Viernes, 26 de febrero de 2010
9:30
Pepe y yo nos despertamos con el sonido de las alarmas de nuestros móviles. Él entra primero en el baño y yo espero mi turno tumbado en la cama, aprovechando los últimos minutos de descanso antes de un largo día para patearse Madrid. Me asomo al ventanal del salón y el día está despejado y soleado, sin amenaza de lluvia como estaba previsto, todo lo contrario que para el sábado y el domingo, con unos pronósticos que aseguraban precipitaciones con una probabilidad cercana al 100%.
Vamos a la cocina a prepararnos el desayuno. Yo me tomo un poco de pan con aceite y un vaso de leche con Colacao, pero no muy fría, porque si no me tiro media hora esperando a que se disuelvan las dos cucharadas de Colacao; aún así, a Pepe le dio tiempo a vestirse mientras yo le daba vueltas y más vueltas a la leche. Después, me vestí yo y, tras coger la cámara y el papel con la lista de sitios que quería conocer de Madrid, salimos a la calle. En mis planes, estaba comenzar el día con el Museo del Prado, pero el contratiempo del suspenso de mi amigo nos obligó a cambiar dichos planes, ya que Pepe tenía que ir a la facultad para solicitar la revisión del examen sobre las diez de la mañana, por lo que no nos daría tiempo para visitar el museo con tranquilidad.
Así pues, ya en Alberto Aguilera, Pepe entró en su facultad mientras yo le esperaba en la calle; le hice una foto al edificio (la que ilustra estas líneas) y estuve 'tanteando' el terreno. Justo enfrente de la facultad, la cervecería 'San Julián', bar predilecto de los universitarios de Comillas, según me comentó Pepe, y a buena fe que lo era, porque estaba repleto de jóvenes desayunando, seguramente los mismos que dos o tres horas más tarde cambiarían el café calentito de la mañana por la fría cerveza del mediodía dejando vacías sus respectivas bancas de clase.
En mi acera, daba el sol de lleno, así que crucé a la de ICADE para esperar a Pepe junto a la puerta; el ir y venir de alumnos era constante, pero era inevitable fijarse en las féminas. Al igual que ayer, eso parecía más bien la pasarela Cibeles, aunque, además de posar y lucir el modelito de turno, también hablaban con ese acento tan pijil que tanto disfrutan mis oídos (esto es ironía, ya me conocéis). Y no sólo eso, porque muchas de ellas iban a la facultad en taxi, y no creo yo que por ir justitas de tiempo, porque no parecían muy apresuradas y, por otra parte, el metro es más rápido teniendo en cuenta el tráfico madrileño. En estas, unos quince minutos más tarde, volvió Pepe y nos fuimos en dirección a San Bernardo para coger allí el metro y bajarnos en Sol, donde enlazamos con el cercanías para llegar a la Estación de Atocha.
11:00
Ya en la estación, pasamos por una tienda de souvenirs en la que entré por si veía alguna camiseta que me gustara, pero los precios eran prohibitivos. Fuimos a ver el famoso Invernadero de Atocha y el techo acristalado del apeadero en el que se encuentra; mientras Pepe hablaba con su madre, me fijé en la gran cantidad de pequeñas tortugas que había en el estanque, el cual estaba prácticamente colonizado por estos reptiles, y luego paseamos un poco por entre la vegetación, que, al ser de clima tropical, estaba bajo unas condiciones de temperatura que nos hizo pasar unos minutos de calor. A continuación, entramos en el Monumento homenaje a las víctimas del 11-M, caracterizado por una ancha columna acristalada que da al exterior, mientras que su interior está cubierto por una lona de plástico donde aparecen impresos mensajes en varios idiomas que fueron recogidos tras aquel trágico día.
Salimos a la calle para ver la fachada de la Estación de Atocha y el conjunto escultórico de bronce de La Gloria y los Pegasos, en lo más alto del edificio del Ministerio de Agricultura. Después, subimos por el Paseo del Prado hasta la Plaza de Murillo para entrar en el Jardín Botánico, previo pago de 1'25€. Debido a la época del año en la que estábamos, la mayoría de los árboles estaban desnudos de hojas, por lo que eché en falta estar rodeado de verde no sólo por los numerosos arbustos y plantas. Paseamos un buen rato por los senderos trazados en el jardín, algunos de los cuales estaban un poco fangosos por culpa de la lluvia del día anterior; nos cruzamos con varios grupos de escolares que también estaban de visita, y era inevitable que se nos viniera a la cabeza nuestro profesor de Biología y Geología del colegio, el mítico hermano Eliseo, un compañero ideal para el sitio en el que nos encontrábamos. Entramos en el invernadero, dividido en tres ambientes diferentes: tropical, templado y desértico; me gustó bastante, porque se podía visitar incluso por la parte superior para ver toda la vegetación. Por último, nos acercamos al estanque del jardín, en cuyo centro se erige un busto del naturalista Carl von Linneo.
Una vez fuera del Jardín Botánico, subimos la calle de Espalter para entrar en El Retiro. Primero vimos el Bosque del Recuerdo, una pequeña colina con 170 cipreses y 22 olivos que recuerdan a las 192 víctimas de los atentados del 11-M. Anduvimos un poco perdidos al principio, ya que no nos situábamos bien del todo; tras pasar por un lago, nos adentramos por el bosque de árboles del parque y conseguimos llegar a la Fuente del Ángel Caído, coronada por la estatua de Lucifer, la única en el mundo que le hace referencia.
Seguimos andando por la Avenida de Cuba para luego desviarnos por un pequeño sendero que terminaba en el Palacio de Cristal, un edificio acristalado cuyas escaleras se hunden en el lago que está justo enfrente y donde la gente se sienta para dar de comer a las decenas de patos que chapotean en el agua. Tras hacernos algunas fotos con el Palacio, que se reflejaba en el lago, salimos al Paseo del Duque Fernán Núñez y entramos en los Jardines de Cecilio Rodríguez, decorados con estatuas y columnas de estilo clásico. En el Paseo de Venezuela, vimos un monumento dedicado a Ramón y Cajal y, unos metros más adelante, un gran ancla, justo al borde del estanque principal del Parque del Retiro; al final del Paseo, en la Plaza de Honduras, nos encontramos con la Fuente de la Alcachofa, caracterizada por el tritón y la nereida que portan el escudo de armas de Madrid y por los cuatro amorcillos sobre los que emerge la alcachofa que da nombre a la fuente.
