El sonido de la alarma de mi móvil me despertó de mi sueño y me recordó que, al contrario que en otras ocasiones en las que remoloneo varios minutos en la cama antes de levantarme definitivamente, hoy no había tiempo que perder, ya que teníamos que ir en autobús a Edimburgo, y cuanto antes lo cogiéramos antes llegaríamos y más disfrutaríamos de la capital de Escocia. Tras el preceptivo paso matutino por el baño, me vestí y, tras ello, terminé de hacer la maleta que había dejado prácticamente lista la noche anterior antes de ducharme; Jose y Miguel hicieron más de lo mismo y finiquitaron sus respectivos equipajes. Lo único que dejamos fuera fue la mochila de mi cámara de fotos y la hoja de la reserva del hostal por si acaso luego hiciese falta en el momento de hacer el check-out. Siendo ya cerca de las ocho menos cuarto, salimos de la habitación y bajamos en el ascensor hasta la cafetería para ir a desayunar.
Al contrario que el día anterior, esta vez no había tantos huéspedes allí, por lo que apenas tuvimos que hacer cola. Mi desayuno fue prácticamente el mismo que el que me tomé 24 horas antes, con la salvedad de que incluí dos tostadas más; así pues, tenía en mi bandeja
ocho tostadas acompañadas de varios envases de mantequilla, un vaso con zumo de naranja y una taza con leche fría. Mis dos amigos, que al igual que yo se decantaron por un desayuno similar al del día anterior, aprovecharon el rato que estuvimos allí para conectarse a Internet a través de su móviles y ponerse al tanto de las últimas noticias del Málaga, del fútbol en general y también del tiempo que íbamos a tener en Edimburgo, que en principio sería bastante bueno. Las tostadas no se tostaron tanto como el otro día, así que me costó un poco más untar la mantequilla, que además estaba un poco fría. El zumo de naranja estaba pasable, mientras que la leche estaba un poco aguada, como casi toda la que se vende en el Reino Unido. Al menos me quedé bastante saciado, que era lo que más me importaba teniendo en cuenta que dentro de un rato nos tocaba aguantar un viaje en autobús.
Cuando terminamos de desayunar, dejamos nuestras bandejas en el bandejero y volvimos a la habitación para que Jose y Miguel se lavaran los dientes y, tras darle un último repaso a todo, coger nuestras maletas para irnos. Había cuatro o cinco españoles esperando a que llegara uno de los dos ascensores; entre que todos no íbamos a caber en uno y que solía tardar en llegar, decidimos bajar directamente por las escaleras con las maletas a cuestas, lo cual no nos importó demasiado, otra cosa hubiera sido tener que subirlas con ellas.
Ya en la planta baja, aprovechamos para beber un poco de agua fresca del surtidor que hay allí antes de
acercarnos al mostrador de recepción para hacer el check-out; únicamente tuvimos que entregar las tarjetas de la habitación, tras lo cual nos despedimos y salimos a la calle cuando ya eran las nueve menos cuarto de la mañana.
Con la esperanza de coger el autobús a Edimburgo de las nueve y media, nos pusimos en marcha, y para ello cogimos por Clyde Street para luego girar a la izquierda por Dixon Street y continuar por Saint Enoch Square. El día en Glasgow no era muy halagüeño; de hecho, el cielo estaba completamente nublado y hacía algo de fresco, por lo que acabé poniéndome la chamarreta. Ya por Buchanan Street,
nos detuvimos en una tienda de souvenirs que hace esquina con Saint Vincent Place. Era relativamente grande y bastante completa, aunque se notaba que estaba especializada en las famosas faldas escocesas, que no son precisamente baratas. Le eché un vistazo a las camisetas de manga corta que suelo comprar cuando viajo, y había alguna que otra que me gustaba, pero preferí dejarlo para Edimburgo, que, al ser más turística, supuse que tendría más variedad de modelos; por su parte,
Jose y Miguel compraron cada uno un imán por 2'75 libras.
Fue salir de la tienda y empezar a chispear. Noté un par de gotas sobre mi cabeza, y luego las pequeñas manchitas del suelo lo confirmaron, así que, aunque no era demasiado, aceleramos un poco el paso por si acaso le daba por apretar más de camino
a la Buchanan Bus Station, adonde
llegamos pasadas ya las nueve y cuarto. Miguel necesitaba ir al baño, así que le dije que fuera al de la estación, pero resulta que costaba dinero utilizarlo, así que se acercó al de la cafetería AM PM, con igual resultado: había que pagar 30 peniques.
El autobús para Edimburgo estaba ya arrancando, por lo que me acerqué para preguntarle al chófer cuánto le quedaba para salir. Me respondió que en apenas un par de minutos, pero que cada cuarto de hora sale uno, así pues
dimos por perdido el de las nueve y media.
Ya sin tantas prisas, me quedé esperando en el andén con las tres maletas mientras mis amigos iban en busca de unos servicios gratuitos, aunque por si acaso le di a Miguel unas cuantas monedas. El siguiente autobús llegó en seguida, y los pasajeros empezaron a subir. Pasaban los minutos y mis amigos no aparecían. Cogí mi móvil para llamarles porque no estaba dispuesto a perder otro autobús más, pero no obtuve respuesta. Ya me estaba impacientando cuando por fin les vi venir de la AM PM, ya que finalmente tuvieron que pagar 30 peniques para entrar a los servicios de la cafetería. Para no perder más tiempo, ellos cogieron todo nuestro equipaje para guardarlo en el maletero, y mientras tanto yo
subí al autobús para pagarle al chófer los billetes, algo sencillo a priori pero que se complicó más de lo esperado, como vais a comprobar a continuación.
Le dije al chófer que quería tres billetes para Edimburgo. Del primer día de viaje ya sabía que cada billete costaba 7'10 libras, así que me dispuse a pagarle con un billete de 50 libras, pero, tal y como me imaginaba, no me lo aceptó, así que
le di dos billetes de 20 esperando un cambio de 18'70 libras. Para mi sorpresa,
el chófer me dio los tres billetes y
solamente 8'80 libras. Inmediatamente, le dije que se había equivocado porque me estaba cobrando 10'40 libras por cada billete, siendo el precio real de 7'10, y él me respondió que no, y además con un acento escocés muy cerrado que me costaba comprender. Le dije que no entendía lo que decía y aquí fue cuando ya casi perdió los papeles. Se puso totalmente encendido y tocó el claxon para avisar a los compañeros que estaban en el andén para resolver el problema, cosa que no consiguieron, ya que quien puso paz fue una chica italiana que estaba detrás de mí y que hizo de intérprete entre los dos porque también sabía hablar español. Ella, mucho más educada y paciente que el conductor, me dijo que ése era el precio del billete, así que al final
me tuve que marchar de allí con la sensación de que me habían estafado.
