Nuestros móviles comenzaron a emitir la melodía de sus respectivas alarmas puntualmente a las ocho de la mañana, pero nosotros, tras apagarlas, permanecimos durmiendo en la cama como si no hubiéramos escuchado nada. El tiempo pasaba ante nuestra inconsciencia hasta que finalmente a las nueve menos cuarto volví a abrir los ojos para darme cuenta de que
nos habíamos quedado dormidos.
Pepe saltó como un resorte y se dirigió inmediatamente al baño; mientras tanto, y para ganar tiempo, yo me fui vistiendo. Para variar,
el día amaneció como los demás, es decir,
nublado y dejando patente que me iba a quedar sin ver un cachito azul del cielo londinense. La verdad es que podría haber sido peor, porque tampoco nos llovió tanto como me esperaba.
Ya en la cocina,
nos preparamos el desayuno con las noticias radiofónicas de la BBC de fondo. Esta vez,
me tomé cuatro tostadas con mantequilla, el trozo de la tarta de chocolate que quedaba del primer día y otro insípido y aguado vaso de leche con Nesquik. En mitad del desayuno,
entró en la cocina el casero de Pepe, Mark, así que, como seguramente ya me volvería a cruzar con él a lo largo de la mañana,
me despedí de él y le agradecí el que me hubiera dejado hospedarme en la habitación de mi amigo estos días. Esta vez fue
Pepe el encargado de fregar los platos, vasos y cubiertos del desayuno, y yo mientras fui a la habitación para preparar lo de todos los días, o sea, las cámaras de fotos y la hoja de ruta, porque el paraguas parecía que no iba a hacer falta llevarlo.
A pesar de que se nos habían pegado las sábanas, no íbamos a salir a la calle a tan mala hora, apenas treinta minutos después de habernos levantado, aunque también es cierto que
nos metimos bastante prisa para aprovechar al máximo la última mañana del viaje, que consistiría en dar una vuelta por lo más destacable del centro de Londres. Jose y Miguel iban a visitar el estadio del Arsenal, puesto que el día anterior no pudieron, por lo que con ellos no me reuniría hasta la hora que habíamos acordado para coger el bus para el aeropuerto.
9:15
Salimos de casa por Great Peter Street para continuar por Strutton Ground y desembocar finalmente en Victoria Street. En apenas cinco minutos
nos plantamos frente a la fachada principal de Westminster Abbey, la cual ya vimos la primera mañana del viaje, pero, entre que ese día estaba lloviendo y que íbamos muy justos de tiempo, no pude prestarle mucha atención al templo, y es que esta vez logré darme cuenta de que solamente uno de los dos rosetones de las torres tiene su correspondiente reloj; así pues, aproveché para hacerle unas cuantas fotos, aunque no me quedaron muy bien por culpa del cielo gris londinense, y también a una columna situada en la misma plaza, pero de la que desconozco su nombre.
Luego, cruzamos a Parliament Square, una plaza en la que se encontraban acampados algunos manifestantes que protestaban con pancartas y carteles, pero yo me fijé más bien en las
estatuas de políticos famosos que rodean dicha plaza, entre las que destacan las de Winston Churchill, Nelson Mandela o Abraham Lincoln.
Bordeamos la plaza por la acera de Great George Street, donde
hicimos una larga parada para hacernos varias fotos en uno de los puntos más característicos de la ciudad: una cabina de teléfono de color rojo (también las hay de color negro, aunque pocas). Lo bueno de las dos que allí había era que estaban muy limpias (no como muchas con las que me había topado en otras calles) y, además, estratégicamente situadas, ya que tienen de fondo el Big Ben. Primero fue
Pepe el que me inmortalizó simulando una llamada telefónica, y luego se la hice yo a él; en una de estas cabinas, coincidimos con un grupo de españolas que nos pidieron que les fotografiáramos, y seguidamente ellas hicieron lo mismo con nosotros dos. Tras ello, cruzamos a Bridge Street y
seguimos por Westminster Bridge hasta más o menos la mitad del puente
para contemplar desde allí tanto el London Eye como el Westminster Palace con el popular Big Ben. Nos quedamos allí unos diez minutos haciéndonos las fotos que nos deberíamos haber hecho el sábado por la mañana si no hubiera llovido, aunque ahora tampoco es que hiciera muy buen tiempo, porque el nublado era perenne y la verdad es que las fotos no quedaron todo lo bien que yo quería.