13:10
A continuación, bordeamos el estanque, que estaba plagado de pequeñas barcas, y nos hicimos algunas fotos con el Monumento a Alfonso XII al fondo. Quería fotografiar el monumento reflejado en el agua, pero estaba un poco turbia y, además, el día se estaba nublando, por lo que no conseguí la foto que quería. Justo a la mitad del estanque, empezaba el Paseo de las Estatuas de algunos de los reyes que ha tenido España, pero era muy largo e íbamos regular de tiempo, así que no lo recorrimos.
Terminamos de bordear el estanque por el embarcadero hasta llegar al Monumento a Alfonso XII, donde fuimos recibidos por dos estatuas con dos leones y varios amorcillos. La columnata, que forma un semicírculo, me recordó a la del Altare alla Patria de Roma; el monumento tiene unas escalinatas que se sumergen en el estanque y cuenta con cuatro leones de piedra y otras tantas sirenas de bronce bajo sus pedestales. La estatua del rey Alfonso XII montando a caballo se erige sobre una gran base cuadrangular adornada con los grupos escultóricos de 'La Paz', 'La Libertad' y 'El Progreso', además de otros tantos relieves de bronce. Por último, la columnata se completaba en su cara frontal con cuatro estatuas de bronce representando 'Las Ciencias', 'La Agricultura', 'Las Artes' y 'La Industria', mientras que por la entrada trasera podíamos ver la de 'El Ejército' y la de 'La Marina'. El conjunto en su totalidad me gustó bastante, era diferente a todo lo que había visto, aunque en cierta medida se parecía un poco al citado Altare della Patria.
Continuamos nuestro paseo por El Retiro por la Plaza de Guatemala con el Monumento al General Martínez Campos, una estatua ecuestre del militar español del siglo XIX en medio de un pequeño estanque. De nuevo estábamos en el Paseo del Duque Fernán Núñez, el cual recorrimos hasta desembocar en la calle de O'Donnell; en la confluencia con calle Alcalá, vimos la Estatua de Espartero y, un poco más adelante, a la altura de la Puerta de Hernani que da acceso al Parque de El Retiro, la Iglesia de San Manuel y San Benito, que me llamó mucho la atención porque era de estilo neobizantino, muy diferente a los más típicos en España, como el gótico o el barroco.
Avanzamos hasta la Plaza de la Independencia, donde se encuentra la famosa Puerta de Alcalá. Fue complicado hacerse una foto con este monumento sin que aparecieran coches detrás, es lo que tiene el tráfico de Madrid; de hecho, tuve que esperar pacientemente varios minutos para hacer algunas libres de vehículos. La Puerta de Alcalá me la imaginaba algo más pequeña, no sé por qué, y sin esculturas que la adornasen, como las de las cuatro virtudes cardinales (Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza) y las de unos niños.
Bajamos por la calle Alcalá hasta la Plaza de Cibeles, pero decidimos reponer fuerzas y buscar un sitio para almorzar, que ya eran más de las dos de la tarde. Teníamos dos opciones muy interesantes ante nosotros, y, además, pared con pared: el menú de 10'95€ del VIPS y el menú de 11€ (12€ con postre) de la Trattoria Pizzeria L'Spirale (por cierto, en italiano tendría que escribirse 'La Spirale', supongo que será una licencia lingüística). Estuvimos dos o tres minutos decidiendo adónde ir y al final nos decantamos por la segunda opción.
Era un restaurante un tanto curioso, ya que el salón está por debajo del nivel de la calle y no a ras; por otra parte, era bastante elegante y tenía pinta de muy caro a pesar del precio del menú, lo cual me desconcertó un poco. Ya sentados, nos trajeron la carta y comprobamos que la mayoría de los platos costaba de media lo mismo que el menú, y esto me desconcertó aún más de lo que estaba. De entre los platos que se ofrecían, Pepe eligió de primero la ensalada, y yo, la sopa; de segundo, los dos nos inclinamos por la pizza mediterránea, pero, cuando pregunté lo que llevaba y la camarera me dijo que había pimientos de por medio, que no me gustan, debí poner una cara rara, así que me dijo que, si quería, podía cambiarla por otra de mi gusto, así que elegí la de salami con aceitunas.
Mientras esperábamos el primero, nos tomamos el plato de zanahoria aliñada que nos pusieron en la mesa, que estaba bastante bueno. No tardaron mucho en traernos el primer plato; tanto Pepe como yo quedamos bastante satisfechos con nuestra elección. Después llegaron las pizzas, que tenían una pinta tremenda, y la vista no nos engañó, porque estaban deliciosas; el salami le dio a mi pizza ese sabor casi picante que me gusta y Pepe, por su parte, reconoció que era la mejor pizza mediterránea que había comido. Los dos nos quedamos bastante llenos, pero Pepe no perdonó el café solo con hielo. Invité a mi amigo a la comida como es debido por alojarme en su piso y, tras unos minutos de reposo, nos pusimos en pie para seguir pateando Madrid.
15:20
Iniciamos la tarde por el Paseo de Recoletos, pasando por delante del edificio de la Biblioteca Nacional, con las estatuas de San Isidoro, Alfonso X El Sabio, Nebrija, Luis Vives, Lope de Vega y Cervantes recibiendo en la escalinata principal a los visitantes. Cruzamos a la Plaza de Colón, aunque, antes de ver lo que hay en ella, pasamos por un pasadizo subterráneo cuya pared de mármol muestra un gran mapa con el camino que tomaron las tres carabelas del famoso navegante para llegar a América. De nuevo en la calle, vimos el Monumento a Cristóbal Colón, cuya estatua se erige sobre un gran pedestal neogótico, y las Torres de Colón, dos rascacielos que se unen por la parte superior. Por último, contemplamos el Monumento al Descubrimiento de América, compuesto por varios bloques de piedra con relieves que recrean algunas escenas de esta fecha tan histórica, y la gran bandera de España que ondea en la plaza.
A continuación, bajamos por la calle Serrano, que estaba casi totalmente levantada por culpa de las obras, hasta la Puerta de Alcalá para luego girar en dirección a la Plaza de Cibeles, uno de los puntos más simbólicos de Madrid con edificios como el del Banco de España y el Palacio de Comunicaciones, actual sede del Ayuntamiento, y, cómo no, la Fuente de Cibeles, con la diosa que da nombre a la plaza sobre un carro tirado por leones; la glorieta en la que se ubica estaba rodeada de varias banderas de España y Europa con motivo de la presidencia española en la Unión Europea.
