Ya está. Ya soy Ingeniero Informático, o no sé, creo que es Ingeniero en Informática... Bueno, da igual, que ya he terminado la carrera porque el pasado miércoles defendí mi Proyecto Fin de Carrera, aunque en realidad no lo seré oficialmente hasta que pague la enésima tasa para obtener ese título que viene con el autógrafo del Rey Juan Carlos I, cuya muñeca debe estar ya rota de tanto firmar diplomas, documentos y hasta una Constitución. Como muchos de vosotros no pudisteis asistir y la mayoría no estuvo conmigo todo el día, pues aquí tenéis un pequeño relato de cómo fue ese 9 de febrero de 2011.
La noche anterior llegaron a mi casa familiares desde Jerez de la Frontera (la mitad de mi sangre es de esta ciudad gaditana), pero sólo mi abuela y su hermana pudieron quedarse a dormir en mi casa, más que nada porque no hay sitio para más, así que mis dos tías y el novio de una de ellas tuvieron que pasar la noche en el apartamento que tenemos en Rincón de la Victoria. Me acosté justamente a medianoche, pero a los diez minutos me tuve que levantar porque la sábana y la manta se habían salido por el final de la cama (los problemas que tiene ser más largo que la cama), así que tuve que hacerla; de nuevo en posición horizontal, no tardé demasiado en dormirme a pesar de que no dejaba de pensar en cómo iban a ser las siguientes horas de mi vida.
El despertador sonó cinco veces, tantas como alarmas me pongo cada día aunque sea domingo, pero racaneé unos minutos en la cama antes de levantarme sobre las ocho y veinticinco. Y la rutina de siempre: visita al baño para perder peso en el váter y agua fría para lavarme la cara y peinarme, visita a la cocina para prepararme mi mollete con aceite y un vaso de leche con Nesquik, visita al salón para leer la prensa y pegar los cromos de Semana Santa que ahora están regalando con el periódico. Eran ya las nueve y cuarto y quedaba mucho tiempo por delante, así que me fui a mi habitación para encender el portátil y navegar un poco por Internet, y así de paso relajaba esos nervios que quería evitar. Mis tíos acababan de llegar y los demás ya se estaban vistiendo, así que hice lo mismo con el traje que me había comprado para la ocasión, más concretamente mi primer traje. Sí, tengo 24 años y unos cuantos meses y hasta el pasado miércoles nunca me había puesto un traje, pero esto es algo de lo que algún día os hablaré por aquí.
A las diez y media, cuando ya estábamos todos arreglados, partimos en dirección a la universidad. Mientras preparaba el portátil para la presentación, la botellita de agua y probaba las demos, se iban sucediendo las visitas a la Sala de Grados A: mi otra abuela con su hermana, mis tíos, amigos... Hasta vino Sixto, mi tutor de beca hasta el pasado mes de diciembre, quien se acercó únicamente para saludarme y desearme suerte, puesto que tenía una reunión a la misma hora que la defensa de mi proyecto. ¡Qué caprichoso es el destino! Era la tarde del 29 de septiembre de 2004, concretamente las 15:30, en el aula 3.0.3: mi primera clase de la carrera, 'Cálculo para la Computación', y el profesor, Sixto Sánchez Merino. Quién me iba a decir en ese preciso instante que 2.324 días más tarde, en mi último día de carrera, iba a coincidir con la misma persona que estaba frente a mí encima de una tarima escribiendo su nombre, su correo electrónico y su despacho en la pizarra más larga que había visto en mi vida y rodeado de otros cuarenta o cincuenta alumnos con los que apenas había intercambiado un frío "Hola" justo antes de que diera comienzo una nueva etapa de nuestras vidas. Allí estaban, por ejemplo, David y Fran. ¿Os acordáis?
Diez minutos antes de las doce, llegó a la sala mi director de proyecto, José Muñoz Pérez. Le presenté a mis padres, con los que estuvo charlando unos minutos, mientras que yo empezaba ya a notar cómo llegaban los nervios, sin saber qué hacer, dónde estar o con quién hablar. Al poco rato, prácticamente a las doce, aparecía por la puerta uno de los integrantes del tribunal; los otros dos tardaban en venir, cosa por la que José se quedó muy extrañado, y yo intervine diciendo: "Pues nada, si no vienen, me ponéis ya la nota y nos vamos". Mi comentario denotaba dos estados emocionales contradictorios: humor, un síntoma que era de agradecer, y nerviosismo, un síntoma que era inevitable. A las doce y diez, llegaron los dos que faltaban, así que me dirigí a la tarima, me puse la chaqueta, activé la presentación, bebí un sorbo de agua, cogí el puntero e inspiré todo el aire que pude para relajarme y quitarme de encima una mínima parte de la presión que sentía sobre mí. El presidente del tribunal, tras pronunciar las frases protocolarias del acto, me cedió la palabra.