Jose y Miguel ya estaban sentados al fondo del autobús, desde donde presenciaron la discusión que acababa de tener con el chófer, aunque no sabían el motivo en concreto, así que les conté con pelos y señales lo que había ocurrido mientras el autobús ya estaba en marcha recorriendo las calles de Glasgow. Mis amigos, que al igual que yo también sabían lo que costaba realmente el billete, no entendían por qué me había cobrado de más, y la única explicación factible que logramos encontrar era porque habíamos comprado los billetes en el momento de salir el autobús en vez de en las taquillas de la estación, y por consiguiente nos habían penalizado, aunque el hombre que nos atendió dos días antes nos dijo que el billete costaba lo mismo tanto si lo comprabas con más tiempo como si no. Como os podéis imaginar,
el cabreo que tenía en esos instantes era monumental.
9:50
Como decía,
el autobús echó a andar puntualmente a las 9:45, a pesar de lo sucedido. Para salir de Glasgow, cogió por Cathedral Street, por lo que pasamos por delante de la Saint Mungo's Cathedral poco antes de incorporarse a la autovía. Prácticamente desde que el autobús abandonó por completo la ciudad y su periferia, a ambos lados de la carretera vimos que se extendían bosques y más bosques de frondosos árboles, principalmente abetos, y también de vez en cuando alguna que otra granja con vacas, ovejas, caballos, etc. Estas tranquilas vistas no me hicieron olvidar lo ocurrido con los billetes, y de hecho
seguía dándole vueltas al tema, tanto que los saqué para leer lo que ponía en ellos, a ver si deducía algo. Los revisé detenidamente y
me percaté de que en la parte inferior estaban escritas las letras 'RET', y fue entonces cuando caí en la cuenta de que el conductor nos había cobrado tres billetes de ida y vuelta.
Le enseñé los billetes a Jose y Miguel explicándoles lo que había deducido al respecto, y llegaron a la misma conclusión que yo, por lo que, cuando llegásemos a la estación de autobuses de Edimburgo, tendría que hablar de nuevo con el chófer y contarle que todo había sido un malentendido para que me devolviera el dinero correspondiente. Mientras tanto, con todavía un buen rato de trayecto por delante, nos pusimos los tres a charlar de varias cosas, y en esto Miguel aprovechó para devolverme los peniques que le sobraron de cuando fue a los servicios de la cafetería de la estación. Precisamente, Miguel nos contó que unos días después de nuestro viaje, para ser más exactos el sábado 27 de julio, se marcharía otra vez de viaje, concretamente con sus padres, a Dublín, la capital de Irlanda, ciudad que por cierto no me importaría visitar en el futuro.
Poco antes de las once de la mañana, fueron apareciendo a ambos lados del autobús más y más edificios, lo cual indicaba que
ya estábamos en Edimburgo, con sus casas de un solo piso, todas de tonos oscuros y marrones, muy acordes al tiempo que hacía, bastante nublado y con un ambiente un tanto frío. Al poco de adentrarnos en la ciudad, pasamos por delante del zoo y del Murrayfield Rugby Stadium, y ya a partir de entonces el autobús comenzó a callejear y callejear hasta llegar al pleno centro de Edimburgo, donde logré identificar algunos de los sitios que visitaríamos en las próximas horas y días, como por ejemplo el Scott Monument, Princes Street o Saint Andrew Square.
Llegamos a la estación de autobuses a las once y cuarto, siete minutos más tarde de lo previsto, aunque estaba justificado porque había bastante tráfico.
Aprovechando que estábamos al fondo del autobús, esperamos a que se bajara todo el mundo para hablar con el conductor mientras mis amigos recogían el equipaje del maletero.
Tenía milimétricamente pensadas las frases que le iba a decir al chófer para que no se cabreara como antes y comprendiera que todo había sido un malentendido. Así pues, le dije que lo que yo quería comprar eran tres billetes simples, no de ida y vuelta, por lo que le pedí que me devolviera la diferencia, pero
me dijo que esa gestión la tenía que hacer en la taquilla de información de la estación. Pues nada, me bajé del autobús, y con Jose y Miguel, que ya habían recogido las maletas, me acerqué a la estación en busca de la citada taquilla, la cual encontramos nada más entrar.
Mis amigos se quedaron esperándome a unos metros mientras yo hacía cola. Cuando llegó mi turno,
le expliqué al hombre que estaba al otro lado de la mampara de la taquilla lo que me había ocurrido, a lo que me respondió que para solucionarlo tenía que rellenar una reclamación. Eso para mí no era una solución, puesto que, tal y como le dije, solamente iba a pasar un par de días en Edimburgo y no quería perder más tiempo con algo que se puede arreglar en el momento. Yo ya estaba un poco nervioso porque veía que las casi diez libras que habíamos pagado de más las íbamos a perder, y encima todo esto se lo tenía que explicar en inglés a un escocés al que por suerte pude comprender porque no tenía un acento tan cerrado como el del conductor del autobús. En fin, que este señor se levantó de su silla, se acercó a otro hombre que parecía el jefe y, tras un breve diálogo, volvió y
me abonó en metálico la diferencia, un total de 9'90 libras (3'30 por cabeza) en varias monedas, lo cual provocó que mi cartera cogiera bastante peso.
Le agradecí enormemente al taquillero su ayuda y me despedí de él deseándole un buen día. ¡Qué menos!
Solucionado el problema,
ahora tocaba llegar hasta el hostal para dejar las maletas. Abandonamos la estación de autobuses por la salida de Saint Andrew Square; de allí, cogimos por South Saint Andrew Street hasta llegar a Princes Street, una de las principales calles de la ciudad, y con razón, puesto que estaba a rebosar de gente. Cruzamos a la otra acera y, tras pasar por delante del imponente Hotel The Balmoral, giramos a la derecha para atravesar el North Bridge, el puente que comunica la parte nueva con la parte vieja de Edimburgo, a la cual nos dirigíamos. Las vistas desde allí eran excepcionales, pero no nos detuvimos porque ya íbamos con un poco de retraso según lo previsto y, además, más tarde volveríamos a pasar por allí. De nuevo rodeado por edificios,
nos encontramos casi sin esperarlo con un Pizza Hut, precisamente lo que pretendíamos buscar para almorzar, y encima estaba muy céntrico. Después de tantos problemas, las cosas empezaban a coger otro color.