Después, seguimos por la parte central del Paseo del Prado para ver la Fuente de Apolo y cruzar a la Plaza de la Lealtad, donde se encuentran el Palacio de la Bolsa, el prestigioso Hotel Ritz y el Monumento a los Caídos por España, compuesto por un obelisco bajo el cual arde una llama en recuerdo de éstos. Unos metros más adelante, ya en la Plaza de Cánovas del Castillo, vimos otro conocido hotel, el Palace, y otra conocida fuente, la de Neptuno, donde los aficionados del Atlético de Madrid celebran los triunfos de su equipo, mientras que los madridistas hacen lo propio en la Cibeles.
16:15
Y llegó uno de los platos fuertes del viaje: el Museo del Prado. Nos acercamos a la taquilla que hay justo enfrente de la estatua de Goya para comprar las entradas, que nos salieron gratis al ser estudiantes de la UE menores de 25 años (¡qué bueno ser joven!). Tras coger cada uno un plano para poder guiarnos, nos dirigimos a la Puerta de los Jerónimos, llamada así porque enfrente se encuentra la Iglesia de San Jerónimo el Real. Una vez dentro del museo, tras pasar por el control pertinente, nos paramos para ver el plano y decidir el orden de salas que íbamos a seguir. Teníamos por delante unas tres horas y media para empaparnos de pintura de primer nivel.
Para no liarnos y no dejarnos nada por ver, iniciamos la visita por la sala 2 (según el plano, no existe la sala 1) en la primera planta, a la cual subimos. Al final de las escaleras, nos topamos de frente con 'Las Meninas', pero, como íbamos a tener que pasar inevitablemente por delante más tarde, no nos detuvimos y nos dirigimos a las salas 2 y 3, dedicadas a la pintura francesa, y donde no vimos ningún cuadro que nos sonara; en las tres siguientes, de pintura italiana, sí reconocimos una obra de Caravaggio, 'David vencedor sobre Goliath'. Continuamos con las salas donde se conservan los cuadros más importantes de El Greco, como 'La Trinidad', 'La Adoración de los pastores' o 'El caballero de la mano en el pecho'. Las salas adyacentes conformaban parte de la pintura flamenca que se expone en el museo, y donde destacaba especialmente 'Las tres Gracias' de Rubens.
Salimos al pasillo principal y pasamos de nuevo por delante de 'Las Meninas', pero, como no estaba en la ruta marcada todavía, entramos en las salas 16, 17 y 18, donde ya empezaba el grueso de la pintura española; casualmente, en éstas pudimos contemplar otras dos grandes obras de Velázquez: 'Las Hilanderas', 'Cristo crucificado' y 'La Rendición de Breda', estas dos últimas de las que más me gustan del sevillano. Seguimos con unas cuantas salas de pintura de fuera de nuestras fronteras, donde lo único destacable era la 'Inmaculada Concepción' de Tiepolo, para continuar con uno de los núcleos fuertes del museo.
Para empezar, un poco del Goya pintor de la corte con cuadros como 'Gaspar Melchor de Jovellanos', 'La maja desnuda', 'La maja vestida' o 'La familia de Carlos IV', que se encuentra en un lugar preferencial de la sala circular que da acceso a la galería principal, la cual recorrimos viendo primero una de las paredes hasta el final (donde había otras salas de pintura italiana, con 'El emperador Carlos V a caballo, en Mühlberg' de Tiziano, entre otros) y luego la otra en sentido contrario. En este trayecto, tras ver obras de Ribera y Murillo, nos sentamos unos minutos en uno de los bancos para descansar, que llevábamos todo el día andando y mi cámara empezaba a pesar un poco. Reanudamos la visita con Velázquez y 'Las Meninas', con la que por fin nos detuvimos para admirarla y, de paso, aprovechamos que una profesora estaba explicando detalles del cuadro a sus alumnos para enterarnos de algo; justo después, vimos 'El triunfo de Baco' (también conocido como 'Los borrachos') y nos dirigimos a las escaleras para bajar a la planta cero.
Empezamos esta planta con otra de las partes del museo con Goya como protagonista; primero, la sala de las denominadas Pinturas Negras, con títulos como 'Perro semihundido', 'El aquelarre', 'Duelo a garrotazos' o, quizás la más impactante, 'Saturno devorando a un hijo'. Y, de repente, las dos grandes obras del pintor aragonés: 'El dos de mayo de 1808' y 'El tres de mayo de 1808'. Las dos juntas merecían una foto, y llevaba toda la tarde con la cámara al cuello con la tentación, pero me temía que estaba prohibido. Me acerqué a una de las vigilantes para preguntarle si podía hacer una foto sin usar el flash, y la respuesta, un 'No' con el movimiento de la cabeza, fue inmediata. No lo entiendo, ni que fuera a causar un estropicio, ¡que si no uso el flash no pasa nada! En fin, ellos sabrán. Por cierto, no pongo fotos por esto mismo, porque no hay existencias básicamente.
En las siguientes salas se exponían cuadros de artistas españoles menores en comparación con los Velázquez, Goya o Murillo de antes, pero con obras bastante conocidas, como 'Niños en la playa' de Sorolla, 'Isabel la Católica dictando su testamento' de Rosales, 'Doña Juana la Loca' de Pradilla o 'Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga' de Gisbert, que me encantó, y no porque yo sea de Málaga, sino porque es mucho más grande de lo que me imaginaba y porque usa la técnica del realismo que tanto me gusta.
Continuamos con lo que quedaba de esta planta cero, en cuyas salas pudimos contemplar obras pictóricas de artistas extranjeros como Fra Angélico ('La Anunciación'), Van der Weyden ('El Descendimiento de la cruz'), Durero ('Autorretrato', mientras que 'Adán' y 'Eva' los estaban restaurando), Brueghel ('El triunfo de la Muerte'), Rafael ('El Cardenal') o El Bosco ('El jardín de las delicias'). Precisamente cuando estábamos delante de este último, me di cuenta de que a mi izquierda estaba un chaval que era prácticamente un clon de mi amigo Pepe, al que le dije "Mira, ahí está tu hermano secreto"; cuando le vio, no tardó en decir "¡Qué va! No se parece tanto", pero vamos, que si yo no llego a conocer a Pepe y les veo juntos, no dudaría en afirmar que son hermanos.
