Viernes, 24 de febrero de 2017
17:30
Después de una dura mañana de trabajo en Coín, de volver a Málaga y de comer en casa con mi madre, me eché una pequeña siesta que duró hasta las cinco y media de la tarde, y es que tenía que hacer la maleta para irme de viaje a Córdoba con mis amigos Jose y Miguel. Tras no haber podido viajar el verano anterior debido a que me tenía que examinar de las Oposiciones y que no sabía hasta qué fecha iba a estar ocupado con este asunto, imaginad las ganas que tenía de que llegase esta escapada de fin de semana a la ciudad califal. No iba a ser ni un viaje muy largo ni un destino muy lejano, tan solo un par de días mal contados a unos 150 kilómetros de casa, pero me hacía casi tanta ilusión como cuando fui a Roma, Londres o Múnich.
Como decía, tocaba hacer la maleta, y apenas tardé unos 15 minutos, en primer lugar porque yo soy de los que la hace rápido y luego porque había quedado en recoger a mis amigos poco después. Además de la ropa, no olvidé meter mi inseparable cámara de fotos, y tampoco un mapa y la lista de sitios de Córdoba que tenía pensado visitar, aunque por si acaso también las llevaba descargadas al móvil. Fue entonces cuando avisé a mis amigos por nuestro grupo de Telegram que ya estaba preparado. Jose, que era el primero a quien iba a recoger, me dijo a las seis y cuarto que fuese saliendo que mientras tanto él ya estaría listo. Me despedí de mi madre y mi perra, tras lo cual bajé al garaje para coger el coche y poner rumbo a la gasolinera que está más cerca de su casa, ya que con lo que tenía en el tanque no íbamos a tener suficiente para llegar a Córdoba.
Mientras repostaba 30 € de diésel, avisé por el grupo que enseguida me dirigía a casa de Jose, quien por lo visto todavía no había podido hacer su maleta por un problema de última hora, por lo que me tocó esperar unos minutos hasta que finalmente bajó. Ahora tocaba ir en busca de Miguel, quien ya estaba un poco impaciente por esta tardanza y que se cabreó un poco más cuando Jose le envió un audio de la música que tenía puesta en el coche y comprobó que eran marchas de Semana Santa, a lo que respondió con un directo "Quita esa mierda". Para rizar el rizo, cuando llegué a su barrio se me pasó girar por la calle que desemboca en su casa, por lo que tuvimos que dar una vuelta más hasta que finalmente le recogimos pasadas las siete de la tarde.
Por fin los tres juntos ya en el coche, pusimos rumbo a Córdoba, para lo cual recorrimos la avenida de Andalucía, nos incorporamos seguidamente a la autovía del Mediterráneo para rodear la ciudad y ya luego nos desviamos por la autovía de Málaga. Ya por entonces mis amigos me habían convencido de que quitase la música de Semana Santa que estábamos escuchando y pusiese la radio, aunque este cambio duró poco, apenas media hora, ya que cuando llegamos a Las Pedrizas las emisoras casi no se escuchaban porque no tenía puesta la antena del coche (hace poco me la robaron y ahora siempre la llevo entre los dos asientos delanteros), por lo que el resto del camino pude disfrutar de mis queridas marchas procesionales.
Cuando íbamos por Antequera ya estaba anocheciendo, lo cual no me hacía mucha gracia porque eso significaba que iba a conducir de noche casi todo el camino, pero bueno, era más o menos lo que estaba previsto; al menos estaba acompañado, porque si estoy solo siempre trato de evitar conducir a oscuras. Durante el viaje charlamos de varios temas, entre otros de fútbol, principalmente del Málaga, que por entonces daba para mucho que hablar; de apuestas de fútbol, sobre todo ellos dos, que cada dos por tres se juegan algunos euros; y del colegio en el que estudiamos, puesto que unos días antes se jubiló don José Naranjo, que fue nuestro profesor de Francés en 4º ESO y cuya despedida de Maristas se llegó a publicar incluso en el Diario Sur, algo que nos sorprendió porque no suelen publicarse noticias de este calado.