Llegamos a High Street, sin duda alguna la calle más importante de la Old Town, y la
bajamos hasta desviarnos a la derecha por Blackfriars Street, al final de la cual encontramos por fin el Smart City Hostels Edinburgh. La recepción estaba nada más entrar en el edificio, y nos atendió una chica a la que le pregunté si era posible dejar las maletas por allí para hacer el check-in más tarde, ya que entonces tendríamos que pagar un suplemento que pretendíamos evitar a toda costa, a lo que me respondió que sí. Me dio la tarjeta del luggage room y me indicó cómo llegar hasta allí, ya que dicha habitación estaba en la planta inferior, junto a la cafetería del hostal. Cuando
entramos para dejar el equipaje, me di cuenta de que había una maleta exactamente igual que la mía, así que, para evitar confusiones, puse la mía escondida bajo la de mis amigos, quienes aprovecharon para ir al baño situado justo enfrente.
12:00
Subimos a la planta baja para devolver la tarjeta del luggage room en recepción, y, de paso,
cogimos un mapa de la ciudad de los que allí había para iniciar nuestro paseo por Edimburgo. Tiramos por Cowgate hasta llegar a Grassmarket, una alargada plaza semipeatonal caracterizada por los típicos y estrechos edificios de dos o tres plantas hechos de piedra que nos hartaríamos de ver en la Old Town. Allí mismo vimos The last drop (La última gota), uno de los pubs más famosos de la ciudad, y llamado así porque allí es donde llevaban a los prisioneros a que se bebieran un último trago antes de ahorcarlos en la plaza.
Continuamos nuestro paseo por West Bow y Victoria Street, dos calles enlazadas que sin duda alguna son
de las más pintorescas de Edimburgo, especialmente la segunda de ellas, ya que, además de estar en continua pendiente y en curva, cuenta con dos niveles distintos, y explico esto último. El nivel inferior de la calle es la principal y se compone de edificios de apenas una o dos plantas con fachadas de colores, muy al estilo de parte del barrio londinense de Notting Hill, en la que se ubican numerosos pubs, restaurantes, tiendas, etc., mientras que el nivel superior cuenta con edificios más altos, muy similares a los que acabábamos de ver en Grassmarket, y con una especie de terraza peatonal desde la que te puedes asomar al nivel inferior. Como podéis comprobar, la calle era más que llamativa; de hecho, probablemente fue la que más me gustó de toda la ciudad. Entre foto y foto, echamos un vistazo a los distintos comercios de esta vía, siendo el restaurante Oink el que más nos llamó la atención, puesto que en el escaparate había un cerdo asado casi troceado al completo.
Nos encontrábamos ahora frente a la National Library of Scotland, en la calle George IV Bridge, la cual bajamos en busca del cementerio de Greyfriars. Unos metros antes nos detuvimos ante otro de los pubs más conocidos de la ciudad, The Elephant House, ya que en él J. K. Rowling pasó varias horas escribiendo las aventuras de Harry Potter. Un par de minutos más tarde
vimos la pequeña estatua de Greyfriars Bobby, un perro que permaneció catorce años junto a la tumba de su dueño. Esta muestra de fidelidad se quiso recordar con dicha estatua,
situada a apenas unos metros del Greyfriars Kirkyard, el cementerio en el que está enterrado el propio perro, justamente en la entrada, donde se encuentra la lápida rodeada de varios peluches; por cierto, que enfrente de la estatua de Greyfriars Bobby está otro famoso pub que se llama igual que el perro.
Seguimos caminando por George IV Bridge y luego por Forrest Road, una de sus bifurcaciones, en dirección a George Square. Intentamos llegar hasta allí mapa en mano, pero
llegó un momento en el que no supimos orientarnos. Estábamos en Lothian Street, y menos mal que, pasados unos cinco minutos intentando situarnos en el mapa,
se nos acercó una mujer para ayudarnos e indicarnos cómo llegar adonde queríamos, que si no todavía seguiríamos allí. Tuvimos que deshacer parte del camino recorrido, concretamente hasta el final de Forrest Road, pero ahora nos adentramos en el Middle Meadow Walk, una calle arbolada y peatonal que desemboca en un parque, aunque nosotros nos desviamos antes por una de sus bocacalles para llegar por fin a George Square. En esta plaza se erigen varios de los edificios de la University of Edinburgh, así como varias casas adosadas de estilo georgiano, todos ellos rodeando la parte ajardinada del centro.
Salimos de George Square por Crichton Street para desembocar en Potterrow frente a la Mezquita de Edimburgo. Continuamos por esta calle para luego girar a la derecha por Marshall Street y Nicolson Square, donde ya terminé de ubicarme del todo, puesto que a continuación teníamos que girar a la izquierda por Nicolson Street, una de las calles que llegan hasta High Street, la arteria principal de la Old Town. Pocos metros después de pasar por delante del imponente edificio del Surgeon's Hall, caracterizado por las columnas jónicas de su parte frontal,
llegamos al del Old College de la University of Edinburgh, ya en South Bridge Street, con su no menos imponente cúpula. La puerta principal del edificio estaba abierta, así que accedimos al interior. Allí nos encontramos una especie de plaza rectangular con una parcela de césped en el centro, así como varias escalinatas que daban acceso a las diferentes partes del edificio. Estando allí nos entretuvimos con una gaviota que se posó sobre uno de los muros y a la que me acerqué poco a poco y en silencio para poder fotografiarla, cosa que conseguí.
Al salir, comprobamos que justo
en la acera de enfrente teníamos un Tesco Express, un supermercado al que ya teníamos pensado ir para comprar el desayuno de uno de los días que estaríamos en Edimburgo. Seguimos andando por South Bridge Street en busca del Pizza Hut en el que almorzaríamos brevemente, puesto que ya era la una de la tarde y había que adaptarse al horario escocés. Casi al final de la calle, pasamos por delante de una tienda de souvenirs, y me detuve un momento por dos razones: para fotografiar las
faldas escocesas ('kilts') que estaban expuestas y colgadas en la entrada, y de paso para comprobar el precio de éstas, nada menos que de 50 libras para arriba, y eso que no parecían de las buenas, ya que durante el viaje ya habíamos visto alguna tienda especializada que las vendía todavía más caras.