De la colección permanente, únicamente nos quedaba por visitar las plantas -1 y 2. Primero fuimos a la segunda, donde encontramos los cartones para tapices más conocidos de Goya, entre otros 'El baile de San Antonio de la Florida', 'La pradera de San Isidro', 'La nevada' y, especialmente, 'El quitasol'. Después, cogimos el ascensor para bajar a la planta -1 y ver las tres salas que componen el Tesoro del Delfín. Nada más entrar, nos recibió un vigilante sentado en una silla con una cara de aburrido... El pobre estaba resolviendo crucigramas, porque lo que es vigilar tenía que vigilar poco: sólo nosotros dos. Las tres salas conservaban en varias vitrinas piezas de orfebrería, como jarrones, cofres o vasos de cristal o de piedras semipreciosas y decoradas con diamantes, perlas o zafiros.
Ya eran las siete y media aproximadamente, así que nos daba tiempo a acercarnos a las dos exposiciones temporales, aunque antes entramos en el Claustro de los Jerónimos, una parte de la iglesia que visitaríamos después y que se encuentra integrada en el museo tras una rehabilitación que tuvo lugar hace unos años. A continuación, bajamos a la primera planta, donde se ubican las dos exposiciones temporales. La primera, 'Holandeses en el Prado', reunía más de medio centenar de pinturas de la escuela holandesa, principalmente del siglo XVII; por su parte, la segunda, 'La compañía del capitán Reijnier Reael', sólo se componía de la obra que le da título, un enorme cuadro de, casualmente, un pintor holandés del siglo XVII y que me recordó a uno muy parecido de Rembrandt, 'La ronda de noche'. Nos quedamos sentados en el banco que estaba delante de la pintura para descansar unos minutos, que ya estábamos un poco reventados de todo lo que habíamos andado a lo largo del día, porque el Museo del Prado no es pequeño precisamente.
19:50
Bajamos a la planta cero y, antes de salir del museo, entramos en el baño para refrescarnos un poco. Ya fuera, aproveché que la Iglesia de San Jerónimo el Real estaba iluminada y la Luna prácticamente llena y muy cerquita para hacer varias fotos; subimos la escalinata que comunica el museo con el templo y, como estaba abierto, entramos para verlo por dentro. En la primera capilla de la derecha, pude ver a los dos titulares de la Hermandad de los Gitanos, mientras que la siguiente daba a una capilla interior más grande presidida por un crucificado. Las bóvedas de crucería identificaban el estilo gótico de la iglesia; en el retablo del altar mayor, aparecían varios personajes bíblicos e imagino que también estaría San Jerónimo junto a ellos, mientras que a cada lado del altar se encontraban dos capillas, una con una Virgen y la otra con un crucificado.
Salimos del templo para volver al Paseo del Prado y ver las estatuas de Velázquez y Murillo, la primera frente a la fachada principal del Museo del Prado y la segunda entre el museo y la entrada del Jardín Botánico. Luego, subimos la calle hasta la Fuente de Neptuno para continuar por la Carrera de San Jerónimo, que estaba totalmente levantada por las obras en el primer tramo, aproximadamente hasta la altura del Congreso. Seguimos por la calle del Prado, donde pasamos por delante de la sede de la Iglesia de la Cienciología, esa religión moderna en la que está el actor Tom Cruise, aunque más que una iglesia parecía una tienda con varias mesas. Íbamos en dirección a la Plaza de Santa Ana y Pepe estaba un pelín perdido, pero finalmente llegamos a ella tras pasar por un par de calles más.
Allí, vimos el Teatro Español, en cuya fachada aparecen los nombres de importantes dramaturgos españoles como Tirso de Molina o Lope de Vega, la estatuas dedicadas a García Lorca y Calderón de la Barca, y el Hotel Reina Victoria, que estaba iluminado con unas tonalidades moradas nada discretas. Esta plaza estaba plagada de bares y tabernas para tapear, así que decidimos quedarnos a cenar por allí; estuvimos unos minutos tanteando varias opciones y, finalmente, nos decantamos por un bar de la misma plaza. Justo cuando íbamos a entrar, me llamaban mis padres, así que, mientras yo hablaba con ellos para contarles cómo me había ido el día y lo que había hecho, Pepe entró para coger un sitio.
Ya dentro, me pedí una Cocacola mientras Pepe ya se estaba tomando su primera caña, porque después caería otra; para empezar, pedimos una ración de patatas bravas, y luego, una de croquetas caseras, que, aunque en realidad no parecían caseras, estaban bastante buenas. Después de cenar, sobre las nueve menos cuarto, tiramos por la calle del Príncipe en busca de alguna tienda de souvenirs para comprarme una camiseta, pero las que veía no me gustaban. Fue entonces cuando empezaron a caer unas cuantas gotas, y es que el cielo estaba bastante nublado, así que decidimos regresar al piso en metro en vez de andando como teníamos pensado.
Giramos por la Carrera de San Jerónimo, donde entré en otra tienda de souvenirs; las camisetas eran prácticamente las mismas que había visto tanto el día anterior como hace unos minutos, así que me dije "Compro la que más me guste y ya está, para qué darle tantas vueltas". Total, que cogí la típica en roja con el toro en negro (era un poco falso, se notaba que el toro no era el de Osborne, pero daba el pego), que me costó 8 euros. Y las cosas que tiene la vida, que en la misma calle, unos metros más adelante, había otra tienda con varias camisetas que me gustaban más que la que acababa de comprar, pero ya no había marcha atrás.
22:00
En fin, que llegamos a la Puerta del Sol y cogimos allí el metro para regresar al piso, donde no estaban ni Carlos ni Diego, que seguramente habrían salido con los amigos. Pepe se puso con el portátil y, mientras tanto, yo fui a darme una ducha. Al poco de salir del baño, Pepe me dejó libre el portátil para echarle un vistazo al correo, y cuál fue mi sorpresa cuando uno de los que había recibido era la nota de la asignatura de italiano. Me descargo el pdf con la lista de notas y... ¡Matrícula de Honor! Y, además, siendo el único 10 de la clase, y eso que yo era de libre configuración; mi amiga Leti, con la que me estaba disputando la MH (la profesora nos dijo que nos la pondría a uno de los dos), sacó un 9'8, es decir, que si no hubiera rectificado cuatro o cinco respuestas del examen, me hubiera tenido que conformar con el Sobresaliente, pero se ve que todas mis correcciones fueron precisas.