Ya en la provincia de Córdoba, pasamos por Benamejí; Lucena, donde había estado unas semanas antes visitando a un par de amigos; Aguilar de la Frontera; Montilla; y Fernán Núñez, pueblo con el mismo nombre de la calle en la que vive Jose. Unos kilómetros más tarde nos encontramos con la señal del desvío a Córdoba, la cual cogimos al tiempo que Jose activaba Google Maps en su móvil para seguir la ruta indicada. Yo tenía grabado en mi cabeza el camino que debíamos tomar; sin embargo, me confundí al tirar por una carretera equivocada, y es que ya he dicho que de noche no me gusta conducir, así que tuvimos que recurrir definitivamente a las indicaciones de Google para que nos recondujera. Cuando pasamos por el Estadio Nuevo Arcángel ya me ubiqué del todo, y además al fondo teníamos la Mezquita iluminada, así que ya no tenía motivos para perderme. Empecé a buscar sitio para aparcar en la plaza de Magdalena, pero no hubo suerte. Tras unos minutos dando vueltas por calles estrechas y evitando aquéllas en las que se prohibía pasar con el coche, encontramos un hueco en la calle Mayor de Santa Marina.
21:15
Ya en la provincia de Córdoba, pasamos por Benamejí; Lucena, donde había estado unas semanas antes visitando a un par de amigos; Aguilar de la Frontera; Montilla; y Fernán Núñez, pueblo con el mismo nombre de la calle en la que vive Jose. Unos kilómetros más tarde nos encontramos con la señal del desvío a Córdoba, la cual cogimos al tiempo que Jose activaba Google Maps en su móvil para seguir la ruta indicada. Yo tenía grabado en mi cabeza el camino que debíamos tomar; sin embargo, me confundí al tirar por una carretera equivocada, y es que ya he dicho que de noche no me gusta conducir, así que tuvimos que recurrir definitivamente a las indicaciones de Google para que nos recondujera. Cuando pasamos por el Estadio Nuevo Arcángel ya me ubiqué del todo, y además al fondo teníamos la Mezquita iluminada, así que ya no tenía motivos para perderme. Empecé a buscar sitio para aparcar en la plaza de Magdalena, pero no hubo suerte. Tras unos minutos dando vueltas por calles estrechas y evitando aquéllas en las que se prohibía pasar con el coche, encontramos un hueco en la calle Mayor de Santa Marina.
21:15
Tras descargar las maletas, activamos de nuevo Google Maps para saber cómo llegar a nuestro alojamiento, que por lo visto se encontraba a unos 15 minutos andando. Al llegar al Templo Romano, paramos un momento porque no teníamos muy claro por dónde seguir. Yo sabía que estábamos ya muy cerca, pero la ruta que nos marcaba el móvil me llevó a confusión, y con tantas calles la verdad es que no me aclaraba. Por si acaso, tiramos por donde nos decía Google Maps, que finalmente nos llevó hasta nuestro hostal, el Palacio del Corregidor, aunque después corroboraríamos que podríamos haber llegado por un camino más corto, ya que a dos pasos teníamos la plaza de la Corredera, y por uno de sus callejones se llegaba al Templo Romano.
Ya en el hostal, a mano derecha nos encontramos con un pequeño mostrador de recepción donde nos atendió una chica que habló principalmente con Jose, puesto que la reserva estaba a su nombre. Nos preguntó si habíamos venido en coche, a lo que le respondimos que sí; a esto añadió si habíamos circulado por calles de paso restringido a vehículos, y le dijimos que creíamos que no, pero por si acaso le dije la matrícula de mi coche por si se enteraban de algún aviso, cosa que le agradecimos. Finalizado el check-in, nos dio las llaves de nuestra habitación, la 11, situada en la planta baja junto al patio principal del hostal. La habitación era normalita, con una cama simple que sería la que yo usaría y una cama de matrimonio que compartirían mis amigos, así como un armario, una televisión, una ventana que daba al patio y un pequeño baño con ducha.
Ya eran cerca de las diez menos cuarto, así que dejamos las maletas en la habitación y nos fuimos en busca de un sitio para cenar. Atravesamos la plaza de la Corredera para continuar por la calle Rodríguez Marín, donde vimos la taberna La Cazuela de la Espartería, la cual me había recomendado un compañero de trabajo, pero Jose y Miguel preferían ir a otro sitio porque uno de ellos ya había estado allí en una visita anterior y prefería probar un sitio nuevo. Tras el preceptivo tonteo por el que siempre pasamos en estas situaciones, Miguel buscó en TripAdvisor recomendaciones de restaurantes cerca de donde nos encontrábamos para ir a una apuesta segura; finalmente, tras tirar por calle Claudio Marcelo y sondear las opciones que había alrededor de la plaza de las Tendillas, nos decantamos por la taberna La Montillana. Si bien parecía estar lleno, al preguntar a uno de los camareros resulta que en la planta de arriba había una mesa libre, así que ahí nos quedamos.