Poco antes de las diez nos pusimos
de nuevo en marcha para continuar nuestro paseo matutino por Parliament Street, en cuya confluencia con
Downing Street nos volvimos a encontrar con varios policías vigilando la casa del Primer Ministro, y por Whitehall. En esta calle,
nos detuvimos un momento frente al Household Cavalry Museum, un museo del ejército inglés en el que todo visitante es recibido por varios soldados vestidos de gala, y algunos de ellos montados a los lomos de un caballo.
Luego, nos acercamos a Trafalgar Square, otro de los puntos emblemáticos de la ciudad por la gran cantidad de actos que allí se celebran y que no pudimos disfrutar del todo en los días previos. Esta vez sí que pudimos prestar más detenimiento a los diversos monumentos que hay en él, empezando por la columna de Nelson, el almirante británico que murió en la batalla de la que toma su nombre esta plaza, teniendo a los pies de la columna a cuatro grandes leones de bronce. Casualmente, al poco de llegar a la plaza, las dos fuentes que allí se hallan comenzaron a bombear agua, lo cual me vino de perlas para tomar algunas instantáneas con el efecto seda que tanto me gusta; por último,
nos hicimos unas fotos con la National Gallery de fondo, un museo que no llegué a visitar porque apenas exhibe cuadros que me gustan, pero bueno, quizás entre en él la próxima vez que vaya a Londres.
De allí nos fuimos en dirección al Buckingham Palace, y para ello
pasamos por el Admiralty Arch, un edificio muy peculiar con varios arcos en su parte central,
para seguidamente atravesar The Mall, una larga avenida arbolada que bordea el St. James's Park y
que termina en el Victoria Memorial, el conjunto escultórico del que ya os hablé en la jornada del domingo. Lo que no vi aquel día fue
la verja que bordea el norte de la plaza circular que se forma delante del palacio y
que da acceso al Queen Victoria Memorial Gardens; dicha verja
era casi toda de oro, muy del estilo de las del Buckingham Palace, en cuyo interior conseguimos ver a un par de soldados haciendo guardia con esos característicos y enormes sombreros de pelo.
De repente, escuchamos un toque de trompeta que se acercaba cada vez más y más,
y es que por Constitution Hill venían cerca de veinte soldados montados a caballo como los que vimos antes a las puertas del Household Cavalry Museum, y supongo que se dirigían hacia allí para hacer el relevo.
10:55
Tras hacernos unas fotos con el Buckingham Palace de fondo, nos adentramos en St. James's Park, un parque no muy grande en comparación con el resto de los que hay en Londres, pero que destaca por el lago que alberga en su interior, así como por la gran cantidad de patos que hay en él. En el parque, bastante frondoso a pesar de ser invierno, nos topamos con otras aves que yo nunca había visto antes, y también con varias ardillas que no dejaban de corretear por la hierba y de bajar y subir de los árboles, por lo que me fue imposible fotografiarlas decentemente. A las once y cuarto, le dije a
Pepe que
ya nos teníamos que volver al piso para recoger la maleta, puesto que había quedado media hora más tarde con Jose y Miguel en la estación. Cogimos por Queen Anne's Gate y Broadway para cruzar Victoria Street y continuar por Strutton Ground y Great Peter Street, la calle del piso de mi amigo.
Ya en su habitación, como todavía tenía tiempo de sobra, nos intercambiamos las fotos que habíamos hecho a lo largo de la mañana con nuestras cámaras, y ya para terminar di un último repaso con el fin de asegurarme de que no se me olvidaba nada, y, de esta forma, poder
cerrar definitivamente la maleta, que iba bastante apretada.