Ya era la una de la madrugada, es decir, hora de dormir, y con más razón porque habíamos quedado a las nueve y media de la mañana con unos amigos de Pepe en la Puerta del Sol para desayunar y luego ir al Congreso, así que llevamos a cabo la maniobra para acostarnos y pusimos las alarmas de los móviles para unos minutos antes de las nueve. Las previsiones para el sábado eran de 100% de lluvia; en la próxima entrada, comprobaréis que, por suerte, no se cumplieron.
Así pues, ya en Alberto Aguilera, Pepe entró en su facultad mientras yo le esperaba en la calle; le hice una foto al edificio (la que ilustra estas líneas) y estuve 'tanteando' el terreno. Justo enfrente de la facultad, la cervecería 'San Julián', bar predilecto de los universitarios de Comillas, según me comentó Pepe, y a buena fe que lo era, porque estaba repleto de jóvenes desayunando, seguramente los mismos que dos o tres horas más tarde cambiarían el café calentito de la mañana por la fría cerveza del mediodía dejando vacías sus respectivas bancas de clase.
En mi acera, daba el sol de lleno, así que crucé a la de ICADE para esperar a Pepe junto a la puerta; el ir y venir de alumnos era constante, pero era inevitable fijarse en las féminas. Al igual que ayer, eso parecía más bien la pasarela Cibeles, aunque, además de posar y lucir el modelito de turno, también hablaban con ese acento tan pijil que tanto disfrutan mis oídos (esto es ironía, ya me conocéis). Y no sólo eso, porque muchas de ellas iban a la facultad en taxi, y no creo yo que por ir justitas de tiempo, porque no parecían muy apresuradas y, por otra parte, el metro es más rápido teniendo en cuenta el tráfico madrileño. En estas, unos quince minutos más tarde, volvió Pepe y nos fuimos en dirección a San Bernardo para coger allí el metro y bajarnos en Sol, donde enlazamos con el cercanías para llegar a la Estación de Atocha.
11:00
Ya en la estación, pasamos por una tienda de souvenirs en la que entré por si veía alguna camiseta que me gustara, pero los precios eran prohibitivos. Fuimos a ver el famoso Invernadero de Atocha y el techo acristalado del apeadero en el que se encuentra; mientras Pepe hablaba con su madre, me fijé en la gran cantidad de pequeñas tortugas que había en el estanque, el cual estaba prácticamente colonizado por estos reptiles, y luego paseamos un poco por entre la vegetación, que, al ser de clima tropical, estaba bajo unas condiciones de temperatura que nos hizo pasar unos minutos de calor. A continuación, entramos en el Monumento homenaje a las víctimas del 11-M, caracterizado por una ancha columna acristalada que da al exterior, mientras que su interior está cubierto por una lona de plástico donde aparecen impresos mensajes en varios idiomas que fueron recogidos tras aquel trágico día.
Salimos a la calle para ver la fachada de la Estación de Atocha y el conjunto escultórico de bronce de La Gloria y los Pegasos, en lo más alto del edificio del Ministerio de Agricultura. Después, subimos por el Paseo del Prado hasta la Plaza de Murillo para entrar en el Jardín Botánico, previo pago de 1'25€. Debido a la época del año en la que estábamos, la mayoría de los árboles estaban desnudos de hojas, por lo que eché en falta estar rodeado de verde no sólo por los numerosos arbustos y plantas. Paseamos un buen rato por los senderos trazados en el jardín, algunos de los cuales estaban un poco fangosos por culpa de la lluvia del día anterior; nos cruzamos con varios grupos de escolares que también estaban de visita, y era inevitable que se nos viniera a la cabeza nuestro profesor de Biología y Geología del colegio, el mítico hermano Eliseo, un compañero ideal para el sitio en el que nos encontrábamos. Entramos en el invernadero, dividido en tres ambientes diferentes: tropical, templado y desértico; me gustó bastante, porque se podía visitar incluso por la parte superior para ver toda la vegetación. Por último, nos acercamos al estanque del jardín, en cuyo centro se erige un busto del naturalista Carl von Linneo.
Una vez fuera del Jardín Botánico, subimos la calle de Espalter para entrar en El Retiro. Primero vimos el Bosque del Recuerdo, una pequeña colina con 170 cipreses y 22 olivos que recuerdan a las 192 víctimas de los atentados del 11-M. Anduvimos un poco perdidos al principio, ya que no nos situábamos bien del todo; tras pasar por un lago, nos adentramos por el bosque de árboles del parque y conseguimos llegar a la Fuente del Ángel Caído, coronada por la estatua de Lucifer, la única en el mundo que le hace referencia.
Seguimos andando por la Avenida de Cuba para luego desviarnos por un pequeño sendero que terminaba en el Palacio de Cristal, un edificio acristalado cuyas escaleras se hunden en el lago que está justo enfrente y donde la gente se sienta para dar de comer a las decenas de patos que chapotean en el agua. Tras hacernos algunas fotos con el Palacio, que se reflejaba en el lago, salimos al Paseo del Duque Fernán Núñez y entramos en los Jardines de Cecilio Rodríguez, decorados con estatuas y columnas de estilo clásico. En el Paseo de Venezuela, vimos un monumento dedicado a Ramón y Cajal y, unos metros más adelante, un gran ancla, justo al borde del estanque principal del Parque del Retiro; al final del Paseo, en la Plaza de Honduras, nos encontramos con la Fuente de la Alcachofa, caracterizada por el tritón y la nereida que portan el escudo de armas de Madrid y por los cuatro amorcillos sobre los que emerge la alcachofa que da nombre a la fuente.
13:10
A continuación, bordeamos el estanque, que estaba plagado de pequeñas barcas, y nos hicimos algunas fotos con el Monumento a Alfonso XII al fondo. Quería fotografiar el monumento reflejado en el agua, pero estaba un poco turbia y, además, el día se estaba nublando, por lo que no conseguí la foto que quería. Justo a la mitad del estanque, empezaba el Paseo de las Estatuas de algunos de los reyes que ha tenido España, pero era muy largo e íbamos regular de tiempo, así que no lo recorrimos.