Me presenté diciendo mi nombre y el de mi director de proyecto, además del título de éste. Desde el comienzo noté que me costaba hablar, que se estaba empezando a formar un tapón en la boca del estómago y en la garganta que me hacían sentir incómodo. Pasé de transparencia para mostrar el índice de la presentación y pasé al bloque de introducción. Las primeras diapositivas fueron un suplicio, pues me costó una barbaridad enlazar una frase en condiciones; de hecho, recuerdo perfectamente que por un instante hablaba desordenadamente, al más puro estilo Yoda. La incomodidad corporal no era sólo interna, sino también externa, ya que no estaba acostumbrado a tener un puntero en la mano, y es que a mí me gusta mucho gesticular con las manos, utilizar los dedos para enumerar cosas y hacer algún que otro aspaviento. Iba ya por la novena o décima transparencia y el nerviosismo seguía ahí. Y todavía me quedaba un largo rato...
Fue empezar el segundo bloque de la presentación, en el que hablaba sobre los sistemas de videovigilancia, y noté que ya me estaba amoldando a la situación, que los nervios iban desapareciendo y que ya daba algunos pasos por la tarima para dejar de ser un palo de metro noventa estático. También me animé a mirar al tribunal y al público cada dos por tres, lo cual significaba que estaba cogiendo confianza y a sentirme muy cómodo allí de pie. Cuando ya me tocó explicar el desarrollo del sistema que había implementado, estaba en mi salsa, con un ritmo continuo, hablando prácticamente de memoria y sin mirar las diapositivas, dirigiéndome tanto al tribunal como a los asistentes como si estuviese dando clase. Me fijé en todos: mis padres estaban muy pendientes de la explicación, mis abuelas y sus hermanas estaban medio idas, mis tíos con la boca abierta pero con cara de estar enterándose superficialmente de lo que estaba exponiendo, mientras que mis amigos, casi todos compañeros míos en estos últimos años, daba la impresión de que sí entendían los razonamientos que argumentaba. La tranquilidad definitiva me la dieron los tres integrantes del tribunal, a los que veía mover sus cabezas de arriba a abajo, señal inequívoca de que lo estaba haciendo bien.
Así pues, todo iba como la seda, y mucho mejor de lo que esperaba. Tan bien me encontraba que, a pesar de que tenía la boca totalmente seca, preferí no beber agua para no cortar el ritmo que había alcanzado; es más, hasta comencé a emplear palabras muy técnicas y poco usuales, como me confesaron al día siguiente algunos amigos que estuvieron allí. En los primeros minutos, mi cerebro estaba dividido en tres partes: lo que estaba diciendo, lo que estaba pensando para decir a continuación y los nervios que temía que me hicieran fallar. Pasados los primeros cinco o seis minutos, borré esta última y casi casi que me quedé sólo con la primera, porque, como he dicho, hablaba de memoria, como si estuviese leyendo un libro. Ahora tocaba presentar un par de demos del sistema implementado. Tenía pensado ejecutarlas directamente a través de MATLAB, pero, unos días antes, Javi me recomendó que sería mejor grabarlas en un vídeo por si acaso en la presentación surgieran fallos. Fue todo un acierto hacerle caso, porque gracias a su consejo conseguí reducir en unos cinco minutos la explicación de las demos y, por ende, de la defensa del proyecto. Fue precisamente aquí, al poner los vídeos, cuando aproveché para beber un poco de agua.
Ya me quedaba únicamente el final de la presentación, la correspondiente a las conclusiones y las líneas futuras que proponía tanto para mejorar mi sistema como para ser aplicadas en otros similares. Y para la última diapositiva, dejé esta frase de Albert Einstein:
A continuación, el vocal, el secretario y el presidente del tribunal nos felicitaron tanto a mí como a mi director de proyecto por el trabajo realizado, y pasaron a hacerme algunas preguntas sobre lo que había expuesto en la presentación. Yo creía que éste iba a ser uno de los momentos en los que los nervios se iban a apoderar completamente de mí, pero no, estaba muy relajado y en ningún momento sentí que el tribunal me estuviese haciendo un interrogatorio. Respondí a sus dudas con una soltura que me sorprendió, como si estuviese charlando con ellos en un bar. Lo único incómodo fue la postura de mis brazos: detrás, delante, cruzados, con las manos en los bolsillos... No sabía cómo ponerme, y más todavía con un traje al que no me terminaba de acostumbrar, y eso que me quedaba perfectamente. Tras diez o doce minutos de preguntas, el tribunal nos invitó tanto a mí como a los asistentes a abandonar la sala para deliberar la calificación final con mi director de proyecto.
