rampa mecánica para acceder al andén. Al igual que me courrió en la ida, mi vagón, a pesar de que lo compré con la denominada 'Tarifa Web' y que se corresponde con las plazas de 'Turista', era de 'Preferente' y, además, mi asiento era de ventana y simple, es decir, sin acompañante.

11:35
Tan puntual como a la ida, el AVE se puso en marcha y avanzó lentamente por las inmediaciones de la Estación de Atocha para ir poco a poco cogiendo velocidad a medida que se alejaba de la gran urbe. Las azafatas pasaron a repartir los auriculares para los que quisieran escuchar la radio o la película que pusieron por los televisores, 'Appaloosa'; a pesar de que el reparto estaba compuesto de actores y actrices consolidados como Ed Harris, Viggo Mortensen o Renée Zellweger, opté por no verla, ya que el género western no me atrae nada de nada, así que saqué mi mp4 para escuchar marchas de Semana Santa.
Durante el trayecto, hice algunas fotos de los paisajes que se veían por la ventana y también aproveché para repasar las que había hecho en Madrid: el jueves, el Santiago Bernabeu, los rascacielos, la Puerta del Sol; el viernes, El Retiro, la Puerta de Alcalá, el Paseo del Prado; el sábado, la Catedral de la Almudena, el Palacio Real, la Plaza de España; el domingo, Gran Vía, Preciados, el Templo de Debod. Lugares todos ellos que, si Dios quiere, volveré a visitar de nuevo un año de éstos.
A pesar de que mi asiento era sin acompañante, como si no lo fuera. En mi vagón, viajaban un par de familias con varios niños que no dejaban de corretear y gatear por el pasillo; no es que fueran una molestia, pero de vez en cuando distraían un poco a pesar de que cuando estoy escuchando música suelo evadirme y casi no me doy cuenta de lo que pasa a mi lado. El AVE, al contrario que cuando lo cogí para ir a Madrid, sólo paró en Córdoba, por lo que el viaje apenas duraría treinta minutos menos, unas dos horas y media; excepto cuando pasaba por alguna población en la que debe reducir la velocidad, como en Ciudad Real, Puertollano o Antequera, el tren iba siempre a unos 250 km/h, aunque más de una vez superó la barrera de los 300.
Cuando terminó la película, quedaban pocos kilómetros para llegar a Málaga, ya que habíamos dejado atrás ya Antequera. En efecto, el tren fue aminorando su velocidad, como pude comprobar en el marcador digital que está al lado del televisor, al igual que la hora de llegada a la Estación María Zambrano, unos dos o tres minutos antes de lo previsto. Fin del viaje. Guardé el mp4 y la cámara de fotos en su mochila y, tras coger la maleta del compartimento superior, bajé al andén y me dirigí a la estación, donde me estaba esperando mi madre para recogerme mientras mi padre hacía lo propio fuera en el coche.
Y ahora, impaciente por emprender un nuevo viaje para seguir conociendo mundo. ¿Dónde estará mi próximo destino? ¿En España? ¿En la Italia que tanto me gusta? ¿Quizás Alemania, Francia, Gran Bretaña? Mi maleta espera...

3 comentarios:

Andres dijo...

Qué guapo el Templo de Debod, yo no lo he visto. Tampoco es que haya estado muchas veces en Madrid, será por eso.

Anda que tú dando hambre con el bocata de calamares ese, qué malo.

A ver qué otro país y ciudad escoges para tu próxima crónica, ha estado bien revivir el viaje a través de tu post.

Saludos.

Pepe Soldado dijo...

Al final, tengo que añadir que todo fue muy bien. Pude hacer la convocatoria adelantada en junio y ya estoy licenciado.

Un saludo.

Rafalillo dijo...

Andrés: el problema es que el Templo de Debod no tiene tanta publicidad como la Puerta del Sol, Cibeles, el Museo del Prado o el Palacio Real. Y no es que esté alejado del centro, porque está a unos cinco minutos andando del Palacio...
En fin, ya tienes una excusa para volver a Madrid :D

Pepe: muy pero que muy bien. Licenciado y, además, tú si que te vas de viaje ya seguro a Londres, aunque sea a buscar trabajo.

Gracias a los dos por vuestros comentarios ;)