Terminamos de bordear el estanque por el embarcadero hasta llegar al Monumento a Alfonso XII, donde fuimos recibidos por dos estatuas con dos leones y varios amorcillos. La columnata, que forma un semicírculo, me recordó a la del Altare alla Patria de Roma; el monumento tiene unas escalinatas que se sumergen en el estanque y cuenta con cuatro leones de piedra y otras tantas sirenas de bronce bajo sus pedestales. La estatua del rey Alfonso XII montando a caballo se erige sobre una gran base cuadrangular adornada con los grupos escultóricos de 'La Paz', 'La Libertad' y 'El Progreso', además de otros tantos relieves de bronce. Por último, la columnata se completaba en su cara frontal con cuatro estatuas de bronce representando 'Las Ciencias', 'La Agricultura', 'Las Artes' y 'La Industria', mientras que por la entrada trasera podíamos ver la de 'El Ejército' y la de 'La Marina'. El conjunto en su totalidad me gustó bastante, era diferente a todo lo que había visto, aunque en cierta medida se parecía un poco al citado Altare della Patria.
Continuamos nuestro paseo por El Retiro por la Plaza de Guatemala con el Monumento al General Martínez Campos, una estatua ecuestre del militar español del siglo XIX en medio de un pequeño estanque. De nuevo estábamos en el Paseo del Duque Fernán Núñez, el cual recorrimos hasta desembocar en la calle de O'Donnell; en la confluencia con calle Alcalá, vimos la Estatua de Espartero y, un poco más adelante, a la altura de la Puerta de Hernani que da acceso al Parque de El Retiro, la Iglesia de San Manuel y San Benito, que me llamó mucho la atención porque era de estilo neobizantino, muy diferente a los más típicos en España, como el gótico o el barroco.
Avanzamos hasta la Plaza de la Independencia, donde se encuentra la famosa Puerta de Alcalá. Fue complicado hacerse una foto con este monumento sin que aparecieran coches detrás, es lo que tiene el tráfico de Madrid; de hecho, tuve que esperar pacientemente varios minutos para hacer algunas libres de vehículos. La Puerta de Alcalá me la imaginaba algo más pequeña, no sé por qué, y sin esculturas que la adornasen, como las de las cuatro virtudes cardinales (Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza) y las de unos niños.
Bajamos por la calle Alcalá hasta la Plaza de Cibeles, pero decidimos reponer fuerzas y buscar un sitio para almorzar, que ya eran más de las dos de la tarde. Teníamos dos opciones muy interesantes ante nosotros, y, además, pared con pared: el menú de 10'95€ del VIPS y el menú de 11€ (12€ con postre) de la Trattoria Pizzeria L'Spirale (por cierto, en italiano tendría que escribirse 'La Spirale', supongo que será una licencia lingüística). Estuvimos dos o tres minutos decidiendo adónde ir y al final nos decantamos por la segunda opción.
Era un restaurante un tanto curioso, ya que el salón está por debajo del nivel de la calle y no a ras; por otra parte, era bastante elegante y tenía pinta de muy caro a pesar del precio del menú, lo cual me desconcertó un poco. Ya sentados, nos trajeron la carta y comprobamos que la mayoría de los platos costaba de media lo mismo que el menú, y esto me desconcertó aún más de lo que estaba. De entre los platos que se ofrecían, Pepe eligió de primero la ensalada, y yo, la sopa; de segundo, los dos nos inclinamos por la pizza mediterránea, pero, cuando pregunté lo que llevaba y la camarera me dijo que había pimientos de por medio, que no me gustan, debí poner una cara rara, así que me dijo que, si quería, podía cambiarla por otra de mi gusto, así que elegí la de salami con aceitunas.
Mientras esperábamos el primero, nos tomamos el plato de zanahoria aliñada que nos pusieron en la mesa, que estaba bastante bueno. No tardaron mucho en traernos el primer plato; tanto Pepe como yo quedamos bastante satisfechos con nuestra elección. Después llegaron las pizzas, que tenían una pinta tremenda, y la vista no nos engañó, porque estaban deliciosas; el salami le dio a mi pizza ese sabor casi picante que me gusta y Pepe, por su parte, reconoció que era la mejor pizza mediterránea que había comido. Los dos nos quedamos bastante llenos, pero Pepe no perdonó el café solo con hielo. Invité a mi amigo a la comida como es debido por alojarme en su piso y, tras unos minutos de reposo, nos pusimos en pie para seguir pateando Madrid.
15:20
Iniciamos la tarde por el Paseo de Recoletos, pasando por delante del edificio de la Biblioteca Nacional, con las estatuas de San Isidoro, Alfonso X El Sabio, Nebrija, Luis Vives, Lope de Vega y Cervantes recibiendo en la escalinata principal a los visitantes. Cruzamos a la Plaza de Colón, aunque, antes de ver lo que hay en ella, pasamos por un pasadizo subterráneo cuya pared de mármol muestra un gran mapa con el camino que tomaron las tres carabelas del famoso navegante para llegar a América. De nuevo en la calle, vimos el Monumento a Cristóbal Colón, cuya estatua se erige sobre un gran pedestal neogótico, y las Torres de Colón, dos rascacielos que se unen por la parte superior. Por último, contemplamos el Monumento al Descubrimiento de América, compuesto por varios bloques de piedra con relieves que recrean algunas escenas de esta fecha tan histórica, y la gran bandera de España que ondea en la plaza.
A continuación, bajamos por la calle Serrano, que estaba casi totalmente levantada por culpa de las obras, hasta la Puerta de Alcalá para luego girar en dirección a la Plaza de Cibeles, uno de los puntos más simbólicos de Madrid con edificios como el del Banco de España y el Palacio de Comunicaciones, actual sede del Ayuntamiento, y, cómo no, la Fuente de Cibeles, con la diosa que da nombre a la plaza sobre un carro tirado por leones; la glorieta en la que se ubica estaba rodeada de varias banderas de España y Europa con motivo de la presidencia española en la Unión Europea.
Después, seguimos por la parte central del Paseo del Prado para ver la Fuente de Apolo y cruzar a la Plaza de la Lealtad, donde se encuentran el Palacio de la Bolsa, el prestigioso Hotel Ritz y el Monumento a los Caídos por España, compuesto por un obelisco bajo el cual arde una llama en recuerdo de éstos. Unos metros más adelante, ya en la Plaza de Cánovas del Castillo, vimos otro conocido hotel, el Palace, y otra conocida fuente, la de Neptuno, donde los aficionados del Atlético de Madrid celebran los triunfos de su equipo, mientras que los madridistas hacen lo propio en la Cibeles.