Mis familiares y amigos me fueron felicitando por la presentación que había hecho, aunque también me confesaron lo mismo que yo sabía, es decir, que al principio me notaron muy nervioso pero que después me asenté muy bien y que me vieron muy cómodo en la explicación. Como os podéis imaginar, mis abuelas estaban llorando, aunque antes incluso de comenzar ya estaban así. Yo solamente me dedicaba a preguntar al que me felicitaba si había entendido algo de lo que había expuesto, y, como me esperaba, obtuve las respuestas que deduje de sus caras en mitad de la presentación. A los dos o tres minutos, se abrió la puerta de la sala para que entrásemos de nuevo en ella.
Me subí a la tarima y, tras beber un poco de agua, me puse de frente al tribunal. El presidente se dirigió a mí para comunicarme que por unanimidad habían decidido otorgarme la máxima calificación de Sobresaliente con propuesta para Matrícula de Honor. Los asistentes no tardaron un segundo en ponerse en pie y aplaudirme. No sabía qué hacer, ni a quién mirar, ni nada, sólo notaba que mi cara temblaba un poco; no soy de los que se sienten cómodos cuando le aplauden, no sé por qué, quizás porque no me gusta ser el centro de atención en situaciones como ésta. Me di cuenta de que José Muñoz me hizo un pequeño gesto para que fuese a saludar al tribunal; yo sabía que tenía que hacerlo, pero claro, me quedé paralizado esos dos o tres segundos y casi se me había olvidado. Le estreché la mano a los tres integrantes del tribunal y también a José, al que también le di las gracias por su ayuda en estos meses.
Ya finalizado el acto en sí, volvieron las felicitaciones por parte de familiares y amigos. A continuación, me hice algunas fotos con José Muñoz, con mis padres, con toda la familia que pudo venir. Tras varios minutos en los que estuvimos charlando todos con todos de forma distendida, mi familia y amigos fueron poco a poco desalojando la sala mientras yo recogía el portátil que me había prestado el grupo de investigación de José para la presentación, además de comprobar cuál de las cuatro memorias que había tenido que imprimir y encuadernar estaba en mejor estado para quedarme con el ejemplar que me correspondía. Una vez fuera, me despedí de mi director de proyecto, aunque quedamos en vernos la semana siguiente.
Íbamos a comer en la calle, pero antes fuimos a casa para cambiarme ropa, puesto que ya no aguantaba ni el traje ni los mocasines. Llamamos al restaurante Mario Eva para reservar mesa y nos dirigimos inmediatamente hacia allí. Además de los familiares que fueron a verme a la defensa del proyecto, vinieron a la comida tres de mis primos, aunque también faltó mi abuela por parte paterna. Tras una copiosa comida a base de pescado frito, lo típico de aquí en Málaga, mi madre me leyó una emotiva carta que había redactado días atrás y que repasaba mis veinticuatro años de vida: la escayola que tuvieron que ponerme en las piernas nada más nacer, las subidas y bajadas del Camino Nuevo para ir a la guardería Villa María, las dos semanas que pasé en el hospital, los innumerables trabajos que me mandaban en el colegio, los llantos de cuando se me rompió el disco duro del portátil y estuve a punto de perder el trabajo de meses y meses, etc.
El pasado miércoles fue un día muy intenso, un día que recordaré toda mi vida, pues significó el final de mis estudios universitarios. A partir de ahora, tendré un papel que dice que soy ingeniero, pero, siendo sinceros, yo me siento igual que hace unos días. Ni hace una semana era menos importante ni dentro de una voy a serlo más. No quiero que por tener un título de este calibre me llamen don Rafael, señor Martínez, ingeniero o usted, ni siquiera Rafael, porque yo quiero seguir siendo Rafa, el Rafa que desayuna un mollete con aceite cada mañana, el Rafa que empieza a leer el periódico por la sección de cultura y sigue con la de deportes, el Rafa que saborea una sopa calentita como si fuera el mejor manjar, el Rafa al que se le ponen los vellos de punta cuando ve un trono de Semana Santa que avanza al compás de una marcha, el Rafa que vive un partido del Málaga como si lo estuviera jugando, el Rafa que encuentra en la terraza de su apartamento de Rincón de la Victoria el mejor rincón para devorar un libro, el Rafa que tarda meses en planificar un viaje de cuatro o cinco días, el Rafa que intenta publicar una entrada cada dos o tres días en su blog para entretener a sus lectores, el Rafa que disfruta con sus amigos de una película en el cine o de una partida de Trivial o de un campero o de una simple Coca-Cola, el Rafa que adora a su familia, el Rafa que quiere aprender de los demás, el Rafa que no se siente más importante o más listo o más inteligente que nadie, el Rafa que intenta corregir sus defectos y no presume de sus virtudes, el Rafa que se ruboriza y se siente incómodo cuando alguien le pone por las nubes, el Rafa que no se termina de creer que de la unión de un óvulo y un espermatozoide minúsculos pueda surgir una persona, el Rafa que mira al oscuro cielo de la noche y se pregunta por qué estamos aquí o por qué somos así o qué es lo que hay más allá...