Ya en High Street, precisamente haciendo esquina con la calle de la que veníamos,
vimos The Tron Kirk, un pequeño templo de la iglesia escocesa que ya no se usa como tal desde hace más de cincuenta años, pero que a pesar de todo sigue siendo muy reconocible por su altísima torre. Como decía antes, ya era hora de almorzar, así que
cruzamos a North Bridge Street para entrar en el Pizza Hut. Nos recibió un joven al que le pregunté si la bebida estaba incluida en el precio del buffet, a lo que nos respondió que no, aunque la verdad es que daba la impresión de que el pobre no tenía mucha idea acerca de ello. Por lo visto,
el buffet saldría por 6'99 libras más lo que costase la bebida, lo cual no estaba del todo mal. Tuvimos que esperar unos minutos a que viniese una chica que sí que parecía un poco más enterada para que nos asignara una mesa, prácticamente la que estaba nada más entrar.
Ya sentados, vino otro camarero, un poco más viejo que los dos anteriores, para tomarnos nota de la bebida,
la cual podíamos rellenar todas las veces que quisiéramos; como de costumbre, yo me pedí Coca-Cola, mientras que mis dos amigos se decantaron por Fanta de naranja. Cuando nos trajeron las bebidas, Jose y Miguel se levantaron de la mesa para servirse los primeros platos y echar un vistazo a lo que había, y mientras tanto yo me quedé esperando para vigilar nuestras chamarretas y la cámara de fotos, no fuera a ser que alguien nos robase. Una vez que vinieron, me levanté y me acerqué a la primera mesa del buffet, y de allí
me serví dos raciones: una ensalada de pasta con maíz, mayonesa y atún, y otra un tanto rara de la que no sabría decir qué llevaba pero que tenía buena pinta. Empecé por esta última, y la verdad es que tampoco sabría definir su sabor; por su parte, la otra sí que estaba un poco más buena, aunque tampoco para tirar cohetes.
Cuando terminé,
volví al buffet para coger más comida, pero esta vez fui a lo seguro:
un poco de pasta boloñesa y dos trozos de pizza que ya no me acuerdo qué llevaban (normal, ha pasado ya casi un año desde el viaje...), aunque si no me falla la memoria las había de jamón, pepperoni, hawaiana, margarita, boloñesa, etc. De lo que sí que me acuerdo es de que la pasta, ahora sí que sí, sabía a algo, y de que las pizzas fueron lo mejor; de hecho, ya no volví a por más pasta, sino que
a partir de entonces lo único que hice fue comer más pizza. La siguiente vez cogí dos trozos, y en la siguiente, tres, pero antes de empezar a comerlas, me acordé de llamar a mi madre, que ya eran las dos de la tarde y el día anterior le dije que le llamaría sobre esa hora. Pues nada, le conté que ya estábamos en Edimburgo, que ya habíamos dejado el equipaje en el hostal, que en ese preciso momento estábamos almorzando y que hacía buen tiempo. En fin, lo que se cuenta siempre en estos casos.
Mientras hablaba con mi madre, se sentó en la mesa de al lado una mujer con su hijo, que tendría cuatro o cinco años, no más, y que en el tiempo que estuvo allí casi no dejó de mirarnos cada dos por tres, eso sí, además no paraba de comer. El que dejó de comer por unos minutos fui yo, puesto que, tras comerme los tres trozos que cogí justo antes de llamar a mi madre, decidí descansar un rato para hacer hueco a la última ronda, que fue de dos trozos, aunque no conseguí comérmelos del todo porque ya no podía más, y es que también bebí mucha Coca-Cola, lo cual hace que uno coma menos. Mis amigos ya habían terminado de almorzar un poco antes, así que esperamos un poco más a que yo reposara la comida, en concreto hasta pasadas las dos y media, cuando pedimos que nos trajeran la cuenta. Finalmente,
el buffet salió por 9'34 libras por barba (6'99 libras el buffet y 2'35 libras la bebida, que nos la recargaron varias veces), lo cual no estaba del todo mal.
14:45
Salimos del Pizza Hut para regresar al hostal, ya que a partir de las tres de la tarde ya podríamos entrar en nuestra habitación. Cogimos por High Street y luego cruzamos para bajar por Blackfriars Street, al final de la cual estaba nuestro hostal, al que llegamos un par de minutos antes de las tres. En recepción nos atendió un joven al que le dije que teníamos una habitación reservada para dos noches; tras comprobar los datos, le dio a Miguel un formulario que había que rellenar, ya que él fue el que se encargó de hacer la reserva, pero, como estaba en inglés, lo cumplimenté yo, aunque al final sí firmó mi amigo.
El recepcionista nos entregó una tarjeta de la habitación a cada uno, y también le pedimos la del luggage room para poder recoger nuestro equipaje. Ya con nuestras maletas,
fuimos en busca de nuestra habitación, la 110, para la cual tuvimos que recorrer un camino interminable y laberíntico que parecía no tener fin. Dejé la maleta en la habitación y volví a la recepción para devolver la tarjeta del luggage room, y qué sorpresa la mía al ver allí a unos cuarenta jóvenes cargados con sus mochilas y maletas que hacían prácticamente imposible llegar hasta el mostrador. Menos mal que llegamos unos minutos antes, que si no...
Pues bien, de vuelta ya en la habitación, tocaba echarle un vistazo en profundidad:
dos literas, teniendo cada cama una pequeña luz individual para no molestar a los demás;
un armario para cada litera; una mesa con su correspondiente silla; un televisor; y el correspondiente baño, que nos llamó especialmente la atención porque la ducha no tenía ni cortina ni mampara, sino que era totalmente abierta, con el mismo suelo del resto del baño pero ligeramente inclinado para que todo el agua se vaya por el desagüe. Estábamos un poco cansados por el viaje en autobús de por la mañana, y a eso había que sumarle que acabábamos de almorzar, y bastante además, así que
decidimos descansar hasta las cuatro de la tarde. Yo me quedé con la cama más cercana a la puerta de la habitación, mientras que mis dos amigos se quedaron con la litera que estaba junto a la ventana, que daba a una terraza del hostal con varias mesas, sillas y sombrillas de la cafetería; en concreto, Miguel se quedó con la cama de abajo y Jose con la de arriba, exactamente igual que en Glasgow.