16:15
Y llegó uno de los platos fuertes del viaje: el Museo del Prado. Nos acercamos a la taquilla que hay justo enfrente de la estatua de Goya para comprar las entradas, que nos salieron gratis al ser estudiantes de la UE menores de 25 años (¡qué bueno ser joven!). Tras coger cada uno un plano para poder guiarnos, nos dirigimos a la Puerta de los Jerónimos, llamada así porque enfrente se encuentra la Iglesia de San Jerónimo el Real. Una vez dentro del museo, tras pasar por el control pertinente, nos paramos para ver el plano y decidir el orden de salas que íbamos a seguir. Teníamos por delante unas tres horas y media para empaparnos de pintura de primer nivel.
Para no liarnos y no dejarnos nada por ver, iniciamos la visita por la sala 2 (según el plano, no existe la sala 1) en la primera planta, a la cual subimos. Al final de las escaleras, nos topamos de frente con 'Las Meninas', pero, como íbamos a tener que pasar inevitablemente por delante más tarde, no nos detuvimos y nos dirigimos a las salas 2 y 3, dedicadas a la pintura francesa, y donde no vimos ningún cuadro que nos sonara; en las tres siguientes, de pintura italiana, sí reconocimos una obra de Caravaggio, 'David vencedor sobre Goliath'. Continuamos con las salas donde se conservan los cuadros más importantes de El Greco, como 'La Trinidad', 'La Adoración de los pastores' o 'El caballero de la mano en el pecho'. Las salas adyacentes conformaban parte de la pintura flamenca que se expone en el museo, y donde destacaba especialmente 'Las tres Gracias' de Rubens.
Salimos al pasillo principal y pasamos de nuevo por delante de 'Las Meninas', pero, como no estaba en la ruta marcada todavía, entramos en las salas 16, 17 y 18, donde ya empezaba el grueso de la pintura española; casualmente, en éstas pudimos contemplar otras dos grandes obras de Velázquez: 'Las Hilanderas', 'Cristo crucificado' y 'La Rendición de Breda', estas dos últimas de las que más me gustan del sevillano. Seguimos con unas cuantas salas de pintura de fuera de nuestras fronteras, donde lo único destacable era la 'Inmaculada Concepción' de Tiepolo, para continuar con uno de los núcleos fuertes del museo.
Para empezar, un poco del Goya pintor de la corte con cuadros como 'Gaspar Melchor de Jovellanos', 'La maja desnuda', 'La maja vestida' o 'La familia de Carlos IV', que se encuentra en un lugar preferencial de la sala circular que da acceso a la galería principal, la cual recorrimos viendo primero una de las paredes hasta el final (donde había otras salas de pintura italiana, con 'El emperador Carlos V a caballo, en Mühlberg' de Tiziano, entre otros) y luego la otra en sentido contrario. En este trayecto, tras ver obras de Ribera y Murillo, nos sentamos unos minutos en uno de los bancos para descansar, que llevábamos todo el día andando y mi cámara empezaba a pesar un poco. Reanudamos la visita con Velázquez y 'Las Meninas', con la que por fin nos detuvimos para admirarla y, de paso, aprovechamos que una profesora estaba explicando detalles del cuadro a sus alumnos para enterarnos de algo; justo después, vimos 'El triunfo de Baco' (también conocido como 'Los borrachos') y nos dirigimos a las escaleras para bajar a la planta cero.
Empezamos esta planta con otra de las partes del museo con Goya como protagonista; primero, la sala de las denominadas Pinturas Negras, con títulos como 'Perro semihundido', 'El aquelarre', 'Duelo a garrotazos' o, quizás la más impactante, 'Saturno devorando a un hijo'. Y, de repente, las dos grandes obras del pintor aragonés: 'El dos de mayo de 1808' y 'El tres de mayo de 1808'. Las dos juntas merecían una foto, y llevaba toda la tarde con la cámara al cuello con la tentación, pero me temía que estaba prohibido. Me acerqué a una de las vigilantes para preguntarle si podía hacer una foto sin usar el flash, y la respuesta, un 'No' con el movimiento de la cabeza, fue inmediata. No lo entiendo, ni que fuera a causar un estropicio, ¡que si no uso el flash no pasa nada! En fin, ellos sabrán. Por cierto, no pongo fotos por esto mismo, porque no hay existencias básicamente.
En las siguientes salas se exponían cuadros de artistas españoles menores en comparación con los Velázquez, Goya o Murillo de antes, pero con obras bastante conocidas, como 'Niños en la playa' de Sorolla, 'Isabel la Católica dictando su testamento' de Rosales, 'Doña Juana la Loca' de Pradilla o 'Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga' de Gisbert, que me encantó, y no porque yo sea de Málaga, sino porque es mucho más grande de lo que me imaginaba y porque usa la técnica del realismo que tanto me gusta.
Continuamos con lo que quedaba de esta planta cero, en cuyas salas pudimos contemplar obras pictóricas de artistas extranjeros como Fra Angélico ('La Anunciación'), Van der Weyden ('El Descendimiento de la cruz'), Durero ('Autorretrato', mientras que 'Adán' y 'Eva' los estaban restaurando), Brueghel ('El triunfo de la Muerte'), Rafael ('El Cardenal') o El Bosco ('El jardín de las delicias'). Precisamente cuando estábamos delante de este último, me di cuenta de que a mi izquierda estaba un chaval que era prácticamente un clon de mi amigo Pepe, al que le dije "Mira, ahí está tu hermano secreto"; cuando le vio, no tardó en decir "¡Qué va! No se parece tanto", pero vamos, que si yo no llego a conocer a Pepe y les veo juntos, no dudaría en afirmar que son hermanos.
De la colección permanente, únicamente nos quedaba por visitar las plantas -1 y 2. Primero fuimos a la segunda, donde encontramos los cartones para tapices más conocidos de Goya, entre otros 'El baile de San Antonio de la Florida', 'La pradera de San Isidro', 'La nevada' y, especialmente, 'El quitasol'. Después, cogimos el ascensor para bajar a la planta -1 y ver las tres salas que componen el Tesoro del Delfín. Nada más entrar, nos recibió un vigilante sentado en una silla con una cara de aburrido... El pobre estaba resolviendo crucigramas, porque lo que es vigilar tenía que vigilar poco: sólo nosotros dos. Las tres salas conservaban en varias vitrinas piezas de orfebrería, como jarrones, cofres o vasos de cristal o de piedras semipreciosas y decoradas con diamantes, perlas o zafiros.