El pasado miércoles no me ha cambiado en absoluto, ni quiero que me cambie. Sólo he acabado una etapa para empezar otra, pero voy a seguir siendo el mismo Rafa de siempre.
P.D.: un tal Séneca dijo una vez que si le ofreciesen la sabiduría con la condición de guardarla para él sin comunicarla a nadie, entonces no la querría. Yo soy de la misma opinión, así que, si alguien está interesado en tener una copia de la memoria de mi Proyecto Fin de Carrera, no tiene más que pedírmela y se la enviaré encantado en formato pdf. Y que así fluya el conocimiento.
Me presenté diciendo mi nombre y el de mi director de proyecto, además del título de éste. Desde el comienzo noté que me costaba hablar, que se estaba empezando a formar un tapón en la boca del estómago y en la garganta que me hacían sentir incómodo. Pasé de transparencia para mostrar el índice de la presentación y pasé al bloque de introducción. Las primeras diapositivas fueron un suplicio, pues me costó una barbaridad enlazar una frase en condiciones; de hecho, recuerdo perfectamente que por un instante hablaba desordenadamente, al más puro estilo Yoda. La incomodidad corporal no era sólo interna, sino también externa, ya que no estaba acostumbrado a tener un puntero en la mano, y es que a mí me gusta mucho gesticular con las manos, utilizar los dedos para enumerar cosas y hacer algún que otro aspaviento. Iba ya por la novena o décima transparencia y el nerviosismo seguía ahí. Y todavía me quedaba un largo rato...
Fue empezar el segundo bloque de la presentación, en el que hablaba sobre los sistemas de videovigilancia, y noté que ya me estaba amoldando a la situación, que los nervios iban desapareciendo y que ya daba algunos pasos por la tarima para dejar de ser un palo de metro noventa estático. También me animé a mirar al tribunal y al público cada dos por tres, lo cual significaba que estaba cogiendo confianza y a sentirme muy cómodo allí de pie. Cuando ya me tocó explicar el desarrollo del sistema que había implementado, estaba en mi salsa, con un ritmo continuo, hablando prácticamente de memoria y sin mirar las diapositivas, dirigiéndome tanto al tribunal como a los asistentes como si estuviese dando clase. Me fijé en todos: mis padres estaban muy pendientes de la explicación, mis abuelas y sus hermanas estaban medio idas, mis tíos con la boca abierta pero con cara de estar enterándose superficialmente de lo que estaba exponiendo, mientras que mis amigos, casi todos compañeros míos en estos últimos años, daba la impresión de que sí entendían los razonamientos que argumentaba. La tranquilidad definitiva me la dieron los tres integrantes del tribunal, a los que veía mover sus cabezas de arriba a abajo, señal inequívoca de que lo estaba haciendo bien.
Así pues, todo iba como la seda, y mucho mejor de lo que esperaba. Tan bien me encontraba que, a pesar de que tenía la boca totalmente seca, preferí no beber agua para no cortar el ritmo que había alcanzado; es más, hasta comencé a emplear palabras muy técnicas y poco usuales, como me confesaron al día siguiente algunos amigos que estuvieron allí. En los primeros minutos, mi cerebro estaba dividido en tres partes: lo que estaba diciendo, lo que estaba pensando para decir a continuación y los nervios que temía que me hicieran fallar. Pasados los primeros cinco o seis minutos, borré esta última y casi casi que me quedé sólo con la primera, porque, como he dicho, hablaba de memoria, como si estuviese leyendo un libro. Ahora tocaba presentar un par de demos del sistema implementado. Tenía pensado ejecutarlas directamente a través de MATLAB, pero, unos días antes, Javi me recomendó que sería mejor grabarlas en un vídeo por si acaso en la presentación surgieran fallos. Fue todo un acierto hacerle caso, porque gracias a su consejo conseguí reducir en unos cinco minutos la explicación de las demos y, por ende, de la defensa del proyecto. Fue precisamente aquí, al poner los vídeos, cuando aproveché para beber un poco de agua.