Lo dicho, nos echamos un rato en nuestras respectivas camas, que por cierto eran bastante más cómodas que las del otro hostal, hasta las cuatro, hora en la que avisé a mis amigos de que ya tenían que ir levantándose, pero, como era previsible, remolonearon un poco, un cuarto de hora más o menos. Como dije antes, para llegar a la habitación tuvimos que dar un buen rodeo, pero a la hora de salir decidimos investigar por nuestra cuenta, y bien que hicimos, ya que descubrimos que podíamos salir del hostal por un camino más corto a través del bar de la planta de abajo.
Ya en la calle, subimos Blackfriars Street para luego girar a la izquierda por High Street y finalmente a la derecha por
North Bridge Street.
Desde este puente,
que une la Old Town con la New Town de Edimburgo,
podíamos divisar Calton Hill, la colina que subiríamos en unos minutos, pero no solamente podíamos contemplar eso, sino también
el castillo, Arthur's Seat, la estación de tren que está justo debajo, los jardines de Princes Street, etc.
Una vez que recorrimos los más de 150 metros de longitud del puente, llegamos a la New Town, concretamente a la Waterloo Place, donde se encuentra el General Register House, un enorme edificio que es sede de los National Archives of Scotland. Justo al comienzo de Regent Road, cruzamos de acera para
subir por unas escalinatas que nos llevaron hasta lo más alto de Calton Hill, una colina que recuerda bastante a la Acrópolis de Atenas como ahora comprobaréis, y es por ello que también se la conozca como la Atenas del Norte. Nada más subir a mano izquierda nos topamos con el primero de los monumentos que allí encontraríamos, el Dugald Stewart Monument, fácilmente reconocible por su forma circular y por sus columnas corintias. Precisamente
desde allí pudimos disfrutar de unas geniales vistas de Edimburgo, tanto de la Ciudad Vieja como de la Ciudad Nueva, e igualmente logramos avistar la costa a lo lejos cuando avanzamos por uno de los senderos que surcan la colina; de paso, aprovechamos que el borde de dicho sendero estaba formado por varias rocas para sentarnos en ellas y tomarnos algunas fotos con la ciudad a nuestras espaldas. Seguimos caminando por ese sendero, rodeando por completo el City Observatory, el Observatorio Astronómico de la ciudad, que la verdad no podría estar ubicado en mejor sitio.
Ahora
nos encontrábamos delante del National Monument of Scotland, un monumento que recuerda a los caídos en las Guerras Napoleónicas, pero que curiosamente quedó inacabado por falta de fondos, lo cual le ha granjeado numerosos apelativos, y no precisamente positivos, tales como "la vergüenza de Edimburgo". En cualquier caso, la construcción en sí es una auténtica maravilla, e inevitablemente
recuerda al Partenón de Atenas con sus enormes columnas. Sin duda alguna, este monumento es el principal atractivo turístico de Calton Hill, por lo que allí había mucha gente haciéndose fotos, y nosotros no íbamos a ser menos. Jose y Miguel incluso se subieron a él a pesar de que no era del todo fácil encaramarse a la escalinata que está a los pies de las columnas; mientras tanto, yo me dediqué a fotografiar tanto al monumento como a mis amigos desde varios puntos: de lejos, de cerca, desde abajo, a los lados, etc.
A pocos metros de allí teníamos el Nelson Monument, una torre erigida para conmemorar la victoria y la muerte del Vicealmirante Nelson en la Batalla de Trafalgar. En el caso de haber subido a lo más alto de esta torre habríamos disfrutado de unas fantásticas vistas de toda la ciudad, pero nos conformamos con las que vimos antes junto al Dugald Stewart Monument y con las que a continuación tendríamos desde
un mirador que daba directamente al Arthur's Seat, el pico que más sobresale de Holyrood Park, un enorme parque situado en medio de Edimburgo y que separa el centro de la parte más cercana a la costa. Desde el mirador en el que nos encontrábamos también teníamos unas enormes vistas de la Old Town, con todos los edificios coronados por el castillo, así que allí nos fotografiamos varias veces. Tras ello, cogimos por el sendero que separa el National Monument of Scotland del Nelson Monument para bajar de Calton Hill, pero, pocos metros antes de volver a las escalinatas por las que subimos, nos topamos con un cañón en el que mis amigos querían montarse, y además que les hiciera algunas fotos.
17:30
Bajamos las citadas escalinatas y volvimos a Waterloo Place, concretamente al General Register House, enfrente del cual se encuentra una estatua ecuestre de bronce del Duque de Wellington. Como podéis comprobar, los británicos son muy patrióticos, y es que rara es la ciudad en la que no recuerdan a varios de sus héroes con notables monumentos, estatuas, calles, plazas, etc.
Avanzamos ya por Princes Street, la principal calle de la New Town, puesto que en ella se aglutinan numerosos comercios de todo tipo, además de ser una vía de paso para muchas de las líneas de autobuses que circulan por la ciudad. Nuestro paseo comenzó con
The Balmoral, un enorme hotel de 5 estrellas que nos daba la bienvenida a esta calle, en cuya acera a continuación encontramos algunos de los accesos a la Waverley Railway Station, la estación de trenes de Edimburgo, que está justamente debajo del puente North Bridge, en el valle que separa la Old Town de la New Town.
Nosotros estábamos en la acera de enfrente, pero cruzamos unos metros más adelante, concretamente cuando llegamos a la altura del
Scott Monument, una especie de
torre hueca de estilo gótico que se levanta por encima de una escultura de mármol blanco del escritor escocés Walter Scott, a quien está dedicado. Lo que más nos llamó la atención de este monumento es su aspecto mugriento y sucio, fruto sin duda alguna de la contaminación; de hecho, actualmente los único vehículos que puede circular por Princes Street son los del transporte público, en parte supongo que para evitar que se deteriore más y, de paso, descongestionar un poco el tráfico. Mis amigos decidieron descansar unos minutos sentados en el césped que rodea al Scott Monument, mientras que yo aproveché ese tiempo para hacerle unas cuantas fotos al monumento, que, además de por su oscuro color, destaca por sus
algo más de 60 metros de altura, desde la cual se puede disfrutar de una bonita panorámica de toda la ciudad, la cual no veríamos nosotros porque entre las que tuvimos un rato antes en Calton Hill y las que tendríamos al día siguiente desde el castillo ya serían más que suficientes.