Ya eran las siete y media aproximadamente, así que nos daba tiempo a acercarnos a las dos exposiciones temporales, aunque antes entramos en el Claustro de los Jerónimos, una parte de la iglesia que visitaríamos después y que se encuentra integrada en el museo tras una rehabilitación que tuvo lugar hace unos años. A continuación, bajamos a la primera planta, donde se ubican las dos exposiciones temporales. La primera, 'Holandeses en el Prado', reunía más de medio centenar de pinturas de la escuela holandesa, principalmente del siglo XVII; por su parte, la segunda, 'La compañía del capitán Reijnier Reael', sólo se componía de la obra que le da título, un enorme cuadro de, casualmente, un pintor holandés del siglo XVII y que me recordó a uno muy parecido de Rembrandt, 'La ronda de noche'. Nos quedamos sentados en el banco que estaba delante de la pintura para descansar unos minutos, que ya estábamos un poco reventados de todo lo que habíamos andado a lo largo del día, porque el Museo del Prado no es pequeño precisamente.
19:50
Bajamos a la planta cero y, antes de salir del museo, entramos en el baño para refrescarnos un poco. Ya fuera, aproveché que la Iglesia de San Jerónimo el Real estaba iluminada y la Luna prácticamente llena y muy cerquita para hacer varias fotos; subimos la escalinata que comunica el museo con el templo y, como estaba abierto, entramos para verlo por dentro. En la primera capilla de la derecha, pude ver a los dos titulares de la Hermandad de los Gitanos, mientras que la siguiente daba a una capilla interior más grande presidida por un crucificado. Las bóvedas de crucería identificaban el estilo gótico de la iglesia; en el retablo del altar mayor, aparecían varios personajes bíblicos e imagino que también estaría San Jerónimo junto a ellos, mientras que a cada lado del altar se encontraban dos capillas, una con una Virgen y la otra con un crucificado.
Salimos del templo para volver al Paseo del Prado y ver las estatuas de Velázquez y Murillo, la primera frente a la fachada principal del Museo del Prado y la segunda entre el museo y la entrada del Jardín Botánico. Luego, subimos la calle hasta la Fuente de Neptuno para continuar por la Carrera de San Jerónimo, que estaba totalmente levantada por las obras en el primer tramo, aproximadamente hasta la altura del Congreso. Seguimos por la calle del Prado, donde pasamos por delante de la sede de la Iglesia de la Cienciología, esa religión moderna en la que está el actor Tom Cruise, aunque más que una iglesia parecía una tienda con varias mesas. Íbamos en dirección a la Plaza de Santa Ana y Pepe estaba un pelín perdido, pero finalmente llegamos a ella tras pasar por un par de calles más.
Allí, vimos el Teatro Español, en cuya fachada aparecen los nombres de importantes dramaturgos españoles como Tirso de Molina o Lope de Vega, la estatuas dedicadas a García Lorca y Calderón de la Barca, y el Hotel Reina Victoria, que estaba iluminado con unas tonalidades moradas nada discretas. Esta plaza estaba plagada de bares y tabernas para tapear, así que decidimos quedarnos a cenar por allí; estuvimos unos minutos tanteando varias opciones y, finalmente, nos decantamos por un bar de la misma plaza. Justo cuando íbamos a entrar, me llamaban mis padres, así que, mientras yo hablaba con ellos para contarles cómo me había ido el día y lo que había hecho, Pepe entró para coger un sitio.
Ya dentro, me pedí una Cocacola mientras Pepe ya se estaba tomando su primera caña, porque después caería otra; para empezar, pedimos una ración de patatas bravas, y luego, una de croquetas caseras, que, aunque en realidad no parecían caseras, estaban bastante buenas. Después de cenar, sobre las nueve menos cuarto, tiramos por la calle del Príncipe en busca de alguna tienda de souvenirs para comprarme una camiseta, pero las que veía no me gustaban. Fue entonces cuando empezaron a caer unas cuantas gotas, y es que el cielo estaba bastante nublado, así que decidimos regresar al piso en metro en vez de andando como teníamos pensado.
Giramos por la Carrera de San Jerónimo, donde entré en otra tienda de souvenirs; las camisetas eran prácticamente las mismas que había visto tanto el día anterior como hace unos minutos, así que me dije "Compro la que más me guste y ya está, para qué darle tantas vueltas". Total, que cogí la típica en roja con el toro en negro (era un poco falso, se notaba que el toro no era el de Osborne, pero daba el pego), que me costó 8 euros. Y las cosas que tiene la vida, que en la misma calle, unos metros más adelante, había otra tienda con varias camisetas que me gustaban más que la que acababa de comprar, pero ya no había marcha atrás.
22:00
En fin, que llegamos a la Puerta del Sol y cogimos allí el metro para regresar al piso, donde no estaban ni Carlos ni Diego, que seguramente habrían salido con los amigos. Pepe se puso con el portátil y, mientras tanto, yo fui a darme una ducha. Al poco de salir del baño, Pepe me dejó libre el portátil para echarle un vistazo al correo, y cuál fue mi sorpresa cuando uno de los que había recibido era la nota de la asignatura de italiano. Me descargo el pdf con la lista de notas y... ¡Matrícula de Honor! Y, además, siendo el único 10 de la clase, y eso que yo era de libre configuración; mi amiga Leti, con la que me estaba disputando la MH (la profesora nos dijo que nos la pondría a uno de los dos), sacó un 9'8, es decir, que si no hubiera rectificado cuatro o cinco respuestas del examen, me hubiera tenido que conformar con el Sobresaliente, pero se ve que todas mis correcciones fueron precisas.
Ya era la una de la madrugada, es decir, hora de dormir, y con más razón porque habíamos quedado a las nueve y media de la mañana con unos amigos de Pepe en la Puerta del Sol para desayunar y luego ir al Congreso, así que llevamos a cabo la maniobra para acostarnos y pusimos las alarmas de los móviles para unos minutos antes de las nueve. Las previsiones para el sábado eran de 100% de lluvia; en la próxima entrada, comprobaréis que, por suerte, no se cumplieron.
3 comentarios:
A mi me gustaría ver el Jardín Botánico, por la foto que has puesto, tiene que ser precioso.
Y vaya hambre me has dado con eso de las pizzas mediterráneas.
Saludetes.
De Madrid, lo que más conozco es Atocha y el aeropuerto... A ver si algún día voy, que debe de estar chulo.
Andrés: pues la foto no es del Jardín Botánico, sino del Invernadero de Atocha.
Jaja pa pizza la que he comido dos veces en Bérgamo (boca babeante de Homer).
Juan Aguarón de Blas: jajajaja buenos sitios que conoces :P
Está bastante bien, me gustó más de lo que esperaba.
Gracias por vuestros comentarios ;)
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