Como parecía que todo estaba en orden,
cogí la maleta, me colgué la mochila de la cámara y salimos de nuevo a la calle para dirigirnos a Victoria Station, concretamente en la boca de metro situada en la esquina de Wilton Street, que es
donde había quedado con Jose y Miguel. Llegué justamente a la hora que acordamos, a las doce menos cuarto, y, como ellos todavía no habían llegado, decidí matar el tiempo haciéndole unas fotos a la fachada de la estación, de estilo antiguo, lo cual es de agradecer teniendo en cuenta que prácticamente todas las que se construyen actualmente son más modernas. Mis dos amigos ya llevaban diez minutos de retraso, así que les llamé al móvil, pero no me lo cogían. Los minutos pasaban y cada vez me impacientaba más y más, y ya no os digo cuando volví a llamarles y seguían sin contestarme. Finalmente,
aparecieron casi media hora después de lo acordado, excusándose en que la visita al estadio del Arsenal se había alargado más de la cuenta y en que cuando regresaron al hostal todavía tenían que terminar de hacer la maleta.
Total, que
accedimos a la zona comercial de la terminal de la estación en busca de algún sitio en el que poder almorzar algo, puesto que después nos iba a resultar más complicado; Jose y Miguel preferían dejarlo para más tarde, por lo que en verdad fui yo el único que estuvo tanteando las opciones que allí había. Al final,
me decanté por un puesto en el que vendían sandwiches y bocadillos calientes a tres o cuatro libras, no lo recuerdo muy bien; de lo que sí me acuerdo es de que
me lo pedí de pepperoni y que estaba bastante bueno. A continuación, poco después de las doce y media,
nos fuimos en busca de la parada del autobús que nos tendría que llevar al aeropuerto, y la encontramos enseguida gracias a que
Pepe conocía el camino por habernos recogido días atrás en nuestra llegada. Una vez allí, llamé a mi padre para confirmarle que ya estaba esperando el autobús, tal y como acordamos la tarde anterior.
Por nuestra parada, la número 9, no aparecía ningún autobús de Terravision, la compañía de transportes encargada de la línea que habíamos comprado en el viaje de ida, lo cual nos extrañó bastante teniendo en cuenta que se iba acercando la hora prevista de salida, la una. Nos acercamos a la parada vecina, donde acababa de llegar un autobús de otra compañía, para preguntarle al chófer si sabía algo al respecto del nuestro, y nos dijo que nosotros podíamos viajar en su autobús con el billete que teníamos comprado, así que nada,
dejamos el equipaje en el maletero y nos despedimos de Pepe. Nos subimos al bus y nos sentamos en la última fila para que yo pudiera estar cómodo y con las piernas libres. A la una, tal y como estaba previsto, el autobús se puso en marcha con dirección al aeropuerto de Stansted.
13:00
En el trayecto por la ciudad, pasamos por delante de algunos de los monumentos y lugares que habíamos visitado estos días, más o menos los mismos que vimos la noche que llegamos a Londres. Nada más salir de la ciudad, lo cual nos llevó varios minutos por su enorme tamaño,
Jose y Miguel decidieron echarse una pequeña siesta aprovechando que todavía nos quedaba cerca de una hora hasta el aeropuerto;
yo, por contra, preferí mantenerme despierto, y es que siempre me gusta ver los sitios por los que paso por muy monótonos que sean, como era el caso: campo, campo y campo con alguna que otra fábrica.
A las dos y cuarto, dos horas antes de la hora de salida prevista para nuestro vuelo,
el autobús llegó al aeropuerto de Stansted, por lo que desperté a mis amigos, que estaban fritos. Nos bajamos para recoger nuestras maletas y nos dirigimos a la terminal para pasar el control de seguridad. Antes de acceder a dicho control, Jose y Miguel se tenían que deshacer de la botella de Coca-Cola sabor cherry que compraron la noche anterior y que tenían prácticamente llena, ya que no les hizo mucha gracia el sabor; le dieron algunos tragos y finalmente se decantaron por tirarla a una papelera. Así pues, seguidamente
pasamos el preceptivo control no sin antes habernos quitado los zapatos y los cinturones para evitar que pitada el arco de seguridad. De allí,
pasamos al área comercial del aeropuerto, compuesta por cafeterías, restaurantes, tiendas, quioscos de prensa, etc. Nos sentamos en tres taburetes que estaban libres junto a una barra próxima a un mostrador en el que vendían dulces y bollería. Me acerqué para gastar las pocas monedas que me quedaban en un croissant, aunque al final me sobraron algunos peniques.