Para beber, mis amigos se pidieron cerveza y yo una Coca-Cola, mientras que para comer pedimos media de mazamorra de almendras, media de croquetas de jamón ibérico, media de flamenquín cordobés y puntas de solomillo ibérico al gorgonzola. Mientras esperábamos los platos, el camarero nos trajo una cesta de picos y regañás, así como una pequeña bolsa de papel con tres bollitos de pan calentitos que ya nos causó una buena impresión, aunque lo mejor estaba por venir. Primero nos sirvieron la mazamorra, la cual nunca había probado y que, a pesar de tener un sabor nuevo para mí, no me disgustó. A continuación, nos trajeron el flamenquín, plato típico cordobés que estaba también bastante bueno, y las croquetas de jamón, sin duda alguna las mejores que he probado, opinión compartida por mis amigos, y es que estaban muy cremosas por dentro. Por último, nos sirvieron las puntas de solomillo, que, si bien estaban muy buenas, estaban un pelín fuertes debido al queso gorgonzola.
La elección del sitio para cenar había sido todo un acierto, aunque todavía quedaba la guinda. Nosotros no solemos pedir postre, pero esta vez íbamos a hacer una excepción con una tarta de la abuela (natillas, galleta y chocolate) para compartir entre los tres. ¡Qué rápido cayó! ¡Qué buena estaba! Tanto nos gustó que durante unos minutos estuvimos debatiendo si pedir otra o probar otro de los postres de la carta, como por ejemplo el crep relleno de mousse de toffe con salsa kinder. Al final no nos atrevimos a dar ese paso, en parte un poco por vergüenza de pedir un segundo postre, aunque a la postre, y nunca mejor dicho, nos arrepentimos. En fin, de lo que no cabía duda es de que, de volver a Córdoba en el futuro, esta taberna sería una visita obligada para comer en condiciones. ¡Ah! Y la cuenta salió a 12'20 € por cabeza, precio bastante razonable.
Ya en el hostal, a mano derecha nos encontramos con un pequeño mostrador de recepción donde nos atendió una chica que habló principalmente con Jose, puesto que la reserva estaba a su nombre. Nos preguntó si habíamos venido en coche, a lo que le respondimos que sí; a esto añadió si habíamos circulado por calles de paso restringido a vehículos, y le dijimos que creíamos que no, pero por si acaso le dije la matrícula de mi coche por si se enteraban de algún aviso, cosa que le agradecimos. Finalizado el check-in, nos dio las llaves de nuestra habitación, la 11, situada en la planta baja junto al patio principal del hostal. La habitación era normalita, con una cama simple que sería la que yo usaría y una cama de matrimonio que compartirían mis amigos, así como un armario, una televisión, una ventana que daba al patio y un pequeño baño con ducha.
Ya eran cerca de las diez menos cuarto, así que dejamos las maletas en la habitación y nos fuimos en busca de un sitio para cenar. Atravesamos la plaza de la Corredera para continuar por la calle Rodríguez Marín, donde vimos la taberna La Cazuela de la Espartería, la cual me había recomendado un compañero de trabajo, pero Jose y Miguel preferían ir a otro sitio porque uno de ellos ya había estado allí en una visita anterior y prefería probar un sitio nuevo. Tras el preceptivo tonteo por el que siempre pasamos en estas situaciones, Miguel buscó en TripAdvisor recomendaciones de restaurantes cerca de donde nos encontrábamos para ir a una apuesta segura; finalmente, tras tirar por calle Claudio Marcelo y sondear las opciones que había alrededor de la plaza de las Tendillas, nos decantamos por la taberna La Montillana. Si bien parecía estar lleno, al preguntar a uno de los camareros resulta que en la planta de arriba había una mesa libre, así que ahí nos quedamos.
Para beber, mis amigos se pidieron cerveza y yo una Coca-Cola, mientras que para comer pedimos media de mazamorra de almendras, media de croquetas de jamón ibérico, media de flamenquín cordobés y puntas de solomillo ibérico al gorgonzola. Mientras esperábamos los platos, el camarero nos trajo una cesta de picos y regañás, así como una pequeña bolsa de papel con tres bollitos de pan calentitos que ya nos causó una buena impresión, aunque lo mejor estaba por venir. Primero nos sirvieron la mazamorra, la cual nunca había probado y que, a pesar de tener un sabor nuevo para mí, no me disgustó. A continuación, nos trajeron el flamenquín, plato típico cordobés que estaba también bastante bueno, y las croquetas de jamón, sin duda alguna las mejores que he probado, opinión compartida por mis amigos, y es que estaban muy cremosas por dentro. Por último, nos sirvieron las puntas de solomillo, que, si bien estaban muy buenas, estaban un pelín fuertes debido al queso gorgonzola.