Justo enfrente de nosotros teníamos los
grandes almacenes Jenners, cuya apariencia arquitectónica no dista demasiado de la de Harrods, aunque sí que es un poco más pequeño que los de la capital londinense; al otro lado del monumento nos podíamos asomar a los
Princes Street Gardens, un
enorme parque que se extiende por todo el valle situado entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva de Edimburgo. Poco después de las seis menos cuarto nos pusimos de nuevo en marcha, precisamente por uno de los paseos que recorren estos jardines, el que empieza en el Scott Monument y termina en The Mound, una explanada situada por encima del parque y de las vías de tren en la que se encuentran
la Scottish National Gallery y la Royal Scottish Academy, dos museos de arte que externamente destacan por su marcado estilo neoclásico, como demuestran sus numerosas columnas de orden jónico y dórico, respectivamente. La primera de ellas es la más importante galería de arte de Escocia, pero no la visitamos porque las obras que expone no son muy conocidas, a excepción de 'La Inmaculada Concepción' de Zurbarán, 'Vieja friendo huevos' de Velázquez y poco más.
Había mucha gente en la explanada que separa a ambos edificios, y es que
había un grupo de tres músicos interpretando una canción con evidentes pinceladas célticas, puesto que uno de ellos tocaba una gaita, y claro, estando en Escocia eso atrae a los turistas. Mis amigos se quedaron un rato viendo la actuación, mientras que yo me acerqué a una maqueta de bronce del centro de Edimburgo que había allí cerca y luego me asomé a los jardines para hacer unas cuantas fotos. Todavía seguía el grupo tocando cuando me dispuse a reunirme con Miguel y Jose, a los que al principio no conseguí localizar, pero tras un par de minutos buscándoles les encontré. Cuando terminó la actuación, mis amigos me pidieron unos cuantos peniques para dárselos al grupo, y, tras ello, reanudamos nuestro camino, aunque antes nos dio tiempo a ver a un escocés vestido con el tradicional kilt y tocando la gaita a apenas unos metros del grupo anterior.
Ahora
tocaba pasear un rato por los Princes Street Gardens, a los que accedimos por una de las entradas de la verja que la rodea, concretamente la que está en la esquina de The Mound con Princes Street. Dicha entrada se iniciaba con una rampa cuesta abajo en cuyo lado derecho vimos un
enorme reloj hecho de flores que para nada era de pega, sino que funcionaba; es más, a su lado había una pequeña caseta de madera de la que seguramente saldría un cuco para cantar las horas puntas, aunque este detalle no lo llegamos a comprobar. Seguimos descendiendo por la cuesta cubiertos por unos frondosos árboles hasta llegar al paseo principal que se abría en mitad de los jardines.
A ambos lados del camino teníamos auténticas alfombras de césped salpicadas por árboles de diferentes clases, mientras que en el límite del camino con el césped se sucedían varios
bancos de madera que tienen una historia bastante curiosa y bonita, ya que todos los bancos que hay repartidos por la ciudad
cuentan con una pequeña placa en la que aparece el nombre de una persona fallecida junto sus años de nacimiento y muerte, y a veces también su profesión o una frase. Los familiares de estas personas pagan una cuota al año para mantener estos bancos que recuerdan de una manera muy especial a sus seres queridos, de tal forma que se puede decir que una parte de Edimburgo pertenece a dichas personas. La idea es bastante original, y la verdad es que no me importaría que se aplicara en mi ciudad con algo parecido, aunque sinceramente lo veo muy poco probable teniendo en cuenta lo poco cuidadosos que somos con el mobiliario urbano por aquí.
Al poco de estar por allí paseando, vimos a nuestra izquierda una ardilla correteando por el césped, así que no pude evitar la tentación de acercarme sigilosamente para hacerle unas cuantas fotos. Dos años y medio antes, cuando estuve en Londres, lo intenté sin fortuna el último día del viaje en St. James's Park, pero esta vez conseguí mi objetivo. La ardilla, cuando sintió que yo me estaba aproximando cada vez más y más, trepó por el tronco de un árbol hasta posarse en una de sus ramas; por suerte no estaba a demasiada altura, por lo que, sin hacer mucho ruido, cogí la cámara y disparé unas cuantas veces mientras la ardilla devoraba un fruto que había cogido antes. También
a nuestra izquierda, pero alzando la vista un poco más,
teníamos el imponente castillo de Edimburgo coronando la roca sobre la que se erige. La estampa era cuanto menos espectacular, y claro, ahí también cogí la cámara para capturar dicha estampa en varias instantáneas.
Llegó un momento en el que nos tuvimos que desviar hacia la derecha porque el camino se veía interrumpido por el Ross Bandstand, una especie de auditorio que puntualmente es utilizado para conciertos musicales. Ahora nos encontrábamos en otro de los caminos de los Princes Street Gardens, para ser exactos en el nivel superior de los jardines, desde el cual se podía admirar incluso mejor la majestuosidad del castillo. En dicho camino vimos también el
Scottish American War Memorial, un monumento compuesto por la estatua de un soldado y por un friso detrás de ésta que recuerda a los escoceses que participaron en la Primera Guerra Mundial, y, unos metros más adelante, la Ross Fountain, una fuente de hierro que precisamente a esa hora no echaba agua alguna. Por último, nada más salir de los Princes Street Gardens, pasamos por delante de una cruz celta en recuerdo de Edward Ramsay, un clérigo que fue deán de Edimburgo en el siglo XIX.
De nuevo en Princes Street, nos adentramos en la New Town por South Charlotte Street hasta desembocar en
Charlotte Square, una plaza ajardinada a la que no pudimos acceder debido a que todos los accesos de la verja que la rodea estaban cerrados. Ante esta situación, no tuve más remedio que apurar al máximo el zoom de mi teleobjetivo para poder fotografiar el
Prince Albert Memorial, una estatua ecuestre de bronce situada justo en el centro de la plaza que recuerda al que fuera consorte de la famosa Reina Victoria. Al parecer, los únicos que pueden acceder a esta parte de la plaza son los propietarios de los edificios que hay en ella, y precisamente uno de dichos dueños es el
Primer Ministro de Escocia, puesto que en el lateral norte de Charlotte Square está su
residencia oficial, la
Bute House. Por cierto, que en la acera del lateral este de la plaza vimos una señal de tráfico de color amarillo que ponía "Diversion" junto con una flecha hacia la derecha; obviamente se trata de un 'false friend', ya que lo que realmente indica es hacia donde se tienen que desviar los vehículos que pasan por allí.