Miguel pensó lo mismo que yo, pero prefirió ir al Starbucks a por un café. El problema es que, mientras él estaba esperando en una larga cola a que le atendieran,
a eso de las tres y cuarto apareció en los paneles informativos la puerta de embarque de nuestro vuelo, y claro, yo quería estar de los primeros para tener más probabilidades de coger un asiento junto a las salidas de emergencia, que son más espaciosos. Jose y yo nos acercamos a la cola para preguntarle a Miguel cuánto le quedaba, a lo que nos respondió que ya le iban a preparar su café; mientras tanto, nosotros dos estuvimos dando vueltas por allí hasta que finalmente Miguel se unió a nosotros.
Intenté en vano convencerles de que nos fuéramos ya a la puerta de embarque, pero me pusieron la excusa de que todavía quedaba mucho para que saliera el vuelo, por lo que seguimos paseando por las diversas tiendas y quioscos de la terminal; tras mucho insistir,
cuando ya eran las cuatro menos cuarto, nos dirigimos definitivamente a la zona de embarque. Tal y como me imaginaba,
la cola de nuestro vuelo era larguísima; de hecho, apenas dos o tres personas más aparte de nosotros quedaba por llegar, así que se podía decir que prácticamente éramos los últimos.
Al igual que en el viaje de ida, mi otra preocupación era que me llamaran la atención por llevar dos bultos, la maleta y la mochila de la cámara, pero por suerte no me pusieron pegas cuando presenté mi billete.
Ya dentro del avión, vimos que no había ninguna terna de asientos libres para poder sentarnos juntos, así que yo corté por lo sano y
me dirigí a la única plaza vacía que había junto a las puertas de emergencia, mientras que Jose y Miguel se sentaron varias filas más atrás casi juntos en dos asientos de pasillo. Yo también me tuve que conformar con sentarme pegado al pasillo, con lo que a mí me gusta mirar por la ventana.
Mis dos compañeros de viaje eran dos jóvenes que tenían pinta de ser alemanes por sus facciones, por lo rubios que eran y porque, aunque me respondieron en inglés cuando les pregunté si el asiento estaba ocupado o no, cuando hablaban entre ellos no me enteraba de nada, y a mí me parecía que el idioma era el alemán. Lo último que me faltaba para completar tan desastroso embarque era que
mi maleta no cabía en el compartimento superior, así que la azafata que me atendió se la llevó para ponerla en un hueco que quedaba libre cerca de la cabina de los pilotos.
16:15
A las cuatro y cuarto, con puntualidad inglesa, se encendieron los motores del avión y, tras enfilar la pista,
despegamos y surcamos el nublado cielo inglés en busca del azul de Málaga, aunque en realidad llegaríamos de noche. Una vez que el avión cogió la suficiente altura, nos avisaron de que ya nos podíamos desabrochar el cinturón de seguridad, lo cual te dejaba un poco más de libertad para moverte, que ya es decir dentro de un avión. Sentado junto al pasillo, se me presentaba un viaje largo y aburrido, puesto que desde donde estaba apenas lograba divisar nubes y más nubes por la ventana. El alemán que estaba sentado junto a ésta sacó su portátil para ver una película, 'Airbender: el último guerrero'; a pesar de no poder escucharla, puesto que el chaval se puso sus cascos para no molestar a nadie, me puse a verla, pero tardé poco en alejar mi vista de la pantalla porque no me llamaba nada la atención. Mientras tanto,
las azafatas se pasearon para ofrecer comida y la revista de Ryanair, la cual pedí para poder matar el tiempo, y la verdad es que me vino de perlas, ya que en ella había varios reportajes, obviamente en inglés, de algunas ciudades europeas (no recuerdo cuáles) que me leí casi de principio a fin.