Ya me quedaba únicamente el final de la presentación, la correspondiente a las conclusiones y las líneas futuras que proponía tanto para mejorar mi sistema como para ser aplicadas en otros similares. Y para la última diapositiva, dejé esta frase de Albert Einstein:
Si no puedo dibujarlo, es que no lo entiendoSi os habéis fijado, esta frase es precisamente la que aparece en la parte superior de la columna derecha del blog en este mes de febrero. ¿Por qué elegí esta frase del conocido físico alemán? Pues porque creo que resume a la perfección lo que ha sido mi Proyecto Fin de Carrera. Yo quería hacer algo que pudiera explicar tanto en la presentación como en la memoria de tal forma que fuese fácilmente entendible por todos. Obviamente, no pretendía que mis padres o cualquier miembro de mi familia, que conocen poco o nada de lo que he hecho, entendiesen a la perfección mi trabajo, pero sí que se quedaran con la idea y el objetivo principal del proyecto, que no es otro que detectar la actividad humana que está realizando la persona que aparece en la escena que se está vigilando. Así pues, si yo no era capaz de transmitir y de dibujar lo que había hecho, entonces no habrían merecido la pena los últimos diez meses. Y así acabó mi presentación, que duró una media hora.
A continuación, el vocal, el secretario y el presidente del tribunal nos felicitaron tanto a mí como a mi director de proyecto por el trabajo realizado, y pasaron a hacerme algunas preguntas sobre lo que había expuesto en la presentación. Yo creía que éste iba a ser uno de los momentos en los que los nervios se iban a apoderar completamente de mí, pero no, estaba muy relajado y en ningún momento sentí que el tribunal me estuviese haciendo un interrogatorio. Respondí a sus dudas con una soltura que me sorprendió, como si estuviese charlando con ellos en un bar. Lo único incómodo fue la postura de mis brazos: detrás, delante, cruzados, con las manos en los bolsillos... No sabía cómo ponerme, y más todavía con un traje al que no me terminaba de acostumbrar, y eso que me quedaba perfectamente. Tras diez o doce minutos de preguntas, el tribunal nos invitó tanto a mí como a los asistentes a abandonar la sala para deliberar la calificación final con mi director de proyecto.
Mis familiares y amigos me fueron felicitando por la presentación que había hecho, aunque también me confesaron lo mismo que yo sabía, es decir, que al principio me notaron muy nervioso pero que después me asenté muy bien y que me vieron muy cómodo en la explicación. Como os podéis imaginar, mis abuelas estaban llorando, aunque antes incluso de comenzar ya estaban así. Yo solamente me dedicaba a preguntar al que me felicitaba si había entendido algo de lo que había expuesto, y, como me esperaba, obtuve las respuestas que deduje de sus caras en mitad de la presentación. A los dos o tres minutos, se abrió la puerta de la sala para que entrásemos de nuevo en ella.
Me subí a la tarima y, tras beber un poco de agua, me puse de frente al tribunal. El presidente se dirigió a mí para comunicarme que por unanimidad habían decidido otorgarme la máxima calificación de Sobresaliente con propuesta para Matrícula de Honor. Los asistentes no tardaron un segundo en ponerse en pie y aplaudirme. No sabía qué hacer, ni a quién mirar, ni nada, sólo notaba que mi cara temblaba un poco; no soy de los que se sienten cómodos cuando le aplauden, no sé por qué, quizás porque no me gusta ser el centro de atención en situaciones como ésta. Me di cuenta de que José Muñoz me hizo un pequeño gesto para que fuese a saludar al tribunal; yo sabía que tenía que hacerlo, pero claro, me quedé paralizado esos dos o tres segundos y casi se me había olvidado. Le estreché la mano a los tres integrantes del tribunal y también a José, al que también le di las gracias por su ayuda en estos meses.
Ya finalizado el acto en sí, volvieron las felicitaciones por parte de familiares y amigos. A continuación, me hice algunas fotos con José Muñoz, con mis padres, con toda la familia que pudo venir. Tras varios minutos en los que estuvimos charlando todos con todos de forma distendida, mi familia y amigos fueron poco a poco desalojando la sala mientras yo recogía el portátil que me había prestado el grupo de investigación de José para la presentación, además de comprobar cuál de las cuatro memorias que había tenido que imprimir y encuadernar estaba en mejor estado para quedarme con el ejemplar que me correspondía. Una vez fuera, me despedí de mi director de proyecto, aunque quedamos en vernos la semana siguiente.