A continuación
tiramos por Rose Street, una calle peatonal paralela a Princes Street que comienza en una de las esquinas de la plaza en la que nos encontrábamos y que destaca principalmente por la
gran cantidad de pubs que aglutina; de hecho, al entrar en dicha calle había un gran panel informativo con un plano en la que aparecían todos los comercios, pubs y demás locales que hay en ella para poder guiarte. Ni siquiera eran todavía las siete de la tarde y algunos de estos pubs ya tenían a gente en sus terrazas tomándose una copa, seguramente después de haber cenado, por lo que todo hacía indicar que en breves minutos se irían llenando del todo. Mientras paseábamos, nos fijamos con cierto detenimiento en los pubs para ir a uno de ellos el día siguiente a modo de despedida del viaje; además de lo pintoresco de esta calle, lo mejor era que al mirar a la derecha en algunas de las bocacalles de ésta podías contemplar el Castillo de Edimburgo, Princes Street Gardens, la Royal Scottish Academy y, por último, el Scott Monument.
18:55
Llegamos finalmente a
Saint Andrew Square, una gran plaza en la que destaca el
Melville Monument, una enorme columna dórica coronada por la estatua de Henry Dundas, un famoso político escocés del siglo XVIII. Mis amigos se quedaron en la verja que da acceso a los Saint Andrew Square Gardens para ver más de cerca dicho monumento y también el
Dundas House, la sede del Royal Bank of Scotland. De nuevo los tres juntos,
reanudamos la marcha por George Street, la calle más importante de la New Town de Edimburgo y que une sus dos principales plaza, la que acabábamos de abandonar y Charlotte Square. A lo largo de esta céntrica vía pasamos por delante de algunos edificios de interés, tales como el Saint Andrew's and Saint George's West Church, The Dome, The Royal Society of Edinburgh y The Assembly Rooms.
Justo antes de recorrer la mitad de la calle
nos detuvimos frente a The Standing Order, uno de los restaurantes de la cadena J D Wetherspoon, que ya conocíamos de Glasgow porque almorzamos dos veces allí. Eran casi las siete y cuarto, y
a Jose y Miguel les apetecía hacer un pequeño alto en el camino, así que aprovechamos y entramos allí. El interior del edificio recordaba al de un banco de estilo clásico, y es que realmente ésa era su función hasta que lo adquirió esta cadena de restauración, a la que acabaríamos yendo todos los días del viaje sin excepción. Tomamos asiento en una de las pocas mesas que estaban sin ocupar, ya que, tal y como advertí antes, a esta hora es cuando los escoceses ya están cenando o, mejor dicho, terminando de cenar.
Yo no tenía ganas de tomarme nada, pero mis amigos sí querían probar alguna de las muchas cervezas de la carta. Como no se aclaraban entre tantas opciones, se acercaron a la barra para que uno de los camareros les diera consejo, y tuvieron suerte, puesto que les atendió un español. Al rato volvieron con un vaso de cerca de medio litro que les costó 3'15 libras y que compartirían entre los dos. Me ofrecieron probarla y les dije que no, pero al final acabé cediendo de tanto que insistieron, a ver si así se callaban de una vez. Tal y como me esperaba, el sorbo que probé no me gustó, y según me dijeron no era cerveza del todo, sino un derivado un tanto extraño. Estuvimos allí aproximadamente media hora, tiempo suficiente para descansar y seguir paseando por la ciudad.
De nuevo en George Street, no la terminamos de recorrer, puesto que nos desviamos por North Castle Street, una bocacalle cuesta abajo en la que nos topamos con el Consulado de España y que desembocaba en
Queen Street, otra de las calles principales de la Ciudad Nueva y que conforma uno de los laterales de los
Queen Street Gardens, a los que pretendíamos entrar, pero nos fue imposible porque estaban rodeados por una verja que estaba cerrada. Continuamos por North Saint David Street, donde, en contraposición a la de unas horas antes, vimos la señal de tráfico de "Diversion ENDS", y ciertamente parecía que se cumplía la falsa traducción de ese mensaje, puesto que ya casi se había terminado la jornada turística para nosotros. Tras pasar de nuevo por Saint Andrew Square, llegamos hasta el Scott Monument, y, ya a paso muy tranquilo,
seguimos por Princes Street y North Bridge para de esta forma regresar a la Old Town.
High Street, la calle más importante de la Ciudad Vieja, estaba bastante concurrida a esta hora tanto por turistas como por los propios escoceses, sobre todo en los tramos peatonales de esta céntrica vía. Entre tante gente vimos un grupo de guías españoles que se anunciaban con carteles a los turistas muy cerca de
Saint Giles' Cathedral, un templo religioso que, a pesar de su nombre,
no es realmente una catedral porque la Iglesia de Escocia carece de ellas, aunque se le llama así porque lo fue en el pasado; de todas formas,
el nombre con el que suelen referirse los escoceses a esta catedral es High Kirk. Junto a ella encontramos una estatua dedicada al economista escocés Adam Smith y el Old Fishmarket Close, uno de los famosos y estrechos callejones de la ciudad.
Un poco más adelante, concretamente en un lateral de la plaza situada frente a la fachada principal de la Saint Giles' Cathedral, nos topamos con el
Heart of Midlothian, un
mosaico que hay en el suelo con forma de corazón en el que la gente suele escupir a modo de desprecio, ya que antiguamente había un prisión en dicho lugar, aunque por lo visto ahora se hace más bien porque trae buena suerte, o eso dicen. La verdad es que esa parte del pavimento estaba un poco más sucia que el resto. Avanzamos por The Royal Mile, ahora ya por el tramo conocido como Lawnmarket, donde abundan las tiendas de souvenirs, hasta la confluencia con Castlehill, donde se erige
The Hub, un antiguo templo de estilo gótico de la Iglesia de Escocia que en la actualidad es la sede del Festival Internacional de Edimburgo que se celebra cada mes de agosto.