La elección del sitio para cenar había sido todo un acierto, aunque todavía quedaba la guinda. Nosotros no solemos pedir postre, pero esta vez íbamos a hacer una excepción con una tarta de la abuela (natillas, galleta y chocolate) para compartir entre los tres. ¡Qué rápido cayó! ¡Qué buena estaba! Tanto nos gustó que durante unos minutos estuvimos debatiendo si pedir otra o probar otro de los postres de la carta, como por ejemplo el crep relleno de mousse de toffe con salsa kinder. Al final no nos atrevimos a dar ese paso, en parte un poco por vergüenza de pedir un segundo postre, aunque a la postre, y nunca mejor dicho, nos arrepentimos. En fin, de lo que no cabía duda es de que, de volver a Córdoba en el futuro, esta taberna sería una visita obligada para comer en condiciones. ¡Ah! Y la cuenta salió a 12'20 € por cabeza, precio bastante razonable.
De allí salimos pasadas las once y media, con la suerte de que en la calle José Cruz Conde, ya casi entrando en la plaza de las Tendillas, nos topamos con una cuadrilla de costaleros ensayando con un paso y marchas procesionales con vistas a la Semana Santa que estaba ya al caer, y ya sabéis lo que a mí me gusta el mundillo cofrade, no tanto a mis amigos. Regresamos al hostal por el camino más corto posible, es decir, por la calle Claudio Marcelo y por la plaza de la Corredera, y, una vez en la habitación, acordamos algo que ya medio habíamos hablado durante la cena. Resulta que la entrada de la Mezquita cuesta 10 €, pero los sábados de 8:30 a 9:30 es gratuita, por lo que, a pesar de que estábamos cansados después de toda una semana de trabajo y del tute que conlleva un viaje en coche, decidimos madrugar al día siguiente para aprovechar esta visita gratuita, que además tendría la ventaja de tener menos turistas, y dejar el desayuno para luego. Así pues, puse mi despertador a las 7:15 para ducharme nada más levantarme y luego marchar para la Mezquita. Quedaban pocos minutos para las doce y media cuando nos acostamos, y con qué ganas nos metimos en la cama, pues nos hacía falta descansar para la larga jornada que nos esperaba al día siguiente.
Nota: no es la primera vez, y supongo que no será la última, que tengo que añadir una nota al final del relato de uno de los días que he estado de viaje para disculparme por la tardanza en haberla redactado y publicado. Como habéis podido leer al comienzo, este viaje tuvo lugar a finales de febrero, es decir, hace ya más de cuatro meses, y es hoy, en pleno mes de julio, cuando estoy publicando el primero de los tres días que duró el viaje. Resulta que este curso no es que haya sido duro, sino muy duro, pues me han tocado grupos un tanto conflictivos y poco trabajadores, un inspector del que es mejor no hablar por cómo se ha portado conmigo, y además ha coincidido que ha sido el primer año que he tenido que vivir solo, con todo el trabajo extra que ello conlleva en casa. Todo esto ha provocado que retrase tanto mi habitual narración de los viajes que hago por falta de tiempo, pero es que además resulta que en menos de dos semanas me voy unos días al sur de Francia con estos dos amigos y dentro de un mes voy a cruzar España de costa a costa con mi madre. Esto se va a traducir en que los siguientes relatos no van a ser tan explícitos y detallistas como de costumbre, algo que creo que ya se ha notado en éste, aunque no os lo parezca. Así que nada, disculpad tanta tardanza, que más vale tarde que nunca ;)
Nota: no es la primera vez, y supongo que no será la última, que tengo que añadir una nota al final del relato de uno de los días que he estado de viaje para disculparme por la tardanza en haberla redactado y publicado. Como habéis podido leer al comienzo, este viaje tuvo lugar a finales de febrero, es decir, hace ya más de cuatro meses, y es hoy, en pleno mes de julio, cuando estoy publicando el primero de los tres días que duró el viaje. Resulta que este curso no es que haya sido duro, sino muy duro, pues me han tocado grupos un tanto conflictivos y poco trabajadores, un inspector del que es mejor no hablar por cómo se ha portado conmigo, y además ha coincidido que ha sido el primer año que he tenido que vivir solo, con todo el trabajo extra que ello conlleva en casa. Todo esto ha provocado que retrase tanto mi habitual narración de los viajes que hago por falta de tiempo, pero es que además resulta que en menos de dos semanas me voy unos días al sur de Francia con estos dos amigos y dentro de un mes voy a cruzar España de costa a costa con mi madre. Esto se va a traducir en que los siguientes relatos no van a ser tan explícitos y detallistas como de costumbre, algo que creo que ya se ha notado en éste, aunque no os lo parezca. Así que nada, disculpad tanta tardanza, que más vale tarde que nunca ;)
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