Íbamos a comer en la calle, pero antes fuimos a casa para cambiarme ropa, puesto que ya no aguantaba ni el traje ni los mocasines. Llamamos al restaurante Mario Eva para reservar mesa y nos dirigimos inmediatamente hacia allí. Además de los familiares que fueron a verme a la defensa del proyecto, vinieron a la comida tres de mis primos, aunque también faltó mi abuela por parte paterna. Tras una copiosa comida a base de pescado frito, lo típico de aquí en Málaga, mi madre me leyó una emotiva carta que había redactado días atrás y que repasaba mis veinticuatro años de vida: la escayola que tuvieron que ponerme en las piernas nada más nacer, las subidas y bajadas del Camino Nuevo para ir a la guardería Villa María, las dos semanas que pasé en el hospital, los innumerables trabajos que me mandaban en el colegio, los llantos de cuando se me rompió el disco duro del portátil y estuve a punto de perder el trabajo de meses y meses, etc.
El pasado miércoles fue un día muy intenso, un día que recordaré toda mi vida, pues significó el final de mis estudios universitarios. A partir de ahora, tendré un papel que dice que soy ingeniero, pero, siendo sinceros, yo me siento igual que hace unos días. Ni hace una semana era menos importante ni dentro de una voy a serlo más. No quiero que por tener un título de este calibre me llamen don Rafael, señor Martínez, ingeniero o usted, ni siquiera Rafael, porque yo quiero seguir siendo Rafa, el Rafa que desayuna un mollete con aceite cada mañana, el Rafa que empieza a leer el periódico por la sección de cultura y sigue con la de deportes, el Rafa que saborea una sopa calentita como si fuera el mejor manjar, el Rafa al que se le ponen los vellos de punta cuando ve un trono de Semana Santa que avanza al compás de una marcha, el Rafa que vive un partido del Málaga como si lo estuviera jugando, el Rafa que encuentra en la terraza de su apartamento de Rincón de la Victoria el mejor rincón para devorar un libro, el Rafa que tarda meses en planificar un viaje de cuatro o cinco días, el Rafa que intenta publicar una entrada cada dos o tres días en su blog para entretener a sus lectores, el Rafa que disfruta con sus amigos de una película en el cine o de una partida de Trivial o de un campero o de una simple Coca-Cola, el Rafa que adora a su familia, el Rafa que quiere aprender de los demás, el Rafa que no se siente más importante o más listo o más inteligente que nadie, el Rafa que intenta corregir sus defectos y no presume de sus virtudes, el Rafa que se ruboriza y se siente incómodo cuando alguien le pone por las nubes, el Rafa que no se termina de creer que de la unión de un óvulo y un espermatozoide minúsculos pueda surgir una persona, el Rafa que mira al oscuro cielo de la noche y se pregunta por qué estamos aquí o por qué somos así o qué es lo que hay más allá...
El pasado miércoles no me ha cambiado en absoluto, ni quiero que me cambie. Sólo he acabado una etapa para empezar otra, pero voy a seguir siendo el mismo Rafa de siempre.
P.D.: un tal Séneca dijo una vez que si le ofreciesen la sabiduría con la condición de guardarla para él sin comunicarla a nadie, entonces no la querría. Yo soy de la misma opinión, así que, si alguien está interesado en tener una copia de la memoria de mi Proyecto Fin de Carrera, no tiene más que pedírmela y se la enviaré encantado en formato pdf. Y que así fluya el conocimiento.
20 comentarios:
Enhorabuena!!
Ahora viene otra etapa que puede ser algo difícil pero hay que pasar por ella, te deseo mucha suerte.
¡Un saludo!
un abrazo a la distancia, y felicitaciones!
Hala, otro mas...jajaja.
Enhorabuena!!!!
Enhorabuena Don Rafael!!!
;)
No te voy a mentir Rafa. Cuando escribes una de estas entradas larguiluchas, en general no las leo de cabo a rabo, sino que voy echando un vistazo rápido y leo párrafos puntuales (además ya sabes que no soy mucho de navegar por blogs...).
Pero esta entrada se merecía que la leyera palabra por palabra y me he alegrado mucho de hacerlo, porque he sentido como si hubiera estado allí, cosa que me hubiera encantado de haber estado por Málaga ;)
¡Enhorabuena! Y como dijimos por correo, ya quedaremos para celebrarlo.