Una vez que terminé con la revista, me acordé de que tenía la mochila de mi cámara bajo el asiento, así que la cogí y
me entretuve echándole un vistazo a las fotos que había hecho en Londres. Entre una cosa y otra, incluido un vaso de agua que ofrecieron las azafatas a los que quisiéramos, se nos hizo casi de noche, puesto que ya eran cerca de las seis de la tarde, pero claro, ésa era la hora de Inglaterra, por lo que en realidad para mí ya eran las siete con el cambio de hora. Al poco rato,
el piloto anunció al pasaje que tomaríamos tierra en unos minutos. Me quedé muy sorprendido al escuchar esto, ya que estaba previsto que llegásemos a las ocho y diez, y resulta que lo haríamos con mucha antelación.
Cuando el avión comenzó a perder altura, logré divisar una preciosa panorámica de Málaga, concretamente de Gibralfaro, de la Alcazaba, de la Catedral y del puerto. Yo quería hacer varias fotos, pero, entre que estaba sentado junto al pasillo y que las azafatas estaban de arriba para abajo comprobando que todos los pasajeros estuviéramos con el cinturón abrochado, me quedé con las ganas.
Finalmente,
aterrizamos en el aeropuerto a las siete y media de la tarde, es decir, que el vuelo duró cuarenta minutos menos de lo que indicaban los billetes. Como de costumbre, ya con los motores apagados, se escuchó esa característica melodía de Ryanair que, además de soltar alguna que otra risa entre los presentes, terminó con los tradicionales aplausos por un vuelo sin incidentes reseñables. Me puse de pie y, tras ponerme el chaquetón y colgarme la mochila de la cámara, me dirigí al principio del avión para coger mi maleta del compartimento en el que la había guardado la azafata. Como Miguel y Jose estaban varias filas más atrás, les esperé en el túnel de desembarque que conecta el avión con la terminal. Una vez ya los tres juntos, ahora nos tocaba pasar por el trámite del control de identificación, que fue mucho más rápido que a la ida en el aeropuerto de Stansted. Tras esto,
fuimos en busca del aparcamiento destinado a la llegada de pasajeros,
puesto que allí nos estaría esperando el padre de Jose en su coche, pero resulta que antes nos topamos con Emilio, uno de sus hermanos, que nos guió hasta dicho lugar.
Metimos nuestro equipaje en el maletero y nos pusimos en marcha. Durante el camino, le contamos tanto al padre de Jose como a su hermano cómo nos había ido, qué habíamos visitado, y todas las cosas que se suelen decir en estos casos. He de reconocer que se me hizo muy raro el cambiar Londres por Málaga en lo que se refiere a las calles y a la cantidad de gente que hay en ellas, pero bueno, no era que algo que sentía por primera vez, ya que en años anteriores ya había visitado otras grandes ciudades. En primer lugar,
dejamos a Miguel en su casa, y antes de bajarse me dio los billetes de libras que le habían sobrado para que se los cambiara mi padre en el banco, y lo mismo hizo Jose justo antes de que su padre me acercara hasta mi calle, poco antes de las nueve de la noche. El viaje tocó a su fin. ¿Cuál será el siguiente?
Nota: sí,
he tardado casi un año y medio en relatar un viaje de cinco días, pero la mayoría de vosotros sabe por lo que he tenido que pasar estos meses. Tiempo, lo que es tener tiempo, no he tenido mucho entre una cosa y otra, y claro, tampoco iba a dejar de escribir otras entradas durante un par de meses para publicar solamente ésta. Mi idea era que el final de este viaje hubiera sido publicado antes de que se cumpliera un año de éste, pero no ha podido ser así porque desde que publiqué la entrega anterior he estado más ocupado que nunca. Podría haber escrito algo mucho más resumido, pero no me parecía bien que el final de esta historia no siguiera la misma tónica de las anteriores, pues en el futuro me gustaría poder revivir mis viajes con todo lujo de detalles, y es así como únicamente puedo hacerlo. En cualquier caso,
os pido disculpas, y espero que las aceptéis.