20:50
Al mismo tiempo que paseábamos también buscábamos un sitio para cenar, puesto que en breve serían las nueve de la noche y teníamos algo de hambre. Continuamos caminando por Johnston Terrace, pero nos dimos cuenta de que en esa dirección no encontraríamos nada, así que retrocedimos hasta The Hub y bajamos por Upper Bow, una callejuela que llega hasta el nivel superior de Victoria Street, esa calle tan particular en la que estuvimos por la mañana. Por allí tampoco veíamos nada que nos llamase la atención, por lo que
decidimos continuar por George IV Bridge en busca del supermercado Tesco que teníamos localizado para casos de emergencia como éste, a no ser que de camino hasta allí nos topásemos con alguna opción más interesante. De nuevo en The Royal Mile, recorrimos el primer tramo de High Street para luego girar a la derecha por South Bridge Street hasta el Old College, enfrente del cual se encuentra el Tesco al que finalmente entramos a eso de las nueve y cuarto de la noche, aunque todavía era de día.
No estaba muy concurrido el supermercado, ya que a esa hora los escoceses suelen estar en casa. Nos paseamos por los pasillos para tantear las diferentes opciones que teníamos, y finalmente acabamos en la zona de los frigoríficos. Jose y Miguel lo tuvieron muy claro desde el momento en el que vieron una oferta de dos yogurts Activia por una libra, mientras que yo estuve varios minutos dudando porque no terminaba de decidirme sobre qué llevarme. Yo tenía algo más de hambre que mis amigos, y al final
cogí un sándwich de pan integral de jamón y queso por 1'85 libras y un yogurt Onken de fresa de casi medio litro que costaba 1'26 libras. Nos acercamos a la cola para esperar nuestro turno y ser atendidos por un joven que parecía indio, y es que en Escocia, como en el resto del Reino Unido, hay muchos inmigrantes asiáticos.
Salimos a la calle para volver al hostal por South Bridge Street; a continuación, giramos a la derecha por High Street y de nuevo a la derecha bajamos finalmente por Blackfriars Street, al final de la cual se encontraba el Smart City Hostels.
Nos fuimos directamente a nuestra habitación, y lo primero que hicimos fue tumbarnos sobre nuestras camas, puesto que estábamos muy cansados después de haber estado todo el día de un lado para otro, incluido un viaje en autobús desde Glasgow. Tras ello, me cambié de ropa para estar más cómodo y fresco, ya que en la habitación hacía un poco de calor, y luego puse a cargar la batería de mi cámara de fotos, mientras que mis amigos hicieron lo propio con sus iPhones.
Ya iba siendo hora de cenar. Mis amigos se tomaron sus respectivos yogurts, mientras que yo empecé con el sándwich. Estaba más bueno de lo que me imaginaba, pues yo no soy muy de comer pan integral, pero el jamón y el queso camuflaban ese sabor, así que apenas noté la diferencia con respecto al pan de molde normal. Cuando me lo terminé, abrí el bote del yogurt que había comprado y cuál fue mi sorpresa cuando comprobé que no era tan líquido como me esperaba, sino que era más espeso incluso que un yogurt de los de toda la vida. Menos mal que uno de mis amigos tenía una cuchara de plástico en su maleta, porque en caso contrario no sé cómo me lo habría tomado. Estaba bastante bueno, aunque un poco grumoso, lo cual hizo que me costara tomármelo entero, y es que casi medio kilo de yogurt es mucho yogurt, pero yo de los que no tiran la comida mientras me quepa algo en la barriga, y si encima tenía a Jose y a Miguel animando para que lo terminara, pues con más razón todavía.
Ahora tocaba reposar la cena, que había sido más copiosa de lo esperado, así que me tumbé un rato en mi cama, aunque no con la idea de dormir todavía.
Estuvimos discutiendo acerca del plan que seguiríamos al día siguiente. Lo más importante era levantarse temprano para desayunar en la calle y ser de los primeros para entrar en el Castillo de Edimburgo con el fin de evitar las colas y pasar allí toda la mañana; luego, la idea sería almorzar, cómo no, en un J D Wetherspoon y callejear por nuevos sitios de la ciudad, incluyendo una visita al interior de la Catedral, que ya la habíamos visto esa misma tarde por fuera. Por último, terminaríamos el día en algún pub típico escocés de los que habíamos visto en Rose Street.
Tras reposar la cena y planificar lo que daría de sí la última jornada completa que pasaríamos en Edimburgo,
hicimos recuento de lo que habíamos gastado a lo largo del día para añadirlo a la lista de gastos que llevábamos hasta entonces. Tuve que reponer billetes de libras en mi cartera, puesto que ya casi no me quedaba nada y la visita al castillo supondría un notable desembolso. Entre una cosa y otra ya era medianoche, así que tocaba acordar a qué hora nos tendríamos que levantar. Teniendo en cuenta que el acceso al Castillo de Edimburgo se abría a las nueve y media y que antes tendríamos que desayunar,
decidimos poner las alarmas de nuestros móviles a las ocho y cuarto con la idea de salir del hostal como mucho a las nueve menos cuarto. Tras lavarme los dientes (por cierto, que el lavabo también estaba fuera del baño, al igual que en el hostal de Glasgow), me metí en la cama, y no me lo pensé dos veces a la hora de quitarme la camiseta para dormir, puesto que se estaba más cómodo sin ella, y la verdad es que no tenía pinta de que fuese a pasar frío.
Poco antes de las doce y media de la madrugada, apagamos las luces para descansar con vistas a un día que sería largo e intenso.
Nota: ya se está convirtiendo en un clásico de mis relatos viajeros, y es que
nunca termino de contaros mis viajes en un tiempo razonable posterior al viaje en sí. Queda poco para que se cumpla un año de mi visita a tierras escocesas, y también es reseñable que el relato del día anterior se publicó hace casi nueve meses. Sí, he tardado en parir el tercer día de nuestro viaje a Glasgow y Edimburgo, pero es lo que tiene trabajar mucho y no tener mucho tiempo para el blog, que no solamente de viajes vive, sino que entre medias también hay que publicar otras cosas para que no parezca que está muerto. Pues eso, que por enésima vez
os pido disculpas por tanta tardanza. Todavía me quedan dos días por relatar, y mi intención es poder publicarlos de aquí en un mes. Va a ser difícil, pero lo voy a intentar. Sed pacientes.