PD: Sí que me acuerdo de ese primer día de Cálculo, ¿cómo olvidarlo?
PD2: Mándame el pdf del proyecto por correo, que tiene muy buena pinta
estoy orgullosa de ti,por lo buen hijo que eres y por todo lo que te dije en la carta y por lo que se quedo en el tintero.muchas felecidades.
¡Enhorabuena, Rafa! La verdad es que la sensación de acabar la carrera es increíble y no me quiero ni imaginar ya si el último día tienes que hacer una presentación como la del proyecto. Será un día para recordar. Me alegro mucho de que todo fuera muy bien y de que lo celebraras como se merece: con la familia y "pescaito" frito. Me hubiera gustado asistir a la presentación.
Por cierto, coincido con Toshiyano: ¡magnífica entrada! Te deseo lo mejor en esta nueva etapa de tu vida.
¡Un abrazo!
Para mi también fué un día que no olvidaré, cuando exponías tu proyecto recordaba lo bueno que fuiste siempre, desde pequeñito, y me recordó aquel día que con tan solo cinco añitos y sin preguntarte, de pronto me dijiste que te gustaba mucho venir a Jerez. Hubiese dado todo lo que tengo porque tu abuelo Miguel hubiese estado allí. Sé que no te gusta presumir pero espero que perdones a tu tia por presumir de sobrino, lo siento, es irremediable. Es un orgullo tener un sobrino como tu y ojalá no cambies nunca porque el que mas humilde es, mas sabiduria demuestra. Muchos besitos.
Enhorabuena Rafa!!!
Un saludo.
Bienvenido al club!
Yo también me apunto a la ración de memoria.
¿Vas a colgar los videos que pusiste en la presentación?
Felicidades! Me apunto a lo de la memoria, que sólo tengo el anteproyecto :P
¿Preparado para que te llamen profe? XD
Enhorabuena al nuevo ingeniero.
Y sí... el obtener un título no te hará cambiar. El entrar (ojalá sea así) en el mercado laboral, con estrés y todo eso hace cambiar un poco...
¡Enhoranuena de nuevo!
Desde luego fué un día muy dificil de olvidar, tenía mucho miedo por como te desenvolverías delante del tribunal y de tanta gente, pero lo hiciste tan bien que todos quedamos encantados con tu exposición.
Eres una persona estupenda "ahijado" y como bién ha dicho tu tia Inma ojalá el abuelo Miguel hubiera estado allí, pero estoy segura que en cierta manera se encontraba en esa sala contigo.
Por cierto, que sepas que todo el Hospital sabe ya que mi sobrino ha defendido un proyecto fin de carrera en la que ha conseguido un sobresaliente con opción a matrícula de honor "ah" y que iba guapíiisimo con su traje de chaqueta.
Bueno no quiero alargarme más enhorabuena y espero que la nueva etapa que vas a comenzar venga repleta de satisfacciones.
Muchos besitos. Te queremos muchísimo.
Jota: gracias :D
Ya te llegará a ti el día, así que suerte ;)
Griseo Mitran: gracias :D
El comienzo de todo es siempre lo más difícil, aunque también hace falta un poquito de suerte.
Juan Pablo: igualmente, y gracias :D
Clarck Kent: pues sí, otro más... en el paro :P
Gracias :D
Sebastián Luna Valero: gracias, pero sin el don :D
Toshiyano: ya sé que no te las lees, aunque también reconozco que a veces me enrollo un poco jeje. Me alegro de que al menos te hayas leído ésta y que haya conseguido que te hubieras sentido como si hubieras estado en la defensa de mi PFC. Ya nos veremos un día de éstos, pero para celebrarlo con moderación :D
Ese primer día es para no olvidarlo, que para eso fue el primero en la universidad y con el gran Sixto :D
Ahora te lo mando ;)
Mamá: hago lo que puedo por ser lo mejor hijo posible. Gracias :D
José Soldado Serrano: gracias :D
Lo de defender un proyecto impone, y si además hay mucho público, pues es una presión añadida, pero afortunadamente todo salió mejor de lo que pensaba. A mí también me hubiera gustado que estuvieses, pero no pasa nada, ahora estaremos unos días juntos en Londres para pasarlo bien ;)
A ver si tengo suerte, y lo mismo te deseo ;)
Tita Inma: intento ser lo más bueno posible, que es como hay que ser. No me acuerdo de haber dicho eso, pero sí es cierto, ojalá pudiese ir más a menudo.
El abuelo Miguel sí estaba allí, eso no lo dudes ;)
Estás perdonada, pero prefiero seguir siendo humilde y presumir lo menos posible ;)
DarkDragon: gracias :D
¡Cuánto tiempo! Me alegro de que me hayas dejado un comentario. Espero que te vaya todo muy bien ;)
Zusss: gracias, pertenecemos a un club muy selecto :D
Ahora te mando la memoria. Los vídeos no los voy a colgar, más que nada porque tampoco tienen mucha historia y porque son un poco pesados.
Juan Aguarón de Blas: gracias :D
También te la pasaré ahora.
Si tú supieras la cara de felicidad que se pone cuando me dicen profe... Ojalá me la pudieran decir desde hoy mismo y de lunes a viernes, aunque preferiría que me llamasen Rafa.
Fernando Blasco: gracias :D
Jaja el estrés supongo que me cambiará un poquito, pero más estrés que el haberme matado a estudiar tantos años...
Kuki: pues más miedo tenía yo al principio, pero después fue una pasada estar ahí de pie explicando mi proyecto.
Lo dicho, intento ser lo mejor persona posible, y sí, sin duda el abuelo Miguel estuvo allí ;)
Lo habéis anunciado por megafonía o qué? Jeje más guapo no lo sé, porque la cara era la misma :P
Gracias por tus deseos, ojalá se cumplan :D
En fin, gracias a todos de corazón, de verdad. Estos son los momentos que uno quiere vivir y que el dinero no puede pagar.
Un saludo a todos ;)
Felicidades atrasadas, en serio, te mereces enormemente el título por el esfuerzo, y sobre todo, por la dedicación y formalidad que se nota que has desarrollado todos estos años.
Me ha hecho mucha gracia lo de los brazos, a veces uno no sabe dónde ponerlos y hasta se los cortaría para que no le molesten ¿no? jeje.
En fin, de nuevo felicidades, es todo un orgullo tener un amigo bloguero como tú.
Un abrazo.
Gracias, Andrés :D
Ya me extrañaba que no me hubieras dejado un comentario en este post.
Esfuerzo, dedicación y formalidad he dejado estos años para dar y regalar, pero ha merecido la pena.
Jaja pues casi que sí. Esos minutos en los que cambiaba de posición los brazos cada dos por tres podría dar la impresión de que estaba nervioso, pero no era así.
Gracias amigo ;)
Pues lamento comunicarte, querido amigo, que no alumno, que el título ya no lo firma Su Magestad. Deberás conformarte con le firma de nuestra Magnífica Rectora. Pero en cualquier caso, debes estar muy orgulloso de lo que significa.
FELICIDADES
Sixto
Sixto, 'magestad' se escribe con 'j'. Te voy a mandar a repetir ortografía castellana de primaria, eh? :P
¿Que no lo firma el Rey? Pero si el único motivo por el que me puse a estudiar una carrera era para tener un autógrafo de Juan Carlos I. Cuando me den el título, voy a Zarzuela o al Palacio Real a que me eche una firmita :D
Gracias por la felicitación :D
me ha encantado el comentario de tu dia inolvidable.Tu madre creo que debe ser tan buena escritora como tu. Ahora no debes de dejar los estudios a un lado porque despues cuesta mas trabajo,por lo que veo vas a opositar en la docencia,valor si que tienes.Los niños de ahora no saben nada de nada,de base nada.Como tendras que hacer el master famoso,te sugiero prepares las dos cosas a la vez,no es tan dificil como lo pintan,se de hijos de amigos que lo hicieron a la vez y aprobaron,cuanto mas lo dejes peor.Espero que te den la matricula.Muchas Felicidades a ti y a tus padres,porque ellos te han llevado por el buen camino.
Yo nunca voy a dejar de estudiar, aunque en realidad no es estudiar lo que me gusta, sino aprender, que es más útil y efectivo.
Pues sí, tengo que hacer el famoso master que para lo único que sirve es para perder el tiempo, porque donde de verdad se aprende es donde está la acción, en un aula dando clase a chavales, pero bueno, es lo que toca...
Voy a intentar hacer las dos cosas a la vez, el master y prepararme las oposiciones, a ver si me suena la flauta y apruebo a la primera. Yo he visto el temario de Matemáticas y, aunque es extenso, es prácticamente lo que dí en bachillerato, así que en teoría bastará con darle un repaso en condiciones.
Hace unos días, me llegó una carta de la facultad confirmando que tengo Matrícula de Honor en el Proyecto Fin de Carrera, así que ya no tienes que esperar a que me la den :D
Gracias ;)
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